¡YAHOI! Pido mil disculpas. Esto tenía pensado subirlo ayer, pero se me fue de la mano el tiempo. Me puse a hacer recados, no tuve en cuenta el horroroso calor que hace estos días (27 grados y sí, ya sé que para muchos esto es una minucia, pero donde vivo yo, es muchísimo) y claro, acabé muerta del cansancio y lo peor es que me acabo de levantar y me levanté cansada. Y en una hora tengo que entrar a trabajar. Deseadme suerte.

Disclaimer: Naruto y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Masashi Kishimoto.

¡Espero que os guste!


II


―¡Míralos, ahí están otra vez!

―Hacen una pareja tan mona…

―Pero él no es rico, ¿no…?

―¡Y por eso es más emocionante todavía! ¡Un amor prohibido!

―Estamos en pleno siglo XXI, esas cosas ya están muy pasadas de moda. Ya no existen la barreras sociales como antes…

―¡Oh, se están despidiendo!

―¡¿Le dará un beso?!

Sakura no pudo evitar reír internamente al ver cómo el grupo de jovencitas de primero se escondían y cuchicheaban mientras trataban de espiar a la «pareja de moda». En cuanto vio que uno se alejaba, se acercó, para saludar a su amiga y protagonista de parte de los últimos cotilleos del instituto.

―¡Hinata, eh!―La aludida se giró y le sonrió.

―Sakura-chan… ―La de ojos jade se detuvo al ver la expresión preocupada que surcaba los finos rasgos de Hinata.

―¿Ha ocurrido algo?―Hinata suspiró y, tras dudar, negó con la cabeza.

―N-no lo sé, la verdad… Me-Menma-kun me ha buscado para decirme que… que vaya a ver a Naruto-kun, a su casa… ―Sakura bufó.

―Y seguro que el muy idiota no te ha dicho nada más. Solo insinuaciones vagas y crípticas. ―Hinata asintió tras dar un gran suspiro.

―M-me ha dejado preocupada…

―¿Y por qué no vas a verlo, entonces? Es tu novio, al fin y al cabo, ¿no?―Hinata enrojeció y movió las manos y la cabeza en nerviosa negación.

―¡No-no es así!―Sakura alzó una ceja―. Bu-bueno, n-no exactamente así. Y-yo… l-le pedí que me esperara y e-es cierto que nos estamos viendo ¡pe-pero nada inapropiado y-y nunca a solas…!―Sakura suspiró.

―En fin, es vuestra relación y vosotros sabréis. Ahí no voy a meterme. Pero… lo decía en serio, Hinata: ¿Por qué no vas a verlo? Si Menma te lo ha pedido, seguramente será importante. Ya sabes que él no suele hablar en vano. ―Hinata respiró hondo y asintió.

―Ti-tienes razón, Sakura-chan. ¿Y si Naruto-kun está enfermo o ha tenido un mal día o- ―Sakura rio.

―Venga, no le des muchas vueltas a esa cabecita tuya. Aún nos quedan dos clases más y luego seremos libres al fin―dijo, enganchando el brazo con el de la Hyūga y empezando a caminar de vuelta a su clase.

Hinata asintió, poniéndose seria de repente. Era cierto, tenía que concentrarse en sus clases. Solo tendría que seguir teniendo un buen rendimiento, sacando buenas notas, para que su familia―en especial su padre―no pudieran cuestionar ninguna de sus salidas con sus amigas.

Era consciente de que a veces su primo la seguía o insistía en acompañarlas a ella, a Sakura y a Ino a casa. A veces, Tenten, su novia, conseguía disuadirlo diciéndole que la dejara respirar y disfrutar de su juventud, como hacían ellos.

No es que Hinata se avergonzara de Naruto ni mucho menos, pero era consciente ya no de su diferencia de edad, sino de que a su padre le daría una apoplejía al ver a su niña del alma saliendo con un chico que, aparentemente, no tenía nada que ofrecerle según los estándares de los hombres que siempre la habían guardado y protegido.

Por eso se sentía agradecida en cierta manera de que los rumores apuntaran hacia Menma. Neji lo conocía, por supuesto, ya que ambos solían estar en los primeros puestos de sus respectivos cursos antes de que su primo se graduara con los más altos honores y pasara a la universidad. Y si bien aún recelaba, no objetaba nada en contra. Menma era serio, responsable, estudioso y parecía apreciarla. Hinata sabía que ese aprecio tenía más que ver con la felicidad de su hermano mayor que con ella, pero no había sacado de su error a Neji. Le convenía que la gente siguiera creyendo que estaban juntos.

Al menos, hasta diciembre. Concretamente, hasta el día 27. Ese día, Hinata cumpliría dieciocho años, legalmente sería adulta y su padre ya podría cantar misa o ponerse a hacer el pino que a ella le daría exactamente igual. Terminaría el instituto, por supuesto, e iría a la universidad, desde luego.

Pero lo que hiciera con su vida privada, a quién entregara ella su corazón, era cosa suya y nada más que suya. Y en eso no habría discusión posible.

Y su padre y su primo―los varones más cercanos a ella―tendrían que aceptarlo, tarde o temprano.

Como que se llamaba Hinata Hyūga.


Naruto maldijo cuando el bote de árnica se le escurrió entre los dedos. Tratando de que las vendas y las gasas no se movieran de su lugar, se agachó. El brazo le temblaba tanto que tuvo que apretar y estirar los dedos varias veces para calmarse. Cuando estaba a punto de alcanzar el tan ansiado bote lleno de líquido medicinal, unos golpes en la puerta lo distrajeron y perdió el precario equilibrio que mantenía, cayéndose al suelo y sintiendo que el dolor casi lo partía en 2. Jadeó al revolverse consecuencia de los espasmos de su cuerpo, golpeando una pobre silla en el proceso que acabó caída junto a él.

―¡¿Naruto-kun?!―Su corazón se paró al escuchar la dulce voz de Hinata pronunciando su nombre. Maldijo entre dientes y colocó una mano en el suelo mientras se sujetaba el costado con la otra, intentando que su rudimentario vendaje no se deshiciera. Menma le había dicho que se estuviese quieto, descansara y esperara hasta que él volviera. Pero su hermano tenía los exámenes parciales y la entrega de trabajos y proyectos del primer trimestre. Estaba en su último año y por nada del mundo dejaría que todo por lo que Menma había trabajado se desperdiciara por culpa de tener que gastar su tiempo cuidando de él. Era perfectamente capaz de cuidarse solo―. ¡Naruto-kun, ¿estás bien?! ¡Voy a entrar!―Naruto soltó un improperio.

―¡No, no entres!―No le hizo ni puñetero caso, porque escuchó cómo el pomo de la puerta giraba y escuchaba sus rápidos pasos de bailarina acercándose. Escuchó un jadeo y cerró los ojos, negándose a ver la preocupación y la decepción en sus preciosos ojos perlas.

Sin pensarlo un momento, Hinata soltó su cartera y se arrodilló a su lado, envolviéndolo en sus brazos y pegando su cabeza contra su pecho.

―¡¿Q-qué te ha- ―Durante un segundo, Naruto permitió que su calidez, su olor, su cariño por él, penetrara en su piel y lo reconfortara, lo consolara.

Luego, esbozando su típica sonrisa despreocupada, se separó de ella y, con algo de dificultad, se puso en pie.

―¿Esto? ¡No es nada, 'Nata! ¡Solo un rasguño'ttebayo!―De rodillas en el suelo, Hinata apretó los puños y frunció el ceño al ver el estado tan deplorable en el que el chico se encontraba.

La molestaba. Odiaba el hecho de que Naruto siempre le mintiera con respecto a lo que hacía o dejaba de hacer en cuánto ella se daba la vuelta. Era consciente de que él tenía una vida antes de conocerla, de que tenía sus costumbres y sus manías. No esperaba que dejara todo por ella. Había conocido a algunos de sus amigos a lo largo de aquellos meses y tenía la impresión de que a todos les había caído bien. El único que parecía recelar de ella era Shikamaru y solo porque, según palabras textuales «era una mocosa que no tenía ni puta idea de nada».

Suspirando resignada―porque no le valdría de nada discutir ni armar un escándalo, no en ese momento―se levantó y decidió ayudarlo.

―Déjame a mí―le dijo, con voz suave, tomando de sus manos el bote de árnica. Tras un instante de duda, Naruto asintió y le tendió el bote, dejándose caer pesadamente sobre la silla. Dejó que Hinata le quitara las vendas y las gasas que se le habían movido de sitio y cogiera unas nuevas. Las empapó bien en el líquido transparente y luego las envolvió alrededor de su costado, dónde él le indicó. Se las ató de forma que no le hicieran daño―había aprendido cuál era la presión correcta para que no le doliera―y luego procedió a untar más líquido en uno de los hombros, entristeciéndose al ver los golpes, las rojeces y los arañazos que poblaban su piel bronceada.

Sin darse cuenta, demoró sus dedos más de la cuenta, acariciando otras marcas, ya casi invisibles o descoloridas por el tiempo. Naruto le había contado la historia de algunas de ellas, pero ella estaba segura de que había dejado las más crudas y dolorosas fuera de la ecuación, como si temiera que, al contarle la totalidad de su historia, ella pudiera decepcionarse o asustarse de él y alejarse. No hacía falta ser un genio para darse cuenta del terrible miedo subyacente que tenía Naruto a que ella lo abandonase.

―¡Gracias, 'Nata! ¡Ya me siento mucho mejor'dattebayo!―Hinata quiso sonreír ante su pobre intento de animarla. Terminó de recoger y de cerrar el botiquín y, suspirando, se volvió a mirarlo con sus ojos perlados llenos de preocupación.

