El sentimiento que invadió a Hermione apenas despertar fue completamente desconocido, pero no por ello, desagradable. Si alguien preguntaba, y sí que lo hicieron, alegaría encontrarse lista, como si hubiera esperado la llegada de ese día desde siempre. Lo cierto era que, sin importar cuánto se esforzara en trazar sus planes de vida, nunca imaginó cómo sería el día de su boda.
No hubo dulces melodías provenientes de pájaros cantando en su ventana, ni un brillante cielo azul repleto de esponjosas nubes blancas. La mañana del veintisiete de diciembre fue fría, nevada y, esperanzadoramente realista. Como si el impoluto color blanco en el paisaje representara la pureza de un nuevo comienzo.
Anticipándose al alba, Hermione se marchó con sus padres hacia su hogar, esperando que cada preparativo resultara bien. Antes de lo creído, los magos que Harry la convenció de contratar habían terminado casi por completo con toda la recepción y la decoración del altar, arreglos que fueron afinados con la llegada de Susan, Luna, su madre, los señores Weasley y George, dando vueltas alrededor de la novia sin permitirle realizar mucho que no fuesen rápidas revisiones. Pese a que sería una celebración que podría considerarse como poco ostentosa, había mucho por hacer. Después de todo, organizar una boda completa en un par de meses era por sí solo todo un milagro.
Antes del mediodía, Hermione fue recluida en su habitación, impidiéndole rotundamente salir. Minutos después, Fleur, Susan y Luna entraron en tropel, disponiéndose a ayudarla a prepararse.
Su vestido de novia fue sacado de su funda y Luna comenzó a peinar sus cabellos con dedos hábiles. Después, Fleur se encargó del maquillaje y, por las expresiones de Luna y Susan, atentas al proceso, debía hacerlo mejor que bien. Pese a la ayuda, las horas pasaron, dedicándole más atención a cuestiones que Hermione habría terminado en tan solo minutos, de todos modos, no protestó. Se trataba de su boda y quería que su imagen creara un verdadero efecto positivo. Una versión que quería recordar de sí misma.
Desde la ventana de la habitación pudo escuchar a los invitados más íntimos llegar y la decoración siendo finalizada. Hasta ese momento, había mantenido sus emociones a raya, al menos hasta que cerca del mediodía, Luna volvió a la habitación, comunicándole que Harry había llegado. Su pulso se disparó, encontrándose inusualmente inquieta mientras Fleur terminaba con los últimos detalles de su imagen.
—¿Él está aquí?
—Estaba abajo, antes de subir a cambiarse, hablando con tus padres— comunicó Luna—. Preguntó si ya tenías el vestido puesto, o si todavía podía verte, ¡Todos se negaron!
—Me alegro. No estoy haciendo esto para que él lo vea antes de tiempo— dijo Fleur.
—Yo le habría dejado venir a verla—murmuró Susan, soltando un suspiro— ¡Así tuviera que cubrirle los ojos!
Hermione no agregó nada. ¿Qué diría, de todos modos? Cualquier cosa que saliera de sus labios las advertiría, y a sí misma, del poco control que tenía sobre sus emociones. Tan solo en un par de horas, se convertiría en la esposa de su mejor amigo.
Una hora más tarde, peinada y maquillada, las chicas le permitieron un respiro, decidiendo que debían cambiarse, antes de ayudarla a colocarse el vestido y finalmente, comenzar la ceremonia. Usando una afelpada bata para cubrir su cuerpo, Hermione caminó de un lado a otro, dando vueltas por su habitación, mirando esporádicamente hacia la ventana e intentando descifrar las voces provenientes del jardín. Por algún motivo, ese día le parecía que se encontraba en mundo completamente distinto.
Por fortuna, la puerta se abrió, disipando sus agitados pensamientos.
—Bien, solo nos queda una cosa por hacer— dictaminó Susan, la primera en estar lista, vistiendo un bonito vestido de un suave color rosa pastel que caía con ligereza hasta rozar sus tobillos. La viva imagen de una excepcional dama de honor.
—¿Qué puede ser? — bromeó Hermione.
Susan hizo una mueca divertida con la boca y se acercó hasta la cama, donde el vestido de novia reposaba, tan radiante como siempre. Instantes después, Luna y Fleur entraron a la habitación, idénticamente hermosas, ya peinadas y maquilladas.
—Todo está listo abajo— dijo Fleur, tan guapa como siempre. Su brillante cabello rubio relucía con la misma fuerza que el de Luna, suelto sobre sus espaldas y, ligeramente contrastante con el cabello rojo de Susan. Entre las tres, creaban una perfecta parsimonia al realizar sus funciones como damas.
Hermione sabía que había tomado una buena decisión al elegirlas.
—Harry también está listo— mencionó Luna con naturalidad— ¿No es extraño como los chicos siempre consiguen ser rápidos con esto?
—Ha estado dando vueltas por el jardín, saludando a todos, pero puedo ver lo nervioso que está— susurró Susan, inclinándose al oído de Hermione.
Apretando sus hombros para reconfortarla, Susan la ayudó a deshacerse de la bata y luego, con apoyo de las chicas, auxiliarla a colocarse el vestido, cuidándose de no arruinar su peinado. El peso de la tela cayó sobre los hombros de Hermione, deslizándose con suavidad por su piel y cubriendo su cuerpo delicadamente en una caída ligera. Parecía haber sido hecho únicamente para ser usado por ella.
Sus amigas retrocedieron con sincronía, admirándola con miradas cariñosas y, finalmente, permitiéndole verse en el espejo. La imagen en el reflejo mantenía su esencia, incluso debajo del maquillaje en tonos tenues, haciendo relucir su piel y otorgándole un saludable brillo a la palidez habitual en sus mejillas, además del precioso peinado, recogiendo su cabello con soltura, brillando saludablemente. Mas allá de cualquier pensamiento diciéndole lo hermosa que se veía, Hermione catalogó su aspecto como rebosante de discreta elegancia. Algunos mechones sueltos enmarcaban su rostro, creando un efecto delicado que se acentuaba a la perfección con el color blanco del vestido.
