Título: EL AMOR TAL VEZ
Autor: Clumsykitty
Género: Yaoi con toques de aventura y otras incoherencias, producto de la falta de azúcar.
Parejas: Las que se dejen –no es mi culpa si no quieren estar juntos-.
Disclaimers: ni modo, Yu Gi Oh no es mío u.u
Feedback: Lo agradeceré eternamente.
Nota clumsykitty: Agradezco TODOS los reviews… n.n
Sé que me tardo en actualizar, pero me cuesta mucho dar por hecho cada capitulillo… siempre los estoy revisando… toda nerviosa… :P
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... I've taking as much as I'm willing to take.
Why do you think we should suffer in silence?
When a heart is broken, there is nothing to break...
... Tripping, Robbie Williams
CAPITULO 2. CRONOS.
27 de Diciembre.
Blanco y puro. Cobrizo y seco. Los colores del paisaje silencioso. La quietud de los árboles cubiertos por la nieve.
El sonido del motor del taxi era lo único que interrumpía la meditación de Seto en el camino, contemplando la hilera tupida de los grandes y largos árboles que llenaban los francos de la autopista. Dejó reposar su sien en el vidrio de la portezuela. Una franja blanca se divisó entre los troncos secos. El río congelado. El taxi disminuyó la velocidad para tocar un sendero cubierto de nieve en algunos tramos y detenerse frente a la parte ancha del río que lucía como un pequeño lago congelado.
-¿Este es el sitio, señor Kaiba?
El castaño extendió un billete en silencio al conductor y bajó del vehículo.
-Puedo esperarlo, si lo desea, señor.
Un portazo fue su respuesta. El motor se puso de nuevo en marcha y el taxi se alejó, dejando solo a Seto, que se acercó más a la orilla del río. El eco de las ramas que crujían al dejar caer la nieve se escuchaba de vez en cuando. El frío del exterior le hizo abrochar mejor su abrigo, el vapor de su aliento ya se podía ver. Sus ojos azules recorrieron el lugar.
/ ¿Dónde estás/
La blancura de la nieve era casi cegadora. Un sonido hueco se acercó. Una liebre caminaba al otro lado del río, buscando de entre la nieve algún pasto seco. Su vista se encontró con la del ojiazul. El animal se paró sobre sus patas traseras, moviendo sus largas orejas. Se quedó ahí largo rato hasta que de pronto echó a correr, perdiéndose entre los árboles. Kaiba bajó su mirada hasta el río congelado que le devolvió un reflejo difuso de su figura. Por un breve momento le pareció que su imagen se sacudía como si quisiera despedazarse, pero ignoró tal ilusión. Con lentitud se sentó sobre la nieve.
/ ¿Por qué no estás aquí/
Un par de lágrimas brotaron de sus ojos. A lo lejos un búho ululó. Seto sintió su cuerpo muy débil y se dejó caer sobre su costado, haciéndose ovillo. Sus cabellos se revolvieron con la nieve que congelaba las lágrimas caídas de sus mejillas. Una neblina empezó a formarse al tiempo que nuevos copos de nieve caían del cielo nublado.
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Atemu conducía a toda velocidad, apretando el volante. Sus ojos buscaban con ansia el lugar. Seto se encontraba mal, podía sentir su alma llena de dolor. La autopista estaba sola, solo la neblina que comenzaba a cubrir el horizonte. Pisó con fuerza el acelerador. Pronto, el río congelado apareció a un costado del camino y dio una vuelta precipitada para entrar al desvío. Sin parar el motor se bajó del auto.
-¡Seto!
No le veía por ningún lado
-¡Seto!
Corrió hacia el río y detectó una figura cubierta por la nieve. Asustado, llegó hasta ella. El ojiazul lloraba débilmente, su frente estaba sudorosa y sus cabellos húmedos. El Faraón tocó su frente, tenía fiebre, aunque no muy alta. Sacudiendo sus ropas, lo levantó un poco para recostarlo sobre su pecho, revisando su pulso, que era muy bajo.
-Por Ra, Seto. ¿Qué haces aquí?
El castaño tembló ligeramente y abrió sus párpados; dos ojos azules llenos de pena y lágrimas miraron con aprehensión al tricolor.
-¿Por qué? –gimió lastimosamente- ¿Por qué?
-Vamos, Seto –Atemu lo levantó en brazos- Todo va a estar bien.