―¿Qué ha pasado?―preguntó de nuevo, con voz suave, sabiendo que si exigía una respuesta no obtendría resultado alguno. Naruto rio y movió una mano, quitándole importancia.

―¡Nada, nada, gajes del oficio'ttebayo! Un cliente descontento, ya sabes… ―Hinata apretó los labios, sabiendo que aquello era una soberana mentira.

Sin embargo, al apreciar las profundas ojeras y el cansancio en el rostro del ser al que amaba, decidió posponer su interrogatorio. Naruto necesitaba descansar. Menma aún tardaría porque se había ofrecido de voluntario ese trimestre para el comité escolar, a fin de obtener créditos extra y aumentar así sus puntos en el expediente académico.

Así que, suspirando, se acercó a Naruto y le pasó las manos por el pelo, acariciándoselo. Naruto se relajó al instante, cerrando los ojos para disfrutar de la muestra de cariño.

―¿Por qué no te echas un rato? Y-yo… ha-haré algo para que comas cuando despiertes. ―Naruto dejó caer la cabeza contra ella, sintiendo de pronto que toda la tensión acumulada descendía sobre él de golpe, haciéndole casi imposible mantener los ojos abiertos. A trompicones se tumbó en el sofá, bostezando y mirando hacia dónde ella seguía parada, al lado de la mesa del diminuto salón del apartamento.

―¿Estarás aquí cuando despierte…?―Hinata se acercó y lo abrazó, fuerte, asintiendo a su súplica. Si le había pedido algo como eso en voz alta, es que estaba peor de lo que había pensado en un principio.

―Siempre, Naruto-kun―le contestó. No supo si él la había oído o no, porque ya había caído profundamente dormido, con una respiración lenta y trabajosa que daba fe de lo graves que eran esta vez sus heridas.

Hinata lo observó en silencio durante unos minutos, apretando los puños, de pronto enfadada con él. ¿Por qué se exponía así a que le hiciesen daño? ¿Qué era tan importante como para que pusiese así en riesgo su salud y por tanto su vida? ¿Era una cuestión de orgullo masculino, acaso? ¿Tenía cuentas pendientes con alguna cosa turbia de su pasado?

Hinata nunca había conseguido las respuestas a sus preguntas, aunque lo había intentado. Ni siquiera Menma estaba dispuesto a contarle lo que pasaba.

«Es una jodienda, pero es lo que hay. A mí tampoco me hace gracia que vuelva a casa herido, ¿o crees que me gusta? Pero es su decisión, por muy imbécil que crea que esté siendo. No ganarás esa discusión, Hyūga. Llevo años intentándolo. Solo reza para que no lo maten».

Y ahí se había callado. Hinata tenía la sensación de que Menma había querido decir algo más, pero se había negado a seguir dándole más información relevante. Supuso que eso era lo que Kiba llamaba «camaradería masculina» o, tal vez, se trataba de algún extraño vínculo o juramento entre hermanos. Sea como fuere, a ella la estaban dejando al margen. Y no lo soportaba.

No cuando el chico al que amaba se ponía en peligro por sabe Dios qué.

No obstante, necesitaba averiguar lo que pasaba. No era justo. ¿Acaso no se suponía que iban a estar juntos en cuánto ella fuese mayor de edad? Bueno, o eso le había dado a entender y ella no creía haber equivocado el mensaje.

Mientras cortaba unas verduras para hacer un nutritivo caldo, miró de reojo para el ordenador portátil que yacía en un rincón de la sala. No tenía contraseña porque era el único que había en la casa y, aunque técnicamente era de Menma, había visto a veces a Naruto usarlo también. Incluso el propio Menma se lo dejaba a veces sin necesidad de que el mayor se lo pidiera directamente.

Terminó de cortar y preparar todos los ingredientes y, mientras esperaba a que el agua rompiera a hervir, fue hacia el ordenador en cuestión y lo tomó. Buscó un enchufe libre y lo conectó, dándole al botón de encendido. Esperó a que cargara la pantalla y el sistema operativo. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y apoyó el aparato en sus rodillas. Respirando hondo y echando a un lado las dudas y las advertencias de su conciencia, pinchó con el ratón en el icono del navegador de internet. Este se abrió, tardando unos segundos de nada. Buscó la aplicación de correo electrónico que utilizaba Naruto―la misma que tenía ella porque era la forma de comunicarse sin que nadie de su familia sospechara, ya que Naruto se había hecho una cuenta haciéndose pasar por alguien del instituto―y la abrió. Con el corazón latiendo a toda prisa, vio cómo aparecía la página principal. Mordiéndose el labio inferior, pinchó en el icono dónde aparecía el nombre de la cuenta.

«Bingo» pensó en cuánto vio que había otras dos cuentas asociadas a la misma aplicación. Una era la de Menma, seguramente la personal. La otra tenía por nombre uzumaki1010 seguido de la dirección web de la aplicación.

Esa debía ser. Con miedo, Hinata clicó sobre la misma, esperando a que la página aceptase su solicitud de cambio de cuenta. Casi dio gracias al cielo cuando no le pidió contraseña. Naruto era un tanto descuidado en lo que a las pequeñas cosas se refería.

Cerrando los ojos para darse valor una vez más, los abrió y empezó a escudriñar los diferentes mensajes. Había algunos de spam, otros de publicidad de diferentes sitios a los que estaba suscrito… Finalmente, encontró un mensaje cuyo remitente rezaba narashika.

―Shikamaru―murmuró para sí. Tragando saliva, le dio a desplegar y leyó:

Hola, viejo, ¿cómo estás? Jūgo te dio fuerte esta vez. El tipo se parece cada día más a un puñetero armario blindado. Dime algo. Ah, por cierto: ya hice el ingreso del mes en tu cuenta. Pásate por el resto en cuánto el dolor no haga que te desmayes por la calle.

Jiraiya ha dicho que esta vez tienes un par de semanas antes de la próxima pelea. Pero te quiere como muy tarde el viernes entrenando.

Sé que no fallarás. Eres un tipo duro, amigo. Todos confiamos en ti.

Shikamaru.

Hinata levantó la vista de golpe, la incredulidad plasmada en todo su rostro.

«¿Pelea? ¡¿Qué pelea?!». Y eso del ingreso del mes… ¿qué sería? ¿Acaso Naruto se dedicaba a las peleas ilegales o algo así? Había oído en las noticias que últimamente la policía no daba abasto a hacer redadas en edificios o en naves abandonadas a cuenta de dichas peleas clandestinas.

Era una explicación plausible. Siempre se había preguntado cómo alguien como Menma podía permitirse pagar la mensualidad del instituto privado al que ambos acudían. Él solo le había dicho que su hermano lo ayudaba a pagarlo, ya que no disponía de beca ni de ayuda de ningún tipo. ¿Por eso Naruto peleaba? ¿Por el dinero? Reconocía que los dos hermanos no nadaban en la abundancia… Y eso también explicaría por qué llevaban apellidos distintos. Mientras que Naruto conservaba su apellido original, Menma ostentaba el de su padre. Nunca había conseguido tampoco respuesta a esa, cuanto menos, peculiar circunstancia.

Sin querer indagar más, volvió a dejar todo como estaba y le dio a apagar el ordenador. Ya había averiguado demasiado. Tal vez podría preguntar de nuevo sutilmente con la nueva información de la que disponía. Aunque… se mordió el labio una vez más mientras regresaba a la cocina. El agua ya burbujeaba desde hacía un rato. Bajó el fuego y echó las verduras, todavía divagando sobre lo que acababa de averiguar.

―Hyūga. ―Dio un respingo en el sitio, conteniendo el grito que quiso escapar de su garganta. Echó un vistazo rápido al sofá, comprobando aliviada que Naruto seguía profundamente dormido. Luego, miró a Menma, sonriendo nerviosamente.

―Ho-hola, Me-Menma-kun… ―El rubio menor la miró con los ojos entrecerrados. Hinata empezó a sudar. Se preguntó si él sabría lo que había estado haciendo minutos antes de que él llegase.

Tras varios minutos, Menma se alejó, murmurando algo ininteligible para sí. Hinata lo vio acercarse a su hermano y ponerle dos dedos en el cuello, comprobándole el pulso. El alivio se reflejó en su expresión durante un segundo y a Hinata se le rompió el corazón al ver aquello.

Menma amaba a su hermano. Era cierto lo que le había dicho en el instituto: Menma odiaba tanto como ella los golpes y las heridas con las que Naruto llegaba a veces a casa. La diferencia era que Menma sabía la razón de aquello y ella no. Y ya no podía soportarlo más.

Decidida, terminó de revolver el caldo y luego se acercó a Menma, rozando sutilmente su brazo para llamar su atención.

―¿Po-podemos hablar?―Arqueando las cejas, Menma miró un segundo para el durmiente Naruto y luego de vuelta a ella. Tras unos segundos que a Hinata se le hicieron eternos finalmente asintió. Con un gesto, le dijo que lo siguiera. Hinata obedeció y Menma los guio a su diminuta habitación.

Hinata jamás había entrado allí. Sí había estado un par de veces en el de Naruto con Sakura, mayormente para ayudarlo a limpiar y ordenar. Menma se volvió hacia ella y se cruzó de brazos, esperando. Hinata arrugó los pliegues de la falda de su uniforme y, respirando hondo, lo miró directamente a los ojos.

―¿Q-qué es lo que pasa realmente, Menma-kun? ¿P-por qué Naruto-kun tiene esas heridas?―Menma tensó la mandíbula.

―No te lo diré, Hyūga. ―Hinata frunció el ceño.