Antes de que alguna se atreviera a decir algo, la puerta volvió a abrirse y la señora Granger, muy guapa para la ocasión, entró en la habitación. Se detuvo un instante, contemplando a su hija con absoluta alegría, que se vio reflejada en sus ojos humedeciéndose.
—Te ves... Oh, cariño...— su mano cubrió su boca, esforzándose en mantener a raya las lágrimas—, te ves realmente perfecta.
Hasta entonces, mirándola a través del espejo, Hermione se dio la vuelta y encaró a su madre, quien simplemente parecía no poder dejar de mirarla. Hasta ese momento, recayendo en el pequeño cofre que sostenía en sus manos.
—Yo... Creo que estás casi lista, pero diría que falta algo más, ven, acércate.
Obedeciendo a su madre, Hermione se colocó frente a ella y cuando el cofre se abrió, observó finalmente su interior.
Inicialmente, su madre extrajo de él un bonito collar. De la delgada cadena de oro colgaba un discreto dije que asimilaba una flor abriéndose; tanto los pétalos, como el centro de la flor, habían sido reemplazados por pequeños diamantes. Segundos después, su madre dejó el cofre sobre la cama.
—Sé que piensas que las tradiciones son algo absurdas, pero... según la tradición, debes llevar algo nuevo...
—Sé sobre eso...— dijo Hermione, repentinamente cohibida—, no creo que sea una tontería, mamá.
Los ojos de la señora Granger se iluminaron ante la aceptación.
—Bien, ya tengo algo nuevo— prosiguió Hermione, acariciando el vestido cubriendo su abdomen con los dedos.
Emocionadas, sus amigas se acercaron también, anticipándose a hacer el recuento.
—Algo viejo— dijo su madre, mostrándole el collar— No somos una familia con muchas reliquias familiares como me gustaría, pero... Esto perteneció a mi madre y me parece correcto que seas tú quien lo tenga de ahora en adelante. Eres mi única hija y, que ahora pertenezca a tu familia es... quizás podrías dárselo a tu hija. Eso sería tan...
—Muchas gracias, mamá. Eso... me encantaría— respondió Hermione, rodeando las manos de su madre, demasiado sentimental para este punto. Además, el detalle suponía un enorme significado por el que estaría agradecida siempre.
Obedientemente, Hermione permitió que se lo pusiera. A pesar de que cadena era delicada, al contacto erizó su piel debido a su frialdad.
—Algo prestado— siguió Fleur y se dirigió al cofre, del que sacó una peineta, que, aunque de apariencia sencilla, resultaba encantadora, decorada con perlas y lo que parecían intrincadas flores rodeando cuentas de cristal. Por un segundo, admirándola, a Hermione le pareció que la había visto en algún lugar antes.
—Es preciosa— alabó Susan, sentada al borde de la cama—. ¿Es tuya, Fleur?
La rubia negó con la cabeza y entonces, al verla con mayor atención, Hermione recordó dónde la había visto. En dos ocasiones, exactamente.
—Es de los Weasley...— murmuró Hermione y su mirada se posó en Luna y luego en Fleur— ¿No es así? Ustedes la usaron, en sus bodas...
—Se trata de una tradición suya— explicó Fleur con soltura— Supongo que fui la primera en llevarla luego de Molly, al casarme con Bill y luego...
—Yo, al casarme con Ron— completó Luna—. Los Weasley la usan así, para ser llevadas por las mujeres con las que sus hijos se casan. Harry es uno de ellos.
—Lo quieren como a uno más de sus hijos— corroboró Hermione, sobrecogida por la conmoción. Pese al indudable cariño que sabía que los Weasley tenían por él, no esperó que una muestra de eso, tan real y auténtica se extendiera hacia ella también. No después de las circunstancias en que estaban casándose. Se equivocó.
Nunca antes se había sentido tan aceptada por la familia como en ese momento. Incluso si no estaba casándose con alguien con el mismo apellido que ellos, la aceptación que implicaba aquella muestra de afecto bastó para ganarse su agradecimiento.
—Gracias— pronunció Hermione, sin saber a quién en particular se lo decía. Supuso, más tarde debería hacerlo con los señores Weasley.
Hábilmente, Luna colocó la peineta en su cabello, adecuándose a la perfección con su peinado.
—Ahora, algo azul— dijo Susan, sacando del cofre el último accesorio. Un par de pendientes con preciosas piedras pequeñas rodeando otra, ligeramente más grande, color azul.
—Con eso... estás lista— decretó su madre, colocando a su hija de nuevo frente al espejo. Admirada, Hermione reconoció que aquellos pequeños detalles creaban una gran diferencia.
Se veía... muy guapa. Más de lo que había imaginado. Esperaba que Harry creyera lo mismo.
Segura de que lo que seguiría serían emocionantes expectativas que sus amigas reprimieron por horas, Hermione esperó poder exteriorizar algunas dudas, tomando en cuenta que todas estaban casadas y podrían darle todos los consejos que necesitaría.
Para su pesar, no pudo hacerlo. La puerta de la habitación fue golpeada un par de veces como advertencia y luego esta se abrió, revelando la figura de Ron, cubriéndose los ojos con las manos.
—¡No estoy viendo nada! No quiero importunar, pero todos están listos y... espero que Hermione esté vestida ahora— les dijo.
—¡Sal de aquí! — exclamó Fleur por mera inercia— , y más vale que no te descubras los ojos.
—Oh, Merlín... ¿Ella todavía... no está vestida? — farfulló Ron, repentinamente alarmado, incluso si no veía nada.
—¡Sí, lo estoy! — protestó Hermione, cruzando los brazos. Su contestación motivó a Ron a bajar las manos y solo entonces, observar todo, lo que creó una reacción en cadena por parte de las damas de honor
—¡Merlín, no estoy casándome con ella! — se defendió, sin retroceder, todo lo contrario, entró completamente y cerró la puerta tras de sí, luego prosiguió:—Creo que tengo el derecho de ver a mi mejor amiga.
Fleur y Susan, aparentemente las más comprometidas con la sorpresa que la imagen de la novia causaría estaban por replicar cuando Hermione las detuvo.
—Déjenlo— pidió Hermione, previendo que a algo se debía la intrusión de su amigo—. Pueden ir bajando. Además, estoy lista, Ron puede llevarme hasta el jardín, ¿No es así?
