35
La víspera de mi segunda boda me desperté con uno de esos dolores de cabeza que, en cuanto abres los ojos, te hacen vislumbrar un buen café y un ibuprofeno al instante. Por suerte, mi camarero sonriente era raudo y veloz como una centella.
–Se lo pongo en la terraza, ¿verdad señora? –preguntó con una gran sonrisa.
Le seguí con ansia, no a él, sino al aroma del café, que me llamaba insistentemente. Me acomodé en la tumbona del pecado a la sombra. La intensidad del sol les hacía daño a mis pupilas y ya no digamos a las habitantes de mi cerebro, que emitían incesantes destellos de angustia, suplicando de rodillas:
"ibuprofeno, ibuprofeno". Me tomé el primer café de golpe y tras él la pastilla. Intenté relajar mi cuerpo todo lo que podía, dándole tiempo a la ciencia para recorrer mi organismo y encontrar aquel foco maléfico que palpitaba incansable en mis sienes, provocándome escalofríos, pero... ¡Alguien, a muchos kilómetros de distancia, reclamó una vez más mi ayuda!
Su nombre en la pantalla del teléfono me provocó un intenso escalofrío que recorrió todo mi cuerpo como si de una ola se tratara, poniéndome los pelos de punta y disparando los latidos de mi cabeza, trayendo a mi mente el recuerdo... de mi otra boda... en mi otra vida... cuando la víspera, también me desperté con ella.
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Sasori había cerrado para nosotros el Gran Hotel de La Toja, y allí, tras la puerta de mi habitación, apareció aquel día ella. Con la sonrisa más espléndida que le recuerdo y emperifollada hasta la coronilla... ¡Y no es un decir, llevaba flores en la coronilla!
–¡Menuda cara que tienes, vaya novia! –dijo, entrando con salero.
–¿Es que tú tienes buen aspecto cuando te despiertas?
–¡Jesús, qué carácter! ¡Aun no entiendo qué ha visto Sasori en ti! –Dejó su bolso sobre la cama y se sentó a los pies, encendiendo un cigarrillo y aspirando profundamente–. Necesito que me hagas un cheque.
–¿Qué?
–¿También estás sorda? –Su ceño se frunció–. Que necesito que me hagas un cheque.
–¿Pero a qué viene esto, mamá?
–Bueno, ahora eres una mujer rica, y yo soy tu madre. –Exhaló una gran nube de humo–. Mañana es la boda y dado que estarás muy ocupada he pensado que mejor lo dejamos arreglado ya.
–¿Que dejamos arreglado el qué? No te entiendo.
–¡Dios mío, eres tan lela como tu padre!
–A lo mejor por eso se casó contigo.
Me satisfizo que el rubor encendiera sus mejillas. Yo no solía enfrentarme a ella, pero cuando lo hacía, era tal la sorpresa que le causaba que no podía evitar que le impactase, claro que a ello también contribuía y mucho que mis palabras solían dar en la diana y descolocarla.
–Me voy de viaje. –La miré sin contestar, cogí un cigarrillo y lo encendí lentamente–. A Francia. Voy a ver a Jean Paul, me está esperando. Pero necesito dinero para gastos, el viaje es muy caro.
–¿Y quieres que te lo dé yo?
–¿Quién si no? ¡Menudo hombre que has cazado! ¡Supongo que sabrás que has tenido la suerte de tu vida, está forrado!
–Para ti siempre ha sido muy importante el dinero, ¿verdad, mamá?
–¡El dinero es importante para todo el mundo! –contestó con rabia–. ¡Y yo bien me merezco un viaje, que me he pasado la vida mirando por vosotros, sin poder disfrutar de la mía!
No sabía si reír o llorar, si arrancarle las flores del pelo, o arrancarle los ojos, pero no pude hacer ni lo uno ni lo otro, porque la llamada a la puerta anuló mis ansias vengativas. Al otro lado estaba Sasori, con un gran ramo de flores en las manos. Lo dejó sobre mis brazos al tiempo que dejaba un suave beso en mis labios.
–¡Oh, vaya, tienes visita! –dijo entrando–. ¡Pero si ha llegado la suegra más guapa del mundo!
Mi madre se levantó impulsada por un resorte, mientras recorría con asombro al hombre que me iba a llevar al altar, y del que, seguramente, esperaba resolviese sus problemas económicos. Sasori le dio un beso en la mejilla y le regaló todos los cumplidos que ella creía merecer, recibiendo a cambio la mejor de sus sonrisas. Observando a aquel hombre con el que iba a compartir mi vida, me dije que además de compartir nuestros sueños, quizá también debería hacerle partícipe de mis pesadillas. ¡Y qué mayor pesadilla había en mi mundo que la que me dio la vida!
–Mi madre ha venido a pedirme dinero, Sasori.
Los ojos de Sasori se clavaron en mi cara, nunca me había visto tan seria, para ir luego a la de la mujer que parecía un semáforo, los colores la inundaban como si estuviese de fiesta, mirándome con toda la rabia, con todo el odio del mundo dentro.
–¡No veo por qué tienes que decírselo, son cosas nuestras! ¡Pero qué mala suerte he tenido contigo, Sakura, qué mala suerte! Otras madres reciben de sus hijos el agradecimiento merecido. ¿Y qué recibo yo de ti? ¡Nada! –Los ojos se me llenaron de lágrimas–. ¡Oh, y ahora te pones a llorar, es lo único que sabes hacer, llorar, igual que tu padre, un flojo! ¿Pero cómo pude acabar con semejante pelele? ¡Ojalá no le hubiese conocido nunca! ¿Por qué no tomas ejemplo de tu hermano? Nunca le he visto echar una lágrima...
