Cuando Harry apareció, horas más tarde, cargando un pequeño baúl con sus pertenencias fue toda una maravilla para la tranquilidad de Hermione, que llevaba esperándolo por lo que le parecía una eternidad, empeñada en obtener la respuesta que llevaba aguardando apenas lo vio.
En cuanto abrió la puerta para él, dejándolo pasar, no pudieron más que intercambiar un corto saludo, pues Hermione llevaba más de una hora hablando con su madre, intentando convencerla de que su "viaje" de último momento no representaría ningún peligro para ella, ni atrasaría sus preparativos respecto a la boda.
Con el teléfono pegado al oído lo invitó a pasar, articulando sin hablar que terminaría pronto. Fue fácil notar que a diferencia de hace unas horas, la molestia en Harry había pasado, dejando paso solo a la la seriedad.
Sin replicar, apenas se apartó de la puerta, su amigo se dirigió a su sofá y encendió la televisión, buscando algo que mirar.
—Solo es Harry— dijo Hermione, respondiendo el cuestionamiento de su madre ante su silencio.
—¡Mándale nuestros saludos!— exclamó la señora Granger alegremente, haciendo que su hija se apartara el teléfono de la boca para hablar con un Harry recostado cómodamente en el sofá, acariciando a Crookshanks, que nada más verlo saltó a su regazo.
—Papás mandan sus saludos— le informó, recibiendo una sonrisa ladeada, seguida de un amable "yo también".
Hermione lo miró dudosamente, antes de alejarse hacia su habitación para seguir organizando sus pertenencias. Desde ahí podía escuchar el ruido que provocaba lo que sea que Harry estuviese viendo, mientras prendas de ropa se elevaban por su cuarto, guiadas por su varita, metiéndose ordenadamente en su improvisada maleta.
—Estoy más tranquila sabiendo que viajarás con él, también tu padre, ¿No es encantador?— comentó su madre, adoptando un relajado tono de voz—. Compartir conocimientos y trabajar juntos, así no tendrán que estar separados y...
Hermione dejó de escuchar, desconectando su mente de la conversación. Solo podía ver su varita haciendo levitar las mudas de ropa acomodándose frente a ella.
A diferencia de Harry, todo el asunto le provocaba máxima curiosidad. Pensó, también, en que tendría qué decirle, o que palabras buscaría para hallar una respuesta a lo precipitado de la situación sin que él se pusiera a la defensiva.
Si había aceptado participar en la investigación se debía a su curiosidad por saber en qué asuntos estaba involucrado su mejor amigo la mayor parte del tiempo. Por suerte, reflexionó, tenía toda la noche para hallar una respuesta.
Con la nota que le envió apenas abandonar el ministerio, Hermione le pidió ir a visitarla, pero también, que se quedase en casa por esa noche. No tendría caso privarle de horas de sueño si de todas formas él insistiría en ir a buscarla a primera hora de la mañana.
Afortunadamente, Harry aceptó y ahora se encontraba a solo unos metros de distancia, sin imaginarse el terco empeño que Hermione pondría en averiguar el motivo de su actitud.
Pretendiendo haber escuchado toda la conversación con su madre, se despidió afectuosamente de ella, no sin antes prometer que los visitaría pronto.
Sabiendo que no tenía caso esperar, dejó su maleta a los pies de la cama y volvió a la sala, solo para encontrarse a un Harry completamente dormido.
Su brazo cubría su rostro y sobre su abdomen reposaban sus anteojos. Junto a él estaba Crookshanks, a solo unos metros, moviendo rítmicamente su esponjosa cola, gustoso de recibir los últimos rayos del sol colándose por la ventana.
Sonriendo cansinamente, pero no dispuesta a rendirse, Hermione apagó la televisión y se dirigió a la cocina, en donde comenzó a organizar todos lo que necesitaría para preparar la cena.
Veinte minutos después, cuando la olla en que la pasta se escurrió de sus manos hacia el fregadero, ocasionando un estrenduoso ruido, Harry se incorporó jadeante, sentándose de golpe con aturdimiento.
Por lo precipitado del movimiento y su intento por levantarse, sus anteojos terminaron cayendo al suelo.
Encontrando sumamente divertida su peculiar forma de despertar, Hermione dejó la olla, se limpió las manos en una franela y acudió en su auxilio.
—Lamento haberte despertado— se disculpó la chica, hincándose para recoger sus anteojos y pararse frente a él, todavía encorvado en el sofá una vez que se adaptó al sitio en el que se encontraba.
El cristal de los lentes se había agrietado considerablemente, nada a lo que no estuviese acostumbrada. Diestramente, Hermione les apuntó con su varita y pronunció:— Reparo.
Al instante, los fragmentos de cristal volvieron a unificarse, regresando a su aspecto habitual cuando la castaña se los ofreció.
La cantidad de veces que lo había hecho, incluso cuando él podía hacerlo por sí mismo era casi simbólica. Inclusive después de alguna misión, accidente insignificante o cualquier actividad que les provocara un daño menor, su mejor amigo esperaría hasta verla solo para que Hermione los reparase.
—Nunca pierdes el toque, ¿no?— halagó Harry, sonriendo al ponérselos.
—¿Qué puedo decir? Práctica— respondió ella, volviendo a la cocina, con su prometido siguiéndola esta vez.
Sin siquiera decírselo, Harry se acopló a su rutina y con un movimiento de varita, los trastes ocupados durante la preparación de la comida comenzaron a fregarse, mientras él ponía la mesa por sí mismo.
Eclipsada con la imagen frente a ella, Hermione se colocó ambas manos en las caderas, dedicándose unos minutos para admirar el escenario. Harry colocando dos platos, dos vasos, dos cubiertos y servilletas, entablando alguna especie de conversación en la que solo él participaba con Crookshanks mirándolo curiosamente, atraído por el aroma de la comida.
Seguramente esa era y sería su rutina diaria, con ellos siendo los únicos partícipes. O al menos, hasta que algún pequeño o pequeña llegara a sus vidas.
