Todos sus ánimos decayeron considerablemente y supo, que nada lo mejoraría. El resto de su día quedaría condenado a un bucle de pensamiento girando alrededor del mismo acontecimiento.

No es como si Hermione tuviera especial ánimo por seguir con su trabajo, sin importar si el descanso para almorzar terminaría pronto, y mucho menos deseaba volver a casa, dónde encontrándose sola haría el doble de difícil no sobre pensar las cosas. La tercera opción en su lista, era quizás la menos probable, pero se le ocurrió de todas formas.

Una parte de sí misma deseaba no tener que preocuparse por nada y, en vez de enfrentar las cosas, refugiarse en casa de sus padres hasta que alguien más solucionara sus problemas. Lo cierto era, que ser un adulto era horrible.

Muchos problemas que resolver y tan poco tiempo y energía para hacerlo. Tal vez gastó toda siendo una adolescente luchando arduamente por ser más madura, inteligente y sobresaliente, pero tan solo era una hipótesis. Siendo una niña nunca le molestó tener grandes responsabilidades, dividir su tiempo para tomar todas las materias posibles, aprobar cada una de ellas y ayudar a sus amigos de la manera que podía, todo en veinticuatro horas que nunca parecían ser suficientes.

Probablemente debió vivir su niñez y adolescencia de una manera más ordinaria y solo entonces, no se encontraría tan exhausta a sus veintitrés años. "Una mente vieja en un cuerpo joven", las palabras llegaron a su mente solas, sin recordar quién podía habérselas dicho, pero definitivamente, con mucha razón de por medio.

No, ninguna de sus opciones parecía ser la que la ayudaría. Si no llegaba a dormir a casa, Harry probablemente se demoraría en buscarla la misma cantidad de tiempo que a ella le llevaría explicarle a su madre su peculiar situación y la casa de sus padres sería el primer lugar en el que la buscaría. No, eso sería lo último que necesitaría.

Sin embargo, necesitaba contárselo a alguien desesperadamente. La incertidumbre estaba matándola lentamente y sus propias conclusiones no estaban ayudando, si tan solo pudiera... La brillante revelación que llegó a su mente bastó para alegrarla solo un poco, lo suficiente para ayudarla a decidirse y abandonar el Ministerio a toda prisa, con un nuevo destino al cual acudir.

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La fachada de la casa no se parecía a nada que se vería en cualquier otro sitio, pero uniendo sus fragmentos recordaba a la calidez que la Madriguera transmitía, esta era más pequeña y mucho mejor organizada, evidentemente, pero seguía pareciendo la clase de lugar que alguien miraría más de dos veces con curiosidad. Haciéndole honor a sus dueños, la casa de Ron y Luna era ciertamente bonita, con su pintura amarillo azafrán y los marcos blancos alrededor de las ventanas iluminándolo todo. Al frente, el jardín se encontraba rodeado de flores y plantas mágicas que Hermione podría haber asegurado ver antes en la casa de Xenophilius Lovegood cada uno con sus respectivas advertencias y señalamientos para cualquier incauto, o quizás solo eran para mantener a Ron lejos de ellas.

A nadie le sorprendió que el joven matrimonio buscara asentarse en una casa como esa, tan solitaria en medio de las colinas y tan pacífica que nadie pudiera importunarlos, en esencia sumamente similar a los hogares en los que ambos habían crecido. Al atravesar el jardín, cuidándose de no tocar nada sin importar lo insignificante que pareciera, Hermione llegó exitosamente a la puerta, implorando internamente que por primera vez en el día, sus planes resultaran como esperaba.

La primera señal de éxito llegó en cuanto tocó la puerta y medio minuto después el rostro pálido de Luna apareció. Nada más verla Hermione se lanzó a ella, conteniéndose a tiempo para que su abrazo fuera delicado. Luna seguía tan delgada y pequeña como siempre, tan solo con la pequeña pero significante diferencia de que ahora el pequeño bulto en su abdomen resultaba más visible. Sorprendida, pero contenta de verla, Luna correspondió alegremente al abrazo.

—No puedo hacerlo— dijo Hermione, la primera oración que se sintió capaz de formular.

Luna la sostuvo cerca, todavía abrazándose, pero su agarre tembló.

—¿Qué cosa? — le preguntó, separándose finalmente para poder mirarla e intentar adivinar que sucedía.

Ridículamente, Hermione sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos. Frente a su amiga no encontró motivos para seguir conteniéndose.

—No puedo casarme, ya no— respondió y a tiempo se contuvo para no soltarse a llorar en los frágiles brazos de su amiga. Sin comprenderla completamente, Luna la condujo al interior de la casa, sin atreverse a soltarla del todo.

—Explícate— exigió saber, conduciéndola como a una niña por el recibidor. La animosidad que desprendía cada rincón de la habitación hizo que Hermione y su pésimo ánimo se sintieran excluidos, pero si había tomado la decisión de confiárselo a Luna, debía ser valiente, incluso si ella misma no tenía idea de qué le sucedía.

—Es… Una locura. Pero… Creo que cada vez… Hay una enorme posibilidad de que esté... Que yo esté sintiendo algo por Harry— tartamudeó, sintiéndose pecar al exteriorizarlo por primera ocasión—, Y eso me convierte en una horrible persona, ¿No es cierto? Lo vi hablando con Ginny hoy y no sé qué sucedió, ni que pretendía buscándolo, solo sé que me sentí tan ridícula, enojada y… ¡Tan celosa!

De encontrarse más entera, posiblemente Hermione habría visto la advertencia en la mirada de Luna, intentando detenerla. Algo que cambió tan pronto escuchó todo lo que tenía por decirle, convirtiéndose en completo asombro. Lo que sucedió después, sin embargo, no significó nada bueno.