Me refugié en el baño, dando rienda suelta al mar que tenía dentro. No quería volver a verla, no quería volver a oírla, no quería volver a olerla, no quería volver a sentirla cerca, pero tras la puerta... oí su voz, y oí su risa.
–¿Cuánto necesitas, Mebuki?
–Con cincuenta mil pesetas me arreglo.
–Venga, que sean cien mil, para que no pases estrecheces.
–Mi hija no sabe la suerte que ha tenido contigo ¿Puedo hacerte una pregunta, cariño?... ¿Es que no has encontrado nada mejor? –Me llegó una risa ahogada, no supe si era de él, o de ella–. Bueno, supongo que un hombre como tú, que ya pasa de los treinta, necesita tener una familia de cara a los negocios, con lo importante que son las apariencias.
El que iba a ser mi marido no dijo nada malo sobre mí... pero tampoco dijo nada bueno. Ni una palabra de elogio, ni una palabra de defensa, otra señal que no vi, porque tan importantes como las palabras que se dicen, son las palabras que se silencian.
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Un segundo timbrazo del teléfono me devolvió a la realidad de mi nueva vida. Miré la pantalla con rabia: "Mebuki". Había decidido quitar aquello de "MAMÁ" porque no le hacía justicia y, dado que el diminutivo no le gustaba nada, lo había puesto con alegría. Rechacé su llamada y me serví un nuevo café que me supo mejor que el anterior, pero mi madre no estaba dispuesta a no ser escuchada y siguió llamando hasta media mañana en que, ya desesperada, metí el teléfono en la bolsa y me fui a la piscina.
–Tis, te está sonando el móvil –dijo Mila, levantando la vista de su libro.
–Ya lo sé –contesté, cerrando la bolsa con rabia, donde lo había metido bien al fondo–. ¡Señor, y que no se cansa!
–¿Quién es? –preguntó Akane.
–¡¿Y a ti qué te importa, eh, desde cuándo eres una cotilla?! –Su madre se puso hecha un auténtico basilisco.
–Tú no has pasado buena noche –dijo Koharu, mirándola por encima de sus gafas.
–¡Calla, no me hables, menuda nochecita! La pareja de al lado no paró de discutir–. ¿Por qué no se divorciarán de una vez?
–Saku, ¿y Sasuke? –preguntó Temari, poniéndose crema en los brazos.
–Ha ido al aeropuerto a buscar a Tenten –dije, cogiendo la coca cola que mi camarero sonriente traía con una sonrisa divertida.
–Aquí tiene, señora, ni light, ni cero, ni sin cafeína... completita, completita, como a usted le gusta, tiene de todo.
–¿Pero de qué habla? –preguntó Chiyo cuando el camarero se marchó.
–Tis, tu teléfono no para.
–Yo no lo oigo –dijo Chiyo, arrugando el ceño–. ¿Necesitaré un sonotone?
–No, Chiyo, no lo necesitas, lo he puesto en silencio.
–¿Y en silencio, tú lo oyes? –preguntó, mirando a Mila como si le acabasen de salir antenas.
–Aunque esté en silencio, vibra, Chiyo –explicó mi sobrina, con mirada pícara–. Y esa vibración... a una le llega.
Temari y yo estallamos en carcajadas viendo la cara divertida de Mila, mientras a Kenji se le formaban unos coloretes en las mejillas que acentuaron nuestra risa.
–¿Pero quién te llama tanto? –preguntó Akane–. ¿Sasuke?
–¡Akane, ve a bañarte!
–Pero...
–¡Ve a bañarte, he dicho!
–Pero mamá...
–¡Vete, o te tiro de cabeza!
La niña se levantó rauda y veloz. Al llegar al borde de la piscina se quedó muy quieta, y se giró mirando sus manguitos, olvidados sobre la tumbona. Su madre los cogió con rapidez y se los lanzó con una precisión asombrosa y con la misma precisión los recogió ella.
–A eso se le llama sincronización –dijo Koharu con una carcajada.
–¿Pero tan mala noche has pasado, mujer? –preguntó Chiyo.
–¡No se la deseo a nadie! ¡Dios bendito, las cosas que salieron por la boca del hombre... si lo tengo delante... le arranco los ojos!
–¿Le pegó? –preguntó Koharu, poniéndose muy recta en la tumbona.
–No, pero se despachó a gusto con ella... que si estaba gorda, que si no valía para nada, que si tenía bigote, que si le olía el aliento, que si era una cabeza de chorlito... ¿Qué más, qué más?... ¡Ah, sí! Y que no sabía de dónde le daba el aire.
–¡Menuda joyita! –dijo Koharu–. Esos son los más rastreros. Te anulan, te aniquilan, te destrozan la autoestima, te acaban haciendo creer que lo que dicen es cierto... ¡Como el síndrome de Estocolmo!
–¿Qué enfermedad es esa? –preguntó Chiyo–. No la conozco.
Mi teléfono continuó importunando nuestros radares sensibles, hasta que, ya desesperada, Temari cogió mi bolsa y la acercó a su boca.
–¡Te quieres callar de una vez, bruja! –La miré atónita–. ¡Esta sólo puede ser tu madre, mujer!
