El relajante aroma de la lavanda elevándose como suave vapor desde su taza la mantenía inusualmente tranquila. Aquella tarde, con la tenue luz del sol filtrándose por las cortinas celestes de la cocina, Hermione no se sentía asediada por ningún pendiente que realizar.

La casa de sus padres conseguía sumirla en un pacífico ambiente que buscaría cada que tuviera oportunidad y en el que aparentemente, su madre siempre estaría contenta de recibirla.

Luego de largos días de estrés, cambios en su vida y ánimos volátiles, detenerse un momento y respirar hondo era justo lo que necesitaba, pudiendo encontrarse en cualquier cosa, como un buen té de lavanda antes del atardecer.

No era la única que buscó una salida como esa, después de todo, Harry y los chicos habían acordado encontrarse luego de varios meses sin una convivencia que los ayudase a sentirse, "entre hombres", en la que Hermione no pensaría ni siquiera en intervenir.

Sin ánimos de buscar algo emocionante y ruidoso para sí misma esa tarde, en su lugar, acordó visitar a su madre luego del trabajo, lo que resultó ser una decisión sumamente acertada.

Incluso, debía admitir, por mucho que adorara su compañía, Harry y ella necesitaban momentos lejos el uno del otro. Teoría reafirmándose ante la ausencia de su padre en casa y lo sosegada que su madre parecía con ello, sin preocuparse mínimamente a pesar de ser un matrimonio.

Por horas, madre e hija se embarcaron en la organización de todos los asuntos pendientes respectivos a la boda, como la comida, invitaciones, la decoración que Hermione deseaba y el lugar, todavía pendiente.

—¿Cómo estás? ¿Tienes problemas con algo más?— preguntó la señora Granger, luego de varios minutos sumidas en silencio, mismo que no parecía gustarle demasiado.

La castaña nunca pensó en lo silenciosa que una casa podría ser, incluso con personas en su interior. Por suerte, siempre existía esa indiscutible calidez que ella buscaría tener en su propia hogar y que creía, poco a poco, Harry y ella estaban creando.

El silencio jamás le molestó, de todas formas, siendo miembro de Gryffindor, estaba acostumbrada al bullicioso ambiente de los leones y, aún así, seguía encontrando un refugio en sus propios pensamientos quedándose callada.

Su madre, por otro lado, era la clase de persona que buscaría llenar con sus palabras cada silencioso hueco entre las conversaciones.

—No, Harry es muy atento— admitió Hermione, dispuesta a tranquilizarla y hacerle ver que, si se mantenía callada, no se debía a nada especialmente grave—. A veces parece quizá demasiado interesado en los colores de la casa. Oh, y el jardín, está obsesionado por llenarlo con flores mágicas y rodearlo con ellas.

Al escuchar la risa de su madre, más tranquila por sus palabras, la inquietud en la castaña menguo considerablemente. Con la mujer frente a ella, incluso adorándola tanto como lo hacía, sabía que debía tener ciertas reservas si no quería revelar la naturaleza de su apresurado matrimonio.

—Suena más como un prometido muy participativo— intuyó la señora Granger, mientras miraba la solitaria calle por detrás de la ventana.

—No me ha dejado sola en esto— reconoció Hermione y antes de que la alegría pudiera hacer su aparición, recordó lo extraña que estaba sintiéndose y lo mucho que últimamente deseaba alejarse de su compañía solo para evitar cavilaciones fuera de lugar.

—Eso es lo que es un matrimonio, cariño.

—Lo sé, mamá, pero éramos... somos mejores amigos y ahora… todo está fluyendo con facilidad, me asusta que esté saliendo tan bien.

Notando la preocupación en su hija, la señora Granger colocó una mano sobre la suya, obligándola a prestarle atención.

—Harry siempre ha sido un gran apoyo para ti, Jean, no tienes que estar asustada de todo esto, a menos que no confíes en él y si es así, nunca es demasiado tarde para…

Alarmada al creer que había mostrado sentimientos que no eran precisamente los correctos, Hermione desvió la mirada, concentrándose en el líquido en el interior de su taza.

—No, confío ciegamente en él— reconoció, y no mentía.

—Entonces hablen, nunca permitan que la falta de comunicación sea un impedimento y sobre todo en un matrimonio tan apresurado. Hagan que funcione, cariño.

Hermione sonrió al recordar su rutina y, nuevamente, caer en cuenta de la realidad al mirar su lista de requerimientos para la boda que su madre y ella pasaron toda la tarde elaborando, extendiéndose sobre la mesa.

—Sí, lo hacemos. Cada noche al volver del trabajo, si nos sentimos demasiado exhaustos nos sentamos frente al fuego, bajo las mantas y hablamos acerca de nuestro día o, si solo queremos permanecer en silencio…

Al levantar la mirada y encontrarse a su madre, mirándola con ilusión ante su dulce narración, decidió que había tenido suficiente. Bastante difícil era ya lidiar consigo misma y sus pensamientos asediándola como para ahora atreverse a exteriorizarlos, delatándose. Eso lo haría real y todavía no se sentía segura de querer saber que sucedía con ella.

—Me alegra que todo vaya tan bien. Al principio estaba preocupada por lo precipitado de esto, pero ahora, estoy feliz de que mi hija esté casándose con alguien a quien ama de verdad.

Hermione sabía que debía haber respondido a algo que sonara cursi y lleno de ilusión, como cualquiera en su lugar, pero por alguna razón, no pudo hacerlo. Asegurarle que amaba a Harry y que esa era la razón por la que todo estaba llevándose con tanta prisa ahora le hacía temblar las manos.

Fingiendo pasar su comentario por alto, Hermione aprovechó que su madre se levantaba, hablando entre risas acerca de las posibilidades de convertirse en abuela pronto si seguían con aquella premura, a la vez que ponía un poco de orden a la mesa repleta de papeles, mientras su hija, inevitablemente, consideraba como habría de decirle a Harry el cambio en sus planes para lo que restaba de tarde.

Luego, recordando el sitio en el que él se encontraba, decidió tomar una apresurada decisión en espera de que todo saliera como planeaba y así librarse del escrutinio de su madre y verse pronto rodeada de las paredes de su propio hogar.