La figura de Ron emergió desde la cocina, con una mueca extraña que, en algún momento, segundos antes, debió ser una amplia sonrisa de recibimiento. En sus manos sostenía una pieza de pollo casi por terminar y tan pronto Hermione lo miró, al intentar hablar, comenzó a ahogarse con la comida en su boca, tan incrédulo como las chicas sobre lo que sucedía.

Hermione palideció, más humillada, si era posible, de lo que se había sentido en todo el día.

—Ron… — jadeó la castaña intentando hablar, sin conseguir hilar una oración coherente.

Sin atrever a dar un paso más en su dirección, Ron levantó las manos en el aire, interponiéndolas como escudo y negó rotundamente con la cabeza, alejándose hasta el perchero cerca de la puerta, del que tomó su túnica y, completamente rojo por el esfuerzo que recuperar su respiración le suponía, se la echó encima con su mano libre y comenzó a ponérsela correctamente.

—Lo que dije...— insistió Hermione, siguiéndolo nerviosamente en cada uno de sus actos, en el que el pelirrojo parecía más incómodo y Luna intentaba hacerle entender que debía detenerse y dejarlo ir. Finalmente, Ron levantó su pieza de pollo entre él y la castaña, ahora siendo capaz de respirar correctamente, lo suficiente para poder hablar.

—No quiero escuchar nada, esto es cosa de... ¿Sabes qué? No quiero saberlo, no me incumbe y yo no... No estoy preparado para escuchar esto— alegó presuroso por marcharse. Respuesta que bastó para que Hermione perdiera la fuerza de sus piernas, permitiendo que Luna la guiara hasta un enorme sofá naranja con varios cojines morados alrededor, en dónde se desplomó exhausta.

Sin más remedio que mirar el intercambio de la pareja, soportando la vergüenza de su indiscreción, Hermione observó recelosa a Ron despedirse de Luna besando fugazmente sus labios y luego, al mirar sobre el hombro de su esposa y encontrarse con ella se despidió torpemente con un gesto de su mano y un murmullo que sonó a "esto es incómodo", instantes después, abandonó la casa dejándolas solas.

—No sabía... No sabía que Ron estaba en casa, jamás habría dicho... Tal vez ha sido mala idea venir— lamentó Hermione tan pronto Luna se acercó. Sin hacer caso a sus balbuceos, la rubia se mostró inusualmente serena mientras se sentaba a su lado, preparándose apenas un poco para lo que habría de afrontar.

—Lo hecho hecho está. Ahora sí, explícate.

Sabiendo que su amiga no admitiría explicaciones a medias y que no tenía ya nada que perder con su dignidad evaporándose, Hermione decidió aventurarse y confiar en que la buena intuición de Luna la ayudaría a resolver el engorroso dilema en el que se hallaba.

—Sí, bien, la cuestión es que… No estaba segura de esto hasta hace dos noches, pero luego todo cambió y... Creo que Harry me gusta, como… Hombre.

Para su sorpresa Luna no mostró reacción alguna. No sonrió, se escandalizó o tan siquiera se atrevió a juzgarla, pero tampoco la felicitó por sus conclusiones. Solo permaneció quieta, mirándola con la misma expresión neutra que casi siempre tenía en su rostro.

—No veo que esté mal— opinó la rubia luego de largos segundos de deliberación—. ¿No es eso lo qué es? Sé más específica, dímelo todo, lo necesitas.

Súbitamente irritada, Hermione se río de su insensibilidad ante algo que ella catalogaba como la peor de las confesiones.

—Que él ama a Ginny, es una verdad absoluta. Siempre lo supe y detesto que sea hasta ahora que esté sintiéndome tan...

—Suponiendo que así es, él va a casarse contigo— la interrumpió Luna, sin mucho tacto al recordarle lo evidente. Toda la dulzura que Hermione relacionó incontables ocasiones con su amiga de pronto dejó solo paso al frío análisis de un Ravenclaw.

¿Quién diría que Luna Lovegood la intimidaría? Simplemente absurdo, justo como lo era su vida últimamente. Sin otra opción, Hermione retorció entre sus manos la orilla de uno de los llamativos cojines solo para mantenerse ocupada mientras ideaba nuevos argumentos.

— Sé que se casará conmigo— aceptó luego de segundos de reflexión—. Me lo he repetido por semanas desde que toda esta locura comenzó y si lo hará, es por obligación. Durante todo este tiempo no tuve ningún inconveniente en que así fuera, sabía las condiciones de nuestro compromiso, pero ahora creo que es muy mala idea— concluyó la castaña, orgullosa de haber formulado tantas palabras sin titubear.

—¿Qué ocurrió entonces? En el camino algo debió pasar para que cambiaras de opinión— reflexionó Luna, poco convencida. Quizás si al llegar no hubiera mencionado sus nuevos sentimientos por Harry su negación a casarse habría sido aceptada con mayor facilidad, desde una perspectiva racional y práctica.

—Sí, tal vez así fue— murmuró Hermione, con todos los recuerdos de la noche agolpándose salvajemente en su memoria. Recordarlo todavía le hacía temblar las piernas, por suerte, agradeció, Luna no podía leer sus pensamientos.

—Eres una persona como cualquier otra, no puedes forzarte a no sentir, cualquiera en tu lugar habría desarrollado sentimientos— la tranquilizó la rubia, intentando normalizar la situación—. ¿Por qué crees que comenzaste a sentirte así?

Aliviada, Hermione se forzó a reprimir su suspiro. La oportunidad que llevaba demasiado tiempo esperando se estaba presentando ante ella, finalmente podría confesarle a alguien lo que por semanas la atormentó y, por supuesto, el detonante. Aquel beso que cambió todo.