Sin otro remedio, todas aceptaron a regañadientes. La señora Granger besó a su hija con dulzura una última vez y se llevó consigo a todas las inconformes damas de honor. Luna, siendo la última, palmeó el pecho de su esposo al pasar por su lado y cerró la puerta detrás de sí, dejándolos solos.
La mirada celeste de Ron la recorrió con asombro y quizás, aprobación.
—¿Quién lo diría? — inquirió Ron, metiendo ambas manos a los bolsillos de su pantalón formal. Se veía muy elegante, con el cabello rojo bien peinado y su túnica de gala, color negro, de muy buena calidad. Una imagen muy lejana de su versión adolescente.
—Oh, ¿Te refieres a esto? — dijo Hermione con elocuencia, señalándose a sí misma y su vestido como si recién recayera en los detalles.
—Eso mismo— decretó Ron, con más confianza—. Harry es un imbécil con mucha suerte.
—Los dos la tenemos— suspiró Hermione, permitiéndole ver lo ansiosa que se sentía con cada segundo que pasaba.
—Supongo. Pero es él quien está casándose con mi mejor amiga, ¿No se supone que debo interpretar un papel de hermano mayor contigo?
Hermione río, asintiendo torpemente. Señal que Ron tomó para atravesar la distancia entre los dos y plantarse frente a ella.
—Él te hará feliz— le dijo, lo que bien podría haber pasado como una profecía.
—Sé que sí. Pero jamás pensé llegar a este momento, ¿No es extraño cómo han cambiado nuestras vidas?
—¿De qué hablas? Nuestras vidas siempre han sido estúpidamente raras— bromeó Ron, logrando su cometido al hacerla sonreír—. Por otro lado, si este cambio, de alguna manera u otra termina con Harry haciéndote sufrir, aunque sea un poco, házmelo saber y me encargaré de él.
Sin fuerza, Hermione golpeó el pecho de su amigo y miró la ventana con anhelo.
—Ron... Tú crees que... ¿Yo podré hacerlo feliz? Luego de lo que escuchaste, de mi conversación con Luna... Sé que sabes lo que me sucede... Lo que siento por él.
—He sido bastante discreto con eso, ¿no lo crees? Sin importar cuanto desee preguntar, y Merlín sabe que la curiosidad me mataba, Luna tiene razón, esto solo les corresponde a ustedes.
—Sí, pero Harry es tu mejor amigo...
—Tú también lo eres, por eso, no he respondido nada cada que Harry me interrogó, por si tenía información de su interés. Nada claro, al menos.
—¿Él te ha preguntado algo? — preguntó Hermione, con tal urgencia que Ron retrocedió, mientras sellaba sus labios.
— Discreción, ¿recuerdas?
—¡Honestamente! ¿Cuándo has sido discreto en tu vida?
Ron se fingió ofendido.
—Desde que me casé con Luna. Uno de los dos debe serlo, ¿no? — respondió, lo que resultó peculiarmente convincente.
Frustrada, Hermione se paseó inquieta de un lado a otro, ante la mirada de su amigo imaginando toda clase de escenarios. No confiaba completamente en que Ron hubiera mantenido la boca cerrada y era eso lo que la inquietaba. Una parte de sí, deseaba que se lo hubiera dicho a Harry, mientras la otra, esperaba afrontar la situación por sí sola.
—Evidentemente, solo intento saber si... solo necesito una opinión objetiva, lejos de los cursis pensamientos en mi cabeza cada que pienso en él, ¡Está volviéndome loca!
En el fondo, Hermione sabía que todos aquellos sentimientos que ocultó de la vista de los demás por los últimos días y, principalmente, por toda la mañana estaba materializándose en ese instante frente a un muy confundido Ron. Sí que estaba nerviosa, bastante aterrada, en realidad, solo deseaba un poco de reconfortante aliento que fortaleciera sus anhelos.
Sus suplicas fueron escuchadas en el momento que la voz de Ron frenó sus movimientos.
—Lo has hecho todos estos años, lo mantuviste a salvo siempre— murmuró Ron, acercándose para tomarle la mano, ligeramente azorado al intentar explicarse—. A ambos, de hecho y... no hay otra persona en el mundo que conozca mejor a Harry que tú, y mucho menos que encaje tan bien con él. Juntos siempre se han hecho bien, no veo porque cambiaría ahora.
Sin poder resistirse, Hermione lo abrazó con fuerza, hundiéndose en el pecho de su amigo, quien solo atinó a darle suaves golpecitos en la espalda. Segundos después, la tomó cuidadosamente de los hombros, separándola de su cuerpo.
—Por favor no, no llores... Fleur me matará si...
Cuidadosamente, Hermione reprimió las lágrimas y sonrió llorosa.
—Gracias, Ron.
Caballerosamente, su amigo le ofreció su brazo, al que ella se sujetó, avanzando hasta la puerta. Antes de abrirla, Ron la miró sobre su hombro y agregó: — Hermione, ahora lo entiendo todo.
—¿Qué cosa?
—Porque... tú y yo... lo de nosotros no funcionó. Nuestros caminos siguen juntos, pero...
— Estábamos destinados a separarnos y ser solo amigos. Lo que debimos ser siempre, ¿No lo crees? — completó Hermione, comprendiendo.
Ron no agregó nada, de acuerdo con ella. Abrió la puerta de la habitación y juntos salieron al pasillo, en silencio bajaron las escaleras y, solo hasta que llegaron al primer piso, vacío ahora que casi todos los invitados habían tomado sus lugares, Ron la condujo hasta su padre, esperando por su hija, mientras hablaba con su esposa, las damas de honor de Hermione y Teddy Lupin, vistiendo un encantador trajecito de gala, en brazos de Luna.
Sabiendo que retrasar más tiempo lo inevitable solo incrementaría sus nervios, Hermione se armó de valor y caminó hacia ellos. Al verla, quedó claro para todos que el momento había llegado.
Ron condujo a Hermione con su padre y, despidiéndose, al menos hasta que la ceremonia comenzara, sabiendo que su lugar se encontraba al lado de Harry, se inclinó, besó su mejilla y para su consuelo, susurró: — Sé que Harry siempre será bueno para ti.