—Usaré el teléfono, mamá— comunicó, y no dejó pasar un minuto más, levantándose en dirección hacia el salón. Una vez ahí, marcó el número que esperó, no hubiese olvidado.

Con el auricular pegado al oído, soltó un suspiro aliviado cuando dió tono, marcando hasta que del otro lado, la voz de una mujer descolgó el teléfono... Si era sincera, no esperaba correr con tanta suerte.

¿Hola?

Hermione demoró dos segundos más en reconocer de quien se trataba y, cuando lo hizo, entendió que apenas abriera la boca no habría marcha atrás y terminaría reconociéndola también.

—Hola, habla Hermione... Hermione Granger. Me gustaría saber si...

En el fondo, escuchándose lejos y al mismo tiempo sumamente cerca, inundando todo alrededor del teléfono, del otro lado de la línea, el sonido de risas, gritos y música hizo que la castaña apartara sutilmente el auricular de su oído.
La estática era insoportable, algo que atribuyó, podía deberse a lo viejo que era aquel artilugio, como casi todo objeto muggle en el mundo mágico. Era sorprendente que desde la época en qué Tom era el dueño del lugar, contaran con un teléfono, viejo y maltrecho, pero funcional.

¡Hermione! Me tomó por sorpresa escucharte, pero es bueno oírte, ¿Puedo ayudarte con algo? Oh... Espera, sé lo que buscas.

Sin poder evitarlo, Hermione río, obligándose a hablar más alto esta vez.

—Ha pasado un tiempo, Hannah— reconoció, contenta de escuchar la voz de su antigua compañera de año—. ¿Harry está ahí?

Sí que lo está, estoy viéndolo desde aquí, espera un momento. Por cierto, ¡Fue bueno saludarte!

Distraídamente, la castaña se despidió de la Hannah Abbott, actual dueña del Caldero Chorreante, agradeciendo haber sido tan afortunada para recibir una respuesta. Luego del colegio, Hermione sabía poco de ella más allá de lo que Susan, buena amiga suya desde sus tiempos en el colegio le contaba en ocasiones o las veces en que ella y Neville, su novio desde que se graduaron, coincidían de alguna manera en la vida del otro.

Instantes después de su despedida, el ruido del otro lado quedó amortiguado, mientras la castaña esperaba ansiosamente, vigilando de vez en vez que su madre no pudiera percatarse de lo nerviosa que por los últimos días la ponía todo cuanto tuviera que ver con su dulce prometido.

Medio minuto después, el apabullante ambiente volvió y con él, la suave respiración de la persona a quien mejor conocía en todo el mundo.

¿Hermione? ¿Realmente eres tú? ¿Sucede algo?

Solo al escucharlo, se atrevió a soltar el aire contenido y sonreír, incluso si él no estaba ahí para verla. Confiaba ciegamente en él, por supuesto, pero la espina de duda que surgió en su mente poco después de que Harry se marchara la hacía sentir ruin e intranquila.
Además de la fecha inexacta del regreso de Ginny.

La sola idea de que no estuviese con Ron y los chicos en el lugar acordado y que se tratase solo de un pretexto le revolvía el estómago. Sabía, claro, que desconfiar, aunque solo fuera un poco estaba mal, pero todavía no podía comprender el orígen de sus miedos.

Nunca antes le había importado en lo más mínimo el sitio o personas con las que Harry estuviera, siempre y cuando no lo pusiera en riesgo y esto, la inquietud embargándola durante varios momentos durante el día era más de lo que se creía capaz de comprender.

Suspiró, ese no había sido el motivo por el cual lo llamó.

—Todo está bien solo... Robert mandó un recado hoy, justo cuando saliste de casa hoy por la mañana y... — se detuvo a media frase, replanteándose si realmente debía decírselo en ese momento—, Tu traje está listo. Solo quería avisarte, ya que pienso recogerlo en cuanto salga de casa de mis padres.

Oh... — vaciló Harry, permaneciendo en silencio por unos segundos—. ¿Tienes que ir por él ahora? Creí que pasaría por ti hasta más tarde.

Precisamente por eso estaba avisándole, pensó.
Justamente ese había sido el plan, Harry pasaría casi todo el día con los chicos y solo hasta después se reunirían para marcharse a casa y, aunque la intención de Hermione no era interrumpir su reunión, necesitaba decirle que ella se haría cargo y que por tanto, no debía molestarse en pasar a recogerla.

A veces, creyó, necesitaba seguir sintiéndose poseedora de cierta independencia. De lo contrario, sería casi como admitir que echaba de menos a Harry y que a veces, llevar la rutina de cualquier pareja normal no le molestaría en lo absoluto.

No estaba lista para ello.

—Puedo pasar por el traje, no te preocupes— insistió Hermione, retorciendo entre sus dedos el cable del teléfono pegado a la pared—. Además, es tarde y no quiero que el pobre hombre esté esperando más tiempo, así puedo aprovechar y tachar un pendiente menos de la lista.

¿Sales ya de casa de tus padres?

El sonido de los estrenduosos coros y las risas del otro lado de la línea la hicieron apartar el teléfono unos centímetros, deseando fingir que no lo había escuchado y limitarse a dar por finalizada la llamada.

—En veinte minutos— contestó de todos modos—. En media hora estaré en la tienda de Robert, ¿Lo ves? No es ningún inconveniente.

Es tarde— mencionó Harry — Espérame ahí, iré a recogerte y luego vamos por el traje.

—No hace falta…

Estaré ahí en quince minutos.

—No debes despedir a los chicos, Harry no hace falta…

Nos vemos pronto, señorita Granger— interrumpió él y segundos después, colgó.

Sin más remedio, Hermione dejó el teléfono en su lugar y resignada, regresó a la cocina donde su madre, apoyada contra el marco de la puerta y una franela en sus manos le sonreía, aparentemente habiendo escuchado gran parte de la conversación. Afortunadamente, lo que fuera a decirle murió en sus labios cuando la puerta principal se abrió y por ella apareció el señor Granger.

—Tu padre volvió— murmuró la mujer y, casi demasiado alegre para alguien que llevaba casada tantos años, fue a su encuentro.

Sin dejar que el caluroso saludo de su padre al encontrarla en casa la frenara, Hermione se apresuró a recoger todo lo respectivo a la boda y guardarlo en su bolso, mirando alternativamente cada pocos minutos por la ventana.

