Pocas veces podía alardear de sentirse como aquella noche, con la tenue iluminación de su habitación haciendo parecer que el vestido que caía con soltura sobre su piel resplandecía magníficamente.
A pesar de no ser precisamente la clase de prenda que habría comprado para sí misma, sentía que de una manera inexplicable, fue diseñado para que ella la usara. Imaginar que había Harry quien lo eligió personalmente pensando en regalárselo mejoraba su ánimo al usarlo.
En cuanto dejó que el vestido cayera sobre su cuerpo hasta casi rozar el suelo, pudo entender la ilusión que la cena le producía y sobre todo, acompañar a su mejor amigo.
A diferencia de lo que su versión más joven pensaría, le gustaba lo que veía en el espejo, la mujer en la que se había convertido gracias al paso de los años y la experiencia.
Su cabello seguía siendo casi tan rebelde como antes, sus ojos tan cafés como siempre, pero algo en su mirada cambió y sin saber con precisión de que se trataba, le encantaba. Su cuerpo ya no era el de una niña, por supuesto, sus caderas se habían redondeado y mucho ayudaba haber crecido unos cuantos centímetros para proporcionar las medidas de su figura.
Examinando evaluativamente su imagen, se echo el cabello sobre la espalda, lacio para la ocasión, solo para poder mirar el par de pendientes que como creyó apenas verlo, hacían juego con el vestido.
Se veía justo como deseaba.
Incluso por la mañana, no existió un momento en el que no pensara en la importancia del evento al que asistiría por la noche, llenándola de nervios mal camuflajeados ante unas altas expectativas a las que no halló explicación hasta que se encontró frente al espejo.
Una vez que lo asimiló, no tuvo sentido esconderlo.
Por alguna ridícula razón, deseaba verse tan guapa como pudiera, quizás porque sería la primera vez que Harry la presentaría como su prometida frente a sus compañeros de trabajo y básicamente frente a todos quienes se encontraran en la ceremonia. Tal vez solo deseaba que él admirara como lucían sus regalos en ella.
Se replanteó duramente si debió o no haber aceptado, pero si Harry la invitó debió ser por una buena razón. Y si ese era el papel que le tocaría interpretar a partir de ese día, Hermione deseaba desempeñarlo con orgullo.
Estaba harta de sentirse culpable, triste y avergonzada, y Harry menos que nadie merecía lidiar con eso. Sabía que no le avergonzaba que él fuera su prometido, y si no era así, pretendía comenzar a hacérselo saber.
No es como si fuera a casarse con alguno de los otros tantos pésimos magos que le propusieron matrimonio, se trataba de su mejor amigo, un mago valiente, astuto, honesto y, si era sincera, muy apuesto. Ir como su compañía, por tanto, no debía ser visto como un castigo.
Desde su cumpleaños, días atrás, el agradecimiento que sentía por Harry era apenas contenible, así como sus genuinos deseos por devolverle un poco de todo el apoyo mostrado las últimas semanas en que juntos se embarcaron en una travesía sin precedentes.
A veces, sin importar la hora o el día, se encontraba deseando su compañía en los momentos más impredecibles. Con suerte, su ánimo mejoró gradualmente desde la noche de su compromiso hasta entonces.
Ahora se sentía positiva por el futuro y lo que podría pasar, creyendo fervientemente que su amistad se fortaleció, en lugar de ir en declive como creyó que sucedería.
Haciendo algo tan sencillo como vestirse, decidió que no sería ella quien le hablaría sobre los rumores sobre su compromiso. Después de todo, solo importaba la verdad que ellos dos supieran y el como se sintieran al respecto.
Atraído por sus pensamientos, la puerta de su departamento fue golpeada suavemente, dando un vuelco a su corazón. Rápidamente Hermione tomó su bolso, dirigiéndose presurosa hasta la puerta, que no abrió inmediatamente.
Se quedó ahí, inmóvil unos cuantos segundos hasta que no tuvo más remedio que abrir y esperar que su nerviosismo estuviese bien camuflajeado. Al hacerlo, se encontró con la versión más radiante que había visto en Harry en las últimas semanas.
La túnica de gala para la ocasión era, ciertamente, perfecta con él usándola. Como siempre, su rebelde cabello lucía desordenado, pero creaba un agradable contraste con lo elegante que se veía, con aquella corbata negra (todavía por hacer correctamente) y el impoluto color blanco de su camisa.
Mirando hacia el pasillo, al escuchar la puerta abriéndose, Harry levantó la cabeza para saludar, quedándose a media frase cuando sus ojos se encontraron.
Habría resultado imposible pasar por alto la manera en que su mirada verdosa descendió desde su rostro hasta recorrer minuciosamente la trayectoria que el vestido seguía en su cuerpo, deteniéndose unos segundos en la caída de la tela en sus caderas.
—¿Está bien?— susurró Hermione, cuya voz sonó ahogada y nerviosa.
Como esperaba, llamó la atención de su amigo, devolviéndola a sus ojos. Sin embargo, Harry parecía no haber entendido el sentido de su pregunta.
Pudo verlo cerrando la boca, apretando la mandíbula y luego concentrándose en responder. Hermione habría jurado que algo cálido le llenaba el pecho, combinándose con el orgullo que le provocaba notar su admiración.
—¿A qué te refieres?— respondió, teniendo que aclararse la voz cuando esta sonó ronca.
Hermione sonrió inconscientemente, dando un paso hacia adelante y sorprendiéndose al sentir sus piernas débiles ante la cercanía.
—Al vestido, ¿Está bien?— insistió la joven, deslizando sus manos por la tela aferrándose a su cintura.
Sus acciones ocasionaron otra buena reacción, o eso le pareció en cuanto los ojos de Harry vagaron nuevamente por su figura. Un calorcito desconocido, pero placentero le recorrió la espalda, dándose cuenta, satisfecha, que a él no le desagradaba en lo absoluto.
Darse cuenta de esto le otorgaba una clase de poder que no conocía.
—Sí, es... Realmente... Te ves preciosa usándolo. Puedo ver que elegí bien, ¿No es así?— carraspeó, manteniéndose rígido cuando ella comenzó a hacerle la corbata. Al terminar y encontrarse mirándose no pudieron más que sonreírse tímidamente.
—Sí, parece que tienes un buen gusto— río ella, negándose a levantar la mirada.
—En realidad fue bastante sencillo escogerlo— admitió Harry. Su aliento le rozaba el rostro, combinándose con el aroma de su colonia, siendo lo único que Hermione pudo respirar por aquellos largos segundos.
