Capítulo 22: Unión

Todo olía a rosas.

El aroma inundó su nariz, penetrante y dulzón, mientras sus ojos se acostumbraban a la brillante escena. La cegadora luz del sol, la música elevándose en acordes finos, además del pasillo repleto de pétalos de rosas, tan rojos como la sangre, conduciendo a un precioso altar que, sin embargo, se encontraba todavía vacío.

Observando a su alrededor, comprobó que todos parecían felices, llenando el lugar con sus risas, sin recaer por completo en su presencia, colmando el jardín de su hogar en un festivo escenario de celebración aún por consumar. La alegría en el aire aminoró su inquietud, alentándole a esperar.

Todo marchaba bien. Tenía que hacerlo, después de todo, era el día de su boda.

Cada persona pasando a su lado, pese a sonreír y mostrarse completamente feliz, reflejaban una notoria indiferencia a su presencia. No le importó mucho, ya que, de todos modos, si bien en algún momento esperó casarse, no estaba haciéndolo bajo los términos que esperaba. Ciertamente no se quejaba, tampoco, la preservación de su libertad no tenía significado alguno a estas alturas de su vida.

No la deseaba, no la buscaba, todo lo contrario, renunciar a ella parecía un precio completamente justo a cambio de lo que recibiría casándose.

Casarse, se repitió en su mente y, habría sonreído, de no estar experimentando tanta agitación. La única persona a la que deseaba encontrar en aquel laberinto de personas, allá a donde mirara, no parecía encontrarse en ningún lado. Sin tener idea de qué hacer, no movió un músculo, no hasta que pudo escucharlo. Un sonido que sobresalía de entre todos los demás, ahogándolos y reduciéndolos a no más que ruidos sin importancia. La señal que necesitaba.

Sin pensárselo mucho, dubitativamente dio dos pasos en esa dirección, que luego se convirtieron en zancadas firmes que lo guiaron hasta la puerta trasera de la casa, la misma que llevaba habitando tan solo pocos meses, pero que parecía su hogar de toda la vida. La puerta de la cocina se encontraba abierta y solo entonces vislumbró su figura, moviéndose con suavidad en el interior con lo que parecían ágiles pasos de baile.

Su risa brotaba desde su garganta, tan encantadoramente que paralizó sus movimientos, solo para poder contemplar y escuchar con atención. Se veía dolorosamente hermosa, con un sencillo vestido blanco cuyos olanes se movían sobre sus rodillas, mientras los rizos de su cabello se mecían sobre su espalda, acorde a sus delicados movimientos. Al notar que ella no le prestaba atención, intentó abrir la boca, llamar su nombre, un cuestionamiento a su ausencia, solo para descubrir que su voz permanecía atrapada en su interior, como si sus cuerdas vocales decidieran simplemente no obedecer a su desesperada petición. Y fue precisamente eso, el verla tan cerca y sentirse incapaz de llegar a ella, de hacerle ver que él estaba ahí, esperándola para comenzar con lo que sería el resto de sus vidas.

Pese a verla tan radiante, como si no hubiese nada que pudiera perturbar su alegría, un miedo pocas veces experimentado sacudió su mundo, algo que no encontró explicación hasta que, instantes después, ella detuvo sus movimientos, frenando de golpe solo para contemplar la habitación contigua, todavía sin reparar en él. Solo entonces, la sonrisa que habría catalogado de jubilosa se ensanchó más, haciendo llegar hasta sus ojos una inconmensurable emoción que la hizo abrir los brazos y correr al encuentro de la única persona para la que parecía tener ojos.

Harry deseó no tener que presenciar aquella terrible escena.

Alto, con una postura que irradiaba gallardía y vistiendo un traje lujoso y magnífico. Al encontrarse uno frente al otro, él la rodeó con los brazos, pegándola a su cuerpo, fundiéndose en un íntimo abrazo. Al escuchar reír, él sonrió encantado, tocándola como si fuera un regalo.

Ciertamente lo era. Pero también había algo más, algo que no notó hasta ese momento, en que ella sonreía, gozando encontrarse en los brazos de aquel.
La irrealidad de su perfección. Lo radiantemente espléndida que se veía con aquel vestido y... La forma en que ahora lo miraba, a él, a Harry, todavía envuelta en los brazos de alguien más, como si, de alguna manera, hubiese cierto brillo de burlesca diversión en sus ojos al descubrirlo como simple espectador.

Solo entonces, lo comprendió. Aquella magnífica mujer no podía ser ella. Hermione Granger jamás encontraría placer haciéndolo sufrir. No había mucho de su mejor amiga en ella, por extraño que el pensamiento le pareciera, teniendo en cuenta que su apariencia externa era casi idéntica.

Sus ojos, del color de la canela, poseían cierta perversidad en su forma de mirarlo. Devolviéndole la mirada de la misma manera en que su versión producida por el horrocrux lo hizo años atrás. Y, sin embargo, como en ese entonces, en lugar de provocarle aversión, solo hubo curiosidad. Una intensa e insaciable intriga por conocer que se escondía detrás de esa sonrisa siniestra y su descarada actitud. Características que jamás vería en la verdadera Hermione y que, de todos modos, conseguirían cautivarlo. En cualquier de sus facetas, supuso, se vería irremediablemente atraído y, al parecer, ella lo sabía.

Más astuta que la genuina, la Hermione frente a Harry, a sabiendas de que tenía su completa atención desvió su mirada de él, concentrándose de vuelta en quien la sostenía con tanta firmeza. Harry sintió que su sangre hervía cuando él posó sus manos en sus caderas, manteniéndola lo suficientemente cerca e inclinó la cabeza, agachándose lo necesario para besarla. Acción que ella le facilitó, colocándose de puntillas y atrayéndolo por el cuello hacia su boca en un beso demandante que los dos respondieron con entrega.

Cuánto deseó poder alejarse. Darse media vuelta y cancelar aquella infame boda sin sentido. En cambio, permaneció quieto, observando como Levi Agoney besaba a Hermione y como ella, entre suspiros, le correspondía.

Pudieron pasar solo minutos, o quizás pocos segundos, pero al separarse, algo que Harry agradeció, no habiéndose sentido más celoso en toda su vida, Hermione lo atrajo hacia ella, abrazándolo con fuerza, mientras él ocultaba el rostro entre sus desordenados cabellos. No se trataba de lo miserable de sus acciones, o el irrefrenable sentimiento de celos que embargaba a Harry, reduciéndolo a un manojo de envidia, rencor y odio. Más allá de todo aquello, no era eso lo que lo hería, sino lo feliz que Hermione se veía en brazos de aquel, asemejándose a la auténtica, a la que él conocía y adoraba con fervor.

A la Hermione que tampoco le correspondía.

Separándose un poco, deshaciendo a medias su apretado abrazo, ella habló sobre su oído, palabras que Harry entendió a la perfección.

—Creo que nos ha visto— la escuchó susurrar, sin verdadera culpa impregnando su voz. Agoney se separó lentamente y, como ella, miró en su dirección, sonriéndole triunfante.

Harry experimentó un odio corrosivo, no hacia ella, por supuesto. Hacia Agoney, hacia él mismo, hacia destino, haciéndole pensar que realmente podía hacer las cosas funcionar, que juntos, no sería ridículo considerar como posible un futuro para ambos. Ni siquiera entonces se creía capaz de odiarla, no cuando Harry, incluso si su intención nunca fue esa, le arrebató la posibilidad de conocer a alguien a quien ella pudiera elegir con libertad.

Sin presiones, sin leyes de por medio. Solo alguien de quién enamorarse como se suponía que debía ser.

—Lo siento— prosiguió Hermione. Ahora, su voz sonó dulce y cálida, como siempre, contrastando con su expresión siniestra—. Era así como debía pasar.

Harry ni siquiera la culpó. Desde el inicio, esperó tantas veces que ella le dijera algo como eso, que reaccionara antes de que fuera demasiado tarde y luchara por recuperar su libertad de cualquier otra manera que no la atara irremediablemente a él. Incluso, por sí mismo, catalogó como una total locura su decisión, atreviéndose a pedirle matrimonio, condenando la felicidad de su mejor amiga y quizás la suya, si Ginny realmente lo amaba de la manera en que decía.