—Todo comenzó porqué... — dudó, recordándose por última vez que no debía reprimir nada, lo que la motivó a continuar: — A que he pasado casi todos los días de los últimos meses con él, comportándonos como una pareja, hablando de matrimonio… de niños y suena maravilloso. No me asusta como pudo hacerlo al inicio. Hablar de nuestra vida juntos me gusta, anhelo que todas nuestras cursis imaginaciones se vuelvan realidad. Me he sentido tan necesaria para él, tan irremplazable… Me hace sentir especial poder mostrarle lo dispuesta que estoy a pertenecer a su vida, mostrarle la mía y hacerla nuestra.

Luna suspiró enternecida. Hermione fingió no notarlo, lo que resultó sencillo en cuanto el recuerdo de las pesadillas que asediaban a los dos la asaltó. Incluso ahora, tan herida como se sentía deseaba ser ella a quien Harry mirase al despertar, que fueran sus palabras las que disiparan el temor en sus ojos y también, ser quien pudiera ayudarlo a sanar para su futuro en común.

—No es la primera vez que convives con él— observó Luna, intentando no mostrarle cuan emotiva se sentía con su confesión.

—¡Lo sé! Ya consideré eso e intenté hallar que cambió y ciertamente no hay punto de comparación. En Hogwarts estaba Ron y todos los demás… ¡Siempre había algo en lo que pensar! Ahora todo se trata de Harry y yo, a punto de casarnos. Jamás lo tuve exclusivamente para mí, bueno... Hasta que Ginny aparece y entonces él...

Resultaba complicado ocultar su amargura mientras intentaba detener el temblor en sus manos. Lo que acabó en cuanto su amiga las sujetó con las suyas, manteniéndola serena.

—Casarse enamorada no es un pecado.

—Lo sé.

Había astucia en la mirada de Luna mientras levantaba el mentón de Hermione.

—¿Eres demasiado inteligente para permitirte ser feliz?

Hermione retrocedió incómoda.

No era la primera vez que pensaba algo similar, a lo largo de los años llegó a esa conclusión muchas veces. Cuando fue rechazada al llegar a Hogwarts, luego por sus calificaciones, sus gustos, su orígen, cuando su primera relación, con Ron, fracasó. Tal vez sí era culpa suya el analizar todo más veces de las necesarias, por no conformarse, por no poder renunciar al que creía, era su mayor defecto. "Pensar todo una y otra vez", ¿Por qué tenía que hacerse todas esas preguntas? ¿Por qué no aceptaba todo sin más? Igual que el resto de la gente.

Al mirar el mundo desde su perspectiva las cosas parecían... Diferentes. Un solo pensamiento bastaría para que se sintiera diluir en él y a largo plazo, sí que se convertía en algo verdaderamente molesto.

—Hay más, ¿No es así? — insistió Luna, entendiéndola bien—. Estoy segura que después de tu ridículo enamoramiento por Ron, no eres la clase de chica que se enamora si no hay algo fuerte que lo alimente.

Hermione estaba por negar al momento en que Luna le apretó la mano con advertencia, como si le dijera "Atrévete a mentirme".

—Bien… El otro día… Hablo en serio cuando digo que estamos casi siempre juntos y…

—¡Solo dilo!

El nerviosismo ante lo inconfesable la hizo temblar, pero no... No podía permitirse no ser valiente. Decírselo a alguien la liberaría, estaba segura.

—Harry me besó…— confesó en un murmullo. Decírselo facilitó bastante lo que siguió a su confesión—. Lo besé… no lo sé, nos besamos en el sofá y no sé que habría sucedido si yo no... No sé porqué me aparté.

El brillo que se apoderó de los ojos azules de su amiga no podía ser una coincidencia. La alegría con que sonrió bastó para hacerle ver que compartía su emoción.

—¿Te ha gustado? — preguntó.

Y ahí estaba. A eso se resumía el motivo de su visita, la razón por la cual Hermione pensó en ella antes que nadie, porque lo que diría a continuación cambiaría la perspectiva que tenía de sí misma, lo que tanto se negó a reconocer desde el principio. Su mejor amigo no le era ni remotamente indiferente.

—¿Tan malo ha sido? — insistió Luna ante su silencio, comenzando a considerar otras opciones ante la actitud de su amiga.

—¡No! — exclamó Hermione, con más rapidez de la que deseaba demostrar—. No, todo lo contrario, besarlo fue... Me gustó, mucho, pero no quiero hablar de lo que sentí, no me hagas...

—¿Qué pasó después de que se besaron? — interrumpió Luna, secretamente aliviada, pero deseando conocer cada detalle de todas formas.

—Me levanté y me fui, estaba tan confundida. Sé que esto es una equivocación, probablemente esto es alguna clase de flechazo.

Tan solo oírla Luna se levantó intempestivamente, mirándola con decepción.

—Estoy segura que fue más que eso. Te gustó, ¿Verdad? Sino no te habrías sentido tan mal.

Odiaba que la conociera tanto. Con sus sentimientos pareciendo transparentes ante la perspectiva de su amiga, más perspicaz que nadie que conociera no pudo evitar sollozar. Toda la madurez que fingió ante los demás comenzó a desbaratarse.

—No lo entiendes, un día Harry era mi mejor amigo, igual que siempre y al otro era la clase de hombre con el que no me importaría tener una familia. Algo en toda esta transición me asusta.

Compadeciéndose, Luna volvió a sentarse y la abrazó, incluso si era más pequeña que Hermione el gesto la reconfortó.

—Entonces, ¿Qué hay de malo? — le preguntó suavemente—. Háblalo con él y si te besó, quiere decir que puede sentir lo mismo. De todos modos, van a casarse y es mejor si lo hacen enamorados.

Era eso lo que quería hacer inicialmente, pensó Hermione, pero eso había sido antes de encontrarse con la típica escena de dos ex novios poco dispuestos a dejarse ir.
Contra todo pronóstico su tristeza inicial dio paso al coraje y riéndose furiosamente, se alejó unos centímetros y limpió sus lágrimas.

