Título: EL AMOR TAL VEZ
Autor: Clumsykitty
Género: Yaoi con toques de aventura y otras incoherencias, producto de la falta de azúcar.
Parejas: Las que se dejen –no es mi culpa si no quieren estar juntos-.
Disclaimers: ni modo, Yu Gi Oh no es mío u.u
Feedback: Lo agradeceré eternamente.
Nota clumsykitty: Bueno, pues, agradezco las porras, cebollazos y jitomatazos que me dieron, me dan y me darán por esta historia. Cada review es muy importante para mí.
Ahora, sé que estas fiestas no se dan en Oriente como en Occidente. Pero para el fin de la historia, imaginemos que sí… n.n. De hecho, planeaba entrar con la historia hasta el próximo mes, pero… mejor no les arruino las vacaciones… :P
Este fic lo dedico a Eli-chan por su paciencia y dedicación con mis monerías. ¡Gracias!
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Tan corto el amor
y tan largo el olvido…
………………….. Una canción desesperada, Pablo Neruda.
CAPITULO 1. NOCHE DE PAZ.
-Si como otro trozo de pastel, voy a reventar –confesó Solomon, sobándose el estómago.
Todos en la mesa rieron ante el comentario, porque en ese instante el abuelo cortó otra rebanada del pastel de frutas que Tea les había enviado como regalo de Navidad desde Londres. Al lado de Solomon se encontraban sentados Mokuba y Atemu, frente a ellos, Yugi, Ryou y Tristán. Había dos sillas vacías donde habían estado sentados Bakura y Seto.
Era la cena de Navidad en la casa de los Mutou. Tea les había enviado un pastel y regalos disculpándose por no estar presente debido a su temporada de ballet. Tristán se había presentado de último momento, pero fue bien recibido. Ryou había convencido de alguna manera a Bakura de estar presentes, aunque el Ladrón de Tumbas refunfuñaba de todo. Sólo Mokuba había traído a regañadientes a Seto y Atemu, que parecían rehuir de ellos, especialmente el Faraón; pero las demandas del chico y sus ojos de cachorro surtieron su efecto.
Seto se había levantado de la mesa en cuanto los abrazos y los regalos se habían acabado para sentarse luego en un rincón de la sala. Bakura, por su lado, estaba recargado con los brazos cruzados bajo el arco que dividía el comedor de la sala, mirando a veces hacia la mesa y otras veces hacia el ojiazul, frunciendo el ceño al verle. Atemu se giró para observarlo y se levantó para tomar asiento al lado de Kaiba. Ambos se sentían fuera de ambiente y el humor del castaño era inestable debido a los medicamentos que le tenían preescritos.
-Deberías estar con Mokuba.
-Él está bien. Además, se está divirtiendo con ese anciano –contestó cansado Kaiba- Prefiero estar un momento aquí.
-¿Te sientes bien?
-Por milésima vez, Atemu, deja de hacer esa estúpida pregunta. Estoy bien¿de acuerdo? –gruñó malhumorado- Ve y busca un objeto antiguo donde meterte.
El Faraón le miró detenidamente, lo que hizo enfadar a Seto, que se volvió hacia él con un gesto de hastío.
-Estoy. Bien. Gracias.
-Si no te calmas en este momento, voy a llamar a la doctora –le advirtió sereno- ¿No querrás cambiar de prescripción de nuevo?
El ojiazul se encorvó al frente con una mano en la frente.
-No puedo. No es tan fácil. Estoy harto de no poder controlarme.
-Ya hemos hablado de esto en las terapias. Relájate y trata de divertirte.
-Es más fácil decir que hacer, Mi Faraón.
-No me llames así –replicó Atemu con el rostro sombrío- Te lo he pedido muchas veces.
-Te llamo como se me da la gana.
-Seto…
-¿Vas a retarme?
-Haz lo que quieras.
-Bien.
Kaiba se recostó de golpe en el sofá, dejando escapar un soplido. Atemu iba a ponerse de pie pero el otro atrapó su muñeca y lo obligó a sentarse de nuevo.
-No te vayas.
