Kohaku solamente pudo pensar en Ishigami Senkuu cuando una fuerte estocada le nubló el campo de visión por unos segundos, lanzándola algunos metros más allá, lejos de él.
Pensó en que no podía dejarlo solo; en que necesitaba salvarlo; en que necesitaba saber que se encontraba bien. Ahora mismo, toda esta guerra giraba en torno a él, y debía esperar que fuese la primera persona a quien atacaran, pero al parecer, Kohaku no estaba lo suficientemente preparada para enfrentar la idea de que el hombre que amaba podría morir ese mismo día.
-Por lo que veo, asumo que tú eres Kohaku. -un hombre alto y corpulento fue lo primero que su mirada registró luego de que sus pensamientos finalmente se centraran en el presente. -Mi nombre es Hyoga, aunque probablemente ya sabías eso.
La rubia enderezó su postura, pero mantuvo sus brazos delante de su cuerpo por si el tipo volvía a atacar. No conversaría con él ni en un millón de años.
-Eres bastante hábil. No cualquiera puede quedar de pie con el golpe que te di. -comentó el lancero, enderezando su lanza de manera que estuvo alineada a su cuerpo.
A Kohaku la descolocó la voz suave de su oponente, que contrastaba completamente con su contextura. Sin embargo, esta lo hacía definitivamente más peligroso de lo que pensó, sin poder distinguir si sus palabras tenían un propósito o si solamente estaba intentando distraerla. La máscara que cubría su boca también contribuía a ponerla más alerta.
Hyoga significaba un gran problema si quería ir a donde Senkuu para salvarlo de cualquier situación en la que estuviese: aunque Kohaku pudiese trepar y esconderse entre los árboles, el peliblanco podría detenerla antes de llegar más allá.
Eso quería decir que debía atenerse al plan original y dejar que el científico se las arreglara solo por el momento, mientras ella se dedicaba por completo a reducir a Hyoga.
-Tranquila, Homura no le hará nada a Senkuu. No si no se lo ordeno yo.
Kohaku miró a su oponente con sorpresa y furia a la vez. ¿Qué pretendía ahora?
-No voy a negociar contigo. -la joven habló, toscamente.
-No es muy difícil para mí tomar mi comunicador y decirle que lo asfixie. Es su única tarea hoy, después de todo.
Kohaku localizó el comunicador de Hyoga en su cadera, a su lado izquierdo, y asintió lentamente, esperando que comenzara a hablar.
-Le propuse ya a tu amigo una primera vez, y vengo a darle otra oportunidad. Quiero que ustedes dos se unan a mí, derrotemos a Tsukasa y trabajemos para hacer de este mundo un lugar mejor.
-Senkuu no creará armas de fuego para ti. -la rubia rebatió inmediatamente, conociendo sus intenciones.
-Y si tu vida está en peligro, ¿las creará para ti? -Kohaku interpretó que Hyoga estaba sonriendo macabramente solo por la forma en que sus ojos se entrecerraron.
Intentó no demostrar lo extraño que era que el peliblanco pensara que Senkuu podría hacer algo así por ella.
¿Qué tan débiles pensaba que eran sus principios?
Antes de que Kohaku pudiese contestar, el comunicador de Hyoga sonó con una voz femenina al otro lado de este.
"El oso entró en la cueva" decía.
-Bueno, parece que sí lo hará. -Hyoga sonrió ampliamente.
Sin embargo, esa sonrisa murió tan pronto como Kohaku lanzó una de sus cuchillas directo hacia el comunicador y lo destrozó en segundos. Había estado esperando el momento en que lo tuviese en su mano para lograr su cometido; lo suficiente como para recordar que la mente de Senkuu funcionaba muy distinto a lo que ellos creían de él y que, probablemente, estaba enviándole una señal.
"Estoy vivo" aseguraba el mensaje. Y por algunos momentos en los que Hyoga no contestaba el mensaje, aún lo estaría.