Pero fue precisamente eso, lo que sirvió como el detonante que alimentó su convicción. Antes de que todo aquello comenzara, él realmente amaba a Ginny, no de la manera que esperó siendo adolescente, pero supuso, era así como el amor se transformaba, madurando y adaptándose al pasar del tiempo. A veces, creía que ella lo amaba más de lo que él a ella, dándole más de lo que Harry pensaría en brindar a su relación, pero luego, ella sobrepondría cualquier cosa por encima de todo, sus intereses, sus sueños, su trabajo y solo entonces, aferrándose a aquella autonomía demostrada, Harry se atrevería a hacer lo mismo sin sentirse culpable, obteniendo cierta libertad en medio de aquel inestable panorama.

Si era así como el amor debía sentirse, recordándose una y otra vez lo que debía aportar, solo para no sentirse culpable por no tener gestos genuinamente espontáneos, Harry sabría que su relación no los llevaría a ningún lado. Al final de todo, Ginny podría afrontarlo sola, siempre había sido así, sin ninguno necesitándose, ni mucho menos, deseando acompañarse realmente.

Perder a Hermione, por otro lado, supondría más de lo que estaba dispuesto a perder. Ella había estado ahí antes que cualquiera, y deseaba que estuviera en su vida después, en cualquier momento, sin importar el pasar de los años. Romper su compromiso lo cambiaría todo.

Desde el momento en que el anillo de Harry se encontró en su dedo, comprendió que nada volvería a ser igual a partir de entonces. Nunca la vería de la misma manera. Sin embargo, si ella era realmente feliz...

—No pretenderías que se casaría realmente contigo, ¿No? — inquirió Agoney, con socarronería—. No eres tan inocente para pensar algo como eso, ¿O sí?

Hermione lo mandó a callar, golpeándolo juguetonamente en el pecho.

—Eso es muy cruel— lo reprendió, sin sentirlo de verdad—. Harry es mi mejor amigo, después de todo y es lo único que será siempre. Un poco ingenuo, sí, pero...

Agoney no le permitió terminar, tomándola del mentón, giró su rostro en su dirección y la besó furiosamente. Justo cuando ella mantenía su mano cerca, en su rostro, Harry distinguió su anillo, todavía ocupando su dedo anular. Limitándose a contemplar la alegría que se escondía en el rostro de Hermione, pese a ser malévola, fría y descarada, algo en ella seguía perteneciendo a su mejor amiga.
Ella realmente parecía contenta. Nada parecido a la apariencia taciturna con la que Harry la observó por días y que solo desembocó en una discusión todavía sin resolver.

Quizás... Él realmente no podría hacerla feliz.

Respirar.

Una sola bocanada de aire a la vez.

Obedeciendo a lo que su mente le pedía, Harry aguardó, esforzándose por no entrar en pánico y comenzar a buscar aire con desesperación en desagradables bocanadas. Eso solo empeoraría las cosas.

Inhalar y exhalar. Era todo lo que debía hacer y, aparentemente, funcionó. Pronto, su agitada respiración se normalizó y sus pulmones recibieron el aire necesario.

Jadeando por unos instantes más, observó con detenimiento su habitación, deteniéndose en cada mueble, en la obscuridad colándose por la ventana, en las sábanas bajo sus dedos y las gotas de sudor resbalando por su frente, humedeciendo también su espalda. Tenía claro que no volvería a dormir.

No después de haber visto algo como eso. Apenas se apoyó contra la cabecera de la cama, cerrando los ojos, los recuerdos volvieron y sentía su sangre hervir de nuevo. Ahora que podía volver a moverse, y a hablar, según comprobó mientras tosía, tenía tantas ganas por hacer lo que en sus sueños no pudo, encontrándose con que, al despertar, en realidad se hallaba solo.

Sintiendo su garganta seca y a sabiendas de que nada lo ayudaría a conciliar el sueño, apartó las sábanas de golpe, se colocó los anteojos y se levantó de la cama, abandonando su habitación. Sin hacer ruido, atravesó el silencioso pasillo y luego bajó las escaleras, acercándose a la cocina arrastrando los pies.

Nunca, en meses, se había sentido tan afortunado de que todo hubiese sido solo cuestión de un sueño y claro, de su fantasiosa imaginación atormentándolo. No obstante, no podía dejar de pensar en ella, sobre todo teniendo en cuenta que se encontraba tan cerca, bajo el mismo techo, cuestión que no aminoró su inquietud.

Pensar tanto en ella lo consumiría algún día. Una y otra vez, sus pensamientos lo llevarían a Hermione, a veces, de maneras que solo lo motivarían a desear verla, en otras ocasiones, intentando comprender que habría de hacer para enmendar sus errores para con ella.

Ahora, según le pareció a Harry que debía admitir, necesitaba verla por mero egoísmo. En ese instante, no había nada que deseara más que borrar de su mente la imagen de Agoney tocándola, deseando apartar sus sucias manos de Hermione, pero, sobre todo, además de los innegables celos, intentaría apartar de su mente la decepción que el rechazo de Hermione le causó.

Ansioso, sin esperar a que la cordura volviera, Harry subió las escaleras y cruzó el pasillo, deteniéndose abruptamente frente a la puerta de la habitación de Hermione, como muchas otras noches en que, exhausto por el trabajo, llegaría muy tarde entrada la noche, deseando poder decirle todo aquello que hasta entonces consideró como indebido para su amistad, solo que esta vez, se sentía diferente. Necesitaba verla, convencerse de que ella jamás haría algo como eso, encontrando consuelo en la verdadera imagen de su Hermione, dulce, cálida y bondadosa, y que en realidad dormía, ajena a todos los horrores con que Harry la imaginó.

Consciente de que solo una puerta los separaba, Harry esperó que eso fuera suficiente. No lo fue. Encontrando su tribulación fastidiosa, no le quedó más remedio que atreverse a rodear con su mano el picaporte de la puerta y girarlo con cuidado, haciendo algo que no consideró antes. El pestillo se abrió con un clac y luego, la puerta cedió con facilidad, abriéndose ante él.

Primero, Harry no pudo distinguir nada, debido a la obscuridad y su inapropiada osadía manteniéndolo alerta, segundos después, acostumbrándose a cada forma en la habitación, distinguió la cama y, finalmente, a Hermione, envuelta entre las sábanas. A diferencia de todo lo demás, la silueta de su figura era muy clara, mientras las sábanas trazaban cada curva en su cuerpo, hasta sus cabellos, esparcidos desigualmente por la almohada y, pese a no poder ver su rostro a la perfección, podía imaginarse su expresión. Dulce y gentil, era así como Hermione era en realidad, lo que bastó para que Harry se repitiera que su mejor amiga... Su prometida, nunca haría nada que pudiera dañarlo.

Habría deseado que ella lo mirara, pudiendo así alejar las horribles visiones de sus pesadillas y, también, deseó pedirle perdón por siquiera imaginarla en sus sueños de tal manera. Bebiéndose de la imagen por un par de segundos más, se permitió llenarse de la paz que la habitación de Hermione le transmitía.

Constantemente Harry desearía poder tenerla cerca al despertar, pero, por supuesto, jamás la presionaría para dormir con él... No la presionaría con nada y mucho menos, para algo tan escandaloso como eso, teniendo en cuenta lo mucho que a ella le importaban esa clase de cosas.

Presa de la culpa por su intromisión, catalogándola de poco correcta, Harry retrocedió y cerró la puerta tan rápido como pudo. Suspirando con derrota y sintiéndose un poco patético al pensar que, contrario a lo que su rabia le aconsejaría, si ella le dijera que había encontrado la felicidad en alguien más, a quien amaba y con quién deseaba casarse por elección, él la dejaría ir, esperando que fuera feliz de verdad. Sin otra opción se alejó y, considerablemente más tranquilo, Harry se reprendió por sus acciones, en sus sueños y en la vida real. Al contemplarla, debajo de toda la admiración, el cariño, la amistad y el afecto, también había deseo y, supuso, no debía ser de ese modo.

La parte moral controlando sus acciones le repetía que no debía, sin embargo, no podía simplemente evitarlo. Harry era tan humano como cualquiera y, si debía reconocerlo, Hermione lo atraía, cualquier versión suya, incluso la de sus sueños y pesadillas.

