El sábado por la tarde, tres departamentos después en algunas de las zonas más habitadas de Londres muggle, ninguno de los presentes parecía contento con las posibilidades.

Teddy se balanceaba inquieto en brazos de Harry, que luchaba por no dejarlo escapar hacia cualquier lugar del apartamento que pudiera significar un peligro, contando con sus empinadas escaleras y varios rincones potencialmente peligrosos para un niño tan pequeño... Y tan enérgico.

—Estábamos pensando en algo más... Privado— informó Hermione tres horas después, a la agente de bienes raíces, Helen Brenner, una mujer de mediana edad, bajita, rubia y de expresivos ojos azules.

Según Luna, pese a su condición como squib, se desempeñaba bastante bien con sus clientes, tanto magos y brujas, como muggles. Aunque para ese momento, luciera casi tan ofuscada como ellos ante sus negativas.

A cada una de sus opciones Harry y Hermione alegaban convincentes pretextos, pues nada terminaba por convencerlos. El primero fue demasiado grande, el segundo rodeado de gran cantidad de vecinos y el tercero, simplemente lúgubre y con mucha tecnología integrada que no usarían.

Hermione dudaba que con magia cerca siquiera pudiera funcionar correctamente.

La mujer suspiró, echando una mirada hacia Teddy, ahora jugando con los extremos de su bufanda mientras tarareaba alguna especie de canción mágica infantil. Su presencia quizás la hizo creer que no era solo la ley matrimonial lo que estaba llevándolos a buscar un nuevo hogar.

—Todo lo que pude preparar para ustedes fue sin contemplar que eran una pareja con un niño, eso cambia mucho la perspectiva y las posibilidades, claro. Puedo crear un nuevo margen de opciones y partir desde ahí.

Ni Harry ni Hermione se atrevieron a aclarar inicialmente que el niño no era suyo, en ocasiones era casi como si lo fuese. Además, era bastante lógico que lo creyera, con Teddy luciendo en esos momentos unos cabellos tan negros y revueltos como los de su padrino.

—Nuevas opciones— repitió Hermione conforme—. Eso suena bien.

—Sí, un matrimonio siempre aprecia algo más amplio y hogareño. Sé que no es de mi incumbencia, pero normalmente los recién casados buscan una casa, para mayor practicidad, sobre todo con un niño.

—¿Por qué sería más práctico?— preguntó Harry, mientras Hermione se encargaba de abrigar bien a Teddy pues aquel lugar era espantosamente frío.

—Cuando los niños llegan— prosiguió la mujer, sonriendo enternecida—. Tener más espacio siempre es bueno.

Intercambiando una tensa mirada, la pareja no tuvo más remedio que darle interiormente la razón. Ese era justamente el motivo que estaba uniéndolos.

—A menos que no quieran tener más— vaciló Helen ante su silencio—. Son jóvenes aún, no quise ser indiscreta.

—Los tendremos— afirmó Hermione presurosa—. Es solo que... No lo habíamos contemplado así.

—Tiene toda la razón, nos gustaría cambiar de perspectiva— intervino Harry en su auxilio —. Una casa sería ideal para nosotros.

Hermione sabía que todo lo que hacían se debía en gran parte a la obligación que la ley dejó caer sobre sus hombros, pero hasta ahora, aceptándolo fácilmente solo había pensando en el matrimonio, dejando el tema de los niños en segundo término cuando debió ser el primero y único más importante.

—Verá, vamos a casarnos en poco tiempo y nos gustaría tener el asunto resuelto antes de la boda— le informó Hermione.

—Oh, en ese caso, tengo un buen catálogo aquí.

Atraído por el aburrido silencio de los adultos, Teddy soltó su bufanda y tiró de la mano de Harry para llamar su atención. Comenzaba a aburrirse y seguramente, debía tener hambre.

—Ya estamos terminando— lo consoló Harry, revolviéndole el cabello y con una mirada de disculpa, se alejó hacia las ventanas para enseñarle el paisaje y básicamente, mantenerlo distraído.

Helen sonrió con dulzura, casi comparándose con la que que se reflejaba en ojos de Hermione al verlos alejarse.

—Es su... nuestro ahijado— explicó la castaña, mientras la mujer buscaba en su portafolio el tan ansiado nuevo catálogo.

—Tienes suerte de todos modos, linda. Tu prometido parece tener un talento natural con los niños. Oh, lo he olvidado en el auto, dame unos minutos.

Apenas asintiendo, Hermione se dedicó a mirarlos sin discreción en cuanto Helen salió por la puerta, dejándola sola con sus palabras dando vueltas en su mente.

Sí, Harry era bueno con los niños, o al menos con Teddy.

Ahora lo tenía sobre sus brazos, balanceándolo de un lado a otro simulando ser una especie de avión moviéndose en el aire, acción que arrancaba carcajadas al niño, fascinado con el juego.

Mirarlos ahí, con idénticos cabellos negros hizo que la recorriera un placentero escalofrío al imaginarse el futuro planteado. Harry definitivamente sería un buen padre.

Sí, ella tenía mucha suerte.

