Hola gente linda de toda la Tierra Media! Volví con un capítulo extra largo =P Espero que lo disfruten!
Bienvenida axara2 a mi humilde historia, espero que te guste la nueva actualización!
Elein88: sí, a partir de ahora actualizaré más lento. Pero lo bueno se hace esperar! Jajaja!
Vuelvo con la música!
En todo la historia tendrán que estar escuchando este link: watch?v=o04gTdOqcVU
Y para los momentos claves: watch?v=lP0D5u3EMfA
Nos leemos en el próximo capítulo!
Lynlia
En los territorios de Imladris
(Primer video que se mantendrá en toda la historia!:watch?v=o04gTdOqcVU)
Desde aquella orden, la muchacha no se detuvo a descansar ni un minuto. Esa voz firme y potente de Thorin quedó grabada para siempre en su memoria. No supo cuánto tiempo corrió para poder alejarse de aquél enano que la había humillado por quién sabe cuánto tiempo, ya había perdido la cuenta de los días que se encontraba en esas tierras. En el apuro por abandonar a la compañía, no llevó ninguna de sus pertenencias. Se acordó de ellas muy tarde, cuando estaba a leguas de los enanos.
A medida que avanzaba en el terreno, Azul se sentía más cansada pues éste iba en ascenso. Pero no quería detenerse, llegar cuanto antes a aquel poblado era lo único que le importaba.
A medida que ascendía en altura, la temperatura descendía y los primeros copos de nieve empezaron a caer. Ella levantó su mano para tomar uno de ellos y contemplarlo. Jamás había visto nevar y sonrió al contemplarlo. Luego, su mirada se perdió en el horizonte. Divisó que se encontraba en una zona de valles y un río lo surcaba. Todavía no podía divisar el poblado elfo, pero al ver el río, una esperanza creció dentro de ella y decidió salirse del camino, costeando las aguas, pero para eso debía descender de algún modo sin retroceder terreno.
Thorin se sintió aliviado. Sin "niñas demoníacas" que cuidar, su semblante se suavizó a medida que pasaban las horas. Junto con Balin, discutieron la nueva ruta a tomar. Estaban cerca del poblado que los humanos llamaban "Rivendell" y muy lejos del otro paso, ya en desuso, al sur de su ubicación y también era poco probable que crucen las montañas sin levantar sus armas si tomaban aquel camino. Muchas veces, la terquedad de los enanos era más fuerte que su uso de razón y ésta era una de ellas. Preferirían mil veces dar un largo rodeo antes que encontrarse con aquellos seres.
La compañía viró de rumbo y comenzó a descender lentamente hacia el sur, tratando de costear lo más posible las montañas para luego encontrar aquel paso olvidado en el tiempo.
La noche se acercaba y Azul ya no sabía en dónde estaba parada. La nubosidad en el cielo no le permitía orientarse por las estrellas y la oscuridad era más cerrada a medida que el sol se ocultaba. Para colmo, esas mismas nubes anunciaban lluvia.
La muchacha apuró el paso, buscando un lugar donde refugiarse. Se culpaba a sí misma por haberse salido del camino y extrañaba la compañía de los enanos, que a pesar de los agravios recibidos, era mejor estar con alguien que sola en un lugar desconocido. Más pensaba en Kili, quería seguir estando con él y devolverle de algún modo todas las atenciones que había tenido con ella y aclararle a su hermano que no había segundas intenciones con él. Muy poco había hablado con el joven enano en toda su estadía con ellos para tratar de suavizar la poca relación que tenían.
Los pensamientos hacia Bofur eran neutros. Desde que recuperó su voz, el enano se había mantenido muy al margen de entablar una conversación y Azul no sabía por qué. Ella había notado que la miraba furtivamente, como queriendo escudriñar algo más en la personalidad de la mujer y cuando ésta lo descubría, Bofur rápidamente buscaba otra cosa que mirar.
Según su punto de vista, Balin se había comportado decentemente. Era el punto medio entre Kili y Thorin. Había tratado a la muchacha con un cierto respeto sin dejar de ejercer su autoridad como vigilante. Y gracias a eso, las últimas conversaciones con él resultaron agradables.
Al llegar sus pensamientos hacia el jefe de los enanos, un vértigo cruzó su estómago. El desprecio de su rostro, las humillaciones y las largas caminatas sin siquiera un trago de agua resurgieron de su mente. Pero al mismo tiempo, y entrando en contradicción consigo misma, el recuerdo de sus ojos volvieron a su pensamiento. ¿Qué era lo que había sentido al mirar sus ojos? En ellos no había visto la fiereza, sino el cansancio; no vio crueldad, sino piedad. ¿Cómo aquellos enanos lo seguían incluso hasta la misma muerte? Porque a pesar de que estuvieran en desacuerdo en algunas cosas, como ella lo había visto, seguían obedeciéndole a rajatabla. Entonces la pregunta se volvió más intrigante y sintió deseos de revelar, de descubrir aquél enigma que yacía ante ella.