-Se fue –lloró el castaño- Se fue para siempre…
-Seto, mírame –el Faraón buscó su mirada- No estás solo. Tienes a Mokuba. Y me tienes a mí.
-Quiero verlo –susurró Seto con profunda tristeza- Por favor…
-Lo sé, lo sé. Pero vamos a casa primero.
-¿Ya no desea verme más?
Atemu se detuvo en seco ante la pregunta. Tragó saliva nervioso, sin atreverse a mirar al ojiazul, el cual levantó una mano temblorosa hacia su rostro.
-¿Atemu…?
Éste siguió su marcha hacia el vehículo, evitando ver a los ojos al castaño, que continuaba llamándolo, cada vez con más urgencia. Después de dejarlo en el asiento, el Faraón sacó su teléfono, quedándose fuera del auto. No esperó mucho para que le contestaran.
-¡Dime que lo encontraste!
-Sí, Mokuba, lo encontré.
-¡Cielos! ¡Qué alivio!
-Mokuba, llama a la doctora.
-¿Qué?... no… no me digas…
-Llámala, pequeño. Vamos para allá.
Colgando la llamada, Atemu se dispuso a conducir. La crisis de Seto iba en aumento y ahora parecía llorar de manera descontrolada. Sin perder tiempo el tricolor volvió a la autopista. Ciudad Domino apareció en el horizonte, cuando su celular sonó de nuevo.
-¿Atemu?
-Doctora, necesito de su ayuda.
-¿Qué le sucedió?
-Lo encontré en las afueras de la ciudad, en el bosque. Estaba en la nieve, tiene un poco de fiebre y su pulso es débil… si puede escucharlo, no para de llorar.
-¿Ha estado así desde que lo encontraste?
-Sí, mucho antes, me temo.
-Estoy en la entrada de la mansión, Atemu. Ven lo más rápido posible. Tendré en alerta una ambulancia si es necesario.
-Gracias, doctora.
Aventurándose entre la neblina, el tricolor condujo velozmente; al entrar a la ciudad, ignoró algunos semáforos en rojo para llegar aprisa a la mansión Kaiba en cuestión de minutos. Mokuba apareció en la puerta, muy angustiado, en tanto el Faraón llevaba a Seto en brazos hacia la sala donde la doctora le esperaba lista para revisarlo con su equipo médico. Una vez que el castaño estuvo recostado en uno de los sofás, la doctora se dispuso a atenderlo, usando su estetoscopio sobre su corazón y luego su pulso, tomando también su presión. Wilson y Anette aparecieron en la puerta preocupados.
-Seto, escúchame. Vas a estar bien, pero tengo que tranquilizarte –le habló la mujer, preparando una jeringa- Atemu, descubre su brazo.
Mokuba se arrodilló al lado de su hermano mientras le administraban un sedante. Volvió su vista hacia Atemu que posó una mano sobre su hombro. El llanto del ojiazul fue cesando hasta quedar en leves sollozos apagados. Por fin, se quedó dormido. Una vez más, la doctora lo revisó con más calma.
-No hay de que alarmarse, la fiebre bajará antes de la hora. Pero me preocupa este episodio de histeria. ¿Cómo terminó en ese lugar?
-…eh… bueno… mi hermano dijo que quería caminar un rato a solas y cuando nos dimos cuenta había subido a un taxi… lo siento, doctora Jung.
-No te disculpes, Mokuba. Restringir a tu hermano no lo ayudará, pero tampoco puedes adivinar sus próximos actos.
-¿No va a internarlo de nuevo, verdad?
-Me parece que no es necesario; sin embargo, me gustaría que mañana fueran al hospital para una sesión extra. Hay algo que provoca estos colapsos que no hemos detectado.
-El lugar a donde fue –intervino Atemu- debe tener algún recuerdo para él.
-Mokuba, Atemu, quiero que pongan, mucha atención. Si Seto continúa con esta depresión, tendrá que volver al hospital, los medicamentos no están siendo suficientes y no puedo, bajo ningún motivo, cambiarlos de nuevo. Será mejor si lo tenemos en observación y con terapias más intensivas.
-No debí dejarlo solo… -murmuró Mokuba.