Sin deseos por perderse un momento más con sus dos apuestos hombres, en cuanto Teddy dejó de reír y Harry volvió a sostenerlo con uno solo de sus brazos, hablándole con concentración, avanzó hacia su encuentro.

—¿Algo qué me esté perdiendo?

—Intento explicarle a Teddy lo que sucede— le informó Harry.

—Eso es fácil— río la castaña, quitándoselo de los brazos—. Vamos a casarnos pronto y necesitamos una bonita casa donde vivir.

Los ojos del niño se iluminaron por la noticia, meciendo sus piernitas en el aire con alegría cuando Harry le rozó las costillas con sus dedos juguetonamente.

—Por eso te hemos traído aquí. ¿Qué opinas de esta?— secundó Harry—. ¿Es bonita?

Teddy hizo una mueca de desagrado, escondiendo su rostro entre el cuello de Hermione.

—Da mucho miedo— respondió y miró los altos techos con desconfianza—, ¡Y es muy fea!

Para ser tan pequeño tenía muy buen gusto y demasiada sinceridad. No tenía el aspecto de ser la clase de lugar en la que una familia con niños viviría.

Y pronto, con Teddy y su futuro bebé, habría dos. Hermione no quería imaginárselos creciendo en un lugar tan gris.

Deseaba que su bebé pudiese tener todo lo necesario para una crianza feliz al lado de ellos. En un lugar en el que ella y Harry pudieran sentirse seguros de verlo crecer.

La repentina certeza de que esto debía suceder antes de lo que llegó a planear en el pasado la mareó, pero también, la llenó de una ilusión que estaba muy segura de no haber tenido antes. Fue bastante ingenua al ignorar la palpable verdad.

En algún momento, más pronto de lo que creyó, tendría a los hijos de Harry Potter, su mejor amigo. Y, aunque sorprendentemente, la idea no resultaba tan aterradora como pudo pensar, sabiendo que no existía un hombre mejor con el cual tener una familia, todavía le daba vértigo imaginarse el proceso que eso requeriría.

Mejor que encontraran una buena casa pronto, reflexionó acalorada, o nada detendría su creativa imaginación llenándose de niños con el cabello tan negro como el de su padre.

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Encontrar la casa perfecta fue solo cuestión de tiempo, quizás más del esperado.

Hermione no habría creído todo el tiempo que les llevó encontrar un buen lugar en el cual imaginarse empezando desde cero. Pero al final, incluso Teddy parecía contento con su elección.

Podían no tener hijos todavía, pero sí a Teddy Lupin acaparando toda su atención con su adorable personalidad. Con él cerca por los últimos cuatro años Hermione se motivaba al pensar que su entrenamiento como padres comenzó antes de que pudieran darse cuenta.

Su casa, una estructura unifamiliar alejada del bullicioso ritmo urbano les daría la suficiente tranquilidad, despejándolos del estrés de su trabajo y los ruidosos sonidos propios de la ciudad.

Tenían vecinos, claro, pero todos lo suficientemente lejos unos de otros para tener la privacidad deseada al no tener que compartir paredes con nadie. Sin contar el precioso y amplio jardín trasero, repleto de viejos y frondosos árboles por los que la luz del sol se colaba en fragmentos que atravesaban las ventanas.

Encontrar aquella casa fue perfecto. Hermione se enamoró de la construcción apenas verla y Harry, motivado por sus deseos por complacerla, le aseguró que la comprarían antes que nadie.

Quizás se debía a su aspecto hogareño o las muchas ilusiones de crear buenos recuerdos bajo sus paredes, pero Hermione realmente deseaba comenzar ahí su nueva vida. Además, había algo en aquel lugar que ni ella ni Harry mencionaron, pero que sabían que se encontraba ahí, esperándolos.

Cierto aire de familiaridad que la hacía sumamente similar a la casa de los padres de Harry, en el Valle de Godric. La clase de lugar en la que desearías quedarte y vivir.

Vivir ahí, o en Grimmauld Place habría resultado imposible de concebir por toda la ola de malos recuerdos que eso traería diariamente a Harry, sin importar lo bueno, eso siempre representaría un retroceso por el que Hermione no deseaba que él tuviese que pasar de nuevo.

Existían demasiados fantasmas entre sus paredes.

Por ello, un día después, se encontraban ahí, listos para firmar el contrato de compra.

Durante los últimos tres días de extensa búsqueda de un hogar, Harry, Hermione y Teddy compartieron techo, quedándose en el departamento de la castaña mientras tanto.

No era ningún secreto que Harry apreciaba tenerla cerca cada que su ahijado estaba quedándose con él, y el pequeño Lupin, mucho más, disfrutando acompañarlos hacia cualquier lado. Significativos lujos de los que no disfrutaría continuamente en casa de su abuela, Andrómeda, acostumbrada a un ritmo de vida más pacífico.

—¿Estás seguro de esto?— preguntó Hermione por, tal vez, quinta vez.

Los brazos de Harry rodeaban sus hombros, mientras ambos vigilaban alternativamente a Teddy, corriendo frente a ellos en el amplio recibidor vacío.

—Te lo he dicho. Cumpliré lo que tú quieras.

—¿Pero te gusta?

—Claro que sí. Siempre desee un hogar así— respondió y depositó un fugaz beso sobre su coronilla.

