Todos somos el secreto de Alguien

Touya

Todos somos el secreto de alguien o al menos lo seremos en algún momento de nuestras vidas.

Yo fui el secreto de alguien, y ese alguien también se convirtió en el mío, y aunque pasaron muchos años y con el tiempo conseguí entender que dejar las cosas a tiempo había sido lo mejor, con el pasar de los años, al encontrarla de nuevo, me di cuenta de que aquel quiero y no puedo se había convertido en algo de lo que no era capaz de desprenderme.

Era una noche helada de otoño. Estaba solo en el departamento que yo y Yukito compartíamos en la residencia de nuestra universidad, y me di cuenta de que estaba vacía nuestra despensa.

Desde que se había ennoviado con la loca de Nakuru, ese cuatro ojos tenía la cabeza en otro lado, sin mencionar lo molesto que era hallar la ropa interior roja de ella tiñendo de rosa la nuestra cada vez que a la descuidada se le ocurría olvidarla.

Era un fastidio tenerlos como conejos en celo haciéndolo en todos lados, pero debía reconocer que en el fondo también me alegraba que mi amigo al fin hubiera conseguido conquistar a la mujer de su vida, la única de la que había estado enamorado desde que lo conocía.

En eso éramos parecidos. No importaba cuantas mujeres se nos ofrecieran o estuvieran babeando por nosotros, según parecía, nuestro corazón solo tenía espacio para una, y siendo la mía una mujer casada con una hija de cuatro años, está de más decir que era un maldito fastidio que ninguna de las chicas con la que salía consiguiera tomar el lugar de Kaho.

Salí de la casa despreciando ese pensamiento, deseoso de hallar algo o alguien que me consolara, y al menos de momento, me quitara ese sentimiento.

Me daba tanta rabia recordarlo. Me enervaba tanto ver que ella hacía una vida mientras yo me quedaba anclado a ese maldito sentimiento.

Golpeé una lata de la calle con demasiado fuerza, y entonces escuché el sonido sordo que me indicaba que había impactado contra alguien.

Corrí hacia la persona, la ayudé a levantarse, y al ver aquellos ojos avellanas que me miraban con sorpresa, maldecí mi mala costumbre de siempre tratar de ser amable.

Era ella, la misma maldita mujer que no salía de mi cabeza, que para mi desgracia no era capaz de olvidar.

—Sigues siendo tan atlético como siempre. Seguro que tu resistencia también sigue siendo igual de buena.

Entorné los ojos hastiado, molesto de que de todas las referencias posibles ella tuviera que sacar el tema.

Claro que siempre fui muy resistente, si no, ¿cómo explicaba el que siempre nos sorprendiera la mañana en su departamento apenas tomando descansos para comer o ducharnos?

Ella sabía que me moría por ella, y ella... debía reconocer que en ese entonces ella también parecía desearme bastante, aunque tampoco era como si eso fuera suficiente. Si lo hubiera sido no tendría ese tonto anillo y una pequeña esperándola de vuelta.

—¿Se puede saber que haces en Tokio tan tarde y lejos del metro? Te recuerdo que el último sale a las nueve y regresar a Tomoeda en taxi te costará un riñón.

—No pienso regresar a Tomoeda. No tengo a nadie que me espere allá.

Estuve a punto de refutar sus palabras, cuando vi sus ojos llenarse de lágrimas mientras sus manos las secaban torpemente.

No tenía anillo, y no había señales de su esposo en ninguna parte. Más allá de eso, una enorme maleta pendía de su mano.

Quise preguntarle tantas cosas, pero un repentino aguacero cayó sobre nosotros y lo único que se me ocurrió fue llevarla a mi departamento.

—Ahora que ya estás seca, ¿puedes decirme qué ocurre?

—Nos divorciaremos. Yo y Eriol nos divorciaremos.

Tuve que luchar con mi cuerpo para que mi mandíbula no se desencajara, y eligiendo bien mis palabras, le pregunté por qué iban a hacerlo si parecían felices.

—No somos felices, discutimos todo el tiempo. Creo que cometimos un error al casarnos, no debí… jamás debí poner fin a lo nuestro.

Aquellas palabras atravesaron mi alma, pues no eran más que el resumen de mis últimos cinco años de pensamientos.

La amaba tanto entonces. Lo hubiera dejado todo si ella lo hubiera pedido. Mis estudios, mi carrera… nada de eso me importaba. Mi presente, mi futuro, ¡al diablo con ellos si era con tal de estar junto a ella! Lo hubiera dado todo… pero todo nunca fue suficiente.

