Al igual que hacia cuatro años y la época anterior a esa, Hogwarts seguía siendo la clase de sitio en la que cualquiera desearía permanecer.
La imponencia del lugar, con la luz del sol resplandeciendo detrás de sus altos muros creaba un escenario eclipsante y mágico. Cuando Hermione se graduó, tres años y medio atrás, nunca se planteó lo mucho que extrañaría vivir en el Castillo.
Al igual que ella, Luna, Ginny y Susan decidieron volver y estudiar su último año como cualquier otro estudiante normal, mientras Harry y Ron se alistaban como aurores en la Academia, sin deseos por retrasar su entrenamiento.
Tan pronto comenzó a trabajar, Hermione se limitó a ignorar lo mucho que una parte de sí misma siempre extrañaría aquel colegio en el que pasó gran parte de su vida y al que de alguna u otra manera estaba destinada a volver.
Las circunstancias podían ser diferentes ahora, pero se esforzó en no pensar mucho en ello. Tal cual lo prometieron días atrás, Harry y ella se aparecieron cerca del atardecer en los límites de Hogsmeade, todavía tan encantador y colorido como lo recordaban.
Era como si todos sus movimientos se basaran en tachar pendientes de una lista inexistente de deberes. Primero, se registraron ante el Ministerio, después visitaron a sus padres y por último, sin menos éxito que en sus primeros intentos, tuvieron que decírselo a los Weasley.
La presión era considerablemente menor ahora al saber con quienes se encontrarían, haciendo todo más sencillo y sencillamente más liberador.
Hermione se encargó de todo por cuenta propia, como hacerle saber a Minerva Mcgonagall, la ahora directora de Hogwarts, que deseaban visitarla, esperando encontrarse con Neville también, mientras Harry hacía lo propio buscando un día libre en su apretada agenda. Por último, pero no menos importante, planeaban visitar a Hagrid, del que ambos esperaban muchos reproches por su abandono en los últimos meses.
Al avanzar por las calles llenas de comercios con maravillas en su interior, que durante emocionantes fines de semana recibían a los alumnos del colegio, Harry y Hermione procuraron llenar los silencios con sus conversaciones, intentando hacerle saber al otro que debían permanecer tranquilos.
Solo se trataba de una visita como cualquier otra, para invitar a Mcgonagall, Neville y Hagrid a su boda, lo más normal en el mundo.
Decidida a no pensar más de lo necesario, Hermione permitió que Harry le contara cualquier cosa hasta que luego de algunos minutos en carruaje, se encontraron acercándose al colegio, donde la alta figura de Mcgonagall ya los esperaba, igual de puntual que siempre, con su larga túnica y su alto sombrero de punta.
Su postura firme y severa seguía transmitiendo la misma autoridad, pero la forma en que su mirada se suavizó al verlos reflejó el aprecio que les tenía.
—Profesora— saludó Harry, siendo el primero en acercarse luego de ayudar a bajar a Hermione del carruaje.
—Potter— respondió Mcgonagall por mero reflejo, al igual que en sus tiempos estudiantiles—. Señorita Granger, parece que han pasado tantos años desde la última vez que los vi aquí.
—Y todo sigue igual de acogedor que entonces—dijo Hermione, admirando los amplios terrenos, muros sólidos y alumnos con túnicas verdes sobrevolando en el aire cerca del campo de Quidditch en lo que seguramente sería el entrenamiento de la tarde.
Todo luciendo casi idéntico, aun cuando evidentemente, después de cuatro años, ya nada era como solía ser.
—Aunque me cueste decirlo, Hogwarts nunca será lo mismo sin ustedes— suspiró la mujer pesarosa, guiándolos hasta el Castillo.
Mientras hablaban sobre sus trabajos, los cambios en la escuela luego de la guerra y cualquier banalidad oportuna, su presencia no pudo pasar desapercibida. La mayor parte de alumnos saliendo y entrando del Gran Comedor se detenían para mirarlos con curiosidad antes de permitirse seguir con sus caminos.
Los más pequeños no se molestarían en modular su tono de voz, de modo que todas sus murmuraciones sobre que hacía Harry Potter en Hogwarts eran perfectamente audibles. Sin que se lo pidieran, Mcgonagall los apresuró a tomar sus últimas clases del día, sin oportunidad de réplica a sus órdenes.
Era agradable darse cuenta que lejos de la asfixiante vida allá afuera, el Castillo seguía siendo un buen refugio para todo aquel que lo necesitara.
La ola de recuerdos que inundó a los jóvenes con cada paso adentrándose en los pasillos resultó inevitable. Algo tan pequeño como subir por las escaleras moviéndose estratégicamente de piso en piso hizo que Hermione recordara la cantidad de veces que las utilizó para dirigirse a sus clases, o con sus amigos a diversos sitios, en medio de alguna de sus grandes aventuras.
Harry debía estar experimentando algo similar, vista su manera de observar todo con interés. Incluso Mcgonagall permaneció en silencio hasta que llegaron a su oficina, la misma que alguna vez Dumbledore ocupó y que llevaba casi cuatro años ocupando.
Todo en su interior seguía casi idéntico a cuando Albus Dumbledore era el director del colegio, excepto por algunos minúsculos cambios apenas notables.
Los cuadros seguían ahí, algunos vacíos, en otros, los retratos dormitaban y el resto se mantuvo atentos a su presencia nada más verlos atravesar la puerta. La luz del sol de la tarde arrancaba destellos a los vitrales en las ventanas, creando el ambiente ideal para apaciguar sus cavilaciones.
—Debo admitir que me sorprendió que quisieran venir— comenzó Mcgonagall, señalando las sillas frente a su escritorio cortésmente, para luego comenzar a servir el té en diversas tazas de fina porcelana, con solo un movimiento de su varita.
—Llevamos tiempo deseando hacerlo— contestó Harry, sosteniendo la taza que se elevó frente a él.
— No es que su visita sea desagradable— reflexionó la directora, colocando sus brazos sobre el escritorio—. Pero sospecho que debe de tener algo que ver con todo el asunto de lo que está sucediendo en el Ministerio.
—No esperábamos que los rumores no llegaran aquí— asintió Hermione, intentando normalizar el asunto.
—El Profeta, aunque con un criterio cada vez más cuestionable sigue siendo el periódico predilecto de la mayoría— admitió Mcgonagall, mirando de uno a otro en busca de una reacción. La astucia que siempre la había caracterizado pareció activarse, cayendo en cuenta de que existía un motivo diferente al imaginado en su visita.
—Inusualmente han dicho parcialmente la verdad— atinó a decir Harry, colocando una mano sobre la de Hermione, en el respaldo de su silla, como si buscara demostrar con el gesto a qué se refería y hacer, si eso era posible, su nueva cercanía.
Como era de esperarse, la sorpresa bañó el rostro de la directora, que conocía bien el rumbo en que se movían sus respectivas vidas. La castaña supuso que inevitablemente pensaría en Ginny y su relación con Harry, así como que los había llevado a escogerse uno al otro, tal cual afirmaba El Profeta.
—Las circunstancias no son las mejores, pero trabajamos en acoplarnos— se explicó la chica, sonriendo tímidamente como respuesta al apretón de la mano de Harry.
Mcgonagall demoró unos instantes en recuperarse de su estupor, tranquilizándose considerablemente al notar la afectuosa manera en que ambos amigos seguían comportándose con el otro.
—Ron manda sus saludos—añadió Harry, logrando que la directora sonriera, captando su necesidad por no abordar directamente el tema del porqué de su compromiso.
En sincronía, ambos jóvenes voltearon a mirarse, y fue Hermione quien finalmente reveló la primera buena noticia de la tarde.
—El matrimonio lo tiene un tanto atareado ahora y pronto, la paternidad.
Depositando la taza sobre el escritorio, a Mcgonagall le tomó solo unos segundos procesar la noticia y por supuesto, darse cuenta lo que ello conllevaba.
—¿La señorita Lovegood y él...?
Ambos amigos asintieron con brillantes sonrisas, notando que eventualmente, los ojos siempre astutos y sensatos de la mujer frente a ellos comenzaron a ponerse vidriosos.