En ese momento, Teddy correteó hacia las escaleras, señalando insistentemente hacia arriba, pues sabía, no tenía permitido subirlas sin que alguien estuviera con él.

—¿Han pasado los diez minutos?— inquirió Harry sin muchos ánimos.

—¡Sí! ¡Quiero ver mi cuarto!— chilló Teddy, radiante de alegría, levantando los brazos en el aire para que Harry lo llevase al piso superior.

—Ve tú, yo esperaré a Helen— dijo Hermione, sonriendo.

Desde que llegaran no hubo rincón no explorado en el piso de abajo que Teddy no hubiese recorrido ya. Solo faltaba el segundo piso, al que Harry prometió llevarlo pronto, mientras esperaban a Helen.

Sin más remedio que cumplir su promesa, Harry se dirigió hacia Teddy y lo levantó en volandas para visitar las habitaciones y asignarle la suya.

No eran pocas las temporadas que el hijo de Remus y Tonks pasaba con él, de modo que merecía tener una. Dormir en la cama de Harry mientras él ocupaba su sofá ya no era un opción en una casa con tanto espacio.

Con Harry, Hermione y Teddy ocupando sus respectivas habitaciones, todavía quedaban dos libres, una de ellas sería, claro, ocupada pronto por el bebé.

Pero de eso ya se ocuparían después.

—¡Finalmente lo encontré!

Dándose la vuelta para dejar de ver las escaleras por las que Harry y Teddy habían desaparecido minutos atrás, Hermione se encontró a Helen cruzando el umbral de la puerta principal con el contrato entre sus manos.

Incluso si confiaba en la mujer y en Luna al recomendarle sus servicios, leyó minuciosamente cada cláusula del contrato y hasta que no estuvo segura, firmó.

Solo faltando la firma de su prometido, se apresuró al piso superior y lo buscó entre las habitaciones sin mucho éxito, hasta que llegó a la que sería su habitación, al final del pasillo.

La puerta estaba semiabierta, dejándole entrever gran parte del cuarto vacío, hasta que escuchó sus pasos recorriéndolo. Por algún motivo, no entró, permaneciendo en silencio detrás de la puerta.

Harry sujetaba la mano de Teddy, haciendo lo que más le gustaba en el mundo a su edad, preguntar y cuestionar acerca de todo.

—¿Por qué una nueva casa?

Harry río y lo levantó, sujetándolo con uno de sus brazos mientras lo miraba, intrigado por la natural curiosidad del niño.

—Hermione y yo vamos a vivir aquí, y cuando nos visites tendrás tu propia habitación, ¿Te gusta?

—¿Podré jugar con el bebé de tía Mione?

Hermione sintió un vacío en el estómago, exaltándose con la intrépida inocencia del niño, pero más que eso, deseaba escuchar lo que Harry, tan tenso como ella, respondería.

—¿Quién te dijo que ella tiene un bebé?

Teddy se tomó su tiempo para responder, todavía demasiado entusiasmado con la vista del jardín detrás de la ventana.

—Abuela dice que los bebés llegan cuando la gente se casa— respondió con obviedad—. ¿Dónde está el bebé ahora?

Harry se empeñó en ignorar su última pregunta y sonrió con falsa tranquilidad.

—Tía Mione no tiene un bebé aún— le explicó, con cada músculo de su cuerpo tenso, pero una agradable actitud.

La alegría de Teddy decayó un poco ante su respuesta.

—¿Por qué no lo traen ahora? ¡Nunca hay nadie con quien jugar!

Como usualmente ocurría, Harry no parecía seguro de que se suponía que debía contestar para animarlo y Hermione estuvo tentada de entrar en ese instante para evitarle el incómodo momento, hasta que lo escuchó responder.

—Pronto. Pero cuando lo tengamos, serás como su hermano mayor, ¿Qué opinas?

Tan pronto la idea se instaló en su mente y Teddy pudo procesarla, imaginándose las posibilidades, se removió con alegría en los brazos de Harry, quien señaló la vista extendiéndose detrás de la ventana.

—¿Ves ese enorme jardín? Tú y el bebé van a jugar ahí por horas, y cuando sean mayores, les enseñaré a montar escoba.

—A Mione no le gusta la escoba— se negó Teddy, demostrando su implacable deseo por hacer lo correcto, por mucho que esto no le gustara, reflejándose en el mohín formándose en sus labios

Harry se río de su ocurrente obediencia y le revolvió el cabello con la mano. Había mucho de sus padres en él.

—¡Él bebé y yo nunca usaremos una!— se lamentó el niño—. Así no seré un buen hermano mayor.

—Yo me aseguraré de que sí— lo tranquilizó Harry—. Les enseñaré todo lo que sé y luego, cuando sean mayores y vayan a Hogwarts sabrán mucho más que yo.

Hermione clavó las uñas en la palma de su mano cuando sintió que algo cálido la inundaba al observar el intercambio. Nunca antes escuchó a Harry hablando así, siendo tan dulce al referirse a su hijo con tanta ilusión ante el futuro, aún si ese niño o niña no existía todavía.

Demasiado abrumada, esperó unos segundos más para poder entrar, en los que por fortuna, Teddy comenzó a hablar acerca de sus muchas ideas para su habitación.

