Los golpes en la puerta no cesarían. Uno tras otro, intensificando con cada minuto. Moviéndose perezosamente bajo las sábanas, Hermione buscó a tientas en la cama, en el sitio a su lado y, al encontrarlo vacío, se enderezó de golpe, contemplando ahora sí, cada rincón de su habitación en una búsqueda sin éxito.

La puerta volvió a ser golpeada una vez más, llamando finalmente su atención, después de despertarla sin consideración. Confundida y adormilada, Hermione se levantó de la cama y arrastró los pies hasta que llegó a la puerta, misma que abrió en el preciso instante en que Harry, del otro lado, todavía llevando el pijama, se disponía a tocar nuevamente.

Hermione le habría pedido explicaciones para la razón por la cual creyó conveniente despertarla de esa manera, siendo aún tan temprano, hasta que recayó en que él, como ella, se veía sumamente somnoliento, mientras sostenía a Teddy de la mano, a diferencia de ellos completamente despierto.

—Así que aquí estás— le dijo Hermione, aliviándose al encontrarlo, incluso si no era a su lado, lugar por el que el niño insistió tanto la noche anterior—. ¿Por qué te has escapado, jovencito?

A pesar de que Teddy contaba con una habitación propia, que acondicionarían mejor con el paso del tiempo, intimidado por el gran tamaño de la casa, aquello lo impulsó a no dudar más de una vez antes de pedirle a Hermione quedarse con ella solo para, a la mañana siguiente, escaparse a la primera oportunidad.

— Quizás quería asegurarse de que saltar sobre mí, era despertarme de la mejor manera— lo acusó Harry, bostezando—. Luego me arrastró aquí.

—¡Debemos abrir los regalos! — exclamó Teddy, aferrándose a su mano también. Sin otro remedio, ambos se dejaron llevar por la emoción del niño, llevándolos al piso inferior, mientras daba pequeños brincos, saltándose algunos escalones, confiado en que ellos lo sostendrían, manteniéndolo en el aire.

Finalmente, los tres llegaron a la sala y sentándose en el sofá, Harry y Hermione intentaron despabilarse, mientras el niño se hincaba al pie del árbol de navidad y abría con total emoción los paquetes. Con el paso de los minutos, Teddy contaba con una gran variedad de regalos, que colocó en una hilera a su lado. La mayoría, resultaron ser varios juguetes de Sortilegios Weasley, que Teddy recibió con chillidos de emoción, el resto consistía en ropa, a pesar de que, aparentemente, incluso las cajas vacías de los regalos le parecieron idénticamente emocionantes.

Faltando solo unos cuantos regalos por abrir, sin ostentoso y llamativo papel de regalo, a los que Teddy no les dio mayor importancia, Harry se levantó del sofá y los recogió entre sus brazos, después, los colocó en el regazo de su prometida.

—Puedo suponer que estos son nuestros regalos— dijo él. Hermione asintió.
En mutuo acuerdo, ambos comenzaron a abrirlos, rasgando cuidadosamente el papel. Igual que cualquier navidad pasada, ambos se mostraron contentos con sus respectivos regalos, como ropa, algún útil artefacto mágico y finalmente, el libro que Hermione llevaba meses buscando. El ejemplar ni siquiera estaba en inglés, sino en su idioma original, pero lejos de desanimarla, la joven lo encontró estimulante. Emocionada, al levantar la mirada se encontró con que Harry ya la observaba, expectante a su reacción.

—¡Oh, Harry! — exclamó entusiasta y se hundió en sus brazos— ¿Dónde lo conseguiste?

—Un buen mago nunca revela sus secretos, ¿No es así?

Divertida por la ironía, Hermione se separó y acarició la cubierta del libro, todavía sin creer que finalmente lo tuviera en sus manos, antes de que Teddy se acercara a ella con todos los juguetes que pudo cargar en sus pequeños brazos, dispuesto a mostrarle todos sus regalos. Al mismo tiempo, en la ventana, camuflajeadas con el paisaje nevado del exterior dos lechuzas aparecieron, volando hasta aterrizar sobre el alféizar, golpeando gentilmente con sus picos sobre el cristal.

—¿Qué tienes ahí, cariño? — le preguntó Hermione, mientras Harry se levantaba, acercándose a la ventana, misma que abrió unos instantes después. Ambas lechuzas, una más enérgica y pequeña que la otra, entraron volando a la habitación, posándose sobre la chimenea.

Pacientemente Harry recibió los obsequios y desenredó las respectivas notas atadas en sus patas. La primera, Pig, se convirtió en la lechuza oficial de Ron y Luna, gracias a que esta última se enamoró de la personalidad del ave desde el primer momento, la otra, predecesora de Errol, pertenecía al resto de los Weasley, con presentes dirigidos a ambos.

—¿Qué te parece si nos muestras todos tus juguetes mientras preparamos el desayuno, amigo? — sugirió Harry y hasta que el niño, entusiasmado, aprobó la idea, comenzó a recoger todos sus regalos, cargando con ellos.

—Eso suena bien, ¿Qué dices de un rico desayuno de navidad para ti? — secundó Hermione, levantando a Teddy en brazos, mientras los tres se dirigían a la cocina con todos los planes para el resto del día a punto de comenzar.

Aquella navidad se sintió como la primera de muchas por venir, especial, cálida y valiosa. Como parte de la clase de recuerdos que permanecerían en sus memorias por largos años.

La primera navidad que Hermione pasaría con su nueva familia.

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La mayoría de las casas de la calle se encontraban iluminadas por festivas luces de colores, proyectándose desde el interior, además de las decoraciones navideñas en los jardines, reflejando un innegable espíritu navideño apoderándose del suburbio.

Hermione aspiró profundamente, permitiéndose inundar por los aromas provenientes de ningún sitio en particular. No podía explicarlo, pero sabía que cada época tenía su aroma particular. Adoraba, por tanto, el aroma de la navidad. Siempre lo había hecho. Quizás porque la época reunía a todos, o tal vez porque conseguía sacar lo mejor de las personas, sintiéndose especialmente más bondadosas. O, probablemente, se debía a qué toda clase de cosas podían pasar. Desde la más ordinaria hasta la más improbable.

