Título: EL AMOR TAL VEZ
Autor: Clumsykitty
Género: Yaoi con toques de aventura y otras incoherencias, producto de la falta de azúcar.
Parejas: Las que se dejen –no es mi culpa si no quieren estar juntos-.
Disclaimers: ni modo, Yu Gi Oh no es mío u.u
Feedback: Lo agradeceré eternamente.
Nota clumsykitty¿Cómo será¿Un LEMON medio lleno o medio vacío?
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We crossed the line
Who pushed who over?
It doesn't matter to you
It matters to me
We're cut adrift
We're stilll floating
I'm only hanging on
To watch you go down
My love.
I disappeared in you
You disappeared from me
I gave you everything you ever wanted
It wasn't what you wanted
Oh... love...
You say in love there are no rules
Oh... love...
Sweeheart,
You're so cruel.
... So Cruel, U2.
Tened el valor de equivocaros.
... Hagel.
CAPITULO 15. EL CAMINO.
Atemu tocó el timbre en la Tienda de Juegos. Era ya de noche y estaba cerrada sin luces en el interior. Unos pasos huecos se acercaron presurosos. Yugi abrió enfundado en pijama, su mirada era una mezcla de alegría y nerviosismo al ver al Faraón en su puerta.
-Y-Yami…
-Buenas noches, Yugi. ¿Puedo pasar?
-¡Oh, claro! –exclamó ruborizado, cediendo el paso.
-¿Tú abuelo está en casa?
-Eh, bueno, no. Como el doctor Hopkins y Rebeca ya están aquí, fue a visitarlos.
Yugi lo llevó hasta la sala, emocionado y más nerviosos todavía. El tricolor tomó asiento despacio, sin quitarle la vista de encima.
-¿Puedo servirte algo?
-No, gracias, aibou. Quisiera que habláramos.
-Oh…
-¿Puedes sentarte un momento?
-Sí –murmuró con timidez el otro.
Una vez sentados, frente a frente. Atemu comenzó.
-Yugi, creo que tú y yo tenemos algo que… bueno… es muy complicado de explicar… pero necesito aclarar…
-Te escucho, Yami –contestó Yugi con el corazón queriendo estallarle en el pecho.
El Faraón se quedó sin palabras. Prefería combatir las cartas de todos los dioses egipcios a la vez que estar ahora en esta situación, por una parte deseaba besar con todas sus fuerzas a Yugi al verlo ahí, con su rostro carmesí y sus ojos inocentes clavados en él, pero también sentía temor que echara a perder las cosas si no lo hacía bien. Estaba frente al amor de su vida, a quien consideraba más sagrado que el cielo de los Dioses. Yugi sentía que estaba flotando en las nubes o que tal vez seguía durmiendo en su cama y estaba soñando con su Yami, realmente no sabía que hacer; así que, decidió aventurarse un poco.
-Sabes, Yami, tú… tú… me gustas –confesó con un hilo de voz.
Tanto uno como el otro se miraron en silencio. El Faraón se levantó y se puso de rodillas frente a Yugi cuyo rubor en sus mejillas ya competía con el color de sus ojos. Como si fuera una pieza frágil de arte, Atemu posó unos dedos en piel ardiente del rostro de Yugi.
-Mi aibou… -le murmuró.
Sus yemas siguieron todo el trayecto de aquella mejilla temblorosa. Otro juego de dedos se unió para rozar con delicadeza los mechones de Yugi, que sólo observaba atónito al Faraón sin saber que más decir.
-… mi aibou…
Como si fuera una escena en cámara lenta, Yugi vio acercarse el rostro de Atemu al suyo. Unos labios se posaron sobre los suyos con seguridad y firmeza. Todo su cuerpo se estremeció.
Era su primer beso.
Las manos del Faraón se posaron en su cuello, envolviendo éste y parte de sus mejillas. Una lengua húmeda recorrió sus labios, conociendo y pidiendo entrar más allá. Yugi cerró sus ojos al profundizarse el beso.