Últimamente, todo se resumía a los dos y le fascinaba. El mundo seguía girando, los días, horas y minutos transcurrían al mismo ritmo, pero toda la existencia de Hermione tenía un nuevo sentido.
Al verlo más calmado, mientras ella llevaba la comida a la mesa, dejó pasar unos cuantos minutos más para decidirse a comenzar a hablar. Pero tan solo ver su baúl apoyado cerca de la puerta, recordándole el motivo de sus inquietudes bastó para tomar una decisión.
Harry ya se había sentado, sirviendo la comida y luego, animándose a darle un poco al gato rondando entre sus piernas. Quizás, al sentir la insistente mirada de Hermione, levantó la cabeza y sonrió.
—¿Qué han dicho tus padres?— le preguntó, considerando que debía entablar una conversación.
Un buen comienzo, pensó Hermione, alegrándose por no abordar el tema con tanta rudeza.
—Creen que viajo mucho últimamente— admitió la joven, cortando minuciosamente la carne en su plato—. Pero en cuanto les he dicho que es contigo, les ha parecido bien.
—Que honor— río Harry, antes de meterse un bocado de comida a la boca. Al ver su mejorada actitud, Hermione no tuvo más remedio que aprovecharlo.
—Puedo ver qué estás de mejor humor— dijo, sin mirarlo. Dándose cuenta de lo poco que eso funcionó cuando, de reojo, puedo verlo cortando la comida en su plato con mayor ímpetu.
Sabiendo que la había escuchado, pero no respondería, Hermione se llenó de convicción. No estaba en sus planes viajar juntos luego de una discusión que evidentemente buscaría evitar por todos los medios posibles y si permitía que él se pusiera a la defensiva, todo terminaría en resultados desastrosos.
Lo conocía demasiado bien, por ello debía ser cuidadosa con sus palabras. Hallaría la verdad, pero no daría entrada a un conflicto entre ambos.
No lo permitiría.
—¿Qué es lo que está mal?— preguntó Hermione, decidiendo abordar el tema directamente y, llenándose de valentía, extendió su brazo sobre la mesa y sujetó la mano de su prometido antes de que pudiera alejarse.
Harry dirigió una enigmática mirada a sus manos y, debatiéndose, terminó por suspirar cansinamente.
—No lo entenderías.
Interiormente ofendida ante la contestación recibida, Hermione se recordó que debía ser paciente.
—Explícame— insistió con delicadeza, mientras Harry trazaba líneas sobre la palma de su mano distraídamente.
—Esta es una de esas misiones difíciles, de las que te he hablado, nunca te dejan algo bueno.
—¿Por eso me quieres apartar? ¿Crees que no podré hacerlo?
Finalmente, Harry levantó la cabeza, apresurándose a no dar pie a malos entendidos.
—No, sé que puedes— respondió instantáneamente—. El problema es que nunca sabes que vas a encontrarte.
Si era sincera, no le importaba. Todos los años al lado de Harry podían definirse como impredecibles. Nada que cambiara sus deseos por acompañarlo.
Trabajar con él en su mente siempre se forjó como una especie de sueño por cumplir que pocas veces se materializó en cuanto comenzaron a trabajar en el Ministerio.
Inicialmente, Hermione pidió con insistencia que Harry fuera designado como su escolta para acompañarlas durante su investigación en París en vez de Levi, pero como supuso, fue imposible. Generalmente él era asignado en asuntos de suma importancia, como lo que Cygnus Lemaire les encomendó.
—¿Esa es la razón por la que no me quieres ahí? ¿Crees que entorpeceré tu trabajo?
Si era así, esperaba se lo dijese de una buena vez, antes de hilar más y más teorías, cada una más cruel que la anterior. El rechazo de Harry sería algo que difícilmente afrontaría victoriosa.
—No te mentiré. No deseaba que vinieras inicialmente y cuando lo supe, no reaccioné bien— admitió cautelosamente, siendo él quien no aflojó el enlace de sus manos—. Pero no es por las razones que tú crees. Es solo que... Este nunca ha sido un trabajo sencillo y hay mucho peligro de por medio en ocasiones. No quiero tener que verte en medio de cosas así de nuevo.
—Como si nunca hubiese estado frente a situaciones difíciles— ironizó Hermione, arrastrando su silla para acercarse más a su amigo. Por alguna razón, necesitaba sentir su cercanía lo más reducida posible, supuso que para poder llegar a convencerlo haciéndole ver que no tenía miedo.
—Sí, y la mayoría por culpa mía.
—No te des tantos méritos, tengo algo que se llama libre albedrío, ¿Sabes?
Sonriendo, Harry solo se dejó hacer cuando Hermione apartó cuidadosamente algunos mechones de su desordenado cabello. De alguna manera, tocarlo, así fuera solo el roce de sus manos le hacía sentir que estaban comunicándose mejor.
—No es la primera vez que trabajamos juntos— concilió la chica, siguiendo el ritmo de sus dedos enredándose entre los cabellos negros—. Solo haz tu trabajo y yo haré el mío. Profesionalismo.
— Irás de todas formas— sentenció Harry entre dientes, sin apartarse un centímetro de sus manos. Parecía disfrutar de su toque, pero no de sus palabras.
—Por eso no te preocupes dos veces, no tiene caso.
Riéndose con ganas de su bromista insolencia, Harry pareció rendirse, al menos solo un poco. Pasados unos minutos permaneciendo en la misma posición, Hermione determinó que el momento había pasado, no teniendo más remedio que dejar caer su mano y observarlo.
Como esperaba, a Harry no le llevó mucho tiempo antes de volver a arremeter con otro argumento.
—El problema es… Que no importa que tanto "profesionalismo" prometí a Lemaire, tratándose de ti no puedo separar el trabajo y esto— dijo, abarcándolos—. Fingir que no estaré preocupado será el problema. Se trata de ti, ¿No lo entiendes? No hace las cosas fáciles.
En el fondo, lo entendía. Difícilmente podría ser capaz de guardar sus sentimientos tratándose de él, sobre todo si existía la posibilidad de hallarse en peligro.