Las gotas de lluvia que cayeron la volvieron a la realidad. Dio gracias a Dios por la existencia de los rayos, éstos de tanto en tanto le alumbraban el paso, que cada vez se hacía más dificultoso el descenso.
A pocas leguas de allí, alguien le seguía el paso. Estaban lejos aún, pero llegarían a su objetivo esa misma noche. El aroma de los enanos se había separado hacía largo rato del aroma dulce que ellos seguían y eso al jefe lo excitaba a medias. Saber que enanos aún merodeaban la zona no le gustaba en absoluto y debían ser precavidos además. Éste no era su territorio, si se adentraban más, llamarían la atención de los elfos.
La bestia que montaba olfateó el suelo ya mojado por la lluvia, luego miró a su amo y con su mirada, le mostró el camino a seguir. Sus labios no se movieron, lo que había temido se hacía realidad, debían cruzar la frontera élfica. Desenvainó su espada y a una orden suya, todos los suyos se adentraron en aquellas tierras.
Kili por dentro estaba malhumorado. Sabía que el ir en contra de su tío era descabellado, porque no sólo era en contra de su familia, sino del príncipe de su pueblo, heredero al trono. Eran esos momentos en donde no quería tener ese tipo de relación familiar. Amaba a su tío, todo muy bien, pero cuando tenía esas actitudes era insoportable. Y su hermano también le seguía el juego. Ellos no podían ver lo que él mismo había descubierto con Azul. La pregunta era ¿Por qué ellos no lo veían? ¿O acaso era demasiado ingenuo e inexperto para ser burlado de esa manera? Mientras caminaban en la noche, buscó el rostro de Balin y pudo dar con él cuando un relámpago cruzó el cielo iluminando la oscuridad. –Balin- Pensó. – A él no lo pueden engañar fácilmente…-
-Ha comenzado a llover. Será mejor encontrar refugio donde sea.- Ordenó Thorin sacando de sus pensamientos a Kili. Él obedeció.
Esta vez, y a pesar de que el terreno era rocoso y con cierta vegetación, no encontraron lugar acorde a ellos.
-Tendremos que seguir la marcha, aún la lluvia no es fuerte. Mientras caminamos estén atentos si ven algo que se parezca a un refugio.- Dijo Thorin.
El paso en la oscuridad era zigzagueante y temeroso. Casi a tientas caminaban por el terreno que se extendía alrededor y a veces, algún enano se tropezaba y lanzaba una pequeña maldición en voz baja.
Bofur paró en seco su caminata. Esto hizo que Fili se golpease contra él.
-¡¿Por qué no caminas?! ¡Me he clavado el mango de tu espada en la boca!-
-¡Shh! ¡Silencio! ¿Acaso no sientes eso?-
-¿Qué cosa? Yo no escucho nada-
-¡No tienes que escuchar, tienes que sentir!-
Fili agudizó sus sentidos Un pequeño temblor sintió en la palma de sus pies.
-¿Qué fue eso?- Preguntó el joven enano.
-No lo sé. Pero se mueven rápido.-
El temblor se hizo más evidente hasta que todos pudieron sentirlo. Thorin paró en seco y ordenó a todos que se escondieran en donde puedan.
A medida que el temblor se hacía más fuerte, el sonido de los cascos de los caballos se hizo audible. Cientos de éstos montados con sus respectivos jinetes elfos surcaban las tierras de par en par, todos ellos ataviados con sus armaduras y armas de combate, listos para pelear. Ocho de ellos pararon su marcha mientras los demás mantenían su rumbo. Entre ellos intercambiaban palabras que los enanos no entendían. Uno discutía fuertemente con los demás, pero el elfo de mayor rango militar lo calmó.
-Sal de tu escondite Thorin hijo de Thráin, hijo de Thrór. Eres bienvenido a nuestras tierras tú y los tuyos que te acompañan.-
-Maldita visión élfica.- Pensó Thorin.
El enano dio la orden de salir. Uno de los elfos prendió una antorcha para tener un poco más de visibilidad. El jefe de los elfos bajó del caballo al encuentro del enano.