Era la gloria. Atemu se sentía totalmente emocionado al sentir los suaves y cálidos labios de su aibou, el sabor de su tierna boca, el calor de su piel sonrojada. Yugi poseía un aura tranquila y amable. La misma que le protegió durante el tiempo en que compartieron un cuerpo y mente al ser un espíritu del Rompecabezas del Milenio. Con amor inocente y puro.
Bajó sus brazos hasta la cintura del pequeño, atrayéndolo a su cuerpo. Sus labios viajaron hasta su mejilla y luego a su cuello, pasando por sus cabellos, memorizando su aroma.
-… mi aibou…
La ambrosia, un dulce néctar digno de los Dioses. El Faraón regresó a esos labios, recostando a Yugi en el sofá. Sus manos subieron a sus costados, palpando ese joven cuerpo bajo la pijama. El deseo de Atemu se inflamó. Besando de nuevo el cuello de Yugi, comenzó a desabotonar su camisa de noche, sin premura. Cuando el primer botón cedió, besó la nueva piel descubierta, siguiendo hasta desnudar todo el pecho agitado del joven duelista. Besó cada centímetro de piel, acariciando, conociendo. Las pequeñas tetillas fueron estimuladas primero con sus labios y después con su lengua diestra, saboreando el débil temblor que provocaba con su caricia.
El júbilo para el Faraón no tenía fin. Sentir de manera tan íntima a Yugi, al cual había deseado desde hace mucho era la mejor recompensa que jamás tendría. Cada beso y caricia suyo profesaba el inmenso amor que le guardaba desde hacía tanto tiempo, reprimido por la duda pero liberado de manera paradójica en los terrenos de la Muerte. Anhelaba con desesperación volver a ser uno con Yugi, compartirlo todo, como cuando se conocieron.
Buscó aquellos labios al tiempo que sus manos guiaban de manera gentil los muslos de Yugi para cederle espacio y dejarlo reposar entre sus piernas. De manera inconsciente dio un leve roce contra su vientre bajo, dejando escapar un pequeño gemido de placer. Rodeó con sus brazos al otro, queriendo disfrutar un poco más de ese cálido cuerpo cuya alma quería hacer vibrar a la par con la suya, y deseaba con gran fervor fundirse en él para volverse uno solo.
Besando los pequeños hombros, Atemu bajó hasta su vientre con calma, recorriendo sin prisa su abdomen. Quería mostrarle a Yugi un pequeño trozo de la eternidad del paraíso. Despacio, su mano fue resbalando el pantalón de su cintura hacia su cadera, tocando por primera vez la ingle aún cubierta por el bóxer de Yugi; bebiendo un jadeo tímido por parte de éste que excitó un poco más al Faraón, animándolo a dar un pequeño apretón a su miembro para que se uniera a su juego.
-… Yami…
Atemu sentía su sangre hervir pero se calmaba mentalmente. No quería correr con prisa en su primer encuentro con Yugi. Aunque su deseo le urgía a poseerlo; una y otra vez se decía que tenían todo el tiempo del universo para amarse. Gracias a Anubis se habían sincerado y declarado su amor; que fue el que los trajo de vuelta sanos y salvos. Su luz lo era todo para él, más que tomarlo, lo que quería era profesarle su adoración. Así que besó sus manos con fervor bajando hasta su cuello y luego hacia su pecho, cada vez más despacio.
-… Yami… -la temblorosa voz de Yugi apenas se escuchó.
Al llegar al elástico del bóxer, dejó que sus dedos jugaran con éste antes de adentrarse hacia ka entrepierna de Yugi. Atemu se inclinó sobre el rostro de su aibou para observar su expresión y musitarle lo que tanto añoraba. Se sentía pleno y sin temor de abrir su corazón a Yugi.