—¿Ah sí? ¿Por qué?
—Solo hacía falta imaginarte usándolo.
Aunque sonrió gentilmente, Hermione no pudo ignorar ese "algo" saliéndose de los límites, pese a ser solo unas cuantas palabras, habían tenido un efecto extrañamente peculiar. Hasta no descubrir que era lo que estaba haciéndola sentir tan torpe bajo su escrutinio, no pudo más que limitarse a terminar con su trabajo y esforzarse, por su bien propio, en ocultar el enrojecimiento de su rostro.
—Tú también te ves... Ciertamente muy bien— musitó Hermione pasados unos segundos, palmeándole el pecho con lo que esperó fuese un gesto amistoso que aligerara sus nervios—. ¿Nos vamos?
Harry asintió torpemente, dando un paso hacia atrás para ofrecerle su brazo con galantería. Acción que al parecer bastó para despabilarlo lo suficiente y hacerle volver en sus cinco sentidos.
En cuanto Hermione se aferró a él, cerrando la puerta de su departamento detrás de sí, no existió nada que deseara más que asistir a aquella cena del brazo de Harry Potter.
O a donde quiera que él quisiera llevarla.
••••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••×
Tan pronto como Harry y Hermione aparecieron fuera de los límites de la propiedad en la que se llevaría a cabo la fiesta, quedó claro que los precedentes para la organización eran tan extravagantes como los rumores aseguraban.
La enorme fachada del lugar se alzaba imponente, rodeada de espaciosos jardines haciendo resaltar el aura pasada de su arquitectura barroca, todavía conservando su antigua gloria grabada en cada uno de sus muros.
A su llegada, la luz del sol había quedado atrás para dar paso a la obscuridad de la noche, solo tenuemente iluminada por la luz de la luna, brillando detrás de la enorme mansión y los altos faroles a los lados del camino que conducía a la entrada.
Sus comentarios banales y agradables perdieron fuerza en cuanto Hermione se encontró allí, de pie en medio de aquel extenso camino, admirando lo gloriosa que la luna parecía esa noche. Como si con su presencia, les diera la bienvenida a alguna especie de nuevo comienzo.
No podría explicarlo con palabras, pero contrario a lo que llegó a creer semanas atrás, en las que su vida parecía estar en un eterno limbo de desolación, la sensación que llenaba su pecho esa noche era completamente nueva y diferente. Por primera vez creía estar haciendo lo correcto.
Como asistir a esa fiesta, en la que el valor que tenía para Hermione no recaía en la elegancia o lo bien que pudiera pasársela rodeada de lujos y personas desconocidas, sino de un nuevo inicio para ella y quien la sostenía.
Un comienzo para ambos.
Al notar su distracción, Harry se detuvo, mirándola atentamente, como si esperase descubrir lo que sea que estuviera tomando forma en su mente, hasta que Hermione bajó la mirada y sus ojos terminaron encontrándose. Sin pedírselo, ella exteriorizó un fragmento de como estaba sintiéndose porque después de todo, necesitaba que él supiera.
—Estoy un poco nerviosa— admitió, clavando su mirada en la enorme entrada por la que todos los invitados desaparecían.
Harry río suavemente, palmeando la mano que Hermione mantenía sobre su brazo.
—No tienes porqué— le aclaró, sin atreverse a dar un paso hasta que ella estuviese lista.
—Esto está haciéndose más y más real, ¿No lo crees?— suspiró Hermione, intentando recuperar el aliento.
—Es porque lo es— respondió Harry, sin prestar atención al resto de parejas que pasaban a su alrededor, inclinándose ligeramente sobre ella—, Y probablemente seas la bruja más guapa de todo el lugar.
Sonriéndole dulcemente, agradecida por el halago, fue ella quien decidió emprender su camino de nuevo por el irregular camino que conducía a la entrada de la propiedad. Siempre que él no la soltase, se sentiría segura de no querer detenerse.
Afuera de las enormes puertas abiertas de par en par podía verse a un grupo de aurores riéndose y hablando estruendosamente, todos ellos vestidos de gala. Al ver a Harry acercándose enmudecieron, hasta que él los saludó con una leve inclinación de reconocimiento y una sonrisa ladeada, pasándolos de largo sin dejar de dedicar su completa atención a Hermione.
—¿Por qué te han visto así?— río Hermione, mientras ambos subían los primeros escalones.
—Un grupo de chicos decidió que vendría sin pareja, pero algunos hemos aclarado que no respetaríamos su tonta organización y ya ves, no renunciaría a una excelente compañía solo por solidaridad.
Aunque quiso responderle, Hermione enmudeció en cuanto atravesaron la entrada. Era una de las fiestas más magníficas que hubiese visto antes.
Cada detalle exteriorizaba un buen y refinado gusto por donde se viera. Desde los candelabros en el techo, hasta la decoración con un aire de gloria pasada.
Algunas velas flotaban en cada rincón del salón para brindar una buena iluminación que no alcanzaba a ser suficiente para el altísimo techo. Como era de esperarse, todos los invitados se movían por todo el salón, a los que Hermione reconoció como altos funcionarios y jefes de departamento en el Ministerio.
Incluido Finley Roux, tan pretencioso como siempre, enfundado en una costosa túnica azul de gala, que parecía quedarle varias tallas pequeña. En tácito acuerdo la joven pareja se alejó de la dirección en que el hombre alardeaba sobre cualquier tema que considerase que lo incluía.
En su lugar, distinguieron a Kingsley, separándose de un grupo de magos con aire agobiado. Al verlos, caminó hacia ellos apresuradamente antes de que pudieran retenerlo de nuevo.
—Por un momento creí que lo imaginaba— fue lo primero en decir, clavando su mirada sorprendida en Hermione, del brazo de su mejor amigo—. No esperaba verlos esta noche.
— Aquí nos tienes— dijo Harry, sonriente—. ¿No es mi prometida la bruja más guapa de todo el lugar?
Un leve deje de sorpresa atravesó los obscuros ojos del ministro, que se apresuró a ocultar relativamente rápido. Era la reacción que todos tenían cada que alguno de los dos admitía o hablaba naturalmente de su compromiso sin lucir mínimamente infelices.
—Tienes razón— atinó a decir Kingsley, haciendo una inclinación hacia la chica—. Luces encantadora, Hermione.