-Estamos en paz, hijo de Thráin. Mi nombre es Aldaron, capitán de las tropas del sur de Imladris. Tú y tu compañía están en peligro si continúas este camino. Un ejército de orcos ha pasado nuestras fronteras e iremos a impedir su avance.-
-Hemos visto hace siete días aproximadamente una fogata. Ahora que tú me dices esto, puede ser que hayamos visto orcos.-
-Te equivocas, éramos nosotros. Desde ese día supimos que ustedes estaban en nuestro territorio y mandamos espías para vigilarlos. Pero ellos te han reconocido y por eso no los atacamos, como ya he dicho anteriormente, ustedes son bienvenidos en nuestras tierras. Lo que sí me extraña que no esté con ustedes esa muchacha con raras vestiduras.-
- Originalmente nuestro plan era llevarla a Rivendell…-Dijo Thorin evadiendo en cierto grado la pregunta.-… pues al parecer, ha perdido la memoria. Y creemos que ustedes pueden encargarse mejor de ella.-
Kili, al oír esto, prestó más atención a las palabras que Thorin estaba utilizando y se preguntó si su opinión de Azul estaba cambiando.
Aldaron frunció el ceño.
-¿Por qué camino le dijiste que tomara para llegar a nuestro pueblo?-
-El principal-
Uno de los soldados le habló a su capitán con un tono de preocupación, algo que Balin pudo percibir. La discusión entre ellos volvió a generarse.
-¿Qué sucede?- Preguntó Fili ya inquieto.
-Esa muchacha se dirige a una muerte segura. Además de este ejército de orcos, hay otro grupo de orcos (aproximadamente treinta) que enfila directamente hacia esa dirección.-
Esta vez fueron los elfos que no comprendieron lo que los enanos comenzaron a decir pues los enanos comenzaron a hablar en su lengua madre. El más joven de todos, al escuchar al capitán se dirigió a su príncipe totalmente preocupado mientras que ellos también comenzaron una discusión. El otro joven enano discutió con éste y un tercero, algo más viejo, tranquilizó a los dos. Mientras discutían, la lluvia comenzó a caer en ellos.
- Deben darse prisa, aún pueden alcanzarla.- Dijo Aldaron al ver que la discusión iba en aumento. Hizo unas señas a sus soldados y desmontaron.- Tengan estos tres caballos. Mis soldados recogerán los estribos al borde de la silla para que ustedes puedan montar. Si tienen éxito, devuélvanlos a Lord Elrond, y él les gratificará.-
Thorin miró a los caballos de no tan buena gana, pero no podía despreciar semejante transporte, ahora que estaban sin poneys.
- Agradezco el ofrecimiento que nos das, aunque no es nuestra costumbre montar en bestias tan altas.-
Los elfos ayudaron a montar a los enanos. Fili y Kili iban juntos, Balin y Bofur en otro caballo y Thorin solo. Una vez que todos estuvieron acomodados, Aldaron se acercó y se lo llevó a un lado a Thorin para intercambiar unas palabras en privado.
-No deseo hondar más de lo permitido, pero intuyo que esa muchacha que llevaban no era de su agrado. Alguien que lleva el linaje de Durin no se comportaría de esa manera con una mujer- Thorin lo fulminó con la mirada.
-Tengo razones por las cuales la he dejado, y éstas no te incumben. Pero no te preocupes, estos caballos volverán donde pertenecen. Tienes mi palabra. Destruye a esa escoria de orcos.-
Y la conversación quedó finalizada con esa frase. Los elfos que estaban en el suelo, compartieron montura con sus compañeros.
- ¡Que los Valar guíen su camino hasta su morada final!- Les dijo Aldaron antes de emprender galope.
Los enanos quedaron solos nuevamente.
-Bien, esto nos conduce a nuestro plan anterior, llegar a Rivendell- Dijo Bofur un tanto ofuscado.-No podemos cruzar el paso
-Debemos darnos prisa-Inquirió Kili.- Probablemente le estén pisando los talones.-
Fili no pudo contener su enojo.
-¡Por Mahal Kili! ¿¡Por qué rayos te preocupas por un ser así!? ¡No es nada de nosotros! ¡Nada le debemos! ¡Lo único que hizo fue entorpecer nuestra caminata y meternos en problemas! Sea demonio o hechicera, ¿Qué sentido tiene en llevarla con nosotros?-
Estas palabras fueron la gota que rebalsó el vaso de la paciencia de su hermano.
-¡Pues a mí me importa! ¡Porque no puedo olvidarme el desastre en Delagua! ¿¡Crees que es fácil de olvidar la muerte de esa joven hobbit!? ¡Podía haberla salvado si no fuera por mi indecisión de aquél momento. ¡Y a pesar que Azul no es Aradna, siento que podemos reivindicarnos en este mismo momento! ¡Ella corre peligro, y si no vamos es seguro que morirá por esos orcos!-
El descargo del enano hizo que todo el peso que sentía se alivianara al fin. Le había servido hablar con Thorin aquella noche, pero llegó un punto que la angustia había vuelto y el peso de la culpa lo atormentaba.