-No, chico. Solo estoy planteándoles lo que pudiera necesitarse. No quiero que lleguemos al extremo de alimentarlo vía intravenosa. Seto debe concentrarse en cosas nuevas que realmente atraigan su atención y le hagan olvidar los malos recuerdos. Hemos superado las etapas más difíciles de su trauma, él puede terminar con esto si no nos dejamos desanimar.
La doctora sacó de su maletín un recetario y escribió algunas notas. Arrancó la hoja y se la tendió al tricolor.
-Esto es por si la fiebre no cede. Mañana los esperaré en el hospital. En caso de que se presentara algo, no duden en llamarme.
-Así será, doctora. Muchas gracias por venir.
-Déjenlo reposar, y que continúe con la dieta que le prescribí –le sonrió a Mokuba- No te preocupes, tu hermano es muy fuerte. Saldrá adelante de esto.
-Gracias –contestó el chico.
Anette acompañó a la doctora a la salida. Atemu le dio instrucciones a Wilson sobre el castaño y regresó con Mokuba, quien observaba intranquilo el sueño de su hermano.
-Hay que llevarlo a su habitación para que esté más cómodo –le dijo al pelinegro.
-Está bien.
Seguido por Mokuba, el Faraón llevó al ojiazul a su recámara. Entre los dos se ocuparon de cambiarle sus ropas y abrigarle en la cama. El adolescente llamó al ama de llaves para que acompañara a Seto.
-Atemu, ¿puedo hablar contigo?
-Seguro, Moki.
Ambos se encaminaron hacia el estudio del chico. Una vez dentro, Mokuba se sentó en el piso alfombrado, señalándole al tricolor el sillón frente a él.
-¿Qué sucede, Mokuba? –preguntó extrañado Atemu.
-¿A dónde encontraste a mi hermano?
El Faraón bajó su mirada.
-En la afueras de la ciudad, cerca de la afluente de un río.
Mokuba se quedó en silencio un momento, antes de volver a hablar.
-Ahí estuvo con Joey. Mi hermano me contó algo de eso.
-Seto le está buscando en sus memorias.
-Y casi se muere haciéndolo.
-¿Crees que la fiesta sea una buena idea?
-A mi me parece que sí. Nunca hemos hecho algo así. Al menos incitará a mi hermano a poner orden en la mansión. Las reuniones que ustedes solían hacer eran demasiado estiradas y aburridísimas, esta será más divertida. Aunque pensándolo bien, invitar a Bakura no fue buena idea… puede perderse la platería.
El Faraón rió ante el comentario.
-El no robará nada de eso, te lo aseguro.
-El postre que hizo Yugi me gustó mucho, puedo pedirle que haga un poco para la fiesta. En fin, la razón por la que te traje aquí es para pedirte otra cosa.
-¿Cuál? –inquirió preocupado el tricolor.
-¿Puedes encontrar a Joey?
-No te entiendo…
-Hablemos con la verdad. Mi hermano quiere ver al condenado perro ése y no se estará quieto hasta que lo haya conseguido. Tú puedes usar ese tercer ojo tuyo para encontrarlo y traerlo de regreso. Seto…
-Espera, Mokuba –le interrumpió el otro- Lo que haga o deje de hacer Joey está fuera de mi alcance. Tú mejor que nadie sabes que ya no usaré mi poder así. Además, ten en mente lo que la doctora Jung dijo al respecto. La mejor opción es dejar que tu hermano analice detenidamente su situación con Joey y toma la decisión por su cuenta.
-Creí que te interesaba…
-Así es, y por esa misma razón no puedo intervenir en el juicio de Seto. Quiero que tenga lo que él realmente quiera. Hemos acordado esto antes. Si él quiere estar con Joey, adelante.
-¿Y si no? ¿Ustedes dos volverán…
-Solo si Seto así lo desea, te lo repito.
-¿No es gracioso? Al final, tú eres lo mejor que le queda a mi hermano.
-Lamento que sea así.
-Yo también.
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28 de Diciembre.
La cafetería donde Marik se encontraba se encontraba llena de clientela a causa de la nevada. El egipcio estaba meditativo, pasando sus dedos alrededor de la taza frente a él y con la mirada hacia la calle al costado de su mesa. Perdido en sus pensamientos no se percató de cierto albino que se sentó frente a él.
-Oye Fido, ¿qué haces aquí tan solito?
Marik se sobresaltó al oír la voz de Bakura. Recuperando la compostura se volvió hacia el Ladrón de Tumbas.
-Tú, ¿qué haces en mi mesa?