Diez minutos después, mientras el suave tarareo de la voz de su madre llegaba desde el salón y Hermione se ofrecía a servirle una taza de té a su padre, al verlo ahí, la confianza que siempre había tenido en él la hizo apenas pensar antes de hablar.

—¿Alguna vez creíste que me casaría, papá?— preguntó, ofreciéndole su taza para no tener que mirarlo a los ojos.

—Sí— respondió de inmediato el señor Granger, para su sorpresa—. No sabía cuándo y esperaba que tuviera más tiempo para hacerme a la idea, pero sabía que pasaría.

La respuesta por sí sola era ya toda una revelación, lo que solo la motivó a desear saber más. Confiaba en sus padres ciegamente, pero la confianza que la templanza y personalidad serena de su padre le daba siempre podía anteponerse a la filosa astucia de su madre.

—Y... Ustedes... Tú...— titubeó, buscando fuerzas para llenarse de valor y preguntar:— ¿Creíste que sería con Harry?

—Tu madre y yo siempre creímos que más pronto que tarde sucedería algo entre los dos. No es algo que me agradara pensar por ese entonces y no lo niego, todavía es difícil asimilarlo, pero sé que estás casándote con alguien en quien confías. Eres mi hija y no soy dueño de tus decisiones, pero admito que hasta donde puedo ver, no has hecho una mala elección.

Sin poder resistirse, Hermione le echó los brazos alrededor del cuello y besó su mejilla, inundada por una oleada de cariño.

—Si existiera un premio al mejor papá del mundo, tú lo ganarías, ¿Lo sabías?

El señor Granger palmeó las manos de su hija cariñosamente, dispuesto a agradecer hasta que el sonido del timbre la hizo enderezarse y prácticamente correr hacia la puerta, sobrepasando a su madre, que ya se disponía a abrir.

Apenas abrió, con el cabello más desordenado de lo común y la respiración agitada, como lo esperó, encontró a Harry del otro lado lado de la puerta. Viéndose casi idéntico a cuando se despidió de él por la mañana.

A diferencia de la chaqueta negra que ahora cubría su playera blanca, pero con los mismos pantalones y zapatos negros camuflajeándolo con la obscuridad de la calle detrás de él. Las únicas dos cosas que llamaron su atención más allá de lo bien que se veía fue el ligero color que tenían sus mejillas y, por supuesto, lo que miraba con atención antes de que Hermione abriera la puerta.

Frente a la casa, estacionada al lado de la acera, luciendo tan flamante como debió verse en sus mejores tiempos se encontraba la enorme motocicleta de Sirius Black, posesión heredada por Harry.

—¿Has...? ¿Por qué la has traído? — le dijo nada más verlo, contrario a su deseo inicial por saludarlo efusivamente— . Olvídalo, no quiero saberlo. Iré por mi abrigo.

Harry asintió dócilmente, murmurando un saludo irónico antes de que mirase al interior del salón y a los señores Granger en el fondo, apenas sentándose en el sofá principal.

—Buenas noches, señores Granger.

—¡Harry!— exclamó Emma con alegría, animándolo a atravesar más allá del umbral.

—Llegaste justo a tiempo para ver Derbyshire Falcons— mencionó el señor Granger, olvidando rápidamente el abandono por parte de su hija que significó su llegada.

—No creo que eso sea posible esta noche, señor— contestó Harry—. Iremos a recoger el traje de la boda ahora.

—Una pena que tenga que ser ahora mismo— se lamentó el señor Granger—. Habríamos conversado mucho.

—¡Dios santo, John!— lo reprendió la señora Granger con severidad—. Harry sí que sabe la importancia de cada detalle.

En respuesta, el joven sonrió, viéndose mil veces más encantador, un efecto más elaborado quizás a sus mejillas levemente enrojecidas que Hermione ahora sabía, poco se debían al frío del exterior y mucho a los tragos que probablemente había bebido.

Como fuera, al verlos interactuar, Hermione se sintió sobrecogida de que estuvieran acoplándose tan bien. Podía imaginarlos siendo una buena familia en el futuro próximo y nada la alegraba más que eso.

—Vámonos— le dijo Hermione, mientras Harry le ayudaba a colocarse el abrigo y ella se acomodaba el cabello.

—Un gusto verlos, señores Granger.

—Siempre pueden venir a cenar los fines de semana— sugirió Emma, siguiéndolos de cerca acompañada de su esposo hasta la puerta mientras la joven pareja asentía—. ¡Siempre están invitados!

Sin acordarlo o pensar mucho en ello, la mano de Harry se encontró con la de Hermione, a la vez que ella abría la puerta y salían hasta el jardín delantero, con los señores Granger despidiéndose desde la entrada.

Antes de que pudieran atravesar la pequeña cerca de madera que daba a la calle, Hermione se detuvo, obligando a Harry a hacer lo mismo. La visión de la motocicleta le recordó la tortuosa perspectiva de viaje que le ofrecía.

Aunque ahora, sin el sidecar y con muchas buenas reparaciones interesantes seguía viéndose tan imponente como antes. Luego de la guerra, Harry, el señor Weasley y George habían trabajado arduamente en devolverla a su estado casi original, lográndolo exitosamente.

Provocándole tanto miedo como lo haría cualquier vehículo volador.

—No estarás pensando en...

Volviéndose hacia su prometido, con una mueca que mostraba la poca gracia que la idea le parecía, se encontró con que él ya sonreía, anticipando su reacción. Si bien Harry no acostumbraba usarla demasiado, manteniéndola siempre en resguardo, lo que le sorprendía era que hubiese decidido usarla precisamente ese día y sobre todo, pensar que ella aceptaría viajar encima de aquel peligroso vehículo.

—Pensé en usarla de vez en cuando, lo sabías— advirtió Harry, y luego le colocó una mano detrás de la espalda, animándola a seguir caminando hasta que ambos se encontraron en la acera frente a la motocicleta.

—No conmigo— lo corrigió Hermione en tono suplicante—. Sabes bien que yo... Que no tolero pensar en la altura y... ¡No puedo evitar que me dé vértigo!