Decidiéndose a entrar finalmente, Harry la recibió con una enorme sonrisa de alivio, a la vez que ella levantaba el contrato para mostrárselo.

Al verla Teddy pasó a sus brazos con gusto, narrándole cuál había sido su elección de habitación y el color del que la pintaría, sin que Hermione pudiera hacer mucho para esforzarse en escucharlo. No podía dejar de mirar a Harry, todavía sonriente mientras firmaba.

Ahora sentía que conocía una nueva faceta de él que nunca antes creyó que podría vislumbrar de tan cerca.

Estaba más segura que nunca Harry sería un padre maravilloso.

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Había algo diferente aquella mañana.

Una punzante sensación de nostalgia que le impedía dejar de mirar cada rincón y recordar todo lo que vivió ahí.

Al mudarse, año y medio atrás, nunca esperó cuál sería el motivo que la llevaría a dejar el que fue su solitario hogar por largos días y noches. Era demasiado joven para saberlo, pero no se arrepentía de marcharse.

Varios meses atrás dejó de sentirse tan cómoda con la solitaria soledad que la recibía con los brazos abiertos al caer el sol y ahora, pensó positiva, estaba marchándose hacia su nuevo hogar.

Miró el pasillo vacío, sin sus fotografías adornándolo y al fondo, la que había sido su habitación. Todo ahora tan diferente carente de muebles haciéndolo casi difícil de reconocer.

Lo nostálgica que sentía no le impedía sentirse también sumamente feliz. Incluso Crookshanks, hecho una bola en sus brazos parecía estarse despidiendo del lugar.

En ese momento, gracias a lo fácil que cualquier ruido se escucharía en el vacío, los pasos de Harry acercándose desde el pasillo la hicieron girarse. Aguardó en silencio, recargándose contra el marco de la puerta hasta que ella retrocedió hacia la salida.

—¿Todo bien?

—Sí— respondió Hermione, mirando todo a su alrededor para luego depositar un beso sobre la cabeza de su gato—. Nos vamos a casa, Crookshanks.

Cuando estuvo lo suficientemente lista se acercó a Harry, aún esperándola en silencio en la puerta.

Verlo ahí le pareció casi simbólico. Marcharse era todo lo que definiría el nuevo rumbo que tomaría su vida y la persona en la que se convertiría.

Tan pronto Hermione atravesó el umbral, sintió que cerraba una etapa que esperó inconscientemente cambiar por mucho tiempo, y por la cual estaba agradecida.

Harry le sonrió al verla pasar y cerró la puerta del departamento vacío, siguiéndola hacia el elevador.

El final y el comienzo de algo completamente nuevo tuvo su lugar ese día.

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Todo prometía convertirse en un desastre.

Todas las pertenencias de Harry y Hermione, aunque bien resguardadas en tan solo unas cuantas cajas con fondos mágicamente extensibles, revolvían sus cosas sin orden en su interior.

Con suerte consiguieron situar sus respectivas camas en sus habitaciones, pero el resto de muebles y cosas no parecían encontrar su lugar pronto, sin contar el hecho de que debían pintar las paredes del recibidor y sus habitaciones.

Luego del desastroso conteo de sus pertenencias, la joven pareja admiraba todo su trabajo por hacer, rodeados de cajas de mudanza en medio de la enorme sala.

Por suerte era fin de semana y ninguno tendría que preocuparse de mucho más hasta que el nuevo día llegase.

Gracias al amplio ventanal, permitiéndoles ver su espacioso jardín y la luz del mediodía iluminando todo, Hermione se sentía ligeramente positiva al creer que acabarían pronto, sin importar lo exhausta que se sintiera.

La casa de sus vecinos más próximos, a dos kilómetros y medio de distancia ayudaba mucho en cuanto a usar magia se trataba, no teniendo que cuidarse en ser precavidos escondiéndola.

Gracias a Merlín, Hermione no tuvo que ayudar con el trabajo más pesado, y fue Ron quien se encargó de auxiliar a Harry pasando sus cosas desde su departamento a la casa, lidiando con los hechizos extensibles y la reducción de los muebles, mientras ella compraba la pintura que utilizarían.

—¿Es normal que sienta que no hemos progresado con esto?— preguntó Hermione sin darse la vuelta.

Podía escuchar los pasos de Harry acercándose desde la cocina y luego su pecho pegándose a su espalda al mismo tiempo que uno de sus brazos la rodeaba.

Frente a ella apareció la mano de su prometido, meciendo entre sus dedos un par de llaves que Hermione no dudó en sujetar, apretándolas contra su pecho. Sin poder evitarlo, entusiasmada, se giró a mirarlo, radiante de alegría.

—¿Sabes lo que esto significa?

Harry se tomó el mentón con la mano, fingiendo pensar.

—¿Muchas cosas que ordenar?

—No— río Hermione, ahogando un jadeo de sorpresa cuando Harry tiró de ella hacia él y ambos terminaron cayendo sobre el único sofá de la habitación.