El mismo Senkuu le había dicho que, sin comunicadores, el equipo de Tsukasa estaría en desventaja. Esperaba que el científico interpretara el silencio del comunicador de Hyoga como una señal de que su vida, ahora mismo, no corría peligro.
El lancero apenas la había tocado.
Sin embargo, sabía que debía prepararse cuando Hyoga se quitó la larga capa que llevaba sobre su cuerpo y blandió fuertemente su lanza, haciendo gala de su poder.
-No importa. Te mataré a ti y a Senkuu en menos de diez minutos.
Ahora, Kohaku debía pelear con todos sus sentidos.
Senkuu tosió la tierra que había entrado a su boca cuando Homura decidió que era buen momento para quitarle el pie de encima. Le había quitado todas las armas que pudo encontrar luego de atarlo a un tronco, y no podía escuchar ya a Kohaku luego de su último grito, dejándolo en un estado de incertidumbre que logró distraer su mente de la misión para centrarse en la leona, y en dónde podría estar.
-Debemos esperar a Hyoga-sama. -habló la pelirosa, mirándolo desde arriba.
-¿Acaso no puedes hacer nada por ti misma? -Senkuu replicó venenosamente, furioso tanto consigo mismo como con ella.
-Puedo, pero no quiero. -Homura se encogió de hombros, antes de comenzar a inspeccionar detenidamente los implementos que le había quitado.
Con suerte, podría sacar su dardo de repuesto del bolsillo interior de su chaqueta, que podía sentir rozándole el abdomen. Pero de otra manera le sería difícil derribarla sin sus cosas.
-Esa chica rubia… ¿es Kohaku? -la ex atleta preguntó suavemente, sin mirarlo.
Senkuu no respondió, aunque asumía que ya era más que obvio.
-Practicaba artes marciales, ¿no? Y era de las mejores. No me sorprende que esté viva. -Homura ahora se sentó frente a él, a cuatro metros de distancia.
El peliverde esbozó una pequeña sonrisa, aún pensando en cuánto tiempo le tomaría romper las cuerdas con la fricción contra el tronco del árbol al que estaba amarrado.
Sin embargo, poco sabía que esto lo delataría.
-Es una pena que se haya topado con Hyoga-sama ahora.
Sí. Era algo realmente preocupante. Senkuu no había dejado de pensar en qué estaría pasando ahora con la leona, aunque confiara lo suficiente en sus habilidades.
-Tú lo conoces: no duda en matar a nadie, y Kohaku no es la excepción. Probablemente ahora esté…
-Cállate. -Senkuu la interrumpió, mirándola con furia cuando su mente dejó de pensar en escapar para comenzar a caer en la desesperación.
-Callarme no la salvará a ella. Pero si llamo a Hyoga-sama y le digo que harás lo que quiere probablemente la deje en libertad. -la pelirosa lo miró con una suave sonrisa, mostrándole el comunicador que tenía atado al muslo.
Mierda.
Senkuu miró al suelo por unos minutos. ¿Qué seguridad tenía de que Kohaku saldría viva de una pelea con Hyoga? El tipo era enorme y muy hábil. Aunque la leona fuese absurdamente rápida y absurdamente fuerte, era imposible que su cuerpo pudiese soportar los golpes de alguien así, si es que no había usado ya la pistola de dardos contra él.
Sin embargo, bien podría ser una trampa, y todo dependía enteramente de si la pareja enemiga lograba comunicarse. Probablemente, si se trataba de algo así, Kohaku habría intentado destrozar el comunicador del peliblanco lo antes posible, y conociéndola, no escucharía nada de lo que él le dijera.
No. Kohaku confiaba en Senkuu. Y Senkuu confiaba en ella.
-Mientras más tardas, más probabilidades hay de…
-Sí. Lo haré. No dejaré que nada le pase a Kohaku.
Vaya. Se había convertido en un completo romántico. Y por el gesto de Homura, supo que la había convencido.
-Muy bien, Ishigami. -la pelirosa tomó el comunicador en sus manos y habló en clave. -El oso está en la cueva. Cambio."
