Capítulo 27: Cenizas
La fría mañana del lunes amortiguó la frenética necesidad de Hermione por mantenerse en movimiento, solo así podría convencerse de que tenía avances reales.
Sin embargo, tal como pudo haber esperado, las murmuraciones y teorías sobre que había sucedido después de su boda alentaron toda clase de disparatados rumores con los que tuvo que lidiar con diplomacia.
Eventualmente, le quedaba muy poca educación como para prometerse soportarlo en silencio por los próximos días, al menos hasta que los rumores cesaran. El ministerio no habló más al respecto, algo que tanto ella, como Harry, agradecieron enormemente, pese a ser mera conveniencia para todas las partes.
Cuando el inicio de la semana llegó oficialmente, luego de una mañana tediosa y aburrida, instalados de vuelta en casa, todavía acostumbrándose a su rutina, las cosas finalmente parecían mejorar, incluso, con lo poco que ahora les importaba mostrarse libremente afectuosos fuera de la seguridad de su hogar. No es como si pudieran controlarlo.
Hermione se encontraría perdiéndose en la sólida espalda de Harry, en sus labios moviéndose seductoramente al hablar y, más veces de las que admitiría, podría jurar haberlo encontrado haciendo lo mismo con ella. Toda la atracción que ocultaron exitosamente por años parecía haber alcanzado su punto más álgido.
Sosteniéndose de los brazos de Harry para no caer, Hermione echó la cabeza hacia atrás, intentando escapar de su agarre y, al fallar, río tontamente. Con aquel ridículo tono de voz que no se creía capaz de poseer meses atrás.
—Me siento en deuda contigo— comentó Harry. Gracias a sus inesperadas palabras, consiguió atraparla finalmente.
—¿Ah sí? ¿Por qué sería?
—Hay tanto que me gustaría hacer contigo, alejados de todo el mundo y en cambio, estamos aquí.
Su verdosa mirada vagó a su alrededor, posándose en los barrotes del ascensor como si estos lo hubiesen ofendido.
—Si te refieres a tener que trabajar, como cualquier persona, no ha sido ni será un impedimento, además, desde que volvimos a casa me pareció que...
—¿Qué no podía separarme de ti? ¿Qué podía haber hecho? — inquirió Harry con descaro—. Lamento si he sido fastidioso, pero estar contigo todavía parece una clase de sueño, pero no es eso lo que intento decirte... Debimos pedir algunos días extra, irnos a cualquier lugar y...
—No hace falta— dijo Hermione despacio—. Hay tanto en lo que pensar y en ocasiones todo pasa por algo. Tengo todo lo que necesito y soy feliz, con o sin luna de miel, si estás aquí.
Harry descartó sus palabras con un chasquido, sonriéndole seductoramente. Ambos buscarían cualquier pretexto para encontrarse. Mirando ansiosamente las manecillas del reloj para marcharse a casa o, como entonces, para escabullirse y almorzar juntos.
—Sé que hay tanto en lo que pensar, pero me encuentro pensando en ti en los momentos menos adecuados.
Su tono de voz, sumándose a la manera de sostenerla bastaron para inmovilizarla, pese al movimiento del ascensor moviéndose hacia arriba. Pronto llegarían al siguiente piso, pero a ninguno le importó su estrecha cercanía. La mayoría se encontraría todavía almorzando, sin prisas por volver a la cotidianidad del trabajo de oficina.
—Después de todo, lo que menos deseo es alejarme de ti. Quizás esto ha pasado para que no termines encontrándome verdaderamente fastidioso.
—Jamás— juró Hermione sobre sus labios, mientras sus dedos tiraban de su uniforme en su dirección—. Jamás me cansaría de ti.
—¿Realmente lo crees? ¿Qué no llegará el día en que te des cuenta que no ocasiono más que problemas?
— Después de más de una década, no ha sucedido— susurró ella con vehemencia—. Dudo que suceda ahora.
Conforme con su declaración, con el brazo que la sostenía, Harry la atrajo hacia sí, pegándola a su cuerpo. La distancia entre sus pechos era mínima cuando él finalmente la besó. Lentamente, sin demoras. Incluso cuando el ascensor se detuvo frente a una atónita Susan Bones apunto de abordarlo.
Al separarse, contemplando a la joven pelirroja observándolos, con lo más parecido a la euforia, sonriendo, Harry la soltó lentamente, mientras Hermione intentaba recomponerse. Apenas se habían visto por la mañana, momento en que Hermione le explicó todas sus intrincadas teorías sobre el ataque y ahora, estaba frente a ellos.
—Buen día para los recién casados— canturreó Susan, entrando torpemente en el ascensor cuando este amenazó con volver a moverse.
Harry respondió con naturalidad al saludo, contrario a Hermione, quien solo atinó a sonreírle nerviosa. En un par de segundos las rejas se cerraron frente a los tres, moviéndose intempestivamente hacia arriba.
La presión de la mano de Harry, todavía sobre su cintura, enviaba ondas de calor a su piel. Hermione podía imaginarse lo que sucedería apenas él se marchara, predicción que se cumplió al llegar al siguiente piso.
—Tengo que dejarlas— comunicó Harry—. Fue bueno verte, Susan.
Apresurándose, Harry se despidió con una simpática sonrisa y un cabeceo por parte de Susan. Luego, previendo los pensamientos de su esposa, se inclinó y besó la comisura de los labios de Hermione para no ocasionarle mayor incomodidad, apenas conteniendo la risa.
Al bajar, ambas brujas observaron la figura de Harry alejándose, por segundos que se sintieron como la eternidad. Eventualmente, atraídas por la innegable complicidad, giraron a verse y, solo entonces, Susan estalló en una ruidosa carcajada.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Cómo pudiste ocultármelo esta mañana?
—¿Decirte qué? — respondió Hermione en el mismo tono.
Susan movió sus manos aleatoriamente en el aire, señalándola y luego el sitio en que Harry había estado hace unos instantes. Hermione sonrió pretenciosamente ante su falta de palabras.
Gruñendo, Susan la tomó por los hombros; una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios.
—Te acostaste con él— afirmó Susan, empleando un tono que no admitía réplica, retrocediendo a tiempo para que Hermione la empujara.
—Pero ¿qué estás diciendo? — jadeó Hermione, abochornada. Prefería mirar cualquier otro sitio que a los acusadores ojos de Susan.
—¡Lo que he visto! — prosiguió la pelirroja, sabiamente— Dormiste con él, ¿No es cierto?
Cuánto le habría gustado responder con toda la seguridad que poseía, en cambio, insegura, Hermione balbuceó torpemente lo que esperaba sonara a una rotunda negativa. Sin embargo, Susan no se dejaría engañar y levantó un dedo entre ambas con advertencia.
—No te atrevas a mentirme— la apercibió—, solo se verían y actuarían de esa manera si eso ocurrió, ¡Él no podía quitarte las manos de encima!
Hermione soltó una risita y contestó: —¿Por qué debí habértelo dicho de todos modos?
—Porque somos amigas— replicó Susan, fingiéndose ofendida—. ¡Oh, vamos! No estoy pidiéndote detalles, aunque no me molestaría escucharlos.
—¡Susan!
—Solo bromeo. Es solo que... Oh, Merlín, todavía no puedo entender cómo es que ustedes...
Las rejas del ascensor se abrieron y, pese que ya no trabajaban juntas y, por tanto, su departamento estaba en otro piso, Susan enlazó su brazo con el de Hermione y la siguió fuera, previendo su intento de escape.
Conociéndola, significó muy poco para la castaña ver sus planes frustrados. Interiormente, sí que deseaba contárselo todo, pero aquella parte de sí, terca y competitiva, resguardada bajo su orgullo, se negaba a admitir frente a Susan que cada una de sus acusaciones, que en el pasado catalogó como ridículas nunca fueron una completa mentira.
Quizás, siempre había tenido razón al asegurarle que su amistad no era del todo platónica.
—¿Es tan difícil de creerlo? — repuso Hermione, aceptando su derrota— ¿No eras tú la que siempre aseguró que teníamos esa... Tensión?
—¿Sexual? Sí, el mérito es todo mío, ya ves, lo he sabido antes que tú misma.
—¡Baja la voz! — la reprendió Hermione escandalizada, apretando su brazo con advertencia. Vigiló los lados con paranoia y solo hasta que comprobó que estaban relativamente solas, empujó a su amiga, resguardándose detrás de uno de los altos muros, asegurándose que sus confidencias no serían escuchadas por oídos indiscretos.
—Entonces, ¿Qué es lo que te sorprende tanto?
Susan rozaba la euforia cuando respondió: — Sabía que pasaría, de alguna manera tendrían un bebé, ¿Cierto? Solo que esperaba que tomara su tiempo, ya sabes, que Harry te persiguiera por largos días mientras tú huías, aterrada por sentirte atraída por él, culpable por lo que pensaría todo el mundo, hasta que no pudieras negar lo mucho que te gusta... ¡No me mires así! Han sido tan dramáticos que era lógico suponerlo.
—No pasó así, ¿Bien? De cualquier modo, no planeaba huir, ¡No haría algo como eso! — exclamó Hermione, negándose a creer que podría actuar de tal manera. A los ojos del resto, posiblemente era justo así como se veía.
—Dime que al menos no es bueno en todo— habló Susan entre dientes— ¡Algo en él debe ser imperfecto! Que sea pésimo en la cama sería un consuelo.
Demasiado tarde como para intentar ocultar el evidente sonrojo apoderándose de su rostro ante la ola de recuerdos, Hermione agachó la mirada, concentrándose en el piso.
—En realidad… — susurró e inevitablemente, suspiró con profundidad.
—¡Merlín! — estalló Susan, por primera vez, enrojeciendo también— ¡Perfecto y maldito Potter!
Un memo interdepartamental pasó a su lado, sobrevolando sus cabezas y perdiéndose en dirección al ascensor, lo que facilitó a que Hermione, previendo que algo peor vendría de su amiga, se abalanzó sobre ella y le cubrió la boca con la mano. Lo último que necesitaba era un momento aún más bochornoso.