A este le prosiguió la señora Granger, quien le entregó su ramo, consistente en diversas flores, todas ellas hermosas, en tonos blancos y rosados, que Hermione aceptó con dedos temblorosos.
—Les diré que comiencen con la música— dijo su madre con emoción, anticipándose al comienzo. Besó ambas mejillas de su hija amorosamente y se marchó con Ron, perdiéndose en dirección al jardín.
—Luces tan encantadora, mi amor— murmuró él señor Granger, tan nervioso como su hija.
La conexión que la unió con su padre desde su infancia la hizo creer que entregarla el día de su boda estaba afectándole más de lo que admitiría. Lo que no evitó que su brazo no temblara, sólido para sostener a su hija en todo momento.
—Estoy nerviosa, papá— admitió Hermione, sin poder no mirar hacia el frente, en dónde Luna, Susan y Fleur se apresuraban a tomar sus lugares, indicándole a Teddy sus últimas instrucciones, quien, emocionado como cualquier niño de su edad, aceptó la canastita que le daban, llena de pétalos de rosa y la pequeña caja que contenía los anillos, misma que resguardó al instante, luego de que, por días y días, se le repitiera que debía cuidarla.
Captando la atención del niño, fascinado ahora por su vestido, Hermione atinó a sonreírle con dulzura, en el instante en que el primer acorde de la canción nupcial se elevaba en el aire.
—¿Estás lista, cariño? Todavía puedes... — pronunció su padre, dando un par de pasos que los llevó al inicio del jardín y el largo camino lleno de pétalos, guiándolos hacia el altar. Desde ahí, podía ver a gran parte de los invitados, parcialmente ocultos detrás de las decoraciones mágicas y las preciosas flores blancas, rojas y rosadas llenando todo el lugar.
—No sabía cuánto deseaba este momento, hasta ahora— respondió Hermione, cuyo nerviosismo se vio eclipsado por el deseo de reencontrarse con Harry finalmente.
Podían haber pasado solo unas horas desde la última vez que se vieron, pero se sentía como toda una vida lejos del otro.
—Si es así... Te llevaré hasta el altar, con él— decretó el hombre, cubriendo su mano con la suya—. Todo irá bien, lo prometo.
Con su mano libre, Hermione se aferró al ramo y del brazo de su padre, siguió a Teddy y sus damas de honor por el estrecho camino.
Con cada paso, la música se incrementaba, anunciando su llegada. Un par de pasos más la llevaron a situarse frente al largo camino hacia el altar. Debido a lo extenso que era el jardín, la decoración y organización en general de toda la ceremonia resaltó gratamente, combinando con el clima invernal.
Los invitados sentados en las últimas hileras ahora podían verla, pero ella intentó no observarlos por mucho tiempo. Distinguió a Hagrid, tan elegante como pudo para la ocasión y también, a los amigos de trabajo de Harry.
Al verla, una serie de exclamaciones ahogadas llenó el lugar. Algunas palabras cobraron sentido en su mente, como halagos y comentarios respecto de su imagen, pero nada de eso le importó realmente. Gracias a sus damas y el camino todavía por recorrer, Hermione no conseguía observar a Harry, pero sabía que eso pronto cambiaría. Luego, distinguió a los Welasley ocupando las primeras filas, los arreglos de flores a los lados, a Ron, Neville, Thomas y, finalmente, a Harry.
Todo a su alrededor careció de importancia tan pronto sus ojos se encontraron, incapaces de apartarse del otro. Harry parecía, de alguna manera, tan ansioso como ella. Su postura se lo decía, pero también, se veía increíblemente apuesto.
Vestía una elegante túnica negra ajustándose a sus hombros, completamente hecha a la medida, similar a la que había usado Bill durante su boda, pero evidentemente, con un aspecto mucho más moderno, con una camisa blanca resaltando su aspecto, además de un elegante moño negro, pantalón y chaleco a juego, que, aunque no contrastaban con su siempre revuelto cabello negro, creaban un efecto de atractiva rebeldía.
A la distancia, luego de recorrer su cuerpo entero, con una intensa mirada que hizo temblar sus piernas, él se permitió regalarle una tímida sonrisa nerviosa. Tenía un peculiar brillo en la mirada que contagió a Hermione de alegría.
Por fortuna, sus ojos jamás se apartaron de Hermione, ignorando todo y a todos, como si contara cada metro separándolos con ansias.
Eventualmente, cada uno tomó sus lugares. Sus damas se apartaron del camino y, solo entonces, mirándose como si recién se conocieran, el señor Granger se situó frente a Harry y cuidadosamente le ofreció la mano de su hija.
—Hoy te entrego lo más valioso que tengo— le dijo el hombre, aclarándose la voz—. Cuídala bien, como sé que lo harás, muchacho.
—Por cada día de mi vida, señor— respondió Harry y sus dedos rozaron los de Hermione, aceptándola con delicadeza.
El roce de su piel los llenó de confianza, aferrándose uno al otro al segundo siguiente. Solo al sostenerlo, al tenerlo frente a ella, juntos como uno solo, Hermione se encontró completa. Entendió que no había nada que temer y que ese día se concretarían anhelos que ahora sabía, siempre deseó.
El señor Granger retrocedió con pasos mecánicos y apartándose del altar, tomó su lugar al lado de su esposa, quien observaba todo con ojos llorosos. Harry y Hermione se volvieron al frente, todavía de la mano, encontrándose con un mago de cabello cano que oficiaría la ceremonia. Era si acaso de la estatura de Hermione, vestía una túnica formal color vino, y tenía una expresión amable, con ojos azules que transmitían gentileza.
—Damas y caballeros— comenzó, apuntando su varita a su garganta, para que todos pudieran oírle—, hoy nos encontramos reunidos para unir a Harry James Potter y Hermione Jean Granger en matrimonio.
Hermione no pudo escuchar mucho más, su atención se encontraba dispersa, dividiéndose entre su propia exaltación al caer en cuenta de lo que estaba sucediendo y lo halagada que se sentía por la forma en que Harry no dejó de mirarla en todo momento. Cierto orgullo podía verse a través de sus ojos al tenerla a su lado, dirigido únicamente para ella.