―Cre-creo que tengo cierto derecho a saberlo. Qui-quiero a tu hermano, Me-Menma-kun. M-me mata verlo tan lastimado, tan herido… ¿P-por qué?―Menma cerró los ojos. Hinata tenía razón en cierta forma. Era la medio novia de su hermano―al menos hasta que ella cumpliera los dieciocho y pudieran hacerlo oficial―y sabía que la angustiaba tanto como a él―puede que incluso más, ya que él estaba acostumbrado a verlo así o incluso en estados peores―cuando aparecía con moratones o laceraciones que, en el caso de Hinata, no tenía ni la más remota de idea de dónde venían o por qué las tenía, en primer lugar.

No podía decírselo directamente, no era su secreto para contar. Dependía del tarado de su hermano si confiaba o no lo suficiente en Hinata como para decirle la verdad. Pero, a juzgar por la seriedad con que lo estaba enfrentado, intuía que ella ya había averiguado parte de la verdad. No quería saber cómo se había enterado, pero seguramente no de forma legítima. Aunque no podía juzgarla. No era quién para hacerlo.

―No puedo contártelo―dijo al fin, tras varios minutos de silenciosa reflexión―. Es su secreto, no el mío. Aunque nadie te culparía por indagar por tu cuenta. Si fuera yo… empezaría por buscarlo en internet. ―Hinata parpadeó. ¿Menma le acababa de dar una pista? Y una gorda.

Lo consideró durante un segundo y luego asintió.

―Es-está bien. En-entiendo. Yo… pensaré en tu sugerencia. ―Menma asintió y se dio la vuelta, manteniendo la puerta abierta para que ella saliera primero, en una invitación sutil para dar fin a la conversación.

Hinata regresó entonces a la cocina, con una nueva prioridad en su lista de tareas.


―Espera, ¡¿qué?!―Hinata sintió que se ruborizaba. Tuvo que bajar la cabeza para impedir que Tenten se percatara de la ansiedad y la desesperación que teñían su expresión.

Tras considerarlo durante varios días, Hinata supo que no podía hacer uso de ninguno de los ordenadores de su casa―ni siquiera del que tenía en su cuarto―para buscar la información que deseaba. Tampoco podía utilizar su móvil o el de su hermana, porque su padre acabaría enterándose. Paranoico como era, mantenía una estricta vigilancia sobre todo lo que ocurría en su casa o las rodeaba a ellas. Hinata lo entendía hasta cierto punto, porque una familia conocida y adinerada como la suya siempre era blanco de ataques.

Así que no le quedaba más remedio que recurrir a la única persona cuyos conocimientos del mundo de las peleas sabía que era genuino además de amplio: Tenten Ama, la novia de su primo Neji. Además de ser una buena amiga suya.

Tenten no la traicionaría. Estaba cien por cien segura de ello. Siempre era la primera en animarla a cometer alguna locura, siempre secundada por Ino. Hasta ahora, Hinata no les había hecho el más mínimo caso. Pero en este momento, la seguridad del hombre al que amaba estaba en juego, y ella necesitaba desesperadamente obtener información. A cualquier precio.

―Que si conoces a un tal Naruto Uzumaki. He oído q-que es muy bueno en… e-en lo que hace y… ―Tenten se levantó y se inclinó hacia ella, poniéndola aún más nerviosa y haciéndola enrojecer.

―¿Cómo conoces tú ese nombre?―Hinata sintió que el corazón se le subía a la garganta. Entonces… ¿Tenten lo conocía? Intentando aparentar una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir, Hinata siguió hablando, en voz suave.

―¿T-te acuerdas de Menma Namikaze? Re-resulta que tiene… ti-tiene un hermano mayor y se rumorea que puede ser…

―¿Naruto Uzumaki?―Hinata asintió. Tenten se dejó caer de nuevo sobre su silla y cruzó los brazos y las piernas, entrecerrando los ojos en dirección a Hinata, quien ahora removía la pajita de forma nerviosa en su batido de fresa con nata y caramelo―. No me lo trago. ―Hinata levantó la vista―. A ti no te gusta Menma. Os he visto interactuar muchas veces, así que no puede ser que de pronto te hayas enamorado de él y quieras saber más. Por otra parte, es difícil que un rumor así haya llegado a los oídos de alguien en el instituto. El mundo en el que se mueve Naruto Uzumaki está muy alejado de la burbuja en la que la gente como tú crece, Hinata. Y, aún en el improbable caso de que sea cierto y algo se haya filtrado… ¿crees que Menma seguiría acudiendo a clases?―Tenten negó con la cabeza―. La dirección lo habría expulsado a las primeras de cambio, sin explicaciones y sin contemplación alguna. Lo sabes. Así que prueba otra vez. ¿De dónde conoces tú el nombre de Naruto Uzumaki?

Hinata respiró hondo. ¿Entonces hasta aquí había llegado? ¿Tendría que buscar en otro lado? No, se dijo, sería casi imposible para ella encontrar otra fuente fiable de información. Ninguno de los allegados de Naruto le diría nada, ni siquiera Sakura, por muy amiga suya que fuese. Menma ya le había dejado claro que no iba a sonsacarle más. Tenten era su última―y única―opción. Así que haciendo de tripas corazón, cuadró los hombros y miró directamente para los ojos castaños que la observaban, inquisitivos.

―Estoy enamorada―soltó de golpe. Tenten parpadeó, tardó unos minutos en procesar su confesión y luego volvió a pestañear―. Estoy enamorada―repitió Hinata, haciendo un gran esfuerzo para no tartamudear―. Y el chico al que quiero… bueno… es… ―Tomó aire una vez más―… es Naruto Uzumaki. ―Tenten abrió la boca, la volvió a cerrar. Sacudió la cabeza, murmuró algo incomprensible y finalmente regresó a mirarla.

―¿Te estás quedando conmigo?―Hinata tragó saliva y negó con la cabeza, con toda la seriedad que fue capaz de reunir.

―No…

―¿Y se puede saber dónde lo cono- ―Tenten se interrumpió al ver cómo su amiga movía la cabeza negativamente. La joven de pelo y orbes castaños suspiró, dando vueltas con la cucharilla sobre su capuchino doble con helado de vainilla.

A juzgar por la determinación que apreciaba en los ojos de Hinata, esta no iba a decirle más. Estaba segura de que, si intentaba someterla a un interrogatorio, Hinata se levantaría y se iría, dejándola con más preguntas que respuestas.

―No quieres que Neji se entere. ―Hinata volvió a sacudir la cabeza.

―Si Neji-nii-san se enterase, sería inevitable que se lo contase a padre. Y entonces padre haría lo imposible por… ya sabes… hacer lo que siempre hace cuando cree que algo es una potencial amenaza para Hanabi o para mí… ―Tenten suspiró, comprendiendo.

―La aplastaría sin contemplaciones sin pararse a pensar con racionalidad. ―Hinata asintió.

―Papá es… un hombre de la vieja escuela. Cree que tiene que protegernos y salvaguardarnos de todo mal como si fuéramos de cristal. Lo quiero y entiendo que se preocupe, pero a veces es… excesivo. ―Tenten no pudo negarlo, no cuando ella misma tuvo que someterse al exhaustivo escrutinio de Hiashi Hyūga cuando Neji le anunció que había empezado a salir con alguien. Pasó casi un año antes de que Hiashi dejase de espiarla o de enviar a alguien a monitorizar todos sus movimientos.

Lo que más preocupaba al hombre era el gusto de Tenten por todo tipo de artes marciales o de estilos de combate, tanto orientales como occidentales. Tenten venía de una familia con fuertes raíces luchadoras. En su árbol genealógico había un par de campeones olímpicos y un montón de medallas y trofeos de diversos campeonatos, tanto nacionales como internacionales.

Tenten llevaba el combate en la sangre. Ella misma había llegado a ser capitana del equipo femenino de kendo en el instituto, consiguiendo varios primeros puestos y un reconocimiento del Ministerio de Deportes cuando logró clasificarse para un torneo internacional como representante femenina de Japón.

Pero su interés no se centraba solo en Oriente. También había incursionado en el boxeo, la capoeira, el kick boxing… o lo que Hinata intuía que iba a ser su principal interés: las artes marciales mixtas.

Había hecho los deberes gracias a las librerías locales. Con la excusa de comprar libros para clase, se había colado en las librerías y buscado información rápida sobre qué clase de deporte podía ocasionar semejantes heridas en un cuerpo humano. Y la única disciplina que parecía encajar era la comúnmente conocida como MMA.

Tenten suspiró y sacó su teléfono móvil. Lo desbloqueó y tecleó algo antes de girarlo y cedérselo a Hinata. Con manos temblorosas, esta lo tomó y leyó lo que aparecía en la pantalla.

Era una imagen, una especie de póster que anunciaba algo. Había una foto de dos hombres partida por la mitad con un «vs.» en el medio. Los ojos de Hinata se desviaron instantáneamente al cabello rubio corto y los ojos azules de una de las mitades. Era él. No había duda al respecto. Naruto. Su Naruto.

Con el corazón latiéndole a mil dentro del pecho, leyó las palabras que acompañaban la imagen de su amado.

―Sean cordialmente invitados a la pelea de la temporada: el Destello Naranja contra la Abeja Asesina. El próximo sábado a las diez. No falten a la cita. ―Hinata le devolvió con tranquilidad el móvil a Tenten para luego rodear con sus manos su copa llena aún de batido. La nata había empezado a derretirse y a caer por el dorso del cristal, manchando sus dedos. Pero ella no podía prestar atención a una nimiedad como esa en ese momento, a nada en realidad.