—Los recuerdo como unos niños—dijo, esforzándose en no derramar ni una lágrima, pero con el tono de su voz cargado de afecto—. Es difícil pensar que ahora son todos unos adultos haciendo sus vidas.
Justo cuando Hermione se disponía a responder, enternecida por la reacción, la puerta de la oficina fue golpeada con suavidad un par de veces y acto seguido, Neville Lomgbottom, quién llevaba dos años trabajando como profesor del colegio, entró a la oficina.
A diferencia de su aspecto de la niñez y gran parte de su adolescencia, Neville se había convertido en un joven apuesto y mucho más seguro de sí mismo. La túnica color marrón que vestía le quedaba maravillosamente bien, combinando con su cabello bien peinado y su mirada eternamente amable.
—Lo siento, la última clase terminó recién y...
Su voz quedó suspendida en el aire en cuanto se encontró con la peculiar escena, limitándose a cerrar la puerta tras de sí y contemplar con curiosidad a sus viejos amigos.
Sonriendo ante su reacción, Harry no dudó en levantarse y caminar hacia un asombrado Neville, que aunque dudosamente, le devolvió el abrazo con el mismo entusiasmo, palmeándose la espalda fraternalmente.
Luego Hermione les siguió, esperando a que ambos terminaran de saludarse antes de obtener la atención de su amigo. Al verla, Neville la rodeó con sincero afecto.
—Por un segundo creí que me había equivocado— les dijo, sentándose en la única silla vacía al costado del escritorio—. ¿Cómo han estado? ¿Y Ron y Luna?
Compartiendo una mirada, ambos se encargaron de ponerlo al tanto de la misma forma que hicieron con Mcgonagall, que se dedicó a escuchar en silencio. Al terminar, Neville lucía casi tan o más feliz con la noticia.
—Una nueva generación—silbó con admiración, bebiendo de su propia taza de té—. ¿Quién diría que serían ellos?
—Más Weasley—murmuró Mcgonagall con una mano en su rostro, como si notara pinchazos en las sienes, ocasionado que el trío de ex alumnos riera, para luego sumirse en una larga charla sobre la posible jubilación de la directora ante la posibilidad de una nueva generación de Weasleys acechando el colegio.
Eventualmente, el motivo que los llevó ahí en primer lugar llegó. Agotados todos los temas relevantes en su conversación, parecía un buen momento para revelar la razón de su inusual visita.
—Hemos venido aquí para invitarlos en persona a nuestra boda— les informó Harry, aclarándose la voz ante lo extraño que la implicación de sus palabras significaba.
Ninguno de los allí presentes se habría imaginado enfrentarse a aquella situación sin la publicación de la ley matrimonial, pero la cuestión era, que ya no tenía caso pensar en el hubiera, sino enfocarse en su presente.
—No tenemos una fecha todavía, pero en cuanto el registro nos la dé tendrán una invitación formal— aclaró Hermione, buscando la mirada de Harry a su lado.
_Caray—suspiró Neville, tomándose unos minutos en los que pareció procesar todo, para luego darse cuenta que esa era la única forma en que sus amigos lograrían mantenerse a salvo de matrimonios desafortunados.
La conclusión a la que todos llegaban después de barajear sus posibilidades.
—Yo... Cuídala bien, Harry— determinó finalmente, extendiendo un brazo para rodear los hombros de Hermione y apretarla contra sí.
_Eso planeo hacer— aseguró él, sonriendo afectuosamente al verlos, pero asegurándose de no soltar la mano de su ahora prometida.
—Yo diría justamente lo contrario—intervino Mcgonagall, bebiendo pensativamente de su taza—. No es ella quién suele meterse en los dilemas más perniciosos. Señorita Granger, le deseo mucha paciencia porque habrá de necesitarla.
Mientras todos reían, incluido Harry, sin atreverse a desmentir las palabras en su contra, la castaña se permitió un instante de admiración a las personas que tenía a su lado. Ninguna se atrevió a emitir un mal juicio sobre ellos, ni siquiera a mostrarse horrorizados por su decisión.
Ahora más que nunca, Hermione se sintió más apoyada de lo que creyó merecer.
—Hablo en serio cuando digo que me alegro de que se tengan uno al otro, la mayoría no corre con esa suerte— susurró Neville minutos después, mirando fijamente el contenido de su taza, cuando el ánimo en todos decayó.
No fue difícil comprender el trasfondo de sus palabras. Poco después de que saliera de Hogwarts, Neville comenzó a salir con Hanna Abott, eterna amiga de Susan y compañera de Hufflepuff. Por lo que Hermione sabía, tenían una relación sólida de años, que en un mundo como aquel, ya no encajaba con los estándares impuestos para todos.
—¿Hanna está bien?— inquirió la castaña tentativamente. Preocupada de verdad por la situación en que su amigo se hallaba.
—Estamos en ello, todavía no hemos pensando en...
Hermione colocó una mano de sus manos sobre la rodilla del joven, como si quisiera decirle que no hacía falta explicar nada más al notar su decaído ánimo. Agradecido, Neville asintió débilmente y, por el resto de su visita, nadie se atrevió a mencionar la ley matrimonial de nuevo.
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Hora y media más tarde, con la luz de la luna y el reflejo de la iluminación en el Castillo, Harry y Hermione caminaban tranquilamente por los obscuros terrenos alrededor del colegio. Con el camino todavía fresco en sus mentes, podían caminar con total certeza de que no terminarían tropezando con las rocas e irregulares superficies del suelo.
Para esa hora, la mayoría de alumnos ya se encontraban adentro, cenando antes de irse a la cama luego de un largo día de clases. Tanto Mcgonagall como Neville se despidieron con pesar, debiendo ir a tomar su lugar en la mesa de profesores y aunque la pareja de amigos fue invitada a acompañarlos, se negaron rotundamente.
Todavía tenían una última parada en su itinerario, a la que no tenían prisa por llegar.
Prefierion recorrer el terreno, con la fresca brisa de la noche escapando del Bosque Prohibido, siendo recibidos por los sonidos de la noche y el aroma del césped y la tierra mojada cercana al Lago negro.
—Eras tan terco y distraído— decía Hermione, rememorando sus tiempos en Hogwarts y cuidándose de poner atención en donde pisaba en cuanto llegaron al irregular camino que conducía a la cabaña de Hagrid.
— Tenía mucho en lo que pensar—se defendió Harry, falsamente indignado—. También hubiera apreciado tener una adolescencia más normal, pero en mi caso, son cosas a las que no puedo aspirar.
Hermione lo miró compasiva.
—Hogwarts habría sido tan diferente, pero no hay un solo momento que no nos haya enseñado algo valioso.
— De ser así, habría sido aburrido como el infierno— se jactó él pretenciosamente, sin ceder a los malos recuerdos.
—Aún ahora sigues siendo tan... Tú. Mcgonagall tiene mucha razón al decir que mi paciencia debe multiplicarse a partir de ahora si vas a convertirte en mi esposo.
—Prometo portarme bien— aseguró él, ofreciéndole su mano que ingenuamente, Hermione tomó sin pensar.
Tan pronto sus dedos se enlazaron, Harry tiró de ella hacia al frente, al mismo tiempo que echaba a correr por la empinada ladera desde donde ya podía verse la cabaña de su enorme amigo.
—¡Harry Potter!—chilló Hermione, olvidándose de ser silenciosa al sentir el vértigo en su estómago, lo que resultó siendo un esfuerzo en vano, pues Harry no frenó, sino todo lo contrario.
—Sígueme, ¡O llegarás tarde a clase!—lo escuchó gritar, ahogándose en medio de una carcajada al notar su expresión asustada.
—¡Harry! ¡Podemos caernos!
Por mucho que Hermione se esforzó en intentar frenar con sus pies, su amigo se aferró al agarre de sus manos, negándose a soltarla hasta que solo unos metros los separaban de su destino.
La imagen de ambos debió ser patética para quien los mirase. Jadeantes, despeinados y sin aliento, doblándose en sí mismos por razones distintas. Hermione, para sobrellevar el vertiginoso vuelco en su estómago y Harry, para soportar las carcajadas que no le permitían respirar.