—Sí, pero no permitiría que cayeras jamás, ¿Confías en mí?

La castaña le dirigió una mirada agria y aunque no le gustaba ni un poco lo que sucedía, no protestó cuando Harry se montó encima de la moto y luego, completamente animado, comenzó a dar palmaditas en el asiento.

—No puedo hacerlo— insistió ella, dando un paso hacia atrás al mismo tiempo que Harry alcanzaba a sujetarla de la mano mientras con la otra, le extendía un reluciente casco color negro.

—Solo pido un viaje, señorita Granger. ¿Me lo concedería?

Todavía manteniéndose lo suficientemente quieta como para avanzar o retroceder, Hermione se limitó a mirar a quien tenía frente a ella. Quizás habían sido las cervezas que ahora lo hacían tener aquel aspecto tan desenfadado, combinándose con el aroma de su colonia y el olor dulzón de la mantequilla o, tal vez, era solo su postura engreída en aquella flamante motocicleta.

Invitándola a acompañarlo en un viaje que le aterraba tanto como le atraía aceptar si él le aseguraba que la sostendría.

Como fuese, nadie negaría, y mucho menos Hermione, que Harry se veía dolorosamente atractivo con aquella motocicleta dándole un aura peligrosa que combinaba con cada facción en su rostro y claro, con cada mechón de su revuelto cabello obscuro yendo en todas direcciones.

¿Cuándo podría negarle algo?

De mala gana, aferrándose a él, Hermione se colocó el casco, aplastando su espeso cabello en el proceso. Luego, se apoyó en sus hombros y pasó una pierna alrededor del asiento de la motocicleta, situándose con desconfianza detrás.

Ahora podía entender como era que incluso Hagrid podía caber cómodamente en aquel amplio asiento. Sentada ahí, observando la espalda de Harry, igual que últimamente sucedía, sin control alguno de sus pensamientos, lo que llegó a su mente no le produjo ningún placer.

¿Ginny habría disfrutado tanto estos viajes? Seguramente, sin lugar a dudas, Harry ni siquiera habría tenido que pedírselo más de dos veces. Ella adoraba las cuestiones de altura y todo lo que implicara una buena dosis de adrenalina.

No había duda acerca de lo diferentes que eran.

Desanimada, sin poder evitarlo, no pudo más que permanecer estática hasta que Harry hizo ademán de invitarla a rodearlo para sujetarse.

—¿Qué es lo que haces?

—Solo digo que sería mejor si te sujetas bien. No planeo llegar al altar sin una novia— bromeó, y en cuanto encendió el vehículo, Hermione se aferró al asiento, negándose a tocarlo más de lo necesario.

—Como tú quieras— le dijo él con tono presuntuoso—. Solo tienes que tranquilizarte, esto es como en tercer año, ¿Recuerdas? Nada te ocurrió entonces y no permitiré que suceda ahora.

—Lo único que espero es que los vecinos de papás no vean a su hija subiéndose a una moto voladora.

Harry puso los ojos en blanco y sin pensárselo mucho arrancó. Claro que ella podía recordar su caótico viaje sobre el lomo de Buckbeak y el posterior rescate a Sirius, ¿Cómo podría olvidar algo tan aterrador?

En un intento por distraer su mente ante lo que vendría, disfrutó los últimos segundos en los que las llantas del vehículo rodarían por el asfalto. Conforme la motocicleta se enfilaba al final de la calle, desértica y pobremente iluminada de no ser por los escasa luz de los faroles a los lados y el resplandor de los televisores escapándose desde las casas aledañas, no habría encontrado algo con lo cual distraerse.

Tres minutos después, acercándose hacia la autopista desde donde podían verse las brillantes luces de los automóviles, Harry giró con precisión fuera del camino y, con una leve sacudida, la motocicleta comenzó a elevarse hasta que, antes de que cualquiera de los autos perdiéndose metros abajo pudiera verlos, escondidos por la obscuridad de la noche, sobrevolaron el cielo nocturno pasando completamente desapercibidos.

Gracias a la rapidez con la que el vehículo se elevó para evitar ser vistos, Hermione clavó las uñas en el asiento, asegurándose de mantener cuerpo y piernas rígidas, manteniéndose bien sujeta.

—¿Cómo... Cómo están los chicos?— tartamudeó Hermione, obligándose a cerrar los ojos y apretar los párpados cuando inconscientemente miró hacia abajo y los metros haciéndose cada vez más entre ellos y el suelo.

A través del espejo, Harry la miró de reojo, tomándose su tiempo para aguantar la risa y poder responder, siendo lastimosamente visto por la chica, que recién se atrevía a entreabrir los ojos.

—¿Puedes poner atención al frente?

Esta vez, sin poder evitarlo, Harry soltó una carcajada y meneó la cabeza.

—Buena idea, no quiero chocar contra otra moto voladora en medio de tanto tráfico— ironizó—. Tienes que relajarte.

—¿Cómo haría eso pensando en una caída desde esta altura?

— Solo sujétame bien— la interrumpió y Hermione se obligó a permanecer callada, moviéndose solo hasta que Harry sostuvo el manillar con una sola mano y la otra, lentamente, buscaba a tientas sus manos todavía aferradas al asiento, motivándola a deshacer su firme agarre.

—¿Qué haces?

Harry ladeó la cabeza en su dirección, asegurándose de todavía mantenerse mirando al frente para evitar posibles reclamos.

—Si te sujetas bien de mí, prometo que no caerás.

Comprendiendo lo que intentaba, resistiéndose al inicio, insegura de soltarse completamente ahora que el aire haciéndose más frío le congelaba las mejillas, Hermione tuvo que procesar los pros y contras antes de decidirse a soltarse y en una fracción de segundo, aferrarse a Harry en su lugar, rodeándole el torso con los brazos, casi clavándole los dedos sobre la tela de la chaqueta.

Él no protestó.

El contacto de su piel bajo sus manos consiguió calmarla, aunque no completamente. Sentir que sus pies no tocarían el suelo, ahora metros y metros por debajo no la tranquilizaba y quizás el frío o su propio pánico comenzaba a hacerle castañear los dientes.

—Si caemos, seremos ambos— dijo Harry, haciéndose oír al hablar sobre su hombro.