—La última vez que lo vi estaba muy feliz hablando con Ginny— hizo una pausa y enterró la cabeza en el mullido cojín en su regazo—. ¿Oyes eso? No debería sentirme así por Ginny, ¡Yo soy la otra chica!

—Eres su prometida— le recordó Luna, dividida entre la diversión y la incomprensión.

—Sí, y estaba ahí para hablarle del color de las paredes. Puras tonterías, solo un pretexto para poder verlo y... ¿Sabes? Si no volví a tener una relación fue porque odio sentirme así, débil, tonta y sin control de lo que me pasa y luego Harry llega y todo se viene abajo.

Luna se río por lo bajo, obligándola a soltar el cojín, solo para recobrar su atención.

—Solo estás celosa… Y enamorada. Es esto lo que el amor hace en las personas, no hay racionalidad y tampoco decides de quien enamorarte, aunque en tu caso, siempre estuvo ahí.

Inconforme, Hermione recuperó el pequeño cojín y lo apretó contra su pecho.

—Evidentemente, todo se arruinó por esta estúpida ley.

Luna, que parecía haber ideado una solución a su dilema, tan pronto como habría hecho con un acertijo especialmente difícil se adelantó a hablar antes de que Hermione pudiera comenzar con una nueva horda de comentarios pesimistas.

—Mira, intenta ser objetiva, eso se te da muy bien, ¿Verdad? Pasa tiempo con él sí, pero intenta mirarlo como antes, si eso no funciona, lamento decirte que estás verdaderamente enamorada de él y no podría culparte por eso.

—Para empezar, no sé cómo lo veré a la cara.

—En algún momento sucederá, mejor si piensas ahora que papel quieres tomar.

No parecía ilógico, reflexionó Hermione, si comenzaba a idear una buena estrategia sobre qué postura quería tomar al reencontrarse, le daría el tiempo suficiente para ordenar sus sentimientos y luego actuar. Conforme con la idea, asintió agradecida.

— En algún momento, cuando todavía no los conocía lo suficiente llegué a pensar que teniendo tanto en común se reunirían eventualmente, luego Harry salió con Ginny y tú con Ron. ¿No es curioso? — preguntó Luna, quizás para sí misma, pues su mirada se elevó hacia el techo, perdiéndose en sus recuerdos—. Ahora Ron es mi esposo, ustedes van a casarse y para variar, sientes algo por Harry, nunca esperé un giro como ese... ¡Cuánto me gustaría saber cómo acaba esta historia!

— Créeme que a mí también me gustaría conocer el desenlace— suspiró la castaña.

—Todo a su momento— la tranquilizó Luna, como siempre, viéndose sumamente tranquila.

— Sabía que sería bueno venir a verte— le dijo Hermione y esta vez fue ella quien la abrazó, permitiéndose notar ahora el pequeño bulto interponiéndose entre ambas—. ¿Cómo está el bebé?

Luna acarició su abdomen cariñosamente y trazó círculos con sus dedos sobre la tela de la ropa.

—La habitación está casi lista, ¿Quieres verla?

Hermione no tuvo que responder, Luna se levantó del sofá, llevándola de la mano por la casa hacia el piso superior hasta que llegaron al final del pasillo, cuya puerta impolutamente blanca le dio la bienvenida a la habitación. Las paredes estaban pintadas de un tenue color amarillo, con finos trazos que asimilaban ser delgados hilos de oro, acompañados con detallados dibujos de nubes y flores.

No era la primera vez que podía presenciar el talento que Luna tenía con la pintura y era claro que se esforzaría el doble tratándose de su primer hijo o hija, al que le esperaba toda una vida llena del amor de sus padres, demasiado nobles para su propio bien y evidentemente, de aquel bebé que crecería rodeado de asfixiantes atenciones. Contagiada con su alegría, Hermione rodeó a Luna con un brazo mientras juntas admiraban la habitación.

—Todos estamos deseando conocer a este precioso bebé.

Interiormente, incapaz de contenerse, Hermione pensó en cuanto deseaba algo como eso algún día. Una familia que se sintiera tan cálida y dulce, con Harry a su lado, sin tener que aceptar compartirlo con nadie más, incluso si eso la convertía en una persona egoísta.

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Las largas pilas de pergaminos no dejaban de apilarse unas sobre otras, sosteniéndose apenas gracias a Hermione, manteniéndolas de pie con su varita hasta darles orden. De derecha a izquierda, el movimiento de su muñeca era ahora casi mecánico.

Tan solo por una milésima de segundo Hermione deseó no haber perdido tanto tiempo dejando su trabajo para otro momento. Susan, a su lado, tampoco parecía estarlo pasando bien, ocupada con su propio trabajo y los segundos que se tomaba para observarla, mirándola astutamente en busca de una respuesta para su extraña desaparición y actitud durante el día.

—¿Me lo dirás en algún momento? — le preguntó, por enésima vez.

Hermione sonrió sutilmente, intentando no mostrarle cuan confundida se encontraba con sus propios pensamientos. Sabía cuál sería su postura, la emoción que provocaría en su amiga conocer la "nueva" cercanía entre ella y Harry y era lo que menos deseaba.

—Sí, lo haré. Solo cuando tenga una solución— respondió y continuó con su trabajo. Tan solo un par de minutos más y finalmente podría marcharse a casa, esperando no encontrarse con que Harry había sido más rápido.

— Hermione.

—Te lo he dicho, no puedo darte una respuesta.

—Hermione...

—¡Merlín, Su! Tengo suficiente con...

—¡No es sobre eso! — estalló su amiga, tirando de la manga de su túnica insistentemente.

—¿Qué te ocurre entonces? — exigió saber Hermione. Extrañada con su actitud levantó la mirada, encontrándose a Susan mirando a un punto detrás de ella.