—Seguro solo es una crisis. Se arreglarán en un par de días.

—No habrán par de días, Touya. Creo que me engaña… hay un nombre, Tomoyo. Lo dijo en sueños hace un par de noches.

La sorpresa que me provocó pensar en ello fue peor que la de su anuncio del divorcio.

Ellos vivían en Tomoeda, él era maestro en la misma preparatoria a la que mi hermana asistía, podía ser otra, podía alguien más tener aquel nombre, pero si era ella… entonces entendía por que se veía tan desolada.

Tomoyo solo tenía diecisiete años… era igual que cuando yo y Kaho comenzamos a gustarnos.

—Lo siento, no debí cargarte con mis problemas. Me marcharé de una buena vez.

—Espera.

Haberla tomado del brazo tan de repente provocó que ella trastabillara y cayera al suelo, y sosteniéndola con mis brazos, quedamos demasiado cerca.

No sé quien se acercó primero o quien lo inició, pero aquel fuego entre nosotros… aun no se había apagado.

—Dijiste que se divorciarían a final del año pasado y ya vamos por el siguiente, ¿qué pretendes? ¿Piensas seguir con ambos porque te es más conveniente?

Y así empezaba cada discusión. Ella me daba excusas. Yo necesitaba soluciones.

Fruncí el ceño mientras me dejaba caer en el sofá. Estaba harto. Ya estaba harto de toda aquella situación sin sentido.

—Claro que no. Solo pienso en la pequeña Yuuko que aun no lo entiende. En serio no hay nada en el mundo que quisiera más que estar contigo, pero entiéndelo por favor, no es tan fácil.

Tampoco era fácil para mí pensar en que dormía con ese sujeto cada día, y heme aquí tragándome los celos.

Decidí calmarme al pensar que en serio tenía una niña muy pequeña. Ya había visto lo que los divorcios provocan en los hijos, así que comprendía que aquella no era una decisión fácil de tomar.

Pasaron los meses y comencé mi prueba como maestro en la preparatoria de Tomoeda donde conocí en persona a su insípido esposo. Me cayó mal antes de cruzar palabras con él, parecía un hombre decente, pero solo era un infiel descarado.

Mis miradas comenzaron a enfocarse entonces en la chica de ojos azules que parecía ser el objeto de sus afectos. Quería comprobar si era ella, creía que si le daba a Kaho pruebas de que la engañaba lo votaría cuanto antes.

Debo reconocer que me tomó un tiempo comprobarlo, como siempre, Tomoyo no era una chica que diera demasiadas pistas de cuáles eran sus sentimientos o afecciones.

Siempre fue de esa manera, siempre tan reservada, tan apacible. Comenzaba a creer una imposibilidad el que ella se involucrara en algo tan engorroso como salir con un maestro casado, y si así era, tanto él como ella lo sabían disimular muy bien.

No fue si no un día de otoño en que caminé hacia el aula de mi hermana que comprendí lo que estaba pasando.

Ellos estaban solos, hablaban al parecer de los planes a futuro de ella y él le preguntaba si ya había elegido alguna universidad.

—No tengo ninguna especial en mente, pero si me es posible, aplicaré a la de Londres el próximo mes.

—¿Londres? —Su sorpresa me sorprendió más a mí, pues con las notas de Daidouji, podía no sólo aplicar, si no ganar una beca internacional como esa.

Su madre tenía recursos y ella era una chica responsable que fácilmente sería capaz de vivir sola, pero había algo en su mirada, un cierto pesar que no terminaba de hacerse claro.

—Si te vas vamos a extrañarte mucho, no me imagino pasar cuatro años sin ver tu hermosa sonrisa.

Aquella declaración fue suficiente para reunir todas las pruebas que necesitaba, e irrumpiendo ruidosamente en la oficina, le dije a Daidouji que quería hablarle de algo, y entonces vi la mano de él posada en su mejilla y su rostro a una distancia demasiado comprometedora.

Sin aliento, a medio respirar, ella asintió y me siguió a través de los pasillos sin que yo le dijera nada. No parecía siquiera sentir miedo o sorpresa, pero estaba realmente ensimismada, tal vez se hacía mundos en su cabeza sobre lo que podía ser.

Dejé caer mi puño contra la pared sacándola de sus meditaciones y entonces, con una ira que no podía disimular, le reclamé por lo que estaba haciendo, por verse involucrada en aquella situación.