Hermione gruñó, pero tan asustada como se encontraba no tuvo tiempo de pensar en un reclamo lo suficientemente severo. Harry solo sonrió, decidiendo que había tenido suficiente diversión y se dedicó a conducir con mayor estabilidad, cosa que la castaña agradeció profundamente.

Sin embargo, no aflojó su agarre, abrazándolo con más fuerza.

—Respondiendo a tu pregunta— comenzó él, momentáneamente, decidido a mantener su mente lejos del vértigo—. Todos están bien y mandan saludos. Aunque fue algo extraño al inicio, ninguno sabía cómo actuar.

—¿A qué te refieres?

Harry giró suavemente hacia la derecha, haciendo a Hermione preguntarse como se suponía que sabía hacia donde dirigirse en aquel indistinto y obscuro camino en las alturas.

—Hannah y Neville terminaron a causa de la ley— le dijo finalmente—. Él no nos acompañó. Tal vez, fuimos demasiado insistentes con él y no le quedó más remedio que decirnos la razón por la que no quería encontrarnos en el Caldero Chorreante, pero era muy tarde para cambiar de planes y de todos modos, Neville no iba a sentirse cómodo luego de eso.

Hermione experimentó compasión por su viejo amigo y también, al recordar la voz de Hannah a través del teléfono y por la pareja que habían sido durante los últimos años. Como muchas, obligada a separarse por intereses superiores de personas que se creían dueños de sus destinos.

Embargada por una repentina empatía por ellos y la impotencia de saber que nada podría hacer para ayudarlos, apoyó su mejilla contra la espalda de Harry. De nuevo invadida por aquella extraña culpa al concebir su propio futuro como todo, menos desalentador, mientras el resto veía todo de una manera dolorosamente diferente.

Suspiró, forzándose a mirar al desdibujado cielo nocturno a los lados, cuidándose siempre de no bajar la vista o de lo contrario, todo su autocontrol se perdería.

—Son cosas que pasan— la consoló Harry, y pese a que ella asintió, sabía que ninguno se sentía mejor—. Con la ley solo era cuestión de tiempo y dudo que alguno de los dos quiera nuestra compasión.

—Deberíamos visitar a Neville entonces— sugirió Hermione—. Debe ser difícil para él.

—Al menos las clases lo mantendrán ocupado— opinó Harry—. Podemos ir poco antes de la boda, de no ser así, puedo suponer que pasará las vacaciones con su abuela, ¿Qué te parece?

—Es una gran idea. Puedo mandarle una carta diciéndole que iremos. Dime qué día estás libre, y ahí estaremos.

—Tengo que revisarlo mejor— dudó Harry—. No quiero defraudarte al último momento.

—Bien. Neville necesitará alguien con quién hablar, o al menos algo para distraerse.

Trazados sus planes, permanecieron en silencio, con Hermione todavía apoyada contra él. Gracias a ello, apenas y sentía el inclemente frío, resguardada detrás de su cuerpo y agradecida de que sus manos antes rígidas y congeladas ahora se mantuvieran cálidas en contacto casi directo con su piel.

El calor que el cuerpo de Harry irradiaba la tranquilizó de maneras que no creyó posibles. Todavía sentía miedo y el hecho de que volar nunca se sintiera tan seguro como la seguridad que estar anclada a la tierra le daba, se obligó a prestar atención en todo a lo que sus sentidos tenían acceso.

Como lo pacífico que era el cielo, lo radiante que la luna brillaba, lo bien que se sentía la rebelde brisa revolviéndole el cabello o, también, el rítmico latir del corazón de Harry cerca del punto donde se encontraban sus manos sujetándolo.

Justo cuando Hermione se enderezaba, contemplando cada fracción de Harry que tenía a la vista, desde su amplia espalda hasta su cabello despeinándose gracias al viento, al llegar a su rostro, se percató de que él ya estaba mirándola desde el espejo retrovisor.

—¿Qué?— curioseó, esforzándose en no apartar la mirada a pesar de sentirse expuesta.

—Eres adorable— respondió Harry sin apenas pensarlo—. Incluso cuando estás asustada.

Adorable, se repitió en su mente. Sonaba como un cumplido y, si no lo era, Hermione quiso considerarlo como uno, aunque hubiese preferido cualquier otro adjetivo al que pudiera dársele un significado más concreto de lo que "adorable" podía abarcar.

De todos modos, sintiendo que las mejillas se le calentaban, no queriendo arriesgarse a que él pudiera ver lo que apenas una palabra consiguió hacer en ella a pesar de la obscuridad, agachó la cabeza y se dedicó a mirar a cualquier otro sitio antes de responder.

—Y tú un buen conductor.

Él río encantadoramente, solo un segundo antes de enfocarse en las luces de la ciudad debajo de ellos, acercándose más con cada kilómetro recorrido, pero a Hermione no le importó mucho.

La risa de Harry era la clase de sonido que cualquiera querría escuchar de nuevo o, en el mejor de los casos, ser capaz de provocar. Al igual que su voz, era clara e hipnótica a pesar de no ser demasiado grave, solo al volumen y claridad necesaria para ser escuchada y cautivar.

—Sujétame más fuerte si quieres— le sugirió él, hablando más alto por sobre el ruido del viento.

Al reaccionar a sus palabras y lo que estas debían significar, Hermione no tuvo más remedio que obedecer y en el último segundo, justo cuando Harry comenzaba a descender precipitánfose hacia el suelo, soportar el vacío en su estómago al apoyarse de nuevo contra su espalda.

No era tan malo como originalmente pudo creer, caviló. Una vez que estaba en el cielo y la sensación comenzaba a volverse soportable incluso podría ser una buena experiencia de la cual disfrutar, pero no lo admitiría frente a Harry.

Prefería que siguiera pensando que necesitaba sujetarse a él con tantas fuerzas. Así, tendría un buen pretexto para no tener que soltarlo demasiado pronto.

••••ו••ו••ו••ו•••ו••ו••ו•••ו••×

La tienda de Robert Cardin transmitía, indudablemente, un aire de sofisticación y elegancia perteneciente a otra época, acoplándose magníficamente al presente para cualquiera que tuviera un buen gusto.