/… espera, no…/
El Faraón parpadeó confundido, había escuchado a Yugi llamarle pero ahora juraba que escuchó otra cosa. Quiso reanudar su seducción pero un cruel sudor frío se apoderó de su cuerpo al ver las pestañas húmedas de Yugi, su expresión de desconcierto fija en su ceño.
/… tengo miedo… /
Entonces Atemu se dio cuenta de un detalle muy importante: Yugi no estaba participando en sus caricias. Sus brazos caían a sus costados con sus dedos abriéndose y cerrándose nerviosos. Su cuerpo temblaba. No era lo que el Faraón quería.
La realidad le cayó como un balde de agua fría.
Estaba forzando a Yugi a algo que no deseaba y por ello estaba brotando el miedo en su corazón. Le llamaba para detenerse para ser ignorado. Esa era la verdad.
Como si hubiera sido tocado por un rayo, Atemu se levantó de golpe, tropezando con la mesita de centro y cayendo de espaldas toscamente. Pero no sintió el duro golpe, su piel palideció al mirar a Yugi en el sofá.
¡Oh, Ra¡Qué estuve a punto de hacer/
Era obvio por qué le había temido si ya conocía de lo que era capaz al compartir sus vivencias con Seto. Las innumerables veces que lo había mancillado para gozar con su dolor. No era una experiencia que Yugi quisiera tener. Esa era la verdad, su ser provocaba terror al ser presa fácil de la Oscuridad.
De espaldas en el suelo, retrocedió hasta chocar contra la pared. Lágrimas rodaron por sus mejillas. Le había puesto las manos encima. Sus manos pecadoras en el inocente y puro cuerpo de Yugi sin su consentimiento, queriendo manchar una luz hermosa.
¿Qué clase de bestia soy/
Había creído que al no ser rechazado en sus avances, era una prueba de aceptación. Había creído en lugar de aceptar, como se lo dijo Bakura. Supuso lo que no era cierto. Hiriendo un tierno amor con un juego sexual nada complaciente para Yugi.
Éste se irguió, buscando con la mirada al Faraón. Él también escuchaba sus pensamientos como en tiempos antaños. Y tenía que aclararle que no era así. Era su primera vez y por ello estaba temeroso de no saber que hacer o como satisfacerle.
-¿Yami¿Qué haces?
Los cristalinos ojos del Faraón contemplaron con dolor su obra. Yugi tenía los labios rojos por sus besos forzados, su camisa abierta y caída hasta sus codos con su pantalón casi tocando sus muslos.
Estaba a punto de violar a Yugi.
-…no… Yami… es que…
Atemu gateó para levantarse y salir corriendo sin mirar ya a Yugi. No tenía coraje para verle a los ojos después de semejante ofensa.
-¡Yami!
Yugi no tuvo la velocidad del Faraón para alcanzarle. Corrió hasta la puerta con el fin de detenerlo pero se había perdido de vista. Con lágrimas en los ojos, trató de hacer contacto con él.
¡Yami, regresa por favor¡No huyas/
¡No/
¡Yami¡Esto no… /
¡NOOO/
¡Es mi culpa¡Yami¡Escúchame¡YAMI/
Atemu lanzó un grito, reprimiendo de nuevo su mente que se había abierto para enlazarse con la de Yugi al tratar de seducirlo. Corrió pasando apenas por entre los autos de las calles nocturnas, esquivando los camiones de carga de las avenidas y las pocas personas que salían a su paso.
Corrió tan rápido como sus piernas pudieron hacerlo. Corrió tan lejos como sus fuerzas le llevaban. En su mente repiqueteaba el pensamiento de Yugi.
"… tengo miedo…"
No había mentiras en el Inframundo, era obvio que conocía esa maldad que se alimentó de la sangre y lágrimas del ojiazul. Maldad consumiendo la vida de Mokuba y acabando con Bakura, destruyendo el alma de Joey; y de la cual estuvo siempre consciente. Yugi sabía que él nunca perdió el sentido de lo que hacía, aunque el propio Faraón lo negara. Yugi conocía el tipo de monstruo que era.