Esta vez, no hubo nada que Hermione pudiera responderle. Sus manos volvieron a buscarse sobre la mesa, esperando encontrar en el gesto la certeza de que harían las cosas bien por el otro.
De alguna manera, Harry Potter siempre conseguía dejar sin palabras a la joven de eternos argumentos.
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Con la obscuridad llenando casi todos los rincones de su habitación, Hermione rodó perezosamente sobre su cama, enredándose entre sus sábanas, deliciosamente confortables a esa hora de la mañana.
El sol tardaría en hacer su aparición y sin importar cuando le gustara ser productiva con su tiempo, no tenía nada de satisfactorio despertarse tan temprano. Su conciencia adormecida no coincidía con su férrea voluntad de la noche anterior por viajar al lado de su mejor amigo.
Podía escucharlo ahora, a solo unos metros, en el único baño del departamento. De hecho, escuchó cada uno de sus movimientos desde que, en silencio, atravesó el pasillo fuera de su habitación para dirigirse al baño, del que ahora provenía el sonido del agua de la regadera cayendo sobre las baldosas del piso y, lógicamente, sobre un muy madrugador Harry Potter.
No le hacía ni una pizca de gracia tener que abandonar su cálida cama para enfrentarse a lo que prometía ser una ardua investigación con mucho trabajo por descubrir. Como si fuera intencional, el sonido del agua cesó, haciéndole saber que él había concluido con su ducha y que por consiguiente, Hermione debía imitarlo y prepararse.
Dos minutos después lo escuchó saliendo del baño, tarareando alguna canción desconocida hasta que su voz se perdió al final de la sala, el sitio designado para él durante su estancia.
No debía ser muy cómodo, pero Hermione no encontró la forma adecuada de decirle que podía usar su cama sin sentirse ridículamente nerviosa ante posibles malinterpretaciones.
Mientras se levantaba y los minutos pasaban, con cada movimiento obligando a su cuerpo a despertar, los pensamientos, recuerdos y dudas acudieron uno a uno.
Con el agua cayendo sobre su cuerpo, Hermione experimentó una inquietante preocupación por si Harry cumpliría su afirmación de no concentrarse totalmente en su trabajo.
Era lo que menos necesitaban. No totalmente por el compromiso a su trabajo, por horrible que pareciera, sino por la seguridad de Harry.
Si hacía falta, ella se apartaría de él a cada oportunidad con tal de despejar sus mentes en otros asuntos que no fueran su latente preocupación por el otro.
Cuando Hermione abandonó su habitación, bañada y preparada, se encontró a Harry preparando el desayuno, con el cabello húmedo y su uniforme libre de arrugas. Viéndose como la clase de auror que Hermione rogaba, no hablase en serio al asegurarle ser ella el motivo de sus preocupaciones.
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A esa hora, cuando el sol ni siquiera se atrevía a asomarse, el Ministerio de magia se hallaba casi en su totalidad vacío.
Con sus pasos haciendo eco por los pasillos, Susan y Hermione se dirigían hacia la sala que semanas atrás las había recibido de su llegada de París, misma a la que habrían de asistir por motivos totalmente diferentes.
Al encontrarse en el Atrio desértico, minutos atrás, Susan se despidió de Justin y se apresuró a encontrarse con su amiga y Harry, recién llegados por una de las chimeneas.
Por mucho que hubiese querido quedarse con ellas y acompañarlas, Harry fue rápidamente requerido con el resto de aurores, dejándolo sin otra opción que prometer encontrarlas después.
Por ello, ambas amigas ahora caminaban por el largo corredor en silencio, sintiendo siempre la penetrante mirada de Luke Dugan, el auror aparentemente asignado a ser una especie de escolta para acompañarlas. Al encontrarse frente a la puerta de la sala en la que los trasladores se encontraban ninguno hizo muchas preguntas o presentaciones, se limitaron a seguir el protocolo y esperar al mago que registraría los datos de su viaje.
Antes siquiera de que pudieran entrar a la habitación donde el traslador estaba esperándolos, fueron frenadas por el encargado de la sala, un hombre mayor, con rostro severo, ojos azules tan fríos como el hielo y postura inflexible.
Sin demoras, les tendió un par de hojas a ambas, que llenaron con sus datos y fechas de salida y regreso, aunque Dugan terminó encargándose de la mayoría, estando al tanto de aspectos que Hermione y Susan todavía desconocían.
De acuerdo con el procedimiento, el hombre abrió la puerta para ellos hacia la última sala en la que habrían de esperar la activación del traslador, pero al último momento, como si recordara algo importante, se interpuso en el camino.
Al notar las miradas interrogativas en las jóvenes se apresuró a explicar, mientras les daba miradas evaluativas.
—Es de recién admisión al protocolo y por ello no se encuentra en el formulario todavía, pero es de vital importancia para el Ministerio de magia cerciorarse de que ninguna se encuentre en estado de gravidez antes de emprender el viaje.
Bastaron unos segundos para que el cuestionamiento fuera asimilado y, al comprenderlo, ambas amigas se miraron, totalmente incrédulas.
—¿De qué habla?— jadeó Susan, su rostro estaba coloreándose rápidamente producto de la indignación.
—¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Cómo puede relacionarse con el motivo de nuestro traslado?— secundó Hermione y antes de que pudiera agregar algo más, Dugan, esperando detrás de ambas dio dos pasos al frente y se adelantó a cualquier posible contestación.
—Su permanencia será corta— intervino con voz plana y les echó una mirada sobre el hombro—. Además, estoy bastante seguro de que no lo están.
Era difícil adivinar si era capaz de experimentar algún sentimiento, pues su rostro siempre parecía carente de emoción más allá de la apatía, razón por la cual, creyó Hermione, Harry y él no tenían la mejor relación laboral.
Ambas chicas se miraron, esforzándose en comprender que sucedía y como aquel cuestionamiento tenía relación con su visita.
—Bien— dijo el mago, mirándolas analítico una última vez antes de apartarse del camino y dejarlas acercarse a la sala en donde el traslador estaba esperándolas, a punto de ser activado.