-No es tu mesa. Te vi y vine a saludar al perrito del Faraón.
-No es de buena educación insultar a la gente, Bakura.
-¿Y quien te dijo que yo era educado?
-Pues Ryou…
-¡Ah! Mi niño es muy ingenuo a veces. Pero, dime, ¿Qué no vas a invitarme una taza de café? ¿O es que los Ishtar son tan avaros?
Con un suspiro, Marik llamó a una mesera y le pidió su café al Ladrón de tumbas. Mientras llegaba, Bakura puso una bolsa de tela en la mesita redonda.
-¿Qué es eso? –preguntó el egipcio al oír un sonido metálico de ésta.
-Oh, algo que recuperé de los almacenes de la policía.
-¿Uh?
El albino vació la bolsa. Dos pares de dagas antiguas cayeron a la mesa. Marik abrió sus ojos como platos, el Ladrón de tumbas le sonrió triunfal.
-¡Bakura! ¡Son las dagas…
-Efectivamente, Sherlock. Oye, me costó mucho el tenerlas…
-¡Un momento! Un par de lo dimos…
-Ya, ya, ya, ya. Tanto alboroto por unos trastos viejos. Toma –Bakura le extendió las dagas ceremoniales que Ishizu preparara- y di que soy un ladrón generoso.
La mesera llegó con el café, al ver a los dos con las dagas en la mesa, dejó la taza para retirarse con prontitud.
-Bakura, ¿puedes guardarlas, por favor? –pidió apenado el egipcio.
-¡Por Ra! Que pareces una mujercita. Está bien.
-Pero, Bakura, ¿Cómo las robaste? –Marik preguntó observando como el otro guardaba las dagas en la bolsa.
-No te voy a decir mis secretos de profesión, muchachito.
-La policía dijo que no habían encontrado ningún arma..
-¿Crees que iban a decir "Oh, claro se estaban matando con dagas antiguas que se supone el Museo resguarda en una bodega cuidada por la Guardia Nacional"?
-Pero…
-Te falta vivir, Marik.
-¿Y para qué las quieres, ahora?
-Por si el Faraoncito hace otra de sus gracias.
-¿El Faraón?
-Me estoy haciendo viejo, porque creo que hay un eco aquí.
-Ya todo terminó, Bakura.
-Díselo a los Dioses.
-¿Ellos te hablan? ¿A ti?
-Claro, tienen un descuento de larga distancia y me llaman en las noches. A veces, hasta me envían un correo electrónico.
El egipcio le lanzó su mirada más fulminante.
-Por supuesto que no me hablan, no seas idiota. Es lo que tengo en mi cabeza que ellos amablemente dejaron.
-Pero…
-A pesar de ser muy importante, no me gusta hablar tanto de mí. Dime, Marik, ¿Qué hacías aquí, tristeando?
--Nada –comentó éste ruborizándose. Bakura arqueó una ceja, tomando su café.
-Esa nada te tiene muy pensativo.
-Sólo meditaba…
-¿Tú sabes qué es eso? –preguntó con burla el Ladrón de tumbas.
-… en lo que el Faraón nos dijo –continuó Marik, ignorando el comentario- Quiere regresar a Egipto.
Bakura escupió su café. El egipcio tomó una servilleta para limpiar la mesa y su abrigo con un gesto de disgusto.
-¿Cómo que quiere regresar a Egipto?
-Una vez que Seto se recupere por completo, piensan marcharse junto con nosotros a su tierra natal.
-¿Cuándo demonios te dijo eso?
-Apenas ayer.
-¡Qué interesante, quiere largarse para no dar más problemas… y huir del problema…
-¿De qué problema hablas?
Bakura clavó sus ojos en Marik.
-Y tú, ¿por qué te sonrojas?... espera… espera… ¡Fido se enamoró de su amo!
La última frase casi la gritó y las personas a su alrededor voltearon a verles. El rubor en Marik se agudizó.
-¿Por qué no usas un altavoz? –siseó molesto.
-¡Te enamoraste del Faraón!
-¡Bakura!
-¡Mira, quien te viera tan modocito!
-¡BAKURA!
De nuevo, todos se giraron a observarlos. El egipcio escondió su rostro entre sus manos, mientras que el Ladrón de Tumbas terminaba su café.
-Me das pena, Marik. El nunca se fijará en ti.