Una risita burlona llegó a los oídos del Faraón. Bakura los observaba con diversión. Después de silenciarlo con la mirada, regresó su vista al castaño cuyo agotamiento alcanzaba a sus ojos azules. A Atemu le preocupaba que Seto recayera en cualquier momento, pero también notaba algo más, algo que esperaba fuera solo su imaginación. Tomando la mano que le sujetaba entre las suyas, se reclinó al lado del ojiazul.
-Date tiempo, Seto. Esto no te será sencillo, solo deja que tu cabeza se aclare. No puedes abarcarlo todo. Mokuba tiene razón, deberías tomar unas vacaciones.
-Eso no puedo ni pensarlo –contestó Seto, recostándose en el hombro de Atemu- Hay noticias de que Pegasus abrirá un nuevo torneo y la Corporación necesitará estar al tanto. No quiero abandonar mi maestría y Mokuba…
-Hasta ahí, Seto. No pongas de pretexto a tu hermano. El claramente te dijo que puede encargarse todo por sí solo. Tienes que alejarte de todo esto por un tiempo. Alejarte de mí, principalmente.
El tricolor sintió un apretón de la mano de Kaiba.
-Mokuba ha estado haciendo mis cosas y ya no quiero darle más cargas, Atemu. Tengo que empezar a dirigir la compañía… y mi vida… pero… siento que voy a caer… te necesito a mi lado. No me dejes caer… no me dejes…
Aunque Atemu hubiera querido replicar, no podía. Estaban en la casa de Yugi y era Navidad. Sacar a colación cual era la razón por la que Seto actuaba así, solo le provocaría un ataque de pánico. Dejo que éste se recostara más cómodo en so hombro hasta que se quedó dormido.
Bakura se sentó frente a ellos. Cuando Seto estaba completamente dormido, le habló al Faraón.
-Algo le pasa a su alma, Faraón.
-Ya lo sé –contestó Atemu sin mirar al Ladrón de Tumbas,
-Vaya, ya lo sabes. ¿Qué piensas hacer?
-Tal vez sólo necesite tiempo para…
-No cometas los mismos errores, Faraón. ¿Por qué no le dejas ver a Joey?
-Esto empezó precisamente porque no lo ha encontrado, Bakura.
-Oh, Ra, vámonos entendiendo. Él no la ha encontrado. Tú si sabes donde está y no me mientas porque te rompo la cara.
El Faraón cerró sus ojos, dando un beso a los mechones castaños de Kaiba.
-Él no quiere ver a Seto –confesó en un susurro- Y no voy a decirle eso.
-¿Tienes la carta?
-¿De qué carta hablas?
-Mira, Faraón, no te pases de listo conmigo. Sí tienes la carta y más te vale que se la devuelvas a Joey. Ya grábate en los sesos que Seto le pertenece. Y si el idiota del rubio no deja ver su cara, ése no es tu asunto. Solo si tu primito llega a tener problemas, entonces sí puedes meter tu nariz en su vida, pero antes no. ¿Qué aún no comprendes?
Se hizo un silencio pesado y Bakura optó por ponerse de pie y regresar a su lugar bajo el arco. Ryou le cuestionó con la mirada, pero el Ladrón de Tumbas solo negó con la cabeza. El Faraón contempló el rostro un poco pálido de Seto y acarició con delicadez una de sus mejillas.
Yugi miraba de reojo la forma en que Atemu trataba a Seto. Tenía la esperanza de decirle al Faraón sobre lo ocurrido en el hangar y averiguar si era correspondido, pero Atemu lucía muy dedicado a un frágil Kaiba que tenía días de haber salido del hospital. Creía que el ojiazul correría a buscar a Joey, pero no era así. Su temor era confirmado. Seto deseaba quedarse con el Faraón y éste le correspondía.
Con cuidado de no despertar a Seto, Atemu se levantó, sentándose a la mesa donde platicaban animadamente los demás, cruzando su mirada con la de Yugi, el cual se sonrojó al darse cuenta de que el Faraón lo había atrapado observándolos.
-Dime Yugi¿Qué ocurre? Te veo triste. ¿No te regalaron lo que querías? –le preguntó Atemu.
-Ah… no, no es eso, Yami, es que… me preocupa Kaiba¿Está bien?
El Faraón rió al escuchar de nuevo la pregunta. Yugi le miró confundido.