Todo el discurso que el mago pronunció por largos minutos fueron solo palabras flotando a su alrededor, mientras ella se pregunta si era así como se sentiría cualquier novia en su lugar, al menos hasta que el sonido de su voz se detuvo y Ron se acercó a ellos con Teddy de la mano y el pequeño cofre de madera. Su amigo lo tomó de las manos del niño, cohibido frente a tantas personas y ofreció uno de los anillos a su mejor amigo y luego volvieron a su sitio. Harry se aclaró la garganta y, sabiendo lo que vendría a continuación, el corazón de Hermione se aceleró.
—He pasado la noche entera pensando en las palabras que te diría y entonces, entendí que, sin importar lo que te dijera, no bastaría— vaciló él, armándose de valor al aproximarse a Hermione y sujetar sus dos manos, asegurándose de que escucharía cada palabra.
Pocas veces Hermione lo había visto tan nervioso como en aquel momento. Hasta que Harry no se aseguró de que tenía su absoluta atención, continuó: — He vivido muchas cosas que nunca olvidaré, de las que he aprendido incluso cuando no quería hacerlo. A veces, me encuentro sorprendiéndome al pensar como un anciano a mi edad.
Las risas de los invitados no distrajeron a Hermione, deseando memorizar cada segundo.
—He esperado años para encontrar a alguien como tú, sin saber que siempre has estado ahí. Durante todos estos años has sido la mejor confidente que he podido desear y estoy seguro, que serás la mejor esposa. Siempre has sido más de lo que he merecido y espero que, con toda la vida que tenemos por delante, alcance a pagarte un poco de todo lo que has hecho por mí a lo largo de los años. Gracias por ser mi mejor amiga desde lo que parece toda una vida, por ayudarme sin siquiera pensarlo dos veces, por depositar tu confianza en mí ciegamente, guiarme y amarme. Eres la mejor confidente, mi apoyo incondicional, y pasar mi vida contigo es todo lo que deseo. Por estar aquí este día, de pie en el altar conmigo, acompañándome a cada paso, estaré eternamente agradecido contigo. De haber sabido que la niña que entró intempestivamente a mi vagón, preguntando por un sapo perdido se convertiría en mi esposa, habría hecho todo justamente de la misma manera para obtener este resultado. En toda mi vida, nunca me he sentido más feliz, valiente y fuerte que cuando estoy contigo.
En ese momento, Hermione solo pudo pensar en Harry, mirándola como si estuvieran solos en el mundo, sosteniendo sus manos entre las suyas con la delicadeza que se tiene con algo valioso.
—A mi edad, he vivido más de lo que mis padres, pero sé que habrían estado felices por mí, donde quiera que estén, porque estoy casándome con una mujer que sé que ellos habrían adorado tanto como yo lo hago. Te prometo que me esforzaré cada día para convertirme en el hombre que mereces.
La mención de sus padres quebró toda la entereza de Hermione, llenando sus ojos de lágrimas que no pudo retener sin importar cuanto se esforzó. No respiró, ni siquiera se movió, esperando que, en su mirada, él pudiera leer su inmenso afecto. De todos modos, nunca había sido buena escondiendo sus emociones.
—Este día, aquí, te elijo a ti y a nuestro matrimonio por sobre todas las cosas—declaró Harry, con más firmeza de la que había empleado nunca, mientras deslizaba el anillo en su dedo anular—. Te quiero ahora y te querré siempre, Hermione Granger.
La frialdad del anillo contra su piel bastó para hacer todo más real. Repitiendo el proceso, Ron le ofreció el anillo restante, sonriéndole afectuosamente, para inspirarle su apoyo. Aunque, después de las palabras que Harry pronunció, Hermione dudaba ser capaz de igualar algo tan emotivo como eso, no para el resto, sino para él. De todos modos, se esforzaría, porque Harry merecía saberlo. No guardaría nada, no cuando él se abrió con ella.
—Señorita, es su turno— le dijo el mago. Su expresión gentil la llenó de confianza.
Llenándose de valor, Hermione limpió descuidadamente los resquicios de lágrimas en sus mejillas y habló:—A veces, como tú, me descubro creyendo que somos como un viejo matrimonio, que nos acoplamos bien, que nos conocemos lo suficiente para saber lo que el otro quiere— río, luchando con lo frágil que su voz sonaba, todavía llorosa—. He pasado tanto tiempo a tu lado, Harry, que no concibo mi vida de otra manera, no por costumbre ni por cualquier otra adversidad que se presente, sino porque así es como lo elijo. ¿Qué es mejor que encontrar día a día a tu mejor amigo en tu esposo? Supongo que, en teoría, somos muy afortunados por una coincidencia como esta. Adoro tenerte como mi confidente, como mi mejor amigo y ahora, como mi esposo, y si es así como dará comienzo esta nueva etapa de nuestras vidas, agradezco que seas tú y no nadie más quien me acompañe.
Para este punto, ella podía sentir las miradas de todos en ella, pero no le importó. Con el anillo girando entre sus dedos, lo único que deseaba era concretar la ceremonia.
—Sé que sabes que te seguiría a cualquier lugar. Al fin del mundo, si hace falta. Eres mi familia, Harry, y no hay nada que desee más que, en mí, puedas encontrar un refugio del mundo... Que sepas que, a partir de ahora, no estarás solo nunca más.
Si bien Harry no derramó ni una sola lágrima, desvió la mirada por unos segundos hacia sus manos. La gratitud que Hermione encontró en sus ojos cuando volvió a mirarla hizo vibrar cada poro de su cuerpo. En él, no vio al hombre valiente y honesto, por ese efímero instante, le pareció encontrarse frente al indefenso niño recluido por años bajo las escaleras. El niño que creyó que no habría otra realidad diferente para él más allá del rechazo de la única familia que conoció por largos años.