A lo lejos, se escuchó una serie de ladridos que de no haber estado ocupados, habrían identificado con facilidad. Apenas recuperándose, Harry no tuvo mucho tiempo antes de ser derribado por un enorme bulto que tardíamente Hermione reconoció como Fang, el perro jabalinero de Hagrid, que ahora lamía y chillaba de gusto, deshaciéndose en atenciones con su mejor amigo, que desde el suelo intentaba quitárselo de encima sin que su túnica terminase llena de viscosa baba.
Riéndose por la rápida aparición del karma, Hermione se deleitó unos minutos con la escena. Segundos después, la gran figura de Hagrid, iluminado tan solo por la luz proveniente de la cabaña emergió entre la penumbra, acercándose a ellos con su relativamente nueva varita mágica en sus manos (que todavía aprendía a usar), enfundadas en unos enormes guantes de hornear.
Al reconocerlos, soltó una eufórica carcajada, apresurándose a recibirlos.
—Fuera del camino, Fang. ¡Déjalo levantarse!
Todavía demasiado emocionado como para apartarse del todo, el perro retrocedió con pesar, permitiendo que Harry pudiera ponerse en pie, con gran parte de su túnica y rostro llenos de húmedas lamidas.
—¡Por instante creí que alucinaba con el pasado!— exclamó Hagrid, quitándose los guantes cuando rodeó con sus brazos a ambos chicos en un afectuoso saludo—, Y al abrir la puerta estaban los dos ahí, como antes.
Su voz tembló en la última oración, prefiriendo redirigir su atención hacia Fang, que no dejaba de intentar saltarles al regazo como si de un cachorro se tratara.
—¡Calma tu emoción, Fang! Oh, este perro torpe nunca cambiará.
—Estamos aquí para visitarte— le informó Hermione, palmeándole la enorme mano—. Esperamos no ser inoportunos.
—¡Bah, ustedes nunca lo son! ¿Dónde está Ron?
—Siendo un buen esposo—contestó Hermione, logrando tranquilizar a Fang al acariciarlo detrás de las orejas.
—Lo que quiere decir es que está convirtiéndose en un adulto aburrido— añadió Harry con un deje de broma—. En realidad deseaba venir, pero acompañó a Luna a San Mungo.
Tan solo escucharlo, la preocupación se apoderó del rostro de Hagrid, deteniéndose a solo unos pasos de llegar a su cabaña.
—¿Qué ocurre con ella?
Fang corrió de vuelta a la casa, ladrando alegremente desde los escalones, de modo que, cuando Hermione respondió, su contestación no tuvo el volúmen esperado.
—Bueno... Van a ser papás, es solo un chequeo de rutina típico del embarazo.
Por un segundo pareció como si Hagrid no la hubiese escuchado, pero luego, gruesas lágrimas llenaron sus ojos, desbordándose por sus mejillas hasta perderse en su esposa barba.
—Puedo ver que ya no son unos niños- suspiró, enjuagándose la humedad del rostro, emprendiendo el camino de nuevo—. Pronto todos tendrán sus familias y...
—Pero aquí estamos—lo consoló Harry antes de que pudiera crearse escenarios de abandono en su mente, mientras Hermione lo sujetaba del brazo, como si lo condujera por los escalones de la cabaña, rechinantes bajo su peso.
El calor que irradiaba el interior resultó reconfortante, incluso con el peculiar aroma de lo que sea que Hagrid estuviera cocinando momentos antes.
—Sí— asintió el hombre, súbitamente energizado—. ¡Luego de tanto tiempo sin una sola visita!
Ambos amigos se miraron, culpables ante la acusación. Los ruidos propios de la noche fueron el único sonido entre los tres en aquellas cuatro paredes. En realidad, Hermione debía admitir que dejó de lado muchas cosas que antes eran sus prioridades en cuanto comenzó a trabajar.
—Ahora que Harry y yo compartimos una agenda similar, podemos venir más seguido— sugirió la chica, sentándose al lado de su mejor amigo en la enorme mesa en la que siempre tomaban el té.
Hagrid los miró con los ojos entrecerrados, luego se secó las lágrimas y asintió, dándose cuenta de que debía aprovechar su visita en lugar de malgastarla con reproches.
—No tienen horario antes de ir a la cama, ¿Verdad?— inquirió sonriendo. Palabras que aligeraron el ambiente.
Tan atento como siempre, frente a ellos no tardaron en tener grandes tazas con un humeante líquido en su interior, acompañadas de dos trozos de lo que parecía un intento de pastel de frutas, tan blando como un piedra.
—Hemos visto a Mcgonagall y Neville hace un rato— narró Harry, en explicación a su presencia en el Castillo.
—Neville, ese chico, ¡Es un gran profesor!— aseguró Hagrid, dejándose caer en una silla junto a su chimenea, para vigilar lo que sea que estuviera cocinándose en la olla sobre el fuego.
Todos estuvieron de acuerdo, pues nadie ponía en duda el talento de Neville para enseñar e instruir a todo aquel que lo necesitara, siendo mejor profesor que alumno, irónicamente.
Aprovechando que Hagrid no los veía, removiendo el interior de su humeante olla, Harry extendió una mano y apretó casualmente la rodilla de Hermione, formulando sin emitir sonido si debían decírselo de una buena vez.
Su reacción era algo que los dos deseaban presenciar.
—También, hemos venido a invitarte a nuestra boda— comentó la chica casualmente, disfrutando de la perplejidad que luego dio paso a la completa conmoción en el hombre frente a ellos.
—¿Realmente...?— vaciló su amigo, levantándose por reflejo y casi derribando el contenido de la mesa con su cuerpo—. Creí que todos eran solo rumores.
Hermione negó con la cabeza.
—¡Esta estúpida ley!— bramó Hagrid, furioso, girándose hacia Harry con comprensión—. No podías permitir que nuestra Hermione se casara con cualquier otro mago desconocido, ¿No es así?
—No, no pude dejar que eso sucediera— corroboró Harry, inconscientemente en la espera de alguna clase de aprobación—. Nosotros no vemos nuestro compromiso como alguna clase de castigo.
Hermione sabía que más allá de Sirius, el señor Weasley e incluso Dumbledore, Hagrid siempre fue la clase de apoyo incondicional que estuvo ahí en las peores épocas de su vida. Si bien la mayoría de las veces sus palabras no eran del todo acertadas, su lealtad era incondicional.
Procurando ser ágil, Hagrid se acercó hacia Harry y le palmeó la espalda casi empujándolo contra la mesa debido a la fuerza empleada, para después, rodear a Hermione con suavidad.
—En medio de todo esto, ¡Estoy tan aliviado porque la noticia haya sido cierta!
—La idea todavía es extraña— susurró Hermione, sintiéndose pequeña bajo su tacto.
—Pero nos tenemos y eso ayuda mucho— secundó el muchacho.
—Un mundo de locura— gruñó Hagrid, furioso de verdad—. ¡Es tan ridículo!
—Poco a poco hemos comenzando a aceptarlo— se sinceró Harry, para tranquilizarlo— Por eso, queremos que nuestra boda no sea solo lo que el Ministerio quiere que signifique, sino algo valioso para ambos.
—Será solo una pequeña ceremonia, nada extravagante— la castaña hizo una pausa y una sonrisa dulce apareció en sus labios—. Queremos que estés con nosotros.
Sin nada que pudiera evitarlo,
Hagrid se soltó a llorar de nuevo, conmovido por la invitación. Mientras Hermione miraba a Harry consolarlo, consideró que las cosas no habían resultado tan mal como pudo imaginarse.
La aceptación a su matrimonio era más de la que alguna vez creyó posible.
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Con el paso de las semanas, los rumores, habladurías e incomodidad producidas por la ley y las constantes publicaciones en el Profeta, anunciando semanalmente los compromisos más sobresalientes fueron perdiendo fuerza.
