Hola de nuevo a todos.
Cómo no puedo estarme quieta y ausente por aquí, les traigo una mini historia con un concepto un tanto distinto.
Es la historia de ocho personas entrelazadas entre sí, quienes nos cuentan sobre su amor secreto y a la vez sobre el de otro de los personajes.
En síntesis, si quieren saber cómo termina cada una de las historias tienen que leer hasta el final, pues en cada capítulo se dan detalles de su desarrollo.
Surgió del post: "Todos somos el secreto de alguien" de Irene Jotadé, así que encontraran una u otra frase de dicho escrito. Créditos a ella por dichas frases.
En fin, esperando que disfruten este pequeño entremés antes de lo que está por venir, los dejo para que lean 3.
Todos somos el secreto de alguien.
Tomoyo
"Todos somos el secreto de alguien"
Aquellas palabras se quedaron grabadas a fuego en mi memoria como si de un mantra indeleble se tratara.
Era un helado día de invierno, sobre nosotros nevaba.
La primavera a nuestras espaldas se acercaba a pasos agigantados, pero yo… yo comenzaba a sentir que el mundo se me caía encima mientras me aferraba a aquello que al final había decidido.
Aquel cálido roce en mi cabeza era lo único que evitaba que mi cuerpo, como mis lágrimas, se congelaran. Y allí, en silencio, comprendí que aunque así lo sintiera, realmente no estaba sola en ello.
Todos somos el secreto de alguien y el mío comenzó un día soleado.
Mi vista vagó brevemente hacía la persona que apoyada contra la mesa de su escritorio, escuchaba atenta mi lectura, y al observar la encantadora sonrisa de sus labios y la fijeza con que sus añiles ojos ahora me miraban, no pude evitar bajar nueva vez la vista mientras mis mejillas se encendían.
Ese día me di cuenta de lo que sentía por esa persona, y a partir de entonces, las miradas que se me iban solas, los suspiros que apenas contenía, ese escalofrío cada que sus dedos me rosaban, todas esas sensaciones antes desconocidas y a la vez tan anheladas, se hicieron parte inamovible e intrínseca de mi vida.
Eriol era mi maestro, yo su alumna, y aunque una parte de mí sabía que aquello no era posible, mi corazón, mi terco corazón, no dejaba de anhelarlo.
—Son violetas.
—¿Eh?
—Tus ojos… son violetas. —Lo escuché asegurar mientras me sonreía, y no pude evitar ocultar la mirada a la vez que me quedaba sin aliento.
Era cierto.
Mis ojos no eran azules en sí mismos como todo el mundo decía, eran ligeramente violetas, tenían pequeños destellos de ese color. Pero tal detalle era tan insignificante e imperceptible, que alguien tenía que mirarme con mucha fijeza para darse cuenta de ello.
Una parte de mí quería convencerme de que era tal y como pensaba, que había algo tras esa sonrisa, tras esas miradas; pero mi parte lógica me gritaba que aún si así fuera, aún si lo había, yo no debía, por ningún motivo, ni siquiera considerarlo.
Porque si algo ese anillo en su dedo me recordaba, es que el que fuera mi maestro no era de aquello lo que más miedo me daba.
Todos somos el secreto de alguien, incluso de quién menos te lo esperas.
La primera vez que me di cuenta de ello fue una tarde de verano de hace siete años.
Estábamos en el parque. Jugábamos. A nuestro grupo se unió un niño nuevo que iba a nuestra clase, pero que nunca siquiera nos había saludado.
Entonces Sakura era tímida y bastante temerosa, los niños más grandes la intimidaban porque les parecía divertido verla tan nerviosa. Por eso siempre tenía reparos a la hora de acercarse a los varones, y si esos chicos tenían una mirada tan amedrentadora como la de ese ambarino que siempre parecía estar molesto, no había que ser adivino para imaginar los resultados.
No recuerdo bien quien sugirió cambiar de juego. Tal vez Yamazaki con sus extrañas pero imaginativas ideas.
Haríamos una carrera y quienes ganaran, adquirirían el derecho de escribir lo que quisieran en la piel de sus contrincantes.
Allí se vio de todo. Desde insultos malintencionados, palabras que sonaban demasiado vulgares para niños de nuestra edad, hasta los más desopilantes dibujos maltrechos. Hasta yo le dibujé un par de bigotes a una niña más pequeña. Todos aquellos escritos, diseñados para humillar a los perdedores y ensalzar a aquellos que habían conseguido una victoria, naturalmente provocaron un bullicio de quejas que incluso terminó en un par de puños encontrados y tirones de cabello… hasta que todos nos dimos cuenta de que Sakura y Li eran los únicos niños que aún no habían competido.
Creo que nunca en mi vida había visto a Sakura ponerse tan pálida. Seguro ya se imaginaba llegando a casa con las palabras "tonta" escritas en grande en medio de la frente, porque Li podía ser muchas cosas, pero mal atleta no era. Seguro ni siquiera tendría que esforzarse para derrotarla. Seguro cada niño allí presente se burlaría de ella.
Su pelo castaño y rebelde ocultaba parcialmente sus ojos dorados, tan fríos como la lluvia de invierno, y su diminuto entrecejo estaba tan arrugado siempre que hacía temblar a la niña a mi lado, a quien poco le faltaba para emprender la huida y negarse a participar en la carrera.
Obviamente no la dejaron, y se vio en la obligación de aceptar el desafío, pero cuando todo parecía perdido y Li ya prácticamente había ganado… pasó algo totalmente inesperado.
A Li se le soltaron las agujetas, tardó tanto tiempo en atarlas que le dio chance a Sakura para llegar a la meta. Era tanta la incredulidad de ella al saberse vencedora que se puso a llorar de todas formas.
Llegó la hora del castigo y Li ya con el brazo extendido esperaba impaciente que ejecutara su penitencia. Todos la vimos temblar como hoja al dibujar ante todos lo que parecía un animalito.
—Es un lobo bebé. Como tu nombre.
—¿A eso le llamas lobo? Es obvio que eres una tonta.
Vi de inmediato como mi amiga comenzó a arrugar la cara en lo que era el preludio del llanto, y entonces, increíblemente incómodo por ello, Li solo abandonó el lugar.
Me pareció raro que tan competitivo como era, no pidiera la revancha, pero era lo mejor para Sakura que ya estaba como magdalena quejándose de que de todas formas la llamara tonta.
Pasaron los días y ya nadie hablaba de ello, de hecho, aquellos que se habían declarado la guerra y se habían proclamado enemigos acérrimos, ya jugaban unos con otros como si el recuerdo de aquellos días se hubiera olvidado, mientras un pequeño niño solitario sentado en un columpio miraba embobado la figurita maltrecha que una tímida niña le había dibujado, y que siempre ocultaba bajo unas largas mangas.
Sí, Sakura era el secreto de alguien y ese alguien, aun después de haber pasado muchos años, todavía sigue mirándola como la cosa más maravillosa del mundo. Tal vez no se lo ha dicho por vergüenza o por temor a no ser correspondido, pero se lo dirá. Lo hará en cualquier momento. Algún día sacará eso de su pecho y el "a ver si se lo digo" se convertirá en un dulce "Te quiero".
Sí, todos somos el secreto de alguien y aunque algunos sentimientos van por otro camino diferente a lo que por fuera demostramos, aunque algunos lo callamos por miedo a enfrentarnos a nosotros mismos y nuestros deseos, están allí bullendo, ansiosos por transformarse, por nutrirse, por cultivarse y así, ya florecidos, convertirse en una bella realidad.