Tenía el estómago encogido de angustia y preocupación al ver confirmadas sus sospechas.

―Es el mejor luchador de MMA que ha visto Japón en mucho tiempo. Han querido ficharlo para el equipo nacional en varias ocasiones, incluso, pero él siempre se ha negado. Tampoco concede entrevistas ni deja que le saquen fotos o le hagan reportajes. Dicen que una vez le rompió la nariz a un tipo que quiso chantajearlo. Es tremendamente reservado con su vida privada y se rumorea que todo lo que gana lo pierde en algún vicio como el juego o las drogas o algo así… ya que nunca se le con ropa cara o coches de alta gama como a otros compañeros de su profesión a los que la fama les sonríe. ―Hinata apretó los dientes, de pronto furiosa con todos aquellos idiotas.

Ahora, todo le encajaba. Claro que Naruto no tenía coches caros ni ropa de marca. Todo lo que ganaba, absolutamente todo, era para Menma. Para pagar su educación, sus libros, su ropa…

Ahora, entendía. Entendía por qué Menma parecía odiar y querer a su hermano al mismo tiempo. Por qué se empeñaba en esforzarse el doble que los demás cuando también era el doble o el triple de inteligente que ellos. Por qué no dejaba que nadie se acercara a él.

Y su trabajo en la tienda de 24h. era algo así como su tapadera. Fingía ser un chico normal y corriente, alguien con muy mala suerte a quién la vida había dado más palos que alegrías, pero que con mucho esfuerzo había logrado sobrevivir y sacar adelante a su hermano pequeño. Fingía, por el bien de Menma.

Y Hinata sintió que ahora lo amaba más que nunca.

Alguien que era capaz de sacrificarse así por otra persona, por alguien a quién amaba, no podía ser más digno a sus ojos. Puede que según los estándares de su familia Naruto no tuviese nada, pero para ella lo tenía todo.

Lo era todo.

Se dio cuenta en ese preciso momento. Naruto lo era todo para ella. Y tenía que ayudarlo de alguna manera. No podía dejar que siguiera lastimándose, preocupando a todos de aquella forma.

Tenía que haber una salida. Tenía que haberla.

Respirando hondo, miró fijamente a Tenten, sabiendo que sus próximas palabras dejarían boquiabierta a la novia de su primo.

―Tenten, necesito un favor: consígueme una entrada para esa próxima pelea.

Porque solo lograría llegar a Naruto si le demostraba no solo que ella ya lo sabía todo, sino que estaba dispuesta a apoyarlo pasara lo que pasara.

Porque lo amaba.

Era tan simple como eso.


Naruto terminó de vendarse las manos y respiró hondo. Abrió y cerró los puños, probando el nudo.

―¿Está muy apretado?―El rubio negó con la cabeza, dejando que su entrenador y mentor terminase de hacer las últimas comprobaciones. Unos ojos carmesíes se clavaron en los suyos. Naruto sintió que se tensaba ante la intensidad de aquella mirada―. Chico, ¿estás seguro de que estás a tono?―Naruto forzó una sonrisa y asintió.

―¡Por supuesto que sí! ¡Estoy mejor que nunca!

―Kurama, no atosigues al mocoso. Si él dice que está bien está bien. ¿Preparado para otra gran noche, Naruto?―El aludido apretó la mandíbula y se apartó, cruzándose de brazos para mirar con molestia para el hombre mayor de pelo blanco y despreocupados ojos castaños que acababa de entrar.

―Me importa una mierda el dinero que hayas invertido en esta noche, viejo tacaño. Hace dos días el chico no podía ni levantarse. Está a mi cargo.

―¡Kurama, viejo pervertido, estoy bien, de verdad!―exclamó de pronto Naruto, poniéndose en pie para intentar apaciguar la tensión que de pronto rodeaba el vestuario. Hizo unos cuántos estiramientos y movimientos para calentar, mostrando así su óptimo estado físico―. ¿Veis? Además, la abuela Tsunade y Shizune-nee-chan están hoy de guardia ¿no? Estoy seguro de que saltarán al ring si ven que la cosa pasa a mayores'ttebayo. ¡Incluso Kakashi-sensei ha venido! ¡No me pasará nada, Kurama!―El aludido suspiró y se pasó una mano por su abundante cabello pelirrojo y desordenado, murmurando para sí. Naruto casi quiso reír. Si hace diez años le hubiesen dicho que Kurama iba a preocuparse y a quererlo de la forma en que ahora lo hacía se hubiese meado encima de la risa.

Sonrió al recordar el día en que conoció al rudo y antipático luchador. Naruto había empezado a coquetear con la idea de las peleas ilegales. Con doce años―y a fin de ganar algo de dinero para él y para Menma―organizaba peleas con otros chicos de su barrio o del colegio, en las que se apostaba dinero. Pronto se hizo medio conocido, ya que contra todo pronóstico a veces ganaba incluso a los más mayores.

Eso sí, a costa de su salud. Kurama había aparecido un día, atraído por los rumores de un escuálido niño que no dudaba en retar incluso a aquellos que le doblaban en tamaño, amañando alguna de aquellas peleas para ganar unos míseros ryō que llevarse al bolsillo.

La primera vez que se vieron, Naruto lo había mirado, desafiante, receloso, desconfiado. La cautela que vio en aquellos ojos hizo que Kurama se viera reflejado en ellos: el chaval era un animal herido, uno más de aquellos arrabales, pero uno que estaba dispuesto a revolverse ya luchar fieramente contra todo lo que se le pusiera por delante.

Incluso lleno de sangre y de moratones por todas partes, el chico seguía con los puños en alto, listo para golpearlo a la menor oportunidad para salir corriendo en caso de que quisiera atacarlo.

Le cayó en gracia y lo acogió bajo su ala, entrenándolo y metiéndolo en el gimnasio del viejo Jiraiya, el único en la zona que aceptaba chavales desesperados en busca de una oportunidad de salir de los agujeros en los que habían nacido. Naruto había sido una sorpresa para todos. Incluso en el mundo clandestino en el que se movían, antes de pasar a las peleas legales, el nombre del Destello Naranja significaba algo.

Todavía hacían algún que otro combate fuera de la ley, especialmente si la recompensa prometía ser jugosa, pero a día de hoy la mayoría de sus encuentros en el ring se regían por las reglas de la Federación Nacional y las ligas reguladas por árbitros y entrenadores. Pero hasta ahí. Lo que pasara en la jaula se quedaba en la jaula. La atención médica posterior―más allá del médico de turno al que le tocara hacer guardia durante el combate―dependía enteramente del luchador y de su equipo. Así era ese deporte.

Solo tú y tu aguante y resistencia físicos. Tu habilidad para esquivar y golpear dónde más duela. Tu rapidez a la hora de evaluar si la situación requería un puñetazo bien dado con toda tu fuerza o un agarre para evitar ser machacado contra el suelo.

Y, con el tiempo, Naruto había llegado a ser el mejor.

No obstante, Kurama sabía que a veces había que parar. Él era la prueba viviente de ello. Una lesión en las vértebras acabó con su brillante carrera para siempre. Y todo porque, como hacía Naruto ahora, le había asegurado a su entrenador que podía hacerlo cuando claramente no había sido el caso.

No podía dejar que al chico le pasara lo mismo. Le había cogido cariño al chaval durante aquellos diez años que llevaban juntos. Lo conocía mejor que nadie, conocía todos sus secretos, sus sueños, sus anhelos para el futuro.

Así que decidió atacar la fibra sensible, ignorando la mirada dura que Jiraiya le dedicó y centrándose en el rostro de su pupilo.

―¿Tu chica está de acuerdo con que luches hoy?―Al mencionar a Hinata como «su chica» algo se revolvió dentro de Naruto. Kurama era el único que intuía hasta qué punto Hinata era importante para él, aparte de Menma―quién era el artífice de la mayoría de sus encuentros casi secretos.

Tuvo que respirar hondo y asentir, lentamente.

―Ella… bueno… ―Kurama cerró los ojos y suspiró.

―No se lo has dicho. ―Naruto negó.

―No, no se lo he dicho. Ella… Hinata… no lo entendería.

―Pero te ha visto medio muerto y cubierto de golpes. ―Naruto enrojeció y asintió.

―Creo que últimamente… lo intuye. ―Apretó los puños y respiró hondo un par de veces más, dándose valor para mirar a su entrenador a los ojos―. Es inteligente. Sé que no… no podré engañarla durante mucho tiempo más y cuando ella lo descubra… bueno… solo quiero disfrutar del tiempo que me quede junto a ella. ―Kurama hizo una mueca.

Tras ellos, Jiraiya bufó y se acercó, guardando el teléfono en el que había estado centrado hasta ahora.

―Ya lo has oído. El chico está bien. Todo está preparado. Naruto―llamó dirigiéndose ahora directamente a él―. No dejes que un par de tetas y un buen culo te distraigan de lo que es importante. Recuerda por qué estás haciendo esto en primer lugar. ―Naruto se puso rígido de repente y sus ojos azules se volvieron duros como el acero.

―No lo haré―gruñó, poniéndose la capucha de su bata y haciendo crujir sus nudillos, frente a la puerta del vestuario.

Kurama fulminó a Jiraiya con la mirada a la espalda de su protegido. El viejo avaricioso… Sabía cómo manipular al cachorro. Sabía que, por su hermano, Naruto sería capaz incluso de arrastrarse desnudo por las brasas del mismísimo infierno.

Pero ahora no solo tenía a Menma. Tenía a una chica, alguien que lo quería y se preocupaba por él.