Susan, Dugan y Hermione se sujetaron a una pequeña caja de madera, y exactamente medio minuto después, el acostumbrado tirón en sus estómagos los condujo al lugar en el que todo comenzaría.
Al llegar, encontrándose con una sala más pequeña y con escasa iluminación, totalmente diferente a la del Ministerio, sin emitir ni una sola palabra, Dugan caminó hacia la única puerta de la habitación, sin nadie que estuviera esperando su llegada y las invitó a salir.
Aunque se movía al mismo ritmo, era claro que Susan todavía intentaba descifrar que había sucedido instantes atrás. Con delicadeza, cuidándose de no llamar la atención del auror que ahora caminaba frente a ellas, guiándolas por un estrecho pasillo que apenas y les permitía caminar juntas, Hermione se acercó sutilmente a su amiga, deseando que solo ella pudiera escuchar la explicación que suponía, pondría fin a su incertidumbre.
—Quieren asegurarse de que ningún niño británico nacerá en territorio que no sea inglés— susurró y por un instante temió no haber sido escuchada, hasta que los grandes ojos de Susan se posaron en los suyos, con la verdad haciéndose eco en su mente.
—Si es así, es...
Hermione asintió, sin siquiera permitirse mostrar un poco de indignación. Tratándose del Ministerio y las medidas que acostumbraban tomar, ya poco podía sorprenderle.
Era claro que su único interés sería preservar el cumplimiento de la ley matrimonial, y así como habían llamado de vuelta a todos los empleados y magos británicos que pudieron, no los dejarían salir de su territorio con facilidad, mucho menos creyendo que habría mujeres embarazadas que podrían dar a luz en otro sitio y cuyos hijos, al no nacer en territorio inglés, no habrían de acatar el decreto.
Desde la puesta en vigor de la ley no era extraño escuchar los rumores acerca de lo complicado que era abandonar el país. Como muestra de ello estaba Charlie Weasley, obligado a permanecer lejos de su preciado trabajo hasta no haber encontrado una esposa con la cual casarse.
—Son unos...
La mano de Hermione apretó el brazo de su amiga con advertencia. Desde su posición, metros adelante, Dugan aligeró el paso, esperándolas al preveer que estaban quedándose rezagadas a propósito.
No era del todo seguro hablar sobre el aborrecimiento a la ley y el desprecio al Ministerio ante oídos indiscretos. Sabiéndolo, a Susan no le quedó más remedio que guardarse sus palabras y seguir silenciosamente al auror guiándolas.
El corredor resultó ser más largo de lo pensando, alargándose por varios metros y luego, dividiéndose en distintas entradas hasta que, tres giros a la izquierda y uno a la derecha, pudieron llegar a su destino. Un amplio salón casi vacío en el que por fortuna el resto de aurores y el selecto grupo de investigación que Cygnus Lemaire mencionó se encontraba.
Como primer acción, Hermione se dedicó a buscar a Harry, encontrándolo después de eternos minutos al aparecer por una de las diversas puertas que conducían al salón. Sin demoras, todos estuvieron dividos en tríos, con un auror respectivo como escolta para quienes solo eran empleados.
— Saldremos por esa puerta en unos instantes— comenzó a decir Dugan, formándolas detrás de la fila que conducía a la que ahora sabían era la salida, reflejando débilmente los primeros rayos del sol entre sus cristales parcialmente polarizados por lo que debía ser un muy efectivo hechizo de camuflaje.
—¿Y luego?— presionó Susan, visiblemente nerviosa. Gesto que generó exasperación en su escolta.
—Nos dirigiremos al hotel en el que se hospedarán y en el que harán todas las investigaciones necesarias— concluyó Dugan, dándose la vuelta para intercambiar información con otro auror, sin darles oportunidad de cuestionar nada.
No es como si Hermione esperase mucho más, pero creyó que al menos tendrían una participación más activa en el asunto.
Mientras Susan hablaba a su lado, con palabras que no llegaron a procesarse en su mente, la castaña se dedicó a mirar evaluativamente la postura de cada una de las personas en la habitación. La mayoría de empleados, en las mismas circunstancias que ellas parecían tan o más perdidos, pero los aurores, moviéndose ágilmente e intercambiando información, alargando el momento de dejarlos salir indicaban todo lo contrario.
Era lógico, después de todo, debían de encontrarse lo más preparados que pudieran, siempre debiendo ir un paso por delante.
A los lejos, quizás atraído por su mirada, Harry giró la cabeza en ese momento, encontrándose con que su prometida ya lo miraba, deseando encontrar en sus ojos una respuesta a que sucedía.
No fue mucho lo que obtuvo, más que una leve sonrisa tranquilizadora, abriéndose camino en su seria expresión adoptada al trabajar y en su mirada, la promesa de futuras explicaciones en cuanto se hallaran juntos de nuevo.
Momento que Hermione aguardaba con ansias.
Casi diez minutos después, las puertas se abrieron, dejando entrar los rayos del amanecer en la trastienda del lugar.
Primero salió el primero grupo y cinco minutos después, el segundo, perdiéndose en el exterior. Cuando el turno de Hermione llegó, pudo ver las fachadas de las edificaciones en la calle y el sitio en el que realmente se encontraban.
Una oficina postal vacía.
Lo que les esperaba no era nada para lo que ninguna de las dos amigas estuviese preparada.
En apariencia, en el exterior todo tenía el aspecto de ser una calle normal, de no ser por la ausencia de personas. Incluso si era demasiado temprano para que las personas comenzaran sus labores, había una extraña aura de abandono.
No era así como Hermione esperaba que se viese.
Siempre imaginó que Irlanda del norte sería... Diferente.
Claro que no pudo investigar mucho al respecto, enterándose de ello apenas unas horas atrás.
Newry, la relativamente pequeña ciudad en la que ahora se encontraban lucía como una ciudad abandonada.
Según sus poco actualizados conocimientos geográficos se hallaban cerca de la frontera que dividía Irlanda del norte de la República de Irlanda, pero más allá de eso, se encontraba casi tan a la deriva como al inicio.