Thorin se acercó.
-¿Tan importante es para ti esa hechicera? ¿Tan fuerte es el conjuro que ha puesto sobre ti para salir por enésima vez en su defensa?-
-Thorin, esto no es un hechizo. Es preocupación. No estoy pidiendo que la llevemos a Erebor. Sólo quiero asegurarme de que llegue a Rivendell, nada más que eso-
El príncipe quedó mudo por unos instantes, pensativo. Miró a Fili, y en su rostro también veía preocupación hacia su hermano.
-Sólo hasta Rivendell.- Siguió Balin apoyando a Kili.
Miró hacia Bofur, como pidiéndole una opinión.
-Si allí nos gratificarán por haber devuelto los caballos, me quedo con el pueblo elfo.-
Por último, sus ojos se toparon con los de Fili.
-No me gusta la idea de buscarla, pero si eso es lo que decides yo te acompañaré.-
No hubo más dudas en los pensamientos del jefe de la compañía. Desenvainó su espada y los demás imitaron su gesto. Salieron a galope tendido dejando atrás una batalla entre orcos y elfos y por delante, la misión de detener la cacería de una mujer humana.
Ya la lluvia era detestable. Los pasos que daba Azul eran cada vez más resbalosos y lentos. Descendía con dificultad entre las rocas filosas y verdes del moho que tenían. Sus manos volvieron a llenarse de cicatrices por aferrarse a esas rocas. Si el ascenso había sido peligroso, el descenso lo era más. La pendiente era tal en el camino que había elegido que un paso en falso, un traspié podría hacerla caer y rodar sin parar, o lo que era peor, caer al abismo y nadie la encontraría.
Mientras pensaba en esto, perdió la concentración en donde pisaba y resbaló. Del miedo a perder la vida y los continuos golpes, profirió un grito agudo que las montañas alrededor lo amplificaron y se escuchó a varias leguas a la redonda.
(A partir de aquí puedes darle al segundo video:watch?v=lP0D5u3EMfA )
Habrá rodado varios minutos hasta que por fin pudo amarrarse a una roca lo más fuerte que pudo. La cabeza le daba vueltas, sin contar los dolores y algo de barro que tenía en el cuerpo. No podía fijar la vista en un punto y eso le provocaba pavor. Cerró los ojos con la esperanza de recomponerse y suspiró aliviada pensando que su caída había terminado. Pero se equivocó. Un temblor sacudió la tierra que la sostenía. Ella abrió los ojos y vio varios pares de ojos que la miraban. Éstos se acercaron hasta ver que ella tenía delante a unas bestias enormes, parecidas a lobos con feroces garras y sus colmillos amenazantes le helaron la sangre. Montados en ellos, Azul vislumbró unas criaturas que jamás había visto en su vida. En estatura se parecía a los hombres, pero su piel oscilaba entre un verde oscuro y pardo. Estaban ligeramente encorvados salvo uno de ellos que se mantenía erguido arrogantemente mirando a la pobre muchacha. Sus cuerpos, cubiertos por armaduras de cuero con incrustaciones de huesos y cuernos a modo de jerarquía, hacían notar que eran robustos y fuertes, al igual que sus brazos, aunque anormalmente largo en comparación con sus cuerpos. De sus mandíbulas, sobresalían grandes colmillos que atemorizaban a cualquier ser que no supiera batallar. Ella estaba viendo por primera vez a los orcos.
La bestia que montaba a aquél temible orco dio unos pasos en dirección hacia Azul. Éste le dirigió la palabra diciendo algo que ella no pudo entender, pero no necesitó saber cuál era el significado de aquellas palabras, su instinto le decía que debía apartarse de allí. El orco sonrió al verla en ese deplorable estado en que se encontraba la muchacha. Sacó de su morral una piedra y la olfateó, luego olfateó el aire hasta que su nariz apuntó hacia Azul y sonrió. Tiró la piedra y rodó hasta que estuvo cerca de ella. Aquella piedra era la que había tirado al vacío y Bofur le había reprendido. Aún conservaba algo de sangre seca que se fue diluyendo al contacto con las gotas de lluvia. Le habían estado siguiendo el rastro desde esa noche.
Las pisadas de esa bestia que seguía acercándose hicieron temblar más el terreno que fue desgranándose poco a poco hasta que quedó colgada de pies. Azul no había tenido tiempo de explorar dónde había rodado y si no fuera por sus rápidos reflejos al aferrarse más a la roca que momentos antes detuvo su rodar, habría caído. La intensa lluvia había socavado los últimos pilares que sostenían ese terreno y con los temblores provocaron que el suelo se cayera. Los grandes pedazos de roca cayeron a pocos metros de altura, pero la suficiente como para quebrarse.