Apoyando sus manos sobre su pecho para poder enderezarse, Hermione observó cada rincón con ilusión y luego se volvió hacia él, ya observándola. La forma en que sus ojos la miraban la hizo experimentar un agradable tirón en el estómago que la obligó a recostarse contra su pecho para no tener que sentirse tan tonta.

—Esta es nuestra casa— decretó orgullosa.

—Nuestra— repitió Harry, besando su cabeza.

Decirlo se sintió tan bien como lo imaginó. Finalmente tenían una casa juntos, reflexionó, y el solo pensamiento fue todo lo que necesitó para ser feliz.

En menos tiempo del que pudo creer, habían conseguido acomodar gran parte de los muebles con solo mover su varita, protegiéndolos al mismo tiempo con un hechizo escudo que evitaría que fueran manchados por la pintura. La parte difícil venía con las cosas pequeñas, a las que Hermione quería dar lugares específicamente significativos y, que sentía, con magia ese efecto dedicado y hogareño no se lograría.

—Amas complicarte la vida— observó Harry, mirándola colocar con extremo cuidado varias figuras decorativas.

Molesta por no conseguir darles el lugar que quería, Hermione se dio la vuelta para encararlo, cruzándose de brazos con disgusto.

— Honestamente... Diría que solo soy dedicada en lo que hago, me gusta poner atención hasta en los mínimos detalles.

—Uh, y también muy modesta— se burló él, mientras abría la pintura solo moviendo su varita.

La indignación hizo que Hermione diera zancadas hacia él, apartándose su alborotado cabello cubriéndole el rostro.

—Si no tuvieras esa varita en tus manos, no te sentirías tan independiente.

—Puedo hacer esto solo— aseguró Harry frunciendo el entrecejo—. Con o sin varita. Tú, por otro lado...

Sin ser cuidadosa lo apartó del camino y tomó una de las brochas, ante la atenta observación de un Harry sumamente divertido.

—No estarás...

—Lo haré yo sola.

—¿Para qué después te quedes con todo el crédito? De ninguna manera.

Antes de que pudiera comenzar, Harry ya estaba guardándose la varita en el bolsillo y tomando también una brocha.

—¿Algún día dejarás de ser tan competitivo?

—Sí, cuando tú aceptes no tener siempre la razón.

Sabiendo que no existía una respuesta factible para sus palabras, Hermione se conformó con esconder la sonrisa en sus labios dándole la espalda para que él no supiera cuanto la motivaba llevarle la contra.

Sabía que algún día, ese sería el primer buen recuerdo de su hogar.

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La mano con que Harry la sostenía bastaba para soportar el revoltoso movimiento del elevador yendo en todas direcciones.

Hermione todavía podía sentirse cómoda cerrando sus párpados, encontrando consuelo para sus ojos ante tan insignificante momento de descanso. Estaba bastante segura de haber dormido las horas suficientes, pero eso no importó cuando, al despertar, siguió sintiendo su cuerpo tan cansado como antes de dormir.

Cansinamente se apoyó contra Harry, que la soltó solo para rodearla con un brazo y permitirle descansar mientras se dirigían a sus respectivos trabajos.

Podía escuchar a la gente saliendo y entrando al elevador, todos apresurándose a comenzar el día, pero Hermione solo deseó haber permanecido entre las cobijas.

Se prometió, sería la última vez en que innecesariamente desestimaría la magia.

Justo cuando sintió que su cuerpo perdía fuerza, relajándose bajo el resguardo del brazo de Harry, escuchó una risita conocida, seguida del suave apretón de la mano de su prometido sobre su brazo, lo que la obligó a abrir los ojos.

Frente a ella estaba nada más y nada menos que Luna Weasley, con un folder apretado contra su pecho y una deslumbrante sonrisa.

Tan pronto la miró, su cansancio se disipó, saludándola con un apretado abrazo mientras la rubia entraba al elevador junto a la pareja.

—¿Qué haces aquí?— preguntó Hermione, confundida, pero completamente feliz por encontrarse con su mejor amiga.

—La semana pasado publiqué un artículo sobre los Augurey en el Quisquilloso. La mayoría creyó que era una mentira, pero cuando lo comprobé, el Departamento de regulación y control de criaturas mágicas me pidió que viniera y les diera más detalles. ¡Ellos no sabían nada sobre lo que yo demostré!

Hermione, que había trabajado brevemente ahí apenas salir del colegio y conocía como funcionaba, se sintió irremediablemente orgullosa de su mejor amiga.

—Felicidades— le dijo Harry, poniéndole una mano sobre el hombro, apresurándose a la salida—. Cuéntaselo todo a Hermione y ella me lo dirá. ¡Fue bueno verte, Luna!

Finalmente habían llegado a su piso, y la voz en el elevador anunciaba que las rejas debían cerrarse pronto.

—Te veré en el Atrio, o en casa— le dijo a Hermione, besándola fugazmente en la mejilla y luego, a Luna, que se despidió con alegría agitando la mano.

Sin poder decir más, Harry se escurrió fuera del elevador cerrándose y se incorporó al pasillo de su departamento, encontrándose metros adelante con algunos de sus compañeros.

Hermione todavía lo miraba cuando el ascensor dio una sacudida y emprendió su camino hacia arriba.