Las edificaciones a los lados se veían todas normales y las primeras calles eran casi todas idénticas la una con la otra.
Bastaron dos cuadras más, adentrándose en el corazón de la ciudad para que, sobre el empedrado camino conduciendo al centro de lo que parecía ser la plaza principal pudieran vislumbrar el incentivo de lo que con seguridad los reunió con tanta urgencia.
Algunos puestos, negocios y mercancía de las tiendas yacían esparcidos por el suelo de la plazuela, así como manchas ennegrecidas en las paredes de lo que parecían ser hechizos poco acertados, producto de, quizás, una mala puntería.
—No se detengan— las presionó Dugan, echando una mirada de advertencia al desastre y luego a los techos de los comercios, antes de continuar con su tarea designada y alentarlas a caminar.
Como ellas, la mayoría, metros adelante, siguió el camino previamente trazado, pero para Hermione, quien no perdía oportunidad para buscar a Harry, no pasó desapercibido que en el trayecto varios pares de aurores comenzaban a quedarse en el lugar, instalándose en cada punto importante de la plaza, estableciendo un perímetro.
Entre ellos, como debió haberlo previsto estaba Harry, o al menos eso le pareció, ya que en todo el trayecto desde la plaza hasta las próximas dos calles no volvió a verlo, alimentando con su ausencia el temor de que lo estuviese ocurriendo fuera más grave de lo que pudo haber imaginado.
Como Dugan les indicó, pronto se encontraron frente a uno de las más grandes edificaciones de la ciudad, alzándose entre el resto de estructuras, con sus diversos pisos y ventanas brillando a la luz del sol reflejándose en sus cristales.
Su hotel.
Tan rápido como atravesaron las puertas, encontrándose con un lobby lleno de nerviosos empleados y huéspedes, la sensación de que estaban solos en el mundo dejó de ser tan horrible de soportar, pero la incertidumbre no disminuyó ni un poco.
Cada grupo de aurores dejó a sus respectivas parejas en medio del lobby, dando por terminada su tarea y pasándola a otras manos, en este caso, la de los empleados del hotel que no tardaron en acercarse y guiarlos hasta sus respectivas habitaciones.
—¿Crees que ellos lo sepan?— preguntó Susan, mirando a los huéspedes y empleados, viéndose tan poco cercanos a la magia como cualquier muggle común, pero al mismo tiempo, conscientes de que algo en el exterior no estaba bien.
Hermione no se atrevió a responder. De todas formas no tenía la mínima idea y le provocaba una enorme desazón atreverse a confabular suposiciones.
Exactamente diez minutos después, en el cuarto piso del hotel, ambas amigas fueron llevadas a sus respectivas habitaciones con toda la prontitud requerida.
El empleado del hotel que había dejado a Susan en su habitación, dos recámaras antes del final del pasillo y que ahora guiaba a Hermione, se plantó frente a la puerta de su habitación, con un gran número veintinueve en ella.
—Aquí se hospedará— le informó, abriendo la puerta y luego, entregándole la llave cortésmente.
—Gracias— respondió Hermione, concentrando toda su atención en la vista de su habitación.
La ventana abarcaba gran parte de la pared, desde donde la imagen de la ciudad se extendía, lastimosamente, no podía permitirse admirarla ante las extrañas circunstancias que estaban haciéndola visitarla.
De pronto, un suave carraspeo la interrumpió, obligándola a darse la vuelta y encontrar al mismo empleado todavía plantado en la puerta, viéndose nervioso al interrumpirla.
—Señorita— musitó, teniendo que aclararse la voz—. ¿Son ciertos los rumores?
—¿Rumores?— repitió.
—Sí, sobre el ataque, la razón por la que está prohibido abandonar el hotel— respondió el hombre con extrañeza—. Dijeron que enviarían a personas especializadas en... Terrorismo.
Algo en la mente de Hermione pareció hacer click, recordándose tardíamente que la ciudad, como muchas otras, era en su mayoría habitada por muggles a los que usualmente, cualquier pretexto habría de decírseles con tal de mantener el estatuto del secreto.
—No recibimos muchos detalles, pero sí que solucionaremos lo sucedido— explicó Hermione, únicamente para tranquilizar al pobre hombre, que lució sumamente aliviado ante su aseguramiento.
—En ese caso, los dejaremos trabajar y si necesita algo, no dude en pedírmelo.
—Eso es muy gentil, muchas gracias.
Despidiéndose mucho más confiado, salió cerrando la puerta tras de sí, dejando a Hermione sola en su estrecha pero agradable habitación.
No le gustaba ni un poco lo que sea que estuviese ocurriendo y necesitaba, por todos los medios, ver a Harry y hablar con él.
Algo extraño estaba gestándose y si a eso se debía el motivo de su presencia, presintió, no le gustaría descubrirlo, sin importar que necesario fuera.
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Hora y media después, Hermione se encontró apresurándose hacia el vestíbulo del hotel, en el que Susan y un grupo conformado por cuatro aurores las esperaba, además de dos magos jóvenes a los que solo se había topado escasas veces en el Ministerio.
Justo cuando estaba resignándose a pasar el resto del día en su habitación, le sorprendió tanto como la emocionó ser llamada para comenzar a trabajar.
—Analizamos el perímetro y se determinó que pueden comenzar al llegar a la plaza, se les asignarán todas sus tareas a realizar— indicó el auror de aparentemente, mayor edad y rango.
Hecho esto se colocó al frente del grupo y salieron del hotel, recorriendo el mismo camino que los llevó antes.
La plaza seguía tan vacía como antes, rodeada de varios aurores vigilando cada rincón.
Su corazón dio un vuelco al encontrarse a Harry a unos diez metros, enfrascado en alguna conversación que por su expresión, debía ser importante. Nada más verla, el alivio relajó su rostro y caminó en su dirección, no sin antes dar un par de órdenes más.
—Harry— suspiró Hermione, aliviada al tenerlo frente a ella, sin embargo, tuvo que contenerse a tiempo para no parecer demasiado efusiva frente a todas las personas cerca.