Si bien su ubicación rezagada al final del callejón Diagon era muchas veces opacada por el resto de comercios llenos de novedosas propuestas volviéndose poco a poco más populares entre los compradores más jóvenes, nadie pondría en duda que una vez que alguien mirase los diseños que Robert tenía para ofrecer caería prendado de su magnífico talento.

Mirando alternativamente a Harry tirando de su mano por la calle, Hermione casi pudo asegurar que parecía emocionado con la idea de tener finalmente su traje listo. Al menos, quiso creer, no era la única cayendo víctima de aquella peculiar emoción conforme diciembre se acercaba.

Bastó caminar unos cuantos metros del lugar en que dejaron la motocicleta para encontrarse frente a su destino.

—Tal vez algún día me llegue a gustar más— admitió Hermione a medias, empujando el hombro de Harry con el suyo.

—Sé que así será— profetizó él—. La aparición siempre es más rápida, pero si realmente quieres disfrutar de viajar con magia, me ofrezco como tu conductor.

Hermione intentó no pensar más de la cuenta en las probabilidades que él tenía de convencerla a acostumbrarse a aquel ajetreado medio de transporte y aprovechó que Harry abría la puerta del negocio para ella, colándose dentro. En el interior olía a madera, tela y cuero, exactamente igual a la última vez que había estado ahí, semanas atrás.

Delatados por el sonido de la campanilla anunciando su llegada, Robert Cardin, vistiendo una elegante túnica no tardó en aparecer desde la trastienda, saliendo a su encuentro con una sonrisa.

—Señorita Granger, señor Potter— saludó cortésmente, dando un paso hacia atrás una vez que estrechó las manos de ambos, regresó sobre sus pasos, levantando su dedo anular como si les pidiera que aguardaran un momento y desapareció de nuevo.

Harry, a su lado, aguardaba con expresión serena, pero mirada analítica vagando alrededor de todos los trajes rodeándolos.

—Espero no verme como en cuarto año— mencionó súbitamente, para sorpresa de la chica.

—¿De qué hablas? Te veías bien.

Él se encogió de hombros.

—Supongo, pero demasiado delgado, asustado y patético.

Nada indiferente a los problemas que había tenido durante la adolescencia, como la mayoría e incluso más, con todo el asunto de Voldemort sobre sus hombros, Hermione decidió omitir toda la mala opinión que tenía sobre sí misma y sacarlo de aquel pesimismo.

—¿Delgado ahora?— río ella, animándose a colocarse frente a él y sutilmente, apretar uno de sus brazos, ahora firmes bajo su tacto gracias a los arduos entrenamientos—. Honestamente... Lo dudo mucho.

Demostrando que seguía teniendo mucho del adolescente que había sido, Harry agachó la cabeza, escondiendo una sonrisa azorada, muestra de su torpe manejo con los cumplidos dirigidos hacia él.

—Al menos puedo aspirar a que no será como el traje de Ron, de lo contrario, dime que no huirás en medio de la ceremonia.

En respuesta, Hermione lo golpeó juguetonamente en el brazo al recordar lo mal que Ron la pasó durante el baile de navidad de su cuarto año vistiendo aquella horrorosa túnica. Por suerte, en ese instante, Robert volvió con ellos y, en sus manos, el traje de bodas.

En apariencia era tradicional, protegido por una clase de hechizo que lo mantenía perfecto y resguardado, consistente en la túnica de gala más elegante que Hermione hubiese visto antes, con delgadas solapas satinadas, chaleco, corbata y pantalones negros. Pero había algo más en él, algo que la joven no conseguía descubrir pero que la hacía pensar, en que sí que había sido confeccionada específicamente para que fuera Harry quien lo usara.

Podía imaginarlo usándolo y la perspectiva que la visión provocada por su creativa imaginación le dió no le desagradó en lo absoluto. Ahora era casi demasiado sencillo imaginárselo esperándola en el altar.

Vagamente, fuera de la burbuja en que sus cavilaciones la sumieron, le pareció escuchar a Robert preguntando si sus expectativas habían sido cumplidas y a Harry respondiendo con auténtico entusiasmo. No fue hasta que el hombre los acompañaba hacia la salida, que pudo reaccionar al escuchar sus últimas palabras.

—De todas las parejas ilusionadas por casarse que he visto, no puedo decir que ustedes son muy diferentes de ellas. Me consuela saber que, pese a todo, tuvieron la suerte de encontrar a la persona correcta. Fue un placer trabajar para usted, señor Potter.

Hermione se volvió hacia el hombre, tan callada como Harry luego de escuchar sus palabras y lo que sea que implicaran. Significado que no buscarían darles tan pronto. Con gentileza, estrechó la mano de Robert con la suya y sonrió agradecida.

No sabía mucho sobre lo que haría en el futuro, pero por ese instante Hermione estuvo segura de lo que sí quería y era justamente eso, ser como cualquier otra pareja a punto de casarse, no por la imposición de nadie más, sino porque la creciente ilusión apoderándose de ella con cada día que pasaba. Motivándola a querer unir su vida a la de Harry Potter de la única forma que les restaba.

•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו••×

Pasaba de la medianoche cuando Hermione subió por los amplios escalones de madera, tenuemente iluminados por el resplandor de la luna filtrándose entre las cortinas de la ventana al final del segundo piso.

El silencio era casi avasallante, rompiéndose únicamente por el sonido de sus pasos, aunque no se sentía sola en lo absoluto. No en su hogar, con él esperándola.

Sosteniendo entre sus manos la taza de porcelana, se detuvo en el rellano de la escalera y respiró hondo antes de continuar. En cuanto llegó al segundo piso, la luz escapándose desde la penúltima habitación la motivó a continuar, cada vez con pasos más titubeantes hasta que estuvo lo suficientemente cerca y empujó la puerta entreabierta.

Frente a la ventana, sentado detrás del escritorio se encontraba él, rodeado de varios montones de papeles, llenando algunos y organizando el resto con la espalda y hombros tensos. Y, a su lado, cerca del armario abierto, su traje de boda colgado del perchero.

Procurando ignorar el cosquilleo en la punta de los dedos al imaginárselo usándolo, Hermione se forzó en seguir avanzando.

Harry odiaba el papeleo y lo que ello implicaba. Era un hombre de acción, supuso Hermione, pero incluso para los aurores más experimentados y valientes, los informes acerca de cada misión no habrían de llenarse solos.