Y Kurama rezó para que ella fuese capaz de sacarlo de esa especie de obstinación peligrosa en la que el chico llevaba metido desde que tenía uso de razón.

Antes de que fuese demasiado tarde para él.


―Esto es una locura. Una estupidez. Nos van a pillar… ―Hinata, cogida de la mano de Tenten, avanzaba entre una multitud que hacía cola delante de una nave industrial enorme en el polígono industrial de Konoha. Según le había explicado Tenten, habían reconvertido el lugar y ahora se utilizaba para las diversas competiciones de lucha que albergaba Konoha. Como las disciplinas de combate no tenían un público tan abundante como otros deportes más populares como el fútbol, el béisbol o el baloncesto, aquella nave llegaba y sobraba.

Aunque el número de asistentes no era el problema. El principal inconveniente era que se suponía que Hinata no debía estar allí. Pasaba mucho de la hora en la que una adolescente de su edad estuviese por la calle, tan campante. Tenten le había asegurado que no le pedirían presentar ningún documento de identificación ni nada parecido―de hecho, sería un poco hipócrita ya que había atisbado entre el gentío madres y padres con niños, incluso, que acudían a ver el tan esperado combate.

Ambas temían que alguien conocido las viese y las reconociese. A pesar de que Hinata se había vestido y maquillado de una manera diferente a la que solía para evitar que alguien supiese quién era nada más verla, todavía sentía pánico a que pudiese ocurrir. Porque si pasaba, darían la alerta a su padre y adiós libertad. Y no podía dejar que eso pasara.

Habían trazado un elaborado plan para que Tenten y ella pudieran escabullirse. Sakura e Ino habían estado más que predispuestas a colaborar. Ino le había dicho que ya era hora de que hiciese alguna locura adolescente. Sakura, simplemente, le había rogado que, pasara lo que pasara, confiara en Naruto antes de emitir juicios o de dejarse llevar por lo que viese u oyese. Aquellas palabras no la habían tranquilizado lo más mínimo, pero aun así había asentido y asegurado a su amiga que por supuesto contaría hasta cien antes de hacer nada.

Avanzaron entre la gente, que susurraba ansiosa y emocionada. Tratando de que no se notara el temblor de sus manos, Tenten le tendió sus entradas a uno de los que estaban en las puertas. Comprobó con un aparatito que fueran genuinas y luego las dejó pasar, con una amable sonrisa.

―Disfrutad del espectáculo, señoritas. Habéis venido en la mejor noche. ―Ellas le agradecieron con trémulas sonrisas y entraron rápido.

Mientras Tenten la guiaba lo más rápido posible hacia las gradas dónde se ubicaban los asientos, Hinata no pudo evitar observar a su alrededor con curiosidad. Había gente charlando en corros, otros haciendo cola en los puestos de bebida y comida y otros comprando artículos de merchandising. Hinata se turbó al ver a un par de mujeres que llevaban dibujada la cara de Naruto en sus mejillas y se sacaban un selfi en ese momento sosteniendo una camiseta con ese mismo rostro impreso en ella.

«¿De verdad Naruto-kun es tan popular…?».

Tenten le dio un tirón en la mano para que no se demorara y Hinata apresuró el paso hasta ponerse a su altura. Encontraron una fila de asientos prácticamente vacía y se acomodaron en el centro. Tenten se giró a mirarla, viendo que tenía todo el cuerpo en tensión, los hombros rígidos y las manos convertidas en puños sobre las rodillas.

―¿Seguro que quieres ver esto?―Hinata respiró hondo y asintió.

―Te-tengo que hacerlo. ―Tenten no insistió más y se acomodó en su sitio, dispuesta a intentar relajarse y disfrutar del combate. Un chico se les acercó tendiéndoles un papel. Tenten rechazó amablemente el ofrecimiento y él se encogió de hombros y probó suerte con la siguiente fila. Hinata la miró, curiosa.

―Es por si quieres apostar. ―Hinata parpadeó.

―¿Apostar?―Tenten cabeceó.

―Ya sabes, como cuando apuestas al caballo ganador en una carrera ecuestre o a favor de tu equipo favorito en cualquier otro deporte. ―Hinata sintió que se le revolvía el estómago. ¿La gente apostaba dinero para ver quién hacía más daño a otra persona? No era capaz de comprenderlo―. No solo apuestan quién va a ganar o a perder. También se apuesta sobre cuántos asaltos durará uno de los luchadores, el número de golpes recibido, dónde será el golpe definitivo o cómo será: un puñetazo, una patada, una llave… ―Hinata sintió que las náuseas aumentaban y tuvo que respirar hondo y tragar saliva, pero la imagen de Naruto tirado en el viejo sofá de su apartamento, vendado, con la piel más morada que bronceada, con cortes y arañazos por todo su cuerpo, no se le iba de la mente.

Pronto los asientos estuvieron todos ocupados y solo entonces empezó a sonar música y un hombrecillo vestido con pantalones negros y camisa blanca y negra de rayas subió al medio de esa especie de jaula que―suponía―sería dónde tendría lugar el salvaje combate.

―¡Damas y caballeros! ¡Sean bienvenidos una noche más a este lugar sagrado dónde solo los valientes se atreven a poner a prueba sus límites!―La multitud rugió y vitoreó, silbando y agitando pancartas con los nombres de su favorito y palabras de ánimo dirigidas al mismo―. ¡Esta noche Konoha tiene el honor de ser la anfitriona de uno de los combates más esperados de todos los tiempos! ¡Demos la bienvenida, sin más dilación, a los protagonistas de la velada!―Las luces se encendieron y la música subió de volumen durante unos segundos―. ¡A este lado, llegado de Kumo y dispuesto a arrasar con todo cual tormenta impecable, la Abeja Asesina del enjambre: Killer Bee!―La gente gritó, chilló y aplaudió, entusiasmada. Incluso Tenten no pudo contener un pequeño chillido de emoción.

Hinata se fijó en el que iba a ser el contrincante de Naruto y sus ojos blancos se abrieron como platos. ¿Naruto tenía que derribar a esa… mole? Era casi el doble de su tamaño, especialmente a lo ancho. Tenía brazos como barras de acero y más músculos que cualquiera de los guardaespaldas de su padre. Y a juzgar por la manera en la que bailaba mientras se dirigía a la entrada de la jaula, parecía ser muy ágil.

La ansiedad la invadió, pero se dijo que no debía dar nada por sentado. Ella estaba aquí para apoyar a Naruto, para darle una sorpresa y decirle que lo apoyaba.

Solo esperaba poder sobrevivir al espectáculo.

―¡Y al otro lado, nacido y criado aquí, en nuestra amada Konoha, la estrella local que rompió todos los moldes que conocíamos, su Destello Naranja es visible incluso desde la estrella más alejada del universo: Naruto Uzumaki!―Con el corazón latiéndole a toda prisa dentro del pecho, Hinata se levantó y se estiró todo lo que pudo para ver lo que ocurría abajo.

Vio a Naruto ir hacia la jaula, caminando tranquilo por la lona roja que cubría el suelo. Sus ojos estaban fijos en algún punto que ella no podía ver, aunque tenía la sensación de que no estaba viendo nada realmente.

La gente se volvió literalmente loca con su aparición, chillando, pataleando, saltando y rugiendo. Hinata vio cómo, tras él, cuatro hombres lo seguían. Reconoció a Hatake-sensei y a Shikamaru. Los otros dos―un señor de mediana edad con el pelo blanco y un pelirrojo que parecía tener muy malas pulgas―no le sonaban de nada. A quién no vio fue a Menma. ¿Acaso no había ido a animar a su hermano? No obstante, no tuvo tiempo a pensar en ello, porque los dos luchadores, tras deshacerse de sus batas y hacer unos ejercicios previos de calentamiento, entraron en la jaula, quedándose cada uno en un extremo, mirándose, evaluándose, estudiándose.

El árbitro se acercó a ambos y les hizo una seña para que se aproximaran al centro. Habló con ellos unos segundos y luego dio un paso atrás. Hinata vio cómo se daban la mano en un saludo silencioso, pero, al parecer, lleno de significado, porque la gente aplaudía como una loca.

El presentador volvió a tomar la palabra y el griterío bajó un poco de volumen.

―¿Estáis listos para ver sangre, sudor y lágrimas?―Los espectadores rugieron su afirmación y el presentador sonrió―. ¡De acuerdo, amigos! ¡En ese caso, abróchense los cinturones de seguridad, porque se vienen curvas de las buenas!―Hizo una pausa para que sus palabras enardecieran aún más a la multitud y luego subió una mano. La gente enmudeció de golpe, expectante―. ¡Que comience el combate!―Una campana sonó mientras dos azafatas con atuendos que no dejaban nada a la imaginación se paseaban de un lado a otro con sendos carteles gigantes que decían en inglés Round 1.

Reteniendo sus ganas de salir corriendo, Hinata se aferró a los bordes de su asiento, negándose a apartar la mirada. Al principio no pasó gran cosa. Ambos contendientes giraban en la jaula, observándose minuciosamente, buscando algún resquicio por el que atacar a su oponente.

Finalmente, se lanzaron el uno contra el otro. Hinata sintió que el corazón se le salía por la boca cuando vio a Naruto recibir el impacto de un poderoso puñetazo en su costado derecho. Había conseguido que su brazo absorbiera parte del golpe, pero incluso así sabía que le dolería más tarde.

El intercambio de golpes era brutal. No podías apartar los ojos ni un segundo o te perderías alguna finta o algún golpe oculto por los cuerpos sudorosos que se entrelazaban en el interior de la jaula.

