Si anteriormente Kohaku pensaba que Hyoga era fuerte, al pelear con él se dio cuenta de que su imagen mental no era nada comparado con lo bestial que era ese hombre.

Apenas podía acercarse unos metros a él sin que su lanza la alcanzara, y pensó que en el momento nada le sería más fácil que volar. Tampoco podía sacar la pistola de dardos de su arnés, ya que no había un momento en que Hyoga la dejara descansar.

Tendría que intervenir otra persona o un maldito monstruo para abrirle un espacio y poderle disparar, y probablemente ni siquiera eso le aseguraría la victoria: era tan rápido que quizás podría evadirlo y, si le llegaba, probablemente no lo dormiría por completo y tendría que hacerlo nuevamente.

Kohaku se sentía cansadísima de tanto moverse evitando los golpes de la lanza de Hyoga, mientras él se mantenía perfectamente.

-En estos momentos, tu amigo probablemente esté muerto. -habló él, con su voz venenosa.

Pero nada podía detener a la mejor cazadora de monstruos en su batalla contra una bestia. Ni siquiera el prospecto de que Ishigami Senkuu ya no estaba en este mundo, porque como fuera cumpliría su voluntad. Era esa su principal razón para ignorar todo y continuar atacando, intentando cansarlo lo suficiente como para que se distrajera tan solo unos segundos.

Quizás si ella lo distraía resultaría mejor.

-¿Acaso ya estás cansado? No eres ni la mitad de fuerte que Tsukasa. Yo solo estoy tomando tu tiempo a mi favor.

-Diría que tú lo estás, considerando que has comenzado a hablar.

Pronto, el sonido de unas pisadas alrededor de ellos alertó a ambos: podían ser Homura o Senkuu, considerando la distancia a la que estaban de ellos. Kohaku intentó reprimir sus pensamientos prontamente y esta vez fue ella la primera en reaccionar y aprovechar el momento para sacar su pistola y apuntarla directamente al pecho del lancero.

Ya era hora de que bajara su guardia. Nada había salido a su favor hasta ahora y esto era una entrada bastante buena para tener una victoria.

Sin embargo, Kohaku no debió sorprenderse con que Hyoga se moviera tan rápido, tan pronto como vio el arma, y la empujase a la tierra húmeda antes de que pudiera apretar el gatillo, botando la pistola de sus manos y apuntándola con la lanza directamente en el estómago.

La cazadora detuvo el arma con sus propias manos, rompiéndoselas de paso y manchando el arma de Hyoga con su sangre.

-Eso es algo nuevo. -comentó él, quitándose la máscara de la boca y respirando pesadamente.

-Suéltame. -Kohaku empujó con todas sus fuerzas la lanza para evitar que le diera en alguna zona vital, pero no tuvo que hacer mucho más esfuerzo, ya que Hyoga se había dirigido a donde había caído el arma de la rubia para tomarla.

La cazadora aprovechó el momento de moverse, atrapando la lanza entre sus piernas y rompiéndola en dos antes de lanzarla lejos, felicitándose a sí misma por desarmar a su oponente, quien ahora sostenía lo que probablemente creía que era un arma de fuego.

El rostro de Hyoga, ahora más descubierto, parecía creer que tenía la victoria, y que, al apuntarle a ella, todo esto terminaría en ese mismo instante. Kohaku preferiría no ser disparada con un dardo tranquilizante, pero por como su oponente había manejado las cosas, probablemente no lo pensaría dos veces antes de hacerlo.

Le preocupaba saber qué haría después de que se enterase de la farsa.

Sin embargo, antes de que pudiese darse cuenta de que había alguien más allí, Kohaku observó cómo dos dardos se enterraban en el cuello de Hyoga, y lo hacían arrodillarse repentinamente. El disparo que ya había ejecutado este cayó cerca del pie de la rubia; cortesía de su salvador.