Susan emitió graciosos ruidos ahogados mientras intentaba deshacerse del agarre y, no fue hasta que Hermione creyó que la mordería sin contemplación, que finalmente la soltó.
—¡No ibas a hacerlo!
Infortunadamente, varios brujas y magos caminaban ahora en su dirección. Compañeros de trabajo de los cuáles Hermione todavía no podía recordar sus nombres.
—¡Tengo derecho a expresar la envidia que todos aquí deberían tenerte! — evidenció Susan.
Hermione sonrió con fingida discreción como saludo y se volvió hacia su amiga, haciendo una seña con sus manos, sellando sus labios.
—¡Discreción!
—No puedo—lloró Susan— ¡Necesito detalles! No de cómo sucedió, eso lo sé claro, solo... ¿Qué cambió? Se veían tan adorables, ¡Estoy tan contenta por ti!
—Ni siquiera yo lo sé, no culparé al alcohol que bebimos esa noche, solo supongo que sucedió, como si ambos lleváramos mucho tiempo esperándolo.
—Ya me lo parecía— dijo Susan, a la que el asunto debía parecerle todo un milagro.
— Sé que no he sido muy comunicativa— admitió Hermione, culpablemente—, solo he parloteado sobre mis ideas acerca del ataque; no he preguntado por cómo estás, o por Justin, o cómo estás llevando todo el asunto de...
—Tenemos fecha para la boda— la interrumpió Susan, aparentando tranquilidad—, nos casaremos en abril, ¿No es fantástico? Estoy asustada, ¡Realmente aterrada! Conozco a Justin desde el colegio, lo cual hace que parezca toda una vida y... Lo quiero.
— Felicidades, Su.
Ambas amigas se fundieron en un reconfortante abrazo, reposando el mentón en el hombro de la otra.
—Sí, bueno, deberías acompañarme a buscar mi vestido cuando el momento llegue— advirtió Susan al separarse—, ahí tienes, estamos al día.
— Seré una mejor amiga para ti a partir de ahora— prometió Hermione.
— Además de una buena dama de honor, no lo olvides— río Susan.
— Tendrás que hablarme más de todos tus planes.
—Por ahora— dijo Susan, inquisitiva—, solo quiero enfocarme en año nuevo, un paso a la vez, ¿Harry y tú tienen planes?
—Hemos pasado navidad solos, con Teddy en casa. Creímos que estar con los Weasley sería justo.
—Eres una más de ellos— opinó Susan y, aunque se resistió, no pudo evitar preguntar: — ¿Ella estará ahí?
Hermione mordió sus labios. También lo había pensado, más veces de las que se sentía justo hacerlo.
—No lo sé... Ni siquiera sé si estoy lista para verla— admitió trémula.
La sola idea le revolvía el estómago. Encontrarse con Ginny Weasley sería igual que hallarse frente a frente con sus mayores temores. Definitivamente, la culpa opacaría a cualquier otro sentimiento. Si bien Ginny desapareció prudentemente, alejándose de su boda, de su matrimonio y todo lo que Harry y Hermione significaran, no lo haría eternamente, mucho menos de su familia. Pedirle algo como eso sería simplemente desconsiderado.
Hermione no deseaba que Ginny creyera que estaba arrebatándole algo más. Por ello, pasar año nuevo en la Madriguera suponía todo un desafío a enfrentar.
—Algún día pasaría, pero debes mantenerte tranquila. Lo he visto, Harry te mira como si no existiera nadie más a su alrededor, no hay nada porque temer.
—Sí— respondió Hermione a secas, o de lo contrario admitiría cuan ansiosa la ponía la idea— ¿Por qué no me cuentas más sobre tu boda?
Susan río encantadoramente, narrándole todas aquellas ilusiones por su próxima boda. A Hermione le alegraba que sus amigos estuviesen encontrando su propio camino.
Aquel día, charlando con Susan Bones de cualquier mínimo acontecimiento ocurrido en sus vidas, Hermione tuvo más claro que nunca que el mundo seguiría su curso sin esperar por nadie.
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Llegó por la noche, envuelto en un diminuto papel rojo metálico, decorado con finas líneas doradas en movimiento. Atado a la patita de una lechuza parda, el acogedor recordatorio de los Weasley, invitándolos a pasar el año nuevo con ellos. Haciéndolo todo más real.
Hermione apenas consiguió conciliar el sueño por unas horas, incluso con Harry durmiendo a su lado con tal tranquilidad que, por momentos, la llevó a pensar que su preocupación era exagerada.
No se negaría a asistir a su cena, sabiendo lo importante que era la familia y, sobre todo, no después de la sobrecogedora calidez demostrada por Molly durante su boda. Ninguno deseaba perder relaciones con la familia Weasley.
A media tarde del treinta y uno de diciembre, al entrar a la habitación, ampliamente iluminada por los rayos del sol, Hermione se permitió un momento de contemplación.
Gran parte de su mañana se basó en preparar algún aperitivo sustancioso con el que cuál presentarse en la Madriguera, lo que, en retrospectiva, con el silencio que su propia concentración le pedía al cocinar, solo sirvió para llenarla de pensamientos intrusivos. Cómo Ginny apareciéndose en medio de la cena, sus ojos encontrándose con los de Harry... Ambos mirándose con anhelo...
Tan bien como lo conocía, a Hermione le aterraba encontrarse en la mirada de su esposo algún sentimiento todavía dirigido hacia Ginny.
"No sigas por ahí", se advirtió Hermione, tallándose el rostro con las manos o de lo contrario se volvería loca. En su lugar, inspeccionó a los lados y preguntó al aire: — ¿Harry?
La habitación estaba vacía. Las ventanas se encontraban abiertas, haciendo que las cortinas se mecieran sincrónicas, llevadas por el viento, al fondo, Crookshanks, hecho un ovillo sobre la cama solo le dedicó una fugaz mirada y escondió el rostro entre sus patas, pero no había rastro de la presencia de Harry. O no lo hubo, hasta que Hermione se internó un par de pasos más y el sonido de la regadera proveniente del baño aclaró su ubicación.
Esperaba que se apresurara, así, ella podría darse una ducha y deshacerse de los restos de harina en su ropa. Jamás fue especialmente talentosa en la cocina, pero llegar con las manos vacías a una cena con tantas personas no podía ser correcto y la sola idea de ser los últimos en aparecer no le parecía mínimamente agradable.
Todavía era extraño compartir su habitación con alguien más, siempre recelosa de su espacio, incluso cuando salía con alguien. Todos ellos, chicos cuyas relaciones románticas la llevaron a creer que lo mejor sería permanecer soltera de por vida.
Convivir con Harry era sencillo. La mayor parte del tiempo sería desordenado sin siquiera darse cuenta de ello, pero nada alarmante, el resto, intentaría esforzarse en acoplarse al extenuante orden con que Hermione mantenía la casa y básicamente, toda su vida.
Compartir su habitación ni siquiera fue planeado. Al volver a casa, ambos comenzaron a buscarse por la noche y solo entonces, Hermione encontró la suficiente confianza para sugerirle que resultaría más práctico tener su ropa y pertenencias en el mismo sitio, en lugar de que Harry tuviese que marcharse a su habitación para cambiarse cada mañana. Él estuvo de acuerdo.
Al mirar la ropa que Harry usaría, descansando sobre la cama, se motivó para hacer lo mismo.
Le gustaba su sincronía.
Alejándose hacia su ropero, hurgó en este y luego en los cajones del buró para hacer lo mismo, de modo que, cuando Harry saliera del baño estaría lista. Justo cuando ordenaba su ropa, manteniéndola cerca para el momento en que pudiese entrar al baño, el sonido de la regadera se detuvo, inundando todo de silencio. Segundos después, escuchó la voz de Harry llamándola desde el baño en un susurro distante.
—¿Qué ocurre?
Titubeante avanzó a pasos lentos hacia el baño. Lentamente, Hermione tomó la perilla y la giró, asomándose; no es que pudiera ver mucho, con el denso vapor de agua llenándolo todo.
—¿Harry? — repitió, sin obtener contestación. Ligeramente intrigada, entró por completo en el baño, buscando una explicación.
Encima del lavabo distinguió sus inconfundibles anteojos, cuyos cristales se encontraban tan empañados como el espejo mismo, del que resbalaban gotas de agua, perdiéndose en una rápida carrera hacia el lavabo. Encontrarse ahí comenzaba a resultar caluroso.
—¿Harry?
—Ah, ahí estás— respondió él finalmente. Su figura ahora era todo lo visible que podía ser, a pesar de los escasos tres metros separándolos. Hermione se concentró en cualquier otro sitio, pese a que inevitablemente su mirada terminaba por retornar a su silueta difusa.
—¿Qué sucede? — preguntó ella—. Deberías apresurarte— murmuró con tono resuelto.
—¿Por qué? — indagó Harry y el sonido de la ducha volvió.
Su concentración se perdió, imaginándose las traviesas gotas escurriendo por su cuerpo húmedo. Merlín, no podía siquiera saber a en qué momento dejaría de sentirse nerviosa. Él era su esposo ahora y, por tanto, no podría parecer una adolescente ingenua ante su presencia eternamente.
—Si quieres que lleguemos a tiempo para la cena lo harías— declaró Hermione con voz solemne, asegurándose de mantenerse bien quieta en su lugar, cerca de la puerta.
—Solo exageras— río Harry, mientras ella trataba de no sentirse ridícula al encontrarse hablando con el vacío, pese a tenerlo tan cerca.
—En todo caso, ¿Qué querías? — exigió saber, exasperándose.
—Oh, eso, olvidé la toalla afuera. Sé que no te gustaría si salgo así, mojando todo el piso.
Inconscientemente, Hermione colocó ambas manos sobre sus caderas.
—¿Por qué no usas tu varita para convocarla? — lo reprendió, apartándose el cabello de la frente, comenzaba a sudar—. Honestamente, eso te llevaría apenas dos segundos.
—¿Adivinas dónde está mi varita? — inquirió Harry con un antipático tono.
Antes de que pudiera reprenderlo nuevamente, Harry asomó su cabeza. Sus cabellos empapados caían sobre su frente, luego estaba su cuello, sus clavículas y... Hermione tragó con fuerza.