Al escucharla entrar, el rasgar de la pluma sobre el papel se detuvo, manteniéndose así hasta que Hermione llegó a su lado y cuidadosamente dejó la taza a su lado y él le agradeció por el té.

—¿Por qué no terminas con esto mañana?— sugirió ella, agachándose hasta colocar su mentón sobre su hombro, rodeándolo con los brazos desde atrás.

—Lo haría, si no hubiera tenido ese pensamiento hace una semana y luego, todo se acumuló.

—Como en el colegio— rememoró Hermione, ladeando la cabeza para mirarlo mejor—. No seré yo entonces la que te aparte de la responsabilidad.

Harry sostuvo una de sus manos, mientras la castaña admiraba en silencio todo el trabajo que tenía por delante. Lo habría ayudado, de no tener sus propios deberes acumulándose y creciendo día a día.

—Ve a descansar, Hermione— la animó Harry y antes de que ella pudiera reaccionar, besó el dorso de su mano, soltándola gradualmente.

Despabilándose, no le quedó más remedio que enderezarse y sintiendo su mano arder, hizo lo único que habría podido devolverle la serenidad. Lentamente se separó de él y su agarre, con una lentitud que le pareció tortuosamente lenta para el bien de su salud mental.

Al abandonar la habitación, sintiéndose tonta y temblorosa, no pudo evitar repetirse que últimamente había algo terriblemente mal en ella.

••••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••ו•••×

El pasado siempre volvería.

Sin importar cuantos años pasaran, cuan duro trabajaran en olvidar todos los acontecimientos que forjaron su niñez y adolescencia, el pasado siempre tiraría de ellos hacia atrás en cualquier momento.

A veces, costaba imaginarse que su rutinaria vida actual era fruto de dos guerras.

Por unos segundos, mirando confundida el techo oscuro sobre su cabeza y luego hacia las tenebrosas sombras formándose en su habitación, Hermione no pudo entender que sucedía.
Al mirar hacia la ventana abierta siendo golpeada por el viento, le tomó un segundo más descifrar que la había hecho despertar.

Las paredes ni siquiera eran tan delgadas como para escuchar lo que sucedía del otro lado, pero ella sabía lo que tenía que hacer. El primer grito inicial debió despertarla y ahora, los pies arrastrándose pesadamente en la otra habitación.

Ni siquiera lo dudó. Apartando violentamente las cobijas a Hermione no le tomó mucho tiempo atravesar su habitación y salir hasta el corredor, plantándose frente a la puerta contigua a la suya.

Habría querido no sentir aquella insoportable ansiedad motivándola a actuar y, como habitualmente sucedía, intervenir en asuntos que siempre sintió como propios por el simple hecho de involucrarlo.

Escucharlo moviéndose de nuevo, sabiendo ya lo que sucedía fue lo que la motivó a tomar la perrilla entre sus manos y entrar intempestivamente. La imagen que la recibió no era lo que esperaba, pero de igual manera, al verlo, su corazón se encogió en su pecho.

A unos metros de la ventana dando libre paso a la luz de la luna, iluminando su figura estaba Harry, de pie, con la espalda y hombros rígidos y, al escucharla, se volvió hacia la puerta todavía respirando agitadamente.

Pesadillas, pensó Hermione. La única palabra que llegó a su mente y la que en ese momento parecía dar total sentido a la irreal situación. Quizás había sido demasiado ingenua al creer que, mientras ella dejaba todo atrás fingiendo que la mayoría de sucesos duros y difíciles no habían sucedido, sepultándolos, sería de la misma forma para todos.

Especialmente para Harry.

Sus ojos verdes, tan claros y vidriosos sin el cristal de los anteojos protegiéndolos le dio todas las respuestas que necesitó. Incluso si Voldemort había muerto, si los años desde la guerra ahora formaban parte del pasado, nada cambiaría ni devolvería a todos aquellos que perecieron con ella. Nada le devolvería a sus padres, ni a Sirius, Fred, Remus o Tonks y eso sería lo que siempre lo ataría a aquellas épocas.

Contrario a sus pesadillas de adolescencia, con Voldemort entrometiéndose como un parásito en su vida, estas eran enteramente producto de su propia y atormentada mente y ni siquiera si lo deseaba con todas sus fuerzas, Hermione podría protegerlo de ellas.

Sin pensarlo mucho, impulsada por la desolación compartida reflejada en el rostro de su prometido la joven se precipitó hacia él con los brazos abiertos. Harry casi cayó con ella en brazos cuando sus cuerpos impactaron en un apretado abrazo.

Logrando estabilizarse, Hermione le echó los brazos al cuello mientras las manos ansiosas de Harry la mantenían cerca, presionándola contra él con una fuerza que ella no se sintió capaz de frenar. Quería que la sintiera tan cerca como ella a él y que con ello, si servía para algo, supiera que las pesadillas no habrían de alcanzarlo.

La tela de su playera, fría a causa del sudor, le provocó un escalofrío al contacto con su piel, pero a Hermione poco le importó. Se presionó más contra él, hundiendo los dedos entre sus cabellos húmedos.

Hacia años desde la última vez que pudo verlo de esa manera.

Ron y ella estaban acostumbrados a esas malas rachas, a las pesadillas, los remordimientos consumiendo toda la alegría y los malos días. Los conocían tan bien luego de haberlos experimentado, tirando uno del otro en medio de la tenebrosa penumbra durante los meses posteriores a la guerra y sabían, como una rutina aprendida de toda la vida, como lidiar con ello y ayudarse entre sí.

Nadie más los entendería.

Ni siquiera la Hermione que ahora sostenía a Harry entre sus brazos, soportando el peso de su cuerpo sin fuerzas apoyándose contra ella como un ancla manteniéndolo a flote. Había pasado tanto tiempo que, tontamente, asumió que su mejor amigo no volvería a ser víctima de la infundada culpa persiguiéndolo.

—Harry...— comenzó, con una voz tan débil que de no ser por el sepulcral silencio rodeándolos habría sido imposible escucharse.