Azul comenzó a desesperarse. Sus manos le valieron las fuerzas suficientes para no caer al vacío en el primer intento, pero comenzaba a resbalarse. El orco, que no se había caído, rió y sacó de su montura una gran hacha que ofreció como sostén al ver que la joven estaba a punto de caer.
La tropa de Glorfindel custodiaba los alrededores de su pueblo. Sabía que tarde o temprano encontraría a esos pútridos seres que debía eliminar de cualquier forma. En comparación con las tropas de su compañero Aldaron, la suya era pequeña, no más de cincuenta soldados, pero cada uno de ellos valían como dos guerreros. Elrond le había encomendado esa capitanía pues sabía, gracias a los espías que él había mandado a custodiar sus tierras, que los orcos que se acercaban desde el camino principal no eran comunes y corrientes. Así como su tropa, la de sus enemigos era también de aquella excelencia guerrera.
Sus armaduras se confundían con la espesura de la noche y sólo eran vistos si se agudizaba demasiado la vista y los relámpagos iluminaban el cielo, en definitiva, solo un elfo podría divisar aquella tropa de elfos.
Cruzaron el Vado no por el camino principal, sino más al norte, querían hacer un rodeo y atacar a los orcos por detrás. Y para ello, debían ascender a una zona rocosa, no muy empinada, que bordeaba el río.
Luego de una hora de marcha, un grito proveniente de las montañas rompió con el sonido de la lluvia, haciendo detener la marcha por unos instantes El capitán escuchó atentamente y empezó a buscar en qué dirección provenía ese grito. Sabía perfectamente por la potencia con la que lo había escuchado que no se encontraba muy lejos la persona que lo había lanzado, y ordenó a sus tropas que estén más atentos.
Lentamente ascendieron hasta llegar a una gran planicie rodeada de altas rocas donde el camino zigzagueaba constantemente y de cuando en cuando, las piedras se desprendían cayendo a los costados. En una de esas, escucharon un gran estruendo sordo. Varios pedazos de roca enormes cayeron a varios metros, delante de los elfos. Estas grandes piedras, bloquearon el paso.
Glorfindel miró el bloqueo y resopló. Consultó al segundo al mando para ver la nueva ruta a tomar cuando otro ruido, pero esta vez de armaduras chocando, se escuchó a escasos metros de su presencia. Glorfindel se giró para saber cuál era el motivo de tanto alboroto. Desmontó de su caballo y sacó su espada. Varios guerreros habían sido derribados al suelo porque algo les había caído encima. Éstos se levantaron rápidamente y rodearon a lo que les cayó. Ese algo comenzó a moverse y quejarse de dolor. Glorfindel se acercó cautelosamente con su espada élfica en alto.
-¡Si no quieres que te atraviese con Glamdring responde mortal!- Dijo el capitán en élfico.
-Mi espalda…. Me duele.- susurró.
Glorfindel se acercó más y con el pié hizo girar a ese cuerpo que comenzaba a entablar conversación. Y allí fue cuando Azul y Glorfindel se conocieron. Él la miró sorprendido y desconcertado preguntándose cómo los valar dejaban que una muchacha humana anduviera sola y más en esos momentos. Hizo un ademán con las manos para que la levantaran. Estuvo sostenida fuertemente por los brazos, pero con la delicadeza suficiente como para no lastimarla.
-¿Qué hace una joven como tú deambulando sin permiso en nuestras tierras?- Dijo Glorfindel manteniendo el idioma nativo.-
A medida que esas palabras resonaban, su mente se acomodó e instintivamente miró hacia arriba. Allí estaban, listos para lanzarse nuevamente a su captura. Levantó temblorosa su mano señalando el desfiladero por donde había caído y lanzó un grito. Glorfindel se giró y vio a la hueste de huargos a punto de atacarlos.
La lucha no se hizo esperar. Las horrendas, pero ágiles, bestias que los orcos montaban se lanzaron en picada sobre la planicie donde los elfos se encontraban. Azul fue inmediatamente soltada y olvidada, lo que pudo escabullirse y trató de alejarse de ese lugar. Era la primera vez que ella contemplaba una matanza como esa. Pero el jefe orco tenía muy en claro su objetivo. Se abrió paso entre los gritos, la sangre, los elfos e incluso entre los de su mismo bando y gracias a su refinado olfato, ubicó a la humana que trataba de escapar como si fuera una rata.
El capitán de los elfos le hizo frente cuando advirtió que pasaba cerca de donde estaba peleando.