—¿Estás bien?— preguntó él sujetándola por el brazo y luego, cayendo en cuenta de la presencia de Susan, añadió:— ¿Las dos lo están? ¿Su escolta fue cortés con ambas?
—No lo llamaría cortesía— protestó la pelirroja arrastrando las palabras—. Pero sí, estamos bien, ¡Solo preocupadas!
—Solo explícanos que sucede— suplicó la castaña, echando una mirada desconfiada a toda la plaza.
—Ya lo sabrás— respondió él e hizo una seña con la mano hacia uno de los aurores que conformaban la escolta que las condujo al lugar, quien ahora portaba varios pergaminos—. Cornish, necesito la lista de Hermione Granger y Susan Bones.
Tan pronto escuchó su petición, el joven se apresuró a buscar entre los papeles en sus brazos, ofreciéndoselos con prontitud.
—Ocurrió un ataque cerca de Lisburn, a casi cincuenta kilómetros de aquí, nada realmente significativo, pero que nos dio indicios de que no de detendría ahí. No sabíamos que ciudad seguiría, hasta ayer. Por eso Lemaire ordenó un equipo de investigación para buscar indicios y posibles pistas de a dónde se moverían después del segundo ataque— narró Harry, invitándolas a leer sus respectivas listas.
Él tenía razón. Sus deberes a desarrollar se limitaban a buscar todo indicio posible que los condujera a creer que un posible ataque, el tercero, se repetiría. Siendo ellas parte del Departamento de Investigación Mágica tenía mucha lógica, pero acerca del resto de magos y brujas requeridos, Hermione no tenía la mínima idea.
Al menos se trataría de una designación en la que podrían tener un poco de investigación de campo y eso solo significaba, mayor cercanía con Harry y el resto de aurores.
—Pero... ¿Quiénes son estas personas?— indagó Hermione, leyendo solo superficialmente y sabiendo, gracias a su práctica con la lectura, que en aquel pergamino no se encontraba la respuesta que buscaba.
—No lo sabemos— respondió el joven auror, dándose cuenta tardíamente que no estaban dirigiéndose a él. Con una sonrisa ladeada, Harry pasó por alto su intromisión y prosiguió.
—Cornish tiene razón. Nadie lo sabe, quizás solo un grupo radical que está rebelándose o busca llamar la atención contra el estatuto matrimonial, pero... Lemaire teme que sea más que eso y es mejor cortar un posible moviendo antes de que sea demasiado difícil frenarlo.
—Nada que convenga al disoluto Ministerio— observó Susan sagaz, sin importarle lo escandalizado que el joven auror pareció ante su tono al hablar sobre el gobierno al que después de todo, servían.
Notando esto, Harry le palmeó la espalda, disipando su intranquilidad.
—Necesito un informe del recuento de daños y avances hasta ahora.
Entre los papeles en sus brazos, Cornish buscó presuroso hasta que halló otra lista más pequeña y comenzó a leerla.
—Se cerró la ciudad, como el jefe Lemaire ordenó, señor— recitó, leyendo del pergamino al que se sujetaba ansiosamente—. Se comenzará con la desmemorización de la población central de la ciudad y luego, cualquiera que lo haya presenciado.
—¿Y los empleados del hotel?— indagó Harry—. También el resto de los huéspedes pudieron haber visto algo y no debe quedar ni un solo cabo suelto. Las órdenes fueron claras.
—Sí, señor, tenemos al equipo de desmemorización en el hotel ahora mismo.
—Eso sería todo por ahora, Cornish— lo despidió Harry, señalando con una inclinación hacia su prometida para que lo siguiera, junto con Susan, hasta el lugar en el que se encontraba momentos antes.
—¿Y Dugan?— preguntó Hermione, siguiéndolo sin poder ocultar su alivio porque él estuviese haciéndose cargo de ponerlas al tanto.
—No lo sé y no me interesa. Necesito tenerte en un lugar donde pueda verte.
Susan ahogó un chillido enternecido cuando Hermione le asestó un débil codazo y se conformó con seguir a su amiga y su prometido del otro lado de la calle.
—Este es el hostal donde estaban quedándose algunos— les indicó Harry, señalando una vieja estructura con pintura desquebrajada, contrastante con los pintorescos negocios a sus costados—. Revisen sus pertenencias y luego el resto de la calle, por si existe un indicio de cuantos eran y que buscaban aquí.
Previendo el momento en que su trabajo comenzaría, ambas brujas sacaron sus varitas y aguardaron a que el par de aurores, entre ellos Asher Hill, resguardando la puerta del lugar se apartaran.
—Normalmente apuntan hacia mí, así que no es conveniente tenerte tan cerca— susurró Harry inclinándose sobre ella, luego llamó a Thomas, a unos metros de ellos, para que lo acompañara y se volvió hacia ellas.
—Quédense cerca de Asher, donde pueda verlas.
Tan simpático como siempre, Asher, a quien luego de la cena de jubilación Hermione creía conocer de años, les sonrió amistosamente, manteniéndose cerca.
Había algo que a Hermione no terminaba de gustarle, pero hasta no cerciorarse por sí misma a qué estaba enfrentándose no emitiría juicio alguno.
En la pared al lado de la puerta, lo que a su llegada consideró eran manchas negras producto de hechizos fallidos en realidad se trataba de símbolos con intrincadas líneas, números y letras.
Antes de entrar, justo cuando Hermione se detenía a mirar, inclinada ligeramente sobre la pared, alguien gritó del otro lado de la calle, señalando algún punto en el techo de la construcción frente a la del hostal.
Sin darle tiempo a notar otro detalle, Asher las tomó del brazo y las hizo agachar la cabeza justo cuando un hechizo les pasaba rozando, impactando al final de la entrada del pasillo, con la puerta abierta de par en par.
Desde su posición, pudo ver a Harry, Thomas y el resto de aurores salir corriendo atravesando la calle, cubriéndose las espaldas y lanzando todos los hechizos necesarios hacia el techo en el que dos solitarias figuras se alejaban del borde, perdiéndose en el otro extremo en el que dejaban de ser visibles desde la plaza.