Durante la guerra, la navidad la hizo sentir terriblemente melancólica. Cómo si, en medio de toda la felicidad que se suponía, siempre relacionó con la época, se encontrara sola, hundiéndose en un abismo cada vez más grande. Por aquel entonces, odiando el mundo en el que vivía, Hermione encontró sumamente detestable festejarla con tantas personas sufriendo a manos de Voldemort. No ayudó el hecho de que Ron los hubiera abandonado, ni que Harry se encontrara tan perdido en sí mismo, lamentándose de sus propias tragedias y culpas. Ahora, años después, todo había cambiado. Ya no era la misma adolescente de aquel entonces, ahora era una adulta, con el trabajo que deseaba, una hermosa casa, buenos amigos, familia… Una vida hecha. A punto de casarse, también y, para variar, con su mejor amigo.

Qué extraña era la vida.

En su momento, juró que no existiría otra vida para ella que no fuera esconderse, buscar horrocruxs y proteger a Harry. Agradecía no haber tenido razón con tan lúgubres conclusiones.

Sosteniendo la mano enguantada de Teddy, quien admiraba toda la calle con la curiosidad de lo desconocido, Hermione se permitió sonreír, encontrándose con que Harry, de pie a su lado sostenía su mano, siendo ella la conexión entre su mejor amigo y el pequeño hijo de los Lupin. Juntos, los tres atravesaron la calle parcialmente vacía, caminando un par de metros hasta encontrase frente a la casa de los Granger, siguiendo lo que parecía, podría convertirse en una potencial tradición navideña familiar.

—Vas a conocer a mis padres— le dijo Hermione a Teddy, quien la miró en silencio, súbitamente retraído.

Era normal que se sintiera intimidado por la posibilidad de conocer nuevas personas, pero si ahora serían una familia, Hermione quería que Harry y Teddy no se sintieran excluidos de la suya. Todo lo contrario, deseaba hacerlos partícipes de su vida.

—No hay por qué estar asustado— intercedió Harry, mostrándole una deslumbrante sonrisa a su ahijado— Alguna vez estuve en tu lugar y, ¿A qué no adivinas qué sucedió?

Teddy se limitó a sacudir la cabeza, haciendo que su gorro de lana se moviera al compás. Harry se agachó frente a él, colocándose a su altura.

—Ellos fueron muy amables conmigo. Además, ¿No es Mione tan dulce y encantadora contigo?

Teddy asintió con ganas, muy tímido de repente bajo la mirada de la chica, quien, para este punto, no sabía a quién de los dos mirar. Temía que, si Harry se atrevía a dirigirle, aunque sea una mirada, descubriría lo encandilada que se sentía por él al escucharlo hablar de aquella afectuosa manera.

—Pues ellos lo serán también, porque después de todo, son los papás de nuestra Hermione, así que no hay nada de que temer.

—¿También serán buenos conmigo? — preguntó Teddy, con un bajo volumen de voz.

—No dudo que eso pase, amigo— dijo Harry, mostrándose convencido.
Hermione le acarició la cabeza con suavidad, agachándose también, mientras pretendía arreglar su afelpado suéter.

—Sabes lo mucho que te quiero, ¿No es así, Teddy? — le preguntó, en un tono confidencial que motivó al niño a contestar de la misma manera.

—Sí— respondió Teddy, en un susurro que escondió bien el orgullo y el rubor en sus redondas mejillas.

— Mis papás son muy parecidos a mí y, si yo te quiero tanto, ¿Por qué ellos no lo harían también? Además, dudo que un niño tan dulce y encantador como tú pueda no caerle bien a alguien.

Más confiado por sus palabras, Teddy se permitió reír cuando Hermione tocó la punta de su nariz cariñosamente y, tomando nuevamente su mano, atravesaron el jardín delantero de la casa. Agradecido por la ayuda, Harry le sonrió a Hermione, mientras ella tocaba la puerta. Segundos después, los pasos acercándose desde el otro lado anticiparon la aparición de la señora Granger, vistiendo un bonito suéter navideño, abrió la puerta con una enorme sonrisa que solo vaciló hasta que recayó en el niño, sujeto firmemente a las manos de Harry y Hermione.

—Oh, vaya— pronunció la señora Granger alegremente— ¿Quién es este jovencito tan apuesto?

Todavía nervioso con la atención puesta en él, Teddy se escondió detrás de Hermione, aferrándose a la tela de su abrigo y, siendo tan pequeño, apenas y podía distinguirse.

—Él es… — comenzó Harry, pero fue frenado cuando la infantil y temblorosa voz del niño lo interrumpió, armándose de valor.

—Teddy— murmuró débilmente con su voz de niño pequeño y, educadamente, extendió su mano, cubierta por su guante color amarillo.

—Un gusto, Teddy. Me parece que Hermione me ha hablado mucho de ti— río la señora Granger, saludándolo, sorprendida por la respuesta de un niño tan pequeño—. Soy Emma.

Después, Harry y Hermione la saludaron, con el respectivo intercambio de, "feliz navidad", mientras la señora Granger los conducía al cálido interior de la casa, contrastante con el gélido ambiente en la calle. En la sala, el señor Granger los esperaba, vistiendo un cómodo cárdigan gris; sus ojos color café reflejaron por un instante la sorpresa al encontrarse con la pequeña figura de Teddy, sujeto de la mano de su hija.

—Él es Teddy, el ahijado de Harry— se adelantó Hermione, mientras su prometido levantaba al niño en brazos, otorgándole mayor confianza.

—Hola, Teddy— saludó el señor Granger, con menor energía que su esposa, pero idéntica gentileza—. Soy John. Llegan justo a tiempo, el almuerzo está casi listo, ¿Tienes hambre, Teddy?