-Está cansado, aibou, nada más. Tiene que tomar sedantes pero pronto se recuperará.
-Estupendo –comentó Bakura con sarcasmo.
Atemu miró a Bakura de reojo antes de volverse a Yugi.
-Todo se arreglará, Yugi. Ya verás.
-Atemu¿puedes repetirme lo que tiene Kaiba? –preguntó Tristán.
-PTSD, Desorden Pos-Traumático del Estrés –contestó un poco molesto Mokuba, con los ojos pegados al mantel.
-Eh… ¿Cuánto tiempo de recuperación le dieron, Atemu? –inquirió Ryou con rapidez para evitar la tensión que se levantó en el ambiente.
-Todo depende del él, Ryou. Tal vez seis meses, tal vez años.
-Claro, si no…
-Bakura¿No quieres más postre? –le cortó Ryou, levantándose con su taza en mano.
-Es poco cortés hablar así del muchacho cuando está a nuestras espaldas –amonestó Solomon- Y además, Mokuba está presente. Deberían disculparse. Ellos están aquí para que los ayuden, no para ser molestados.
-Lo siento, Mokuba. Es que nunca había visto así a Kaiba.
-Está bien, Tristán. No se disculpen. Es normal su curiosidad –contestó el adolescente.
-¡Por poco lo olvidaba! –exclamó Yugi- El abuelo y yo les hicimos un postre especial.
-¿Tú y el abuelo? -el Faraón no ocultó su asombro.
-¿Y sabe bien? –se unió Tristán.
-¡Oh, sí! –Solomon se puso de pie- Ven hijo, ayúdame a repartirlos.
Mientras los Mutou entraban a la cocina. Ryou llegó hasta Bakura y le dio su taza, antes de abrazarlo por la cintura.
-Me prometiste portarte bien –le dijo con un puchero.
-Y lo he cumplido, mi niño. Estoy muriéndome de aburrimiento. Lo único bueno ha sido el Alto Sacerdote Seth. Que joyita.
-¿Por qué dices eso?
-Por nada. ¿Crees que Yugi se moleste si ocupamos su recámara por unos minutos?
Ryou se ruborizó hasta la punta de los cabellos.
-¡Bakura! –murmuró entre dientes- Te van a oír.
-Al que van a escuchar es a ti, chiquito –replicó Bakura, sonriendo de oreja a oreja.
-Pero…
-¿Pero?
-… lo hicimos en la mañana –Ryou escondió su rostro en el pecho del Ladrón de Tumbas.
-Tu igual prometiste darme mi recompensa si me comportaba. Esta cena ya acabó.
-Por favor… -rogó el otro sin moverse.
-Ryou, tienes cinco minutos para que nos vayamos o voy a tomarte en esa mesa y me importa un bledo si el viejo se infarta, Tristán y el mocoso salgan corriendo, el dragón se despierte y el Faraón nos maldiga.
Inmediatamente Ryou se separó para quitarle la taza y ponerla en le mesa. Yugi salía con una charola llena de postres, seguido por su abuelo que traía nuevas cucharas.
-Eh… Yugi, Bakura y yo tenemos que irnos. Muchas gracias por la invitación –decía apresuradamente, tomando su abrigo y el del Ladrón de Tumbas- Que la pasen bien y feliz día a todos.
-Feliz Navidad –le contestaron.
-¿Por qué la prisa, Ryou? –quiso saber Solomon- Prueba el postre.
-Yo también quiero probar el postre –comentó Bakura.
-¡Que tarde! Nos vemos luego, Yugi –Ryou jaló al Ladrón de Tumbas hasta la puerta.
Mokuba empezó a reírse, lo que llamó la atención de los demás. Yugi terminó de repartir lo que llamaba "El Postre Mutou", un helado suave con bombacitos de sabores y fruta en almíbar picada.
-¿Por qué ríes, chico? –preguntó Tristán.
-Bakura me cae bien, después de todo.
-Yo todavía desconfío –dijo Solomon- Árbol que nace torcido…
-Pero parece que Ryou lo quiere mucho –comentó Yugi.
-Ellos se complementan –intervino Atemu con cierta melancolía- Y se aman.