—Eso es decir mucho... ¿Qué hay de ti? ¿Una noche atareada?— preguntó la castaña, notando lo aliviado que el hombre parecía sin nadie a su alrededor asechándolo con actividades relativas a su cargo.
Los invitados no paraban de llegar, saludándose animosamente unos a otros en varios grupos, mostrándose como la élite apenas afectada por la mayoría de problemas comunes que agobiaban al resto de la sociedad. Era predecible entonces que la presencia del Ministro de magia sería una de las más solicitadas.
—Más de lo que creí, y eso que la ceremonia ni siquiera es mía— admitió Kingsley y antes de que pudiera agregar algo fue arribado por dos magos que por su aspecto acelerado, informándole que debía saludar al ministro de magia francés, no podían ser más que alguna clase de asistentes.
—Disfruten ustedes— suspiró, despidiéndose de ambos sin otra opción, precedido por ambos hombres todavía susurrándole todo su itinerario.
Nuevamente solos y agradecidos de no estar en el lugar de Kingsley, la pareja se alejó en la dirección opuesta, saludando esporádicamente a sus conocidos y otras personas a las que Hermione no estaba segura de conocer, pero con suerte, no tuvieron que detenerse a hablar con nadie.
—De haber tenido que hacerlo, habría estado aterrada si tuviera que venir sola— musitó Hermione de repente, provocando que Harry riera con jovialidad.
—Odio estos eventos— admitió él confidencialmente, dudando unos instantes al encontrarse a pocos metros de un grupo de magos jóvenes que al verlo, comenzaron a llamarlo con entusiastas ademanes—. Pero admito que contigo aquí mejoran mucho.
Hermione atinó a reírse, enfocando su atención en lo nerviosa que se sintió al comprender que Harry estaba llevándola al encuentro de sus compañeros. Podía sentirse bien a su lado, pero todo adquiría un matiz diferente al pensar en interactuar con el círculo en el que su mejor amigo se movía.
Sus rutinas podían seguir entrelazadas, pero con ambos asumiendo sus respectivos trabajos crearon vidas paralelas.
Todavía sonriendo, Harry la guio hacia los que supuso eran aurores, visto su porte, notando en el proceso, con solo ver el ánimo de su amigo, que debía de tener una buena relación con ellos. De alguna manera, Hermione siempre estaría convencida al asegurar quien era del agrado de Harry y esto lo motivaba a relajarse y confiar en que el encuentro sería agradable.
Como lo previó, la manera en que su prometido saludó a todos y cada uno de ellos, con un amistoso apretón de manos y una sutil broma de por medio confirmó sus suposiciones. Hecho esto, volvió a su lado, donde la castaña lo esperaba sonriendo tímidamente en espera de una inclusión al grupo.
—Ella es... Hermione Granger, mi prometida— dijo Harry, titubeando por primera vez en la noche, no por vergüenza, como la chica pudo haber creído, sino por la reacción que sus palabras causaron.
Las expresiones de los cuatro aurores frente a ellos pasó de la admiración a mostrar pícaras sonrisas, hasta que uno de ellos, el más alto, con rizado cabello rubio y ojos marrones dio un paso adelante y le ofreció su mano a la joven como saludo.
—Un gusto, Hermione— pronunció, ignorando la mueca divertida de Harry cuando ambos estrecharon sus manos—, Y ya que Potter es lo suficientemente descortés para presentarme, lo haré yo mismo. Thomas Lambert.
El reconocimiento cruzó la mente de Hermione, recordando las variadas ocasiones en que su mejor amigo compartió anécdotas con ella, introduciendo nombres de sus compañeros ocasionalmente.
A Thomas le precedió Asher Hill, quien parecía ser el mayor de los cuatro, con relucientes ojos grises y cabello marrón, después, Ryan y Simon, mellizos casi idénticos, de no ser por el color de sus ojos, ambos azules, solo algunos tonos más claros que el del otro.
—Un placer conocerlos— les dijo Hermione, reconociendo que todos eran tan agradables como pudo suponer.
—Harry siempre hablaba de ti— comentó Asher, su voz estaba impregnada de burla, con claras intenciones de avergonzarlo—. Todos estábamos deseando conocerte personalmente.
—¿Ah sí?— preguntó Hermione, dirigiendo una mirada elocuente hacia un muy evasivo Harry, intentando frenar sus declaraciones con miradas de advertencia que poco sirvieron.
—Oh sí, todo el tiempo— concordó Simon, asestando un travieso golpe en el hombro de su prometido, que él correspondió con un juguetón empujón.
—Claro, cada que quiere mantenernos a raya— siguió Thomas, ignorando intencionalmente a Harry y sus intentos por explicarse ante una sumamente divertida Hermione.
—Creo que no entiendo— alegó ella, riendo.
—Solo están exagerando...— interrumpió Harry, luciendo ahora arrepentido por haberla conducido con ellos.
—Hermione no habría aprobado esto— tarareó Ryan, riéndose tontamente cuando su hermano aprobó su imitación.
—¡Hermione siempre dice que debo ser más precavido!— secundó Simon—. Eres como la voz de la conciencia de todo el escuadrón, siempre que algo parece ir mal nos preguntamos, ¿Qué haría Hermione?
—Sí, que graciosos, ¿Por qué no se callan de una buena vez?— siseó Harry, aprisionándolos en una llave de luchador con sus brazos, acción que no bastó para callar a los dos aurores restantes.
—Oh, Hermione me mataría si supiera que...
Hubo una fracción de segundo en la que Harry soltó a los hermanos y miró a Thomas como si pudiera atravesarlo, frenando de golpe lo que sea que fuese a decir. Sin lucir intimidados, riéndose de su reacción, los chicos no tuvieron más remedio que entretener a Hermione con comentarios graciosos, haciéndola sentir integrada fácilmente.
Pero ni aun cuando Harry la condujo hasta su mesa, casi individual, como las del resto de los invitados, lo suficientemente apartada de donde se desarrollaba toda la velada, la curiosidad que le produjo lo que Thomas estuvo a punto de decir menguó.
—¿Qué es lo que haces que tanto podría molestarme, Potter?— exigió saber, con un deje de broma apenas estuvieron solos.
Él se encogió inocentemente de hombros y aunque quiso fingir que no lo estaba, era fácil para ella adivinar lo abochornado que se encontraba luego del encuentro con sus compañeros, notándose en sus intenciones por alejarla de ellos sutilmente.