Como si todos tácitamente acordaran volver parte de sus vidas diarias todo lo que el estatuto conllevaba. Los compromisos y propuestas eran el pan de cada día, generando curiosidad y revuelo cada que dos personas completamente diferentes se unían, cuando antes habría resultado inimaginable.
Arduamente, Hermione se esforzaba en no prestar atención a ello. Ahora que todo el mundo sabía que se casaría con Harry, no tenía mucho interés en inmiscuirse en temas que provocaran un nuevo vuelco de atención a ellos.
Por suerte, los días posteriores a la publicación de El Profeta, el trabajo en su departamento se duplicó, lo que la favoreció considerablemente en mantener su mente ocupada, además claro, de sus planes de mudanza.
Hasta ahora, la mayoría de sus pertenencias como ropa, libros y cosas menos indispensables esperaban el momento de su traslado, guardadas en cajas cuyo fondo fue expandido para una mejor organización.
Sin replicar, Harry se dejó llevar por sus ideas. Aun si todavía no encontraban el sitio en el cual vivirían, Hermione deseaba tener todo listo antes de que los planes de la boda se les vinieran encima.
Aquel diecinueve de septiembre, no le costó imaginarse el motivo por el que Harry la citó en su departamento. No es que fuera arrogante ni mucho menos, pero sabía bien que con dificultad su mejor amigo dejaría pasar por alto una fecha como esa, inclusive si ella prefería no hacer mucho alarde al respecto.
Después de todo, no todos los días cumplía veintitrés años.
Algo en su interior, aquel presentimiento que siempre tenía razón en lo respectivo a Harry le decía que su extraña petición de verla solo para que le explicase como empacar de forma tan eficiente, alegando querer pasar el día entero con ella no era el verdadero motivo.
Interiormente, también se sentía sumamente culpable.
Cuando su mejor amigo cumplió años, Hermione ni siquiera estaba en el país, de modo que tuvo que conformarse con una corta llamada telefónica y un regalo que se demoró en llegar gracias a una lechuza torpe y distraída.
Además, no deseaba pasar su "día" con otra persona en todo el mundo, así que al acceder no estaba sacrificando nada. Cuando Hermione se presentó frente a la puerta de su departamento y sus nudillos tocaron la puerta, se encontraba expentante y ansiosa.
Si Harry le asegurara que su tarde se resumiría a largas horas recostados perezosamente en su sala de estar, estaría encantada. Últimamente era casi demasiado difícil ocultar el placer que le producía su compañía.
Medio minuto después, la puerta se abrió y la atlética figura de su mejor amigo la recibió, vistiendo una camisa blanca, cuyas mangas se encontraban casualmente arremangadas hasta su antebrazo.
—Estabas tardando demasiado— le dijo nada más verla. Sus brazos se extendieron hacia al frente para envolverla con ellos y tirar de su cuerpo al interior del departamento, parcialmente en penumbras.
—Feliz cumpleaños—susurró Harry contra su cabello, apretándola calurosamente—. ¿Recibiste mi regalo?
Descubriendose el oído, sin separarse del todo, Hermione le mostró el hermoso y único pendiente de rubí que encontró envuelto en la pata de una lechuza en cuanto despertó, esa misma mañana. Por mucho que lo buscó, su par nunca apareció.
—¿Debo pensar que se extravió?
Harry se río al escucharla, sacando de su bolsillo el par faltante, meciéndose entre sus dedos frente a los ojos de la joven.
—Que regalo tan peculiar— atinó a decir Hermione, cayendo en cuenta de no haberse movido de la entrada principal y tampoco completamente de sus brazos.
— Te daré el resto más tarde_indicó Harry, y tomando su mano, colocó el pendiente en su palma, sin apartarse del camino.
Mientras se lo ponía, Hermione tuvo el presentimiento de que su día en compañía de su mejor amigo, con o sin regalos misteriosos, era todo lo que necesitaba.
Justo cuando avanzaba de nuevo hacia él, con sus intenciones de encontrarse nuevamente envuelta en sus brazos apareciendo, disponiéndose también a agradecerle el regalo, todas las luces del salón se encendieron, haciéndola congelarse en su sitio. Harry sonrió con pesar cuando ella se paralizó, apartándose para revelar lo que la esperaba.
La mayoría de sus amigos, si no es que todos se encontraban ahí, apretujados unos contra otros en el sofá principal para evitar ser vistos hasta ese momento. Tanto los amigos que hizo en el trabajo, como los que conocía desde sus tiempos en Hogwarts le devolvían deslumbrantes sonrisas, creando un contraste interesante al hallarse rodeados del entorno que solo relacionaba con Harry.
Como si se tratase de un cómico cliché, todos estallaron en un estrenduoso "¡Feliz cumpleaños!" mientras Hermione, todavía procesando lo que sucedía avanzaba hacia ellos, siendo recibida con un montón de calurosos abrazos.
Al igual que en su departamento, la sala de su mejor amigo estaba prácticamente vacía para este punto, con sus cajas de mudanza arrinconadas en un solo extremo y tan solo unos cuantos muebles llenándola.
—Luna me ha ayudado mucho—le dijo Harry, previendo la curiosidad en ella al notar la discreta decoración, consistente en una mesa repleta de comida y flotantes lazos y globos mágicos formando su nombre.
—Me habría gustado ponerle más color— protestó Luna, viéndose curiosamente pequeña bajo el brazo de Ron—. ¡Pero sé que eso no te habría gustado!
—Yo también ayudé con lo más importante, si me preguntan— aseguró Ronald, señalando la mesa y la comida con aire orgulloso.
—Estoy segura que sí, pero no tenían porqué...
—Un gracias a tus amigos bastaría— objetó la carismática voz de Levi Agoney, sin mostrarse intimidado al acercarse al cuarteto de amigos.
Su presencia era, si acaso, la que más destacaba. Sin el uniforme, su aspecto era completamente diferente, pero no por ello desagradable.
Hermione encontró curioso que la invitación hubiese llegado hasta él, sobre todo al notar la forma en que Harry lo ignoraba.
De todos modos, no pensaba ser descortés.
La castaña aceptó su abrazo y felicitación, aliviándose al ver que Susan, de la mano de Justin se acercaba a saludar.
En tácito acuerdo, Harry tiró de Ron, quien no soltó a su esposa, en otra dirección, alegando cualquier buen pretexto para no acaparar la atención de la chica del resto de sus invitados.
—Uh, vaya, son preciosos—alabó Susan al abrazarla, observando el par de brillantes pendientes—. Por un momento temí que las cosas se pusieras raras si no sabías que estábamos aquí pronto.
—Siempre tan encantadora—ironizó Hermione.
—Normalmente lo es— intervino Justin, con su cabello rizado pulcramente peinado y su siempre simpática actitud—. He pensando que pasar tanto tiempo contigo le ha dado un poco de rebeldía Gryffindor.
Susan intentó golpear su hombro, fallando cuando él abrazó a Hermione para felicitarla.
—Soy un tejón— protestó la pelirroja con un mohín—. Solo dije lo que todos creímos cuando los vimos abrazándose de esa forma en medio de...
—No le hagas caso—se disculpó Justin, aferrándose a la incredulidad que como adolescente pocas veces tuvo—. Felicidades, Hermione.
—Gracias a los dos por venir, aunque no tenía idea de nada.
—Potter nos invitó hace dos días— informó Levi, que todavía merodeaba cerca—. Me sorprende saber que soy de su agrado.
—Sigue soñando—se burló Susan, deteniendo lo que fuera a decir al escuchar la festiva musica elevándose en el aire.
George y Ron habían conseguido insonorizar el departamento, de modo que el volúmen de la música no sería un problema para el resto de los vecinos.
—¡Adoro esa canción!—exclamó Justin, animando a Susan a seguirlo hacia lo que sea que George y Luna estuvieran intentando hacer pasar por un baile.
—Me iré pronto de todas formas, para que tú y Harry puedan... —la voz de su amiga quedó ahogada cuando Justin terminó llevándosela, emocionado por imitar los pasos que George, con seguridad, acababa de inventar.
Sin nadie alrededor, Levi intentó desplegar su encanto en un nivel considerablemente menos usual. Haciéndola preguntarse si su chispeante actitud era todo lo que estaba dispuesto a mostrar frente a las personas.