—¿Realmente esperas que...?
—Está bien— protestó Harry y su pecho apareció en su visión al hacer ademán de abandonar la ducha—, lo haré yo mismo, no te molestes si el piso se moja.
Sin pensarlo, solo obedeciendo a su consideración, Hermione se dio la vuelta inmediatamente, cerrando los ojos en el proceso.
—Honestamente...— suspiró irritada, solo para permitirse fingirse normal y salir del baño en dos rápidos pasos. La risa de Harry a sus espaldas no mejoró su bochornoso ánimo.
Al salir, el frío de la habitación, en comparación con el caluroso ambiente del baño la sofocó.
Respirando hondo, sus dedos sacudieron el escote en su blusa en busca de aire, sentía sus mejillas rojas y, al recordar aquel punto determinado en su anatomía que prefirió no mirar, la sensación no mejoró. Le pareció que incluso Crookshanks le miraba reprobatoriamente, pues saltó de la cama y desapareció por el pasillo meneando la cola.
Cómo Harry le aseguró, su varita y la toalla estaban del lado en que dormía. Al tomar lo que necesitaba, secándose el sudor de la frente con el antebrazo, supuso que debería armarse de valor antes de volver ahí dentro. Él muy rufián siempre disfrutaría de jugar con sus nervios y no le daría una satisfacción como esa sin mantener su dignidad intacta. Contrario a él, que perdió cualquier escrúpulo con una rapidez alarmante.
Jamás lo imaginó siendo tan... Desvergonzado.
Mucho más entera, Hermione atravesó la habitación y volvió al baño, en dónde el vapor resultaba todavía más denso que antes. Lista para finalizar con su tarea, avanzó torpemente y extendió la toalla hacia el frente.
—Aquí tienes, ahora apresúrate.
Harry murmuró una afirmación y su mano apareció lentamente, pero no lo suficiente; escaso metro y medio los separaba, de modo que ella avanzó un par de pasos más. Finalmente, sus dedos se cernieron sobre la toalla y justo cuando Hermione la soltaba, esta cayó a los pies de ambos, sobre la alfombra de baño.
Hermione intentó agacharse para recogerla, lo que no funcionó cuando Harry la tomó ágilmente del brazo y ella ahogó un jadeo, segura de que se resbalaría cuando él tiró de ella hacia el interior de la ducha. En un segundo, el agua humedeció su rostro, mientras su cabello se volvía pesado, cayendo sobre su espalda y rostro.
—Pero ¿qué haces? — chilló Hermione, intentando liberarse sin éxito.
— Llegaremos tarde, tienes razón— admitió Harry, divertido—. ¿No querías ducharte?
Hermione mantuvo su mentón en alto, negándose a mirar a otro lugar que no fuera la regadera sobre su cabeza, dificultando su visión por el agua mojándola. Desistiendo cuando las gotas entraron en sus ojos, empujó el pecho de Harry e intentó escapar de nuevo antes de que toda su ropa estuviese mojada. Bastó que él colocara ambos brazos a los lados de la pared para impedírselo.
—Sí, pero después de que tú...
—¿No es más práctico así? — preguntó él con voz susurrante.
El brillo de diversión que hasta entonces poseían sus ojos fue apagándose al vagar libremente por la figura de la joven, cuya ropa ahora se pegaba peligrosamente a cada curva en su cuerpo. Lo que hasta ese momento se trataba de pura diversión cambió.
Harry dejó de sonreír y la contempló en un inquietante silencio. El agua caía sobre ambos, siendo el único sonido inundando el eco del lugar.
La amplitud de su espalda parecía resplandecer gracias al agua y Hermione experimentó un imperioso deseo por recorrerla con los dedos. Desde el inicio, su intención no significó ningún juego, consciente de lo que producía en ella.
Hermione dio medio paso hacia él, acortando la distancia, mientras Harry humedecía sus labios, concentrado en su boca. La amabilidad demostrada hasta entonces desapareció tan pronto los labios de Harry se encontraron sobre los suyos, besándola con urgencia.
Apoyando la cabeza contra la pared, obediente, Hermione abrió la boca, permitiéndole un libre acceso. Sus besos fueron húmedos y ansiosos con el agua colándose entre ambos.
Harry se aseguró de sostener con firmeza sus caderas. Actuando más seguros que antes, a sabiendas de que ninguno retrocedería.
Ahora, Hermione sabía exactamente lo que quería.
Lentamente, las manos de Harry ascendieron por su ropa mojada, abriéndose paso, luchando por liberarla de la tela pegándose a su cuerpo. Con una habilidad tortuosa, Harry desabrochó uno a uno los botones de su blusa, hasta que esta cayó al suelo. A ninguno le importó mucho. Cualquier pensamiento que Hermione pudo haber tenido desapareció en cuanto Harry la hizo ladear la cabeza, permitiéndole acercar su boca a su cuello.
Él recorrió su piel con los dientes, alternando al succionar el agua humedeciendo su piel, manteniéndola inmóvil cuando ella se removió entre sus brazos.
—Ha sido toda una treta tuya, ¿Eh? — repuso Hermione, jadeante. Harry sonrió contra su piel.
—Tal vez solo deseaba verte menos tímida— respondió en un susurro—, y sin tanta ropa de por medio.
Aunque lo intentó, Hermione no consiguió ofenderse, interesada en seguir con su conversación. Le gustaba aquella faceta suya.
—No lo soy— afirmó con voz temblorosa. Sus manos ascendían por su espalda y hábiles dedos se deshacían de su sujetador.
Cerró los ojos; mordiendo sus labios para mantenerse en silencio, reprimiendo los suspiros luchando por escapar. Los dedos de Harry trazaron complicadas formas alrededor de su espalda, siguiendo su columna y más tarde, acercándose a su abdomen. Ansioso por explorar todo aquello que su ropa ocultaba.
—Me pareció que sí— insistió Harry.
Su cuerpo se inclinó sobre ella, como si estuviese a punto de abrazarla. En su lugar, escondió su rostro entre su cuello, aspirando con fuerza. Hermione dio un respingo al sentir sus dientes recorriendo la línea de su cuello hasta su mandíbula, dejando pequeños mordiscos y depositando sutiles besos.
Motivado, sus labios descendieron hacia su clavícula, deteniéndose en la parte superior de sus pechos. Su aliento envió oleadas de calor a través de su cuerpo, ardientes y calcinantes, que se vieron multiplicadas tan pronto los cubrió con las manos; amasando, abarcándolos sin problemas. Guiándose por Hermione y los suspiros escapándose de sus labios entreabiertos, su rostro descendió un par de centímetros más y, más tarde, sustituyendo a sus manos, lo hizo su boca, mirándola en todo momento.
Sucumbiendo a la necesidad de aferrarse a algo, lo que fuese, Hermione lo atrajo hacia sí, manteniéndolo en su lugar. Su boca hacía maravillas sobre su piel. Necesitaba mantenerlo cerca conforme su respiración se volvía más errática.
Contrario a él, todavía sereno, moviéndose con precisión, actuando según sus reacciones; disfrutando jugar con ella. Hermione no lo permitiría.
Si Harry, como todos, creía que era demasiado tímida para su propio bien, le demostraría lo contrario. Después de todo, era tan competitiva como él.
Al abrir los ojos, anclándose de vuelta a la realidad, Hermione le dedicó una mirada desafiante que disolvió su sonrisa. Imitando su seguridad, ella le echó los brazos alrededor del cuello, enredando sus dedos entre sus rebeldes cabellos húmedos, tirando de él de vuelta a su boca. Los labios de Harry resultaron suaves y cálidos, permitiéndole tomar el control.
El beso comenzó a tornarse más intenso, en tanto la boca de Harry atacaba la suya, empujándola hacia él, acortando la distancia, impaciente por el roce. Hermione no sabía que debía hacer a continuación, así que hizo lo único que no habría hecho: no pensar. Dejándose guiar por su cuerpo y las sensaciones apoderándose de este.
Cuando Harry separó sus bocas unos centímetros ambos se miraron, sus ojos verdes, bajo la tenue iluminación y el vapor del agua parecían negros, dilatados por la pasión. Guiándose por su instinto y su escasa experiencia, Hermione lo motivó a juntar sus labios de nuevo para besarle con el mismo entusiasmo que él le había demostrado, besándolo con toda la pasión que conoce, la que él ha despertado en ella.
Ocultando su timidez, su mirada descendió por su torso, perdiéndose en su entrepierna. Sin conocer la razón de sus osadas acciones o escuchar a la molesta voz en su cabeza, llena de escrúpulos y reservas, Hermione se atrevió a rozar aquella íntima parte de la anatomía de su amigo, desconocida hasta hacia poco, acariciando la brillante punta con los dedos para luego envolverlo con su mano. Harry echó la cabeza hacia atrás, emitiendo un leve siseo ronco, reaccionando rápidamente a sus caricias.
Nunca se había visto tan atractivo. Su amplia espalda, su torso húmedo, sus anchos brazos, rindiéndose bajo el tacto de su mano, moviéndose lentamente, ganando confianza al guiarse por su expresión mientras Harry profería leves gruñidos de aprobación fue su recompensa. Ahora fue Hermione quien sonrió, orgullosa.
—Hermione...
Ella continuó. Escucharlo pronunciando su nombre solo la animó. Le gustaba escucharlo, la manera en que la llamaba, como si cada letra adquiriera un matiz diferente, un nuevo significado en sus labios.
Con el paso de los segundos, Harry terminó por apoyar la cabeza en su hombro, ajeno a todo, repartiendo pequeñas mordidas, mientras sus propias manos y las de Hermione continuaban moviéndose aleatoriamente hacia arriba y abajo, enseñándole como debía tocarle y motivándola a seguir cuando esta aprendió.
La escena le parecía totalmente estimulante. Ver aquella faceta tan vulnerable y, asimismo, tan cautivadora de Harry, siendo ella quien causara ese efecto en él le hacía sentir poderosa.