-Ya lo sé –musitó con desconsuelo el egipcio.
Bakura iba a hacer un nuevo comentario, pero se calló al ver la tristeza en el egipcio. Se cruzó de brazos sin dejar de mirarle.
-¿El lo sabe?
-… sí –Marik bajó su cabeza.
Se quedaron en silencio. El Ladrón de Tumbas contempló la calle frente a ellos. El débil reflejo del cristal de la ventana mostró a Marik llorando mansamente. Bakura se irguió tomando el mentón del egipcio para obligarlo a mirarle.
-Olvídalo, Marik. Ya tenemos suficientes mártires como para que tú entres en escena. Te diré algo, eres bien parecido y de buena familia, puedes encontrarte un ejemplar mejor que sí te corresponda. Amar al Faraón solo te hará más daño. Óyeme bien, él NUNCA olvidará a quien ama ahora… no va a hacerlo. Hazlo antes de que sea mayor el dolor.
-No puedo, cada día me digo que solo soy un amigo para él, pero mi corazón no se convence, a pesar de que estoy consciente de que llegué muy tarde a su cariño, que nunca que querrá como yo lo deseo. No puedo…
-¡Oh, rayos! –Bakura soltó a Marik, levantando sus brazos- He aquí el melodrama barato del amor no correspondido. Marik, Marik, cada vez que hablamos eres más estúpido. Pero has quedado advertido. Sufre a tu gusto.
El Ladrón de Tumbas se levantó, llevándose consigo la bolsa sin mirar de nuevo al egipcio, que siguió llorando en silencio. Las personas y los autos comenzaron a multiplicarse a medida que la tarde avanzaba. Marik se puso de pide para pagar la cuenta. Salió a la acera, abrochándose su abrigo. Observó a su alrededor los rostros llenos de alborozo por la temporada.
/Sí, lo sé. El Faraón siempre amará a Yugi/
Inconscientemente llevó su mano hacia su hombro que se había luxado por la caída que sufrió al tratar de separar al Faraón de Yugi, cuando lo atacó como un animal furioso. Le había arrojado lejos, entonces.
Pero no lo suficiente.
/Y Yugi siempre amará al Faraón/
Había escuchado con claridad lo que Yugi le había murmurado al Faraón y fue como una herida mortal a su corazón.
-Soy tan estúpido –musitó para sí, tomando un rumbo en la calle.
Siempre había sospechado que el Faraón sentía alfo por el pequeño Yugi, pero cuando le habló a éste sobre su relación con su antiguo Yami y tajamente le aclaró que no existía nada más que amistad, ingenuamente afloró en su alma la esperanza de captar la atención de Atemu.
Las cosas no eran así, el Faraón y Yugi se amaban, aunque tanto uno como el otro parecían negarlo rotundamente. El jamás ocuparía el lugar de la luz del Faraón por más que se esforzara.
-Lo único que me dará es su amistad.
Marik detuvo un taxi y lo abordó. Metros atrás, Bakura le observaba, pensativo. Una mujer chocó contra él y se disculpó, pero el albino ni siquiera se movió. Frunció su ceño y luego se relajó. Empezó a silbar, echándose la bolsa al hombro y entrando a una licorería, donde una señora salió a atenderle.
-Dígame, buena dama, ¿tiene usted…
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29 de Diciembre.
-¿Crees que éste sabor les guste?
-Sí, abuelito.
-Pobres muchachos, la han pasado muy mal. Espero que con esto al menos tengan presente que los apoyaremos en todo lo que necesiten.
-Eso ya lo saben, abuelito.
Con un suspiro, Solomon guardó la nieve en el congelador que había comprado para prepararles su postre a Mokuba en la fiesta de Año Nuevo. Abrió la otra bolsa de sus compras para sacar el resto de los ingredientes.
-¿Crees que lo pruebe Kaiba?
-Abuelito…
-Bueno, ya conoces como es ese chico de orgulloso. Tal vez no quiera probar nada que no haya salido de un fino restaurante.
-Sabes que no es así.
-Oh, quizá tengas razón.
Yugi meneó su cabeza mientras ayudaba a su abuelo a guardar las compras en la alacena y el refrigerador.
-Lo cierto es que no debiste de comprar tanto, abuelito –comentó metiendo las latas de fruta en almíbar dentro de la alacena.