—Realmente agradezco que me hayan invitado— le dijo, rozando juguetonamente su hombro con el suyo—. Incluso si no soy del agrado de tu flamante prometido.
—¿Esperabas estar en su casa alguna vez?— bromeó la castaña. Curiosamente, la mayor parte del tiempo se sentía cómoda con Levi solo cuando no había nadie alrededor.
—Nunca, y menos que se viera tan...
—¿Vacía?
Levi río, echando hacia atrás la cabeza.
—Siempre creí que sería tan ostentoso como todos lo pintan—admitió.
—No esperes mucho de eso tratándose de Harry. Además, vamos a mudarnos pronto y...
La mano del joven auror se levantó en el aire, deteniéndola con una falsa expresión escandalizada.
—Querida, ¿Quién pensaría que se lo tomarían tan en serio?
—No entiendo.
La mirada de Levi se suavizó, como si estuviera a punto de hablar con una niña pequeña, lo que nadie que la conociera, se atrevería a hacer. No es como si Hermione Granger estuviese acostumbrada a que le explicaran como funcionaba el mundo.
—La mayoría va a casarse y seguir sus vidas, por el bien de su salud mental. El Ministerio solo quiere niños y un matrimonio, sin importar que este sea enteramente... normal.
Antes de que ella pudiera responderle, ambos dirigieron su atención hacia el medio de la sala, donde Luna la llamaba con exagerados movimientos de sus brazos.
—¡Ven, Hermione!
—Tengo que ir—se disculpó, repentinamente inquieta con su compañía y lo que sea que su palabra significaran. Levi inclinó la cabeza, alejándose en la dirección opuesta hacia la amplia mesa de comida.
Sintiéndose más ligera sin observaciones a los planes que supuso normales, se encontró con sus amigos enfrascados en una acalorada conversación. Aparentemente, Luna discutía con Ron por no dejarla seguirle el ritmo a su hermano ahora que estaba embarazada.
Harry también se encontraba ahí, luciendo aliviado al verla, pues su presencia disipó la tensión. Redirigiendo la atención de Luna hacia Hermione, que no dudó al preguntar sobre su cita en San Mungo.
Lo que sea por conseguir que su amiga dejase de parecer estar a punto de quitarse a Ron y sus precauciones de encima.
—El bebé está bien, nacerá en abril— narró la rubia, con un aleteo de pestañas—. ¡Estoy tan asustada y feliz! Es interesante.
Acostumbrados a su elocuencia, el trío de oro solo pudo compartir su felicidad, contagiados por la alegría de las buenas noticias.
—Algo más de lo que Teddy estará inconforme—susurró Harry entre dientes, bebiéndose su bebida de un solo trago. Palabras a las que todos estuvieron de acuerdo.
Compartir a Harry ya sería demasiado duro de digerir, como para también la posibilidad de una fecha de cumpleaños.
—No puede pedirle al bebé que nazca después—alegó Ron—. ¡Para entonces será un Weasley listo para este mundo!
—Si es tan impuntual como su padre no tenemos manera de saberlo—arremetió Hermione, provocando las risas de Luna y Harry.
Ron entrecerró los ojos, ofendido, y agregó:— No estamos aquí para hablar de nosotros, ¡Es tu cumpleaños! ¿Qué te parece ser mayor que tu futuro esposo? Espero que no encuentres a Harry demasiado infantil para tu gusto.
Hermione lo empujó con una fingida actitud despectiva, mientras Ron le revolvía su por sí solo rebelde cabello, como un molesto hermano mayor.
—Esto tendrías que preguntárselo a Luna— intervino Harry en su defensa, alejando a su prometida del alcance de su mejor amigo.
Ron se detuvo, ofendido en cuanto entendió del lado de quién estaba su lealtad ahora.
—No la molestes en su día— insistió el moreno, haciendo sentir a la castaña casi completamente respaldada, hasta que lo escuchó agregar:— Quizás a las mujeres mayores como Hermione le gusten los hombres jóvenes y eso no es un pecado.
Sin dejarlo concluir, terminó quitándoselo también de encima.
— Honestamente... ¡Son unos amigos desconsiderados!
Luna, que parecía interesada en intervenir en su debate se quedó quieta de momento, con los labios ligeramente entreabiertos en cuanto escuchó la chispeante canción elevándose en el aire. Sin importarle sus pasados reclamos, tiró del brazo de Ron y, como una niña emocionada, lo arrastró al centro de la sala, para horror del pelirrojo y sus pésimos dotes como bailarín.
_Solo bromeaba— farfulló Harry segundos después, admirando como ella la ridícula forma en que Ron intentaba seguir el ritmo de su esposa, a quién jamás negaba nada, incluso tratándose de un baile.
—Sí, y ahora que sé que crees estar casándote con una anciana— masculló Hermione, ladeando la cabeza para mirarlo.
Al hacer lo mismo, sus miradas se encontraron, retándose por unos segundos a continuar con el sentido de la broma o no. Desistiendo cuando ninguno agregó nada, no tuvieron más remedio que prestar atención a la escena frente a ellos.
George, Susan, Charlie, Justin, Neville y algunos de sus compañeros de trabajo habían formado un irregular círculo alrededor de un muy avergonzado Ron, que es esforzaba por no huir y una radiante Luna moviéndose alegremente.
—¿Bailamos?
Advertida por la presencia de alguien a su lado, Hermione devolvió la vista hacia su lado derecho, encontrándose con un carismático Levi quien, importándole poco si interrumpía, se plantó frente a ella ofreciéndole su mano, señalando con un cabeceo el centro de la sala en la que todos se encontraban reunidos. El volúmen de la canción no era tan alto, pero Hermione tuvo que acercarse al joven para asegurarse que había escuchado bien.
Por alguna razón su petición le parecía fuera de lugar y sobre todo que estuviera pidiéndoselo en presencia de Harry. Instintivamente, ella volteó a mirarlo, tan indiferente e inexpresivo como si ni siquiera estuviera escuchando su conversación.
Un amargo sentimiento de decepción la hizo esforzarse en dejar de mirarlo. Interiormente sí que deseaba escuchar esa pregunta, pero viniendo de él, a quien evidentemente no podía importarle menos.
De todos modos, pensó la chica, él nunca se lo pediría. Bailar con alguien más no debería ser un problema, sobre todo sabiendo lo mucho que Harry odiaba hacerlo y lo poco cooperativo que lucía en prestarle atención.
La mano del auror todavía estaba extendida hacia ella con firmeza cuando, con un suspiro resignado, Hermione aceptó su invitación, excusándose con su mejor amigo, que solo atinó a asentir con rigidez sin mirarlos una sola vez.
Levi olía a colonia y whisky de fuego, aroma que se incrementó cuando él colocó su mano sobre su espalda, acoplándose con relativa facilidad al ritmo de la canción. Al menos, sin ser tan efusivo como Luna o George.
—Estaba aburriendome de muerte y cuando escuché la canción pensé, ¿Qué mejor que salvar a la encantadora cumpleañera del aburrimiento?
—¿Bailando?—interrogó ella, sin mucho ánimo.
—Sí, y encontrarás que soy muy bueno en lo que hago.
Reafirmando su dicho, Levi la hizo girar con agilidad, haciéndola soltar un jadeo que duró muy poco antes en convertirse en una risa ahogada.
Por los minutos siguientes, esforzándose arduamente en demostrarle cuan buen talento tenía bailando, Hermione se encontró riéndose de los chistes y pretenciosa coquetería del auror, logrando su cometido de distraerla en poco tiempo.
Luego, cuando la canción terminó, ninguno hizo amago de detenerse. Acoplándose con facilidad, igualando los ritmos y acordes de las melodías siguentes, que pasaron a segundo término en cuanto se enfrascaron en su conversación.
—No sabía que bailabas—observó Hermione.
—Hay mucho que no sabes. También adoro charlar y si puedo hacer ambas cosas, ¿Qué mejor?
—¿Y por qué conmigo precisamente?
Levi enfocó sus ojos en ella, riéndose.