En el fondo, Hermione se sentía contenta y halagada de haberse enterado de aquellas revelaciones, sobre todo porque al parecer, Harry sí parecía tomar en cuenta sus advertencias por ser más cauteloso, lo que le quitaba un peso de encima. Mientras él la guiaba no podía dejar de pensar en lo feliz que se sentía por ser parte constante de la vida de su mejor amigo.
Tan sumida en sus propias cavilaciones, no tuvo mucho tiempo para notar como Harry frenaba sus pasos, mirando fijamente a un punto detrás de ella. Al darse la vuelta, Hermione se encontró con que un alto mago, de hombros anchos, elegante túnica negra y cabellos casi completamente encanecidos se dirigía en su dirección.
Inmediatamente Harry avanzó en su encuentro, conduciendo a Hermione con una mano sobre su espalda. El saludo entre ambos fue caluroso y genuino, al menos desde la perspectiva de la joven, que esperó pacientemente hasta que su prometido volvió a colocarse a su lado.
—Señor, me gustaría presentarle a Hermione Granger, mi prometida— informó Harry orgullosamente, apartándose ligeramente para hacer las respectivas presentaciones.
—He oído mucho de ti y de tu trabajo— contestó el hombre, cuya voz profunda y serena eliminó el nerviosismo inicial de la castaña, que no demoró mucho en estrechar la mano que le ofrecía.
Toda su figura, a pesar de los años, podía transmitir una fuerte imponencia, contrastante con la amabilidad que sus ojos color avellana transmitían. Hermione podía ver porqué su amigo confiaba y lo admiraba.
—Es un placer conocerlo, señor Rolland. Harry me ha hablado mucho de todo lo que le ha enseñado, su trabajo es admirable.
Por lo que Hermione sabía, después de que Gawain Robards dimitió de su cargo inmediatamente después de la guerra, Eustace Rolland, auror de gran experiencia fue el seleccionado para ocupar el puesto de jefe de la oficina de aurores casi simultáneamente a cuando Harry entró a la Academia. Si bien su tiempo en el cargo no había sido demasiado, sí su intachable trayectoria laboral.
—Me alegra saber que este muchacho quedará en buenas manos— dijo, palmeando la espalda de Harry, que solo pudo mostrar una sonrisa ladeada.
—Espero que así sea, señor— opinó Hermione, acercándose inconscientemente a su amigo, aferrándose de nuevo a su brazo, intercambio que no pasó por alto para el hombre frente a ellos, notando algo que solo él pudo descifrar.
—Siempre es bueno que alguien esté ahí luego de cada misión— aseguró en tono confidencial—. Para curar las heridas y descansar el alma.
Eustace Rolland se dio la vuelta, buscando brevemente en la multitud hasta que encontró a quien buscaba, señalando en su dirección con un leve cabeceo, como si estuviera afirmando sus palabras. Al mirar hacia donde él señaló, Hermione entendió.
Rodeada de un grupo de brujas y magos, fue fácil identificar a quien se refería. Una hermosa bruja de largo cabello café que caía en bucles por su espalda, enfundada en un precioso vestido azul.
Con solo mirar la forma en que sus ojos se iluminaban y la admiración llenaba su voz al verla, fue fácil comprender que creía en lo que estaba diciéndoles.
—Un refugio del mundo que nos encargamos de proteger. Mi Eleanor lo hizo por más de veinte años y nunca dejé de necesitarla en los momentos difíciles.
Harry y su antiguo jefe intercambiaron unas cuantas palabras más en las que Hermione no participó, no por falta de interés. No, se trataba de todo lo contrario.
La calidez que invadió su pecho al percatarse lo que un matrimonio de verdad significaba la abrumó, dejándola en medio de un confuso remolino de emociones.
—Algún día ocuparás mi lugar, chico, hasta entonces, compórtate con Lemaire— decía Eustace, despidiéndose de la joven pareja.
—Hasta entonces, señor— contestó Harry.
—Fue un placer conocerlo— pronunció Hermione cuando su turno llegó, enternecida por haber sido capaz de vislumbrar más de lo que esperó en aquel hombre de semblante duro, pero indudables buenos sentimientos.
—Igualmente, querida— le respondió, sonriendo afectuosamente antes de alejarse.
Incluso cuando Harry la guio hasta su mesa, su mirada, emocionada y expectante no se apartó de Eustace Rolland hasta que este se reencontró con su esposa, recibiendo una reacción idéntica a cuando se vio reflejado en los ojos de la mujer de la que hablaba con tanta admiración.
Si era así como un matrimonio lucía, Hermione deseó fervientemente tener algo similar para sí misma algún día. Un vínculo igual de poderoso, un refugio al cual acudir en los buenos y malos días.
Alguien con quien reunirse cuando el mundo pareciera caerse a pedazos.
Sorprendentemente, o quizás no, ahora podía poner un rostro a todas sus expectativas, con el cual imaginaba conseguirlas. Mirando a su lado, a un Harry atento ante el comienzo de la ceremonia, con un discurso de Kingsley para el recién jubilado Eustace Rolland, cuyas palabras no escuchó, se prometió estar ahí incondicionalmente para que, algún día, Harry pudiera verla como la clase de refugio en el cual soportar el peso del mundo que tantas veces defendía sin dudar.
Para ser ella y nadie más, a quien él pudiera recurrir sin siquiera dudarlo.
Tan pronto como la cena comenzó, Hermione pudo vislumbrar que Harry también tenía su propia atención dirigida en otros asuntos.
Hablaban esporádicamente en medio de toda la ceremonia, por supuesto, pero la mayor parte del tiempo permanecieron sumidos en un cómodo silencio que les permitió a cada uno pensar sobre lo que aquella noche significaba para ellos.
Cuando Eustace recibió su reluciente placa, reconocimiento de su arduo trabajo, el orgullo latente en los ojos de mujer que lo miraba desde la multitud hizo a Hermione añorar toda una ola de nuevos sueños que nunca creyó aspirar a cumplir.
Al notar la sonrisa formándose en los labios de su amigo, mirando al hombre que tanto le ayudó, Hermione apenas y pudo dudar antes de colocar su mano encima de la suya, sobre la mesa, deseando fervientemente estar ahí cuando Harry lograse todo cuanto se propusiera.
En respuesta, lo sintió reemplazar su lugar, cubriendo con su mano la suya sin apartar la mirada del frente, y tuvo la sensación, de que Harry sabía lo que pensaba.
Él siempre lo hacía.
••••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו••••×
No podía quejarse de muchas cosas últimamente, consideró Hermione, mientras la mano de Harry sostenía la suya, guiándolos lentamente por el reducido espacio en medio del salón en el que la gran mayoría de las parejas bailaba al ritmo de una agradable canción que hacía fácil el rítmico movimiento de sus pasos.