Eventualmente, Harry sujetó sus manos con firmeza, apartándola. Sus ojos, más oscuros que antes no admitían réplicas. Lejos de creer que había cometido un error, al conocerlo tan bien como lo hacía, Hermione creyó entender lo que sucedía.
—Detente.
—¿Y si no quiero hacerlo? — lo desafió Hermione e intentó liberarse.
— Harías todo menos divertido— respondió Harry con un peligroso tono que confirmó su teoría. Aquello estaba lejos de terminar.
Su mano se posó en sus caderas, enredando los dedos en el borde de su pantalón, tirando certeramente hacia abajo, deshaciéndose de las últimas prendas que vestía. Hermione se sostuvo de sus hombros para no perder el equilibrio.
—¿Esta era tu intención? — preguntó ella, sonriendo jactanciosa.
—Tengo toda clase de intenciones contigo— murmuró Harry, atrayéndola por la nuca.
El calcinante beso que siguió comenzó una feroz lucha por mantenerse con el control. Harry no fue suave, ni tierno, devorándola a cada beso. Apenas empleando fuerza, justo cuando Hermione se disponía a abrazarse a él, Harry la hizo darse la vuelta, y segundos más tarde, sintió su pecho pegándose a su espalda, obligándola a inclinarse hacia el frente, a las frías baldosas en la pared; entonces notó la presión.
La pesada respiración de Harry golpeó su cuello, apartándole el cabello. Acarició su espalda, delineando su figura, cada curva y deteniéndose en sus caderas, sus manos se sujetaron de ellas. Hermione contuvo la respiración, expectante, y exhaló aliviada cuando Harry se adentró en ella.
Ambos ahogaron un jadeo que se difuminó con el vapor y todo cobró sentido a su alrededor.
Las gotas de agua resbalando sobre y entre ellos y la perfecta unión de sus cuerpos. Las manos de Harry se mantuvieron estáticas, comenzando un tortuoso y suave vaivén que amenazó con arrebatar la poca cordura de Hermione, quien comenzó a moverse con impaciencia, meciéndose contra él. En respuesta, los dedos de Harry se clavaron sobre su piel, aumentando el ritmo de sus embestidas.
Hermione arañó la pared, sin saber de qué sostenerse y, en ocasiones, Harry terminaba por inclinarse sobre ella, buscando su boca, casi derrumbándose sobre ella mientras sus manos buscaban el punto en que sus cuerpos se unían de manera tan placentera. Ambos se frotaron contra el otro, buscando ansiosamente la fricción de sus caderas, sus alientos y jadeos se mezclaron, llenando toda la habitación.
Podía verlo, cómodamente situado detrás de ella, a su mejor amigo, a su confidente por años, pero también, detrás de la pasión con que la embestía, encontró a su esposo. A aquella fascinante y recién descubierta versión de Harry Potter.
Sus movimientos, más fuertes e irregulares obligaron a Hermione a cerrar los ojos con fuerza, abandonándose por completo en la placentera sensación. Tan pronto recobró el sentido, respirando con dificultad, creyendo que el corazón podría salírsele del pecho en cualquier momento, Harry le hizo darse la vuelta y la besó, un gesto calcinante que reavivó su excitación.
No había tenido suficiente de él, no aún.
A diferencia de su primer encuentro, más amable, tímido y dulce, Hermione creía que había algo de primitivo en la manera en que actuaban ahora, conduciéndose solo por su instinto y el deseo por el otro.
Al separarse, antes de que Hermione pudiera comprender lo que sucedía, todavía luchando por recuperar el aliento, Harry la levantó del suelo con un ágil movimiento, obligándola a sostenerse de sus hombros para no caer, mientras él hacia lo mismo con sus piernas, elevándola lo suficiente como para que pudiera rodearle el cuerpo con ellas. Sin dejar de mirarse a los ojos, ella se aferró a él, comprendiendo cuando Harry la situó sobre sí y bajó su cuerpo lentamente.
Cualquiera diría que, por su expresión, Harry sufría con cada centímetro que Hermione descendía, acogiéndolo en su cálido interior, pero nada más lejos de la realidad.
Inconscientemente, Hermione buscó sus labios, en tanto las caderas de Harry, tenso, empujaban contra las suyas, apoyando la espalda de la joven contra las baldosas, atrapándola entre su cuerpo y la pared para moverse con mayor libertad. Sus manos la sostuvieron por los muslos, ayudándola a moverse, meciéndose y frotándose.
Harry apoyó su frente contra la de Hermione, gruñendo mientras ella emitía un largo suspiro en respuesta a cada embestida. Al inicio, sus movimientos fueron suaves, sin prisa alguna, besándose entre jadeos. Eventualmente, Hermione clavó sus uñas en la espalda y hombros del joven, animándolo a moverse, desesperada por la fricción.
En respuesta, gruñendo, él arremetió contra ella, brusco y demoledor, pero, aun así, conservando su esencia. Harry se apoyó en ella, en cualquier parte de su cuerpo de la que pudiera sujetarse, con brusquedad, moviéndola a su antojo y aquello, lejos de parecerle intimidante, encantó a Hermione. Sabía que la preocupación que sentía por ella, que el cariño y el cuidado existente entre los dos guiaba sus acciones, pero también, aquella feroz pasión que despertaban sus encuentros, permitiéndole conocerlo mejor.
El sonido del agua cayendo y de sus caderas chocando con fuerza llenó la habitación en un coro de gemidos ahogados.
En todo momento, Harry la miró, lo sabía, sintiendo su mirada clavándose en ella, atento a cada expresión de placer en su rostro, besando y recorriendo cada fracción de piel a la que tuvo acceso. Llamándose entre gemidos, sus nombres escapando de sus bocas, mezclándose con el agua y sus respiraciones erráticas.
En otra situación le parecería arriesgado, creyendo que resbalarían en cualquier momento, pero en ese instante Hermione no atinó más que a sujetarse de sus hombros. No deseaba tener que separarse de él por nada en el mundo.
La calcinante sensación que Hermione experimentó en su bajo vientre no tenía comparación. El placer que recorría su cuerpo entero, hasta la punta de sus dedos la llevaron a creer que desfallecería en cualquier momento.
—No dejes... no dejes de moverte…— suplicó Hermione.
Ahogando sus jadeos contra la boca de Harry, Hermione tiró de sus cabellos, profundizando el beso. Las embestidas se volvieron más irregulares, salvajes, sucumbiendo a un inevitable frenesí que terminó cuando Harry emitió un gruñido ronco contra su piel. Hermione arañó su espalda, apenas consciente, arqueándose contra la pared mientras Harry escondía su rostro entre su cuello; ella lo acompañó, convulsionando al mismo tiempo en intensos espasmos.
Finalmente, Hermione emitió un sonido ahogado, derrumbándose contra el pecho de Harry. Al soltarla, separándose, liberando sus piernas del complicado agarre con que sus brazos la sostenían, Harry la depositó nuevamente en el suelo.
Tambaleante, Hermione apoyó su espalda contra la pared, respirando pesadamente. Súbitamente la habitación le parecía más luminosa, el mundo más real y cada poro en su cuerpo sensible a lo que sucedía a su alrededor.
Sus ojos volvieron a encontrarse, tanto uno como el otro luchaban arduamente por regular su respiración. Parecían haber sido parte de un evento extraordinario. Nada para lo que Hermione estuviese preparada. Evidentemente, luego de su primer encuentro, deseaba que este se repitiera. No sabía cuándo, ni cómo sería, pero definitivamente no esperó que fuese tan intenso.
—Llegaremos tarde— anunció Hermione, riendo sin aliento, se sentía embargada por una alegría que rozaba lo ridículo—, si alguien pregunta, diré que fue por culpa tuya.
Harry negó inocentemente con la cabeza. Como ella, su pecho subía y bajaba irregularmente.
—Si hubiese querido, no saldríamos de aquí en todo el día— aseguró él con voz sugerente.
Riendo, incapaz de dejar de sonreír, Hermione arqueó una ceja. La propuesta no se le ocurría inoportuna.
Sonriendo con dulzura, ajena a la imagen que tenía de él apenas minutos atrás, Harry tomó su rostro entre las manos, repartiendo incontables besos por todo su rostro. Sus manos acariciaron sus hombros, su abdomen y espalda con suavidad, pegándola de nuevo a su cuerpo. No había caricias ansiosas esta vez, ni pasión de por medio, solo un apretado abrazo de protección, íntimo, disfrutando de sus últimos momentos.
Le quiere. En ese instante más que nunca, Hermione lo tuvo claro. De una manera que no consideró posible antes, confiada en que lo conocía mejor que nadie, que podía leer cada una de sus facetas; amando sus aciertos y defectos.
Qué equivocada estaba. El desbordante sentimiento que ahora sentía por él solo complementó todo aquello que dio por hecho tantos años atrás. Le quería, como a su mejor amigo, como a su confidente, como a su esposo... Él hombre con el que deseaba pasar su vida.
Sin hablar, sabiendo que cualquier palabra carecería de sentido después de todo lo ocurrido permanecieron en la misma posición, abrazados, de pie bajo la ducha. Aferrándose a sus húmedos cuerpos, expresando sin palabras todo aquello que ninguno se atrevía a exteriorizar todavía.
—¿Realmente debemos ir a la Madriguera?
Harry río, besando su hombro antes de separarse completamente, solo para tomar la pastilla de jabón, enjabonándole la espalda, ahora sí, concentrado en ducharse.
—Hemos prometido que pasaríamos el año nuevo allí, así que, me parece que sí.
Hermione suspiró, repentinamente desanimada. La cena, el año nuevo y cualquier cosa carecía de importancia. No había manera de que quisiera separarse de Harry Potter en los próximos veinte años.
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El caluroso ambiente en la Madriguera auguraba una larga cena familiar. Desde sus tiempos en el colegio, encontrándose en la pintoresca casa familiar al llegar las vacaciones, Hermione recordaba que cada festividad adquiría cierto matiz de autenticidad.
Ninguna fecha sería la misma, siempre llenas de anécdotas por contar, sin importar la guerra, los peligros y el oscuro futuro por venir. Olvidarían todo aquello, relajándose con las bromas de los gemelos, la cálida presencia de Sirius y Remus y la sustanciosa comida que la señora Weasley prepararía.