—¿Por qué lucen como si los hubieran apaleado? Parece que no han dormido nada — observó Luna astutamente, mirándola sin disimular su crítico análisis.

Como si confirmara su dicho, Hermione bostezó. Al instante, la mirada de la rubia se iluminó, dando un súbito brinco para acercarse a su amiga y chillar de gusto.

—No me digas que ustedes dos han…

Hermione, que tomaba de su café, soportando el amargo sabor que apenas toleraba cuando su mente alcanzó a procesar lo que su insinuación significaba. A veces, le sorprendía la facilidad que su amiga tenía para referirse a "esos" temas con tanta soltura, sobre todo si sus insinuaciones eran erróneas.

—¡Merlín, Luna! ¡Por supuesto que no!— negó Hermione rotundamente, evitando mirarla—. ¿Cómo está Ron?

Luna río con diversión, comprendiendo su intento por cambiar de tema.

—¡Muy bien! Las ganancias van mejor que bien en la tienda de Hogsmeade. Ron y George creen que pronto podrán abrir una sucursal más. ¿No es maravilloso?

— Sí que lo es— reconoció Hermione, contagiada de la alegría de sus amigos—. ¿Qué hay de ti y del bebé?

Si antes parecía contenta, con la mención los ojos azulados de Luna adquirieron un increíble matiz de orgullo que le iluminó el rostro.

—En la última visita con el sanador, todo iba muy bien. Ron y yo hemos pensando nombres. ¡Tú y Harry también podrían hacer sugerencias interesantes!

—Eso me encantaría, aunque no me gustaría pensar que cuando crezca, ese bebé odie a sus padrinos por ayudar a darle un nombre que no le guste.

La genuina carcajada de Luna pudo escucharse sobre la voz proveniente del ascensor anunciando la próxima parada.

—Sé que le gustará— profetizó la rubia, desestimando su suposición. Su mano acarició su abdomen apenas abultado bajo su holgada ropa y sonrió radiante a Hermione—. Quiero que nazca ya. Me siento tan ansiosa por descubrir cuanto tendrá de mí.

—Este bebé será precioso con ustedes como padres. Personas con tu autenticidad es lo que le hace falta a este mundo— dijo Hermione.

—¡Eso es muy dulce! Me alegra que después de nuestras diferencias en el colegio nos convirtieramos en amigas. Sé que creías que era rara, pero, ¡Míranos ahora!

La castaña tuvo que reírse, ocultando su vergüenza inicial ante el recuerdo de aquellos tiempos en los que consideraba que todo lo que escapara de sus parámetros lógicos era una tontería, traído al presente por la siempre rotunda sinceridad de su amiga. Costaba imaginarse todo lo que su vida cambió.

—Me hace muy feliz que haya sido así.

Ambas se sonreían cuando al elevador entraron tres personas más, entre ellas, Susan, viéndose de muy buen humor para ser tan temprano. Saludó fugazmente sorprendida a Luna y luego, volviéndose a Hermione, se detuvo.

—¡Merlín, Hermione! Luces terrible.

—Gracias— respondió esta, irónica—. Buenos días también para ti.

Susan se apretujó junto a ambas chicas y en voz baja y maliciosa, susurró:—Supongo que Harry te mantiene muy ocupada por las noches.

La risa de Luna fue tan fuerte que hizo voltear al par de magos frente a ellas, cosa que no pareció importarle, contrario a Hermione, roja de la vergüenza al pensar que pudieran haber escuchado su comentario.

Esperando el tiempo necesario hasta que quedaron solas, Susan se aclaró la garganta y siguió, no dispuesta a dejar el tema zanjado.

—No nos mires así, no tendría nada de malo.

Luna asintió fervientemente.

—Es muy importante esa parte, para saber si serán una buena pareja en el futuro— decretó la rubia con ilusión.

—¿Qué?— vaciló Hermione, rozando la curiosidad y su propio bochorno por no querer saber nada al respecto.

Al notar que no comprendía, como pocas veces sucedía, Luna le puso una mano en el brazo con exasperación.

—Saber si el sexo es bueno, claro— respondió, precedida por la risa ahogada de Susan, que no conocía lo suficientemente bien a Luna como para saber de qué era capaz su sinceridad.

—Si estás tan cansada, ¡Es una buena señal!— exclamó la pelirroja, siempre dispuesta a seguir el juego a una conversación como esa.

Para este punto, Hermione estaba bastante segura de que no solo sentía su cara ardiendo por la vergüenza de la insinuación, sino por el descaro con el que sus amigas se atrevían a concebir una idea tan escandalosa como esa.

Nunca se consideró especialmente cerrada a esos temas, contrario a lo que la gente asumiría, pero todo trascendía sus límites cuando se trataba de Harry y ella, por supuesto.

—¡No!— les dijo, aprovechando que las puertas del elevador se abrían en su piso para salir como un vendaval—. Solo hemos pintado todo el salón.

—¿Y eso como podría ser cansado?— cuestionó Susan, visiblemente incrédula, siguiéndola afuera mientras el elevador comenzaba a llenarse nuevamente.

—Lo hicimos a mano— objetó Hermione, indignada.

Los ojos de su amiga no mostraron ningún signo de entendimiento ante esto, y Luna tuvo que adelantarse y explicar, ahora que finalmente parecía haberlo entendido todo.