—Es tu cumpleaños, mereces tener toda la atención—le respondió, como si fuera una verdad irrefutable—, Y con tanto por lo que has tenido que pasar con los rumores de tu compromiso.
Hermione desvío la mirada.
—¿Sobre lo felices que somos obedeciéndola?
Por la forma en que él la miró, quedaba claro que no se trataba solo de eso, logrando avivar su interés.
—¿Qué es lo que dicen?
—No es nada... La mayor parte es por tratarse de Potter y eso termina incluyéndote, pero son solo tonterías.
Posiblemente Levi no fue consciente de que eso solo incrementaría la curiosidad de la chica.
—¿Sobre Harry?—vaciló la Hermione—. Quiero decir, ¿De nosotros?
_Oh, no quieres saberlo.
—Sí que quiero—insistió la castaña con firmeza.
Levi la hizo dar una vuelta, solo para recordarle que seguían bailando, esperando disuadirla, algo que por supuesto no ocurrió. Dándose cuenta que su convicción era terca, el joven echó la cabeza hacia atrás, para apartarse el cabello café de la frente y suspirar desganado.
—¿Por qué?
Pronto Hermione comenzó a desesperarse ante su negativa. Nunca le pareció que mantendría una plática profunda con él, si era sincera, pero era el único que parecía ajeno a su íntimo círculo de amigos en el que todos hacían parecer que todo marchaba a la perfección.
Entendiendo que si deseaba obtener información de su parte, también debía aportar un poco de su participación, Hermione se atrevió a sincerarse.
—Todos mis amigos han sido comprensibles con nosotros, haciendo parecer que todo va bien. Nuestra amistad es... creo que es eso lo que los hace apoyarnos. Nadie me habla de los rumores, ni de todo lo que podría salir mal porque siempre procuran que nada de esa "información" llegue a mí.
Levi asintió reflexivamente, menos enérgico que antes.
—Estoy seguro que Potter no quiere que te enteres de ellos, ¿Por qué yo tendría que decírtelo? Tal vez tú no lo veas, pero él es aterrador cuando quiere.
—Claro que no— negó Hermione, riéndose de lo que creyó, era una de sus usuales bromas.
Extrañamente, Levi permaneció serio y distante. Una de las pocas reacciones total y completamente genuinas que había observado en él.
_¿Lo has visto tratando con los más ruines criminales?—la cuestionó, inclinándose sobre su oído—. Es casi poético verlo atrapándolos.
Sin poder evitarlo, la castaña se encontró riéndose con incredulidad, obteniendo en respuesta un casual encogimiento de hombros.
—Es normal que creas que es miel sobre hojuelas, y me alegra que lo sea contigo, pero los rumores sobre él, algo de verdad deben tener y me consta.
_¿Sabes qué?—opinó Hermione asestándole un leve golpecito en el hombro con su mano libre—. Pienso que estás exagerando.
—Quizás— admitió Levi, alejándola unos centímetros para hacerla girar.
—¿Vas a contarme entonces?
Él miró hacia otro lado, con una sonrisa ladeada asomándose en sus labios.
—Como todo auror, adoro poner mi vida en peligro. Pero si tu prometido me mata...
—¡Solo dímelo!
Su mano sobre la espalda de la joven la acercó discretamente en su dirección, de modo que terminó hablándole al oído, sobre su cabello, sin ninguno estarse mirando.
—Roux se ha encargado de que la mayoría, (todos idiotas si me preguntas) den por hecho que tú y Potter siempre han tenido esta especie de "no amistad" y que por ello están tan conformes con el estatuto. La gente esperaba una reacción negativa de ustedes contra la ley, y con la publicación del Profeta, el Ministerio se ha lavado las manos, usándolos como cebo. Diciendo que, con esto...
Su voz se detuvo, casi como sus pasos ahora casi mecánicos, y justo cuando Hermione quiso separarse, prosiguió: —Ya que así no tendrán que seguir escondiéndose y tú obtendrás mejores puestos, sé que es una estupidez, pero Roux nunca ha dejado de decirlo cada que puede. Similar a lo sucedido con Morton.
Con un jadeo escandalizado, Hermione se alejó abruptamente de Levi para poder mirarlo a los ojos y constatar que no estaba mintiéndole.
Devon Morton era un importante Jefe de Departamento que terminó enredado en un escandaloso amorío con su asistente, Mary Jones, nada que no se hubiese visto antes.
Lo interesante recaía en lo que hizo al jubilarse.
Para nadie era un secreto que Mary no era una bruja especialmente talentosa o con un currículum sobresaliente, por ello, sorprendió a todos que apenas su puesto estuvo vacante, Devon se aseguró de hacer lo necesario para dárselo. Lo que se decía desde entonces de la mujer eran palabras que Hermione detestaría repetir.
La alusión a una posible similitud entre ambas circunstancias era escandalosa.
—Las publicaciones de El Profeta no ayudan—se solidarizó Levi.
—Harry y yo decidimos dejar de leerlo luego de la primera publicación.
—No los culpo.
Sin ánimo de agregar algo más, Hermione permaneció en silencio, dándose de golpe con la cruel realidad. Al notar su expresión, Levi lució arrepentido.
—Pero todos nosotros, si me consideras tu amigo, sabemos que nada de eso es verdad. Es dulce que todos quieran protegerte de las habladurías.
—Supongo.
—Querida— la llamó el auror, empleando aquel tono carismático y tomó su mentón—. Es tu cumpleaños. Potter vendrá a matarme si ve que tienes esa cara después de hablar conmigo.
Al notar que conseguía hacerla sonreír, Levi la hizo girar una última vez, al mismo tiempo que la canción terminaba, con una tonta reverencia de su parte. Antes de que alguno de los dos pudiera decir algo, demasiado exhaustos, el cuerpo de Susan se interpuso entre ambos, enlazando su brazo con el de Hermione en un firme agarre.
Rompiendo el aura de complicidad entre los dos.
—¡Mírense! Se ven tan cansados, ¿Por qué no toman algo?
Sin que ninguno respondiera, Susan tiró de la castaña, llevándosela hacia la cocina, donde un muy energizado Neville preparaba un montón de bebidas, ofreciéndoles una a cada una.
—Harry va a matarlo—aseguró Susan, lo que para Hermione sonó a una muy clara e ilógica reprimienda.
—¿A quién?
Sosteniéndola discretamente de los hombros, la pelirroja la hizo darse la vuelta y observar el panorama a sus espaldas.
—Deberías ver su cara— explicó y señaló hacia uno de los muros de la sala, cuyos amplios ventanales permitían una completa visión.
En cuanto Hermione se dio la vuelta, pudo ver a qué se refería. Harry se encontraba recargado en el respaldo de uno de sus sofás, bebiendo de su vaso mientras Justin le hablaba animadamente, pero tan bien como lo conocía, sabía que no estaba prestándole atención.
Su mirada estaba fija en Levi, como si pudiera atravesarlo, que ahora reía con otras personas. Nada fuera de lo normal, pensó Hermione, riéndose de la exageración de su amiga.
—No es un secreto que Levi no le agrade a Harry, ¿Y qué?
Escuchó a Susan murmurar algo, malhumorada, antes de arrastrarla hacia los chicos. Dándole tiempo suficiente para admitir que podía tener razón. Su mejor amigo no lucía feliz.
—Neville está preparando Chartreuse, Justin, ¡Tienes que probarlo!—exclamó la pelirroja, dirigiéndose a su prometido, quien apenas tuvo tiempo de despedirse de Harry antes de ser arrastrado por su novia lejos de ahí.
Agobiada por la constante insistencia de Susan, Hermione no tuvo más remedio que permanecer en su lugar y mirar de refilón a su prometido. Lo conocía más que nadie y sabía que cuando se molestaba no era la persona más agradable con la cual estar.
Con osadía extendió su mano, quitándole el vaso en sus manos para beber de él, esperando alguna clase de reacción que no ocurrió. Harry se limitó a mirarla de refilón.
Dándose cuenta que esto no funcionaba y tomándoselo ahora como un asunto personal, Hermione se prometió saber que ocasionó su mal humor.