Y por eso le inculcó miedo.
Como un tonto había echado a perder la única oportunidad de acercarse a Yugi y pedido su perdón. La emoción de poder tocarlo fue mayor a su prioridad de redimirse. Había hecho lo primero que se juró jamás hacer: manchar el amor puro de su aibou con sus deseos impulsivos. Ver tan cerca de su luz y con la oportunidad puesta cegó su razón, convirtiendo su seño en pesadilla.
El Faraón corrió sin cesar, sintiendo sus pulmones arder por la falta de aire, sus piernas quejándose de dolor por la ya larga carrera. Su vista se nubló por las lágrimas abundantes. Aún así no paró.
Deseó con todas sus fuerzas ir a la Tierra de los Muertos, ser prisionero del Reino de las Sombras.
Una luz chocó con su rostro al igual que su cuerpo que se estrelló con una motocicleta. Atemu cerró sus ojos ante lo inevitable mientras caía estrepitosamente. Una de sus mejillas y sus brazos se rasparon al contacto del pavimento, sangrando por las raspaduras en la piel. La tela de su suéter y pantalón se rasgaron, abriendo heridas. Pero ese dolor no era nada comparado con el de su corazón. Tirado en el suelo hostil, continuó llorando.
Una mano tocó su hombro tembloroso.
-¿Faraón? –se escuchó la preocupada voz de Marik.
El tricolor siguió llorando sin cesar. Marik se asustó al ver su estado. Levantó su mirada para tratar de averiguar de donde venía el Faraón. Se encontraban cerca de la zona industrial, no existía un lugar que concordara con la dirección con la que había chocado contra su motocicleta. El egipcio regresó su vista hacia Atemu. Había sido una suerte que tuviera la moto casi sin correr cuando el accidente, pero era el otro quien tuvo la mayor velocidad, provocándose esas heridas.
-Voy a ayudarte, mi señor.
Marik lo levantó, pasando un brazo del tricolor alrededor de sus hombros y sujetándole por la cintura. Con pasos tambaleantes, el egipcio lo llevó hasta la moto, guiándolo como a un niño para subirse. El Guardián de Tumbas se montó aprisa, encendiendo el vehículo. Atemu simplemente se recostó cansado sobre él, con su lamento desconsolado.
-No te preocupes, Faraón. Estás a salvo –le dijo, por encima de su hombro.
La motocicleta arrancó con suavidad para marchar hacia la avenida que pasaba cerca de la zona industrial y que los conectaba con aquella que llevaba a la zona habitacional donde los Ishtar alquilaban una casa. Al llegar frente a su casa, Marik hizo con el Faraón lo mismo que al subirlo, con pequeñas y suaves órdenes le ayudó a bajar hasta la puerta que se abrió antes de que metiera la llave. Era Ishizu.
-¡Por los Dioses¿Qué pasó, Marik? –habló en susurros mientras auxiliaba a su hermano con el tricolor, llevándolo a la habitación de su hermano.
-No lo sé, chocó conmigo.
-¿En plena carretera?
-No… él… solo llegó corriendo como un loco sin fijarse a donde se dirigía.
-¿En dónde fue eso?
-En la carretera de la zona industrial –contestó Marik, cabizbajo.
-Luego hablaremos de eso, Marik. Ahora ve al baño y trae lo necesario del botiquín.
En el pasillo, Marik se topó con Odión, quien se había levantado a revisar lo que sucedía.
-Marik, en el nombre de Ra¿dónde estabas? Pudo sucederte algo grave.
-El Faraón está herido –quiso excusarse el egipcio- Mi hermana…
-¿Qué?
-Tengo que ir por material de curación.
-Yo iré, ayuda a Ishizu con el Faraón.
El joven egipcio regresó al lado de Ishizu, que quitaba las ropas hechas jirones de un Atemu lloroso y sin voluntad propia.