—Maldita sea, tenía razón, no se alejarían mucho si querían presenciar su obra— gruñó Asher, enderezándose con impotencia al comprender que no podría seguir el mismo camino que el resto de sus compañeros.
Confundida, Hermione lo miró, sin ser capaz de separar la preocupación que sentía al ver a su prometido alejándose y lo que sea que estuviera sucediendo. Sintiendo la fuerza de su mirada, Asher volvió la vista y las condujo al interior del hostal, resguardadas por las paredes.
—Harry lo mencionó— se explicó, plantado en la puerta vigilando toda dirección—. Que podrían seguir cerca y así fue.
—Tal vez con la ciudad cerrada no han podido alejarse y si lo que buscan es atención, con ustedes cerca lo consiguieron— consideró Hermione, obligándose a mantener la calma cuando el sonido del alboroto en la calle incrementó.
Harry estaría bien...
En su lugar, se concentró en subir las escaleras hasta la primera habitación del tercer y último piso, encontrándose con un montón de pertenencias abandonadas en lo que supuso, había sido una rápida huída.
En el umbral de la puerta, Susan y ella se miraron, preguntándose sin palabras si pensaban lo mismo que la otra.
—¿Y bien?— preguntó Asher, notando que estaba perdiéndose de algo.
—Tal vez no estaban aquí buscando solo presenciar sus actos— musitó Susan, adentrándose en la habitación desordenada.
— Quizás estaban dejándose algo detrás. Algo que necesitan todavía— secundó Hermione, entregándose totalmente a su labor.
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No era difícil imaginarse porque Harry había estado tan renuente a llevarla consigo.
Por el resto de la hora y media siguiendo, el ruido provocado por los aurores gritándose órdenes entre sí en la calle no cesó, indicando que esporádicamente obtenían respuesta a sus ataques.
Harry y el peligro era una excelente combinación, según él parecía verlo, pero tan pronto alguien a quién quería intervenía en la ecuación se convertía en todo un problema.
Hermione no podía culparlo cuando pensaba de manera sumamente similar tratándose de él.
Afortunadamente, cuando Asher, Susan y ella abandonaron el hostal, con todos los objetos que consideraron importantes, sin contar la ropa, restos de comida y alguna que otra halaja, lo demás se resumió a recorrer las calles aledañas dentro del perímetro, descifrando las runas y símbolos que terminaban guiando hasta el hostal. Susan y Hermione tomaron todas las notas que pudieron, esperando encontrarles significado pronto.
De vuelta a la plaza, todo parecía haber vuelto a la calma.
Harry estaba del otro lado de la calle, vigilando a la escasa fila de personas en custodia de los aurores, que podrían haber pasado por cualquier muggle común si no prestabas la suficiente atención.
El alivio hizo que Hermione casi quisiera correr hacia él, teniendo que contenerse por segunda ocasión al percatarse de que algo iba mal. Del edificio del que provinieron los ataques emergían varias personas.
Algunos vistiendo túnicas sucias y otros ropa muggle desaliñada que los delataba.
—¿Son ellos?— preguntó Susan, temerosa. Inconscientemente su mano apretó el brazo de su amiga, quien tampoco podía apartar la mirada de la escena.
—Será mejor que esperemos aquí— aconsejó Asher—. Esto no tardará mucho.
A Hermione no me gustaba ni un poco la idea, pero prometiéndose ser todo lo profesional que pudiera soportar, se recordó que Harry debía hacer su trabajo y ella el suyo si querían que todo funcionara bien.
Previendo su preocupación, Susan le palmeó la mano con suavidad.
—Él está bien, ¿Lo ves?
—Nunca me acostumbraré a que Harry esté en peligro— alegó.
Su mirada se dividía entre mirar a esas personas o a su mejor amigo, decidiéndose finalmente ante este último al notar que una bruja con ajustado traje de oficina y túnica pulcramente arreglada cruzaba la calle y se colocaba al lado de Harry, en medio de un montón de aurores con total naturalidad.
En un segundo, susurró un par de cosas a su oído y señaló a las personas y cuando una de estas hizo un intento por liberarse de las esposas mágicas inmovilizando sus manos, la mujer, presuntamente asustada se pegó a Harry, que la hizo retroceder con su brazo, que ella no soltó después.
Una mueca de desagrado cruzó el rostro de Hermione. Sabía quien era ella y no necesitaba una presentación para saber que no le agradaba su presencia. Susan parecía sentirse igual.
—Merlín, ¿Esa es...?
—Lo es— respondió Hermione de mal humor.
Edith Finch, asistente personal de Cygnus Lemaire, la única bruja que conocía que era capaz de alardear trabajar con todo el cuerpo de aurores por días y noches Era bastante guapa, con su cabello obscuro hasta los hombros y sus astutos ojos color zafiro.
—Oh no, no me digas que está aquí— protestó Susan, leyendo sus pensamientos—. ¿Salió hace tres o cuatro meses con Levi? Pensé que no volvería a verla y mírala, es...
—Veo que sí que podemos acercarnos— interrumpió Hermione, cuyo rostro enrojeció por la indignación.
—Supongo que sí, pero...— titubeó Asher, pero ninguna le prestó más atención.
Sin mediar palabra, cruzaron la calle y siguieron la misma ruta que Edith minutos atrás.
—¿Estás bien?— inquirió Harry, sorprendido al verla a su lado.
—¿Tú lo estás?— devolvió Hermione, evaluando su aspecto y, también, a la joven todavía sujetándose de su brazo.
— Sospechaba que algo así sucedería, pero todo resultó casi bien.
—No te exijas de más, Harry— intervino Edith, con voz consoladora—. Tienen a la mayoría, y pensar que casi conseguían hacerse pasar por muggles. Oh, ¡Hola, chicas!
Susan la miró con desaprobación, analizando cada detalle de su dedicada imagen y solo entonces, esbozó una mueca agria.
—Finch, supongo que eres consiente de que Levi hablaba en serio cuando te dijo que sería mejor para ti mantenerte lejos de los aurores y tu obsesión por los uniformes, ¿O lo recuerdo mal, Hermione?