Si bien era cierto que los años habían acabado con ello, y que muchos de aquellos momentos no volverían con tantos asientos vacíos en la mesa, Hermione se aferró a la idea de que sí, recibir el año nuevo sería diferente, pero no por ello debía ser desesperanzador.
Todos eran adultos ahora. Con vidas hechas, familias construyéndose, una nueva generación desplazando a la anterior.
Hora y media después de su larga ducha, con el atardecer brindándoles los últimos rayos de sol como iluminación, Harry y Hermione aparecieron a unos metros del jardín trasero de la Madriguera, todavía repleta de arreglos navideños. Cómo esperaban, la puerta de la cocina se encontraba abierta de par en par y el delicioso aroma de la comida inundaba todo.
Al atravesar el umbral de la puerta, George y Ron, ambos vistiendo su colorido y tradicional suéter tejido fueron los primeros en recibirlos. George, alto y, sorpresivamente, de mejor aspecto, avanzó a su encuentro, interponiéndose entre ambos para rodearlos con los brazos.
—Aquí están los recién casados, vaya, ¡qué bien les sienta el matrimonio!
Moviendo sugestivamente sus pelirrojas cejas, sin obtener una respuesta que no fuera un empujón de Hermione, prefiriendo mostrarse ofendida que avergonzada, George decidió mantenerse a raya, volviéndose hacia a Harry.
— Enhorabuena, gracias por darnos tu buena opinión— comentó George, palmeando la espalda de Harry.
—Te repetí que funcionaría— protestó Ron, siguiéndolos de cerca— ¡Y lo ha hecho!
— Nunca está de más una buena crítica, ¿Eh? — inquirió George, fallando al evadir el golpe que Ron asestó en su hombro, totalmente ofendido.
—Está de tan buen humor que me resulta irritante— siseó Ron.
George y Harry habían avanzado unos metros por delante, hablando todavía acerca del éxito del producto. No era ningún secreto que, incluso cuando Fred se mantenía al frente del negocio con su gemelo, dedicarían tiempo suficiente para mantener a Harry al tanto. Cómo si, de alguna manera, siguieran debiéndoselo.
—¿Está mal que tu hermano esté feliz? — preguntó Hermione en un susurro.
Ron hizo una mueca culpable, comprendiendo. Desde la muerte de Fred los días buenos de George se resumirían a algún comentario ingenioso o alguna broma espontánea.
—No, por supuesto que no— repuso Ron, en el mismo tono—, pero creo saber cuál es la razón.
Lo conocía. Estaba muriendo por decírselo, por confesar aquello que posiblemente había devuelto una pizca de alegría a la vida de George y, si era sincera, Hermione también quería saberlo.
—Cartas— murmuró Ron, como ella, dejando de avanzar. El ruido de las voces provenientes del comedor, a apenas a unos metros los llevó a acercarse, en confidencia.
—¿Cartas? — repitió Hermione, sin entender.
—Ha recibido cartas, de una chica. Las descubrí en Sortilegios Weasley, envueltas en una cinta. Eran muchas.
—¿Quién es ella? ¿Leíste su nombre? Oh, Ron, ¿Leíste las cartas? — inquirió Hermione, intrigada con la idea. No le parecía correcto irrumpir en la vida privada de alguien, pero sí que deseaba conocer la identidad de aquella misteriosa chica.
—¡Merlín, no! Pero he querido hacerlo— admitió Ron, sobándose el cuello—. Le he visto escribir por horas, encerrado en la oficina. Él jamás había escrito antes.
—¿Cómo sabes que escribe a una chica? ¿No has dicho que no leíste nada?
Ron parecía atrapado. Mirando alternativamente a los lados.
—No, es cierto, pero...
—¡Lo hiciste! — dijo Hermione, cubriéndose la boca con las manos.
—¡No, no es así! Solo he... Yo solo, leí algo que él escribió, se refería a una chica, ¡Es todo lo que sé!
Analizándolo por varios segundos con los ojos entrecerrados, Hermione reconoció que debía decir la verdad.
—Pensé que aparecería con ella aquí, que la traería a la cena, a casa...— siguió Ron, echando una mirada sobre su hombro—, y no sucedió.
—Tal vez no deberíamos involucrarnos. Quizás esto es lo que él quiere.
—Sí, bueno, yo solo quiero que mi hermano sea feliz— repuso Ron, vacilante.
Hermione colocó una mano sobre su brazo, confortándolo. Sus deseos eran sinceros. Luego de la guerra, George y Ron se habían acercado, buscando en el otro a su hermano perdido.
—Lo será y cuando esté listo estoy segura que te lo contará. Si ella está haciéndolo feliz...
—Debe ser una gran chica— razonó Ron, con una nada habitual sabiduría.
Conforme, Hermione se colgó de su brazo y, antes de que pudiera avanzar o ella preguntara por algo más, Ron agregó: — Harry también luce feliz contigo.
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Molly Weasley olía a vainilla.
Sus cálidos brazos rodeando el cuerpo de Hermione en un apretado abrazo, saludándola, y también, inundándola de su curioso aroma, una mezcla de perfume y vainilla, quizás por los postres que seguramente había preparado durante gran parte de la tarde.
—Qué considerada, querida— le dijo la mujer, recibiendo de sus manos la preparación de Hermione, pequeños pastelitos azucarados, rellenos de especias y fruta picada, una receta fácil que seguir.
La colocó al lado del resto de platos, todos ellos rebosantes de comida. La cocina parecía más luminosa que nunca, preparada para recibir el año nuevo. La mayor parte de la familia se encontraba ahí, charlando, ayudando con la preparación de la cena, a excepción de Bill, Fleur y su hija, de vuelta en Francia para pasar las fiestas con los Delacour, la familia de Fleur.
—Escuchamos lo que ocurrió, creímos que nos enteraríamos por ustedes y no por el periódico, ¡Debieron venir aquí después de eso! — exclamó la señora Weasley, recordando el ataque y con ello, toda su preocupación volvió.
—Ron y Luna fueron muy hospitalarios con nosotros. No queríamos causar ninguna molestia— arguyó Harry, colocándose al lado de Hermione, de pie frente a la mesa.
—¡Tonterías! — irrumpió Molly, con una mano sobre el pecho—. Debieron venir aquí, ¿No es así, Arthur? Estábamos tan asustados.
—Nunca causarían molestias— afirmó el señor Weasley, rodeando con el brazo los hombros de su mujer, como siempre, su aspecto apacible contrastó con el de su esposa—. Ahora bien, he escuchado toda clase de cosas acerca del ataque, ¿Es cierto que esos hombres emplearon artes oscuras para entrar a la casa sin que se dieran cuenta?
—No— respondió Hermione, decidiendo omitir el hecho de que, para la hora en que ocurrió, acababan de salir de la cama—, pero fue bastante aterrador.
—Han escrito mucho acerca de ello, no en El Profeta, por supuesto— narró George—, aquello habría sido tan falso como todo lo que escriben, si tomamos en cuenta que solo hablaron acerca de tu vestido, Hermione.
—¿Periódicos de reciente creación? — adivinó Hermione, decidiendo omitir el terrible artículo escrito en El Profeta, tan frívolo que no tenía importancia rememorarlo.
En cambio, decidió enfocarse en las palabras de George, si era como suponía, podía imaginarse la clase de mentiras que escribirían con tal de vender un par de ejemplares, no muy diferente a lo que el ministerio querría decir.
—Digamos que sí— respondió George, astutamente—. Sé lo que piensas, pero por increíble que parezca, sus escritos no son completa basura amarillista. Desde que todo esto comenzó, he leído sus reseñas de la ley matrimonial y el procedimiento que utiliza el ministerio, cuestionándolo todo, no deben gustar a cualquiera, y eso lo hace aún más interesante.
Harry colocó su mano sobre el hombro de Hermione, no de la manera confortable en que habría hecho en cualquier otro momento. Su mano imprimió un poco de fuerza, quizás de manera inconsciente.
—¿Dónde has leído algo como eso? — preguntó el señor Weasley reprobatoriamente.
George hizo una pausa, humedeciendo sus labios con la lengua.
—No diré nada que no quieras escuchar, papá.
—Solo dilo de una vez, yo sí quiero saberlo— irrumpió Charlie, interesado.
—Bien, no sé quién es, un autor nuevo, supongo, pero con escritos ciertamente... Jugosos. Podría recomendarte un par de sus artículos— sugirió George, inclinado hacia su hermano mayor.
—Que nadie cercano al ministerio te escuche hablando de él— dijo Harry, interrumpiendo su conversación como si no pudiera contenerse. Para no parecer tan tenso, se sentó, aparentemente interesado en dar el tema por zanjado y logrando todo lo contrario.
—Oh, vaya, ¿Lo conoces? — preguntó George, sus ojos adquirieron un brillo de astucia.
—No, pero sí a su editorial, si puede llamársele así, y ha causado mucho ruido últimamente— respondió Harry, hablando entre dientes.
—Al decir que no diga esto con nadie cercano al ministerio, ¿Te incluye a ti? — preguntó George, en tono bromista.
—Hablo en serio— sentenció Harry, siendo todavía lo suficientemente amable para que sonara solo como una sugerencia—. Ese sujeto... Puede parecer que tiene razón en muchas cosas, pero no es más que un alborotador.
—No mencionó nada acerca de magia oscura en el ataque a ustedes— dijo George, sopesando la información— ¿Al menos puede dársele el beneficio de la duda?
—Toda opinión es válida, siempre y cuando tenga sustentos reales— opinó Charlie y entonces, antes de que Hermione pudiera abrir los labios, se adelantó y preguntó—, de todos modos, ¿Quién es ese sujeto?
—Egan Sayre— contestó George con simpleza, sosteniendo la mirada de Harry, quien asintió; hablaban de la misma persona.
— Deberías hacer caso a Harry y dejar de leer periodismo barato— intervino Ron, previendo, como Hermione, que había algo extraño en todo aquello.
El ambiente se tornó incómodo, incluso aunque Harry se mantenía sereno, trazando círculos en la espalda de Hermione.