Incluso hace años, si se esforzaba en ser sincero, al destruir el guardapelo nada quitó de su cabeza que la Hermione de esa visión era dolorosamente hermosa y que sus cuerpos juntos, de una manera que nunca antes concibió, no parecían una imagen tan detestable como Ron lo expresó. Si bien había algo de macabro en sus acciones y palabras, Harry no negaría lo atractiva que le pareció entonces y solo hasta que volvió a la tienda y se encontró con la verdadera Hermione, se sintió aliviado de que ella fuera así de dulce, justo como se suponía que idealizó la imagen de su mejor amiga siempre, repitiéndose que no tenía por qué verla de esa forma, sin importar lo bien logrado que resultó lo que sea que el guardapelo les mostró. No cuando Ron parecía tan miserable con lo que el horrocrux reservó especialmente para él.

Ahora, por el contrario, no existían obstáculos además de su moral y, si el destino quería, ella se convertiría en su esposa en tan solo tres días. Su esposa. Harry sonrió al pronunciarlo, saboreando la palabra en sus labios.

Su mejor amiga sería su esposa. Hermione Potter. No le sorprendía lo bien que aquello sonaba.

Al llegar a su habitación, recostándose en la cama, los recuerdos de la pesadilla comenzaron a alejarse tan pronto los pensamientos acerca de si era o no egoísta al considerarse afortunado asediaron a Harry y así, antes de que pudiera darse cuenta, cayó dormido de nuevo.

•וווווווווווווווווו

La nieve nunca dejaría de caer.

Durante cada noche de la semana, las nevadas, aunque aparentemente suaves, llenarían las calles con nieve fresca, que más tarde convertiría el ambiente en un páramo helado.

Hermione adoraba el invierno, siempre que se mantuviera en casa, con un buen libro frente al fuego y no encontrándose en la calle, intentando mantenerse en pie para no resbalar por la acera congelada. Para este punto, sus mejillas se encontrarían congeladas y sus labios y nariz completamente llenos de color.

—¿Estás segura que puedes caminar?

Hermione se sostuvo del brazo que Harry le ofreció minutos atrás, intentando no parecer demasiado preocupada al creer que caería y terminaría fracturándose. Para este punto, con la boda tan cerca, creía que cualquier minúscula tragedia podría suceder, incluso si la mayoría de preparativos estaban completamente listos.

—Sí— respondió, más no aflojó el agarre de sus dedos—. Debimos quedarnos en casa.

Escuchó a Harry reír, desestimando sus palabras, animándola únicamente a seguir caminando, asegurándose al menos de sostenerla. Medio minuto después, al final de la calle, iluminados debajo de uno de los faroles, Hermione distinguió a sus amigos, agolpándose unos contra otros, seguramente esperándolos.

—¿De qué se trata ahora? — preguntó, observando a su prometido sospechosamente. Para este punto, no le sorprendía que nadie le dijera nada acerca de planes sobre los que no tendría conocimiento hasta más tarde.

Harry se encogió de hombros, con genuina ignorancia de la situación.

—Solo me han pedido que...

—Sí, ¿Una sorpresa más? Empiezo a acostumbrarme a tantos misterios— bromeó Hermione, acercándose más a él para cubrirse del frío mientras atravesaban los últimos metros.

—No sé qué esperar, pero te prometo que volveremos a casa pronto— le dijo Harry, mirándola sobre su hombro, agazapada contra él.

—Es ahí donde deberíamos estar, frente al fuego— protestó Hermione. No mentía al expresar sus deseos, con el tiempo acabándose antes de que la boda llegara la joven comenzaba a sentirse enloquecer, presa de los nervios que, supuso, cualquiera tendría antes de su boda.

Minutos después, Hermione vislumbró con claridad a todas las personas esperándolos, más de los que inicialmente esperó ver. Entre ellos, resaltando entre todos, la persona a la que reconocería en cualquier lugar en el mundo, pero que, sospechosamente, desentonaba en aquel grupo tan variado. Encontrarse con su madre la confundió. Seguramente, sin temor a equivocarse, todo debía ser obra de Ron y Luna, los únicos lo bastante cercanos como para conocer directamente a su familia.

—¡Estábamos congelándonos! — exclamó Susan, soltándose del abrazo de Justin, para acercarse presurosa hacia Hermione, saludándola calurosamente. Mientras Susan y Luna besaban sus mejillas, presa por sus brazos, la castaña se dirigió a su madre, todavía confundida.

—¿Mamá? ¿Qué haces aquí?

La señora Granger, bien abrigada para la ocasión con ropa totalmente muggle, avanzó hasta su hija, rodeándola en un afectuoso abrazo.

—Estoy aquí por ti, querida, ¡Es tu noche! — le dijo, sin dejar de sonreír, aparentemente, encantada con cualquiera que fuese la idea que sus amigos idearon.

—Pensamos que te gustaría tener a tu madre cerca. Vas a casarte después de todo, ya sabes, no queríamos excluir a tu familia— explicó Susan.

—Pero... ¿Qué hay de papá?

—No te preocupes por él. Está en casa, disfrutando de un preciado momento a solas, de todos modos, ninguno creyó que Harry se sentiría cómodo como para...

—Señora Granger, jamás pensaría que la compañía de su esposo es indeseable— dijo Harry, atropellándose con las palabras—. Él podría haber venido y acompañarnos en... En esto.

— Qué dulce de tu parte— río la señora Granger—. Pero hemos llegado a un acuerdo y él esperará por mí en casa esta noche.

Sin nada más por agregar, a Harry no le quedó más remedio que saludar a su futura suegra como se debía, para este punto, tan confundido como Hermione sobre lo que sucedía, intentando adivinarlo al observar a sus principales sospechosos, Luna, Susan y Ron, siendo este último a quien su madre dirigió una mirada perspicaz, seguramente recordando los bochornosos días en que salía con su hija. Nada más lejos de su realidad actual, como un hombre mucho más maduro y, para variar, casado.

—¿Qué es esto? — preguntó eventualmente Hermione, mirando a Luna y Ron abrazados, pretendiendo pasar como inocentes.

—¡Tu despedida de soltera, claro! — chilló Luna, fascinada.

Inmediatamente, Hermione comenzó a sacudir la cabeza, negándose a la idea e inútilmente, intentó sujetarse con más fuerza de Harry.

—¡No puedes negarte! — protestó Ron, alejando a Harry de ella y arrojándolo hacia Neville y Justin—. Esta noche es para ustedes. Ya tendrán mucho tiempo para pasar aburridas veladas junto al fuego, ¡Ahora, él vendrá con nosotros!

—Lo cuidaremos bien— le aseguró Neville, siendo el único en cuya palabra Hermione confiaría de verdad. Aunque, según sospechó, toda su brillante noche no se reduciría únicamente a Justin, Ron, Neville y Harry. Astutamente, supuso que, en algún lugar, el resto estaría esperando por ellos.

Sin embargo, la idea no le hacía mucha gracia. No se trataba de la noción que representaba separarse de él por esa noche, en realidad, todo se reducía a lo real que todo estaba sintiéndose últimamente. Al inicio creyó que todo sería un matrimonio precipitado, con muy poco de autenticidad y obtuvo todo lo contrario. Preparativos comunes que cualquier novia habría tenido, un anillo de compromiso, un precioso vestido, una nueva casa, una fiesta de compromiso e incluso, una despedida de soltera, para variar.
Agradecía que todos estuvieran esforzándose en darle lo que de ser otras las circunstancias, habría podido tener, pero ahora, con la boda a solo tres días, Hermione estaba consumiéndose por el miedo y el innegable nerviosismo que le producía caer en cuenta de lo que le deparaba.

En solo tres días, se convertiría en la esposa de su mejor amigo. Una idea que tenía muy poco de aterradora y mucho de la genuina emoción que se esforzaba en resguardar. Mientras Susan, Luna y su madre debatían sobre sus planes, Harry se liberó de los chicos, haciendo lo mismo, y se plantó frente a ella, posiblemente, adivinando sus pocos ánimos.

—¿Tenemos que hacer esto? — murmuró ella.

La luz del farol sobre ellos arrancó destellos a los anteojos de Harry, observándola con afecto. Todo su cabello, negrísimo en comparación con la nieve posándose sobre su cabeza, le otorgó una apariencia mística de la que no quería separarse. Desde esa mañana, Harry se mostró sumamente amable con ella, más de lo habitual, derrochando montones de carisma que Hermione recibió gustosamente, sin cuestionarle la razón. Dejarlo ir suponía, por tanto, un terrible dilema.
Según creyó, tendrían que marcharse pronto si no deseaban congelarse, lo que terminaría por separarlos.