—Harry y Hermione tienen muchas inclinaciones muggles.

Luna parecía decidida a no apartarse de las rejas por mucho que los magos y brujas que entraban la mirada con insolencia, solo para seguir charlando hasta que el momento de partir llegara.

—Oh eso es, dulce, supongo— contestó Susan, aburrida al notar sus teorías desbaratándose—. Aún así harían bien probando que tanta química tienen en ese aspecto.

—Eso sólo complementaria— apoyó Luna, casi luciendo como si quisiera bajar cuando el elevador comenzó a moverse—. Si es que la tensión sexual siempre ha estado allí. ¡Todo estará bien!

Al imaginárselo, Hermione se despidió presurosa de Luna y dio dos pasos lejos del ascensor. Lo que más deseaba era alejarse de ahí.

—Harry y yo no tenemos ninguna clase de tensión sexual, Luna— la reprendió la castaña como despedida, y emprendió su camino por el pasillo, con las carcajadas de su amiga pelirroja siguiéndola.

—De alguna manera debes descubrirlo— escuchó a Susan decir, luchando por darle alcance—. Si no, ¿Cómo tendrán un hijo?

Hermione se detuvo en mitad del pasillo. Paralizada con una idea que muchas veces antes imaginó, pero que ahora, con una fecha próxima de boda ya fija, le pareció más real que nunca antes.

En cuanto estuviera casada, el cronómetro comenzaría a correr y el Ministerio demandaría ver el preciado propósito de su ley finalmente materializado en los resultados esperados.

Reaccionó solo hasta que sintió la mano de Susan en su hombro, percatándose de su preocupación.

—Mejor descúbrelo— le aconsejó compasiva—, Y que traer a un niño al mundo resulte una práctica interesante y no una tortura.

Durante el resto del día, para Hermione no hubo cabida para otro pensamiento.

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El libro que sostenía se resbaló de sus manos, casi cayéndose por completo al suelo, pero antes de que Hermione, todavía adormilada intentara frenar la caída, los rápidos reflejos de Harry, acercándose por el pasillo desde la cocina, lo evitaron.

—Te dije que no debías competir conmigo— le dijo, dándole su libro y luego, desplomándose a su lado en el sofá.

Hacia hora y media habían terminado con su cena, demasiado cansados como para cocinar algo laborioso.

—Y yo te dije que podría pintar sola, y lo hice— se defendió Hermione, encogiendo sus piernas bajo la manta, en la cual Harry se escabulló también.

—Sí, lo veo— admitió Harry y uno de sus dedos le rozó el cuello al alargar el brazo—. Tienes algo aquí.

Una sonrisa divertida surcó sus labios ante algo que solo él veía. Pronto, acercándose con la mirada fija en su cuello, comenzó a frotar con un poco más de fuerza.

La piel de Hermione se erizó al sentir el aliento de Harry, quien no se detuvo hasta que concluyó su tarea, aparentemente sin percatarse de nada.

—Solo una mancha de pintura— continuó, luego de largos minutos en los que la chica contuvo la respiración.

Alegrándose por escuchar su voz de nuevo y tener su vista fija en sus ojos, Hermione se atrevió a volver a hablar.

—No puedo creer que estuve todo el día con el cuello pintado— murmuró ella, tallándose con sus propias manos para disipar su incipiente nerviosismo.

—No creo que nadie lo haya notado— la tranquilizó Harry, echándose hacia atrás—. No eres la chica que nadie más notaría ahora.

Algo en sus palabras, quizás su tono de voz o la presunción de su actitud la hizo detenerse y mirarlo.

—¿Ah sí?— preguntó, en medio de lo que parecía más una protesta—, ¿Y por qué razón dejaría de ser una chica para el resto?

Harry levantó las manos, intentando mostrarse pacífico, pero no completamente sincero, con una diminuta sonrisa engreída.

—Solo digo que todos deben pensárselo mejor antes de fijarse en la prometida del elegido.

Sin otro remedio, Hermione no pudo evitar reír al captar su pésimo intento por ser egocéntrico y permitir que él la rodeara con sus brazos, hundiéndose en el mullido sofá nuevo. Sabía bien lo mucho que Harry odiaba referirse así mismo por tal apodo y mucho más si alguien más lo hacía, considerándolo ridículo.

—Una suerte para ti que vayamos a casarnos.

Por un segundo, al verlo sonriéndole tan abiertamente, algo cálido se expandió en el pecho de Hermione. A veces era casi como si solo fueran dos amigos mudándose juntos, pero siempre quedaba un resquicio libre para algo más que todavía no alcanzaba a comprender.

Algo que poco a poco, día tras día, creía descifrar, pero nunca lo bastante segura de querer alcanzar a comprender completamente. Siempre existía un freno deteniéndola.

Solo dos mejores amigos viviendo juntos, pensó, y luego su mirada recayó en el precioso anillo en su dedo, recordándole que esa solo era una verdad a medias. Se convertiría en su esposa y lejos de asustarla, la idea atraía su curiosidad.