–Pues sí, es ella –confirmé entre risas–. ¿Sabes si le pasa algo, Mila?
–¿Por qué? –No puede negar que es gallega.
–Cariño, porque no deja de llamarme, y cuando ella llama es porque necesita algo. ¿Sigue enferma?
–¡No pensarás que yo voy a ir a cuidarla, ¿eh?! –exclamó Chiyo.
–Está perfectamente, no os preocupéis por ella –dijo mi sobrina mirando asombrada a Patricio, que llegaba en aquel momento–. ¡Huy, huy, huy, Patri, vaya sonrisa! Ligaste ayer, ¿verdad?
La cara de Chiyo parecía a punto de explotar. Patricio, ajeno al profundo impacto que sus tendencias sexuales habían tenido en ella, la miró con ternura y le guiñó un ojo, provocándole un ataque de tos que parecía no tener fin.
–¿Se encuentra bien, Chiyo? –le preguntó preocupado, dándole unas palmaditas en la espalda.
–Sí, sí, estoy bien... es que se me ha ido por mal sitio.
–Bueno... ¿Y quién es él? –preguntó Koharu.
–Eso está claro, mujer –contestó Karin–. El alemán. ¿No recuerdas cómo le miraba?
–¿Pero tú hablas alemán, Patricio? –preguntó Temari.
–Ni una palabra –contestó él, con una sonrisa infinita.
–¿Pero entonces, cómo hablan? –preguntó Chiyo, sin pensar. Sus ojos se abrieron asombrados–. ¡No he dicho nada, no he dicho nada!
–¡Vaya por Dios! –exclamó Karin, frunciendo el ceño con rabia–. ¿Queréis conocer a la joyita? Pues mirad hacia la puerta, es aquel, aquel es la joyita que no me dejó pegar ojo en toda la noche.
La joyita echó un rápido vistazo por las piscinas y, en cuanto nos localizó, hacia nosotras se vino, haciendo que el ceño de Karin se frunciese aún más y que le mirase intensamente cuando se nos plantó delante con una sonrisa en los labios.
–Mila, cariño... –dijo la joyita, mirándola tiernamente–. ¿Te has puesto crema?
–Sí...
–¿Has traído agua?
–Sí...
–¿Te traigo otra botella, tienes sed?
–No, gracias...
–Bien... me voy a la cafetería un rato.
–Vale...
–¡Buenos días a ti también! –exclamó Chiyo, sin poder contenerse–. ¿O es que nos hemos vuelto invisibles?
La joyita nos miró por primera vez, pero tampoco entonces dijo nada. Y las miradas que recibió no debieron ser de su agrado, porque frunció el ceño y se giró con rapidez, para marcharse cuanto antes.
–Papá...
–¿Si, cariño?
–¿Dónde está mamá?
–En la peluquería. Creo que ha ido a quitarse el bigote... ¡Ya era hora! ¡Ja, ja, ja!
Hay silencios y silencios, y aquel silencio que nos rodeó me partió el alma. La edad de la inocencia estaba finalizada, a la niña se le caía la venda, y por primera vez veía tal y como era al ser que tanto adoraba, con su ruindad, con su egoísmo, con sus malas formas, con sus malas palabras, con su misoginia, con su egocentrismo, con la mala energía que irradiaba. Mi madre tenía razón, nunca había derramado lágrimas, todas las tenía dentro, de ahí la amargura que le inundaba.
–Me voy a dar un baño –dijo Kenji, levantándose–. ¿Vienes, Mila?
–Sí, gracias, me apetece un baño.
La vi acompañarle con la cabeza gacha, con el alma rota, con la infancia terminada.
–¡Oh, Dios mío! –exclamó Karin–. ¡Lo siento, Sakura, lo siento! ¡No tenía ni idea! ¡No ha estado en ninguna cena, en ninguna comida! ¡Oh, Dios mío, cuánto lo siento!
–Tranquila, no te preocupes.
–¡Viene a celebrar una boda y no se relaciona con nadie! –dijo Koharu con rabia–. ¡Desde luego! ¡Para eso era mejor que se quedase en casa!
–No viene a celebrar nada. –Patricio encendió un cigarrillo–. Viene únicamente porque su hija se lo ha pedido, sólo por eso.
–Ha ido a peor con los años –refunfuñó Chiyo–. No ha aprendido nada.
–Eso pasa con los malos vinos, con las malas añadas –sentenció Patricio–. Se acaban convirtiendo en vinagre y derraman amargura por donde pasan.
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Con la vista clavada en la carretera, el ceño fruncido y apretando con fuerza el volante, Sasuke recriminaba a Naruto sin compasión.
–¡Joder, joder, joder! ¡Menudo espectáculo!
–Sasuke... ya te he dicho que lo siento...
–¡Me importa una mierda que lo sientas! ¡Lo hecho, hecho está! ¡Si tenías alguna posibilidad de volver con ella, te la has cargado!
–¡Joder, es que yo...!
–¡Tú, tú, tú, y siempre tú! ¿Qué pasa con ella, Naruto, es que no tiene derecho a elegir?
–Yo... le pediré perdón y...
–¡Tú no le vas a pedir perdón! ¡Te vas a apartar de ella, pero ya! ¡No te quiero cerca de Temari, no quiero ni que la mires!
–¡Joder, ni que fueras su padre!
El volantazo que pegó hizo volar por los aires las piedras del área de frenado. Por suerte, no impactaron en ningún coche, pero el frenazo dejó allí media rueda y descontroló el corazón de Naruto.