—No quería creer que pudieras hacer algo como esto. Esperaba más de ti, Tomoyo.

—¿Más de mí? —Sus ojos mostraban confusión genuina por mis afirmaciones, pero en vez de calmarme, aquello solo me llenó aun más de ira por creer que me tomaba como tonto.

—Me refiero a eso que tienes con Hiragizawa. Es un hombre casado con una hija pequeña, ¿en serio quieres destruir algo como eso? Precisamente tú…

—No, Touya, se equivoca. Yo jamás haría algo como eso… yo solo… yo solo…

—¿Me vas a decir que no te gusta ese sujeto? —Sus ojos se llenaron de lágrimas. Ella solo negó mientras los sollozos se apoderaban de su garganta.

—Sí me gusta, pero yo… yo no… yo no quisiera sentir esto. He intentado olvidarlo, pero simplemente no puedo. No quiero hacer nada con este sentimiento, sé que es imposible, pero aun así… aun así yo…

Solo la había visto tan desolada cuando su padre las había abandonado a ella y su madre por seguir a una mujer más joven. Era obvio que la idea de parecerse a ese ingrato hombre le aterraba muchísimo.

La estreché entre mis brazos y la dejé sollozar. La entendía muy bien. Era muy duro luchar con sentimientos que sabías no debías tener.

—Lo siento, no quería que lloraras, pero debes entender que ese sujeto no parece pensar como tú… si cedes, si lo haces solo un momento… no habrá vuelta atrás. —Ella asintió sin levantar la cabeza, y yo me sentí en la obligación de llevarla hasta su casa antes de que alguien se diera cuenta de lo mucho que había llorado.

Ella no mentía, era obvio que luchaba contra ello, pero cuando se era joven, era muy fácil dejarse llevar por la pasión y dejar de lado el sentido común. Eso lo sabía mejor que nadie.

Pasaron los días y me di cuenta de que ella evitaba hablar con él o quedarse sola, y si por alguna razón no podía evitar la posibilidad de encontrarselo después de clase, se pegaba a mi como garrapata y aunque no me lo pidiera directamente, se aseguraba de regresar a su casa conmigo para que él no tuviera oportunidad de acercarse a ella.

Ninguno nos animábamos a hablar del tema, pero me alegraba serle útil para luchar con ese sentimiento.

Pronto comenzó a preocuparme más lo difícil que estaba resultando para alguien como ella lidiar con algo tan delicado, que el mismo asunto de Kaho y el divorcio que nunca llegaba.

Ya me estaba cansando de aquellos encuentros furtivos y esporádicos, y una parte de mi comenzaba a preguntarse si algo en aquello realmente valía la pena.

—Hijo, ¿podemos hablar de algo? —Esa fue la pregunta con la que me abordó mi padre aquel día de invierno, mientras mi madre y Sakura iban de compras, y yo lo traía a él del hospital.

Según sabía, ese día Tomoyo estaba tomando su prueba universitaria, y según el resultado, decidiría si se iba o no a Inglaterra.

Aquello que al principio me parecía algo lógico de repente me preocupaba, y una parte de mi incluso rechazaba que fuese bueno para ella estar en un lugar tan apartado donde nadie la conociera.

Es decir, era una chica inocente que no era muy diestra en rechazar al sexo opuesto. Era demasiado considerada y eso hacía que los hombres, como el bastardo de Eriol, la malinterpretaran. Eso sin contar que con su mal gusto en hombres, seguro su próximo enamoramiento también terminaría en fracaso.

Ahora habían tantas cosas que me molestaban al respecto que no me daba cuenta de que el tiempo pasaba mientras seguía conduciendo, y mi padre me observaba en busca de una respuesta a su pregunta.

—Por supuesto padre, ¿qué quieres saber? —dije saliendo de mis meditaciones.

—¿Has vuelto a liarte con Kaho?

Su pregunta al principio fue muy sorpresiva, pero no tardé en relajarme al recordar que desde el principio él era quien había notado mis sentimientos por mi maestra.

Mi padre me conocía, me conocía demasiado bien, y cualquier esfuerzo por mentirle caería en el total descrédito, sobretodo cuando acostumbraba a llegar tan tarde a casa.

—Ella va a divorciarse y…

—¿Y tú estás de acuerdo con eso? ¿Quieres terminar con un matrimonio?

Aquella pregunta me cayó como un balde de agua fría, pero aun así no respondí.

Yo también lo había pensado.