El niño asintió, menos tímido ahora que comprobó que todos los adultos a su alrededor parecían contentos con él. La familia completa caminó hasta la cocina, con la mayor parte de la comida lista mientras narraban lo que hicieron la noche anterior.

—¿Están nerviosos por la boda? — preguntó de repente la señora Granger, esperando con genuina curiosidad por la respuesta de su hija.

—Sí, sin duda— afirmó Hermione, bebiendo de su vaso, solo para asegurarse de mantener las manos ocupadas. Todavía se sentía culpable al hablar solo parcialmente de la verdad de su matrimonio con sus padres. Dentro de poco no haría falta mentir más, si todo seguía marchando tan bien con Harry, reflexionó.

—Mi Jean, ¡Casándose! No cabe duda que el tiempo ha pasado— dijo la señora Granger, con voz llorosa. Hermione creyó oportuno conducir la conversación hacia esa dirección, a terrenos mucho más amables, sin importar lo nerviosa que se sentiría al confesar sus inquietudes.

—Honestamente… Es bastante irreal, pero…— dudó, mirando aleatoriamente a sus padres—, supongo que sabían que este día en algún momento llegaría, ¿Verdad?
—Nunca creí que mi hija se casaría… Tan pronto— le garantizó el señor Granger, concentrado en cortar la carne en su plato— Y, aunque la idea fue difícil de aceptar al comienzo, puedo ver qué han sabido llevar todo muy bien, eso basta para tranquilizarme.

—Algo apresurado, sí— admitió Harry, rascándose la mejilla—, pero ahora tenemos la casa que queríamos, un buen trabajo y… Estamos listos para la boda.

—Pero debes estar nervioso, aunque sea un poco, ¿No es así, querido? — indagó la señora Granger, mientras, con discreción, ofrecía una tercera galleta a Teddy, que no tenía interés en la conversación de los mayores.

—Bastante, pero he esperado mucho que este día llegara, así que… Es más como, un anhelo.

—¡Qué dulce! — exclamó Emma, colocándose una mano en el pecho, antes de volverse hacia su hija— ¿Y tú, cariño? Cualquier cosa, cualquier consejo que necesites…

—Lo sé, mamá. Sí, estoy nerviosa, pero es normal, ¿No es así? Es inevitable al pensar que estoy a menos de setenta y dos horas de casarme— respondió Hermione, provocando que todos rieran.

—Todo saldrá bien, cariño— la tranquilizó su madre, colocando su mano sobre la suya—. Los nervios son completamente normales.

Hermione suspiró. En ocasiones se preguntaba si, de alguna manera, su autonomía hizo sentir desplazada a su madre de su vida. Quizás solo debía relajarse y permitir que los demás pudieran ayudarla, así fuese para intentar tranquilizarla.

—Gracias, mamá.

—Lo único que sé— irrumpió el señor Granger—, es que estoy muy feliz de que sean tan responsables con todo esto. Al inicio…

Emma sonrió afectuosamente a su esposo y ante su silencio, se apresuró a explicar, posiblemente, cuestionamientos que habrían cavilado juntos respecto el futuro de su única hija.

—Tu padre y yo creíamos que todo se debía a que…— la mujer río con elocuencia—, estaban llevándolo muy rápido debido a otras razones, pero sé que todo saldrá bien. Aunque debo admitir que viéndolos llegar con Teddy, no fue difícil imaginar lo dulce que será cuando tengan hijos.

Harry y el señor Granger tuvieron la decencia de verse escandalizados, mientras Hermione agradecía no haber heredado aquella particular impertinencia, al menos, ya no exteriorizándola tanto como en su infancia y adolescencia.

—Mamá…

—Podrían esperar para eso, ¿No es así? — indagó el señor Granger—. Todavía son jóvenes y hay tanto por…

Harry tosió, lo que bien sirvió para aclararse la voz.
—Por ahora, señor, estamos concentrados en la boda, un paso a la vez.

—Papá, eso no es algo que… No deberían estar preguntándose cosas como esas. Harry tiene razón, pensemos en la boda y…

—¡Vamos, cielo! — interrumpió su madre, bromista— Solo estamos diciendo que, siendo tan apresurados como han demostrado ser hasta ahora, no me sorprendería que quisieran tener hijos tan pronto. Pero claro, sabemos que lo primero es tu trabajo, así que pasarán varios años más antes de que puedan darnos un nieto, no hace falta que lo aclares.

Hermione intentó no mirar a Harry, sabiendo que aquello sería igual a develar que, en efecto, estaban moviéndose con sincronía, siguiendo paso por paso lo que la ley matrimonial les pedía y, por tanto, su madre no tardaría mucho tiempo en encontrar que sus bromistas palabras no eran del todo erradas.
Era claro que sus padres no sabían y posiblemente jamás imaginarían lo acertadas que serían tales afirmaciones. Hasta hacia poco se encontraba preparándose para comunicarle a su familia que se casaría y luego, el tiempo se movió a una velocidad vertiginosa. Obligándose a permanecer relajada, no puedo evitar preguntarse cuánto tiempo le llevaría antes de encontrarse en la misma mesa, frente a su familia, comunicándoles acerca de su posible embarazo.

Todo comenzaba a sentirse bochornosamente familiar.

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El gélido ambiente calaba los huesos. Sin importar lo acostumbrada que estuviera al clima luego de toda una vida, Hermione no dejaba de cuestionarse la razón por la cual debía abandonar la comodidad de su hogar en un día como ese. Luego, se recordó que no podían aplazar por más tiempo su acostumbrada visita a la Madriguera, o de lo contrario, la señora Weasley y el resto de su familia lo encontrarían descortés.