-¿Te sientes bien, Yami? –Yugi se le acercó preocupado, abrazando la charola vacía.
-Claro, aibou.
-¡Qué bueno que se lo dices tú, Atemu! Porque se la ha pasado llorando por ti –comentó Tristán dando una cucharada al postre.
-¡Tristán! –Yugi se sonrojó con fuerza esta vez.
-Lo cierto es que cada vez que te habla el Faraón tú te sonrojas, querido nieto.
-¡Abuelo!
-¡Hey, Yugi¿Por qué tu cara parece la nariz de Rodolfo el reno?
-¡Mokuba¡Tú también¿Qué soy de pronto¿El bufón?
Todos rieron, excepto Atemu.
/Eres mi luz, Yugi/ pensó, contemplándolo con desconsuelo.
Yugi le había salvado de nuevo, retándole para rescatar a Mokuba, Seto, Joey y Bakura; pero más aún, de su propia mente, extraviada por el miedo. A partir de ese día ya no podía dejar de pensar en él. Y sin embargo, ya había hecho un juramento bajo el nombre de Ra y no iba a romperlo. Además, Yugi valía demasiado para perjudicarlo son sus sentimientos.
La conversión tomó otros rumbos, mientras terminaban el postre. El Faraón se dio cuenta del bostezo de Mokuba y se levantó para despedirse.
-Es hora de irnos. Gracias a todos, Tristán, Señor Mutou…
-Atemu…
-Abuelo.
-Mucho mejor.
-Yugi, muchas gracias. Vamos, Mokuba, ustedes dos tienen que descansar.
-Ouch. Que rabia que tengas razón, Atemu. Quiero mi cama –dijo con otro bostezo el chico.
Todos se levantaron y Solomon se dirigió a la puerta para abrirla, al tiempo que Atemu daba las llaves al pelinegro para que encendiera el auto. Tristán les ayudó con sus obsequios. El Faraón tomó en brazos a un exhausto Seto y lo recostó con ayuda de Tristán en el asiento trasero. Mokuba cerró la cajuela con los regalos y tomó su lugar en el asiento al lado del volante.
-Gracias, Tristán.
-De que Atemu.
-Me parece que nos veremos en la mansión. hasta entonces.
-Maneja con cuidado –aconsejó Solomon antes de entrar junto con Tristán- Hasta luego.
Atemu asintió abriendo la portezuela, cuando Yugi lo llamó.
-¡Espera, Yami!
-¿Qué sucede?
-Espera, espera… -Yugi rodeó el coche para ponerse frente al Faraón- … yo… bueno…
-¿Sí?
-… quería regalarte esto… -dijo tímidamente Yugi, sacando de su bolsillo un dije con una cadena delgada- … es que… no encontré una envoltura adecuada y ya no quería dártelo pero… luego me arrepentí… es que… lo hice yo mismo… bueno no, la cadena si la compré pero me aseguré que fuera de hechura egipcia para…
-Muchas gracias, Yugi –le cortó con una sonrisa el otro.
-Toma –con manos temblorosas, Yugi le tendió el dije- Feliz Navidad, Yami.
-Feliz Navidad. Perdóname, aibou, de haber sabido que me darías un regalo así, te hubiera hecho algo yo también.
El Faraón tomó la cadena de las manos de Yugi, sintiendo como su corazón latía aprisa al rozar su mano. En verdad era un pequeño pedazo de madera tallado y barnizado con esmero. Su nombre estaba inscrito en él como se hacía en el antiguo Egipto, con la escritura sagrada y el sello del escarabajo. Los ojos de Atemu se rozaron al admirar la pieza. Con prontitud se la colocó, observándolo otro poco antes de volver a mirar a Yugi.
Ambos se quedaron así, sin saber que decirse. Minúsculos copos de nieve empezaron a caer. Yugi tembló ligeramente al no tener un abrigo que le cubriera. Atemu volvió en sí, apenado.
-Vas a resfriarte, aibou. Anda, entra a la casa.
-Te veo después, Yami.
-Hasta luego, aibou.
El Faraón subió al auto. Mokuba se despidió con un movimiento de su mano de Yugi mientras se marchaban. Éste se quedó al pie de la puerta, viéndolos hasta que el coche se perdió de vista. Con un suspiro, entró a la casa.