El corazón de Hermione se aceleró, presa de un pánico repentino al imaginarse toda clase de escenarios. Sin poder resistirse mucho más tiempo, miró sobre su hombro, esperando encontrar a la persona que no abandonó sus pensamientos por todo el día.

Su desilusión solo se vio opacada al encontrarse a Ginny Weasley, de pie al lado de uno de los pilares del lugar, aparentemente esperándola.
Antes de que sus miradas pudieran encontrarse, sintiéndose enfadar nuevamente, giró la cabeza bruscamente hacia Susan.

—¿Qué hace ella aquí?

—No lo sé— murmuró su amiga—, pero parece que quiere hablar contigo.

—¿Conmigo? ¿Por qué ella querría...? Olvídalo, no quiero hacerlo, no después de...

Deteniéndose a tiempo, consciente de lo infantil de su actitud, Hermione meneó la cabeza y analizó su situación. Todavía le faltaba pila y media de documentos.

—¿Puedes ir con ella y, si está aquí por mí, decirle que terminaré en diez minutos?

Susan se cruzó de brazos, inconforme.

—Todo este misterio no me gusta ni un poco, desde la mañana has estado...

—Por favor, te lo contaré cuando esté segura que no me volveré loca— prometió Hermione, logrando así tranquilizarla. Habiendo terminado y a sabiendas de que sus planes habían cambiado, Susan recogió sus cosas y al pasar por su lado, apretó cariñosamente su hombro y besó su mejilla como despedida.

—Sabes que aquí estaré cuando estés lista, ¿Verdad?

—No tengo dudas— afirmó Hermione, agradecida con la lealtad mostrada por su amiga.

Susan se alejó entonces y como se lo prometió, habló rápidamente con Ginny antes de desaparecer por el pasillo, alejándose con la duda todavía embargándola.

Cuando la varita de Hermione dejó caer el último pergamino, de manera menos diestra que con el resto, entendió que no podía alargar más el momento. Apiló todo en orden, recogió su abrigo y su bolso, y caminó lentamente hacia Ginny, todavía esperándola.

—Harry no vendrá por aquí hoy, si eso buscas— le informó con amargura apenas verla, olvidándose de trivialidades como un saludo. La cortesía era lo último para lo que tenía lugar.

—Lo sé — dijo Ginny, inusualmente tímida. Se colgó mejor su bolso al hombro y preguntó: —¿Podemos ir a cenar? Estaré poco tiempo en la ciudad.

Hermione la miró con desconfianza mal disfrazada, pero accedió. Sentía que, de alguna manera, aún le debía algo, sobre todo después lo de extraño que debió parecer el marcharse de esa manera por la mañana.

Ambas caminaron en silencio, soportando la creciente incomodidad surgiendo entre las dos al compartir el ascensor y luego, al atravesar el Ministerio y salir de este, internándose en las calles y el atardecer. Al final, guiándolas, Ginny la condujo a un restaurante italiano con pocas personas comiendo en su interior, pero una agradable decoración, luego pidió una mesa mientras Hermione aguardaba a su lado, en silencio.

No fue hasta que se encontraron sentadas frente a la otra, que la evidente incomodidad entre las dos se volvió insoportable, motivando a Ginny a ser la primera en hablar.

—¿Estás molesta? — inquirió ocultando sin mucho éxito el sarcasmo en su voz, que solo consiguió poner a Hermione a la defensiva, olvidándose de su vergüenza inicial.

—No sé de qué hablas— mintió, dándose el lujo de responder el mismo tono, sin separar su mirada ni un solo segundo de la carta en sus manos, incluso si solo veía letras a las que no conseguía dar significado.

—Claro que sí. La forma en que me miras, nunca lo habías hecho.

Cansada de fingirse indiferente, manteniéndose siempre educadamente al margen, Hermione bajó la carta y la confrontó.

—Ginny, si te refieres a lo que sucedió hace un rato, no pretendía interrumpir, por eso me he ido sin saludar.

La risa de la chica le resultó irritante.

—No es eso lo que a mí me pareció.

—Bueno, no me corresponde convencerte, así fue como sucedió, si tu perspectiva es diferente...

—Mirabas así a Lavender— la interrumpió la pelirroja—. Cuando salía con mi hermano, lo recuerdo bien.

Un comentario como ese era algo que no esperaba, mucho menos la alusión a un pasado que ahora parecía tan lejano como inexistente.

—¿Qué ha pasado desde la última vez que hablamos? — preguntó Ginny con curiosidad—. Algo cambió, me doy cuenta, pero no sé de qué se trata.

Con terror, Hermione rememoró el tiempo que pasó. Los comentarios sintiéndose fuera de lugar, las noches durmiendo juntos, sus planes para el futuro, su matrimonio, los niños, los besos y claro, el creerse enamorada de Harry ahora. Todo lo que sucedió entre ellos, sin Ginny cerca, se sentía significativamente culposo.

—Lo que ocurrió hace un rato... Solo me he sentido fuera de lugar, no es nada, Ginn— mintió de nuevo—. Solo estaba ahí para decirle algo insignificante.

Por fortuna, el camarero se acercó a ellas en ese momento, obligándolas a ordenar lo primero que vieron en el menú de la carta. Todo con tal de apresurar su peculiar encuentro.

—Él era mi novio antes de comprometerse contigo— le dijo Ginny apenas se quedaron solas, consiguiendo que el conocido rechazo a comentarios como esos embargara a la castaña—. Creo que tengo derecho a visitarlo sin consultártelo.

No resultó difícil notar el sarcasmo oculto en sus palabras, una clara referencia de como ellos no le dijeron nada de su compromiso hasta que no tuvieron opción.

—Precisamente por eso, está perfectamente bien que se frecuenten— contestó, para este punto molestándose poco en parecer amable.