-¡No llegarás a ningún lado, escoria de Morgoroth!-
-¡Apártate de mi camino elfo! ¡¿Tú crees que puedes intentar frenar mi objetivo?!- Sacó su cimitarra tan rápido que apenas el elfo pudo defenderse.
Glorfindel no entendió mucho cuando el orco dijo "mi objetivo" pero no le interesó demasiado. Salió a contraatacar con todas sus fuerzas. Glamdring cortó el aire varias veces pero sin lograr su objetivo mientras que la cimitarra del orco rozaba los cabellos de oro del elfo. Pero los ojos ávidos de sangre del orco no estaban enfocados en Glorfindel, sino en el camino por donde Azul se había escapado. Ya no la veía por ninguna parte y eso lo preocupó. Esto fue suficiente para que perdiera por unos segundos la concentración de la lucha y lo aprovechara el elfo listo para dar una estocada. Un huargo fue lo que salvó la vida del jefe orco, llevándoselo fuera de la batalla. Con él lo acompañaban cuatro de sus mejores hombres. Glorfindel gritó descargándose la furia que llevaba consigo y salió corriendo en la misma dirección.
-¡Rion, quedas a cargo! ¡Haldir, ven conmigo!- Dijo el elfo al ver que Haldir se acercaba montado en un caballo. Rápidamente el capitán subió en la montura de Haldir y ambos partieron.
La batalla contra el capitán elfo había durado demasiado para el gusto del jefe orco. La humana había tomado demasiada ventaja pero las huellas que había dejado le facilitaron la búsqueda.
Azul corría. Ya no le importaban los dolores que sentía en el cuerpo, ya habría momento para quejarse de ellos si lograba escapar con vida.
Nuevamente volvió a dejar el camino que veían sus ojos y se internó más en las montañas. Su instinto le indicó que no era una buena idea considerando que se había sentido perdida hace unas horas pero la adrenalina que recorría su cuerpo le impedía tomar acciones coherentes.
Siguió ascendiendo. El río serpenteaba el desfiladero acompañando el curso de la muchacha. Ella ya no podía corre más y paró unos segundos para tomar un poco de aire. Gran error. Los músculos se relajaron y se enfriaron. Las piernas no le respondían producto del calambre que la atacó y luego un tirón en la pantorrilla le hizo entender que, hasta que no se calmara, las piernas no se moverían. Como pudo llegó a un par de rocas que le servían para ocultarse y allí se quedó, temerosa y sin saber qué hacer en un mundo donde la habían recibido por la puerta de atrás. Donde no conocía a nadie, y lo que es peor, ni a sí misma, un mundo donde las batallas cuerpo a cuerpo estaban a la orden del día y humanoides, enanos, bestias deformes y vaya a saber qué otras criaturas habría en ese lugar tan extraño.
Cuando el calor de las corridas se había disipado de su cuerpo y la transpiración se condensó, le llegó el frío. El temblor se apoderó de ella y comenzó a estornudar. El lugar en donde estaba le brindaba cobijo del viento y la lluvia, pero amplificaba en cierto grado los ruidos que ella producía. Mientras trataba de no moverse demasiado y contener el estornudo, sintió los pasos de alguien que se acercaba y cuando creyó que estaba cerca de su escondite, contuvo el aliento lo más que pudo.
-No levanten demasiado la voz. No sabemos en qué dirección están esos orcos que los elfos nos dijeron- Dijo una voz imponente y conocida.
-¿Azul? ¿Azul estás aquí?…-Escuchó la joven casi en un susurro.
El corazón de la muchacha latió con más fuerza. Reconocía aquella voz. Salió de su escondite sin medir el peligro. Balin estaba enfrente suyo. Éste, por su parte, se asustó y casi levanta su hacha en contra de la mujer.
-¡Por Mahal estás viva!- Exclamó Balin al verla.- ¡Estuvimos buscándote durante horas!-
Ella no pudo contenerse más y quiso acercarse para abrazarlo pero la pierna no se movió y cayó de bruces contra el suelo. Balin hizo señas al grupo para que se acercaran.
Azul rompió en llanto en el hombro del enano cuando éste la socorrió.
-Ya está muchacha… todo está bien, ya estás a salvo…-
Ella negó con la cabeza.
Bofur, Kili, Fili y Thorin llegaron al encuentro. Las facciones de Kili, que hacía horas había adquirido un tono sombrío y triste, ahora era todo lo contrario. Se arrodilló cerca de ella y ésta lo abrazó más efusivamente que a Balin.
-Hay… algo… no sé que es… parece un humano, pero su piel es distinta… y es… muy grande- dijo entre sollozos y mirándolo a los ojos. Esta vez, el semblante de todos los enanos cambió.