Las lágrimas se acumularon en sus ojos al ver al chico al que amaba recibir golpe tras golpe, aguantar, esquivar y devolver con la misma fiereza y dureza cada puñetazo y cada patada. Los labios le temblaban y dudaba que sus piernas pudieran sostenerla si se levantaba ahora.

Tras un puñetazo en un hombro que hizo retroceder y jadear a Killer Bee, la campana sonó poniendo fin al primer asalto. Hinata vio cómo ambos salían de la jaula y se encaminaban hacia unos bancos que había a los lados. El pelirrojo de antes le puso una toalla a Naruto en la cabeza mientras, de pie tras él, Hatake-sensei le frotaba los hombros y los brazos. Le dieron agua y hablaron rápido con el Uzumaki, seguramente dándole algún tipo de instrucciones.

Para cuando la campana anunció el segundo asalto, Hinata ya no podía parar de llorar. Ver a su amado recibir golpe tras golpe o herida tras herida la estaba destrozando.

A su lado, Tenten la abrazó. Sabía que ninguna palabra sería de consuelo ahora mismo. En su interior había intuido que aquello sería demasiado para Hinata. Su amiga era una persona de buen corazón que odiaba cualquier tipo de violencia o de acción que desencadenase en dolor o perjuicio para los demás.

Y ver que su chico no solo era receptor de semejante maltrato físico sino que además lo proporcionaba sin pestañear, debía de haber supuesto un duro golpe para ella.

No obstante, conociendo como la conocía, estaba segura de que Hinata seguía amando a Naruto a pesar de todo. Y no lo dejaría en la estacada.

Porque era lo mismo que ella sentía por Neji. Y si fuera al revés, a ella no se le pasaría por la cabeza abandonar a su novio.

Por nada del mundo.


―¿No te rindes, Naruto?―El rubio sonrió de forma escalofriante, haciendo que su cuerpo saltase sobre sus pies de un lado a otro.

―Eso quisieras tú, pulpo sobón. ―Bee soltó una carcajada mientras ambos giraban, sin dejar de observarse el uno al otro.

Naruto sentía la adrenalina correr por sus venas. Sabía que, si paraba ahora, el efecto desaparecería y se derrumbaría; y su cuerpo se negaría a levantarse una vez más. Bee no estaba en mejores condiciones que él. Aunque más grande y más fuerte, había recibido más golpes que gracias a que él era más rápido y ágil. Además, algunos de sus puñetazos y sus patadas habían conectado con zonas especialmente vulnerables―como los riñones o la parte trasera de las rodillas.

Tenía que terminar esto y tenía que terminarlo ya. A ser posible con una llave. Bee era un hombre grande, demasiado para que él, más bajo y delgado, pudiera manejarlo a su antojo. Iba a necesitar el factor sorpresa además de mucha resistencia. Pidió a sus doloridos músculos aguantar un poco más. Solo un poco más.

Pensó en Menma. En que debía verlo cumplir su sueño de estudiar medicina.

Pensó en Hinata. En que quería verla una vez más, sentir sus cálidos brazos abrazándolo y ver su tímida y cariñosa sonrisa.

Aquello lo hizo: embistió contra Bee, desatando una serie de furiosos golpes contra su estómago. Consiguió que un par conectasen con esos músculos de acero; eso le dijo que el hombre debía de estar más cansado y tocado de lo que parecía, porque si no ninguno de sus puños le habrían alcanzado con tanta facilidad.

Bee levantó una rodilla dispuesto a clavársela en el estómago. Naruto dio un salto atrás y fintó hacia el lado izquierdo. Bee cayó en la trampa, porque empezó a girar sobre la punta de sus pies. Naruto sonrió con satisfacción y, antes de que el grandullón lo viese venir, se puso tras él y saltó a su espalda. Enganchó sus piernas entrelazándolas con una de las de su rival. Con un jadeo, Bee perdió el equilibrio y cayó de rodillas en la jaula.

Sin darle tiempo a reaccionar, enganchó su antebrazo bajo el poderoso cuello y lo sujetó con la otra mano por la muñeca, tirando con un gruñido para echarle la cabeza hacia atrás al tiempo que ponía todo su peso sobre Bee. Este trató de sacárselo de encima sacudiéndose como un toro furioso, ambos gruñendo con ferocidad, negándose a abandonar.

Fue un minuto y medio en el que prácticamente se paró el tiempo en el interior del estadio. Hasta que finalmente Bee se quedó quieto y cayó hacia atrás como un fardo, aplastándolo en el proceso y haciendo que se quedara sin respiración. Los oídos le pitaron y entre la bruma del dolor oía los gritos furiosos de Kurama y los chillidos exaltados de Jiraiya.

Consiguieron sacarlo de debajo del cuerpo inconsciente y, tembloroso, logró ponerse en pie. Esperó, conteniendo la respiración, a que el árbitro terminase de contar los segundos.

―¡Uno… dos… tres… cuatro… ―Cerró los ojos, rogando.

«No te levantes, por favor, no te levantes…».

―… cinco… seis… siete… ―La multitud empezó a chillar, en preludio del resultado final―… ocho… nueve… diez! ¡K.O.!―La gente se volvió loca, echando abajo el techo y las paredes del lugar con sus rugidos y sus ovaciones―. ¡Ganador: Naruto Uzumaki, el Destello Naranja de Konoha!―Los gritos siguieron, pero él no oyó nada más después de esas palabras, con los ojos cerrados, la sonrisa en su rostro y los brazos levantados en puños hacia las luces que ahora lo enfocaban.

―¡Vamos, chico! ¡Vamos!―Kurama saltó a la jaula y lo envolvió en su bata, al tiempo que le ponía una botella de agua en las manos, de la cual empezó a beber a pequeños sorbos, en parte por el dolor y en parte porque no quería vomitar si tragaba demasiado rápido.

Dejó que su entrenador lo arrastrara hacia la zona privada. Lo hizo sentarse en el banco y él se dejó caer, con la cabeza gacha, el cansancio y el dolor apoderándose de nuevo de todo su ser.

―¡Kakashi, trae hielo! ¡YA!―Kurama empezó a secarle el sudor y a limpiarlo con una toalla húmeda que le refrescó la piel y lo hizo sentir un poco mejor―. Te tengo, chico, te tengo. Estoy aquí. ¡Ya era hora!―Naruto casi quiso reír al escuchar la brusquedad y la impaciencia en la voz de su entrenador.

―Lo has hecho bien, Naruto. Un combate más. ―El rubio sonrió ante las palabras de su viejo maestro de escuela.

Sí, un combate más.

Un paso más.

La puerta del vestuario se abrió y Jiraiya entró, carcajeándose feliz.

―¡Eso ha estado muy bien, Naruto! ¡Te has lucido! ¡Los patrocinadores estarán encantados y-

―Y puedes darles una patada en el culo de mi parte y decirles que la gallina de los huevos de oro se termina por un tiempo. ―La voz dura y ajada a causa de años y años de abuso del alcohol irrumpió en la estancia haciendo que todos se callasen al instante. Jiraiya frunció el ceño y se puso delante de la dueña de aquella voz.

―¿No deberías estar atendiendo al bello durmiente, Tsunade? ¿O es que resulta que ahora te pagan por hacer nada?―La aludida, una mujer aparentemente joven―pero que todos sabían andaba ya por los sesenta―clavó la sus enojados ojos color miel en Jiraiya.

―Apártate antes de que lo haga yo, viejo verde asqueroso. ―La amenaza no era en vano, así que, tras un segundo de vacilación, Jiraiya se hizo a un lado, aunque a regañadientes. Tsunade se acercó entonces a él y lo cogió del pelo, obligándolo así a enfrentarla―. ¿No te dije que descansaras? ¿No te dije que si se te ocurría volver a subirte a un cuadrilátero antes de darte el visto bueno te mataría con mis propias manos? ¡¿Es que eres gilipollas o solo te lo haces?!―Naruto sintió un escalofrío recorrerlo de arriba abajo ante la mirada fiera en el rostro de Tsunade.

―Estoy bien, abuela. De verdad que sí'ttebayo. ―Tsunade bufó y se apartó de él, analizándolo con su ojo clínico.

―Bien mis ovarios. Tienes las costillas magulladas, los riñones tocados, una torcedura en la muñeca y los huesos de las manos machacados. Por no hablar de tus rodillas o tus tendones. Podría seguir, pero sería gastar tiempo y saliva inútilmente. ―Tsunade se dirigió a su maletín y empezó a sacar su equipo.

Nadie se atrevió a llevarle la contraria o a objetar nada. Ni siquiera el propio Naruto. Los hombres la dejaron hacer mientras ella maldecía y mascullaba improperios contra la inconsciencia varonil y el estúpido orgullo masculino.

Estaba aplicándole un masaje en los hombros con árnica cuando un alboroto fuera del vestuario llamó la atención de los presentes. Al parecer, había bullicio en el pasillo de acceso. Alguien gritaba y otros amenazaban con avisar a seguridad.

―Así no puedo trabajar. Que alguien calle a esos bocazas. ―Kakashi y Kurama se miraron y suspiraron. Ambos abrieron la puerta y salieron, para ver qué era lo que había causado semejante revuelo.

Grande fue la sorpresa de ambos al ver a dos menudas mujeres forcejeando con hombres que les doblaban el tamaño. Fácilmente podrían haberlas reducido, pero no querían hacerles daño. Les estaban pidiendo lo más amablemente que las circunstancias lo permitían que se retirasen, que aquella zona estaba vedada al público general, solo era para los luchadores y su equipo.