-¿Te dijo algo, Marik?
-No…
-Iré a prepararle un té medicinal, usa las cosas para lavar y desinfectar sus heridas antes de vendarlas –indicó la joven, saliendo de la habitación.
Odión llegó después con el material y entre los dos se encargaron de cambiar las ropas del Faraón y atender sus heridas, que no eran muy graves. Odión le vistió con una de sus túnicas mientras que Marik le arropó con las frazadas de la cama. El cansancio de Atemu ganó la batalla y se quedó dormido. Los dos varones se retiraron a la cocina donde Ishizu preparaba un té.
-Ahora, Marik¿por qué no regresabas a casa?
-Quería pensar un poco, hermana –replicó apenado el joven.
-No hay ninguna reconsideración en cuanto a la idea de volver a Egipto después de la fiesta de Joey.
-Lo sé.
-¿Por qué arriesgas tu vida así, Marik? –le amonestó Odión- Ishizu estaba preocupada por ti, muestra tu respeto y cariño hacia ella.
Éste inclinó su cabeza, sentado junto a la barra de la cocina.
-En cuanto al Faraón¿por qué no lo llevaste con los Kaiba? –inquirió Ishizu.
-Iba a demorarme más.
-Solo unos cuantos minutos que no afectaban la salud de nuestro señor.
-Tú intención es muy noble pero no esperes que por esto el Faraón te mire de otra manera, Marik –observó Odión antes de volverse hacia Ishizu- Dejemos que él se encargue del Faraón, si ya lo ha traído a nuestra casa, más adelante discutiremos su acción.
-Es lo que había pensado –la chica puso la tetera sobre un fuego bajo- Vela al Faraón, hermano, si es tu deseo, pero de necesitar ayuda no dudes en llamarnos.
Marik se quedó solo en la cocina, pensativo. Aún no podía aceptar la idea de que Atemu nunca se fijaría en él, pero tampoco quería alejarse de su persona. Bajando de la silla, volvió a su recámara para revisar al tricolor, el cual dormía inquieto. Sacando una cobija y una túnica de su armario, el egipcio se dirigió al baño para cambiarse sus ropas mientras hervía el té.
Una vez que terminó, fue a la cocina para servir una taza de té que colocó en una pequeña charola. Dejo ésta al lado de su cama, para cuando el Faraón despertara. Contemplando en silencio a su señor por última vez, salió de su recámara.
El olor a hierbas medicinales despertó a Atemu. Cansado, observó a su alrededor. La recámara de Marik. Vagamente recordaba lo que había pasado, su olfato buscó el aroma conocido. Una taza estaba esperándole. Con esfuerzo, se levantó para beber el té aún tibio. Su cuerpo había sido curado de las heridas del choque. Dejando la taza, el Faraón se levantó para buscar a alguien.
Toda la casa estaba a oscuras, excepto por una sola habitación contigua a la sala de donde se proyectaba una luz encendida. Atemu caminó descalzo hasta llegar ahí. Era un pequeño altar improvisado de los Ishtar, Marik oraba fervorosamente. Incienso y velas acompañaban a sus palabras. El tricolor miró atento la escena; el joven egipcio se hallaba en cuclillas, con sus brazos cruzados y las palmas extendidas sobre su pecho, ojos cerrados. Vestía una túnica parecida a la suya, blanca y holgada, que dejaba entrever el tatuaje en su espalda que lo señalaba como un Guardián de Tumbas.
-… gran Ra que guías el cielo de los Dioses, protege al Faraón…
Marik rezaba por su recuperación. Atemu caminó a él para arrodillarse a su lado. El otro no se percató de su presencia al estar sumido ahora en un antiguo cántico en lengua antigua. El tricolor se volvió hacia el altar. Las estatuillas de la triada, Osiris, Isis y Horus junto con el símbolo solar de Ra, descansaban en un pequeño cajón de madera. El Faraón bajó su mirada al oír la dulce canción entonada por el joven. Con sus ojos violetas clavados en sus vendajes, meditó una idea que nunca había pasado por su mente.