— Debieron haberla visto, Hermione estuvo grandiosa— alabó Harry, luego de unos segundos, intentando mejorar los ánimos—. No pasó nada grave realmente. Eso es lo único que importa de verdad.
—¡Una suerte que estuvieran preparados! — insistió Molly, aliviada ante el cambio de tema.
—¿Qué sucedió con ellos? ¿Saben cuáles eran sus propósitos? — preguntó Charlie. Harry debió responder algo a lo que Hermione no prestó atención; Luna se acercaba desde el recibidor.
Agradecida de haber cambiado el caluroso tema de conversación anterior, Hermione se prometió investigar por sí misma. La única manera en que conseguiría una opinión objetiva del asunto que, a simple vista, no era del agrado de Harry.
— Comenzaba a preguntarme dónde estabas— dijo Hermione a modo de saludo. Ambas amigas se abrazaron calurosamente, con el vientre de su amiga, cada día más grande, interponiéndose entre las dos.
—A veces necesito descansar, ¡Estar embarazada es tan agotador! No es algo que recomendaría, no.
Hermione río. La pérdida de la energía de Luna, siempre hallándose en nuevas tareas, ocupando su tiempo en cualquier cosa que le resultaría apasionante debía ser lo que más extrañaba.
—Por un segundo creí que no vendrían— siguió Luna, no hizo falta preguntar el motivo por el que lo creía.
—Harry y yo realmente queríamos estar aquí— arguyó Hermione, mirando en otra dirección. La curiosidad era apenas soportable, deseaba preguntarlo de una vez, liberándose de la incertidumbre.
—Sé lo que pasa por tu mente— dijo Luna y la tomó gentilmente del brazo—, solo pregúntalo.
Cuidándose de que nadie pudiera escucharlas, Luna y Hermione se apartaron del resto un par de metros y solo entonces, en un trémulo murmullo, preguntó: —¿Ella está aquí?
La compasiva mirada de Luna la alertó, desapareciendo al segundo siguiente cuando esta negó imperceptiblemente con la cabeza. Inconscientemente, Hermione se encontró suspirando, sintiéndose tan reconfortada como miserable por la perspectiva que suponía no tener que encontrarse con la presencia de Ginny Weasley, al menos por un día más.
Lo que no podría postergarse eternamente.
Apresurándose hacia el frente, después de largos e interminables minutos poniéndose al tanto, Hermione se colocó al lado de Luna y Charlie, sirviendo la comida para todos, mientras Ron y George servían un líquido oscuro en diferentes copas de cristal, asegurándoles ser el mejor licor que habrían de probar en toda la noche.
—Recibimos una carta esta mañana— comentó la señora Weasley, sentada al lado de su esposo, a la cabeza de la mesa. Parecía inquieta sin nada que hacer, con todos impidiéndole acercarse a servir la comida.
—¿Quién escribió? — preguntó Charlie, pasando los platos a Hermione.
—Tu hermana, claro. Pobrecilla, desde navidad no ha hecho más que trabajar.
Hermione se paralizó, sujetando a tiempo el plato que Charlie le ofrecía. Su mano hizo un rápido movimiento para mantenerlo en sus manos, quemándose cuando el estofado escurrió por uno de los bordes. Sin embargo, fingió que nada sucedía, ocultando el ardor en su piel, atenta a cualquier palabra que surgiera de la boca de la señora Weasley, ensimismada en hablar de su hija.
—Creí que por las fiestas el equipo estaba tomándose un descanso, como todos— comentó Charlie, extrañado—, incluso yo lo he hecho.
—Bueno, quizás se debe a qué... Sí, bien, ella querría habérselos dicho en persona...
Charlie, Ron y George miraron fijamente a su madre. El tono misterioso en su voz escondía más. Algo, que erizó la piel de Hermione.
—No lo tenía claro, lo ha consultado con nosotros, en navidad hablamos de ello y.…— hubo una pausa en que la señora Weasley se inclinó hacia su esposo, mirando ansiosamente a los presentes. Su mirada se entretuvo por largos segundos en Harry.
—Su hermana se comprometió— dijo el señor Weasley sin rodeos.
La reacción de sus hermanos tardó en llegar, finalmente descomponiéndose en distintos grados de desagrado. Ninguno celebraría la noticia. Así como tampoco lo hizo ningún otro presente y mucho menos Harry, a quien Hermione miró al instante, rígido en su asiento; si bien su expresión no decía mucho, aquello por sí solo era una respuesta a las palabras del señor Weasley.
—¿Con quién? — preguntó George, tan serio como si hubiese recibido la más fatídica de las noticias— ¿Dónde está ella? ¿Por qué no decírnoslo en persona?
—¿Lo permitieron? ¿Tan fácil como eso? — siguió Charlie, observando a sus padres como si no pudiera reconocerlos.
La señora Weasley apretó sus manos ansiosamente en su regazo, jugando con los bordes de su ropa. Debía haber esperado una reacción como esa.
—Ella quiso llevarlo así, la asignación, su compromiso, sus preparativos para la boda...
—¿Boda? ¿Cuándo pensaban decírnoslo? ¿Cuándo estuviera casada? — irrumpió Ron, malhumorado. Luna tuvo que acercarse, colocando una mano sobre su hombro.
—Ha sido decisión de su hermana— sentenció el señor Weasley firmemente, silenciando las protestas de sus hijos—. Al inicio nos negamos, como ustedes, pero es una adulta y ha sabido sobrellevar esto con entereza, le dimos nuestro apoyo y...
—Lo conocimos— murmuró la señora Weasley, ensimismada—. Después de... Es un joven agradable, apuesto incluso...
—¿Eso importa? — gruñó George.
Hermione permaneció en silencio, sin moverse, ¿Qué diría? Tan conmocionada por la noticia como los otros, su mirada descendió hasta el brillante anillo en su dedo anular, observándolo como si deseara hallar en la argolla un significado, una semejanza a lo que escuchaba.
—¿Qué saben de él? Información real, quiero decir— exigió saber Charlie, presionando sus dedos sobre su frente.
—No sabemos mucho, pero según las cartas de su hermana, si bien su familia no es reconocida él tiene una buena reputación y está creando una pequeña fortuna. La asignación nos ha dado certeza, confianza. Si es compatible con Ginny... — masculló la señora Weasley, sonando como si deseara convencerse a sí misma.
Uniendo piezas, siguiendo indicios, antes de que pudiera llegar a una resolución concreta, los recuerdos de Hermione la llevaron a aquella helada noche, de pie afuera de las Tres Escobas, observando el sendero nevado de la calle vacía por la que Ginny desapareció en compañía de, hasta hace poco, aquella figura desconocida. Ahora podía imaginar de quién se trataba.
—Lo conocerán, harán todo oficialmente— aseguró el señor Weasley—. No hay manera de que la dejemos casarse con alguien que no aprobaríamos.
La firmeza empleada por el señor Weasley pareció dar consuelo a las inquietudes de sus tres hijos y, también, al propio Harry, luciendo tan extrañamente inexpresivo como antes, recuperándose de la impresión rápidamente.
—Hasta que se aparezca por aquí...— dudó George, menos conforme que todos. Finalmente, decidiéndolo dejar pasar, al menos por esa noche.
En tácito acuerdo, todos aprobaron no insistir, dispersando el rumbo de su conversación a temas considerablemente más agradables. La comida terminó de servirse, en tanto todos se reunían en sus respectivos asientos alrededor de la mesa. Harry la ayudó, arrastrando la silla hacia atrás para ella, a su lado.
Su cuerpo, tan cerca... Hermione intentó no pensar en Ginny, en su nombre, dando vueltas en su mente. Distraída como estaba, tardó en notar que él la veía y luego, tomaba su mano cuidadosamente, rozando con los dedos la enrojecida zona.
—Oh, eso, no es nada.
—¿De verdad? Se ve enrojecido.
—No es nada— insistió Hermione, su sonrisa tembló cuando él besó su mano con dulzura, sin pensarlo, mecánicamente.
—Ten más cuidado.
Encontrando consuelo y, también, confianza en el gesto, Hermione se relajó. Aquella muestra de afecto, tan pequeña y tan valiosa, representaba toda su recién adquirida intimidad como matrimonio frente al resto.
Ella era su esposa y cualquier otra afirmación carecía de importancia.
•וווווווווווווווווו×
Brillantes luces resplandecían dentro de pequeños frascos de cristal, flotando alrededor del jardín.
De pie, el círculo formado por toda la familia esperaba pacientemente. George sostenía un reloj con ambas manos, reluciente y plateado, del tamaño de una calabaza, cuyas manecillas marcaban apenas unos minutos antes de la medianoche.
Sus alientos creaban nubes de vapor dispersándose en el ambiente invernal, siendo reemplazadas por nuevas bocanadas de aire con cada exhalación. El conteo comenzaría en cuestión de segundos, siguiendo la dirección en que las manecillas se movían.
Harry la rodeaba con uno de sus brazos, aguardando, como todos, mientras ella se apoyaba en su pecho, ambos expectantes. Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco... La alegría era legible en el rostro de todos. Cuatro, tres, dos... Uno.
El reloj se sacudió en manos de George y emitió un sonido similar a campanadas que resonaron melódicamente en todo el jardín. El año nuevo había llegado.
Dejando tras de sí acontecimientos que Hermione jamás habría esperado vivir, algunos malos y otros, que marcaron un antes y un después en su manera de comprender la vida. No se renunciaría a ninguno, lloró, río aprendió, se convirtió en mejor persona de lo que había sido.
Al menos, era así como deseaba verlo. Cada año, aprendería algo nuevo, que la haría más sabia, más fuerte y más cercana a la persona con la que soñaba en convertirse.
Si alguien le hubiese dicho que terminaría el año casada con su mejor amigo, difícilmente habría concebido una idea con tan poca probabilidad de suceder. Sin embargo, ahí estaba, abrazada a Harry, de pie en el iluminado jardín de la Madriguera.