―¡M-me da igual lo que digan! ¡Ne-necesito pasar!―Kakashi abrió sus ojos con asombro. Bajo la mascarilla que siempre le cubría el rostro, sonrió divertido al percatarse de que la menuda figura que ahora se encaraba con todos aquellos tipos duros no era nada más y nada menos que una de sus mejores alumnas.

Puso la mano en el hombro de Kurama, deteniéndolo. El pelirrojo lo miró, entre confuso y suspicaz.

―Déjame esto a mí. ―Tras un momento, Kurama asintió. Kakashi se lo agradeció con un cabeceo y caminó con toda la tranquilidad del mundo hacia el pequeño tumulto que seguía, con Hinata discutiendo acaloradamente con los que la rodeaban, negándose a marcharse y su amiga no dejando que le pusieran un dedo encima―. Hinata. ―La joven parpadeó y se giró, alivio reflejándose en su expresión al reconocerlo.

―¡Hatake-sensei!―El personal del estadio se giró a mirarlo.

―¡Kakashi! ¿conoces a estas jovencitas?―Kakashi asintió, colocándose al lado de las dos chicas.

―Una es alumna mía y la otra una ex alumna. ¿Qué tal, Tenten? ¿Cómo te trata la universidad?

―Eh… bien… supongo… ―La de ojos castaños contestó, confusa.

―¿Les has dado tú vía libre?―Kakashi suspiró y negó.

―No, pero las conozco y son buenas chicas. Yo respondo por ellas. Déjalo pasar, ¿vale? No harán nada. Te lo prometo. ―El que parecía estar al mando pasó la mirada de unos a otros y finalmente se apartó, con las manos en alto.

―No quiero saber nada. Si alguien pregunta, es cosa tuya. ―Kakashi asintió.

―Te lo agradezco. ―El grupo esperó a que el personal se dispersara. Luego, Kakashi se giró hacia las dos adolescentes, cruzándose de brazos, clavando una mirada severa en ambas.

―¿Qué estáis haciendo vosotras aquí?―Tenten enrojeció, sintiéndose como una niña pillada haciendo pellas en el instituto. En cambio, Hinata elevó la barbilla, con las manos en sus caderas.

―E-eso no es asunto suyo, sensei. Solo… déjeme pasar. ―Kakashi la estudió. Hinata se estaba haciendo la valiente, pero, en el fondo, él supo que estaba aterrada, angustiada. Dios sabe lo que le habría costado siquiera venir hasta aquí. Una parte de él, la parte que era su profesor, se sintió orgulloso del avance tan grande que la joven había hecho en los últimos tiempos.

Su parte racional le dijo que la echara con cajas destempladas. Hinata no debería haber ido allí. Nada bueno saldría.

Pero otra parte, concretamente el corazón, le decía que la dejara entrar, que confiara. Y sus corazonadas siempre acertaban. Siempre.

En silencio, se hizo a un lado. Tras él, Kurama alzó una ceja, pero tampoco hizo ningún movimiento cuando Hinata pasó corriendo por delante de ellos, como una exhalación. El pelirrojo miró hacia dónde Tenten se había quedado parada.

―¿No vas con ella?―Tenten respingó y negó con la cabeza.

―No me necesita en este momento… Depende de ella… de ellos. ―Kurama no pudo estar más de acuerdo con aquella afirmación.

«Depende de ti, chico. No la cagues».


Hinata corría por aquel pasillo que le parecía interminable con el corazón bombeando como un tambor dentro de su pecho. Los oídos le pitaban y la ansiedad y la angustia casi no la dejaban respirar. Cuando al fin llegó a la puerta, agarró la manilla sin pensarlo y la abrió, trastabillando al entrar en la habitación.

El ruido metálico que hizo la puerta al chocar contra la pared hizo a los 3 presentes en la habitación levantar la cabeza. Jiraiya frunció el ceño. Tsunade apenas le dio un vistazo al cuerpo pequeño y bien proporcionado para regresar acto seguido a su tarea.

Los ojos azules de Naruto, sin embargo, estaban abiertos en completo shock e incredulidad. Tuvo que parpadear, cerrarlos y volverlos a abrir―varias veces―para cerciorarse de que no estaba soñando.

―¿Hi… Hinata? ¿E-eres tú… ¿qué…

―¡¿Quién mierda eres tú?! ¡¿Ahora permiten niñas de guardería en el estadio?!―Hinata fulminó con la mirada al hombre que la había agarrado del brazo.

―Señor, por favor: suélteme. ―Su voz, normalmente suave y tranquila, estaba ahora dotada de una autoridad que lo congeló. Sus preciosos ojos perlas no abandonaron los de Jiraiya, quién, perturbado por la fuerza de aquella mirada, la soltó, algo sorprendido y aturdido.

Luego, su hermoso rostro se volvió hacia él, que todavía no se recuperaba de la sorpresa. La sangre se le había calentado al ver la mano de Jiraiya tocar su suave piel, pero el agarre firme de Tsunade en sus costados le había impedido moverse, quizá adivinando sus intenciones.

Caminó hacia él, con un andar rígido y altivo, como una reina cuya palabra era ley. Sintió un tirón en sus pantalones cortos.

«¡Joder, no! ¡No es el momento!».

Entonces, cuando estuvo delante de él, seguro de que ella le daría una bofetada y le diría que no quería volver a verlo nunca más en su vida, que lo suyo había terminado antes siquiera de empezar, vio, en cámara lenta, cómo sus ojos se aguaban, sus preciosos labios empezaban a temblar y cómo de su garganta escapaba un lastimero gemido mientras sus brazos se estiraban y caía sobre él, abrazándolo y llorando contra su cuello, todo su pequeño cuerpo convulsionando en espasmos a causa de los violentos sollozos que la sacudían.

―¡Oh, Dios, estás bien! ¡Estás bien, estás bien!―La confusión lo invadió durante un segundo; luego, sin perder un minuto, le devolvió el abrazo, apretándola fuerte contra él.

No fue capaz de decir nada. Solo se quedó así, disfrutando de su calidez, de su contacto, diciéndole con su implacable agarre que estaba bien, vivo. Que su corazón seguía latiendo dentro de su pecho, un corazón que en estos momentos le pertenecía a ella total e irrevocablemente.

Tsunade se había apartado para darles algo de espacio, murmurando algo sobre la inconveniencia de las novias emocionales. Por su parte, Jiraiya estaba con la boca abierta, observando el pequeño espectáculo.

¿Esa era la novia del mocoso? Era una cosita pequeña y delicada, demasiado frágil para alguien como él. No negaba que tenía un culo de infarto y unas piernas que haría a un hombre ponerse de rodillas y rogar que las envolviera alrededor de su cintura…

Pero era un problema. De los gordos. Y sus sospechas se vieron confirmadas segundos después, cuando la pequeña gatita sacó sus garras y golpeó con furia los hombros del rubio.

―¡¿E-en qué pensabas?! ¡Casi te matan! ¡¿P-por qué seguías?! ¡¿P-por qué no paraste?!―Naruto respiró hondo. Sus costillas se resintieron, pero retuvo la mueca que quiso torcer sus labios.

Sabía que este momento llegaría, más tarde o más temprano. Solo le hubiese gustado que fuese más tarde. Mucho más tarde.

―Hinata―pronunció su nombre con voz calmada y suave. Con cautela, subió una mano y ahuecó su mejilla. Era cálida y aterciopelada. Hinata elevó una mano y agarró sus dedos, sosteniendo su extremidad llena de callos, de sudor y de magulladuras contra su pálida piel como si fuera lo más precioso e importante del mundo para ella.

Y de verdad que deseó en ese momento que eso fuera así. Que lo quisiese lo suficiente como para aceptarlo tal y como era. Como para pasar el resto de su vida a su lado.

Rio y negó con la cabeza ante sus absurdos pensamientos. Hinata era demasiado buena, demasiado bondadosa, para un bruto como él.

Las lágrimas brotaron nuevamente de los orbes femeninos y Naruto se sintió el ser más horrible y cruel sobre la faz de la tierra por hacerla llorar y sufrir de esa manera.

―Y-yo… e-estaba tan asustada… t-tan impotente… t-tan inútil―musitó Hinata, en un susurro casi inaudible. Naruto le sonrió, acariciándole en el pulgar el pómulo.

―Tú no eres una inútil, ¿vale? Además, ¿crees que yo querría verte así?―Se señaló a sí mismo, riendo despreocupadamente, como si la sola imagen le pareciera ridícula.

Hinata se puso colorada, pero esta vez a causa de una nueva oleada de furia. Hizo un puño con la mano que aún estaba en el hombro masculino y lo golpeó, con toda la fuerza de la que fue capaz.

―¡¿Y crees que a mí me hace gracia verte lastimado, herido?! ¡Todas esas veces… y ahora… ―Cerró los ojos y sacudió la cabeza. Luego, volvió a clavar su perlada mirada en la suya―. ¿Por qué?―preguntó, con voz trémula, necesitando desesperadamente la razón detrás de toda aquella locura.

―Porque es el mejor, niña. ¿Por qué sino?―contestó la voz rasposa de Jiraiya tras ellos. Hinata se giró, todavía entre las piernas y los brazos de Naruto. Este clavó sus ojos azules en Jiraiya, en silenciosa advertencia. Pero el hombre lo ignoró―. Gloria, fama, dinero… y mujeres, por supuesto. Montones de mujeres, calientes y sexys como el infierno, esperando a cumplir todos los deseos y los caprichos de mi cam-

―¡VIEJO PERVERTIDO, BASTA!―Jiraiya entrecerró los en dirección a su mejor luchador.