Por ello, antes del atardecer del jueves, Harry, Hermione y Teddy se encontraron descendiendo por la colina, rodearon el estanque y los setos nevados y finalmente, atravesando el jardín, llegaron a la entrada de la cocina, como siempre, rodeada de viejos calderos y cubetas oxidadas, ahora enterradas bajo frescas capas de nieve. Para ellos, visitar la Madriguera luego de tantos años se había convertido en algo asiduo, demasiado acostumbrados a presentarse en la casa como cualquier otro miembro de la familia.
De solo pensar en lo acogedor y cálido que resultaría su interior motivó a Hermione a golpear suavemente la puerta con sus nudillos. Del otro lado, del que provenía todo un coro de voces, los conocidos pasos se acercaron hasta la puerta y un segundo después esta se abrió, revelando la alta figura de George, que los recibió calurosamente, haciéndose a un lado para dejarlos pasar hasta la sala.

Las claras muestras de que la navidad había pasado hacia poco podían verse en todos los rincones de la Madriguera, todavía decorada según la época navideña. Aparentemente, ellos eran los últimos en llegar, teniendo en cuenta que toda la familia Weasley al completo parecía encontrarse reunida. Desde Percy, acompañado de Penélope Clearwater, con quien había regresado desde hacía poco luego de su separación y según parecía, planeaban casarse, posiblemente porque les resultaba conveniente con su historial de noviazgo y la presión de la ley matrimonial, también se encontraban ahí Ron, Luna y su padre, los señores Weasley, Bill, Fleur y Victoire, además de Charlie y George. Por lo visto, todos al completo asistirían a la boda del día siguiente.

—¡Y aquí llegan ellos! — exclamó la voz de Ron, acercándose desde el fondo de la sala para saludarlos. Harry sonrió, depositando a Teddy en el suelo, quien corrió con entusiasmo hacia su abuela, Andrómeda, que lo recibió con los brazos abiertos.
—No esperábamos ser los últimos— comentó Hermione, mientras se quitaba el abrigo, colgándolo en el abarrotado perchero.

—No se preocupen— dijo la señora Weasley, de mejor aspecto en comparación a las últimas veces que la vieron—. Ahora que estamos todos aquí, ¿Por qué no cenamos?

Estando todos de acuerdo, preparándose para la sustanciosa cena que los recibiría, la mayoría se levantó de los desvencijados sofás, dirigiéndose hasta la cocina. Antes de que Hermione pudiera hacer lo mismo, siguiendo a Harry, esperándola en el marco de la puerta, Luna la llamó, todavía sin abandonar su lugar cerca de la chimenea.

—Hermione, ¿Por qué no me ayudas? — le dijo, extendiendo su mano. Al instante, Harry y principalmente Ron, se movieron hacia la rubia, con claras intenciones por auxiliarla, que ella desestimó sin mucho tacto.

—He dicho Hermione— rebatió Luna, suavizando su expresión al notar la desilusión en los ojos de su esposo—. Pueden ir adelantándose, ya iremos nosotras.

Comprendiendo sus intenciones, Hermione se acercó a su amiga, quien apenas visualizó a los chicos y el resto de la familia lejos, se levantó, si bien sin mucha agilidad, sí con la suficiente rapidez para desmentir su solicitud de ayuda. Sin esperar, Luna enlazó su brazo con el de Hermione con confidencia.

—Estoy tan emocionada por ti— le dijo Luna, con auténtica alegría.

—Sí, y no imaginas lo nerviosa que estoy— confesó Hermione a su vez, permitiéndose derrumbar su imagen de absoluta serenidad.

—Puedo imaginarlo, ¡Vas a casarte!

—Así parece— suspiró Hermione, contagiada con su energía.

—¿Cómo han ido las cosas entre ustedes? Desde la conversación que tuvimos, no he podido dejar de pensar… He notado algunos cambios entre ustedes, ¿Me equivoco al pensar que algo ha cambiado?

Hermione desvió la mirada, escondiendo la sonrisa que apareció en sus labios al recordar todo lo que cambió desde entonces hasta ese momento. Previendo su respuesta, Luna se emocionó el doble, obligando a la castaña a acercarse a su amiga, vigilando cada rincón de la habitación y luego, con voz susurrante, confesó: —Me ha dicho que le gusto.

Luna soltó un chillido de emoción que taladró los tímpanos de Hermione, quien no pudo más que apretar el brazo de su amiga, implorando prudencia.

—Sé discreta, por favor— la calló, riéndose de todos modos. La confidencia que obtuvo convirtiéndose en la amiga de Luna Lovegood le hizo ver, en muchos aspectos, que sin importar cuanto atesorara la amistad de Ron y Harry, tener una mejor amiga en quien depositar su confianza y anhelos, sabiendo que los comprendería sin desestimarlos como asuntos frívolos la llenó de un hasta entonces desconocido afecto.

—¿Qué respondiste a eso? — la presionó Luna, deseosa por saber cada detalle.

—Le dije que… Que también me gusta. Además, lo besé…

Lo que siguió a continuación quebró todos los parámetros de lo que cualquiera consideraría como discreción. Luna se lanzó a Hermione, echándole los brazos al cuello y pese a que la altura entre ambas no era demasiada, bastó para que se encontraran envueltas en un complicado abrazo, con la presión del pequeño abdomen abultado de Luna interponiéndose entre ambas.

—Vas a casarte enamorada, no hay nada que me haga más feliz para ti, te lo mereces— la felicitó Luna y aunque Hermione no podía calificarlo exactamente de esa manera, sin ninguna declaración específica de amor por parte de ninguno, decidió dejarlo pasar y permitirse ser feliz por ese efímero momento.

—Gracias, Luna— contestó Hermione, mientras se separaban, caminando ahora sí en dirección a la cocina.

Integrándose al animoso ambiente, se dispusieron a ayudar, poniendo la mesa y acercando la comida, lista para servirse. Cuando todo estuvo listo, Hermione observó su alrededor, encontrándose con que Harry la esperaba, con un lugar vacío a su lado. El sitio que siempre perteneció a Ginny y que ahora, aparentemente, le correspondía. Reprendiéndose por concebir pensamientos intrusivos, los desechó con rapidez y se sentó al lado de su futuro esposo.

—¿Algo interesante de lo que hayan hablado? — le preguntó él al oído. Su voz envió una descarga de electricidad por todo su cuerpo.