—Todo el mundo debería tener la oportunidad de encontrar algo como esto, como lo que encuentro todos los días contigo, pese a conocernos bien, siempre hay algo bueno que aprender de ti y quiero que sepas que estoy orgullosa de la persona que eres, de todo lo que has logrado, como sobrellevado las situaciones más difíciles por las que nadie debería pasar y, aun así, levantándote. Recibiéndome cada día con una sonrisa luego del trabajo, un comentario ingenioso en el desayuno, un acto desinteresado... son tantas las cosas que adoro de ti que no me molestaría en lo más mínimo conocer cada una de tus facetas. Me has aceptado tal y como soy y sé que eres consciente de mis defectos, de lo mandona que puedo llegar a ser, de lo perfeccionista y terca que soy la mayor parte del tiempo e incluso conociéndome mejor que nadie, me enseñaste que, pese a nuestras diferencias, siempre hallamos el camino de vuelta al otro y, sobre todo, me mostraste que alguien sí puede querer cada parte de mí.
Algunos sollozos se escucharon de entre los invitados y, al final del jardín, Hagrid secó sus lágrimas en su enorme pañuelo, recordándole a Hermione que debía terminar.
— Estoy completamente feliz por estarme convirtiendo en la esposa de un hombre al que admiro y con quien la perspectiva de pasar toda la vida juntos me parece un regalo. Creo que, incluso si nunca hubiéramos decidido dar este paso, me aseguraría de mantenerme a tu lado, de la forma en que lo necesites, en esta y cualquier vida te buscaría— concluyó Hermione, imprimiendo fuerza en su agarre, antes de imitar su acción y deslizar el anillo en el dedo de su mejor amigo.
—Ahora y para siempre, te elijo a ti, Harry.
El mago frente a ellos se aclaró la garganta, abriendo un poco los brazos, para abarcarlos. Lo que vendría seria solo una formalidad más, para ambos habían quedado selladas sus promesas con sus palabras.
—Harry James Potter, ¿Aceptas a Hermione Jean Granger como tu esposa?
Sonriéndole con confidencia, Harry asintió.
—Sí, acepto.
—Y tú, Hermione Jean Granger, ¿Aceptas a Harry James Potter como tu esposo?
—Acepto— dijo ella.
La sensación de que había experimentado ese momento antes, muchos años atrás no la abandonó. Lo sucedido en la boda de Bill y Fleur pareció sellar su unión antes de tiempo. Como en ese entonces, ocurrió de la misma forma, con Harry mirándola en el instante preciso y luego, las palabras que solo hasta ese día cobraron sentido.
—Siendo así, los declaro unidos de por vida.
El viejo mago levantó su varita y con agilidad realizó una floritura en el aire, que luego se iluminó, rodeando a los novios hasta finalmente, perderse en sus anillos. Podía haber una declaración romántica en sus votos, pero también, Hermione lo entendió como algo que abarcaba más, como la representación de todo lo que significaban para el otro.
Por ello, no se apartó cuando Harry se inclinó sutilmente hacia ella y acunó su rostro entre sus manos, besándola dulcemente en los labios, en un roce demasiado efímero. Al separarse, Hermione le sonrió con timidez. El flash de una cámara apuntando a sus rostros los cegó momentáneamente, permitiéndoles darse la vuelta y contemplar a los invitados.
El silencio invadió todo, hasta que George y Charlie se pusieron de pie, aplaudiendo con ganas. Pronto el resto los imitó, creando un estruendoso coro de aplausos mientras sobre ellos, estallaban pequeños fuegos artificiales simulando ser estrellas doradas. Una a una todas las sillas fueron desvaneciéndose, dando paso a una espaciosa pista de baile y a diversas mesas con manteles en colores cremosos. Los rayos del sol, brillando sobre las colinas nevadas, arrancó destellos a las vajillas, haciendo relucir todo el jardín.
Tan diferente como debía ser, siendo ellos los anfitriones fueron el centro de atención inmediatamente, viéndose rodeados por todos sus invitados, deseosos de felicitarlos. Primero aparecieron Luna, Susan y Ron, abrazándolos con efusividad poco contenida, después, los señores Granger, con la madre de Hermione tan llorosa como la señora Weasley, deshaciéndose en buenos deseos. Parecía que todo el mundo se encontraba ahí. Desde sus amigos del trabajo, como Thomas, Asher, los hermanos Simon y Ryan, Mcgonagall, Hagrid e incluso, Levi, a quien Harry se limitó a saludar con una inclinación de cabeza, permitiendo que felicitara a Hermione calurosamente. Y así, la fila continuó por varios minutos entre agradecimientos y felicitaciones.
El festivo ambiente se vio interrumpido cuando Hermione notó que la atención de Harry estaba en otro lado, en el extremo más alejado del jardín, desde donde los contemplaba un hombre de mal aspecto, larguirucho, con cabello negro e inexpresivo.
Disculpándose con Mcgonagall y Hagrid, Harry condujo a Hermione hacia aquel extremo con discreción.
— Tomará poco tiempo— le dijo al oído, para tranquilizarla— Poco antes de que la ceremonia comenzara este hombre llegó. Es un encargado del ministerio, el que dijeron que vendría para...
—¿Asegurarse que nos casaríamos?
Él asintió.
— Acabemos con esto pronto entonces.
Harry colocó su mano detrás de su cintura y la condujo hasta aquel reducido lugar. El hombre, que ya se encontraba haciendo anotaciones en el documento en sus manos fingió no notar su presencia, ocupado escribiendo.
—Enhorabuena— les dijo, permanentemente serio—. Han cumplido con la primera etapa del contrato.
El cuerpo de Harry se tensó, enfadándose cuando el hombre estrechó su mano con la de Hermione, cada vez más incómoda, a la vez que les extendía a cada uno un pergamino que habrían de firmar.
Al tenerlo en sus manos, leyendo cláusulas y firmando, recordó a Hermione el verdadero motivo por el que se casó en primer lugar. No se trataba de una cuestión romántica, ni un ideal perfecto, como se esforzó en imaginar durante los últimos días. Se debía solo a una cláusula más formando parte de un estricto convenio.
Al terminar, devolvieron los pergaminos y el hombre los resguardó celosamente.
—Si eso es todo, supongo que puede irse si la ceremonia ha cumplido sus expectativas.
La expresión del hombre no varió ante el filoso tono de Harry, como si ya lo esperara. Despidiéndose con una tosca inclinación se dio media vuelta y caminó en la dirección opuesta, perdiéndose entre los árboles. Hermione colocó su mano sobre el brazo de Harry, calmándolo incluso si ella se encontraba en las mismas condiciones.