Un gruñido hizo que todos se giraran para ver de dónde se escuchaba.
-¿Humano? ¿Me consideras parecido a esa raza de escorias que se someten a voluntad a cualquier precio?- El Jefe orco apareció en el lugar y escupió el suelo cuando terminó de decir esas palabras.- ¡Mujer tenía que ser! ¡Débiles y despreciables! ¡Pero no te preocupes querida, cuando estés a mi lado serás como nosotros!- La última frase retumbó en los oídos de Kili y su mente trabajó más rápido mientras que echaba hacia atrás a Azul, protegiéndola con su cuerpo. Thorin vio la acción de su sobrino y se preguntó si éste sería el momento en que el autocontrol y la voluntad de Kili serían puestos a prueba. – ¡Entréguenla!- Bramó el jefe orco- ¡Y no les haremos daño!-
-Jamás creas en orcos dice siempre mi padre.- Remató Thorin levantando su hacha.
Azul no pudo creer lo que escuchó y clavó la vista en ese enano que desde que lo conoció la había humillado. ¿Estaba a punto de defenderla? Él no ganaba absolutamente nada con hacer eso; es más, le favorecía que la entregaran.
-¿Qué miras humana?- Le dijo Thorin sin despegar su vista del orco.-No me caes bien, pero por Kili no te entregaré. Además, es preferible morir antes que estar con un ser tan despreciable como aquél.-
Los orcos que estaban montados salieron a la lucha mientras que su jefe quedó mirándolos, inmutable, con su vista clavada en la mujer. Ella quedó atrás de todos mientras que los enanos salían en su defensa.
La flecha que Kili disparó quedó incrustada en el cráneo del primer huargo que se les acercó. Su jinete, saltó antes que derrapara y le hizo frente a Fili sacando su cimitarra. Bofur peleaba espalda con espalda junto a Thorin, dos orcos los habían rodeado cerca del desfiladero. Balin también daba batalla con el último orco, pero se le complicaba al ver que los huargos se le venían encima. Kili salió en su auxilio desenvainando su espada.
El choque del metal contra metal, los gritos de valor que daban ambos bandos, el olor a sangre que se vertía en la tierra y los relámpagos del clima eran para Azul un cóctel atroz. Pero de todas las cosas que sucedían, lo más repugnante para ella era la sangre negra que emanaba de los cuerpos de los orcos que comenzaron a caer. Absorta de su alrededor, el jefe orco consiguió acercarse sin que nadie lo percatara.
-¿Dónde estábamos querida?- Le susurró al oído de la muchacha.
La piel se le erizó, un frío glacial entró en su cuerpo cuando escuchó esas palabras tan cerca suyo. Sus fosas nasales se abrieron más tratando de aspirar todo el aire que podían y su cuerpo empezó a temblar de manera incontrolable.
Azul salió corriendo, algo que el jefe orco no pudo para pues sólo consiguió quitarle el abrigo cuando ella emprendió la huída. Él rió y dejó que siguiera corriendo unos metros más. Tenía ganas de jugar a la caza del gato y el ratón. Lo hacía a menudo con sus otras prisioneras; primero las dejaba escapar de sus dominios y luego, varias horas después, les seguía el rastro hasta darles caza. Esto aumentaba su éxtasis y sus ansias de posesión. Una vez que las capturaba nuevamente, hacía de ellas lo que él le plazca. Muchas, pedían la muerte al ver que la deshonra se aproximaba, otras aguantaban la humillación, pero ninguna de ellas le oponía resistencia y morían a los pocos días producto de la tristeza.
Cuando creyó que ya había huido lo suficiente, fue en su búsqueda. Partió como un rayo cruzando las grandes rocas que se encontraban alrededor y la vio escondida, creyendo que no la vería. Sigilosamente se ubicó detrás de ella y sacó su espada. Azul sintió en su espalda algo puntiagudo y metálico que se deslizaba por su columna y rompía las fibras que componían la camisa de Thorin. Este se detuvo en lo que era su corpiño, dejándolo al descubierto.
-Nunca había visto esto- Dijo socarronamente.-Pero puedo incluir juguetes nuevos…- Agregó.
Mientras tanto, Kili y Balin mantenía la lucha con el orco. El joven enano, al ver que Azul escapaba del jefe, se reprendió a sí mismo por semejante descuido y liquidó rápidamente a su enemigo. Y se dirigió hacia ella, aunque aún estaba fuera de su alcance. Balin notó el cambio repentino del muchacho.
En la corrida, Azul resbaló y cayó al piso. El gran orco rió y llegó a unos pasos de ella mientras se lamía sus labios con su lengua negra. Kili enloqueció al ver que no llegaría a tiempo para evitar que la dañen.