—Gracias, Harry— le dijo, recargándose a su lado. Ambos miraban la calle a través del ventanal, dándole la espalda a todos.
La respuesta que obtuvo fue verlo arqueando una ceja.
—Por organizar esto para mí— se explicó la chica, intentando no sonar ofendida por su actitud—. Lo estoy disfrutando mucho.
Harry se alejó del sofá, plantándose frente a ella.
—Sobre todo bailando con Agoney, según veo.
La sonrisa en los labios de Hermione tembló. Odiaba que Susan tuviese razón.
—Él es un buen bailarín— contestó forzosamente, cayendo en cuenta que sus palabras solo parecieron molestarlo. No era una novedad que Harry odiara bailar.
Súbitamente el ruido de la fiesta quedó ahogado, lejos de ambos ante la forma en que él la recorrió, tan amenazante como enigmático.
—No es por eso que estoy feliz, sino porque fuiste tú quien organizó esto para mí— le aseguró, tomándolo del brazo para intentar calmarse.
Palabras que surtieron buenos resultados al notar su semblante ablandándose.
—¿Me acompañas?— inquirió Harry de repente, tomándola de la mano que antes lo sostenía.
—¿A dónde?
—Solo ven, antes de que vuelvan a apartarte de mi lado— bromeó su mejor amigo, sin humor.
Con una mirada extrañada, Hermione accedió a seguirlo, y no es que tuviera opción con la curiosidad que le provocaba su comportamiento. Así que permitió que él la guiara hacia el pasillo que conectaba a las habitaciones, pasando al lado de todos sus amigos como si fueran completamente ajenos a lo que sucedía.
—¿Harry?
Él no respondió hasta que se encontraron traspasando el umbral de su habitación. Sin encender la luz, con solo la escasa iluminación de los faroles de la calle, Harry no se apartó de en medio, impidiéndole ver gran parte de la recámara, como su cama.
—Te dije que todavía tenía algo que darte— comenzó su amigo, sin soltarla. El calor que irradiaba su mano era tal, que tuvo la imperiosa necesidad de soltarlo con tal de mantenerse serena ante la inquietud que su actitud estaba provocándole.
Hermione cada vez entendía menos, cosa que consiguió ponerla irremediablemente nerviosa mientras él tiraba de su mano hacia el interior de la habitación y, cuando finalmente se apartó, lo que vio la dejo perpleja.
Sobre las sábanas negras de la cama reposaba un hermoso y elegante vestido color vino, al que las escasas luces del exterior arrancaba tenues destellos. Era la cosa más preciosa y costosa que Hermione hubiese visto antes.
Al principio quiso atribuirlo a lo poco acostumbrada que estaba a ropa como esa, pero incluso para ella, era notable la particular perfección de la prenda.
Cautivada por su belleza, Hermione avanzó tentativamente hasta la cama, rozando la tela con la punta de sus dedos y entonces, comprendió algo que había pasado por alto antes. Inconscientemente sus dedos tocaron sus aretes, cuyo color era notablemente a juego con el vestido.
Al darse la vuelta y encarar a Harry, expectante a su reacción, lo único que pudo decirle se alejó mucho de un agradecimiento.
—Esto es demasiado.
—¿Pero te gusta?
—Claro que me gusta, es precioso, pero esa no es la cuestión.
Recargado en la pared, con aire desenfadado y una mano en el bolsillo de su pantalón, Harry no podía lucir menos interesado en sus argumentos.
—Ese es su único propósito y veo que lo cumplió. El precio nunca ha sido un problema.
—Gracias, Harry—vaciló Hermione, abrumada por el despampanante regalo—. Realmente es... Es fantástico, pero no tenías que hacerlo.
Él hizo un desganado gesto con la mano, todavía analizando su reacción, hasta que Hermione, sin remedio, avanzó en su dirección y le echó los brazos al cuello para abrazarlo con toda la fuerza con la que contaba.
—No tiene caso que discuta contigo, ¿Verdad?
Puedo escucharlo reír, risa que sintió expandiéndose en ella ante la cercanía de sus cuerpos. También, fue capaz de percibir su cálido aliento rozando la piel expuesta de su cuello y finalmente, sus firmes manos sosteniéndola todo lo cerca posible.
—En lo absoluto—respondió Harry, satisfecho, y su abrazo se deshizo cuando ella retrocedió hacia la cama, abrumada por, quizás, todo lo recibido en una sola noche.
—No sabía que tuvieras tan buen gusto— bromeó ella, disfrutando al verlo fruncir los labios con gesto culpable, haciendo que la repuesta llegase sola.
—Luna— respondieron al mismo tiempo, ocasionando que Hermione riera, levantando el vestido y dirigiéndose hacia el espejo, donde lo colocó frente a ella, intentando imaginarse como se vería con algo tan valioso puesto.
A simple vista parecía ser exactamente de su talla y, evidentemente, de su gusto.
No se trataba de lo costoso o elegante que fuera, sino de quién estaba dándoselo. Nunca le pareció que Harry fuera la clase de hombre que daría regalos de ese tipo y por eso mismo, lo conservaría como todo un tesoro.
—Elegí la mayoría, y ella solo me ayudó a decidirme— aclaró él, sin deseos de perder todos sus méritos.
—Tengo que felicitarlos a los dos— observó Hermione, apartándose de la visión que el espejo le daba, encontrándose que Harry estaba más cerca, mirándola con atención, a ella y a cada uno de sus movimientos.
—Ya que no me dejaste tener nada que ver con tu vestido para la boda y tú hiciste tan buenas recomendaciones en mi túnica de gala para la cena, quise devolverte el favor.
—De no ser así tendría aquí un vestido de novia, ¿Eh?
Él se río en respuesta, mientras ella dejaba cuidadosamente el vestido en la cama y se colocaba nuevamente frente a su amigo.
—Gracias por los regalos, han sido todos maravillosos.
—Es tu cumpleaños— dijo Harry, como si sus atenciones fueran algo mínimo que debería tenerla sin cuidado.
Por el contrario, Hermione necesitaba hacerle ver que no era así y que lo que él hacía por ella no era una cuestión sin importancia. Nunca lo sería.
—Lo agradezco, cada detalle es valioso— se sinceró, pero entonces un fugaz pensamiento caló en su mente—, Y todo ha sido casi perfecto.
—¿Qué necesitas?
La joven sonrió, enternecida al notarlo tan alarmado ante su posible inconformidad.
—En toda la tarde no he bailado con la única persona con quién quería hacerlo.
La manera en que él la miró, con los ojos entrecerrados y actitud indescifrable, hizo que Hermione agachara la mirada con enfado. No había cometido un pecado por bailar con alguien por quien Harry no sentía el remoto agrado y por tanto, nada por lo que pedir perdón, mucho menos autorización.
Notando su cambio de ánimo y antes de que pudiera darse cuenta, Harry estaba tomando su mano con determinación y llevándosela fuera de la habitación.
Al notar su aparición, todos los presentes, esparcidos por la amplia sala de su mejor amigo sonrieron al verlos, animándolos a integrarse al caluroso ambiente festivo, causando que lo que sea que hubiese motivado a Harry a llevarla fuera de la habitación disminuyera, o lo hizo, tan solo unos segundos. Si bien lució intimidado brevemente, no la soltó y con renovada convicción, avanzó a la improvisada pista que George había inagurado desde primera hora de la tarde.
Inicialmente sorprendida con el significado de sus acciones, Hermione no pudo moverse hasta entender que es lo que su amigo pretendía.
Al sentir sus manos buscando las suyas, para colocarla sobre sus hombros y luego él sostenerla por la cintura, en una típica postura de baile la confundió, pese a lo evidente que resultaba sus intenciones.
Harry deseaba bailar con ella. Él realmente lo haría.
No sorprenderse, supuso, era algo perfectamente entendible, sobre todo porque la canción escuchándose en ese momento distaba mucho de la alegría con la que las otras pistas musicales contaban. Su ritmo era lento y calmado, con letra dulce y armónica, contrario a los ánimos eufóricos que todos parecían tener esa tarde.