Ginny tamborileó sus dedos sobre la mesa. Contrario a Hermione, ella no parecía tan molesta por su compromiso como la recordaba, era como si los papeles se hubiesen intercambiado.

—Nunca has sabido esconder tus sentimientos— observó Ginny, logrando inconscientemente que la castaña intentara poner de su parte para tranquilizarse—. ¿Sabes? Estaba furiosa todo el tiempo, sobre todo cuando alguien mencionaba esa estúpida ley, saca lo peor de las personas, ¿Es eso lo que te ocurre?

Sin atreverse a responder, Hermione consideró lo que habría de decirle por largos minutos, los mismos que bastaron para que su comida llegara, dándoles una oportunidad más para distraerse en tanto reflexionaban lo que se dirían.

—No sé si es eso lo que me pase o si solo tuve un mal día— respondió Hermione finalmente.

—Es entendible, de verdad. Yo... No sabía cómo explicar lo que me pasaba, cómo me sentía, especialmente con Harry. Decía todo el tiempo que todo iría bien, pero ninguno lo creía, ni siquiera él cuando me lo decía.

Ahí estaba, el tema alrededor del cual giraba su encuentro. El sentimiento que las dos habían hallado en los ojos de la otra al encontrarse por la mañana.

—Ginny…

—En el fondo Harry sabía que no funcionaría, pero no dejaba de llenarme de promesas falsas. Por eso lo dejé y ahora sé que exigí mucho de él, más de lo que debía darme. Luego pasó todo esto y hoy, cuando hablábamos, me di cuenta de algo.

—¿De qué?

Por algún motivo que no costaba imaginarse, la curiosidad que antes no estaba ahí, hacía que Hermione deseara conocer cada palabra intercambiada entre los dos.

—Él me dijo exactamente lo mismo.

El ánimo de la chica decayó, azotada por una nueva ola de decepción ante algo que supuso, debió esperar. Cuan equivocada estaba.

—Pero esta vez no eran promesas para mí, sino para ti— siguió Ginny, jugando distraídamente con su tenedor sobre la comida en su plato—. Acerca de lo dispuesto que estaba a protegerte y quedarse a tu lado y, sé que cree en lo que me dijo, no tengo dudas. La seguridad con la que habló de todo…

Por un segundo, deseó creer en sus palabras, aferrarse a ellas y limpiar la imagen que tenía de Harry. Sin embargo, no recordaba nada de eso, solo coquetería disfrazada de chistes y adulaciones a los talentos en el Quidditch de Ginny.

—Soy su obra de caridad en medio del caos— río Hermione fríamente—. ¿No lo sabías?

La pelirroja negó con la cabeza y bebió un sorbo de su copa, aclarándose la garganta.

—Él y yo no hablamos de casarnos hasta que esa estúpida ley apareció. Era como si creyera que a su momento, sucedería. Cuando salías con Ron era como si todas las piezas cayeran en su lugar en una realidad perfecta y luego, de un día a otro desperté en un mundo en el que tú y mi hermano no funcionaban como pareja y tan solo años después, Harry ya no era mío. ¿No es así como el mundo real funciona? Era demasiado bueno para ser realidad.

—No fue diferente conmigo, Ginn. Que mi relación con tu hermano no funcionara me dolió, así como las que siguieron a esa, mi vida no fue de color rosa, así que lo que sea que estés pensando...

— Solo es mi perspectiva, no estoy minimizando los desafíos que has superado— se apresuró a explicar Ginny—. Supongo que fue más fácil asimilarlo al redirigir toda mi impotencia a ti. Encontrar un culpable era lo único que me mantenía cuerda, pero piénsalo, era como si ustedes estuvieran casados desde hace tanto…

Inevitablemente, la mirada de la pelirroja recayó en el brillante anillo en la mano de Hermione.

— Ninguna chica en todo el mundo se sentiría cómoda con una amistad como la suya, pero nunca me molestó, lo juro.

Hermione la miró incrédula. Para este punto no sabía a donde pretendía llegar.

—Es lo que siempre fue, una amistad. Él es mi mejor amigo, pero ahora que todo el mundo ha cambiado.

—En ocasiones las habladurías a mis espaldas eran intolerables. Pero confío en ti, incluso ahora. Desde el principio supe que tú eres parte de la vida de Harry, que jamás me traicionarías de esa forma. Llegaste antes que yo a su vida… ¿Cómo podría haber protestado?

—Harry se enamoró profundamente de ti desde Hogwarts— le recordó—. Te di todos los consejos que pude, deseaba que los dos estuvieran juntos.

—Lo sé— dijo Ginny y una enorme sonrisa nostálgica apareció en sus labios—. Por eso confíe en ti siempre, lo hago aún. Sé que esta ley fue el pretexto que ustedes jamás habrían tomado antes.

¿Se suponía que debía decirle algo? Tenía las palabras adecuadas, siempre había sido buena con eso, la cuestión era, que no quería responderle. Cualquier cosa que pudiera salir de sus labios podría haber sido catalogada de falsa y todavía sentía un enorme aprecio por Ginny, sin importar lo celosa que se sintiera.

—Voy a casarme— confesó la pelirroja súbitamente, tomándola completamente por sorpresa.

—¿Con quién?

—Al igual que Charlie, hemos pensando que la mejor decisión era recurrir a la asignación. El ministerio se encarga de elegir a la opción más compatible contigo. Inicialmente hacen todo el trabajo duro por el que no quiero pasar, solo te dan un nombre y tiempo para que se conozcan, ¿Puedes creerlo?

—Te permitirán elegir si lo aceptas, ¿No es así? No pueden obligarte solo porque su nombre ha aparecido en la asignación, no pueden...