—Así es como se supone que es el protocolo y este es su trabajo.
A él no pareció importarle mucho aquella resolución. Rodeó la cintura de la joven y justo cuando parecía a punto de decirle algo, el señor Rolland, su antiguo jefe se acercó a ellos, de la mano de su esposa, tan radiante como la primera vez que Hermione la vio, meses atrás.
— Felicidades, muchacho— dijo el hombre y le ofreció su mano— A ti y por supuesto, a tu encantadora esposa.
Era la primera vez que alguien se refería a Hermione de esa manera y se sintió... magnífico.
—Oh, pensarán que soy descortés— siguió el señor Rolland— Ella es Eleanor, mi esposa.
—Al parecer no habíamos tenido el gusto, señora Potter— dijo la aludida.
La mujer, que desprendía una elegancia innata, estrechó su mano, cálida y suave, con la de Hermione.
—No nos habían presentado oficialmente, pero su esposo nos habló maravillas sobre usted, señora Rolland.
Eleanor Rolland río de buen humor, aparentemente acostumbrada al comportamiento de su marido.
—Él tiende a hacer eso y exagerar un poco.
—No puedo evitarlo— se excusó el hombre, rodeándola con el brazo.
—Gracias por haber venido con tan poco tiempo de anticipación, señor— agradeció Harry, sin apartarse un centímetro de Hermione.
—Al contrario. Las vacaciones de retiro han sido suficientes, ¿No es así, querida?
La señora Rolland apoyó sus palabras.
—Sí que lo fueron. Además, ha sido una ceremonia preciosa.
—Muchas gracias— respondió Hermione—. Por favor, disfruten de la fiesta y cualquier cosa que necesiten...
El matrimonio agradeció las atenciones, dejándolos solos en poco tiempo y permitiendo así, que la soledad en la pareja se sintiera como algo que realmente deseaban. Apenas habían intercambiado palabras sin que hubiera nadie viéndolos.
— Así que, señora Potter...
—¿Sí, señor Potter?
La mano de Harry que la sostenía imprimió un poco más de fuerza, acercándose a su cuerpo.
—Es la primera vez que escucho a alguien refiriéndose así a ti. No puedo negar que me ha encantado que lleves mi apellido, pero, si lo prefieres de otro modo, no te obligaría a...
Hermione colocó un dedo sobre sus labios.
—He pensado en eso.
—¿Y a qué conclusión llegaste? — preguntó él.
—No voy a renunciar a la identidad que he llevado por años, a mi familia, mis orígenes... pero también, es cierto que ahora tú eres mi familia. De modo que no renunciaré a ninguna de las dos cosas.
—Creo que no lo entiendo.
—Honestamente... es sencillo— explicó Hermione, con soltura—. Soy tu esposa y, por tanto, la señora Potter, es algo indiscutible. Nada me hará más feliz que llevar tu apellido, pero quiero conservar el mío en cuanto a hacer que adquiera un significado en el mundo mágico. En mi trabajo, por ejemplo...
Ante su silencio, Hermione prefirió mirar a otro lado. Analizó lo que le diría una y otra vez, esperando que, tan bien como lo conocía, sus palabras no serían mal recibidas como sucedería con cualquier otro mago.
—No hace falta que me lo expliques— respondió Harry finalmente y tomándola del mentón, la hizo mirarlo—. Sé la señora Potter cuando tú lo desees, es un lugar que te pertenece enteramente a ti. Eso no cambiará nada, sigues y seguirás siendo mi dulce Hermione Granger también.
—¿De verdad?
Harry presionó su dedo sobre sus labios.
—No me considero tan importante como para creer que por el simple hecho de casarte conmigo cambie algo en ti y lo que eres.
Hermione lo habría besado en ese momento, de no ser por los invitados todavía deseosos de felicitarlos, acercándose a ellos. Eran los anfitriones después de todo y debían desempeñar su papel. Para hablar todo lo que deseaban tenían mucho tiempo por delante.
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Reprimiendo su risa, Hermione intentó no mirar lo que sucedía frente a ella. Hacía tantos años desde la última vez que se encontró cara a cara con Oliver Wood que casi había olvidado su habitual entusiasmo. Era mayor ahora, por supuesto, pero todavía conservaba cierto aire juvenil, especialmente cuando hablaba de su más grande pasión.
—Espero que su hijo sea bueno con el Quidditch— puntualizó Oliver, abarcando ahora un mayor terreno.
Lo primero que hizo fue felicitarlos y recordar el pasado, lo que lo llevó a rememorar aquellos tiempos gloriosos y por supuesto, el talento de Harry. Que involucrara ahora a sus hijos no nacidos era toda una novedad.
Harry, que en ese momento bebía de su copa comenzó a ahogarse, no siendo tan bueno como su esposa con la discreción, al final, se río con ganas de su comentario.
—Yo soy pésima jugando— intervino Hermione y Harry soltó una carcajada al ver la mueca mortificada de Oliver, que no tardó en volver a animarse.
—Sí, pero si tiene tu inteligencia y el talento de Harry, ¡Puedo ver un gran potencial de buscador ahí! Disciplina, eso vendría bien.
—¿Eso crees? — intuyó Harry.
—Claro, será un niño o niña, lleno de cualidades. Tu familia jugaba Quidditch, ¿No es así? Los genes son fuertes, ¡Existe mucha agudeza de dónde heredar!
—Vaya— se halagó Harry, presionando la mano de Hermione con complicidad—. Si es así, ¿Reclutarás a nuestro hijo o algo por el estilo?
—¡Me alegra que lo propongas! — exclamó Oliver, radiante.
—En ese caso, gracias por... Pensar en las cualidades que podría tener nuestro hijo no nacido es... Halagador— concluyó Hermione.
Oliver se río, y levantó su copa hacia ellos.
—Felicidades a los dos.
Sin decir más, se alejó de los dos, reencontrándose con George y Charlie, que charlaban y bebían animadamente en una mesa.