–¡Hostias! ¿Pero qué haces?
–¡Sal del coche! –gruñó Sasuke, echando el freno de mano y saltando de su asiento.
–¡Joder, Sasuke, tampoco es para ponerse así!
–¡Sal de una puta vez! –gritó, abriéndole la puerta.
–¡Tampoco es para tanto, hombre!
–¡¿Que no es para tanto?! –Le agarró por la camisa y le sacó fuera–. ¡Eres mi amigo, eres mi hermano, y no voy a quedarme de brazos cruzados viendo cómo tiras tu vida por la borda siguiendo los pasos del cabrón de tu padre!
–¡Joder, Sasuke!
–¡Que me escuches! –gritó, zarandeándole–. ¡O te apartas de Temari y te pones en manos de Patricio DE INMEDIATO... o te mando a Rusia con Chōji!
–¿Quéeee? ¡¿No estarás hablando en serio?!
–¡En mi vida he hablado más en serio, Naruto! ¡Y esto no es un consejo, es un ultimátum!
–¡¿Pero te has vuelto loco?!
–¿Recuerdas la promesa que nos hicimos en aquel zulo, la recuerdas?
–¡Joder, Sasuke, cómo no voy a recordarla!
–¡Pues juraría que la has olvidado! ¡Hermanos hasta la muerte, en lo bueno y en lo malo, yo te tiendo mi mano, tú me tiendes mi mano! ¡Así lo juramos todos, Naruto, así lo juramos!
–Pero Sasuke... compréndelo, yo... la quiero y...
–¡No me dejas otra opción! –gruñó, soltándole con rabia y sacando su móvil.
–¡No me jodas, Sasuke, no me jodas! –Levantó los brazos con desesperación–. ¡Joder, Sasuke, joder... déjame pensarlo, por lo menos!
–¡No hay nada qué pensar!... ¡O Patricio, o Chōji!
–¡Pero Sasuke, coño... compréndelo... yo...!
–¡Se acabó! –gritó, llevándose el móvil a la oreja–. ¡Chōji, necesito vuestra ayuda!
–¡Ay, la hostia!
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Aquello que se oía tras las puertas de llegada nada tenía que ver con el llanto de un niño, se asemejaba más a los chillidos que dan los cerdos cuando son llevados al matadero. Cuando las puertas se abrieron y ante ellos apareció Tenten con aquel ser entre los brazos que berreaba descontroladamente, Sasuke y Naruto se miraron preocupados y frunciendo el ceño. Tras ella apareció Jūgo, con el rostro crispado, la mandíbula contraída, meneando la cabeza y resoplando.
–¿Pero qué le pasa, está enfermo? –preguntó Sasuke, dejando sobre la cabeza de su hermana un tierno beso.
–No tiene nada –dijo Tenten, suspirando profundamente–. Ya le he llevado al médico y dicen que llora porque le da la gana. ¡No te imaginas el viaje que nos ha dado, Sasuke, así desde que salimos de Moscú!
–Doy fe de ello –gruñó Jūgo, agarrando a Naruto por un brazo y arrastrándole fuera–. ¡Vamos, tú y yo tenemos que hablar! ¡Me ha llamado Chōji!
–¿Ya?... ¡Virgen Santísima!
Pero al parecer, a Kai aún le quedaban lágrimas, porque en el viaje hasta el hotel siguió y siguió llorando, provocando que las ojeras de su madre se volviesen más violáceas, que el corazón de Sasuke se encogiese con aquel llanto, que la rabia de Jūgo creciese con aquel sonido, y que la mente de Naruto amenazase con sufrir un cortocircuito, porque a los llantos del niño se sumaron las recriminaciones de Jūgo y las continuas llamadas de los demás miembros del grupo, quienes, todos a una, como Fuenteovejuna, martillearon su cabeza, amenazando con presentarse allí en cualquier momento.
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Nuestra sobremesa se había prolongado más de lo previsto. Chiyo hacía auténticos esfuerzos para mantener los párpados abiertos en torno a la preciosa mesa de la cafetería con vistas al mar que mi camarero sonriente nos había preparado, y donde Patricio nos presentó a Günter, el alemán, cuando... ¡Un estridente chillido nos hizo pegar un brinco y a Chiyo espabilar de golpe!
–¡Santo Dios bendito! –exclamó, pegando un respingo–. ¿Pero qué es eso?
La cara de Tenten era un auténtico poema, pero no estaba mejor la de los que le acompañaban, quienes miraban a aquel ser que traía en los brazos, como si hubiese llegado de otra galaxia. Sasuke se lanzó a por mí con toda el ansia, abrazándome y suspirando profundamente, creo que sólo le faltó decirme: "Por fin hemos llegado". Tras apartarse de mi cuerpo con desgana, hizo las presentaciones oportunas, pero todos los ojos estaban clavados en lo que Tenten llevaba en los brazos.
–¿Pero qué le pasa a esta criatura? –preguntó Karin, tocando su frente, como hacen todas las madres–. Fiebre no tiene.
–No le pasa nada –dijo Sasuke–. Los médicos han dicho que está perfectamente, que llora porque le da la gana.
–¡Uno no llora porque le da la gana! –afirmó Chiyo, intentando calmarlo–. Uno llora porque tiene ganas, y si tienes ganas es porque le pasa algo.
–A ver, renacuajo –dije, acariciando su cara–. ¿Se puede saber qué te pasa?