Senkuu debía asumir que la falta de una respuesta inmediata significaba que algo había pasado, y que aún podría tener esperanzas. Homura solo pareció preocuparse cuando pasó un minuto, y el científico sentía que ya había logrado aflojar la cuerda.
Pero era difícil con su fuerza de pulga lograr desatarse en el espacio de tiempo en que Homura comenzaba a dar vueltas cerca del lugar en búsqueda de alguna señal.
Senkuu tuvo solo una vaga noción de una presencia tras él antes de que una cuchilla rompiera sus ataduras por detrás y lo dejara libre, pero prefirió olvidarlo para aprovechar cuando la ex deportista no lo estuviese mirando para sacar el dardo de su bolsillo y esconderlo en sus manos antes de simular que continuaba restringido, cuando Homura comenzó a acercarse a él.
-Lo siento mucho. -se arrodilló la pelirosa, y su rostro denotaba una furia contenida que le puso los pelos de punta al científico. -Hyoga-sama me ordenó matarte si cualquier cosa salía mal.
Senkuu sintió su sudor caer frío por su sien. Jamás había visto tal determinación en los ojos de alguien para acabar con la vida del contrario, pero ahí estaba Homura: acariciándole las mejillas antes de llevarle las manos al cuello rápidamente y comenzar a ejercer presión.
-Es una pena. Realmente es una pena. Ojalá Hyoga-sama me amara como tú amas a Kohaku. -la pelirosa habló monótonamente a la vez que su dedo pulgar comenzaba a apretarle la tráquea.
Mierda, mierda, mierda. No podía fallar ahora que tenía la victoria, literalmente, en su mano izquierda.
Y justo cuando el científico estaba a punto de perder la esperanza y sucumbir al terror de su propia muerte, nuevamente sintió una presencia tras la espalda de Homura, que la hizo aflojar súbitamente su agarre e instó a Senkuu a mover su brazo rápidamente y clavarle la aguja del dardo en la nuca, usando toda su fuerza para procurar que el líquido sedante efectivamente noqueara a su oponente.
Senkuu finalmente pudo regularizar su respiración cuando sintió el cuerpo de la pelirosa caer lánguidamente hacia él, parcialmente consciente de la figura de un niño alejándose.
Saionji Ukyo fue el segundo en salir. Nikki había aparecido ante las cámaras unos momentos después que Homura y Hyoga y había hecho una señal con sus manos que el arquero interpretó como su alerta.
Era ella la única que sabía cómo lucía Mozu, desde antes de que todo sucediera, por lo que su trabajo consistía en encontrarse con él, junto con una veintena de guerreros enemigos, y darle las instrucciones de Tsukasa para atacar.
En las cámaras de seguridad podía verse a un hombre de pelo negro, largo, con una gran lanza y vestido con ropa militar. Tenía unos llamativos tatuajes en su rostro, y el albino se preguntó si había alguien menos identificable que él. A su lado derecho, se encontraba un tipo grande y rubio con una espada y un escudo, y a su lado izquierdo una mujer también de pelo negro, con una ballesta colgando de sus hombros y un escudo que parecía más pesado que el del rubio, parecida al líder, pero algo más joven. Tras ellos, había una treintena de hombres y mujeres armados con arcos, flechas, y escudos.
Ukyo estaba muy equivocado al esperar algo mucho menos imponente que el Imperio de Tsukasa. Eso fue lo primero que pensó cuando llegó, saltando entre los árboles, hasta donde el ejército se reunía. Si bien eran muchos menos, cada uno se veía lo suficientemente fuerte como para derribar un monstruo por sí mismos, y se notaba de lejos que no estaban para nada asustados estando en el exterior.
Y creyó que todo su plan se había ido al carajo cuando la muchacha de pelo negro en primera fila miró en su dirección, evidentemente informada de que había alguien acechando a sus aliados, pero cuando esta no dijo ni hizo nada al respecto, Ukyo supo que había algo extraño dentro de todo esto.
¿No había Mozu mandado a capturar a Kohaku por sí solo? ¿En su colonia no había una fuerte oposición al líder?