Desde su cumpleaños, o eso suponía, Harry no perdía oportunidad en hacerle ver que estaba dispuesto a convertirse en un mejor bailarín de lo que alguna vez fue.
No le habría molestado quedarse sentada a su lado siempre que pudieran hablar con tanta soltura como siempre lo hacían, por lo que la sorprendió que fuera él quien se levantara y extendiera su mano frente a ella, invitándola a bailar.
"¿Alguna razón para esto?" Había preguntado Hermione, sin poder ocultar la sorpresa que su acción le produjo, pero siendo incapaz de negarse.
"A que ya no estoy dispuesto a quedarme mirando como otros sí se atreven a bailar contigo" respondió él y esa fue toda la explicación que recibió.
De eso hacia varias canciones. Por suerte, todas ellas lo suficientemente sencillas como para no dedicar su completa atención a los pasos con los que se moverían, de modo que pudieron hablar, eso sí, lo necesariamente cerca para poder escucharse sobre la música.
—Gracias— le dijo Hermione, súbitamente.
—¿Por qué?— inquirió él, y aun si no podía ver su rostro, pudo imaginárselo confundido.
La chica esperó a que ambos giraran para poder decirle como se sentía. Su mentón descansaba casi sobre su hombro, de modo que no podía verlo, lo que facilitó su despliegue de sinceridad.
—Hoy me sentí más cerca de ti... Gracias por hacerme parte de tu vida y tratarme frente a todo el mundo como...
—¿Cómo mi prometida?— interrumpió Harry, separándola lentamente de él para poder mirarla y hacerle ver que hablaba en serio—. Creí que eso eras y es así como te trataré. Incluso si no hay personas cerca, ese es tu lugar en mi vida ahora.
Todas las palabras de agradecimiento que Hermione pudo haberle dicho no alcanzarían para hacerle ver cuan enternecida estaba. Así que desistió, negándose a hablar.
En su lugar, volvió a abrazarse a él, recuperando su posición original, mirando sin mirar al resto de parejas bailando a sus costados sintiéndose parte de una película en la que los problemas no existen.
Sus manos parecían fundirse ante su tacto, hallándose en el sitio correcto al estarse tocando con tanto cariño desbordándose por el otro. Con cada cosa que sucedía, cada obstáculo afrontándose y la nueva confianza surgiendo desde lo más profundo de sus corazones, no existía otra persona en el mundo con quien Hermione deseara pasar el resto de sus días.
Con aquella canción coordinando sus movimientos, por esa noche, Hermione solo deseó concentrase en el joven que la sostenía con tanta firmeza y que esperaba, pudiera hacerlo por el resto de su vida.
••••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••×
Pasaba de la medianoche cuando las figuras de Harry y Hermione aparecieron al final de la calle, enfilándose por encima de la acera, solo iluminada por las lámparas de las calles y los pocos comercios abiertos.
Todavía apoyándose en su amigo, ahora gracias al punzante dolor que los tacones le producían, luego de una noche entera bailando, Hermione no podía decir que se arrepentía de haber accedido a acompañarlo.
Gracias a sus vestuarios, algunas de las pocas personas en la calle volteaban a mirarlos dos veces antes de seguir con sus caminos, sin que a ellos les importase en lo más mínimo. Minutos atrás sus risas y conversaciones sobre su agradable velada habían sido remplazadas por el silencio que el cansancio provocaba.
Hermione estuvo tentada a pedirle, apenas llegaron a su edificio, que se quedase por esa noche, igual que tantas otras atrás, pero entonces él se detuvo, a solo unos metros de la entrada, mirándola en silencio sin atreverse a despedirse aún.
Justo cuando ella se disponía a comunicarle su sugerencia, su voz la detuvo.
—Tengo algo para ti— le dijo, en un tono tan bajo en comparación al utilizado en la fiesta que activó las alarmas.
—¿Y qué puede ser?— curioseó Hermione, sintiendo que la sonrisa en sus labios flaqueaba.
Por alguna razón, Harry dejó de mirarla fijamente, concentrándose en la calle y sus propios zapatos.
—Cuando te dije que haríamos todo bien hablaba en serio.
— Pensé que ya lo hacíamos— vaciló Hermione, pasando el peso de un pie a otro.
—Sí, lo sé, pero aún queda tanto por...
Harry hizo una pausa, replanteándose lo que haría a continuación y, pasados unos segundos, decidió que mostrárselo era mejor que decirlo pues, ante su atenta mirada, metió su mano en el bolsillo de su pantalón, sacando una pequeña caja de terciopelo negro, abriéndola casi instantáneamente frente a ella.
En su interior, como Hermione pudo preveer, pero se negó inicialmente a creer, estaba la cosa más hermosa que nunca antes vio, reclámandola como su dueña.
Un anillo con una reluciente banda plateada, rodeando firmemente el diamante más peculiar y brillante que hubiese visto, al que la luz de las lámparas sobre ellos arrancaba destellos, y a los lados de este, dos diamantes redondos más pequeños y similares en color y corte. La visión la dejó sin aliento, teniendo que recordarse que debía respirar y por supuesto, reaccionar ante lo que sucedía.
—Sé que debí dártelo desde que te lo propuse, pero...
Harry titubeó, nervioso ante su silencio, no atreviéndose a dar un paso más, al contrario, fue Hermione quien se acercó, siendo invadida por el olor de su colonia mezclándose con el champagne.
—Es precioso— jadeó la chica, todavía admirándolo.
Más allá de lo que inicialmente creyó, había algo en el anillo que la fascinaba, y no se trataba de lo costoso de su diseño, era algo más llamándola con insistencia que la hacía desear poder saber como sería usarlo.
Era casi como reencontrarse con un antiguo objeto perdido que vuelve a su dueño. Aunque irónicamente, nunca antes lo había visto hasta esa noche, en la que toda clase de cosas podían suceder.
Obedeciendo a su silenciosa petición, Harry lo sacó de la caja, sosteniéndolo entre sus dedos hasta que, reaccionando ante lo que él estaba pidiéndole, Hermione extendió su mano, temblando por los nervios hasta que la mano de él la sostuvo.
Pudo escucharlo suspirando, aliviado, antes de deslizar el precioso anillo en su dedo anular, encajando a la perfección. Por unos segundos ambos contemplaron la imagen con absoluta admiración hasta que pudieron volver en sí, levantando las miradas a las que, al encontrarse, respondieron sonriéndose inconscientemente.