—Parece que sí— respondió Harry y colocó sus manos sobre sus hombros—. No me cambies por cualquier mago que puedas conocer esta noche, ¿De acuerdo?

Incluso si su petición era ridícula, Hermione asintió fervientemente, a sabiendas de que probablemente, ninguno haría mucho, ni se relacionaría con nadie más que no fuera parte de su círculo de amigos.

—Lo prometo— le aseguró ella, riéndose—, Y tú, comportarte, ¿Bien? No dejes que Ron, o cualquiera de los chicos se emocione más de la cuenta con esto.

—Quiero pensar que puedo lidiar con una noche sin ti— opinó Harry, metiéndose las manos en los bolsillos del abrigo—. Serán solo unas horas, ¿No es así? Además, Ron tiene razón, aunque me cuesta admitirlo. Después de que nos hayamos casado, tendré montones de días y noches para compartir contigo.

—Eso es cierto, y suena como una idea encantadora. Después de todo, tenemos tres días más, ¿Verdad?

—Sí, además, mañana es nochebuena, seremos solo tú y yo, además de Teddy, claro— le prometió Harry, aparentemente contento con la idea—. Entonces ve, diviértete y disfruta de tus últimas noches como soltera, señorita Granger.

El punto intermedio en que se encontraban, cualquiera que fuera, dividiéndose entre su amistad habitual y momentos de fugaz coqueteo conseguían que Hermione se mantuviera esperanzada ante la posibilidad de un desenlace diferente después de la boda. Un buen panorama construyéndose para los dos y su matrimonio.

Hermione observó la escena a su alrededor, específicamente, a sus amigos, despidiéndose de sus respectivas parejas, cada uno de ellos hablándose íntimamente. Luna y Ron, prometiéndose encontrarse más tarde, mientras Susan besaba a Justin. Lo que provocó que la castaña, presintiendo que invadía su privacidad, volviera a ver a Harry, pareciéndole que esa noche más que nunca deseaba no tener que alejarse de él, quien parecía pensar lo mismo, mirándola cariñosamente.

—¡Harry! Vámonos antes de que me congele el...

Ron no pudo terminar, deteniéndose al recordarse la presencia de la señora Granger con ellos. Aguantando la risa, Harry se agachó, besó la mejilla de Hermione y se alejó, trotando hacia sus amigos, donde Ron lo rodeó con su brazo, sacudiéndolo con lo que parecían promesas sobre la noche que les esperaba. Dándose por vencida, Hermione se reunió con sus amigas y su madre, alejándose en la dirección contraria.

•ווווווווווווווווו

El ruido de los vasos, chocando unos contra otros, impidió que Hermione escuchara lo que las chicas le decían, intentando hacerse oír por sobre el ruido de la música en el pub. Para este punto, la mayoría de las palabras, halagos y felicitaciones recibidos sonaban en su mayoría, idénticos.

Llenando una larga mesa, se encontraban Susan, Luna, su madre, Hannah Abbott, Parvati y Padma Patil, Fleur Weasley y su hermana, Gabrielle, y un considerable número de las amigas que Hermione acumuló en sus diversos trabajos en el ministerio desde que se graduó, solo en las que pudo confiar. Para este punto, había perdido la noción del tiempo, segura de que, luego de una noche tan larga como esa, cualquiera en su lugar actuaría de la misma forma. Cantó a los gritos, bailó hasta que sus piernas dolieron y se entregó totalmente a todas las actividades que se suponía, alguien a punto de casarse haría. En retrospectiva, agradecía que sus amigas hubiesen organizado algo como eso para ella, tomándose el tiempo necesario para planear cada detalle.

—Ahora... ¡Abre este! — sugirió Fleur, señalando uno de los tantos regalos, parecía muy contenta con una noche libre de sus obligaciones como esposa y madre.

De buen humor, Hermione apartó de su regazo el costoso perfume francés que la misma Fleur le regaló y lo colocó cuidadosamente al lado del precioso juego de té de porcelana, cortesía de Hannah Abbott, preparándose para recibir el próximo paquete e intentar adivinar quién se lo habría obsequiado. Una actividad bastante entretenida, guiándose por las pistas dejadas en cada regalo.

Tenía el tamaño de un libro, algo bastante lógico, teniendo en cuenta que todas conocían su inevitable amor por la literatura, y en el papel que lo envolvía, solo dos pequeñas marcas podían verse al frente, una azul y otra roja, apenas tocándose.

—¿Quién puede ser? — inquirió Hermione, dándole miradas curiosas a las chicas alrededor de la mesa.

—Solo ábrelo, cariño— la animó su madre y así lo hizo.

Cuidadosamente rasgó los bordes del papel y se deshizo de este, revelando lo que originalmente catalogó como un libro y que resultó ser un álbum de fotos, cuyas primeras páginas se encontraban llenas de eso, fotografías mágicas, moviéndose repetidamente. Algunas incluían fotos de Hermione, de niña, con el uniforme del colegio y Harry y Ron a sus costados, otras, avanzando cronológicamente por sus años en Hogwarts, hasta llegar a su graduación y algunos recuerdos esporádicos posteriores, con preciosos marcos y flores pintados a mano. El resto de páginas se encontraba totalmente vacío.

"Llénalo con todos tus recuerdos valiosos". Se leía en el pie de página.

No tenía que preocuparse en acertar. Sabía quién se lo había dado.

—Luna, esto es ...

—Para que agregues todos los recuerdos que... ¿Cómo sabías que era mío? — le preguntó la rubia, radiante.

— Intuición— río Hermione, encantada—. Es precioso, ¡Gracias! Las fotos son... Realmente lo adoré.

—Esa era la intención— le garantizó Luna, completamente alegre, entonando con el ánimo de todas, incluso si no había probado una sola gota de alcohol.

—Ahora, quizás la lencería se encuentre abajo de todos estos otros regalos— opinó Susan y luego, al mirar a la madre de su amiga, se cubrió la boca con la mano—. Oh, ¡Lo siento, señora Granger! Olvide lo que he...

En su lugar, Emma se río con elocuencia, algo que Hermione atribuyó a la cantidad de alcohol que habían consumido a lo largo de la noche. Además... ¿No era ese un tema acorde a cualquier matrimonio? Por lo tanto, ningún tabú y aun así... Qué extraño le pareció tener que guardar un secreto como ese a su madre, haciéndole creer que todo se trataba de una boda completamente normal. Incluso, ninguna de sus amigas mencionó ni una sola vez la ley matrimonial, algo por lo que estaba completamente agradecida.

Con el paso de los minutos, entre regalos y nuevas rondas de bebidas que Hannah y Susan se aseguraban que no faltaran, cortesía que no les sería negada en cuanto hicieron del conocimiento del dueño del pub a qué se debía su celebración. Gracias a eso, quizás, Hermione comenzó a sentirse mucho más efusiva de lo normal, riéndose de cualquier chiste, por malo que fuera, que las chicas contaran. Sin molestarse por consultar la hora, o presionarse con juicios morales sobre lo correcto que era disfrutar genuinamente de su compromiso.
En pocas ocasiones se permitía ser así, poco lógica y simplemente, comportándose como cualquier persona de su edad.

—¡Ven aquí! No piensas quedarte sentada más tiempo, ¿O sí? — le dijo Susan, tirando de su brazo para levantarla—. ¡Es tu despedida de soltera!

—Sí, si me he mareado tanto— se excusó Hermione, resistiéndose poco—. ¿No es demasiado tarde?

—¡Qué más da! A Harry no le molestará, ¿A qué sí? Al contrario, ¡Quizás esto te dé el valor que necesitas!

Finalmente, mientras Hermione se reía, considerando que tal vez su amiga no se encontraba tan equivocada, Susan terminó ganando, consiguiendo levantarla de su asiento justo para cantar a los gritos su canción favorita.

•וווווווווווווווווו

La ubicación de su hogar nunca le había parecido tan remota. Sin vecinos cerca, la construcción parecía sumamente solitaria en la oscuridad de la noche, sobre todo si las luces del interior se encontraban apagadas.

Al abrir la puerta, adentrándose en el recibidor obscuro, Hermione avanzó a tientas, considerando inmediatamente que Harry debía seguir con los chicos, sin importar lo tarde que fuera. O eso creyó, hasta que llegó al salón y pudo distinguir su silueta en la penumbra, sentado en uno de los sofás, esperándola.