Afortunadamente, antes de que pudieran ser abordados nuevamente, la canción que siguió, llenando todo el jardín, acompañada de Ron, animándolos a bailar, motivó a Harry a dejar su copa en la mesa y ofrecerle su mano para guiarla al centro de la pista vacía. Todos estuvieron atentos a ellos al instante.
Harry rodeó su cintura con firmeza, acostumbrado a lo bien que se acoplaban juntos al bailar. Con su mano libre, sujetó su mano, mientras ella se dejaba guiar.
—Supongo que este es nuestro primer baile oficial— susurró él, mientras comenzaban a moverse. El ruido de los aplausos y la canción ahogó su voz.
—Como esposos, sí— coincidió Hermione, sin dejar de mirarlo. El resplandor de las luces, cada vez más brillantes ahora que la luz del sol comenzaba a ocultarse arrancó destellos a los anteojos de Harry, haciendo más brillantes sus inconfundibles ojos verdes.
—Estoy profundamente agradecido de que aceptaras ser mi esposa.
—No tanto como yo. Estoy feliz ahora de que esa noche hayas decidido ir a mi departamento y proponerme esa loca idea tuya.
—No parecías feliz en ese momento.
Ella se río.
—Las cosas han cambiado desde entonces— respondió cohibida.
Desde las otras mesas, el resto de parejas ahora se integraban a la pista, uniéndose en aquel primer baile, disfrutando de la música.
—¿Quieres saber qué es lo que hablé con tu padre la noche en que le pedí permiso para casarme contigo?
Hermione se quedó sin palabras, volviendo toda su atención a él. Había pasado tanto desde que eso pasó, que parecía una vida ajena a la suya. Por entonces, no era consciente de lo que podía llegar a sentir por su mejor amigo.
—Dímelo.
Él sonrió y miró hacia otro lado, lo que solo la motivó a tomarlo del rostro y obligarlo a mirarla.
—Tienes que decírmelo ahora que lo has sacado a colación— exigió Hermione.
—Prometí no hacerlo, pero te diré que había una condición.
—¿Condición? — repitió Hermione e inconscientemente buscó a su padre, a unos metros de ellos, bailando con Luna mientras su madre se encontraba con Ron, aparentemente divertida de sus pésimas dotes como bailarín.
—Sí, y fue muy claro con eso.
Harry la sostuvo con mayor firmeza, haciéndola sentir segura con lo que diría.
—Me hizo prometer que no alejaría a su hija de ellos nuevamente.
—Nunca hiciste algo como eso.
—Él parece saber en qué circunstancias sucedió todo, y sé que no lo ha dicho como un comentario malintencionado— la frenó Harry, anticipándose a sus pensamientos—, pero puedo entender el miedo que tuvo al pensar que nuevamente, por mí, terminarías lejos de ellos. Eres su hija, eres lo más valioso que tienen y me incluyo, por eso, me prometí que jamás volvería a ser el causante de que renuncies a nada.
En sus ojos, pudo ver qué Harry dudó por unos segundos, aunque rápidamente todo quedó tácitamente entendido con el afecto con que miró sus ojos.
—Sé que quizás no pueda darte todo lo que desees, pero me esforzaré día a día. Tu familia es parte de ti y cumpliré la promesa que le hice a tu padre, después de todo, me ha dado lo más valioso. Él te ama, aceptaría lo que sea con tal de mantenerse en tu vida, incluso que te cases con el problemático causante de que hayas puesto tu vida en peligro tantas veces.
Hermione sintió que sus ojos ardían.
—Él lo hizo porque sabe lo que siento por ti, lo dispuesta que siempre estuve a darlo todo para continuar a tu lado, Harry. Mi padre me conoce, mejor de lo que creo. Además, tú eres mi familia ahora, al igual que ellos. A partir de hoy, tú y yo, hemos creado una nueva familia— decretó la joven.
—Siempre quise una y de alguna manera, parece que siempre fuiste tú— reflexionó Harry—. Ahora oficialmente, claro.
Tan pronto notó que sería incapaz de retener las lágrimas, Harry limpió cuidadosamente cada una de ellas, todavía balanceándose juntos en la pista.
Su primer baile como marido y mujer resultó ser maravilloso en todos los sentidos. La mano de Harry la sostuvo en todo momento, asegurándose de mantenerla cerca, como hizo durante todo el día.
— Creí que entendía a qué se refería tu padre al sentir tanto miedo de perderte. Realmente pensé saberlo— prosiguió él, cavilando, admirándola como si fuera lo más valioso en su vida—, hasta que te vi de pie en el altar.
—¿De qué estás hablando?
—Cuando te vi caminando hacia mí, a unos instantes de convertirme en tu esposo, entendí que me has confiado tu vida. Me entregaste tu confianza, tu amistad y ahora, uniste tu vida con la mía.
Ella observó sus labios, atenta a cada palabra que salía de su boca.
—Te veías... Te ves hermosa— se corrigió, aclarando su garganta—, y caminabas hacia mí. Entonces entendí que yo también sentía el mismo terror al pensar que alguien podría separarte de mí, que estaba tan asustado por creer que podrían arrebatarte de mi lado que haría lo que fuese por evitarlo. Por encontrarte ahí cada mañana al despertar, escucharte cantando desde la cocina, esperándome luego de las misiones y saber que al final del día, mi esposa, la única familia real que me queda, a la que puedo llamar mía, estará en mi hogar. Entiendo a tu padre ahora.
A la distancia, el señor Granger se reía de cualquier cosa, probablemente una ocurrencia que Luna le hubiese dicho.
—Entendí el tesoro que tu padre ve en ti, lo valiosa que siempre has sido, lo que significas para él y que ahora está en mí el hacerte feliz.
Para este punto, cualquier esfuerzo fue en vano. Hermione se abrazó a él, llorando. Harry aprovechó esto para hablar a su oído.
—No pretendía hacerte llorar...
Ella lo apretó más contra ella, intentando retener las lágrimas. Ambos dejaron de moverse, fundiéndose en un apretado abrazo en medio de la pista, sin importarles las personas a su alrededor.
Aquella tarde, Hermione descubrió algo nuevo, en lo que se convertiría su vida a partir de ese momento.
—No estoy llorando por tristeza. Es solo que... Algo me dice que adoraré ser tu esposa, Harry.