-Yugi, no solo quiero que tengan este postre para la fiesta sino para los días posteriores. El dulce siempre te levanta los ánimos y eso es lo que debemos hacer, levantarles el ánimo.
-Seto te matará por darle tanto azúcar a Mokuba.
-El no está en condiciones de matar a nadie, de suerte que Atemu lo está cuidando tan bien. ¿No es bueno verlos así?
-Sí… -contestó el joven con tristeza.
-Yugi…
-¿Qué pasa?
-¿Te ocurre algo?
-No, claro que no.
-Yugi…
-Todo está guardado, me iré a mi habitación…
-Yugi…
Éste guardó las bolsas y se dispuso a retirarse pero Solomon lo detuvo. Yugi desvió su mirada nervioso.
-Hijo, algo te pasa. Dime qué es.
-No es nada, abuelito –Yugi se sobó uno de sus brazos- Ya te dije, me preocupa el estado de Kaiba.
-No le mientas a este pobre viejo, ¿Qué te sucede?
-Abuelito, no es otra cosa –Yugi lo miró- Los Kaiba pasaron por una situación espantosa y… bueno, siempre los he considerado mis amigos. Me duele mucho ver así a Kaiba y a Mokuba… -murmuró Yugi.
-¿Y Atemu?
El chico cerró sus ojos un momento antes de responder.
-Pues también me preocupa, aunque él está mejor…
-Nunca me has dicho como te sientes por lo que hizo anteriormente, Yugi.
-Estaba fuera de sí, no era el Yami que conocíamos –contestó mirando el suelo.
-Yugi –Solomon tomó sus brazos- Sé que es muy difícil de expresarlo pero es mejor si me cuentas lo que sientes…
-¿Qué quieres que te diga?
-Primero, lo que pasó esa noche.
-Pero yo…
-No, no como nos lo has contado. Dime la verdad. Lo necesitas, hijo. Anda –le animó Solomon sentándolo en una de las sillas junto con él.
Yugi tomó aire antes de empezar.
-Yo… bueno… había estado teniendo un sueño muy raro… al principio no sabía que era o que significaba. Esa noche, cuando Marik tocó a la puerta, como que de pronto todo se aclaró. Tenía mucho miedo, abuelito.
-¿Por qué?
-Era la muerte deYami y me asusté. Cuando íbamos camino al lugar, yo no sabía si temblaba por el frío o por el miedo. Marik ya estaba cerca del hangar cuando escuchamos la carcajada de Yami. Era como diabólica. Casi nos caímos de la moto porque Marik perdió el control al ver una fisura en el suelo que vomitaba unas sombras. Yo solo pensaba en que Yami iba a hacer algo muy malo, no sé como bajé de la motocicleta y corrí hacia él –Yugi tembló un poco- Era… espantoso…
-Vamos –Solomon le dio un apretón en sus hombros- Sácalo, hijo.
-Es que… Yami… Yami ya no parecía un ser humano, abuelito. Su cara… era horrible, sus colmillos llenos de sangre… sus garras… como si se estuviera transformando en un animal… y todos estaban en el piso heridos y llenos de sangre… -pequeñas lágrimas asomaron a sus ojos- Yo le grité su nombre, fue lo único que se me ocurrió hacer. Y el se giró para verme… ¡oh, abuelito!... esa oscuridad… ese vacío… yo… yo corrí hacia él y lo abracé tan fuerte… solo le decía "¡Yami, ¡Yami!"… y él me atacó…
Solomon abrazó a su nieto cuando comenzó a llorar.
-Ya, mi pequeño Yugi… ya pasó.
-… me lastimaba pero yo no quería soltarlo –continuó entre sollozos- y comenzó a gritar… no… a aullar con un idioma extraño… luego volvió a hablar normalmente… y me gritaba "¡No puedo dejarlo! ¡No puedo! ¡Yo lo amo! ¡Lo prometí! ¡LO PROMETI!"… le pregunté que era su promesa pero hablaba como si yo no estuviese ahí… seguía diciendo "¡Juré protegerlo! ¡No voy a fallar!"… grité cuando una de sus garras se clavó en mi espalda, creo que fue en ese momento cuando Marik quiso sacarme de ahí y el Faraón lo tomó por el cuello y lo arrojó como si fuera un muñeco de trapo… sentí que iba a morir…
Yugi continuó sollozando un momento hasta que Solomon le habló tomando su rostro entre sus manos.