—¿Harry?

Él no se levantó, permitiéndole acercarse en su dirección hasta que solo un metro los separaba. Desde allí, Hermione pudo verlo mejor, ridículamente apuesto, incluso si su aspecto era más desarreglado que el de horas atrás. Con la camisa viéndose no tan pulcra con los primeros botones desabrochados, su cabello tan rebelde como siempre y su rostro lleno de color.

—Solo quería cerciorarme que estabas bien— le dijo él, en un volumen bajo—. No podía dormir sabiendo que no estábamos bajo el mismo techo.

Hermione dejó su bolso en el sofá contiguo y se deshizo de su estorboso abrigo, esperando que pudiera ver que le sonreía. No es que pudiera pensar completamente claro, de todos modos.

—Aquí estoy— pronunció entonces, insegura sobre que debía hacer— ¿Todo resultó bien?

Mantenerse de pie estaba poniéndola incómoda, algo que él debió notar, pues extendió el brazo, ofreciéndole su mano, que ella tomó, sintiéndose repentinamente tímida frente a él, lo que no mejoró cuando Harry tiró de ella en su dirección, hasta que consiguió sentarla entre el respaldo del sofá y su propio regazo. Encontrándose tan cerca, prácticamente sobre sus piernas, Hermione no pudo evitar distinguir el suave olor a su colonia y a whisky de fuego, probablemente, Harry no encontraría en ella una imagen muy diferente a la suya.

Al principio, Harry no habló, se limitó a acariciar su cabello, apartándolo de sus hombros, mientras ambos se permitían disfrutar del silencio y su cercanía. Por extraño que fuera, durante cada momento del día en que ella lo atrapó mirándola, o le habló o tocó, él lo hizo como si estuviera tratando con algo extremadamente valioso. Decidida a compartir su valentía, Hermione se acomodó mejor en sus piernas, permitiéndose colocar su mano sobre la mejilla afeitada de su prometido, asegurándose de mirarlo en todo momento, grabando en su memoria cada detalle de su rostro.

En otro momento, su cercanía la habría puesto increíblemente nerviosa. Lo suficiente para no moverse, limitándose únicamente a mirarlo en espera de que cualquier conversación banal la librara de todos aquellos sentimientos que él despertaba en ella.

—Me gustas— pronunció Harry en un susurro ronco. Su declaración fue tan súbita, que Hermione se paralizó y, al notar que ella no agregaría nada, demasiado confundida, él apoyó su rostro contra el hombro de la joven y repitió: —No sabes cuánto me gustas, Hermione Granger.

Sin esperar una respuesta, Harry aspiró su perfume, rozando su nariz con su piel, peligrosamente cerca de su cuello. Ante la proximidad, Hermione se sintió deshacerse en sus brazos, consciente de lo sensible que su cuerpo se sentía, despierto... Alerta a su tacto.

— Harry…— murmuró Hermione suplicante, con voz que, muy para su pesar, reflejó exactamente como se sentía. Al escucharla, él detuvo el movimiento de su mano, hasta entonces creando círculos en su espalda, mientras la otra, inmóvil sobre su pierna, se retraía en un apretado puño.

—Tú... Tú también me gustas, creí que siempre...

Él la frenó, apartando de su rostro los rizos rebeldes escapando de su peinado.

—Me gustas. Pero debes de saber que no como una amiga, ya no puede verte solo como eso, no me basta — aclaró Harry, tomándose su tiempo para recorrerla con su mirada—. Necesitaba decírtelo, o iba a enloquecer. A veces, me encuentro mirándote y deseando poder…

Ante su silencio, poco decidida a permitirle echarse para atrás con palabras que Hermione se moría por escuchar, se impulsó un centímetro hacia adelante, animándolo.

—¿Poder qué? — lo animó ella, inmersa completamente en lo que sea que estuviera surgiendo entre ambos. Atenta ante cualquier palabra que pudiera salir de los labios de Harry, no le quedó más remedio que aguardar a que él dejara de mirarla de esa manera que hacía que sus pupilas se dilataran, ocultando el verde de sus ojos, pero asegurándose de mantenerse lo suficientemente cerca, para mostrarle que esta vez, no se echaría para atrás.

—Deseándote de maneras que no creí posibles— susurró él en el mismo tono, provocando que un escalofrío recorriera la espalda de la joven, hasta el punto en que él la tocaba, sumamente cerca de su cintura—. Deseándote como no he deseado a nadie en toda mi vida. A ti, mi dulce e inocente mejor amiga, quien nunca creí que pudiera hacerme sentir...

Inicialmente, ninguno se movió, procesando lo que ocurría y, aunque la mano de Harry, todavía quieta imprimió un poco más de fuerza en la pierna de Hermione, como si estuviera controlándose, se tomó su tiempo antes de expresar las palabras que desatarían un caos en los sentimientos de la castaña.

— Lo he intentado, con todas mis fuerzas, pero ya no hay marcha atrás para lo que siento, Hermione.

Ella solo permaneció inmóvil, mirándolo en busca de alguna señal que la hiciera actuar. Con los labios entreabiertos, esperando que notara en sus ojos el placentero escalofrío que sus palabras le provocaban, una absoluta y ridícula alegría al constatar que Harry se sentía de la misma manera. Si bien en él todavía encontraba a su mejor amigo, aquel que la hizo valorar su fiel amistad de años, ahora también veía algo más, oculto hasta entonces. Todo cuánto Hermione deseó encontrar en una pareja siempre se encontró frente a ella, en Harry.

Qué tonta fue al intentar ignorar una absoluta verdad como esa.

Justo cuando ella se disponía a acercarse más, Harry, concentrado en sus propios pensamientos, meneó la cabeza, manteniéndose a raya. Finalmente, cualquiera que hubiera sido su conclusión, él desistió y Hermione comprendió la razón. Sabía que, por mucho que ambos desearan su compañía, no era el momento, o al menos así debió creerlo, recordándose a tiempo las últimas palabras que ella misma pronunció durante su discusión en su habitación.

Aquella vez, en que le dijo que no se atreviera a volverla a besar, si más tarde habría repercusiones por ello.

De la misma forma en que defendía sus argumentos, todavía convincentes para sí misma, sabía que cada que un acercamiento así ocurría, ella tendía a analizar las cosas de más, lo que terminaría empeorando todo. Culpa suya, sí.

Quizás estaba castigándola, pensó Hermione. Aquella posibilidad se le antojó como algo completamente razonable cuando Harry no la besó como hizo todas las ocasiones anteriores, pero luego, a sabiendas de que él era sumamente noble para su bien propio, la descartó. Limitándose a mirarse, Hermione se contentó con sentirlo cerca, sintiéndose rebosante de felicidad por lo que implicaba su declaración y, lo que era mejor, que volvían a encontrarse unidos, preparados para enfrentarse a lo que sea que los esperara en el futuro.

—Quiero que el día en que te conviertas en mi esposa llegue pronto— susurró Harry e impulsándose sutilmente hacia adelante, la besó en la comisura de la boca, tan solo en un suave y rápido roce. Tan pronto él se alejó, el momento se perdió y ella terminó levantándose también, tambaleante e insegura.

Harry se adelantó unos pasos, caminando hacia las escaleras y, a solos unos pasos, se detuvo, esperando por ella. Pero Hermione no podía pensar con claridad, no al verlo alejándose, no después de todo lo que se atrevió a confesarle. Creyendo que debía poner de su parte, aportando reciprocidad de la manera que se sentía capaz, Hermione atravesó la distancia separándolos y se colocó frente a él subiendo un escalón.

Confundido, Harry la observó minuciosamente, pero antes de que pudiera preguntarle cualquier cosa que pudiera disminuir su valentía, Hermione se sostuvo de sus hombros y lo besó con dulzura. Lo escuchó jadear, pero no se alejó, al contrario, Harry la sostuvo delicadamente de la cintura, dejándose llevar por ella.

Hermione sintió que la alegría se expandía en su pecho y que un escalofrío le recorría todo el cuerpo. Cada vez que besaba a Harry, experimentaba un subidón de energía que la hacía sentir como si fuera la primera vez, explorando sentimientos que nadie más la había provocado con un solo beso.

Los labios de Harry fueron suaves, moviéndose contra los suyos, acariciándola con una gentileza contrastante a la ardorosa vehemencia en Hermione. Al separarse, él la contempló con fascinación.