—He comenzado a hacerme a la idea— la tranquilizó Ginny—. Me negué a mirar su nombre... Pero estoy quedándome sin tiempo. Cuando me sienta lista y el momento llegue, Harry y tú sabrán quién es él, hasta entonces... No estés molesta con él. Yo solo... necesitaba alguien con quién hablar, y aún si éramos una pareja llena de desacuerdos, nuestra amistad era buena.

Permitiéndose una leve sonrisa, Hermione decidió apartar a Ginny momentáneamente de sus cavilaciones. No podía reclamarle nada si no se encontraba segura de sus sentimientos. Esto era algo que solo le correspondía enmendar a ella y hasta que no estuviera segura de lo que sentía por Harry y si él albergaba algún sentimiento por ella, más fuerte que solo atracción, no tomaría ningina decisión.

Era así como quería que funcionara.

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Por más que lo intentara, resultó inevitable alargar más el tiempo. Debía enfrentarse a lo que llevaba todo el día preparándose. De lo contrario, sabía lo que sucedería si no volvía a casa pronto. Las inquietudes comenzarían y su sospechosa evasión alertaría a Harry.

La medianoche se acercaba cuando Hermione apareció a las afueras de su hogar, encontrando que el inclemente frío comenzaba a ser insoportable, prueba de que el invierno se acercaba. Con una rápida inspección, comprobó que las luces permanecían apagadas, lo que solo la motivó a entrar.

Como esperaba, el recibidor estaba sumido en las penumbras, pero definitivamente, él se encontraba ahí. Pudo ver la chaqueta de su uniforme, colgada en el perchero y conforme más avanzaba, hallaba pequeñas señales de su presencia.

Casi encontró cómico lo mucho que se esforzó en hacer todo el tiempo que pudo para no tener que reencontrarse como para que todo se resumiera a eso. Visitar a Luna, trabajar hasta tarde, alargar su cena con Ginny... Todo, para encontrarlo recostado en el sofá, durmiendo. Parecía cansado, como si, al igual que ella, pretender dormir la noche anterior le resultase imposible.

No tenía caso pensarlo. Si se detenía a mirarlo, admirando cada facción de su rostro todo se vendría abajo con sentimentalismos. Alejándose lentamente, Hermione procuró hacer el mínimo ruido posible, lo que no sirvió al escuchar el leve crujido del sillón cuando Harry se enderezó. Ella no se atrevió a mirar en su dirección de nuevo.

Sin importar la empatía que sintiera por la situación de Ginny, todavía le provocaba aversión la cercanía entre ambos, que nunca parecía romperse definitivamente. Deteniéndose poco a pensar, siguió su camino y subió las escaleras. Al poco rato, escuchó sus pasos cansados acercándose por el pasillo y deteniéndose afuera, frente a su habitación. Podía ver su sombra colándose debajo de su puerta, sin moverse.

Bastaron unos segundos, aparentemente eternos, en los que Hermione consideró esperanzada que si él decidiera entrar en ese momento su molestia podría disminuir, si tan solo él... No lo hizo.

Sus pasos alejándose hicieron su amargura aumentar. Nunca debió permitirse mezclar tantos sentimientos.

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Solo debía avanzar. No tenía clara la razón, solo la imperiosa necesidad de que debía atravesar aquel extenso camino carmín. Si lo hacía, tenía la esperanza de que todas las respuestas a sus dudas quedarían resueltas.

El único problema era que, con cada paso que daba, con todo volviéndose más claro a su alrededor, creía sentirse más fuera de lugar. Las personas parecían llenar todo el jardín, hermosamente decorado, con listones y flores de un intenso color rojo, pero nadie recaía en su presencia. Tardíamente comprendió de qué se trataba.

Un par de pasos más bastarían para acercarla a lo que ahora reconocía como el largo pasillo que la conduciría al altar, con Harry esperándola, vistiendo el traje de bodas con el tanto ansió verlo. El único problema era que él tampoco parecía notarla.

Invisible ante los ojos de la única persona de la que esperaba atención, Hermione consiguió detenerse, a tiempo para presenciar a Ginny, atravesándola como si fuera de humo, vistiendo el precioso vestido que había elegido para sí misma. Solo hasta que Ginny se colocó a su lado, Harry miró en la dirección de Hermione, sonriéndole abiertamente.

La incontenible felicidad en sus ojos resultó insoportable, no porque verlo feliz le hubiese molestado. Esta vez se trataba de lo que ese simple gesto significaba, la alegría que le causaba estarse casando con Ginny Weasley, como él deseó, y eso la destruyó. Porque esa habría sido su vida si la ley matrimonial no hubiese existido y quizás, ella no podría igualar la dicha de ese momento robado.

Nada cambió cuando, al despertar, Hermione se encontró aferrándose a las sábanas. Encontrando insoportables los recuerdos y el sudor humedeciendo su ropa, se apartó ansiosamente su húmedo cabello de la frente y contempló toda su habitación, intentando recordar cuál era su realidad. Al hacerlo nada mejoró.

Decidiendo que lo mejor era no alterar su rutina, se alistó como de costumbre y tentativamente, menos dispuesta a seguir un comportamiento infantil decidió enfrentar su dilema. Bajó las escaleras, mentalizándose sobre cómo habría de comportarse y recorrió el primer piso con seguridad, la misma que se evaporó tan pronto llegó a la cocina y encontró a Harry desayunando, como en cualquier día ordinario.

En cuanto él recayó en su presencia, Hermione se sintió inmovilizada, al menos hasta que Harry la saludó con un incómodo asentimiento, intentando adivinar su actitud. Era claro que él difícilmente sabría todo lo que sucedía en su cabeza, todo el dilema que tuvo que atravesar.
Ignorando, también, que sabía acerca de su encuentro con Ginny.

Recordarlo le devolvió el dolor y también, la dignidad, lo suficiente para adentrarse en la cocina y pasar frente a él con indiferencia.