Confundidos, abrumados y... Felices.
El orgullo brillaba en los ojos de Harry al sostenerla.
—Ahora es todo lo oficial que puede ser— decretó él, soltando gradualmente su mano—. Llevo toda la noche pensando en el momento adecuado para dártelo y...
—Este momento lo es— lo tranquilizó Hermione, maravillada por lo bien que la argolla se acoplaba a su dedo, como si siempre hubiese pertenecido ahí—. ¿Luna también te ayudó a escogerlo?
—No, esto es algo que he querido hacer por mi cuenta, ¿Te gusta? Puedo cambiarlo si no es así.
—No— se negó la joven, acariciándolo con la yema de sus dedos pues sabía, sin saber como, que aquel anillo ya le pertenecía—. Es precioso, Harry.
Obedeciendo a un arrebato, se aproximó a él y le rodeó el cuello con los brazos en un apretado abrazo que ninguno se molestó en romper. Podía sentir el calor de sus manos sobre la piel que la tela del vestido no alcanzaba a cubrir, haciendo todo el doble de real.
Al separarse, medio minuto después, por mucho que Hermione deseara permanecer un poco de más tiempo a su lado, sobre todo con lo agradecida que se sentía con él y lo mucho que se esforzaba en hacerla sentir cómoda, supo que pedirle que se quedase esa noche sería, por algún motivo, una petición peculiarmente fuera de lugar.
Él no parecía pensar lo mismo. El brazo con que rodeaba su cuerpo ascendió lentamente hasta que sostuvo su mejilla.
—Eres la mujer más hermosa que he visto— le dijo, consiguiendo que cada poro de su cuerpo se erizara, volviéndose sumamente sensible hasta que pudo apreciar la suave brisa rozándole la piel.
—Es muy dulce de tu parte que lo digas— susurró torpemente. Sus piernas se sentían débiles, como toda ella.
En los ojos verdes mirándola fijamente no encontró la amigable cordialidad que siempre relacionó a Harry y su amistad. Era como no reconocerlo, y contrario a asustarse por esto, provocó toda su curiosidad por descubrir a qué se debía.
Llevaban comprometidos apenas unos meses y siendo mejores amigos aún más tiempo. Toda una vida, según le parecía y muy pocas veces se encontró reflejándose en sus ojos de aquella forma.
—¿Hablas en serio? Todos en la cena te miraban... Como la encantadora bruja que eres, ¿No es esa una prueba suficiente?
Hermione río por inercia, interiormente invadida por un repentino pánico ante lo desconocido. No conocía esa faceta tan tremendamente encantadora de su mejor amigo, no vislumbrándola de tan cerca, al menos.
Harry recorrió sus ojos una última vez, intentando hallar también una respuesta al enigma cerniéndose sobre ambos. Algo diferente, auténtico y único manifestándose solo para dejarles ver una faceta que nunca antes se les permitió ver del otro.
Pero también, sintió como si algo estuviera rompiéndose en su acostumbrada amistad.
Con el transcurso de los segundos, lo que inicialmente se sintió como un nuevo descubrimiento, fue transformándose en... Aceptación.
Azorada, pero también halagada con toda la atención recibida, Hermione tomó la mano de Harry con la suya, apartándola suavemente de su rostro y, sintiéndose agradecida con su nueva vida, besó el dorso de su mano ante su atenta mirada.
—Supongo que es demasiado pretencioso decir que me he sentido justo de esa forma en tu compañía.
—En lo absoluto— sonrió él, separándose cuando no hubo opción—. Gracias por acompañarme hoy.
Pese a sus protestas, Harry insistió luego en acompañarla hasta la puerta de su departamento, sumidos en un peculiar y nuevo silencio al que no tardarían en adaptarse.
No fue hasta que se encontraron frente a este que Hermione se aproximó a su amigo, tomó su mejilla y lo besó, despidiéndose con pesar.
—Buenas noches, Harry— susurró, incapaz de borrar la sonrisa que tiraba de las comisuras de sus labios—. Gracias por la invitación, por el anillo y... Por todo.
Sin recibir otra respuesta que no fuera una leve inclinación de su mejor amigo, seguida de una sonrisa ladeada, mirando cada uno de sus movimientos, Hermione abrió la puerta y se deslizó dentro de su departamento tan rápido como sus piernas le permitieron.
Pronto, escuchó sus pasos alejándose y luego el ruido del viejo ascensor al bajar, pero Hermione no pudo hacer más que recargar la espalda contra la puerta, admirando incrédula el anillo en su dedo, prueba física de lo real que todo estaba haciéndose en tan poco tiempo.
El anillo de compromiso que Harry compró pensando únicamente en ella.
Pasados unos minutos, con una mano sobre el corazón latiéndole a mil por hora, corrió hacia la ventana de su sala, esforzándose en enfocar su visión hacia la oscuridad de la noche. Tal como esperaba, su inconfundible figura se alejaba calle abajo, hacia algún buen lugar en el que aparecerse.
Alejándose de todos los acontecimientos que siempre vivirían en esa noche.
La primera noche del comienzo de sus vidas.
••••ו••••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••×
Tan pronto comenzó a hablarse de la ceremonia de jubilación de Eustace Rolland y todos los invitados a ella, las habladurías en torno al compromiso del "héroe mágico" fueron quedándose rezagadas en las memorias de las personas.
Claro que aún habría quien aseguraría haber visto a la joven pareja, radiante y enamorada durante toda la velada, pero no es algo por lo que Hermione prestara especial atención.
Casi una semana después, su ánimo seguía siendo tan radiante como el de aquella noche. Cada que los recuerdos resurgían su optimismo volvía con mayor fuerza y si no era así, tan solo bastaba mirar el anillo en su mano, del que difícilmente se separó por los últimos días.
Para ella, era la prueba que necesitaba para confirmar que su promesa de intentar lo mejor en beneficio del otro estaba llevándose a cabo. Harry seguía comportándose tan accesible como siempre, haciéndole pensar que había dejado de lado el pesimismo que la comida en la Madriguera le produjo.
De modo que, convencida de que debía mirar hacia adelante, Hermione no podía sino sentirse cómoda con su nueva vida. Por ello, aquel jueves fue toda una sorpresa mirar a Harry apareciendo en su piso de trabajo.
No era la primera vez que estaba ahí, pero la novedad recaía en que no venía solo y claramente, sus intenciones no eran visitar a Hermione.