—Desde luego— respondió Hermione, sin apartarse de su cercanía, en un tono juguetón que incentivó el interés de Harry y que ella se encargó de sepultar al colocar un dedo en su pecho para hacerlo retroceder, mientras le ofrecía un plato para comenzar a servirse.

—Pero nada que debas saber, lo siento. A menos que ames las confidencias entre amigas.

—Puedo ser tu amiga también, si eso quieres— bromeó Harry, sirviéndose una sustanciosa ración de estofado—, y por supuesto, si eso hace que me incluyas en toda clase de secretos.

—¿Te interesan mis secretos? — lo cuestionó ella, riéndose tontamente, aprovechando que la mayoría se encontraban demasiado ocupados disponiéndose a comer.

—Todos y cada uno de ellos— murmuró él, aproximándose peligrosamente a ella, pero antes de que Hermione pudiera sucumbir a los nervios que su presencia le producía, Harry estiró el brazo y en su lugar tomó el plato de pudín a sus espaldas, jugando intencionalmente con ella.

Nuevamente, ahí se encontraba, aquel flirteo surgiendo en los momentos menos esperados y que otorgaba cierta adrenalina, incrementando el interés entre los dos. Hermione adoraba esa nueva versión de Harry y agradecía que estuviera dirigida plenamente hacia ella.

—Pensaríamos que no vendrían, con tanto en lo que pensar mañana— comentó Bill, refiriéndose a Harry y Hermione, quienes tuvieron que dejar de mirarse. Aparentemente, nadie notó su intercambio.

Afortunadamente, no hizo falta que respondieran a Bill, con la pequeña Victoire en brazos, dándole tiempo a Fleur para comer con calma, pues la señora Weasley se adelantó a comentar algo más, dándoles tiempo a Harry y Hermione de despabilarse.

—Pero todos los preparativos están listos, ¿O no? — inquirió Molly, preparándose por si recibía una respuesta negativa—. Querida, si hay algo en lo que no hayas pensando, podemos ayudarlos con eso.

—Lo tenemos cubierto, pero gracias, de todos modos— le dijo Hermione sonriendo, apoyándose en Harry, quien asintió.

—Ella ya se ocupó de cada detalle, apenas y me ha dejado hacer algo— bromeó él con pretencioso tono de alivio—. Desde el inicio, Hermione ha hecho todo bien. Por ahora, solo queda esperar a que mañana llegue. Nada tiene por qué salir mal, ¿no?

—Oh, hombres— resopló Fleur— es claro que ninguno se da cuenta de la importancia de cada detalle para la boda.

—¡Pero claro que lo sabemos! —protestó Percy, con su usual tono autosuficiente en lo que parecía, un intento por impresionar a Penélope —. No considero correcto que se generalice, yo, por ejemplo, considero cada detalle y…

—Sí, eres un modelo perfecto— chistó Ron.

—Lo mantendremos seguro aquí para ti, Hermione— aseguró Charlie, cambiando de tema deliberadamente, mientras George aprisionaba a Harry con un brazo y con el otro, despeinaba su cabello—. Mañana estará ahí, listo para decir, "sí, acepto".

—Listo para ti— corroboró Ron con voz ahogada, tragando su comida con dificultad.

—Nos aseguraremos de que mañana sea un idiota presentable— canturreó George, guiñando un ojo, uniéndose a los comentarios de sus hermanos— Mamá se asegurará de que todo salga bien con él, luego de Bill y Ron, es el tercero de nosotros en casarse, pero ya que siempre ha sido el favorito de mamá, actuaremos como si fuera el primero.

Harry se lo quitó de encima, riéndose mientras luchaba por asentar su despeinado cabello ahora yendo en todas direcciones, provocando más risas del resto de la familia.

—Agradezco todo el apoyo aquí— dijo Harry entre dientes, con total ironía.
— Déjenlo ya, lo único que Harry necesita es descansar y prepararse para el gran día— intercedió la señora Weasley, sin percatarse que reafirmaba las palabras de George.

—Harry, hemos acondicionado la habitación de Ron para ti, para que pases la noche aquí— le comunicó el señor Weasley, reafirmando así lo que Hermione deseaba evitar, o por lo menos, lo que esperó que fuera olvidado al último momento. Una anticuada y desalentadora tradición.
Tanto ella como Harry parecían ligeramente resignados al escuchar esto, sabiendo que difícilmente podrían negarse sin esperar que la señora Weasley no interviniera, alegando la importancia de la preservación de ciertas tradiciones. Desde su fiesta de compromiso, acordaron que así sería y, cuando Hermione se lo contó a su madre, se sorprendió al recibir una respuesta positiva a esto. Con la señora Weasley y su madre de acuerdo con la idea de mantenerlos alejados hasta el momento de la boda y que cada uno se quedara con sus respectivas familias, quedaba claro que luego de la cena, tendrían que separarse indudablemente.

—Creí que lo importante era no verla con el vestido puesto— mencionó Harry de todos modos—. No que no debía verla en lo absoluto.

—Además, vivimos juntos, ¿Separarnos no es algo ridículo? — secundó Hermione, en apoyo de su prometido, manteniendo sus esperanzas por un desenlace diferente que no llegó.

—Nunca debemos tentar a la suerte— los reprendió Molly, llevándose una mano al pecho—. Se trate de una u otra cosa, lo mejor será eso. Estando en la misma casa, ¿Qué sucedería si Harry te ve antes de tiempo?

Ron se echó a reír de la superstición de su madre, de la misma forma en que lo hizo por largos años al escuchar a la profesora Trelawney y sus proféticas adivinaciones. Solo hasta que se calmó, se aclaró la garganta y decidió intervenir en apoyo de sus dos mejores amigos.

—De hecho, mamá, Harry y yo acordamos que nos quedaríamos en su casa, así, Hermione podría ir a la suya y…

—¡De ninguna manera! — se negó su madre, con total rotundidad— ¿Y luego qué? ¿Harry volvería aquí por la mañana para que Hermione pueda ir a arreglarse?