El llanto cesó de golpe cuando aquellos ojos me miraron, oí que su madre exclamaba algo, pero claro, como sólo habla ruso, no entendí nada.
–¡Vaya, le gustas, Tis! –exclamó Mila a mi lado.
–¿Habéis comido, Sasuke?
–No. Íbamos a comer algo en el aeropuerto, pero claro...
–¿Por qué no vais al restaurante? Yo me quedaré con Kai. –Lo que salió por aquella pequeña boca cuando le cogí en mis brazos parecía una carcajada–. ¡Anda, id, y comed algo!
Me senté y le acomodé sobre mi regazo, pero no hacía más que girar la cabeza y mirarme, así que le tomé en el hueco de mi brazo, acariciando su cara muy despacio. Mi futura cuñada se despidió de mí con un beso y con los ojos llenos de lágrimas, diciendo algo que no entendí, pero que a mi querido zar le hizo gracia.
–Bueno, pues os presento a mi sobrino, Kai.
–Ese nombre no es ruso –sentenció Koharu.
–En realidad se llama Kasumi, pero yo le llamo Kai.
–Tis, el teléfono otra vez... ¿Por qué no hablas con ella? A lo mejor así se calma.
–No quiero –dije muy seria, haciendo reír a Patricio y a Temari. Mis ojos se posaron en Günter–. Patricio... ¿crees que tu amigo podría hacerme un favor?
Patricio estalló en carcajadas incontrolables, viéndome sacar el teléfono del bolso y mirar a su amigo con una sonrisa traviesa.
–Günter... please... You speak with Mebuki?... Please, please, please... –Si yo entendía aquellas cuatro palabras, seguro que él también.
Mila y Kenji a punto estuvieron de caer al suelo, desternillados de risa, pero, claro, ellos pertenecen a una generación en la que se aprende a hablar inglés, no como la mía, en la que los verbos eran aquellas interminables listas que memorizábamos, preguntándonos para qué servían. Günter dijo algo que nadie comprendió, pero yo seguí mirándole suplicante mientras el teléfono seguía y seguía reclamando mi atención y los ojos de Kai estaban clavados en mi cara, sin dejar de sonreír.
–¡Günter... please, please! –supliqué, tendiéndole el teléfono. Cuando lo cogió, respiré profundamente, sonriéndole aún más y asintiendo frenéticamente–. Yes, Günter, yes... Mebuki... speak, speak, speack... very speak!
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Tantas emociones me habían dejado exhausta, así que decidí que tras la cena un buen baño relajante me vendría de perlas. Cuando el sol comenzó a esconderse, preparé la bañera y me metí dentro.
Descansaba la cabeza sobre el borde, con los ojos cerrados, disfrutando de aquel remanso de paz que la vida me regalaba y rodeaba de un delicioso baño de espuma cuando... un enérgico aleteo llegó hasta mis oídos. Abrí los ojos y me incorporé... encontrándome con ellos... ¡Dos pequeños seres que revoloteaban por mi cuarto de baño con desesperación, inundándolo todo de una extraña magia!
MAB: ¿Dónde está? ¿Dónde está?.
MAM: ¡Quieres tranquilizarte de una vez!
MAB: Le hemos perdido, le hemos perdido ¡Y todo por tu culpa!
MAM: Ya te he dicho que lo siento, pero a veces, ante situaciones desesperadas, hay que tomar medidas desesperadas.
–¿Pero qué hacéis aquí?
MAB: ¿Tú le has visto?
–¿A quién?
MAB: A Kasumi ¡Dime que le has visto, por Dios, dime que le has visto!
–Pues sí, está aquí, con su madre.
MAB: ¡Gracias a Dios, gracias al Santísimo! ¿Y está bien, se encuentra bien?
–Pues... aparte de que no dejaba de llorar... creo que sí, que está bien.
MAB: ¡Sigue respirando! ¡Alabado sea Jesucristo!
MAB respiró profundamente y se sentó sobre el bote de gel, limpiándose la frente con alivio. MAM puso los ojos en blanco, se sentó sobre la cisterna del váter y, sacudiendo la cabeza con desconcierto, sacó un cigarrillo.
MAB: Como comprenderás, tengo que dar parte de esto. Y esto no se quedará en una simple bronca, ni en un mero expediente disciplinario, ante esto tomarán medidas.
MAM: Pues si así tiene que ser, que así sea. Y si así nos quitan de encima a ese chiquillo, aceptaré la sanción que me impongan con alegría. Yo no puedo seguir soportando este martirio.
MAB: "¿Martirio? ¡Martirio es lo que vivo yo contigo, eso sí es martirio! ¿Crees que puedes hacer lo que te dé la gana? ¡Has puesto en peligro su vida!.
–¿Pero qué ha pasado?
MAB: Que te lo cuente él, yo ya he tenido suficiente con vivirlo. Me voy a tomar un poco el aire, a ver si me tranquilizo.
Revoloteó un par de veces por el cuarto de baño y se fue por la rendija de la puerta entornada, dejándome en semejante estado de desconcierto y de curiosidad como hacía tiempo no sentía. Clavé mis ojos en mi ángel negro. Había adquirido una tonalidad más oscura con el tiempo, mucho más oscura, me pregunté si era un reflejo de lo que llevaba dentro. Levantó la tapa del váter y tiró la colilla del cigarrillo. Se acercó a la rendija de la puerta y miró fuera, y en vista de que el otro no volvía, metió la mano bajo una de sus alas... y sacó un canuto.