-¿Qué es…? -Hyoga balbuceó antes de caer de lado, y Kohaku se puso de pie súbitamente para quitarle su pistola de las manos.


Luego de atar a Homura de manos y pies al mismo árbol en el que estaba él, Senkuu recogió sus cosas apresuradamente, aún sintiendo las manos de la pelirosa alrededor de su cuello, cortándole la respiración. Era lo más cerca de la muerte que el científico había estado en mucho tiempo.

Sin embargo, pensar en eso y en que su cuerpo estaba ya cansado no ayudaría en nada. Tenía que encontrar a Kohaku en ese instante o no sabía cómo lo haría para llegar al siguiente paso, tanto física como mentalmente.

Senkuu caminó unos minutos en la dirección por la que habían llegado y hacia donde la escuchó gritar antes de que se separaran. Era poco probable que estuviera lejos.

Lo primero que vio fue a Hyoga y Kohaku de pie frente al otro, ambos respirando pesadamente, aunque era la leona la que parecía más exhausta. El científico intentó no perder la calma e ir directamente a su ayuda, decidiéndose por esconderse tras el árbol más cercano para preparar su pistola de dardos.

Pero tan pronto como lo hizo, Senkuu escuchó el sonido de un gatillo seguido una pesada caída, y pudo ver a Kohaku ahora en el suelo forcejeando contra la lanza de Hyoga, que había comenzado a perforar su estómago.

El científico sintió un fuerte dolor en su pecho al pensar que estaban dañando a la leona por su culpa, y su sangre hirvió, colérica, antes de que saliera de su escondite con la pistola en mano, con Hyoga en la mira, que acababa de apoderarse de la pistola de su aliada y la apuntaba ahora a ella.

En ese instante, Senkuu no dudó en apuntarle al cuello y jalar el gatillo, sorprendiéndose cuando los dos disparos que lanzó llegaron junto a donde quería, y sería más rápido de dormir.

Las lecciones de la leona habían dado maravillosos frutos.

-¡Senkuu! -exclamó ella.

Kohaku se veía tan jovial a pesar de toda la sangre que manchaba sus manos y su estómago, que el científico no pudo evitar sonreír apaciblemente, fascinado con el brillo de los ojos de la leona y de poder escuchar su voz nuevamente.

Aunque no tenía por qué decírselo ahora. Ahora debían atar a Hyoga lo suficientemente bien y asegurarse de que no pudiera moverse en al menos unas horas.

Así lo hicieron, entre ambos, demorándose alrededor de diez minutos, y luego Senkuu comenzó a sacar de su bolso las vendas y parches que tenía para curar a la leona, sentados ambos a unos metros de donde habían dejado al lancero.

Si bien Kohaku le había asegurado que solo tenía heridas superficiales, el tajo en su abdomen no parecía algo tan simple como esperaría, y sus manos tenían unos raspones bastante largos, con múltiples astillas enterradas. Sin embargo, Senkuu prefirió no emitir ninguna palabra, en un esfuerzo por concentrarse y evitar que sus manos temblasen de la pura adrenalina que estaba sintiendo en el momento.

Fue por eso que no miró lo suficientemente bien a la leona como para darse cuenta de que estaba exhausta, sudando profusamente y con la piel algo pálida por la pérdida de sangre y el esfuerzo que había hecho, hasta que esta apoyó la cabeza en su hombro, respirando pesadamente una vez que Senkuu terminó de vendarle la mano derecha, dando su trabajo por terminado.

-¿Estás bien? -le preguntó inmediatamente, pero no obtuvo respuesta.

Con el tiempo a su favor, aunque en contra de su buen juicio, Senkuu apoyó su cabeza en la de ella, y le dio un corto y discreto beso en su cabello, sucio con la tierra y las hojas del suelo.

-Gracias por salvarme, Senkuu. -murmuró ella, respirando sobre el cuello del científico antes de llevar una mano a su hombro.