Ukyo esperaba que eso significara una ventaja para ellos; una dentro de todas las adversidades que debía enfrentar su equipo, donde solo él, Kohaku y Nikki estaban lo suficientemente preparados físicamente para pelear.
-¿Dónde está Tsukasa? Él dijo que se encontraría conmigo -escuchó a Mozu hablar, con una voz que denotaba seguridad.
-Es orden del jefe separarnos para abarcar más áreas. -Nikki contestó amablemente, a pesar del tono antipático de su contrario.
Si la misión de Ukyo y Nikki era detener las tropas de Mozu, podría simplemente apuntar a su líder, o no arriesgarse y esperar a que todo se descarriara.
-¿Es cierto que Kohaku está por aquí? -el albino escuchó a un hombre rubio, aproximadamente de su misma edad, murmurar al oído de otro.
-Eso es lo que dijo Mozu. Pero no entiendo quién es Tsukasa ni esta chica rubia con trenzas. -el otro le respondió, por lo bajo, mientras su líder conversaba con Nikki y las otras dos personas que estaban a cada lado de él.
-Ni idea. Espero que ella esté bien, o no me lo perdonaré a mí mismo.
-Titán, tú sigues con las esperanzas. -otro joven tras ellos intervino.
Ukyo escuchó atentamente las breves conversaciones dentro del grupo. Si los demás pensaban que venían a rescatar a Kohaku, quería decir que lo que gatillaría el conflicto sería el mismo hecho de verla o saber de ella. Mozu, como ya sabían, tenía la única intención de deshacerse de ella ese día.
Pronto, un niño de aproximadamente seis años, de cabello rubio y ojos oscuros tras unos gruesos lentes, apareció en el campo visual del arquero. No traía más que una simple cuchilla en sus manos, y ningún tipo de protección.
¿Qué hacía un niño tan pequeño aquí? ¿Y por qué Ukyo no lo había escuchado venir?
-¡Haru! -exclamó una de las mujeres de la colonia. -¡¿Qué haces aquí?!
Eso definitivamente llamó la atención de Mozu, quien detuvo su conversación con los demás para centrarse en el niño pequeño.
-¡Kohaku-nee está en problemas! ¡Está peleando con un tipo peligroso! -el niño se explicó a gritos, alarmando al resto de la colonia.
-Niño, ¿por qué deberíamos creerte? -el pelinegro caminó lentamente hacia el pequeño, y se inclinó a él para hablarle con un tono condescendiente. -Siempre desobedeces mis órdenes. ¿No te dije que te quedaras en la colonia? Es peligroso aquí.
-¡Pero… vi a Kohaku-nee! -exclamó el niño.
-¡Mozu! Si lo que dice Haru es verdad, yo mismo iré a ver. -el tipo rubio, llamado Titán, se colocó entre este y el niño, lo que tuvo como consecuencia un fuerte manotazo de parte del pelinegro, que lo botó al suelo.
Y antes de que volviera a golpearlo, Ukyo decidió súbitamente que era hora de atacar, y apuntó su flecha al peliverde, lanzándola y clavándole el líquido sedante en el brazo, haciéndolo tambalear y mirar a su dirección.
-¿Quién…? -articuló Mozu, siguiendo al arquero con la mirada mientras este descendía del árbol en que estaba con una granada de humo en mano, asustando al resto de la colonia.
-No importa quién soy ahora. Solo quién eres tú: el mismo tipo que llamó a Tsukasa pidiéndole ayuda para detener y arrestar a Kohaku.
-¿Esperas que mis aliados te crean esa vil mentira? Kohaku siempre ha sido mi aliada. Incluso más que eso. -Mozu se arrastró hacia él, apretando su lanza entre las manos.
-Entonces, ¿por qué quieres evitar a toda costa que los demás vayan por ella?
El tipo solo rio, ante la mirada confusa y expectante de toda su colonia, y de Nikki y su grupo.
-Kirisame, diles a todos que este tipo es un mentiroso. -viendo que no podría ponerse de pie, Mozu se dirigió a la chica de cabello negro y gruesas trenzas.