Ay, Dios! –exclamé, escondiendo una risa.
MAM: ¡Lo necesito, nena, lo necesito!... ¡Ohhhhh, qué maravilla!... Saku, de esta no salgo vivo... Esta es una de esas misiones suicidas que les encomiendan a los últimos de la fila, esos encargos que nadie quiere, que todos evitan... ¡He intentado mirarlo desde el punto de vista de la compasión, pero me ha sido imposible!
–Pero hombre, si sólo es un niño. Seguro que has tenido casos mucho más duros que el suyo.
MAM: ¡Jamás!.
–¿Pero qué ha hecho, aparte de llorar?
MAM: ¿Te parece poco? Yo no sabía lo que el llanto incontrolado de un crío puede provocar a la mente humana, no lo sabía, pero ahora lo sé... ¡Te puede hacer perder el sentido!... Tú no sabes lo que allí arriba hemos vivido, no lo sabe nadie, salvo nosotros, las auxiliares de vuelo, y el copiloto, claro... ¡Pobre criatura, el copiloto, digo, su primer viaje a las islas no lo olvidará en la vida! Recién salido de la academia y le toca este viaje, no creo que se recupere nunca.
–¿Pero qué ha pasado, tan grave ha sido?
MAM: ¿Sabes quién era el piloto, cariño?
–¡No!
MAM: ¡El mismo! Y luego dicen que el gafe no existe ¡Existe, existe, yo lo he visto, se llama Daniels, Daniels, Daniels!
Su cara comenzó a adquirir una tonalidad distinta, me pregunté si el porro contendría algo más de lo que debía contener, pero no dije nada, no se deben apagar fuegos con gasolina.
MAM: Pero eso no fue lo peor, nena, lo peor es que el comandante acaba de ser padre y su mujer le obligó a cogerse una baja por paternidad. Dijo que habían sido los peores meses de su vida. Hoy era el primer día de su vuelta al trabajo y estaba más feliz que una perdiz... hasta que escuchó al crío. Aseguró que sonaba igual que el suyo, que era el mismo llanto, el mismo berrido... ¡Y era capaz de oírlo desde la cabina, Saku, con todas las puertas cerradas, todo lo traspasa ese sonido!... Así que no puedo reprocharle que hiciera lo que hizo.
–¿Qué... qué hizo?
MAM: Se desmayó.
–¡Ay, Dios mío!
MAM: La mente busca válvulas de escape, válvulas de salida. Creo que el copiloto también lo habría hecho si no fuera porque en sus manos estaba nuestro destino ¡No te cuento la cara que puso la auxiliar de vuelo cuando entró en la cabina y vio el panorama, la cabeza de Daniels colgando hacia un lado, y el copiloto mirándola con ojos desorbitados! Consiguieron reanimarle momentáneamente, así que yo aproveché para hacer algo al respecto, alguien tenía que hacerlo, ¿comprendes? ¡Había más de cien vidas en peligro!.
–Temo preguntarte qué hiciste.
MAM: En el botiquín no encontré cloroformo... pero... siempre llevo, por si acaso, un frasquito de Propofol.
–¿Propofol? ¿Eso no es lo que usaba Michael Jackson para dormir? ¿Lo que le causó la muerte?
MAM: Depende de la dosis, nena, depende de la dosis. Yo llevo una pequeña, la cogí de la enfermería una vez que... bueno, da igual, el caso es que la llevo para emergencias, y esta era una emergencia, y de las gordas".
–¡Señor, le diste Propofol a un bebé!
MAM: ¡Una dosis mínima, mínima, mínima... acorde con su peso! Pero ese no fue el problema, nena... el problema es que le gustó. Empezó a berrear con más fuerza pidiendo otra dosis, y aquello ya fue la hecatombe. Naturalmente, Daniels se desmayó de nuevo, y ya no hubo forma de reanimarle. Y naturalmente, aquí el colega, se puso como loco, por eso tuve que reducirle... ¡Ante situaciones desesperadas, medidas desesperadas ¿entiendes?!... Me lo llevé al compartimento de los equipajes, por cierto, nunca vayas allí, hace un frío que pela. Pero... como lo que mal empieza, peor termina, al llegar al aeropuerto, los maleteros se equivocaron de cinta transportadora y fuimos a parar al otro extremo del aeropuerto... y claro, les perdimos.
–¿Saku?
–Sí, ya salgo.
Encontré a Sasuke desplomado sobre la cama, aún vestido y con un brazo sobre la cabeza, resoplando profundamente.
–¿Estás bien, Sasuke?
–Sí, cielo, es que ha sido un día muy, muy largo –dijo, quitando el brazo y mirándome preocupado–. Ese niño no es normal, Saku, los médicos ya lo dijeron, pero ahora lo sé.
–Normal, normal... ¿Quién es normal, Sasuke? –pregunté, abriendo el armario y colgando la blusa–. Todos tenemos rarezas.
–¿Tú habías oído antes llorar así a un niño? Porque yo no.
–Es un viaje muy largo, de Rusia a Madrid, y de Madrid a las islas, estaba cansado.
–Y el modo en que mira...
–No te dejes llevar por la animadversión hacia su padre. Kai es Kai, y Deidara, Deidara... Aunque claro... los genes están ahí...
Cerré lentamente la puerta del armario. Sí, los genes están ahí, para atormentarnos de vez en cuando. Cuando me giré ahí estaba mi querido zar, mirándome preocupado.