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-Tal vez sea mi cabeza, pero me parece que Yugi se comporta muy raro estos días¿no te parece? –preguntó medio adormilado Mokuba, mirando hacia el cristal de la portezuela.
-No lo sé, Moki. No me había dado cuenta –mintió el Faraón. Si lo notaba.
-Ba. Imaginaciones mías. Me preocupa más mi hermano¿te ha dicho algo de Joey? –preguntó volviendo la mirada hacia él.
Atemu negó con la cabeza.
-Se dio por vencido.
-Grandioso. Maldito perro, volvió a huir como un cobarde.
-Mokuba…
-Lo bueno es que estás tú. Seto ya no estará solo¿verdad?
-No, claro que no –contestó el tricolor con un nudo en la garganta.
-Voy a preguntarle a Roland si encontró una pista sobre Joey, aunque me temo que no será así. No tardará mucho para que mi hermano se olvide de él si tú le ayudas.
-No puedo asegurártelo, Moki, eso solo lo puede decidir él.
-Voy a creerte en que todo se arreglará.
-Yo también.
Continuaron el viaje en silencio. Una vez en la Mansión Kaiba, Atemu llevó a Seto hasta su cama pero antes de marcharse, el ojiazul despertó cansado.
-Atemu… no te vayas… -murmuró despacio, levantándose un poco.
-Seto, descansa. Tienes que dormir –le indicó el tricolor, sentándose a su lado y acomodando sus cobertores- No debes esforzarte y lo sabes.
El castaño buscó sus brazos.
-Quédate a mi lado… por favor… no me dejes…
Los delgados dedos de Kaiba se aferraron a su abrigo. El Faraón lo abrazó despacio, meciéndolo suavemente para calmar la crisis nerviosa que amenazaba con aparecer. Sus ojos buscaron las píldoras que se encontraban en el taburete al lado de la cama.
-Quédate a mi lado –susurró de nuevo Seto.
Atemu sabía que no solo se refería a ese momento. Apoyando su mentón en la cabellera del ojiazul, cerró sus ojos para evitar las lágrimas.
/El desconsuelo te hace querer olvidar a Joey, mi querido Seto. Tú lo amas y le perteneces como afirma Bakura; pero ya no quieres sufrir de nuevo¿verdad? Y todo gracias a mí/
-Atemu… musitó Kaiba, rindiéndose al cansancio.
-Aquí estoy, Seto. No me voy a ningún lado.
Cuando el ojiazul por fin se relajó, Atemu lo recostó en la cama, asegurándose de que se encontraba bien y arropándolo con cuidado. Aunque había hablado con Solomon, con Mokuba y con Seto; a nadie le había confesado la opresión en su corazón por el recuerdo de aquellos inocentes ojos de Yugi, llenos de lágrimas, murmurándole que le amaba. Estaba hecho un monstruo y le dolía recordar que así lo había visto su aibou. Como un monstruo. El cual había roto el corazón de Kaiba, alejándolo de Joey. Ahora tenía que pagar por sus actos. Si el castaño deseaba que permaneciera junto a él, así lo haría.
¡Oh, Ra¡Qué he hecho/
Asegurándose de que Seto durmiera, se levantó para salir, pero algo llamó su atención. El monte de cartas del ojiazul. Las tomó con cuidado y volteó la carta superior. Era el Dragón Blanco, limpio, sin rastro de sangre. El Faraón la puso a la altura de sus ojos. Era la carta favorita de Kaiba. Sin olvidar que era el espíritu de Kisara.
/Fui demasiado ciego en aquél entonces y ella murió por mi culpa, Seth. Y aún así, seguiste a mi lado, venciendo a la oscuridad sin importarte cuando dolor tenías que guardar por la pérdida de Kisara y de tu padre. Pero no seré más egoísta. Si quieres mi vida, te la daré/
Atemu volvió a acomodar el monte de cartas en su lugar y lo dejó en el taburete. Con un último vistazo al castaño, se retiró de su habitación. El pasillo estaba a oscuras y en silencio. Lo que agradecía profundamente, pues no quería ver a nadie de la servidumbre por ahí. Antes se sentía el amo y señor, pero ahora el sentimiento había cambiado, era como un intruso. Caminó despacio a su recámara. Anette, el ama de llaves, lo encontró.