Dando un paso atrás, George y Ron arrojaron un par de tiras de colores al aire, seguramente exclusivos artículos de la tienda, que explotaron en pequeños fuegos artificiales sobre la Madriguera, creando maravillosas formas que iluminaron todo el jardín, dividiéndose en el aire solo para esparcirse en fracciones más pequeñas, rodeándolos a todos. En acuerdo, el resto elevó sus varitas en el aire y de la punta de estas brotó un tenue brillo dorado, para todos aquellos que, si bien no se encontraban físicamente con ellos, su recuerdo viviría en cada uno de los presentes.
Harry besó su coronilla, observando, igual que el resto, el estrellado cielo nocturno, apacible en comparación a los grandes festejos de año nuevo en Londres. Sujetándose a Harry, aferrándose a la idea de que, en algún lugar, lejos de los alcances de su comprensión, James y Lily Potter los observaban, Hermione les hizo una sola promesa, a partir de entonces y como había hecho desde que le conociera, seguiría cuidando y amando a su hijo.
Le haría feliz.
Alegres, contemplaron y recibieron los abrazos y buenos deseos de la familia, abrazándose unos a otros, festejando en medio de calurosos gestos, palabras y risas.
—Feliz año nuevo, Hermione— murmuró Harry contra su cabello, atrayéndola hacia su cuerpo en un abrazo. El latido de su corazón, golpeando rítmicamente a su oído confortó a Hermione, apoyada en su pecho.
No existía otro lugar en el mundo en el que quisiera estar. Comenzar el año en compañía de Harry era más que suficiente para sentirse dichosa.
—Feliz año nuevo, Harry.
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Podía escucharlos. Sus voces, risas y el chocar de las copas entre sí, pero no se concentró en ello. Prefiriendo fijar su atención en el césped congelado bajo sus zapatos y la serenidad de la noche. O lo hizo, hasta que el ruido de inconfundibles pasos acercándose la alertaron de la pérdida de su soledad.
Hermione ni siquiera se dio la vuelta, sabiendo quien se acercaba. La única persona que, ante su ausencia, en medio de tanta festividad, la buscaría entre multitudes completas si hiciese falta.
—Aquí estás.
—Aquí mismo— respondió ella, ahora sí dándose la vuelta. Aferró sus manos a su abrigo, intentando mantener el calor.
—¿Demasiado festivo? — intuyó Harry, señalando con la cabeza hacia la casa, al tenerlo tan cerca pudo oler el whisky de fuego en su aliento.
—Lo necesario— dijo ella, y no mentía, le agradaba la soledad tanto como la compañía de los Weasley—. Solo quería... Respirar un poco.
Hermione inhaló profundamente, llenando sus pulmones con el inclemente frío corriendo libremente, contrario al interior de la casa, cálido y acogedor.
—Terminarás congelándote.
Hermione negó con la cabeza, cubriéndose el pecho con su abrigo. Le fascinaba la plenitud con que las colinas, la oscuridad y las estrellas creaban un paisaje magnífico. Solitario, sí, pero arrebatador. Existía cierta belleza en las cosas pequeñas, como un momento a solas en medio de la noche.
—Recuerdo los veranos que pasamos aquí— habló Hermione de repente, señalando al frente con un cabeceo—, cada verano, durante Navidad, las vacaciones siempre fueron mágicas.
Harry se movió, avanzando dos pasos para colocarse detrás de ella, rodeándola con los brazos. La calidez que desprendía su cuerpo bastó para que dejara de tiritar.
—Lo fueron— coincidió Harry— ¿Qué más recuerdas?
Hermione señaló el horizonte, al sitio en que, incluso si no lo veía gracias a la oscuridad, sabía que se encontraba un amplio espacio cubierto de césped y árboles. Si cerraba los ojos, podría verlos sobrevolando alrededor de la casa, hablándose a los gritos encima de sus escobas. Durante la noche, en cambio, la apariencia del lugar difería al colorido paisaje del día, pero todas aquellas memorias se mantendrían intactas, inclusive con el paso de las estaciones.
—Tú y Ron jugaban por allá, durante toda la tarde, fantaseando con ganar la copa de quidditch— narró Hermione, sobrecogida por una oleada de afecto—, parecían solo unos niños.
Evidentemente, evitó a tiempo mencionar el nombre de Ginny, siempre dispuesta a jugar con ambos reñidos partidos a cada oportunidad. Pese a la oscuridad, Hermione podía divisar, o quizás se convenció de que podía hacerlo, la amplitud del campo abierto, entre dos árboles que les servían como postes de tiro a los que los rayos del sol del mediodía les arrancarían destellos verdosos.
—En esos momentos el mundo parecía realmente bueno— dijo Harry, apoyando su mentón sobre su hombro.
—Sé que sí.
Sus manos se entrelazaron, las de él, cálidas en comparación a las suyas.
—Ahora también lo es, sino es que mejor— siguió Harry, sin desanimarse por el pasado como lo habría hecho en cualquier otro momento.
Hermione le sonrió amorosamente, inclusive si él no podía verla.
—Y tú, leías debajo de ese árbol— añadió Harry sorpresivamente, también señalando el punto exacto, a la solitaria figura de un árbol a tan solo unos metros—. Al menos hasta que terminábamos de jugar.
—Sabes que el quidditch nunca ha sido mi fuerte.
— Aun así, no te perdiste ni uno solo de mis partidos— señaló él.
— Quizás ser la animadora principal de Harry Potter sí que me gustaba.
—Sí, siempre estabas en primera fila, en cada partido, gritando mi nombre— rememoró Harry, complacido.
—No había forma de que no lo hiciera, adoraba... Adoro verte jugar, siempre me has parecido más tú estando en el aire que rodeado de personas, por eso, en cada partido te veías tan apuesto, tan seguro de ti mismo, tan... Tú.
— No sigas por ahí— advirtió él, estrujándola. Su implacable mirada envió corrientes de electricidad por su columna.
—¿Con qué, precisamente?
En un rápido movimiento, Harry la hizo girar para encararlo. Sus dedos rozaron su mentón, elevando su rostro en su dirección.
—Mencionando esos detalles como si no fueran la gran cosa— le explicó, escrutando cada detalle en su expresión—, comenzaré a cuestionarme si realmente te sentías atraída por mí entonces.
—¿Te molestaría que así fuera? — lo retó la joven, humedeciendo sus labios, pero todavía, lo suficientemente entera para no ceder—. Te he dicho que sí, pero no de una manera directa, al menos, ¿Eso basta?
—Me harás pensar en todo— le recriminó Harry, revolviéndose su rebelde cabello—, una y otra vez, repasaré cada detalle que pasé por alto, pensando que pasaría si me hubiese dado cuenta, si me habrías correspondido alguna vez.
—Lo he hecho, ¿No es así?
—Sabes a qué me refiero— susurró Harry, su aliento le rozó los labios.
—Lo habría hecho, sí.
—¿Estás segura?
—Completamente. Eres mi mejor amigo, no habría podido rechazarte, no por lástima, sino porque, si alguien merecía una oportunidad, eras tú.
—Eres encantadora— dijo Harry, besando sus labios con la delicadeza de un aleteo—. Mi versión adolescente te adora ahora mismo.
—Una suerte para ti que sea tu esposa— bromeó Hermione, riendo cuando Harry repartió traviesos besos por todo su rostro.
—Soy afortunado— admitió él con un despreocupado encogimiento de hombros—, ahora detente, o me harás desear no haber salido de esa ducha nunca.
El recuerdo todavía fresco en su mente coloreó sus mejillas, lo que bien podría atribuirse al frío invernal.
—Te sonrojas— observó Harry, no cayendo en su único pretexto—, después de todo lo que...
—Oh, ¿Esto? — inquirió Hermione, tocándose las mejillas con las manos—. Que me sonroje no quiere decir que se deba a... O que no desee que se repita, así que deja de verme como una adolescente ingenua, ¡Qué evidentemente no soy!
Acostumbrado a su irritabilidad cada vez que era cuestionada, Harry reaccionó de la única manera en que podía hacerlo, riendo y ocasionando con ello que el herido orgullo de Hermione decidiera arremeter de nuevo, por si él todavía se atrevía a tomarla por tonta, o ingenua, o ambas cosas a la vez, pero antes de que pudiese hacerlo, él se adelantó.
—Incluso enfadada luces tan guapa— Hermione se volvió hacia él de inmediato, gravemente ofendida.
—¡No es eso a lo que me refería! Ni siquiera hablábamos de... Honestamente, ¿Siempre debes ser tan infantil cuando...?
—¿Cuándo te recuerdo lo atractiva que te ves desnuda bajo la ducha?
Hermione abrió mucho los ojos, mientras Harry se reía de su escandalosa reacción.
—¡Harry Potter, no quisiste decir...!
—Sí, quise— dijo él, completamente desvergonzado—, además, ¿Quién lo escucharía? Aquí solo estamos tú y yo.
—No caeré en tus provocaciones, si eso planeas.
—Es lo de menos. Solo deseo que quede claro que tu sonrojo me parece adorable y que no hay forma de que te vea como... ¿Cómo has dicho? Ah, sí, como "una adolescente ingenua", eso ya me quedó bastante claro, señora Potter.
¿Molestarse con él? Imposible. Hermione debería comenzar a hacerse a la idea después de tantos años sin éxito. Decidida a lidiar con aquellos temas con toda la soltura y la serenidad de una mujer casada, Hermione avanzó hacia él y lo besó en los labios, solo para asegurar que se mantendría callado, sin más declaraciones... maliciosas.
—Espera, ¿Mencionaste algo sobre desear que se repitiera? — preguntó Harry al separarse, hablando sobre sus labios.
—¿Desde cuándo prestas tanta atención en lo que digo?
—Desde que te conozco— afirmó él, su voz rozaba lo engreído—. Nunca se sabe que valiosa información saldrá de estos deliciosos labios.
Hermione sacudió la cabeza, hallándose frente a un caso perdido. Al hacerlo, se encontró con sus manos unidas e inevitablemente, delineó con los dedos las dos argollas doradas.
—Esto sigue pareciéndome un tanto extraño— comentó Hermione, antes de que pudiera darse cuenta.
—¿El que?
—Esto, tu versión de esposo perfecto.
—¿Es un insulto? — la cuestionó Harry.