–No digas tonterías. –Tomó mi cara entre sus manos y besó suavemente mis labios–. ¿Tú has tenido un buen día?
–Pues no muy bueno, la verdad, mi madre no ha dejado de atormentarme, pero... –dije, con una sonrisa pícara–. Creo que lo he resuelto.
–¿Cómo?
–Le he puesto al teléfono a Günter.
–¿Quién es ese?
–El ligue que se ha echado Patricio es alemán, le pedí que hablase con ella... y desde entonces no ha vuelto a llamar.
–Günter... ¿Domina bien el español?
–Ni una palabra.
Mi querido zar estalló en carcajadas que atravesaron mi cuerpo cuando me tomó entre sus brazos y me apretó contra su pecho, pero nuestros preliminares quedaron rotos por una llamadita a la puerta.
Sasuke frunció el ceño y fue a abrir.
–¡Doce menos cuarto! –exclamó Mila, señalando su reloj y atravesando la puerta–. Tienes quince minutos exactamente para despedirte de ella.
–¿Qué? –dijo mi querido zar, viendo cómo Temari se colaba tras Mila, riendo por lo bajito–. ¿Pero a qué viene esto?
–Saku –dijo Temari, sentándose al lado de Mila a los pies de la cama y dedicándome una de sus sonrisas, esas que reserva para momentos especiales. Me empezó a dar la risa–. Hemos venido a recordarle al novio que tiene que irse.
–¿Cómo que tengo que irme? –Las manos de Sasuke fueron hacia sus caderas, mirándolas enfadado–. ¿Por qué?
Nuevos golpecitos en la puerta hicieron girar la cabeza de mi querido zar, que fue a abrir con toda la rabia que había en su cuerpo.
–¡Es un hueso duro de roer! –le dijo Temari a Mila–. ¡Hemos hecho bien pidiendo refuerzos!
–¡¿Pero aún estás aquí?! –exclamó Koharu, entrando con decisión, seguida de Karin, que dejó la puerta abierta–. ¡Venga, venga, aligerando que es gerundio!
Mi elenco de invitadas no podían tener caras más divertidas, y estas se contraponían de tal forma con el asombro de Sasuke, que el cóctel era para mí, explosivo, y me produjo un ataque de risa, esa que durante tanto tiempo había estado fuera de mi cuerpo, llegó para inundarlo de alegría.
–¡¿Pero qué es esto?! –Sasuke las miraba atónito–. ¡¿Una confabulación?!
–Tienes que marcharte –dijo Karin, encendiendo un cigarrillo.
–¡¿Por qué?!
–Esto va a ser más difícil de lo que pensábamos –le susurró Mila a Temari.
–Tranquila, Mila –dijo Temari cerrando los ojos–. Ahí llega la caballería.
Los pasos de Chiyo avanzando por el pasillo me llegaron con una nitidez asombrosa. No importaba que el suelo estuviese enmoquetado, habían sido muchos meses escuchándolos por mi casa como para no reconocerlos.
–¡¿Pero qué hace aquí?! –exclamó Chiyo, entrando como una tromba y haciéndole retroceder–. ¡Ya se está yendo!
–¡¿Por qué?!
–¡Porque tiene que irse, por eso! –gruñó, dejando su gran bolso sobre nuestra cama–. ¡El novio no puede ver a la novia hasta la hora de la ceremonia!
–¡Menuda tontería!
–¡De tontería, nada! –dijo ella con decisión, llevando una mano a la cadera y levantando ante su cara un dedo amenazador–. ¡Es la tradición! ¡Y las tradiciones... las buenas, hay que respetarlas! ¡No puede ver a la novia el día de la boda hasta que llegue la hora del enlace!... ¡Da mala suerte!... ¡Así que coja el pijama, si es que lo usa, y salga inmediatamente!
Las palabras de Chiyo, incomprensiblemente para mí, siempre conseguían colarse en el subconsciente de Sasuke, activando sus raíces... ¡Meigas, Santa Compaña, supersticiones rusas!... Me dije que aquello bien podía tenerlo en cuenta para posibles futuras crisis.
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MAM: ¿Cómo que no me dejas entrar?.
MAB: ¡Como que no! ¡No te dejo! ¡No quiero que pongas en peligro su vida!
MAM: Pero si no le voy a hacer nada, hombre.
MAB: Pues antes tendré que registrarte.
MAM: ¡No lo dirás en serio!
–Pero muchachos!... ¿Qué hacéis aquí? –preguntó Patricio, parándose en seco al salir del ascensor y encontrarles discutiendo ante la suite de Sasuke, donde Tenten y Kai dormían plácidamente–. ¿Ha pasado algo?
MAB: Tranquilo, no hemos venido por ti.
–¿Sakura?
MAM: No, el crío.
–¿El niño de Tenten?
Patricio apretó con aprensión contra su pecho el paquete que llevaba en las manos, pestañeando con rapidez e intentando enfocar la vista. MAB seguía ante la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho, impidiendo el paso de su compañero, que revoloteaba incansable buscando un resquicio por el que colarse.
–¿Qué le pasa?
MAM: ¿Tú qué crees? ¡Está como una chota!
MAB: Al niño no le pasa nada en comparación contigo. Tú sí que estás como un cencerro. ¡Patricio ha intentado matarlo!
MAM: ¡Buaaaaa! ¡Qué exagerao!.