-Yugi, tú también sufriste por esa experiencia pero no querías admitirlo. Yo sé que Atemu te lastimó no solo físicamente sino también emocionalmente. Es bien cierto que no era él mismo, pero no por ello vas a olvidar tan fácil lo que pasó.
-El es mi amigo, abuelito.
-No te estoy prohibiendo que lo sea. Muy al contrario, te he pedido que hayas contado esto para ayudarte a hablar con Atemu, tiene una herida en el alma que no sana porque no se perdona lo que te hizo. Le importas mucho y por eso está así de esquivo con todos nosotros. Aún se avergüenza de lo que fue. Ahora es él quien llora.
-Pero él y yo…
-No mi querido nieto, así no funcionan las cosas. Tienes que decirle como te has sentido por esto y que realmente lo perdonas. Tiene que hablar muy claro sobre el asunto ustedes dos.
-No voy a decírselo en la fiesta.
-¡Oh, no, claro que no! Pero tienen que hacerlo y entre más pronto, mejor. Es una página del libro al que hay que darle vuelta ya.
-Gracias, abuelito –dijo Yugi abrazándolo.
-Todavía no me agradezcas, Yugi. Falta otra cosita…
-¿Eh?
-¿Por qué no me dices que pasó después?
-¿Después? –Yugi lo miró confundido- Pero, pero… ya lo sabes, él volvió a la normalidad… yo solo le dije su nombre… ¿que más has sobre eso?
-La verdad, Yugi.
-No entiendo…
-Hijo, lo único que anhelo es tu felicidad. Eres toda mi vida, y estoy muy viejo para esto. No quiero morir sabiendo que mi único nieto se quedará desamparado.
-¡Abuelito, no digas eso!
-Me duele verte enamorado de Atemu…
Yugi abrió la boca como pez, estupefacto. Sus ojos se llenaron de asombro y después de incertidumbre. Solomon le miraba tranquilo pero serio.
-Yo…
-Atemu piensa reconstruir su matrimonio con Kaiba –Solomon se puso de pie con sus manos cruzadas en su espalda- Esta vez, sin mentiras. No había querido decírtelo, Yugi, pero estoy decepcionado de la manera en que hicieron las cosas. Nunca debiste de aconsejar a Joey para ayudarlo con Kaiba. Las cosas no se hacen así. Ese muchacho tuvo que hablar con la verdad desde el principio. Un amor no se gana con trucos falsos. Es tan culpable como Atemu. Kaiba no es de mis preferidos pero no tenía porque ser embaucado tan cruelmente.
-Pero, abuelito…
-No, Yugi, Joey vio el camino fácil cuando Kaiba no recordaba nada, y Atemu hizo una bajeza al reprimir sus recuerdos. Uno jugando al Don Juan y el otro al Verdugo. Pobre muchacho, es un milagro que no haya muerto de decepción. Y todos ustedes son responsables.
-Abuelito…
-Ahora –Solomon se volvió a Yugi- el Faraón ha hecho las pases con Kaiba como debe ser, con el corazón dispuesto a hacerlo feliz si el dragón lo acepta y no veo en ningún lugar donde quedes tú, hijo mío.
Yugi sintió un nudo en la garganta.
-Que te quede claro que no estoy juzgando tu orientación sexual. Bastante hace que les comprendí eso. Pero Atemu está para Kaiba, y a mi parecer, van a quedarse juntos. No quiero contemplarte el resto de mis días llorando por el Faraón. Yugi, él vino del Inframundo solo por ese ojiazul, ya lo dijo.
-¿Y si Kaiba no lo acepta? –quiso saber Yugi con resentimiento.
-Si Joey no aparece antes de la Fiesta de Año Nuevo, Atemu y Kaiba van a volver…
-¡¿Cómo puedes estar tan seguro! –exclamó el otro con un sollozo.
Solomon se sentó de nuevo frente a Yugi.
-Ya lo decidieron.
-¿Qué?
-Kaiba solo va darle una última oportunidad a Joey de aparecer y hablar sobre su cariño. El amor también se cansa, Yugi; y si no hay huella de él antes de la fiesta van a anunciar su nuevo compromiso. Una vez que se recupere, se irán a Egipto para estar a solas y reconstruir lo que puede ser un buen matrimonio.