—Podemos cambiar ese tapiz— lo escuchó decir, arrancándola de su ensimismamiento.
Para este punto, sentía sus párpados pesados y el estrés de sus cavilaciones solo agregaba un peso extra a su cansancio.

—¿Qué has dicho?

—El tapiz— repitió Harry y señaló la pared. Hermione agradeció que sus brazos estuvieran rodeándola para no tener que mirarlo luego de todo lo que pensaba.

—Mañana— murmuró adormilada y luego lo escuchó reír.

—No eres una prometida muy cooperativa.

—Tal vez soy una con mucho sueño— susurró, acurrucándose contra él en busca de calor. Para su desgracia, no tardó mucho en sentirlo alejándose y, justo cuando Hermione se disponía a enderezarse, confundida por lo que consideró fue una señal de que buscaba su propio espacio, los brazos de Harry se deslizaron bajo sus piernas.

Al instante, Hermione intentó levantarse sujetándose de los respaldos del sofá, alarmada por una acción que no esperaba.

—Solo te llevaré a la cama— la tranquilizó Harry, y aunque algo en su interior todavía le pedía decirle que no hacía falta, se mantuvo muy quieta, aferrándose a su cuello con indecisión para no caer.

Sin mucho esfuerzo, él se levantó llevándola entre sus brazos, dejando tras ellos la cobija hecha un ovillo en el sofá y luego emprendió su camino hacia las escaleras. Notando lo rígida de su postura mientras subían, Harry miró de reojo a Hermione, muy quieta entre sus brazos y agregó:—No pretendo intentar nada más, si eso te tranquiliza.

Aunque la chica río, comprendiendo que intentaba aligerar el ambiente con su comentario, no pudo relajarse. En su lugar, pegó la mejilla contra su pecho y cerró los ojos, sintiendo que, si prestaba la suficiente atención, podía escuchar el rápido latir de su propio corazón saliéndosele del pecho.

Cualquier resquicio de sueño acababa de alejarse al pensar en las palabras de sus amigas.

—Sé que eres muy torpe en esos temas de todas formas— le respondió Hermione en cuanto llegaron a la segunda planta.

Harry arqueó una ceja, encontrando sus palabras poco gratas.

—Supongo que sí— admitió irónico, sin otra opción—. Soy lo suficientemente paciente como para esperar a la noche de bodas.

No era lo que esperaba, definitivamente y, por lo visto, por la forma en que la miró en cuanto ella se enderezó, él tampoco. Si buscaba defenderse con aquel comentario, lo consiguió, pero no de la manera en que Hermione podría sobrellevarlo.

—No quise decir...

—Sé que no— alegó Hermione, interrumpiéndolo a propósito.

Finalmente, al llegar a su habitación, Harry la dejó sobre su cama sin atreverse a entablar nuevamente una conversación.
Era bastante visible que la castaña no pretendía dormir pronto y que la causa del porqué la llevó entre sus brazos hasta su habitación ya no tenía mucho sentido.

Pero era mejor fingir y pretender que sí, por lo que apenas tocó la cama, Hermione se arrastró hasta la cabecera y hundió el rostro entre la almohada, cubriéndose con la cobija hasta la barbilla.

Harry no se despidió. Se mantuvo unos cuantos segundos al borde de la cama y luego sus pasos silenciosos se alejaron hasta la puerta, cerrándola detrás de sí. A continuación, sin moverse un apice, Hermione lo escuchó alejándose por el pasillo a su habitación, contigua a la suya para realizar su típica rutina antes de irse a la cama.

Pudo imaginárselo deambulando a solo una pared de ella y luego, el sonido de la regadera abierta la paralizó, obligándola a aferrarse a las sábanas para dejar de pensar una y otra vez en el único pensamiento presente por el resto del día.

Susan y Luna jamás debieron sembrar aquella sinuosa idea en su mente. La noche de bodas.… Nunca pensó que eso tendría que ocurrir de algún modo u otro.

Justo como esperó, las horas pasaron y el silencio cayó sobre la casa. Pasaba de la medianoche cuando Hermione finalmente se movió, mirando al techo.

En ocasiones, no podía evitar no mirar hacia el pasado y luego reflexionar sobre su presente.
Lo difícil de su adolescencia, lo mucho que se esforzó después del colegio, al igual que todos sus amigos y todo, para terminar en ese instante ahí, compartiendo un hogar con su mejor amigos en vísperas de su boda.

Inconcientemente, también, recordó la última visita de Ginny y el dilema y acuerdo posterior que su presencia trajo en favor de lo que pensaba y no tolerar para su matrimonio.
Si bien existían y siempre existirían trabas en su camino, no estaba sola en esto y por difícil que la situación fuera, sabía que Harry estaría ahí y la ayudaría a descubrir como afrontarlo.

Muchas veces antes llegó a la conclusión de que, pasara lo que pasara en su futuro, no quería quedarse estancada, sino todo lo contrario. Deseaba mirar hacia adelante y aprender de todos sus obstáculos, esperando encontrar en ellos la fuerza y la experiencia.

En su interior, haciéndose cada vez más tangible para su vida, entendió que realmente deseaba tener una familia propia y poder sacarla adelante. Pero eso ya llegaría.

Por ahora, solo tendría que preocuparse por su boda y todo lo demás, vendría después.