Sobre el hombro de Harry, intentando hallar una explicación a que estaba ocurriendo, Hermione distinguió a Susan, mirándolos desde un extremo de la sala desde donde provenía la música, y al captar su atención, levantó el pulgar con aprobación.
No es como si nadie más tomara en cuenta su intercambio, ni siquiera Harry, ocupado en mantener un ritmo adecuado con sus pasos y el como debía guiarla.
Debió haber supuesto que su encantadora amiga pelirroja tendría mucho que ver en el cambio musical, del que nadie protestó, demasiado ocupados en conseguir alguien con quien bailar, en lugar de quedarse sentados.
Hermione sospechaba que las creativas invenciones de Neville con las bebidas tenían mucho que ver con el festivo ambiente.
Decidida a no mirar hacia Susan si no deseaba terminar reprendiéndola, Hermione se enfocó en Harry y el esfuerzo que este estaba haciendo por mantenerse en movimiento.
Inusualmente, lo hacía mejor de lo esperado.
—Espero no decepcionarte— le dijo él, previendo sus pensamientos.
—Nunca me has decepcionado, de hecho... — negó Hermione, convencida de que no debía molestarse con él, sino todo lo contrario—. Mis expectativas siempre han sido altas gracias a ti.
Sin entender, pero interesado en el significado de sus palabras, Harry dejó de mirar hacia sus pies y la miró sin comprender.
—¿Recuerdas a todos los chicos con los que salí?
—Intentó no hacerlo, y con Ron no tengo opción—bromeó, haciéndola girar de una manera menos diestra de lo que un buen bailarín haría, pero logrando que Hermione se sintiera cómoda y en confianza.
Reafirmando sus palabras, a lo lejos, la estrenduosa risa de Ron compitió con el volumen de la canción, esforzándose en lo que parecía un karaoke improvisado con George, Neville y Charlie, haciendo reír a todos los que los vieran.
Nadie que los conociera lo suficiente diría que aquella fue una relación deslumbrante.
Era como si al desearlo desesperadamente, con tanta fuera y por tantos años, al verse consolidada, su relación con Ron hubiese sido una mala ironía de la vida. A veces creía que se trataba de eso, un amor que debió mantenerse como algo platónico y nunca concretado.
Con Harry ya no tenía caso ocultar nada. Pronto se convertiría en su esposo y por tanto, en una extensión del compañero de vida que creyó que sería siempre, producto de su amistad. Sí, las circunstancias cambiaban ante esto, pero no la confianza que Hermione supuso, le tenía por ser su prometido.
—Bueno, la mayoría de citas que he tenido han sido en base a que en ti siempre encontré muchas cualidades que quería en un chico_ vaciló, considerando que sonaba mucho mejor en su mente pero una vez dicho no podía retractarse- Pero eso ya no importa, no es como si fuera a tener muchas citas de ahora en adelante, ¿no?
Él no respondió inmediatamente a su confesión. Permaneció en silencio, mirándola atento, descifrando lo que estas implicaban y por supuesto, pensando en el futuro que les quitaron.
En todas las oportunidades de conocer a otras personas, de casarse por elección propia, de enamorarse y con suerte o no, de construir sus propias vidas la lado de alguien a quien amaran.
¿Harry se habría casado con Ginny de verdad? ¿Hermione hubiera encontrado a alguien con quién comenzar una relación? ¿Alguien que compliese todos sus ridículos parámetros?
Evidentemente, nunca lo sabrían. Y no es que Hermione tuviese mucho interés en replantearselo ahora que todo para lo que tenía cabida cada vez que pensaba en el futuro era él. Cada posibilidad terminaba llevándola a Harry y lo mucho que deseaba que fuera él quien ocupara el lugar a su lado a partir de ese momento.
En cuanto fue conciente de esto, y lo poco que arreglaría deprimiéndose por el inexistente hubiera, se dedicó a mirar al chico que la sostenía. Era la clase de hombre con el que a una mujer difícilmente le molestaría salir, con su despeinado cabello negro yendo en todas direcciones y los ojos más verdes y atractivos que hubiese visto nunca.
Por su parte, mientras ella lo miraba, su atención parecía dispersa mirando a todos, riéndose, cantando y bailando, lejos de cualquier mundana preocupación.
Al sentir el peso de su mirada, Harry volvió el rostro hacia ella, con expresión acongojada.
—¿Habría sido una mejor idea que esta noche fuéramos solo tú y yo?—preguntó, inusualmente molesto con lo que parecía, era la cantidad de personas a su alrededor.
Hermione pudo sentir su agarre tensándose. La mano con que la sostenía se movió un centímetro sobre su piel, su palma abierta sobre su espalda enviaba corrientes eléctricas a cada fibra de su cuerpo, lo que la volvió incapaz de comprender que motivaba un comentario como ese.
—¿De qué hablas?
—De lo que te dije para traerte aquí— insistió Harry, apretando el agarre de sus manos—. Sobre pasar tu cumpleaños solo los dos, teniéndonos solo los dos. Tal vez esto te ha agobiado y, ciertamente tampoco hemos pasado mucho tiempo...
—No me habría importado pasar todo mi cumpleaños solo contigo, si a eso te refieres— interrumpió Hermione, alisando distraídamente la tela de la camisa sobre sus amplios hombros—. Cualquiera que sea el plan que te incluya es perfecto y estoy agradecida por todo lo que organizaste para mí.
—¿De verdad?
—Claro, ¿Quién se tomaría la molestia de hacer esto? Además, has cumplido mi único capricho_ recalcó, abarcando a ambos, moviéndose sincrónicamente cerca—. Cada cosa que haces por mí es valiosa.
Sorpresivamente, la mano con que él la sostenía la atrajo hacia sí, deteniendo sus movimientos para abrazarla de una forma que solo podía describirse como íntima. Hermione no tuvo tiempo para corresponder antes de que Harry ya la hubiese soltado, mirándola afectuosamente.
Cada que él hacía algo similar, ella podría jurar que el mundo se detenía.
—Eres adorable— le dijo, exhibiendo una sonrisa cariñosa, mientras su mano trazaba círculos sobre su espalda.
Cohibida por la forma en que su amigo reaccionó, Hermione agradeció que alguien detrás de ellos gritara su nombre, haciéndolos darse cuenta que eran los únicos que permanecían bailando.
Todos se encontraban reunidos alrededor del comedor, en el cual reposaba un gran pastel con velas mágicas de las que salían destellos que asimilaban pequeños fuegos artificiales.
Pronto sintió las manos de Harry puestas sobre sus hombros, conduciéndola en la dirección de sus amigos.
Lo que consideró un pastel común, al acercarse, terminó siendo una enorme réplica de "Hogwarts, una historia", glaseado con los colores exactos de su ejemplar favorito y las velas, todavía centelleantes, idénticas a las que flotaban en el Gran Comedor del castillo.
Luna la colocó frente al pastel, mientras todos la animaban a soplar las velas. Al inclinarse sobre el pastel, replanteándose si es que podía ser real la vieja creencia de que pedir un deseo podría cumplirse, decidió tener una fe ciega porque así sería.
En ese instante, con el tiempo deteniéndose al pensar en sus añoranzas, le pareció que tenía todo lo que podría pedir.
O casi todo. Deseaba una buena vida que vivir al lado de Harry, sin nadie más de por medio.
En cuanto sus ojos se cerraban, con la ilusión del cumplimiento de su deseo haciéndose fuerte en su interior, el destello del flash cuando la llama en las velas se apagó la cegó momentáneamente.
Frente a ella, al abrir los ojos, Justin sostenía una cámara, inmortalizando uno de los momentos de su vida plagados de solo absoluta felicidad, y que atesoraría eternamente.
La fotografía que mostraría siempre lo radiante que su mejor amigo se veía a su lado, con todas las personas a las que apreciaba en su vida a su alrededor, mostrándose ridículamente felices.
Gracias a Harry, su cumpleaños número veintitrés fue total y absolutamente perfecto y sospechaba que, a partir de entonces, se encargaría de hacer lo mismo con todos los aspectos de su vida.
••••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••×
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