-Señor, es el señorito Mokuba, algo le sucede.
Sin perder tiempo, el tricolor corrió hasta el cuarto del adolescente. Mokuba lloraba en sueños, removiéndose desesperado. Atemu se acercó a él.
-¿Mokuba?
-… no… no… ¡Seto!... me duele… ¡auxilio!
-Moki, despierta –el Faraón se inclinó sobre él, notando las lágrimas del chico- Moki, es sólo un sueño…
Mokuba abrió los ojos. Respiraba agitadamente. Se sentó poco a poco, mientras Atemu le servía un poco de agua en un vaso. Usando la manga de su pijama, el pelinegro borró sus lágrimas.
-Gracias –dijo, aceptando el agua.
-¿Cómo te sientes?
-Bien… creo –respondió el chico, devolviendo el vaso.
-¿Por qué no me habías dicho que aún tenías pesadillas? –el tono de voz del Faraón tenía un dejo de culpabilidad.
El pelinegro se encogió de hombros, resbalando entre sus cobijas.
-Oye, Atemu¿Puedes quedarte aquí hasta que me haya dormido?
-Por supuesto.
-…eh… esto va a sonar muy infantil…
-¿Qué sucede?
-… bueno¿Podrías contarme algo? Digo, para distraerme…
Los ojos violetas de Atemu se humedecieron. No solo Seto, sino también Mokuba seguían con las secuelas de lo ocurrido. El adolescente padecía de terrores nocturnos, causados por los estragos traumáticos que les hizo pasar aquella noche tan terrible. Forzando una sonrisa, se reclinó sobre la cabecera mientras el pelinegro se arremolinaba para tomar una mejor posición.
-Voy a contarte cuando el Nilo se desbordaba y traía la vida…
Mokuba se quedó dormido entre imágenes se segadores juntando el trigo, mujeres cargando el vino en jarras sobre sus cabezas, barcos navegando sigilosos, tendiendo sus redes, imaginando el sonido de los juncos al mecerse y el canto de la grullas.
Al ver el rostro sereno del chico, el Faraón se levantó con precaución, dejando entreabierta su puerta, por si acaso volvía a tener una pesadilla. Al entrar a su recámara, se encontró de nuevo con Anette, que le dejaba una bandeja con una taza de té humeante en ella.
-Anette, no debería…
-Este té es muy bueno para descansar.
-No era necesario que lo preparara, yo…
-Está bien –replicó la ama de llaves, acomodándose su chal- Usted lo necesita.
Atemu inclinó su cabeza, sentándose en la cama.
-No es su obligación atenderme –murmuró.
Anette se sentó a su lado y tomó una de sus manos, haciendo que el Faraón levantara su vista hacia ella.
-La mayor victoria de un hombre es vencerse a sí mismo –le dijo mirándolo fijamente.
-Yo…
-He visto como ha cambiado con los amos. Cuando llegó aquí, todo se modificó. Wilson y yo pensamos que sería un cambio positivo, pero no fue así. Pero entonces usted tomó el camino correcto. Esta vez, estoy segura que es una buena decisión.
-Pero tal vez demasiado tarde –confesó el tricolor con voz entrecortada.
-Nunca es tarde para enmendar errores. Solo hace falta la fuerza de voluntad. El amo Seto le necesita tanto…
-No, por favor…
-Tengo que confesarle que cuando el señor Wheeler estuvo aquí, ví al amo sonreír de una manera que jamás creí llegar a ver en mi vida. Sabe de antemano que yo estoy con ellos desde la muerte del señor Gozaburo Kaiba y he pasado con mis amos buenos y malos momentos. Es por eso que mi corazón se alegró tanto al escuchar la risa que le provocaba ese joven rubio, pero me inquietaba también porque él tenía en su mirada algo oculto y temí que mi amo sufriera una gran decepción como la está pasando ahora.
-Mucho de eso es mi culpa, Anette.
-Sinceramente, no veo la relación entre lo que está haciendo el señor Wheeler y usted.