—¿No vas a desayunar? — lo escuchó preguntar—. Preparé para ti...

Al mirarlo de reojo, en la mesa, se encontró con un plato extra, lleno de su humeante desayuno. Su primera respuesta habría sido un rotundo no, pero luego, al mirarlo con atención, viéndose tan sincero y confundido con su actitud, supo que no podía ser tan cruel con él.

—Gracias, pero ya desayunaré algo más en cuanto tenga oportunidad.

Asintiendo como agradecimiento, tomó con sus manos una única tostada del plato y tomando su bolso y túnica, se dispuso a marcharse.

—Creí que nos iríamos juntos— le dijo Harry, su tono era menos amable—. Es lo que siempre hacemos.

—Lo siento, el señor Evadine me quiere ahí antes. Me gusta ser puntual, ya sabes como soy— se excusó ella, y no mentía por completo. Su jefe podría entender unos cuantos minutos de retraso y contaba con el tiempo necesario como para que eso no sucediera.

Sin embargo, no sería ella quien lo perseguiría mientras él corría a los brazos de Ginny Weasley cada que esta volviera a sus vidas.

—Que tengas un buen día, Harry— finalizó cortés y se alejó dignamente. Atravesó la cocina, la sala y el recibidor con éxito, cada vez más segura de que él no la seguiría.

Al acercarse a la puerta, todos sus méritos se desvanecieron. Los pasos de Harry se acercaron y en menos de un segundo, su brazo bloqueó su camino, evitando así que pudiera abrirla. En un segundo, se encontró atrapada entre su rostro y la puerta. Su repentina cercanía la puso inevitablemente nerviosa, pero se forzó a concentrarse solo en lo herida que se sentía, mirándolo fríamente.

—Hermione— pronunció y la miró a los ojos peligrosamente, intentando encontrar en ellos una respuesta a que sucedía. Ella lo conocía lo bastante bien para saber que no solo había enfado en su rostro, sino también preocupación.

Debió suponer que él no dejaría las cosas así, lo que no esperó, en cambio, fue que Harry no mostrara ningún reparo al atreverse a tocarla. Su mano libre ascendió hasta posarse en su mejilla, al mismo tiempo que él se acercaba otro palmo más sin disfrazar sus descaradas intenciones. Con solo sentir su aliento, observándolo inclinarse, bastó para que ella olvidase momentáneamente sus pretensiones por fingirse indiferente.

—Apenas entiendo que sucede— susurró él. Permaneciendo muy quieta, Hermione no se atrevió pronunciar una sola palabra.

Solo podía pensar en lo extraño que parecía todo, lo que no mejoró cuando Harry apoyó su frente con la suya, debilitándola por completo. Acostumbrarse a esta nueva cercanía, adquirida en el momento que atravesaron los límites de su amistad al besarse todavía era difícil de asimilar.

Incluso si no habían hablado al respecto, ambos sabían que algo cambió esa noche. Él ya no se mostraba tímido ni amigable y mucho menos indeciso, la nueva faceta descubierta de él no parecía querer marcharse. Lo que quedó claro en el momento en que Harry se acercó más y sus labios se rozaron tentativamente. El roce resultó tan placentero que Hermione habría acabado sucumbiendo a lo que él pretendía si tan solo hubiese mantenido la boca cerrada.

—No sé qué sucede, ayer apenas pude verte, fue como si estuvieras huyendo de mí. Extrañé nuestra rutina, encontrarnos después, venir a casa juntos y...

Aprovechando el fugaz momento de cordura, como pudo, Hermione consiguió zafarse de su agarre y se cruzó de brazos, interponiéndolos entre los dos.

—Sí, supongo que sí— respondió sarcástica y él retrocedió, confundido por su rechazo. ¿Qué es lo que él creía? ¿Qué ahora actuarían como una pareja? ¿Qué podría volver a ella cuando Ginny volviera a desaparecer?

—Olvídalo— le dijo indiferente, intentando recomponerse al alejarse un centímetro más.

—¿Qué te sucede?

Apretando los labios, Hermione reprimió sus palabras y las lágrimas. Ahora mismo llorar le parecía tan ridículo como admitir que se encontraba celosa.

—No sé qué sucede, que está... Estás comportándote tan extraña desde... — se detuvo, omitiendo mencionar el detonante que ambos conocían. Evidentemente Harry no lo diría debido a lo insignificante que fue para él; el solo pensamiento incentivó su decepción.

—¿Respecto a qué? — preguntó ella con voz insidiosa, consiguiendo que él retrocediera, revolviéndose furiosamente el cabello—. ¿Estoy comportándome así sin ninguna razón? ¿Soy yo, entonces?

—¡Me refiero esto! — exclamó Harry enfadándose también—. A tu actitud, a tu rechazo, a cómo te has comportado desde que...

Guardaron silencio, mirándose el uno a otro por mucho tiempo hasta que la tensión entre los dos resultó insoportable. Cada uno llegando a sus propias conclusiones, pues la mirada de Harry comenzó a suavizarse y Hermione se encontró dándose cuenta que él volvía a mirarla de esa peculiar forma de nuevo. La manera en que sus ojos la recorrieron la tentó a dejar todo de lado, pero no pensaba caer de nuevo.

—Si no tienes nada claro por decirme, tengo cosas por hacer— dictaminó ella, antes de que la distancia entre los dos fuera peligrosa, luchando por abrir la puerta.

Harry gruñó con fastidio.

—No puedes huir por siempre— lo escuchó decir, al mismo tiempo que abría la puerta y la cerraba detrás de sí, escapando exitosamente.

Sabía, por la peligrosa manera en que la miró antes irse, que él tenía razón, pero con un poco de suerte y astucia, podría hacerlo.

Siempre ha estado un paso por delante de Harry de todos modos.