Aquello no era como cuando salía con ella la primera vez. Ahora había mucho más implicado y aunque no lo expresara, me aterraba todo lo que se me vendría encima cuando eso sucediera.

—Kaho y su esposo apenas tienen cinco años juntos. Debería esperar más antes de dar todo por perdido.

—Eso no es algo que las personas decidan, padre. Cuando el amor se acaba solo se acabó. No hay nada que la otra persona pueda hacer. No todos tienen la suerte tuya con mamá.

—¿Suerte? —Mi padre parecía severamente contrariado con mi observación, y masajeando el puente de su nariz, suspiró profundamente—. Tu madre y yo no tuvimos suerte. Hemos trabajado mucho para mantener lo que tenemos. El matrimonio, la familia… no es un aparato viejo y desgastado del que te deshaces al menor problema. Las personas verdaderamente comprometidas luchan por repararlo, una y otra vez si es necesario, aunque pierda brillo, aunque no funcione como antes. Solo entonces, cuando lo has intentado todo, puedes decir con orgullo que de veras lo intentaste. Sabes que siempre he respetado tus decisiones, pero una mujer que siempre huye cuando tiene problemas no es buena para ti.

Era la primera vez que mi padre era tan directo con respecto a aquello y debía reconocer que tenía toda la razón.

Aunque hacía aquello, una parte de mi en serio dudaba de que las cosas terminaran bien y ella no se marchara a la primera pelea. Kaho no era una mujer que soportara las dificultades. Realmente huía cuando las cosas no salían como ella quería.

—Hijo, esa que está bajo la nieve… ¿no es Tomoyo? —Llevé mi mirada en la dirección en la que mi padre me señalaba y entonces la reconocí.

Estaba en una banca, llorando profusamente. Parecía a punto de congelarse. Parecía que algo muy malo le había pasado.

Descendí del auto sin pensarlo y le di alcance, y en cuanto me vio, se soltó a llorar mientras me contaba lo difícil que fue lidiar con aquella situación, y lo mucho que le dolía el corazón después de haberlo rechazado. Acaricié su cabeza a modo de felicitación y le dije que era muy valiente, que aquel dolor no sería eterno.

—Todos somos el secreto de alguien. Está bien que este haya sido el tuyo —murmuré mientras limpiaba sus lágrimas y aunque ella me miró confundida, luego asintió, y ya más calmada, aceptó que la llevara en mi auto.

Mi padre decidió bajarse unas esquinas antes porque tenía algo que hacer, y yo tomé el desvío para llevarla a su casa.

Hacía varias esquinas que todo estaba demasiado silencioso, así que miré al asiento de atrás y me di cuenta de que se hallaba dormida. Supongo que vivir tanta tensión y las noches en vela estudiando para su examen habían hecho su trabajo.

La miré un buen rato a través del retrovisor y por primera vez me percaté de lo hermosa que era, no solo por fuera sino también por dentro.

La admiraba, la admiraba por ser capaz de hacer lo que yo no era capaz de atreverme.

La vi removerse mientras se despertaba cuando le avisé que ya habíamos llegado, y ella se disculpó eufóricamente por apenas haberse despertado.

Salió del auto con el pelo alborotado, la ropa ligeramente desacomodada y un diminuto hilillo de saliva en la comisura de sus labios, y me reí de lo adorable que se veía en esas descuidadas condiciones.

Tomoyo era una niña apenas y los enredos del amor, tal vez en unos años…

«Me gustaría verte esta noche. ¿Nos encontramos donde siempre?»

Ignoré el mensaje que Kaho acababa de enviarme, y en cambio continué mirando a la jovencita de pelo negro y ojos violeta que se alejaba de mi vehículo, comprendiendo al fin que ella, esa chica de voluntad inquebrantable que había visto reír y llorar, que me había enseñado que ni siquiera el amor era una barrera demasiado grande para hacer lo que era correcto, ella ahora era mi secreto y ahí estaba lo bonito, aquello que hacía a las personas hervir la sangre de felicidad, porque a veces solo bastaba con mirar de lejos como tu secreto no sabía de ti y de tus sentimientos.

Ella ahora era mi secreto y quería que lo supiera… o tal vez no.


Y ahí está el capítulo cinco, el más largo hasta ahora.

Quienes me han leído antes saben que tengo una debilidad por este personaje asi que entenderán porque me extiendo cuando hablo de él XD.

En fin, el próximo sábado será el final.

Espero que me acompañen y me cuenten que le pareció esta historia.

Les envío un gran abrazo.

Nos leemos en la próxima.