–¡Ay, Dios bendito! –susurró Patricio, apretando más el paquete.
–¿Te encuentras bien, Patricio?
La voz de Sasuke a su espalda le hizo pegar un brinco.
–¿Qué?... Sí, sí... estoy bien... estoy bien... ¿Y tú adónde vas con esa cara, hay algún problema?
–¡Me han echado! –Patricio levantó las cejas–. Han entrado todas en tropel y me han puesto de patitas en el pasillo, no he tenido tiempo ni de coger el cepillo de dientes. ¡Dicen que da mala suerte ver a la novia antes de la ceremonia! ¿Te lo puedes creer? ¡Joder, que vivimos juntos!
Viendo la cara de Sasuke, Patricio no pudo evitar estallar en carcajadas. Aquel hombre era un puro espectáculo de masculinidad y de hombría, pero, cuando se enfadaba, todas las células de su cuerpo emitían destellos que se veían.
–¿Así que te hace gracia, eh? –Sasuke sonrió malévolamente, abriendo la puerta de su suite–. Pues ahora te vas a reír más. Ven, entra, que tenemos que hablar... ¡Tengo un trabajito para ti!
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Aquella tertulia con mis invitadas... ¡me dio la vida!... Hasta las cuatro de la mañana estuvimos dando rienda suelta a la risa. ¡Qué diferentes son unas bodas de otras! ¡La primera, teñida de lágrimas, la segunda, inundada de risas!... Claro que a ello contribuyó mucho que nuestra querida Chiyo, en aquel gran bolso que siempre llevaba consigo, trajera, además de galletas y patatas fritas, una botella de coñac, una de ron y otra de whisky. Karin abrió la nevera y sacó una coca cola, poniéndose un buen cubata. Koharu dijo que a ella el whisky a palo seco le valía, que no necesitaba acompañantes. Mila hizo una incursión en la cocina y regresó con un delicioso cuenco de fresas con nata que hizo nuestras delicias. Temari echó mano de un refresco de naranja, y mi camarero sonriente apareció en la puerta en pijama y pantuflas, portando una botella de ginebra que Mila no encontró en la cocina, cigarrillos y una gran sonrisa.
Cuando se fueron, me desplomé en la cama, con el cuerpo aún inundado de risa y el corazón henchido de amor hacia un hombre que quiere rodearme de dicha. Y entonces, como si de un déjà vu se tratara, en mi mente apareció el recuerdo de mi primer viaje a las islas, donde el miedo todo lo copaba, donde el desasosiego todo lo invadía, donde la tristeza todo lo empeñaba y yo no veía una salida... ¡Cuántas cosas habían pasado desde aquel día!... Me levanté de la cama y abrí el armario, y allí en el último cajón, me estaba esperando el camisón de Tita, la única que faltaba para completar mi dicha... ¡Tita y mi niña!...
Me quité el precioso camisón de lacitos rojos y me puse el que ella me regaló, aquel que mi marido destrozó cuando intentó destrozar también mi vida.
Salí a la terraza de la libertad, salí al viento de las islas, me dejé acariciar por él, por su ternura, por su suavidad, por su paciencia infinita... Allí, donde liberé mi corazón de tanta angustia, de tanta injusticia, de tantos sinsabores, de tanta desdicha... Allí, donde me dejé amar por un hombre que traía sus manos cargadas de caricias, sus labios llenos de besos y su boca repleta de palabras bonitas... Allí, donde su corazón me mostró sus sueños y sus pesadillas... Allí, donde su cuerpo cargado de deseo despertó al mío, trasladándome en sus brazos a una nueva vida... Allí, en la terraza de la libertad, dejé que mis ojos se llenasen de lágrimas de alegría ante la nueva vida que me ofrecía la vida... ¡Una vida llena de Sasuke!
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Las tradiciones son importantes en mi cultura, pero las tradiciones, como las leyes, están para ser transgredidas. Así que aquella noche, tras enviar a Patricio a su habitación, envuelto en una confusión infinita, salí a la terraza en busca de mi preciosa risa bonita. Se había quitado el camisón que le regalé, y se había puesto el camisón de Tita... Mi preciosa risa bonita es fiel hasta después de la muerte, a los que quiere nunca les olvida...
Aquella mujer tímida y apocada, aquella mujer temerosa y destruida, había emergido de las profundidades de su alma a una nueva vida. Enfrentarse a sus miedos, aceptar el fracaso, asumir la pérdida más dañina, había dotado a su cuerpo y a su mente de una calma y una serenidad que yo no le conocía. Cuando sus manos asieron el borde de la terraza, y sus ojos miraron el firmamento estrellado que la cubría, me dije que no podía haber una imagen más hermosa que aquella, la de mi preciosa risa bonita.
Sentí que el brillo de sus ojos me estremecía... que el movimiento de su pelo, mecido por el viento, también a mí me envolvía... que las curvas de su cuerpo alteraban mi respiración... y que la sonrisa de sus labios era mi vida... Pero cuando se abrieron y dejaron salir las palabras, sentí derretirme...
–Te quiero, Sasuke...
Agarré con fuerza la celosía, recorriendo aquel cuerpo en el que estaba mi vida, y la seguí con la mirada hasta que la perdí de vista. Por su mejilla resbalaba una lágrima, pero en su rostro había una sonrisa.
Apoyé la frente en las enredaderas y le di gracias a las islas, por habérmela traído, por habérmela mostrado, por haberla puesto en mi camino, el camino de mi vida.