—Tú también me gustas— murmuró Hermione y antes de que pudiera arriesgarse a hacer algo más osado, se dio la vuelta y se alejó escaleras arriba, precipitándose a su habitación.

Por largos segundos ella aguardó del otro de la puerta, con la espalda apoyada en esta, intentando normalizar su acelerada respiración. Tarea que se le dificultó cuando escuchó los pasos de Harry en el pasillo y luego sus nudillos golpeando gentilmente la puerta de su habitación, susurrándole con una suave despedida de buenas noches.

Aquel beso parecía un buen comienzo.

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Definitivamente, los talentos existían.

Algunos innatos, otros, difíciles de adquirir, pero definitivamente, no imposibles de aprender. Al menos en su mayoría.

Hermione encontraba consuelo en esto, recordándose que todo esfuerzo eventualmente obtendría su recompensa. Tenía que ser de esa manera, o de lo contrario, todos sus méritos al intentar aprender a cocinar serían un completo fracaso.

Al inicio, era pésima. Solo entonces comprendió que quizás, Ron no mentía completamente al asegurarle que su comida era mala de verdad. Mientras buscaban Horrocruxes, se consoló diciéndose que no había mucho con lo cual trabajar, pero después... Comenzar a vivir sola la puso a prueba.
Si bien había mejorado, su comida todavía no podría compararse con las apetitosas preparaciones que Molly Weasley lograría incluso con los ojos cerrados, pero se esforzaba en mejorar.

Preparar su primera cena navideña no debía ser tan difícil.

Comprendiendo que no podía darse el lujo de improvisar y usar toda su creatividad, se acopló a la cena tradicional, con cosas que conocía y sabría cómo preparar. Para su mala fortuna, sus planes de independencia y completo manejo de la cocina se vieron frustrados cuando la puerta principal se abrió, y el sonido de pasos, risas y bolsas inundó toda la casa.

El primero en entrar a la cocina fue Teddy, correteando con energía, quitándose el gorro y los guantes mientras Crookshanks lo perseguía, trotando graciosamente con toda la velocidad que le permitieron sus patitas cortas, curioso por la presencia del niño y, detrás de ellos, Harry, lleno de bolsas.

Por supuesto que Hermione se sentiría contenta de tenerlos en casa, pero eso daría menor oportunidad a errores.
Desde que Harry consiguiera que Teddy pasara las fiestas con ellos, alegando que después de la boda no habría mucho tiempo para pasar con él, la casa se convirtió en un bullicioso y alegre lugar.

— Creí que tardarían un poco más— mencionó Hermione, observando como Teddy se apresuraba a devorar la paleta en sus manos.

Dulces. Dirigiéndole una mirada severa a Harry, él solo se encogió de hombros, desestimando la gravedad del asunto. Hermione ya podía imaginarse a Teddy completamente lleno de energía más tarde, lo que no ayudaría con sus planes por terminar la cena a tiempo.

—Esto huele bien— dijo Harry en su lugar, olisqueando el aire con una expresión de placer— ¿Qué opinas tú, amigo?

Teddy asintió, esforzándose por mirar en el interior de las bolsas de compra. Harry lo tomó en sus brazos y lo cargó, sentándolo cerca de la barra de la cocina.

—¿Eso les parece? Ojalá su sabor sea bueno también— suspiró Hermione y decidiendo que podía apartarse un segundo de sus deberes, se acercó a Teddy, haciéndole cosquillas en los costados—. ¿Se divirtieron hoy?

—¡Gané una paleta! — exclamó Teddy, balanceando sus piernas con alegría al compartir su triunfo.

—Eso es fantástico, cariño— le dijo Hermione, esforzándose por verse igual de entusiasmada por él— ¿Harry la compró para ti?

—La ganó él solo— la interrumpió Harry, defendiéndose—. ¿No es así?

—¡Ha sido un regalo! — protestó Teddy, asintiendo enérgicamente con la cabeza. Los rizos de su cabello cayeron sobre su frente, molestándose poco en continuar con su explicación en cuanto se encontró devorando nuevamente la paleta en sus manos.

—Este pequeño bribón la consiguió en el mercado, mientras comprábamos, como regalo de la cajera— prosiguió Harry—. Demasiado encantador para su propio bien.

—Sí, debe ser por eso o, quizás, quien le ha parecido encantador a la cajera has sido tú— señaló Hermione y se alejó de vuelta a la estufa, manteniendo a propósito sus ojos fijos en la comida. Escuchó a Harry riéndose de su conclusión, en su opinión probablemente muy posible.

Al pasar detrás de ella, depositó un sonoro beso en su mejilla.

—Estoy seguro que ha sido por Teddy— insistió e hizo una pausa, mientras comenzaba a sacar las cosas de las bolsas, luego agregó: — ¿En qué podemos ayudar?

Conociendo lo perfeccionista que podía llegar a ser cuando se proponía algo, Hermione señaló en su lugar la charola de galletas y la harina.

—Eso de ahí necesita atención, ¿Quieres ayudarnos con eso, Teddy? ¿Te gustaría hacer las galletas con Harry?

La posibilidad llamó toda la atención del niño, notando todas las cosas vistosas que Harry había colocado a su alrededor, cómo los coloridos moldes.

—¿Has hecho galletas alguna vez? — le preguntó Hermione, fingiendo un tono sabio.

—No, ¡Pero soy bueno comiéndolas! — respondió el niño, orgullosamente.

—Uh, eso es todo lo que necesitas para ayudar aquí— dictaminó Harry, revolviéndole su llamativo cabello.

—¿En serio? — inquirió Teddy, sus ojos brillaron ante la posibilidad.

—¡Claro! ¿Ayudarás a Harry? Luego podemos decorarlas juntos.

Teddy se removió como loco en su lugar, intentando ponerse de pie, a tiempo para que Harry lo frenara y lo llevara al fregadero, lavándole las manos y preparándolo para comenzar con la tarea.

—No sabía que tú supieras hornear galletas— mencionó Hermione, admirando a los dos mientras se llevaba una mano a la cadera.

Entrecerrando los ojos, mientras secaba las manos de Teddy, ansioso en sus brazos, Harry pareció intentar adivinar si su curiosidad era sincera.

—Una suerte para ti que los Dursley criaran un repostero bastante aceptable. Así que sí, sé bastante.

—No conocía esa faceta de ti.

—Bueno, alguien debía ayudar a tía Petunia con ello. Las galletas del pequeño Dudders no se hornearían solas.

Notando su buen humor, incluso si hablaban sobre su familia, Hermione se permitió reír y, con su varita, apuntó la radio, encendiéndola. La música navideña rápidamente llenó la cocina de un agradable ambiente, con cada uno concentrándose en sus respectivas tareas.

Cada pocos minutos Hermione podía escuchar las instrucciones de Harry hacia Teddy, explicándole lo que debía y no hacer. Lo que terminó cuando él se acercó a Hermione, tomándola por sorpresa al colocar una cuchara frente a ella, llena con un poco de masa.

—Dinos qué opinas— le pidió y, sin más remedio, ella abrió la boca. Harry no dejó de mirarla con atención, hasta que ella degustó la masa. Instantes después, Hermione sonrió con aprobación.

—Es perfecta— murmuró y no mentía. Sin embargo, Harry no respondió, reaccionando tardíamente. Su mano se acercó a su rostro y a centímetros de su boca, se detuvo. Con su dedo índice limpió restos de la masa de las comisuras de los labios de Hermione y luego, llevó su dedo a su boca, saboreándolo.

—Creo que, como siempre, tienes razón.

Hermione asintió por inercia, demasiado absorta contemplándolo. Recordó lo ocurrido por la noche, su irascible osadía, el beso y... Suspiró, debía mantenerse serena. Una tarea arduamente difícil cada que Harry se acercaba más de la cuenta.

—Ahora necesitamos los moldes— dictaminó Harry con naturalidad, alejándose de vuelta a sus tareas.

Algún día, él terminaría volviéndola loca.

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La navidad siempre se sentiría de una manera diferente. Notándose en el aire, más allá de la preciosa decoración invadiendo la casa con colores rojos y verdes, o el imponente y colorido árbol de navidad repleto de esferas y luces. Se trataba de algo más, un sentimiento que, aunque nostálgico, se acercaba más a una suave brisa de alegría que a la verdadera aflicción.