-Ni en un billón de años podría devolverte ese favor, leona. -Senkuu rio.

Pero su risa murió tan pronto como sintió los labios de Kohaku posarse en su cuello, poniéndole la piel de gallina.

-Estoy tan feliz de que estés vivo, Senkuu. -susurró ella, solo para él, y eso lo hizo temblar profusamente.

Kohaku estaba haciendo realmente insoportable continuar con su resolución sobre no tocar el tema de sus sentimientos hasta que terminase esta guerra. Sentía que llevaba siglos reprimiéndose a sí mismo. Sentía que toda esta locura no había comenzado solamente cuando se reencontró con Kohaku luego de unos años, sino que llevaba gestándose en él mucho más tiempo del que creía saludable.

Pero algo más podía hacer.

Senkuu llevó una mano, temblorosamente, a la nuca de Kohaku, instándola a separarse de él solo un poco para que sus miradas se cruzaran. Aunque ya había recobrado su color, el rostro de la leona se veía perlado por el sudor, pero el científico no pudo imaginarla más idílica.

Incapaz de esperar más, y sin previo aviso, Senkuu juntó sus labios con los de ella, sin perder el tiempo para interponer su lengua entre ambos cuando Kohaku suspiró, sorprendida.

Se sentía tan perfecto. Sus labios sabían igual a como Senkuu los recordaba, y el sudor que se había impregnado en ellos añadió una pizca de adrenalina en la situación, que más que hacerlo retractarse, lo ayudó a continuar, chocando su lengua con la de ella y recordando abruptamente la primera vez que la había besado así, y que ya parecía ser siglos atrás.

Estaban en plena guerra, y aún así al científico no podía importarle en lo más mínimo ese hecho cuando tenía a Kohaku así: con el corazón tan acelerado que incluso él podía sentirlo. Estaba en un punto de su vida en que podría mandar todo a la mierda, empujarla de espaldas a la tierra mojada y complacerla hasta el orgasmo.

Haberla probado antes hacía que fuese aún más imposible no elegir la segunda opción.

Sin embargo, fue ella quien se apartó de él, colocándole las manos en su hombro y su pecho, y respirando agitadamente antes de mirar a su alrededor.

-Algo se acerca. -la leona avisó, con su voz repentinamente agravada, antes de ponerse de pie y jalarlo a él a su lado.

Senkuu aún sentía el calor de los labios de Kohaku en su boca cuando no algo, sino alguien, apareció frente a ellos, en una no muy inteligente movida. Era un tipo rubio con una especie de cuerda atada a la cabeza, cargando una lanza más pequeña que la de Hyoga, y que tan pronto como los vio, la apuntó exclusivamente al peliverde.

-¡Suéltala! O no te dejaré volver a ver la luz del día, bastardo.

Solo entonces Senkuu se dio cuenta de que su mano estaba atada a la de Kohaku, y ambos se soltaron inmediatamente.

-¡Titán! -la leona exclamó, mirándolo con sorpresa. -¿Qué haces aquí?

-Vine… vinimos a salvarte, Kohaku. -el rubio respondió, con un tono extrañado, sin dejar de apuntarle a Senkuu con su lanza.

-¿Vinieron…? -Kohaku se interrumpió a sí misma cuando un niño de unos seis años apareció sin hacer un solo ruido tras el rubio.

Al principio, la leona parecía no reconocerlo, y Senkuu tuvo la vaga noción de que lo había visto anteriormente. Pero luego de una profunda observación, algo pareció hacer click en la cabeza de Kohaku.

-¿Haru…? -la rubia ladeó la cabeza.

El científico también se sorprendió por el hallazgo, percatándose de que efectivamente se parecía a Suika y que además…

-¿Eres tú el que me salvó antes? -Senkuu se dirigió al niño, sin importarle si Titán seguía amenazándolo o no.

El niño asintió rápidamente.