Acompañado de tres aurores más, Thomas y Dugan, el mago al que reconoció como quien custodiaba la oficina de Kingsley el día de la publicación del estatuto, flanqueando los costados de un hombre altísimo, de corto cabello negro y expresión agria que para este punto, sería reconocido por todos.
Cygnus Lemaire no era la clase de persona que pasaría desapercibida, ahora menos que nunca, habiendo sido ascendido a jefe de la oficina de aurores en lugar del señor Rolland, portando rígidamente su imponente uniforme, sin mirar a nadie mientras él y los aurores siguiéndolo atravesaban el pasillo hacia la oficina del señor Evadine, el jefe de Hermione.
Más de uno, desde sus cubículos, fijó sus ojos en el peculiar séquito, resaltando imponentes. Tan inconscientemente como Hermione lo miraba, sin desacelerar sus pasos, Harry volvió la vista en su dirección, buscándola.
Si bien la duda carcomía a la joven, se atrevió a pensar que más tarde podría enterarse del asunto que lo llevó ahí. Hasta entonces, se conformó con intercambiar una mirada elocuente con Harry, que le guiñó carismáticamente un ojo como saludo, un segundo antes de volver la vista al frente y volver a adoptar su indiferente papel de auror.
Instantes después, Cygnus, Harry y el resto de aurores desaparecieron dentro de la oficina del señor Evadine, cuyas persianas no tardaron en cerrarse.
El tiempo que a Hermione le llevó apartar la mirada fue suficiente para que Susan estuviese agachada a su lado.
—Que raro, ¿Qué haría Cygnus Lemaire aquí? No tiene mucho... — le dijo, interrumpiéndose antes de continuar, echando una mirada sobre su hombro para observar a un trío de chicas dos cubículos atrás, susurrando entre sí y soltando risitas indiscretas, señalando el lugar por el que los aurores habían pasado.
Después de años, Hermione la conocía lo suficiente para tomarla del brazo antes de que su amiga pudiera decirles algo.
—¡Están hablando de Harry!— recalcó Susan, incrédula por su reacción—, Y él está comprometido, ¡Contigo! Eso no es correcto.
—Lo sé— respondió Hermione llanamente, girándose a mirarlas con tranquilidad, gesto que fue suficiente para que al verla, el trío de chicas se callara de golpe.
—¿No te molesta?— bufó Susan, cada vez más confundida—. Estaban devorándoselo con la mirada y tú simplemente...
—No es la primera vez que pasa— admitió Hermione, sin mucho interés, pero sí bastante experiencia en la atención que Harry provocaba—. Él se comprometió conmigo y no con ellas, como lo has dicho y, de todas formas, te he repetido que no somos pareja, ¿Por qué tendría que estar celosa?
Daba la impresión de que Susan deseó alejarse, con un mohín en sus labios, señal de su frustración, pero antes de que pudiera hacerlo, la puerta al final del pasillo, que siempre había sido extremadamente ruidosa se abrió, haciéndolas volver la mirada.
El redondo rostro y parte del abdomen del señor Evadine apareció en el umbral, buscando dudosamente unos segundos hasta que, para sorpresa de ambas chicas, las miró triunfalmente, señalando a ambas con uno de sus dedos, llamándolas.
—¡Granger y Bones!— exclamó, haciendo que su voz resonara en un incómodo eco que se esparció por todo el lugar.
Pudo sentir a Susan pegando un salto a su lado, tomándola del brazo con fuerza.
—¿Crees que deberíamos...?— titubeó la pelirroja, claramente nerviosa.
—¡Vengan aquí!— insistió el señor Evadine, llamándolas con la mano. Con una rápida inspección a su semblante, Hermione adivinó que no se trataba de una reprimenda por no estar trabajando.
Él realmente quería que fueran a su oficina y los motivos no se le antojaban del todo agradables.
Intercambiando una mirada con Susan, ambas comenzaron a caminar hacia el hombre esperándolas, con las miradas de todos puestas en ambas.
Al llegar, el señor Evadine les regaló una sonrisa indescifrable y con una inclinación de cabeza les indicó que entraran.
Como Hermione esperó, el ambiente era tenso y pesado. Sentado frente al escritorio se encontraba Cygnus, que no disimuló al mirarlas críticamente y a sus costados, en una fila, sus aurores, con las manos detrás de la espalda.
Sorprendentemente, por mucho que Hermione lo buscó, Harry no la miró ni una sola vez, ni a ella ni a nadie. Su postura recta y mandíbula apretada le indicó que había ocurrido algo que sin duda lo molestaba. Thomas, a su lado, le brindó una agradable sonrisa de reconocimiento.
Casi pegada a su costado, Susan le dio un un débil codazo que la hizo enfocarse en lo que tenían frente a ellas. Al jefe de aurores mirándolas como si fueran objetos de subasta que intentaba convencerse de comprar.
— Aquí las tienes, Lemaire— indicó el señor Evadine, colocándose a su lado—. Ellas son...
Cygnus levantó una mano para detener la explicación, contemplándolas unos segundos más para luego darse la vuelta todavía sentado y mirar a Harry. Sin obtener una reacción de su parte, se enderezó en su asiento y asintió en dirección del señor Evadine, cuya actitud jovial contrastaba con el incómodo ambiente.
—Ellas son dos de los elementos más preparados que tenemos y creo fervientemente que están capacitadas para lo que buscas. Hace poco han realizado una investigación en París acerca de...
—¿Las mejores?— lo interrumpió Cygnus, y aunque fue la primera vez que Hermione pudo escuchar su voz, fue tan carente de emoción que resultaba incómoda, como si le dijese "tienes que convencerme".
Susan y Hermione aguardaron en silencio al igual que todos, esperando por la esperada respuesta. Resultaba extraño que ni siquiera hubieran tenido la oportunidad de presentarse antes de encontrarse siendo ofrecidas en un asunto todavía desconocido.
—Lo son— aseguró el señor Evadine, mostrándose menos cordial que antes, quizás gracias a la poca amabilidad recibida por su compañero—. De no ser así no estarían aquí.
El agradecimiento que invadió a Hermione casi la hizo sonreír, recordándose a tiempo que el momento no podía ser menos idóneo.
— Esta es una investigación de gran importancia— comenzó Cygnus, hablando tan alto como si se refiriera a todos y nadie en particular—. Que involucrará a los mejores aurores, inefables y quizás, si los hay, empleados de Roux y si esto es lo que nos estás ofreciendo de tu departamento, Ruan, que sea lo mejor. ¿Entendido?