—No, pero ya que Hermione se quedará en casa de sus padres, no creemos que tenga caso que Harry se quede aquí. Además, tienes casa llena hoy, así que me iré con él y me aseguraré de mantenerlo bien para la boda— insistió Ron con aplomo.

—¿Pero y tu esposa? — preguntó el señor Weasley— No pensarás en dejarla sola, ¿Verdad?

—Esta noche la pasaré con papá, de todos modos— añadió Luna, despreocupada bajo el protector brazo del señor Lovegood, como ella, observando todo el intercambio con gracia e interés— Ron y ello ya lo hemos hablado, así que decidan lo que decidan…

—No, ni hablar. Aunque Hermione se quede con sus padres, necesitará tiempo para arreglarse y preparar toda la decoración del jardín, ¿No es así?

Con todas las miradas recayendo en ella, incluyendo la de Harry, de quién dudaba seriamente que sus planes ideados con Ron fueran no más que una treta para que Hermione y él pudieran pasar la noche juntos bajo el mismo techo, no le quedó más remedio que admitir que, de cierta manera, la señora Weasley tenía razón.

Arreglarse para la boda y al mismo tiempo, supervisar toda la decoración del jardín le llevaría toda la mañana y no quería que Harry estuviese ahí para verlo todo antes de tiempo, incluyéndola. Después de todo, aquella molesta tradición podía tener su encanto, si con eso conseguía sorprenderlo con su aspecto al momento de reencontrarse en el altar.
Si bien contaría con ayuda para llevar a cabo cada detalle, conociéndose, Hermione intentaría perfeccionar cada detalle, así fuera lo más mínimo y últimamente, cada que Harry se encontraba cerca sus sentidos se nublaban y era lo que menos necesitaba.

—No creo del todo en supersticiones… sin embargo, hay tanto en lo que trabajar mañana y tenerte en casa retrasaría los arreglos— respondió Hermione finalmente, mordiéndose los labios nerviosamente cuando Harry dejó escapar un resoplido desganado.

—Vaya, en vista de que no soy bienvenido en mi propia casa…

—Honestamente… No he dicho eso…— protestó Hermione.

—Ya nos las arreglaremos— lo tranquilizó Ron, rascándose el mentón en aparente reflexión—. Ambos estaremos solos esta noche, pero no es tan malo pasar tu última noche soltero en compañía de tu mejor amigo, ¿Verdad?

—Tú y yo de nuevo, como en los viejos tiempos— sentenció Harry en un dramático suspiro.

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Sosteniéndose del respaldo de la silla, esquivando lo cerca que se encontraba la mesa, Hermione se levantó de su asiento, deshaciendo al mismo tiempo el agarre de su mano con la de Harry, por debajo de la mesa. Incluso si parecía ridículo, hasta no encontrarse oficialmente casada con él seguiría encontrando bochornoso demostrarse abiertamente afectuosa con él, sobre todo si tenía en cuenta que la aceptación de su atracción por el otro era relativamente reciente.

—Puedo ir a buscarla yo— se ofreció Harry, una última vez, refiriéndose a la manta preferida de Teddy, guardada en sus pertenencias, que Andrómeda les pidió, demasiado ocupada con el niño quedándose dormido en sus brazos.
Lógicamente, con el transcurso de la cena, tanto él como Victoire fueron agotando todas sus energías. Hermione colocó sus manos sobre los hombros de Harry y se negó de nuevo.

—Iré yo, tú quédate aquí y mantén alejado mi postre de Ron, ¿Quieres?

—¡Escuché eso! — se quejó su amigo pelirrojo, engullendo su tercera rebanada de tarta de natilla. Lo que no surtió un intimidante efecto, con las comisuras de su boca llenas de migajas.

—Esa era la intención— apuntó Hermione, divertida.

Adelantándose antes de que Ron pudiera responderle, atravesó la estrecha cocina, esquivando la apasionada conversación entre el señor Weasley y sus hijos mayores, mientras Fleur, Luna y la señora Weasley admiraban a la encantadora Victoire dormir en brazos de su madre, así como las confidencias dichas al oído entre Penélope y Percy, en el extremo final de la mesa.

Eventualmente, Hermione volvió a la sala, tenuemente iluminada más que por las luces navideñas en el árbol y la chimenea, y el propio reflejo de la luz amarilla proveniente de la cocina. Al lado del sofá más grande, se encontraba la maleta de Teddy, la cual contenía su ropa, los juguetes recibidos ese año y la afamada manta. Al hallarla, Hermione regresó el resto de pertenencias al interior de la bolsa y, justo cuando se disponía a volver, el ruido de pasos acercándose desde el extremo contrario a la cocina llamó su atención, teniendo en cuenta que toda la familia se encontraba reunida en la habitación contigua.

Clavando sus dedos en la tela de la cobija, dio un par de pasos en esa dirección, colocándose de espaldas a la puerta trasera. Por algún motivo que no comprendió sino hasta mucho más tarde, procurando ser idénticamente silenciosa. Sin medir la velocidad de sus actos, Hermione se detuvo abruptamente al encontrarse frente a frente con el familiar rostro de Ginny Weasley, quien ahogó una exclamación de susto, frenándose también para evitar chocar.

Por lo precipitado del movimiento, Ginny casi dejó caer la maleta en sus manos, lo que no ocurrió gracias a sus rápidos reflejos, pero que no evitó que maldijera entre dientes. Asombrada por su presencia, misma por la que no se atrevió a preguntar antes, Hermione despegó los labios, pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, la pelirroja se adelantó, hablando en un susurro.

—No hagas ruido, por favor. No quiero que sepan que estoy aquí.

—Ginny, pero tu familia…

—Lo sé. No se supone que esté aquí esta noche, pero debía recoger algo de verdad importante— le explicó, sin otro remedio más que sincerarse— De todos modos, me marcharé apenas amanezca, tengo un partido que jugar el domingo y… Me disculparás por no haber considerado asistir a su boda mañana, ¿Verdad?