―Es mejor que lo entienda ahora, muchacho. Tiene que saber en lo que se mete, cómo es este mundo. Tu mundo. ―Naruto sintió que se le encogía el corazón. Era cierto. Aquel era su mundo. El mundo al que pertenecía, uno lleno de oscuridad y de sufrimiento, de sudor y de sangre.

Y Hinata no pertenecía a ese lado del tablero. Hinata pertenecía a la luz, a la calidez y a la amabilidad. No merecía estar con alguien que cargaba con más cicatrices de las que era capaz de recordar. Se merecía a alguien tan puro y entero como ella. Alguien que no la hiciera llorar.

Sintió una palmada en la espalda y se volvió, con los nervios a flor de piel. Tsuande acababa de ponerle un parche de calor en la espalda.

―Déjalo ahí para que los nudos de tensión se ablanden. Luego dile a tu entrenador que te dé un masaje para acabar el trabajo. Y lo digo en serio, mocoso: no quiero volver a verte por aquí en un mes por lo menos. Has sacado un buen pellizco ¿no? No tienes que volver en un tiempo. ―Luego miró directamente a Jiraiya, amenazante―. Y lo digo malditamente en serio, carcamal estúpido. No quieras verme cabreada. ―Jiraiya alzó una ceja, como diciendo «¿Es que acaso tienes otro estado de ánimo?».

Tsunade bufó y finalmente salió del vestuario.

Hinata llevó las manos entonces preocupada a su pecho, acariciando con cuidado y delicadeza algunos de los moratones. Las palabras de Jiraiya todavía daban vueltas en su cabeza, pero ahora mismo la prioridad era Naruto.

―¿T-te duele? Qué pregunta más tonta, cla-claro que te duele… ―Naruto sonrió y la abrazó más fuerte, hundiendo el rostro en su pecho, con la única intención de ser egoísta y sentir un poco más de tiempo a Hinata contra él.

―En estos momentos estoy mejor que nunca'dattebayo. ―Jiraiya sacudió la cabeza.

―Chico, no seas idiota. Y en cuánto a ti: las niñas buenas deberían estar en sus camas durmiendo, a salvo de los tipos malos como nosotros.

―Jiraiya…

―Solo le digo la verdad. Tú perteneces aquí. Ella no. ―Hinata sintió que esas palabras se le clavaban como cuchillos en el corazón.

―Y-yo solo…

―¿Solo qué? ¿Has venido a jugar con su mente? ¿Es eso? ¿A decirle que por favor lo deje para que pueda irse contigo a jugar a las casitas? Por favor… ―Naruto pensó que eso no sonaba nada mal, en realidad, pero sabía que era un deseo imposible.

Suspirando, se separó de ella, cogiéndola de los hombros y separándola de sí.

―¿Naruto-kun…?

―Hinata, esto es lo que soy, es lo que hago. Sabía que… si te enterabas, lo nuestro acabaría… bueno, técnicamente ni ha empezado todavía, pero… tú me entiendes. ―Hinata tuvo un mal presentimiento.

―Na-Naru-

―No puedo dejarlo. Es cómo el viejo pervertido ha dicho: pertenezco aquí. Yo… no puedo ser algo que no soy. Y sé que tú… no te mereces… todo esto… Que no… serías capaz de… soportarlo… no a largo plazo. ―Hinata clavó sus ojos en él.

―¿E-es eso l-lo que piensas de mí? ¿Que soy débil? ¿Una egoísta que quiere que dejes todo atrás por ella?―Naruto tragó saliva. El silencio casi hizo eco en las paredes desconchadas que los rodeaban. Hinata bajó la cabeza―. Y-ya veo… Entonces… no tengo nada más que hacer aquí. S-si tú no crees en mí… en nosotros… no tiene sentido que haya venido… ―Se dio la vuelta y empezó a alejarse en dirección a la puerta.

Naruto sintió que su corazón se iba con ella. Alargó un brazo y abrió la boca, pero antes de hacer nada, la cordura regresó y apretó el puño, bajando la mano. El sonido de la puerta cerrándose fue el golpe definitivo que hizo que algo dentro de él se rompiese. ¿Su corazón? ¿Su alma? Tal vez ambos, se dijo, cuando una solitaria lágrima resbaló por su mejilla.

―Has hecho bien, niño. Una cosita bonita como esa no podría con toda esa testosterona ¿eh? Venga, te conseguiré algunas nenas calientes para que puedas sacar toda esa frustra- ―La puerta se abrió nuevamente. Esperanzado, Naruto levantó la cabeza, solo para decepcionarse una vez más al ver que no era Hinata, volviendo corriendo a sus brazos para decirle que nada de eso importaba, que lo amaba y que pasaría con él el resto de sus días.

Kurama miró con dureza para Jiraiya.

―¡¿Qué demonios has hecho, viejo imbécil?!―Jiraiya se encogió de hombros, nada preocupado por el tono iracundo del pelirrojo.

―Solo poner las cosas en orden. Ella no era buena para él. ―Kurama rechinó los dientes, furioso, mientras que Kakashi suspiraba.

―Eso no lo decides tú, maldito viejo sobón. ―Se volvió entonces hacia su pupilo, agachándose para poder mirarlo a la cara―. Escucha, cachorro: no le hagas caso al cabrón este―dijo, señalando con un pulgar a Jiraiya por encima de su hombro―sabes que no ha durado más de una semana con ninguna mujer. No es quién para dar consejos.

―Así es más divertido. No le metas ideas raras al- ―Jiraiya calló al sentir una mano en su hombro, apretando. Kakashi lo miró, severo. Jiraiya sintió que los pelos se le ponían de punta y sabiamente decidió callar.

Kakashi normalmente era agradable y tranquilo. Pero si se enfadaba, la cosa cambiaba. Y nadie, absolutamente nadie, quería hacer enfadar al Ninja Copión, el último campeón que había llevado a Japón a lo más alto de las competiciones de MMA.

Mucho menos Jiraiya, el primero en descubrirlo y en hacer de él la estrella en ciernes que luego había llegado a ser.

―Naruto. ―Con las manos agarrando su pelo, en completa desesperación, Naruto levantó la cabeza para mirar a Kakashi. Su antiguo profesor siempre había tenido una autoridad sobre él que nadie más había podido replicar. Y aunque muy raras veces trataba de imponerse, cuando lo hacía Naruto sabía que era porque quería que le prestara su atención por algo sumamente importante.

Sin embargo, Kakashi no dejo nada. Solo se lo quedó mirando, estudiándolo, como si esperase algo de él. Naruto cerró los ojos, incapaz de soportar semejante escrutinio. Intuía lo que Kakashi quería decirle.

«Ve a por ella».

―Chico…

―Y-yo no… E-ella… ―Se merece algo mejor, le repitió su mente por enésima vez. Alguien que la ame, que la cuide, que la proteja, que la apoye…

«¿Acaso tú no la amas?»

Lo hacía. La amaba más que a nada ni nadie en el mundo a excepción, tal vez, de Menma. Pero este último era su hermano pequeño y Hinata… era una chica.

Su chica.

«¿Acaso no vas a cuidarla?»

Más que a su propia vida.

«¿Alguien va a protegerla mejor que tú?»

No, por supuesto que no. Él moriría y mataría por Hinata, porque le dedicase una de sus sonrisas o de sus miradas llenas de amor y devoción.

«¿Acaso no la apoyarías siempre?»

¡Claro que sí! Estaría detrás de ella en cada cosa que se propusiera, animándola y sosteniéndola, siendo su roca, su principal seguidor, su fan número uno.

Como ella había hecho esta noche.

Había ido a verlo. Podría haberse ido a la mitad y desaparecer. Podría no haber vuelto a saber de ella sin que le diese ninguna explicación.

Y, sin embargo, había ido a verlo. Había soportado todo un espectáculo dantesco de sangre y violencia solo por él. Para demostrarle que lo apoyaba.

Ella solo… quería saber. Quería saber todo sobre él.

Porque eso era lo que hacían las parejas ¿no? Saberlo todo el uno del otro, compartir las alegrías, pero también las tristezas, apoyarse en lo bueno y en lo malo.

Dios, había sido un jodido imbécil, dejándola irse, con el corazón roto, pensando que él la creía una pusilánime cuando Hinata era igual de terca y obstinada que él mismo.

Sonrió, bajando los brazos y poniéndose en pie. Sin darles tiempo a reaccionar, Naruto abrió la puerta de los vestuarios y echó a correr por los pasillos, gritando el nombre de Hinata.

Atrás, Kurama sonreía y Kakashi cerraba los ojos, dejando salir un suspiro aliviado al mismo tiempo que Jiraiya maldecía.

El pelirrojo se acercó al ahora profesor y le dio un puñetazo en el hombro.

―¿Una cerveza?―Kakashi le devolvió el puñetazo amistoso y asintió.

―Invito yo. ―Kurama echó la cabeza hacia atrás y rio. Kakashi amplió su sonrisa bajo la mascarilla.

Sí, no había perdido el toque.

Sus corazonadas siempre acertaban.

Fin II


Pues ahí queda eso. No me da tiempo a decir nada más que aún tengo que desayunar y conectar todo el rollo de equipo. Gracias por leer y acordaros de dejarme un review, ¿vale? Porque, ya sabéis:

Un review equivale a una sonrisa.

¡Muchísimas gracias por los suyos a: Zi y a Hime hinatita! ¡Gracias mil por leer y comentar! ¡De verdad, sois un amor! ¡Gracias!

*A favor de la campaña con voz y voto. Porque dar a favoritos y follow y no dejar review es como manosearme una teta y salir corriendo.

Lectores, sí.

Acosadores, no.

Gracias.

¡Nos leemos!

Ja ne.

bruxi.