— Confía en mi palabra entonces— decretó el señor Evadine, alejándose hacia su silla detrás del escritorio, donde se desplomó cansinamente.
A Hermione le pareció que Lemaire estaba a punto de dirigirse a ellas por la forma en que las miró, concentrándose en ella más tiempo del necesario. Su expresión era inescrutable, pero detrás de todo su misticismo parecía esconder cierto interés.
—Potter— pronunció Cygnus finalmente, sin apartar su mirada de una confundida Hermione.
Todavía sin mirar a nadie, como si ya lo previera, Harry dio un paso al frente, totalmente indiferente.
—¿Señor?
—¿Es ella tu prometida?— inquirió Cygnus insidiosamente, levantándose por fin para plantarse frente a las dos jóvenes.
Teniéndolo tan cerca, su estatura resultaba impresionante, sacándole al menos quince centímetros según como Hermione lo veía, esforzándose en no lucir intimidada cuando se colocó frente a ella. Extrañamente no se sentía juzgada por él, solo... Siendo evaluada.
Detrás de él, sin que pudiera verlo, Harry se removió inquieto al notar la cercanía, relajándose cuando la mirada de su mejor amiga conectó con la suya por apenas una milésima de segundo, asegurándole que nada sucedía.
Ciertamente, Hermione no estaba asustada. Quizás incómoda e interesada en saber que estaba desarrollándose frente a ella, pero no temerosa bajo el escrutinio de uno de los aurores más intimidantes que hubiese visto.
—Sí, lo es, señor— contestó Harry, con voz distante.
—Ya veo— dijo, dando por concluido su análisis al fijar su mirada a los ojos de Hermione—. Señorita Granger, como debe darse cuenta, estoy al tanto de su compromiso con uno de mis mejores aurores quien, como puede suponer estará involucrado en una investigación de suma importancia. Si usted accede a venir, su... Relación, no debe interferir con el trabajo. ¿Entiende eso?
Justo cuando la castaña se apresuraba a hacerle saber que no estaba al tanto de los detalles de la renombrada investigación, ni cual sería su papel, en el fondo de la oficina, Harry dio un paso hacia el frente.
—Señor... — replicó, ignorando la mirada de advertencia que Thomas le dedicó.
—La pregunta es para ella, Potter— siseó Cygnus, empleando un tono autoritario que pocos se atreverían a desobedecer—. Nadie es imprescindible. Vuelve a protestar al respecto y me aseguraré que solo sea ella quien viaje mañana.
Todas las miradas estuvieron en Harry, debatiéndose internamente en un lucha que parecía ser un verdadero desafío que le impedía decidir si debía permanecer callado o protestar, como toda su postura indicaba.
Con los años, queriéndolo o no, había tenido que comenzar a acatar órdenes, según él, una de las cosas que le suponían un verdadero suplicio.
Decidiendo que perdía más de lo que ganaba, volvió a adoptar la misma expresión inconforme, pero apretó los labios y regresó a su lugar, al lado de sus compañeros.
—¿Y bien?— prosiguió Cygnus, volviéndose de nuevo hacia Hermione, para este punto lo suficientemente nerviosa solo por la actitud de su mejor amigo.
Los escasos segundos que tuvo para debatirse entre lo que haría, si negarse como Harry parecía desear, o atreverse a descubrir por sí misma si estaba equivocándose. Según su experiencia, sin importar lo bien que se conocieran, en ocasiones pensaban justamente lo contrario en cuanto a decisiones se trataba.
Y si él estaba viéndose así tal vez debía solo pensar en ella y Susan, quién inevitablemente también se vería involucrada.
—Le aseguró que no afectará en lo absoluto, señor Lemaire.
El atisbo de una sonrisa sardónica tiró de los delgados labios de Cygnus, complacido con su respuesta. Al dirigirse hacia Susan para formular una pregunta similar, sin su cuerpo impidiéndole mirar a su prometido, se encontró con que Harry lucía completamente inconforme con su decisión.
Le sostuvo la mirada unos instantes, y luego se negó a mirarla por el resto de su estancia en la oficina. Una vez que Susan hubo aceptado, Cygnus caminó hacia la puerta, siendo rápidamente seguido por el cuarteto de aurores, todos ellos tan inexpresivos como a su llegada.
—Se marchan mañana, así que tengan listas las maletas, señoritas— ordenó Cygnus en el umbral de la puerta ahora abierta, soltándose de la mano con la que se despedía del señor Evadine.
Susan, que ya se apresuraba a pedir más indicaciones no tuvo más remedio que aguardar a que los aurores se marcharan, contentándose con las palabras de su jefe, asegurándoles que él se encargaría de ponerlas al tanto.
Tan pronto quedaron solos en la amplia oficina, el ambiente volvió a ser soportable, pero la opresión que invadía el pecho de Hermione no desapareció y seguramente, no lo haría hasta hablar con Harry y saber que había hecho mal.
—Es una gran responsabilidad y si todo sale bien será beneficioso para ustedes y el departamento, eso seguro— les prometió el señor Evadine, invitándolas a sentarse.
Lo que siguió, fueran largas y poco esclarecedoras indicaciones de cuál sería su papel en la investigación, pero que les daban una idea idea de a qué estaban embarcándose.
—¿Puedes creerlo? Tengo que avisarle a Justin y... ¿Estás bien?— la cuestionó Susan apenas salieron de la oficina, con todo el día libre para organizarse.
—No lo sé, pero Harry no está contento con la idea de que lo vaya, ¿Por qué?
—Esta vez no puedo decir lo contrario, ¿Viste su cara?— intuyó la pelirroja, fingiendo un escalofrío cuando llegaron a sus cubículos para recoger sus cosas—. Pensé que se atrevería a desafiar a su jefe, y eso que Lemaire es aterrador.
—Es eso lo que me preocupa. Le diré que se pase por casa más tarde, si tiene el humor para hacerlo, claro— suspiró Hermione, enlazando su brazo con el de una Susan tan confundida como ella mientras se dirigían a los elevadores.
Lo único de lo que tenían certeza era de lo poco común que resultaba que el jefe de la oficina de aurores fuera por ahí reclutando empleados de otros departamentos para una investigación no especificada, a menos que no se tratase de un asunto que requiriera especial atención. Y Hermione presentía que ese era el motivo de la extraña actitud de Harry.
Lo demás, ya se encargaría de descubrirlo.