—No tienes que explicarme nada y no te pediría algo como eso. No soy tan cruel, Ginny.

—Sí, bueno, yo… No lo consideraría como algo que disfrutaría— admitió Ginny, con su conocida y arrebatadora sinceridad—. Por eso no quise presentarme aquí ahora, pero debía hacerlo. Mis padres piensan que me he marchado hoy por la mañana, lo que les resultó conveniente para librarse de mi presencia, teniéndolos a ustedes como invitados.

—¿Realmente no quieres que sepan que estás aquí? — indagó Hermione, decidida a ignorar sus comentarios de doble filo.

—¿Mejoraría algo? — la cuestionó Ginny, en el mismo tono. Hermione agachó la mirada, lo que fue una respuesta por sí sola.

—No quiero crear más incomodidades con mi presencia ni ahora ni en la ceremonia y, sobre todo, no deseo tener que verlo. El que tú y yo nos hayamos encontrado, ni siquiera debería de estar sucediendo.

—Supongo que, dadas las circunstancias, no puedo decirte nada al respecto— vaciló Hermione, apartándose de su camino, dejándole así, vía libre en su huida a la puerta.

—Supones bien. Así como yo tampoco puedo recriminarte nada, no a estas alturas en que todo ha quedado muy claro.

—¿A qué te refieres? — la cuestionó Hermione, creyendo que estaba perdiéndose algo.

Sin importar cuántas veces se prometió no incentivar a pronunciar palabras que más tarde la torturarían, la postura de Ginny le producía una especial e insana curiosidad, algo con lo que jamás lidió bien y que sospechaba, ambas sentían cada que se encontraban.

—Luego de nuestra conversación en el ministerio, he reflexionado y observado todo. Después de su fiesta de compromiso, lo tuve claro. Él nunca me miró así, no como a ti… No sé con exactitud lo que sucede entre ustedes, pero sí puedo adivinar que el estarse casando no se trata de una imposición para ninguno de los dos.

—Claro que sí, en Hogwarts…— rebatió Hermione, intentando, como siempre, confortarla. Una mala costumbre de la que difícilmente podría deshacerse—, estás confundiendo las cosas. En su momento, él te miró así. Ahora el mundo y las circunstancias son diferentes, es claro que de alguna u otra forma, nuestra interacción cambiaría. Olvidas que él… Cuando tú y él salían, en el colegio…

—¿Me amó? — completó Ginny, sin gracia— Sí, cuando era un adolescente fácilmente impresionable y luego, al crecer, alargamos una relación que sin importar cuánto me esforcé, nunca nos condujo a ningún lugar con exactitud.

—Nadie sabrá que habría sido de todos nosotros si esa ley no hubiese aparecido. No te agobies pensando en eso, Ginny, los pensamientos son crueles en ocasiones.

—Sí, me consta. Tienes razón, jamás sabré si él y yo podríamos haber sido felices, solo importa el ahora y tú, Hermione, serás su esposa, ese es un hecho indiscutible en el que ya no quiero torturarme pensando.

Al escuchar la resignación en sus palabras, algo en el interior de Hermione encontró consuelo. Si eso significaba lo que creía y Ginny estaba rindiéndose, apartándose finalmente, debía calificarse como una oportunidad para forjar un nuevo futuro sin la sombra de su presencia cerniéndose alrededor de su matrimonio con Harry. Evidentemente, no compartiría con nadie aquella reflexión tan, según su criterio, egoísta.

Sin saber de qué manera se suponía que debía sentirse al respecto, que resultara moralmente correcta, lejos de sus propios intereses, creciendo con la misma rapidez que sus sentimientos por su mejor amigo a Hermione no le quedó más remedio que esforzarse en parecer neutral.

—Sé que siempre estuve enamorada del hombre de otra mujer— siguió Ginny, vigilando esporádicamente hacia la cocina, con tal de no tener que mirarse entre sí— De alguna manera, siempre se sintió así.

¿Se suponía que ella fuera esa mujer? Hermione no necesitó convencerse para saber que deseaba que así fuera. Tantos años oscilando alrededor del otro, con vidas y parejas diferentes, ahora parecían solo un plazo de preparación para ese momento. Algo que se concretaría con su boda.

Por su parte, permitiéndose solo un instante de debilidad, Ginny limpió la rebelde lágrima que se escapó de sus ojos, esforzándose para no sucumbir a sentimentalismos.

— Deberías volver o se preguntarán porque tardas tanto— le sugirió Ginny, aferrándose a sus pertenencias. Aparentemente, deseando tanto como Hermione terminar aquella conversación, ya que, sin esperar una respuesta, avanzó a la puerta trasera y la abrió con delicadeza, cuidándose de no causar el mínimo ruido.

—¿Estarás bien?

—Siempre lo estoy— respondió Ginny.

—¿Hay alguien esperándote allá afuera? — preguntó Hermione, porque la intriga y la genuina preocupación por el destino de Ginny la preocupaban realmente, sobre todo, al recordar a aquella misteriosa sombra acompañándola la noche de su fiesta de compromiso.

Si debía confirmar sus conclusiones, no se le ocurría mejor manera que preguntárselo directamente. Al escucharla, sorprendida por su cuestionamiento, en la penumbra, Ginny analizó su expresión por unos segundos, intentando descifrar si Hermione se refería a lo que suponía.

— Quizás— contestó, y sus labios se curvaron en una astuta sonrisa que bien pudo ser un espasmo.

Sin intenciones por presionarla más, sabiendo que la confianza entre ambas jamás volvería a ser la misma, Hermione se dio finalmente la vuelta, con la manta para Teddy entre sus brazos. Sin embargo, la voz de la chica la detuvo, pronunciando las palabras que ocuparían todos sus pensamientos por esa noche y posiblemente, por toda una vida. Un segundo después, la puerta se cerró y Ginny Weasley se había ido, desapareciendo en la oscuridad.