Yugi lo había salvado de caer preso del Reino de las Sombras porque Marik lo había llevado esa noche al hangar.
Yugi le rescató de las garras de Anubis porque Marik le indicó la forma de hacerlo mediante el papiro mágico.
Yugi siempre estaría en el lugar y momento adecuado para socorrerle porque Marik estaría detrás de él, guiándole.
Marik le amaba tan incondicionalmente que no le importaba perderlo al reunirlo con Yugi si con ello él era feliz. Ni siquiera en los momentos en que su corazón se ahogó de maldad el egipcio le dio la espalda. Resultó herido por tal actitud y aún así continuaba sirviéndole en silencio con su amor reprimido sin esperar nada a cambio. Ese era el amor que se había preguntado de lo que sería capaz por él.
Marik terminó su cántico y se inclinó, extendiendo sus brazos para posarlos en el piso al igual que su frente. Se irguió abriendo al fin sus ojos.
-¡Faraón! –respingó al ver al tricolor arrodillado a su lado cerca de él. Un sonrojo se apoderó de sus mejillas.
-Lo siento, te asusté¿verdad?
-Mi señor, perdóname por haberte lastimado, yo no…
-No fue tu culpa.
-Debes descansar¿has tomado tu té? Ishizu lo preparo para ti.
-Gracias, Marik, me siento mejor –le contestó Atemu con una sonrisa- Gracias por todo.
El egipcio le miró inquieto, el rubor se agudizó y lo ocultó escondiendo su rostro al inclinar su cabeza.
-¿Quieres que le avise a los Kaiba que encuentras aquí, Faraón? –preguntó con voz nerviosa.
-No, si no les molesta, quisiera quedarme aquí para descansar.
-Como tú lo desees, mi señor.
El Faraón levantó una mano con la intención de tocar el hombro de Marik, pero éste adivinó su movimiento y se puso de pie presuroso para evitarlo.
-Puedes seguir descansando en mi recámara, Faraón. Yo me quedaré en la sala, por si me necesitas. Estas en tu casa –habló el egipcio haciendo una reverencia para salir.
Atemu no pudo replicar pues Marik salió veloz del cuarto. Los Guardianes de Tumbas nunca se atreven a tocar al Faraón. El joven se mantenía como un sirviente leal, a pesar de todo. El tricolor sus piró dejando caer sus hombros. Sus ojos se posaron en la triada divina, Isis siempre permanecía detrás de Osiris, con ese gesto de su mano sobre su hombro, símbolo de su apoyo y amor, que le resucitaba cada amanecer, Horus como la muestra de su cariño. Juntos reinando sobre la Muerte.
El Faraón cerró sus ojos y comenzó a orar. Un par de horas transcurrieron antes de que terminara y se levantara. Sus pasos se dirigieron a la sala. Marik ya dormía en uno de los sofás con una frazada cobijándole. Al inclinarse, Atemu se percató del rastro de unas lágrimas. Sonriendo con ternura, acomodó unos mechones sueltos de la frente del egipcio.
-He aquí el alma que elijo como mi compañera en esta vida y en el más allá –musitó- Junto a él deseo compartir la eternidad. Padre mío, Ra, esta es mi decisión.
Los primeros rayos de la mañana comenzaron a vislumbrarse por la ventana. El Faraón se irguió para contemplarlos, sus ojos se humedecieron.
-He muerto y he resucitado –su voz tenía un timbre de tristeza- Mi amor por Yugi ha muerto y he vuelta a la vida en el de Marik.
Para cuando los Ishtar despertaron, el tricolor ya no estaba. Ishizu encontró en la recámara de su hermano una nota de agradecimiento sobre la túnica prestada.
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Sección clumsykitty: esta felina solicita un beta reader, si alguien sabe de alguno, pues... háganmelo saber, yo me contacto. Gracias.