-¡Ukyo! ¿Qué haces aquí? -una voz masculina se coló tras Nikki, luego de unos segundos, y el arquero sonrió cuando la rubia lo golpeó en la cabeza.
-No, hermano, creo que ha llegado el momento en que debo dejar de protegerte. -Kirisame murmuró, de manera que solo ellos dos pudiesen escuchar, antes de dar la media vuelta hacia sus aliados. -¡Escuchen, Mozu no quiere salvar a nuestra hermana y amiga Kohaku! ¡Llamó a Tsukasa para deshacerse de ella! ¡Este hombre, Ukyo, es un ex sonar y encargado de comunicaciones de él! ¡Y como pueden ver, no le ha hecho daño a mi hermano, solo lo ha sedado! ¡Si quieren salvar a Kohaku, sigan a Haru ahora!
Al arquero le sorprendió la fuerza movilizadora de las palabras de la pelinegra, que de lejos parecía una persona completamente calmada. Pero debía asumir que por sus múltiples cicatrices y armamento significaban algo. Tan pronto como dio la orden, gran parte de la colonia comenzó a moverse en la dirección por la que había aparecido el niño pequeño.
-¡Bah! ¡Qué me importa si ella está en peligro! ¡Mozu es nuestro líder y debemos seguirlo! -intervino el tipo rubio grande luego de unos segundos, mirando entre ambos hermanos antes de desenvainar su espada ágilmente. -No me importa que seas su hermana. Haré valer la voluntad de Mozu.
Nikki, que ya se había asegurado de romper todos los comunicadores de los aliados de Tsukasa antes de que siquiera pudieran entender qué estaba pasando, empujó al hombre hasta dejarlo en el suelo, sorprendiendo a quienes no la conocían.
-¡¿Estás loca, mujer?! -exclamó el rubio.
Ukyo le lanzó a Nikki la pistola de dardos que le correspondía, pero falló en preocuparse de Mozu, quien se había quitado la fecha del brazo mientras no lo veían.
El arquero se dio cuenta de su error cuando sintió una fuerte punzada en su cintura, que lo botó al suelo antes de que pudiera darse cuenta de que se encontraba sangrando.
-¡Ukyo! -el albino escuchó a Nikki gritar a lo lejos, pero su vista se había nublado del resto, y solo podía escuchar los sonidos del blandir de las espadas.
Solo sabía que sus rodillas seguían en el suelo, y que, si seguía apretando su mano contra la herida de su cintura, probablemente se mantendría parcialmente consciente.
-¡¿Estás bien, Ukyo?! -era ahora la voz de Kirisame quien lo interpelaba, también con un grito cansado, probablemente de estar peleando con su hermano.
-¡¿Qué esperan?! ¡Vayan a ayudarlo! -Nikki volvió a intervenir, dirigiéndose a sus tropas.
Realmente no esperaba causar tanto problema hoy. Todo parecía más que resuelto unos segundos atrás. Ukyo se preguntó cómo estarían los demás en estos momentos, y si lograría verlos nuevamente. Después de todo, tanto Tsukasa, como Hyoga y Homura eran un peligro real.
-Kiri…same… -el albino articuló, abriendo parcialmente los ojos para buscar a la pelinegra. -Mis flechas están…
El dolor se agudizó repentinamente, y Ukyo se derrumbó aún más, sentándose en la tierra. Habría caído nuevamente si no fuera porque una mano amiga lo mantuvo quieto y le ayudó a tapar su herida, despertándolo de su estupor.
-¿Quién…?
-No hables. Derramarás más sangre. -una voz femenina le contestó, y Ukyo estaba seguro de que era de alguien conocida, solo que su mente estaba demasiado nublada como para ponerse a pensar en aquello. -Te vi en peligro por las cámaras de seguridad. No hay rastro aún de Tsukasa en ellas.
El arquero dejó caer su cabeza hacia un costado, cansado de sostenerse.
-Pásale… los dardos a Kirisame. -Ukyo balbuceó, antes de que todo se volviera completamente negro y silencioso.