"Hazlo feliz", había dicho ella.

En la cocina, todo permanecía igual. Permitiéndose un momento, recorrió la habitación hasta recaer en Harry, echando la cabeza hacia atrás mientras reía, inconscientemente, su brazo rodeaba el respaldo la silla en la que hasta hace poco Hermione se encontraba sentada. Poco después, antes de que notaran su presencia, la joven se acercó a Andrómeda y cubrió a Teddy con la suave cobija celeste, hecho un ovillo en brazos de su abuela. Después, regresó a su lugar, sentándose en el sitio donde Harry estaba esperándola.

—¿Todo está bien? Tardaste un poco.

Ella se apoyó contra él, hallando un cómodo refugio en la amplitud de su pecho y solo entonces, plenamente convencida de lo que diría, asintió.

—Todo está bien, Harry.

Hermione deseaba sentir justamente lo contrario a lo que Ginny le confesó. Estar con Harry, nunca le pareció más correcto.

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El chasquido que provocó su aparición causó un inquietante ruido que seguramente habría perturbado el sueño de más de uno. En la soledad de la calle, de pie frente a la casa de los Granger, el trío de oro se contempló unos a otros.

Debido a la insistencia de la señora Weasley, acordaron que Ron los acompañaría, escoltando a Hermione a la casa de sus padres y luego llevándose a Harry con él. Por ello, antes de la medianoche, Molly despidió a todo el mundo, animándolos a irse a la cama, alegando que debían tener energías y encontrarse bien descansados para el gran día, incluso si la ceremonia se llevaría a cabo hasta pasado el mediodía.

Siguiendo órdenes, Hermione se despidió de Ron con un abrazo y Harry y ella atravesaron la calle, en donde se detuvieron en la acera. Aquel proceso de adolescentes le parecía un tanto ridículo, teniendo en cuenta que ambos ahora vivían juntos. Sin embargo, no discutiría la posibilidad de poder despedirse con cierta privacidad de Harry.

—No te preocupes por nada, todo estará bien, ¿No?

—No estoy preocupada por eso es solo que… Esto me parece tan estúpido— protestó Hermione—. Una tradición totalmente fuera de época.

—No se supone que vea a la novia antes de la boda— le recordó Harry— ¿Molly y tú madre me matarían si me cuelo en tu habitación por la noche?

Ella río.

—Creo que sí y te recuerdo que te necesito entero en el altar mañana.
—Siendo de ese modo resistiré la tentación.

Intrépidamente, Hermione jugó con los botones en el abrigo de Harry, manteniéndolo cerca.

—¿Estarás bien solo con Ron?

—Estoy convenciéndome de que sí.

Al notar la expresión de la chica, se corrigió.

—Tranquila, lo más seguro es que no hagamos más que dormir apenas lleguemos.

—Conociéndolo, sé que así será.

Detrás de ellos, la luz en el interior de la casa se encendió, señal clara de que debían despedirse. Soltándose gradualmente, Harry se inclinó y, derribando todas las ilusiones de Hermione, considerando por un segundo que podría besarla, depositó un casto beso en la comisura de sus labios.

—No cambies de opinión, ¿Vale?

—No lo haré— aseguró ella

—Bien, contaré cada hora y cuando vuelva a verte…

Hermione agachó la cabeza, negándose a mirarlo o de lo contrario comenzaría a sentirse demasiado tonta y abochornada.

—Entonces será oficial— finalizó ella.

—Ciertamente esa parece una buena idea— dijo Harry, mientras hacia una pausa y humedecía sus labios—. Me gustas, Hermione y mañana, estaré feliz de estarme casando contigo, recuérdalo, ¿Bien?

—Yo también, Harry. Estoy nerviosa, pero sé que casarme contigo es todo lo que yo…

La mano que sostenía su mejilla imprimió un poco más de fuerza y a Hermione le dio la impresión de que él, estando tan cerca, se aventuraría a despedirse de ella de una manera más profunda. Por fortuna o no, recordándoles que estaba ahí, desde el otro lado de la calle, Ron exclamó: —¡Vamos, Harry! Me he cansado de ser su chaperón. Se verán mañana y yo estoy congelándome el trasero.

Riéndose por su inoportuna intervención, Harry retrocedió y esta vez besó la frente de su prometida.

—Guarda esas palabras para otro momento— dijo Harry— Tengo toda la vida para escucharte.

Se alejó entonces hacia Ron, temblando de pies a cabeza. Repentinamente tímida, Hermione no se atrevió a decir nada más. Él tenía razón, a partir de entonces, tenían toda una vida por delante.

—¡Cuídalo por mí! — exclamó Hermione al último momento, hacia Ron, que solo atinó a asentir con diplomacia, como un soldado obedeciendo órdenes.

—Eso haré, jefa Granger.

Ambos esperaron a que Hermione atravesara el jardín, por fortuna, antes de que se atreviera a tocar la puerta, esta se abrió, revelando la figura de su madre, llevando su bata de dormir. Solo entonces Harry y Ron se alejaron calle abajo, perdiéndose en la oscuridad.

Su madre la tomó del hombro, conduciéndola al interior de la casa.
—Debes descansar para el gran día— le recordó, cerrando la puerta.

Hermione no protestó. Abandonándose a la extraña rutina de esa noche les dio las buenas noches a sus padres y se marchó a su antigua habitación. No necesitaba intentarlo para saber que le costaría dormir. Por ello, se tomó su tiempo al deshacerse de su ropa, colocándose la muda de ropa que su madre dispuso para ella, mientras reflexionaba cada acontecimiento del día.

Al acostarse, mirando el techo de la habitación solo iluminada por el reflejo de los faroles en la calle, entendió mejor que nunca lo mucho que echaba de menos que Harry estuviera a solo una habitación de distancia de la suya. Al amanecer, todo cambiaría y entonces, esperaba, no tendrían que separarse de nuevo.

Esa noche, añorando su compañía, Hermione tuvo claro lo mucho que deseaba convertirse en su esposa.

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