-¡Eso no puede ser! ¡Kaiba ama a Joey! ¡Él…
-Sin confianza, un sentimiento no puede aflorar. Atemu fue muy insensible con Kaiba, es cierto. Le hizo mucho daño, también es cierto. Es responsable de lo que está sufriendo ahora, no puedo estar más de acuerdo. Pero nunca le mintió sobre su cariño…
-Escucha, abuelito, Joey tampoco…
-Déjame terminar. Joey tomó una decisión aquella tarde en el Parque y la dejó rodar como una bolita de nieve que se convirtió en una avalancha. ¿O vas a decirme que nada de lo que ocurrió tuvo que ver con él?
-No lo sé –respondió Yugi, cabizbajo.
-Siempre les enseñé a ser hombres rectos y justos. Seguían un código de valores. El corazón de las cartas, ¿no es así? Jamás, óyelo bien, jamás debió de acercarse a Kaiba sin aclarar las cosas. Estaba en su derecho de pedir perdón por lo que hizo. Todos nos equivocamos. Pero no, se aprovechó del sortilegio de Atemu como un rufián para tenerlo. Piensa esto un solo momento, Yugi, ¿cómo te sentirías si la persona que amas te engaña como lo hizo Joey? Te lastima a muerte y después regresa como si nada hubiera ocurrido para seducirte. ¿Cómo te sentirías al saberlo todo? Una mentira así, duele más que una tortura porque no se cura. El cariño que se tenían era un castillo en el aire. Me cuentas de lo bien que estaban, no lo dudo. Pero un simple ventarrón lo destruyó todo. Y Kaiba lo quiere de vuelta, dices bien, pero no sin antes escuchar lo que Joey tenga que explicar, ¿Dónde está él ahora?
-Lo que pasó…
-¿Conoces la razón por la que Kaiba tuvo una recaída hace dos días?
-… no…
-Estuvo buscando a Joey. Mokuba me lo contó todo. Puso a todos sus mejores asistentes de Kaiba Corp a buscarlo por todos los rincones del mundo. No lo encontró. Una vez más la decepción. Por eso decidió darle un término a Joey de aparecer, de lo contrario, se marcharán con los Ishtar.
Solomon dejó que Yugi asimilara sus palabras antes de proseguir.
-En el extraordinario caso de que Joey apareciera, Kaiba lo perdonara y se quedaran juntos, Atemu seguiría amando al dragón. Una vez más, mi pequeño, ¿dónde quedas tú? Yo sé que tienes más juicio que Joey, así que quiero que me respondas algo.
-¿Sí?
-¿Vas a decirle al Faraón lo que sientes?
-… no… no estoy seguro… no… creo que no…
-Eres como si hermano, Yugi. Puedes alterarlo y crear un nuevo caos y todo porque estás confundido…
-¿Confundido? ¿A que te refieres con confundido, abuelito?
-Sospecho que tu amor es más bien una fijación, el lazo de amistad que te una al Faraón es tan grande que crees que es amor. Han hecho mucho juntos y han compartido mucho también. Tu idea de él es tan alta que te hace pensar en amor. Lo he dicho, me duele verte enamorado de Atemu, porque eso es lo que tienes, te has enamorado de él, pero no lo amas. El amor es otra cosa muy diferente, hijo. Y dime ¿El te ha dado alguna señal de que te corresponde? ¿Te ha dado algún motivo para que pienses que te ama como tú lo deseas?
Los ojos de Yugi se llenaron de lágrimas.
-No…
Solomon sacó su pañuelo para limpiar el rostro de su nieto.
-Tú serás el mejor amigo de Atemu, nada más. Déjalo así, Yugi. Puede ser que alguien aparezca en tu vida y realmente te haga sentir un verdadero amor. Nadie conoce el futuro, así que deja las cosas como están. Es tan duro, pero no te quiero ver llorar así. Confiemos en el destino y nuestros corazones, ¿te parece?
Yugi esbozó una sonrisa.
-Sí, abuelito.
El timbre que anunciaba la llegada de un cliente en la tienda sonó varias veces. Solomon y Yugi se levantaron al mismo tiempo.
-Todo el mundo quiere compara tarjetas de Duelo de Monstruos –comentó el abuelo camino a la escalera.
-Es por el nuevo torneo de Pegasus.
-Vaya, ¿vas a participar?
-No, creo que mi tiempo ya pasó –contestó Yugi, bajando a la tienda- ¡Buenas noches…