Hermione siempre había adorado la navidad. Compartirla con dos de las personas que más quería en el mundo era, por tanto, todo un regalo. Nunca imaginó que sus fiestas navideñas serían de ese modo, ni que en cuestión de días se encontraría casándose, pero aceptaba todo con genuina felicidad.

Se encontraba en su casa, un lugar al que podía llamar un hogar de verdad, con Harry cambiándose en su habitación y Teddy a su lado, vistiendo un encantador y afelpado suéter rojo. Captando que tenía su atención, Teddy tiró suavemente del vestido de Hermione.

—¿Podemos comer galletas ahora? — preguntó, por décima vez en toda la tarde. Riéndose, Hermione lo guío de la mano, sentándolo cerca de la mesa.

—Aun no. Debemos sacarlas del horno, a dónde tú no debes acercarte y luego, esperar a que enfríen y entonces vamos a decorarlas. Tardaría más sin magia, pero es un pequeño truco a nuestro favor— le explicó, guiñándole un ojo, como si acabara de compartir un secreto—. Luego de cenar, ya deberían estar listas y podremos comerlas, ¿Qué te parece?

—¡Es mucho tiempo! — se lamentó Teddy, y el color de su cabello, azul eléctrico hasta ese momento, se tornó de un apagado color marrón.

—Lo sé, cariño, pero te dejaré comer una más de las que habíamos acordado, ¿Te gusta la idea?

Teddy asintió enérgicamente con la cabeza, alegrándose de nuevo. Al sacar las galletas del horno, Hermione se prometió cuidar la cantidad de dulce que comería esa noche. Mientras su varita se encargaba de enfriar las galletas lo convenientemente más rápido, se permitió mirar por la ventana; comenzaba a nevar.

Por alguna razón, sin ninguna clase de prisa, se sentía muy tranquila, pues se prometió, mantendría su nerviosismo por la boda apartado por esa noche. Hasta que nochebuena y navidad pasaran, se contentaría con creer que no se casaría con su mejor amigo en menos de setenta y dos horas.

Al darse la vuelta, se encontró con Harry, entrando a la cocina, con el cabello revuelto todavía húmedo, vistiendo una camisa y un suéter azul marino por encima. Lo que creaba un buen efecto, sin llegar a ser demasiado elegante. Para este punto, según creía Hermione, cualquier cosa terminaría sentándole bien.

Al acercarse a ella, recorriéndola con sus ojos, absorto en su propio análisis, Hermione pudo aspirar el aroma de su colonia. Al atraparse mirándose, ambos se sonrieron con complicidad.

— Ahora, ¿Quién quiere decorar galletas? — preguntó Harry. Exclamando su afirmación, Teddy saltó de su asiento, completamente eufórico.

Sí, definitivamente parecía el comienzo de una noche maravillosa.

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No existía otro lugar en el mundo en que deseara encontrarse. La calidez de la chimenea y el placer de un estómago lleno la hizo sentir cómoda y satisfecha. Momentos como esos debían ser atesorados.

Mirando el fuego ardiente en la chimenea, Hermione reflexionó sobre su nueva vida y los buenos días que sus decisiones le habían dado. Pensamientos que no duraron mucho tiempo, al sentir a Teddy moverse, haciéndose un ovillo en el regazo de Hermione, probablemente sumamente cansado luego de un día tan largo. Para su edad, era sumamente inteligente e intuitivo, pero también, sensible y lleno de carisma. Era un niño precioso, con sus mejillas llenas de color y sus ojos siempre brillantes, maravillándose ante cualquier cosa.

Imaginárselo tan pequeño, sin sus padres, la sobrecogió, llenándola de un abrumador sentimiento de protección. Acercándolo más a su cuerpo, sabiendo que en pocos años cargarlo entre sus brazos resultaría imposible, Hermione lo cubrió con la manta y acarició los rizos de su cabello, ahora del color de las fresas, deteniendo unos segundos la contemplación de su rostro infantil para quitar con sus dedos pequeños restos de galleta de la boca de Teddy.

Él también la miraba, parpadeando con mayor dificultad cada vez, entreteniéndose al tararear uno de los tantos villancicos que escuchó durante el día. Tan pronto Hermione apartó un par de rizos rebeldes de su frente, Teddy le devolvió la caricia, colocando su pequeña mano sobre su mejilla.

Enternecida, Hermione tuvo más claro que nunca que había heredado lo mejor de Remus y Tonks y, se prometió, daría lo mejor de ella para criarlo lo mejor que pudiera para que, de esa manera, la ausencia de sus padres no fuera un enorme peso con el cual tuviera que lidiar solo.

—Es hora de dormir, Teddy— susurró y él, apenas escucharla, intentó negarse, enterrando el rostro en su pecho, como un cachorro en busca de calor. Ni siquiera entendía porque se negaba, si era visible lo mucho que le costaba mantenerse despierto.

—¿Eso es un no?

—Soy grande ahora — murmuró Teddy, su voz sonó ahogada, explicándole lo que parecía una verdad absoluta.

—¿Qué hay de los regalos? — insistió Hermione—. Necesitas dormir y tener mucha energía para que mañana puedas abrirlos.

La mención le devolvió la emoción, animándolo a emerger de su escondite. Su terquedad a esa edad solo podría competir con su insaciable curiosidad. Antes de que Hermione intentara convencerlo de nuevo, levantó la mirada y se encontró con Harry, observando su intercambio afectuosamente.

—Traje chocolate— les comunicó, consiguiendo así que Teddy se enderezara, levantando piernas y manos fuera las mantas.

—Solo un poco y te vas a la cama— insistió Hermione, sentándolo a su lado, en el sofá.

Asintiendo, extendió las manos hacia Harry y bebió el chocolate con ganas, entreteniéndose hasta que hubo terminado. Luego, Hermione le quitó la taza vacía y Teddy trepó de vuelta a su regazo, en donde se desplomó con cansancio.

—Parece haber encontrado su sitio favorito— dijo Harry minutos después, señalando al niño, ahora completamente dormido. De alguna manera, sentir la calidez de su pequeño cuerpo contra ella la llenaba de calma. Era una sensación agradable, y lejos de provocarle inquietud, le agradaba experimentar aquel sentimiento de protección que Teddy despertaba en ella. Al pensarlo, Hermione consideró que, tal vez, ser madre no resultaría tan aterrador como pudo creer originalmente.

—No puedo culparlo— prosiguió Harry, sonriendo por la expresión de absoluta serenidad en el rostro de su ahijado.

—Es un niño maravilloso, ¿No es así?

—Lo es. Remus y Tonks...

—Estarían muy orgullosos— completó Hermione, sin permitirle considerar pensamientos horribles. Sin intención por contradecirla, Harry guardó silencio y, como ella, observó su reducido número de invitados para las fiestas. Solo los tres, nada parecido a las ruidosas fiestas en las que se verían inmersos en la Madriguera, sin embargo, ambos parecían encontrarse cómodos con ello.

—Mañana— pronunció Hermione de repente— ¿No te molesta que vayamos a casa de mis padres?

—En lo absoluto— respondió Harry sin pensárselo—. A Teddy le gustará conocer a personas nuevas, sobre todo si las frecuentará tanto a partir de ahora, que tendremos una nueva familia.

Hermione sabía que Harry pensaba en Teddy como una extensión irrompible de su vida, reflejándose en ocasiones en el niño y, ciertamente, tenía razón. Jamás lo haría renunciar a encontrarse presente en la vida de su ahijado, sobre todo si ella misma quería tanto a Teddy como si fuera suyo.

—Tus padres me aceptaron en su familia, y es momento de que sepan que no me han aceptado solo a mí.

Riéndose, Hermione intentó pretender diplomacia. No le costaba imaginar lo bien que se acoplarían sus vidas. Además, sus padres adorarían la apabullante presencia del niño en sus vidas siempre tranquilas. Ni siquiera ella podía recordarse estando tan cerca de la crianza de un niño pequeño, en ningún momento de su vida, sin hermanos ni primos menores. Con Teddy, realmente quería hacerlo, mirarlo crecer y, quizás, en algunos años, que sus hijos pudieran encontrar en él a un hermano mayor, o una figura en la cual confiar.

—Amarán a Teddy— decretó Hermione con solemnidad—. Es un niño encantador, no hay manera de que alguien no lo adore. Además, tal vez les sirva como entrenamiento antes de...