La aludida tuvo que esconder una diminuta sonrisa descarada asomándose en sus labios.
—¿Qué puedo decir?— alegó Edith con falsa inocencia.
—Solo estás haciendo tu trabajo, ¿No es así? Estoy segura que a ti jefe no le gustaría saber que estás descuidando tus deberes— dijo Hermione en su lugar, obligándose a no mostrar cuanto le desagradaba verla escudándose detrás de Harry.
No le gustaba la forma en que lo tocaba, innecesariamente invasiva. No le gusta la manera en que muchas mujeres lo tocaban, o lo miraban...
Merlín, ni siquiera le molestaba que toda su lista de ex novios fueran, en su mayoría, aurores. Cada quién podía y hacía lo que quisiera con su vida personal, al menos antes del estatuto.
No, todo se debía en realidad a lo presuntuosa y frívola que era, sin mencionar su poca sensibilidad a los sentimientos de los otros. Alegando tener una arrebatadora franqueza que le impedía no decir la "verdad".
—Eso mismo hago— alegó Edith fríamente—. ¿Podemos empezar con la identificación, Harry?
Mientras Hermione se arrepentía por ser todo lo amable que pudo, sin darse cuenta del intercambio entre ellas, Harry poca atención pudo prestarles. Su mirada vagó hasta la fila de personas todavía saliendo.
Y previendo que algo sucedería, su brazo rodeó a Hermione, apartándose de Edith para hacer retroceder a su prometida con él en el momento exacto en que algunos aurores retrocedían y una de las brujas detenidas, al ver al último grupo de personas saliendo del edificio se levantaba, abalánzandose sobre un alto joven de cabello rubio.
Todo pasó muy rápido.
En el instante en que sintió a Harry tomar su muñeca y los aurores intervenían, deteniéndola a solo unos centímetros de llegar a su destino, Hermione sintió su corazón hundiéndose.
Frente a sus ojos, la hermosa chica de ojos verdes se aferraba a la túnica del chico, lo único que alcanzó a sujetar y que en algún momento debió ser de la mejor calidad, ahora reducida a un sucio ropaje, mientras el resto de aurores intervenían para separarlos.
—¡Matt! ¡Matt!— gritaba la joven. Las lágrimas de pánico surcaban sus sonrosadas mejillas, removiéndose desenfrenadamente entre los brazos del auror que la aprisionaba.
Siendo todo lo contrario a ella, el apuesto joven a quien intentaba llegar parecía, para este punto, resignado a lo obvio. No importaba cuanto se esforzaran en llegar al otro, cuanto gritaran e intentaran, estaban rodeados y su camino terminaba ahí.
A la chica le llevó unos segundos darse cuenta de la conclusión a la que había llegado, percatándose de que era la única que luchaba por llegar él. Hecho esto, perdió la fuerza y casi cayó, siendo detenida por el brazo de Harry que mantenía a Hermione detrás.
Sus miradas se encontraron por un segundo.
Sus ojos verdes llenos de lágrimas recayeron en Hermione antes de que uno de los aurores tirara de ella hacia atrás, devolviéndola a la fila con la expresión más desdichada que Hermione hubiese visto en alguien en mucho tiempo.
Hasta que el último de ellos no abandonó el lugar, sin recibir el mejor trato por parte de los aurores, Harry no se permitió soltar a Hermione, todavía demasiado atónita para reaccionar.
—Oh, que penoso— musitó Edith con una mueca de desagrado.
—¿Te lo parece?— inquirió la castaña, indignada con su tono petulante.
—¿A ti no?— curioseó Edith, con una mueca irónica—. Estas personas actúan como bestias, ¿Por qué tratarlas de otra forma?
—Por simple humanidad y empatía— chistó Hermione—. No me esperaba menos de ti.
Harry las miraba incómodo, limitándose a observar como silencioso expectador. Susan, en cambio, parecía encontrarlo fascinante.
Afortunadamente, antes de que Edith pudiera responder, su conversación fue interrumpida.
—Ellas no pueden estar aquí— dijo una voz, que tardíamente Hermione reconoció como perteneciente a Dugan, intentando hacer notar su elevado rango sobre la mayoría de aurores jóvenes al señalar con un cabeceo al trío de chicas.
Despabilándose, la castaña buscó alrededor, encontrándose con que en un segundo, Edith y Susan estaban siendo alejadas de ahí por Asher, negándose a dejarlas alejarse de su custodia.
En realidad, enfocando a su alrededor, Hermione constató que, en efecto, era la única persona, además de los aurores todavía a las puertas de aquella vieja casona.
Definitivamente, eso no formaba parte de su plan.
Por su parte, Harry apenas y parpadeó, todo en su postura mostraba lo poco dispuesto que estaba a obedecer una orden de un auror de igual rango al suyo.
—Ella está conmigo, se queda aquí— sentenció.
Dugan miró a los lados, poniéndose rojo al notar que tenían la atención de varios de sus subordinados.
—Potter, ella no tiene el permiso ni el rango para estar aquí. Sus funciones, asignadas en su lista, se limitan a…
—Tú tampoco tienes el rango necesario, te recuerdo que estás reemplazando a alguien más y aun así estás aquí— decretó con voz plana—. Además, ella es parte del Departamento de Investigación, ¿A qué te suena?
Daba la impresión de que Dugan intentó arremeter de nuevo, negándose a aceptar un cuestionamiento y Harry, previéndolo, tomó a Hermione por la cintura y la condujo al interior de la casona.
—¿Qué hay del profesionalismo?— preguntó la castaña, intentando ocultar su culposo orgullo.
Podía sentir las miradas sobre ellos al pasar, y no pudo importarle menos. La mano de Harry era firme, manteniéndola cerca sin importarle nada que no fuera mantenerla cerca de él.
—Al demonio con eso, nadie vendrá a darle órdenes a mi prometida.
La tonta sonrisa en los labios de Hermione fue imposible de ocultar al escucharlo llamándola de la forma que comenzaba a adorar.