Nerviosa al notar que Harry deshacía el agarre de sus manos y brazos uniéndose, lo encaró e intentó volver a llamarlo.
Rápidamente, tan solo notar sus intenciones él negó con la cabeza, desviando a tiempo la mirada para no tener que dar explicaciones que de todas maneras, Hermione sabía que difícilmente le daría.

Así era como él funcionaba. Guardaría y manejaría todo a su manera hasta que no tuviera más remedio que exteriorizarlo y entonces, Hermione se aseguraría de estar ahí cuando el momento llegara.

Sabiendo que no habría muchas palabras entre ambos, lo miró cautelosa, pensando tan rápido como su mente le permitía que podría ayudarlo sin necesidad de agobiarlo más.

— Siéntate— le dijo, guiándolo hacia la cama y, aunque resistiéndose, Harry accedió, manteniéndose rígidamente quieto en la orilla de la cama mientras Hermione buscaba a tientas por su habitación una playera limpia.

Cuando la tuvo lista, apoyó sus piernas sobre la cama y se sentó a su lado, ayudándolo a deshacerse de la húmeda playera pegándose a su cuerpo frío.

Intentando no mirar, tarea sencilla gracias a la obscuridad, pasó la playera sobre su cabeza y la deslizó hacia abajo. Sus dedos le rozaron las costillas y el torso desnudo y, aunque efímero, terminándose en cuanto la tela de la ropa lo cubrió de nuevo, Hermione experimentó un hormigueo en la punta de los dedos que se obligó a ignorar.

Luego, despabilándose, limpió el sudor de su frente, cuello y mandíbula ante la mirada lejana de Harry, traspasándola como si mirase algo en su interior y al mismo tiempo, su mente se encontrara a kilómetros lejos de su habitación.

Ahora que él no la miraba, ocupado admirando las siluetas que formaban los árboles en el jardín y el resto de las colinas apenas visibles, se dedicó a admirar su perfil pensando en que debía hacer a continuación. Quería ayudarlo, por supuesto, pero todo aquello que se le ocurría de pronto parecía ser demasiado intrusivo.

Sin más remedio, llevó la ropa sucia hasta el baño y al volver y mirarlo en la misma posición algo se sacudió en su interior. La respuesta llegó sola.

Harry la necesitaba, pensó, y eso fue todo lo que necesitó para dejar de sobrepensar en toda la situación.

Colocándose de nuevo a su lado, de pie al costado de la cama, lo rodeó con los brazos y Harry se aferró a su cintura, apoyando la cabeza contra su abdomen en un largo silencio que solo Hermione se atrevió a romper hasta pasados varios minutos.

—¿Ha sido muy duro esta vez?— preguntó, mientras sus dedos acariciaban sus cabellos.

Él asintió imperceptiblemente, sin derramar una sola lágrima o emitir ningún sonido. Solo permaneció ahí, estático, como cada que los recuerdos del pasado volvían.

Cuidadosamente, Hermione lo ayudó a recostarse y pese a que inicialmente Harry se resistió, en cuanto ella se apoyó en la cama, sentándose a su lado, terminó por ceder al comprender que todavía no pensaba marcharse.

A pesar del cálido ambiente en la habitación, las manos de Harry se mantenían frías, de modo que con paciencia, Hermione lo cubrió con las cobijas esperando que entrase en calor pronto a lo que él apenas y se movió. La miró en todo momento, atento a cada acción y cada gesto, pero su expresión distante la hacía pensar que estaba a kilómetros de ella en un lugar en el que no podía alcanzarlo, todavía presa de los recuerdos.

A veces, aunque sintiera su corazón rompiéndose al verlo en ese estado, nada evitaría que Hermione se diera cuenta de detalles que la mayoría jamás notaría, especialmente tratándose de Harry. Como la poca confianza con que él recibía las muestras de cariño, o lo maravillado que se encontró luego de conocer a los Weasley y lo mucho que aún ahora, parecía toda una novedad para él sentirse querido y perteneciente a una familia que lo adoraba.

También estaba su manera de reaccionar cuando alguien se movía de forma brusca, tomándolo pocas veces por sorpresa, siempre alerta a cualquier cosa y situación. Su resistencia a admitir como se sentía, a buscar siempre que pudiera su espacio, como una escapatoria antes de que pudiera abrumarse demasiado rápido.

Imaginárselo siendo tan solo un niño, sintiéndose solo en el mundo a la merced de los maltratos de la única familia que había conocido, forzado a mirar y escuchar los crueles rechazos que jamás, ni siquiera luego de vivir toda su infancia con ellos, terminaría por asimilar y de los que siendo un adulto, siempre lo perseguirían.

Conteniéndose a tiempo, en cuanto Hermione sintió sus ojos llenándose de lágrimas las limpió con el dorso de su mano, agradeciendo al mismo tiempo que Harry tuviera los ojos cerrados, sucumbiendo al cansancio.

Mientras sus dedos se colaban entre sus cabellos húmedos, admirándolo dormir, todavía con aquella expresión alerta en la que podría despertarse con cualquier mínimo ruido, Hermione se prometió ser la familia que Harry siempre persiguió.

Ella se encargaría de darle el hogar que merecía y no descansaría hasta que así fuera.

No podía explicarlo, y posiblemente no lo entendería inmediatamente, pero lo que experimentó ahí, rodeada de obscuridad y sombras, vigilando su sueño con fiel convicción era un sentimiento de arrasadora protección que nunca antes había sentido con nadie más.

Quería cuidar de él, asegurándose de que nadie más, no mientras ella pudiera evitarlo, le hiciera daño de nuevo, prometiéndose tal cual lo hizo años atrás, desde ese momento y en adelante, incluso si todavía no podía llamarse a sí misma como su esposa, hacer de esa casa un hogar y darle tantos buenos recuerdos como fuera posible. De esa forma, cada que las pesadillas del pasado volvieran, Harry tendría algo a lo cual anclarse.

Ella quería darle una razón para seguir.

¡Hola! Estoy muy contenta de leer sus reviews, me motivan mucho a mejorar y me dan una buena perspectiva de la historia. Soy relativamente nueva en Fanfiction, pero soy optimista y tengo muchos ánimos por seguir escribiendo.

Siéntanse con la libertad de escribirme para cualquier buena crítica constructiva o comentarios respecto a la historia. ¡Nos estaremos leyendo!