-Encontré primero a Kohaku-nee y avisé a nuestros amigos para que vinieran aquí.

-¡Haru! ¡Suika estará tan feliz! -Kohaku exclamó, abalanzándose hacia el niño para tomarlo entre sus brazos. -¡Ni siquiera noté que estabas ahí!

-¡Atrás! -el tipo rubio volvió a instigar a Senkuu, que levantó sus manos en símbolo de paz.

-Titán, Senkuu es mi amigo. -Kohaku lo disuadió rápidamente, ante la mirada embobada del hombre.

El científico se encogió de hombros. Le parecía algo gracioso cómo la leona podía llamarlo su "amigo" cuando hacía unos momentos estaba al borde de tomarla en pleno claro del bosque.

-Kohaku-nee, ¿mi hermana está…? -el niño balbuceó, sin poder terminar de hablar cuando más personas comenzaron a aparecer, todos vestidos de manera similar a Titán y Haru.

-¡Kohaku! -un hombre, aproximadamente de la misma edad que ellos, llamó su atención primero.

-¡Kinro!

-Mozu está… ¡Mozu quiere matarte! Kirisame está peleando contra él, junto con una chica rubia con trenzas y un hombre albino con una lanza. Magma lo está defendiendo ahora.

Senkuu y Kohaku se miraron el uno al otro, consternados.

-¿Están todos bien? -la leona fue la primera en preguntar.

-No lo sé, veníamos a ayudarte. Pero ahora lo más sensato es volver por los demás e ir a la colonia. Debemos protegerla de Mozu.

El hombre sonaba bastante serio. Senkuu entendía sus razones, y sinceramente, todo eso parecía una mejor opción para Kohaku, en lugar de estar arriesgando su vida por él.

-¡Oigan todos! -la leona exclamó, repentinamente, luego de darle una rápida mirada a Senkuu. -¡Este hombre es Ishigami Senkuu, y él tiene la cura para lo que queda de la humanidad!

Senkuu solo pudo sonreír nerviosamente cuando todas las miradas se fijaron en él. Si gritaba así de fuerte, probablemente Tsukasa escucharía.

-¡No puedo volver a la colonia aún, porque estoy con él! ¡Si todos nos unimos y derrotamos a Tsukasa y a Mozu, llegaremos seguros al refugio de La Montaña y no tendremos que vivir más bajo tierra!

Por la semi sonrisa que le dedicó Kohaku, Senkuu entendió su plan. Con Hyoga y Homura capturados, y Mozu ocupado, Tsukasa se encontraba sin los aliados lo suficientemente fuertes, lo que posibilitaría la victoria del equipo científico, al que -preferiblemente- se uniría la antigua colonia de la leona.

El momento decisivo era este. Senkuu observó orgullosamente a Kohaku mientras sometía a elección masiva su propuesta, cuando un fuerte y monstruoso rugido hizo retumbar la tierra.

¿Cómo no lo habían sentido antes? El ruido se escuchaba lo suficientemente cerca como para ser peligroso, y si se trataba de un monstruo lo suficientemente poderoso, ya todos estaban más que perdidos.

Senkuu debió esperar alguna falla como esa. ¿Pero qué animal podría seguir ahí aún con las múltiples bombas de sonido de distintos niveles que habían lanzado hacía poco más de media hora? Había estudiado lo suficiente el registro que llevaba Kohaku de los monstruos que existían junto con las características de sus versiones no mutadas como para prever una ventaja de al menos una hora sobre estos, pero jamás habían probado las bombas por razones obvias.

Senkuu tomó su comunicador tan pronto como el rugido terminó.

-Leona y cebollín al habla. Reunirse en punto de encuentro. Cambio y fuera.

El científico sintió un escalofrío cuando obtuvo una inmediata respuesta, de una voz que podía reconocer perfectamente.

"La bestia ha despertado, Ishigami Senkuu."

Shishio Tsukasa había llegado.