-Yo… ellos están así porque…
-No –Anette levantó una mano- A mi no me va a decir eso. Ese muchacho se fue y dejó al amo solo de nuevo. Usted si cambió. Supo reconocer los errores que había hecho y está aquí con ellos superando los obstáculos. El señorito Mokuba, por ejemplo, parece resentido, pero el tiempo le borrará ese rencor de su tierno corazón¿y sabe la razón?
-No.
-Porque está viendo el esfuerzo que usted hace por ellos. Un esfuerzo que el señor Wheeler se rehusó a aceptar. Traicionó al amo por segunda vez.
-No debe pensar así de él, Anette. También tiene dolor en su corazón.
-Creo que no me estoy dando a comprender. Lo que haya pasado, se ha quedado atrás. No usted, ni yo, ni nadie gobierna el corazón de ese joven. Si de verdad amara a mi señor como supe que se lo juró, no debió de abandonarle a su suerte. Muy por el contrario, usted tuvo el valor de pedirle perdón al amo Seto, de ayudarle a él y a su hermano.
-Dime, Anette. ¿Te parezco un monstruo?
La mujer se quedó callada, sin dejar de verle. Atemu se encontró llorando en silencio. El tictac del reloj se acompañó de un par de campanead que anunciaban la madrugada de un nuevo día. Anette tomó una esquina de su chal y con el secó de manera maternal las lágrimas del Faraón.
-Lo fue, no puedo mentirle. Y lo fue porque estaba lleno de ira, rencor y de sed de venganza. Ese monstruo ya ha muerto. Venció esa maldad que ahogaba a su verdadero yo, que ahora está aquí, llorando estas lágrimas de arrepentimiento… y de amor… un amor tierno que lleva por nombre Yugi Mutou…
Los ojos del tricolor se abrieron de par en par.
-Tal vez solo soy una ama de llaves –continuó Anette- pero también soy una vieja loba de mar u sé lo que estoy viendo –sus dedos rozaron el dije que Atemu portaba- Usted no ama al señor sino a ese chico, y está haciendo a un lado ese cariño para ayudar a los que sufrieron por sus acciones. Es suficiente para mí. Lo considero un joven ejemplar, aunque un poco tonto, si me disculpa.
-Anette, pero… es que yo…
-Shh, yo no le voy a contar a los amos, lo tiene que decir usted. Solo quería que tuviera presente que hay alguien en esta mansión que lo comprende. No tiene por qué pasar ese sufrimiento sin nadie que le apoye. Es demasiada soledad¿verdad?
La ama de llaves le tendió los brazos al Faraón, que no dudó en arroparse entre ellos, dejando libre su llanto reprimido.
-Así está mejor –dijo ella, palmeando suavemente su espalda- No es bueno quedarse con esas lágrimas dentro. Ya verá que un día serán de felicidad. La tormenta ya pasó. Es hora de mirar los rayos del sol.
Después de un par de minutos, Atemu se separó de Anette, cabizbajo. Ella usó sus palmas para limpiar lo que quedaban de sus lágrimas, sonriéndole como una amiga.
-Gracias, Anette. Es usted una mujer especial.
-Se está haciendo tarde. Quiero que se tome ese té y descanse. El señorito Mokuba me dijo que se va a hacer una fiesta de fin de año aquí, hay mucho por hacer y como lo sabe, a Wilson no le gustan los preparativos de último momento.
-Sí, es cierto –contestó el tricolor, esbozando una sonrisa.
-Bueno, debo retirarme. Que descanse, señor.
El ama de llaves abrió la puerta cuando Atemu le habló más tranquilo.
-Feliz Navidad, Anette.
-Feliz Navidad, Atemu.
El Faraón tomó su taza tibia y la bebió con calma, pensando en lo que sería de ellos de ahora en adelante.
/Anette tiene razón. No puedo obligar a Joey hacer algo que él no quiere. Pero su ausencia está deprimiendo a Seto y no voy a dejar que eso ocurra de nuevo/
Sus dedos tocaron el dije. Lo apretó con fuerza en su mano, mientras dejaba la taza en la bandeja. Pensó en los llorosos ojos de Yugi, temiendo que derramarían más lágrimas al verle al lado del ojiazul.
/Pero siempre serás mi luz/
De un tirón, se arrancó la cadena y la guardó en el cajón de su taburete.