De repente, de la espesura de la noche, silbaron dos flechas; una se incrustó en el hombro del gran orco, y otra se perdió en la oscuridad puesto que éste lo esquivó y retrocedió varios pasos hacia atrás. La sangre negra se diluía con la lluvia y caía en el suelo. Azul aprovechó para alejarse más y Kili para acercarse a la muchacha. Haldir y Glorfindel habían llegado justo a tiempo. Vieron a los enanos que también estaban en su territorio y se preguntaron qué harían ellos allí, pero en ese momento era lo menos importante. Los elfos bajaron de su caballo y ayudaron a los enanos a abatir a los enemigos, ahora, en común.
El gran orco rugió de ira al ver que las cosas comenzaban a complicarse, y tomó envión para abalanzarse sobre la muchacha, tomarla y escapar de allí. Pero no pudo, Kili había llegado justo a tiempo para interferir con sus planes. El orco retrocedió una vez más evadiendo el acero del enano que le hacía frente.
-¿Crees que con esa arma podrás detener a Hassar? No hay elfo, enano ni hombre que haya resistido a mi cimitarra, ¿por qué crees que tú lo harás?-
-Sencillo.-Respondió Kili.-Porque hice una promesa que ni tú podrás romper.-
Hassar miró al enano y luego clavó la vista en la mujer. Se echó a reír descaradamente
-No sabía que los enanos se enamoraban. ¡Mejor para mí!...-Volvió a fijar la vista en Kili y su semblante cambió-… No…-Dijo el orco con un tono misterios.- Tú no estás enamorado… a ti te recuerdo… Hace un mes atrás aproximadamente… en una noche como ésta.-Los ojos del enano se abrieron más y sus pupilas se dilataron.- Una hermosa hobbit murió y tú no pudiste hacer nada… ¿Acaso tu visión no es lo suficientemente aguda?-Ironizó con una sonrisa en los labios- ¿Quieres pagarle a la hobbit protegiendo a esta humana? ¡Ese cuerpo mal aprovechado ya debe estar pudriéndose por los gusanos dentro del ataúd! ¡Yo le hubiera dado un mejor fin!-
Si Thorin creía haber conocido la ira de Kili antes de esa batalla, estaba equivocado. Pareciera que un espíritu maligno se hubiera soltado y tomado el cuerpo del enano. El frenesí con que esgrimía la espada; su mirada expresaba algo más profundo que el odio, un sentimiento más grave que no era posible expresar con palabras, su cuerpo no respondía a las órdenes que le daba su mente, todo su ser estaba dominado por una completa anarquía donde cada miembro hacía lo que quería con tal de abatir a esa bestia que tenía enfrente suyo. Azul tuvo que salir de aquella zona.
-¿Qué sucede enano? ¿He puesto un dedo en la llaga?- Se burló Hassar.
La muchacha tuvo miedo, no solamente por la batalla que se daba, sino por la locura que estaba sufriendo Kili. Gritó a los demás enanos porque sabía que terminaría muerto sino buscaba ayuda. Sólo Thorin y los elfos acudieron a su llamado y observaron aquél alocado enfrentamiento.
-¿Siente ira muchacho? ¿Sientes que todo se derrumba a tus pies? ¿Sientes que te llama Aradna?- Preguntaba Hassar, alimentando el fuego que Kili tenía por dentro y esquivando sin problemas cada estocada que recibía.
-¡Kili no lo escuches!- Gritó Thorin.- ¡Tu ira es lo que te matará! ¡Serénate!- Luego se dirigió a Azul- ¡Si llega a pasarle algo a mi sobrino, mi espada se clavará en tu estómago!-
-¿Tu sobrino? ¿Kili es tu sobrino?- Dijo temerosa.
-¡Hermano, basta!- Gritó a lo lejos Fili que aún no podía desprenderse de su enemigo.
La ira es lo que convierte a los seres en bestias deshonrosas, y Kili estaba a punto de serlo. Tal vez el golpe en la nuca que recibió fue producto de su locura por no atender mejor su guardia, o que en realidad la voz de su hermano fue la que lo volvió en sí. Pero ese golpe fue un alivio, y a la vez una preocupación mayor. El golpe provocado con el mango de la cimitarra de Hassar lo dejó sin sentido y tirado en el piso.
-Pobre idiota… - susurró el orco cuando tomó de las ropas a Kili mientras se lo llevaba al filo del desfiladero. Abajo, el río circulaba ferozmente.-Hay que sacar la basura de la tierra…- y el cuerpo del enano desapareció en las aguas tormentosas del Bruinen.