—¿De qué les digamos que serán abuelos demasiado pronto? — completó Harry, regalándole una sonrisa incómoda.

—Sí, de eso.

Todavía riéndose, Harry sacó su varita y apuntó hacia la radio sobre la chimenea, deseando olvidarse de los villancicos. En su lugar, buscó por varios minutos, hasta que pareció encontrar lo que buscaba, una canción suave, lenta y melódica, como una canción de cuna, entonando a la perfección con la tranquilidad de su primera nochebuena. Indecisa, Hermione lo miró, intentando adivinar sus intenciones cuando él elevó el volumen de la canción, levantándose del sofá y le ofreció su mano.

Siendo completamente cuidadosa, Hermione apartó al niño de su regazo, recostándolo en el sofá, en donde lo cubrió con las mantas, antes de levantarse y seguir a Harry, quien la colocó frente a él. Si alguien le hubiese asegurado que su mejor amigo se encontraría tan dispuesto a bailar alguna vez, a la menor oportunidad, se habría reído ante lo ridículo que aquello sonaba. Ahora, por otro lado, Harry realmente parecía disfrutarlo, incluso si no se le daba del todo bien.

—¿Algo a lo que te recuerde? — le preguntó Harry, mientras caminaba hacia atrás, llevándola con él al centro de la sala, lejos del árbol de navidad.

—Parece parte de otra vida— suspiró ella, acoplándose a él, quien la sujetó suavemente de la cintura, sosteniéndola con la delicadeza que se tiene con algo preciado. De la misma forma en que lo hizo antes, muchos inviernos atrás, en una tienda en medio de la nada, siendo apenas unos adolescentes.

—Tal vez eso era.

—Sí, quizás. ¿Sabes? Es uno de los pocos recuerdos felices que tengo de aquellos días— mencionó ella, moviéndose al compás que la canción requería—. Nos recuerdo a los dos, asustados, hambrientos y sin esperanza, solo intentando sobrevivir y destruir el Horrocrux, sin Ron... Cuando te acercaste a mí esa noche, nunca esperé que se convertiría en uno de mis mejores recuerdos.

Aunque Harry sonrió, en sus ojos, oculto detrás del cristal de los anteojos, Hermione vislumbró su nostalgia, al recordar tan bien como ella lo difícil que pareció el mundo por aquel entonces. Si era sincera, sucumbiendo a la desesperanza, llegó a creer que ni siquiera lograrían sobrevivir, bastante consciente de que la participación de Harry en la destrucción de los Horrocrux era más importante de la que Dumbledore le dijo y de la que por supuesto, ella se atrevió a comunicarle en su momento. Teorías que solo se vieron confirmadas cuando alcanzó a comprender en su totalidad la magnitud de la conexión de Harry con Voldemort.

—En su momento creí que cualquier error, cualquier paso en falso, sería igual a morir— susurró Harry, mirando detrás de ella, a través de la ventana—. Estaba aceptándolo incluso, pero no deseaba que mis últimos días, si eso eran, fueran de esa forma, y mucho menos arrastrarte conmigo, Hermione. Solo deseaba... Verte sonreír una vez más.

—Lo lograste— lo animó ella, limpiándose la solitaria lágrima bajando por su mejilla, al recordar tiempos tan difíciles—. Estabas ahí, moviéndote de esa forma tan ridícula solo para hacerme reír. Recuerdo tus manos sosteniéndome, y esa preciosa canción sonando en la radio... Desde entonces jamás he vuelto a escucharla, pero sé que, de hacerlo, pensaría inmediatamente en ti.

—Al menos funcionó, ¿Verdad? Volvería a hacerlo.

—No recordaba haberme reído tanto en semanas— admitió Hermione, aferrándose a su mano—. Nunca te lo agradecí, Harry.

—No tenías por qué hacerlo— se negó Harry, tan confundido que casi dejó de moverse, recuperando el ritmo segundos después—. Tú estabas ahí, sin nada que te atara de verdad. Me acompañaste hasta el final, ¿Por qué deberías haberme agradecido algo? Renunciaste a todo por mí y yo nunca... Jamás te lo agradecí. Eres la persona más leal que he conocido, Hermione.

Ella apartó la mirada de sus ojos, súbitamente azorada.

—Eres mi mejor amigo, no podía dejarte solo.

—Cualquiera lo habría hecho— insistió Harry—. Incluso los mejores amigos tienen sus límites. No me debías nada y, sin embargo, renunciaste a tu familia... A toda tu vida por acompañarme. En retrospectiva, me siento como un idiota por jamás haber notado que tú... Que cuando todos se alejaban, la única que creía en mí eras tú, sin importar qué. Ni siquiera me pedías pruebas de mi inocencia, simplemente, confiabas.

Colocándole un dedo sobre los labios, Hermione detuvo su discurso. Jamás lo había ayudado en busca de reconocimiento, simplemente, deseaba lo mejor para él. En su lugar, lo motivó a seguir moviéndose, intrigada por otro tema en particular, algo que, en cambio, inmiscuía acerca de su futuro.

—Tenemos toda una vida para agradecernos por lo que hemos hecho por el otro, ¿No te parece?

—Siendo así, debo hacer mi mejor esfuerzo— dijo él, aunque la sonrisa formándose en sus labios se paralizó. Notando que algo le preocupaba, levantó con delicadeza el mentón de Hermione y preguntó: — ¿Qué ocurre? ¿He dicho algo malo?

—No, has dicho todo bien. Siempre es así... Es solo que, sobre lo que ocurrió anoche, el beso...

—Dime que no vas a decirme que ha sido un error.

—¡No! — exclamó Hermione, escandalizada—. No se trata de eso. Pero ahora que los dos sabemos que... Que esto es más que solo una amistad...

— Deberíamos dejar de pensarlo demasiado— dijo Harry, mirándola con lo más parecido a la dulzura que se tiene con quién se encuentra equivocado—. Ese es nuestro problema, pensamos una y otra vez en qué es esto, en qué estamos haciendo, porqué lo hacemos... ¿Realmente importa a estas alturas?

—¿A qué te refieres?

—A que buscamos etiquetas para algo que ya lo tiene. No eres mi novia, ni lo fuiste antes y tal vez es eso lo que tanto conflicto nos produce, porque no sabemos cómo actuar ante esto, pero te diré lo que sí eres— hizo una pausa, pareciendo disfrutar la intriga en la expresión de Hermione.

—Eres mi prometida, la chica con la que voy a casarme en unos días y luego, te convertirás en mi esposa. No necesito más aclaración que esa, ¿Tú sí?

Cualquier cosa que Hermione pudo haber dicho perdió valor ante sus palabras. Raramente estaba acostumbrada a admitir que no tenía la razón y, cuando eso sucedía, despertaba en ella una enorme curiosidad y también, admiración. Usualmente esto ocurría con Harry.

—No, tienes razón. Dejaremos entonces que las cosas, ¿Solo pasen? — inquirió ella, esta vez, para sí misma.

—Todo tomará su lugar en algún momento, de todos modos. ¿Por qué no dejamos que sea una sorpresa?

—Bien. Me alegrará descubrirlo juntos— expresó Hermione—. Bastante afortunada es nuestra situación como para permitirnos arruinarla con pensamientos insidiosos.

Harry no agregó nada, ocupado admirándola de una manera que nunca jamás había hecho. Finalmente, como su prometida. Solo entonces, con los últimos acordes de la canción sonando, Harry se inclinó sobre ella y con la delicadeza del aletear de una mariposa, la besó suavemente, presionando sus labios contra los suyos. Solo duró un par de segundos, sin ninguno de los dos atreverse a profundizarlo, tan solo conformándose con un beso dulce y significativo, sellando su tácita promesa.

Irrumpiendo su momento, detrás de ellos, Teddy comenzó a removerse, ahora sentado, sus pequeñas piernas colgaban del sofá, mientras se tallaba los ojos. Sonriendo cansinamente, Hermione acarició la mejilla de Harry y se dio la vuelta, levantando a Teddy en brazos.

—Lo llevaré a la cama.

— Estaré esperándote aquí.

Al alejarse, con Teddy Lupin en brazos, sabiendo que Harry se encontraba esperándola, Hermione se sintió más confiada y también, ridículamente feliz. Teniendo más claro que nunca que se casaría con un hombre que le correspondía.

En un mundo como ese, aquello debía ser igual que el paraíso.

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