—En lo absoluto— dijo Hermione, riendo suavemente—. Quiero decir que todavía intento hacer encajar tu versión de mi mejor amigo, la única que conocía, con el para variar, encantador esposo que tengo ahora.
—¿Nos ves como uno solo?
—Algo así— reconoció ella, apartándole un mechón de cabello negro de la frente—. Solo debo unir ambas partes.
—Pues no lo hagas— repuso Harry, su inconformidad la sorprendió. Tanto como que le sujetara ambas manos, requiriendo su total atención. La luz de la luna bañaba su rostro, iluminándolo con un resplandor nacarado.
—Yo soy mejor que él, te lo demostraré— le aseguró, tan desafiante como si estuviese refiriéndose a cualquier otro hombre.
—¿Estás compitiendo contra... ¿Tú mismo?
—Tómalo así, si deseas. Pero la versión que fui por aquel entonces la mayoría de las veces fue, en cierto grado, desconsiderado— admitió, y no es que Hermione pudiese desmentirlo—. Quiero equilibrar ser tu mejor amigo y tu esposo, lo que sea que necesites que sea.
Hermione dio un paso hacia él, liberándose de su agarre y le echó los brazos al cuello, en un abrazo tan intempestivo como los que solía darle durante el colegio, amenazando con derribarlo colina abajo.
—Lo haces mejor que bien, Harry.
—¿Me acompañas de vuelta? — inquirió Harry, separándola lentamente de su cuerpo, segundos o quizás largos minutos después.
Le ofreció su mano, a la cual Hermione se sujetó, emprendiendo juntos el camino de vuelta a la casa. Allí, todo seguía tan festivo como antes de que Hermione abandonara la casa. Cintas de colores, sombreros ridículos, decoraciones llamativas, comida y mucho, mucho licor.
Al verlos, habiendo ya notado su ausencia, Ron se colgó de sus hombros, enfocando sus ojos en sus manos entrelazadas, y les regaló una temblorosa sonrisa cómplice.
—Te lo robaré un segundo… sigue siendo mi mejor amigo, ¿No es cierto? — balbuceó Ron, tirando de Harry hacia él. El agarre de sus manos se deshizo, pero a ninguno le importó, la cómica mueca en el rostro de Ron valía su separación.
—Todo tuyo— garantizó Hermione, apartándose del camino.
Observó con una sonrisa como Ron arrastraba a Harry hasta un rincón de la mesa, en la que George y Charlie servían consecuentemente una copa tras otra de un líquido ámbar, cortesía de George Weasley, lo que bien podría explicar la manera en que Ron se tambaleaba al caminar.
Admirándolo a la distancia, Hermione reconoció que Harry se veía genuinamente feliz. En paz. Echando la cabeza hacia atrás mientras reía, bebiendo de un solo trago el vaso que George le ofreció... Siendo simplemente Harry.
La súbita sensación de que había descubierto algo desconcertó a Hermione. Abordada por un pensamiento que antes nunca se atrevió siquiera a considerar por más de un par de segundos y, ahora volvía, con mayor certeza, sin filtros, convenciéndola de que después de todo lo que han pasado, es y será una verdad absoluta que la acompañará por el resto de su vida.
Lo ama. Inevitablemente.
Está terrible e irremediablemente enamorada de Harry Potter.
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—¿Qué te parece si hacemos algo? ¿Cómo en los viejos tiempos? — preguntó Harry, a su lado. Hermione pretendió no notar los últimos estragos de su resaca.
Su buena voluntad presentándose al trabajo le daba todos los méritos, así como su intención por iniciar una conversación. Mentalmente, Hermione se recordó advertir a George sobre los peligros del licor experimental en las personas, pero ya podía imaginarse cada una de sus elaboradas excusas.
—¿Cómo qué? — lo interrogó, deteniéndose al filo de la chimenea. Tan solo hacía falta soltar los polvos flu en su mano para desaparecer en un vórtice de llamas verdes.
—Antes salíamos a cenar, o al cine, y ni siquiera estábamos casados— contestó Harry, a quien el uniforme parecía incomodarle más que nunca.
—Me gustaría ir al cine— sugirió Hermione—. Me he desconectado del mundo muggle últimamente, y pienso que tú también.
—El cine está bien— aceptó Harry, contagiado por la emoción que embargó a Hermione.
Un par de citas siempre serían bien recibidas.
—¿De verdad?
—Lo que sea que mi esposa quiera— aseguró Harry, acercando sus labios en un roce tentativo. Sus hábiles manos se escabulleron bajo su ropa, desordenándola al ascender por su cintura.
—Debes dejar de hacer eso si no estás dispuesto a enfrentar las consecuencias de tus actos— aconsejó Hermione, tirando de su chaqueta hacia ella, con un deje de seductora advertencia en su voz.
Harry, a quien nunca le había importado comportarse, entreabrió los labios, dispuesto a besarla, pero antes de que pudiera siquiera inclinarse, Hermione tiró de él hacia la chimenea, soltó los polvos flu en su mano y exclamó su destino.
•••
Su espalda chocó contra algo. Sólido y robusto. O al menos, fue todo lo que Hermione pudo saber al abandonar la chimenea, riendo mientras intentaba escapar de Harry.
El sonido de su risa se atascó en su garganta, volviéndose hacia el frente. De pie, un par de penetrantes ojos azules la observaban, enfocando los ojos al encontrarse con su rostro, reconociéndola al instante.
Para Hermione el efecto no fue el mismo. El imponente y alto hombre mirándola solo podía ser descrito como intimidante. Por fortuna, quizás, Harry tiró de ella hacia atrás, mientras el hombre frente a ella era empujado hacia los lados por la marea de personas llenando el Atrio.
En la multitud, varios pares de ojos se clavaron en ellos, susurrando entre sí al reconocerlos. Empleados del ministerio, magos y brujas comunes se amontonaban en una congregación enardecida de personas que no se atrevía a moverse, dificultando que cualquiera pudiera llegar a los ascensores. Al frente, resaltando entre todos, algunos magos apuntaban sus varitas a sus gargantas, amplificando su voz en un coro de protestas contra el ministerio.
Harry y Hermione sacaron sus varitas, acción que hizo retroceder a algunos y a otros, solo los motivó para empujar entre sí, creando una barrera para impedirles avanzar.
Con una rápida inspección a los lados, Hermione encontró cierto consuelo en que, al menos, no parecían ser el objetivo principal, cualquiera que fuese. Todos aquellos que portaban alguna identificación como empleados del ministerio de magia se encontraban en situaciones similares.
Si la chispa de descontento en las personas se apagó alguna vez, Hermione estaba segura que había vuelto a resurgir de entre las cenizas con fuerzas renovadas.
—¿Seguirán riéndose de nosotros? — vociferó una bruja de largo cabello negro y fulminante expresión, señalándolos con uno de sus larguiruchos dedos.
—¡Pero si son la pareja del año! — aclamó otro, un mago de ropas raídas y largo sombrero puntiagudo. Algunos se echaron a reír.
—Nuestras vidas están desmoronándose y la burocracia solo se ríe en nuestras caras— clamó otro, la atención ya no se encontraba al frente, sino en ellos—. Vestidos, bodas y fiestas... ¡Al carajo con eso!
La multitud vitoreó en aprobación.
Aferrándose a su varita, ninguno se movió. Harry se aseguró de mantenerla detrás de sí. Ambos podían lidiar con las acusaciones, habiéndolas soportado durante años, pero en cuanto una joven bruja, incitada por la multitud intentó tirar del brazo de Hermione, algo se activó en cadena.
Tan pronto la varita de Hermione apuntó en dirección de la chica, quién la soltó de inmediato, ninguna tuvo tipo de reaccionar. A unos metros, un resplandor naranja impactó contra uno de los magos en la multitud y todas las miradas se dirigieron al culpable, un joven mago que Hermione recordaba como un viejo compañero del Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas, demasiado débil y nervioso como haber actuado conscientemente.
La cólera hasta entonces estática se presentó con diversos empujones a los que Harry respondió con ímpetu, abriéndose camino entre las personas. La fuerza con que sus dedos se aferraban a la mano de Hermione comenzaba a lastimarla, pero ninguno deseaba separarse.
Detrás de ellos, algunos hechizos hicieron vibrar los muros, ocasionando pánico entre la gente.
Como si se tratase de una luz de esperanza, al menos treinta aurores aparecieron, sus varitas hicieron retroceder a la mayoría, permitiendo que Harry y Hermione se abrieran paso.
Al costado de cada ascensor disponible, un par de aurores custodiaba, permitiéndoles subir solo a los empleados del ministerio, los que pudieron escapar exitosamente del caos. Harry la arrastró específicamente hacia uno de tantos ascensores llenándose, de pie, al lado de este, se encontraba Levi, quién les apuntó con la varita sin siquiera dudarlo. Al reconocerlos, y encontrarse a Hermione detrás de la espalda de Harry, relajó su postura.
—Ve— le indicó Harry, señalando con un cabeceo el interior del ascensor, casi lleno por completo.
—¿No vendrás conmigo? — le recriminó Hermione. Cuando él soltó su mano, ella se aferró a su chaqueta.
—Es mi trabajo— dijo Harry con dureza—, ahora vete.
—¡No, no lo harás!
Las personas comenzaban a responder a la aparición de los aurores y estos, nunca habiendo sido catalogados como pacíficos arremetían. Las chimeneas comenzaban a cerrarse, impidiendo el escape y la llegada de cualquiera.
—Los oíste— insistió Hermione—, nosotros... Eres la persona menos adecuada para...
— Llévatela— ordenó Harry, mirando a Levi, sin siquiera prestar atención a las réplicas de Hermione.
—No, no pienso... ¡Harry!
El ascensor, rebosante de empleados nerviosos se movería en cualquier momento. Los dedos de Hermione perdían fuerza, finalmente soltándolo cuando Levi la tomó por los hombros sin delicadeza y la metió al ascensor, cerrando las rejas detrás de sí.
Lo último que Hermione pudo ver fue a Harry, quedándose de pie en medio de una multitud enardecida mientras ella se alejaba, sin nada que pudiera hacer al respecto.
