Tu pálida piel enfermiza era tan blanca como los copos que caían. Aunado a tu declive, llegó el invierno, casi como si anunciara tu inaplazable descenso.

Frondosos abrigos cubrían nuestros frágiles cuerpos. De pies a cabeza, no había ni una sola parte que estuviese expuesta.

Así comenzó mi día, otro de tantos. Común, insípido. No había algo que lo hiciera destacar.

No obstante, una inexplicable sensación en mi pecho me rogaba sutilmente que me detuviese a escucharla. Hice caso omiso, por supuesto. Opté por realizar mis actividades diarias sin la presencia de alguna superstición.

Me mantuve renuente, pese al gélido viento que cosquilleaba en mi oreja mediante imperceptibles murmuros. Fue, entonces, cuando esclarecí una verdad irrefutable: el antídoto a mis penas sería la distracción.

No hice tardar mis acciones. Busqué a mis amigos, aquellos con los que siempre solía pasear en bicicleta. Aquellos con los que había formado significativos recuerdos. Aquellos a los que les pertenecía la mitad de mi vida.

Shikamaru me miró con extrañeza, como si le sorprendiera mi pronta integración en la muchedumbre. Su reacción me consternó, dado que él era consciente de mis excepcionales habilidades sociales. Su semblante analítico lo delataba; algo estaba pasando desapercibido frente a mis ojos.

—Luces distinta hoy.

Por unos escasos segundos, dudé de la naturaleza de aquel comentario. Agradecí, aunque Chōji vislumbró la vacilación en mis palabras.

—Se refiere a... Te ves mejor.

Sabía que Hinata se había planteado con suma cautela su oración. E intervino, porque también percibió mi difusión. Aun así, era incapaz de comprender la motivación detrás de sus halagos.

Mi expresión se tornó confusa. Se miraron discretamente, parecían debatir sin mi opinión.

—Nos alegra que Sakura ya no te acompañe.

Soltó Shikamaru, cruel y directo. Impactó como una bala en mi cráneo. Mi mirada se desestabilizó. Una terrible agitación inició, inhábil de cesar. Mi pánico sólo frenó en cuanto me percaté de mi abrigo desgarrado. Y posteriormente, tras indagar con la mirada, me percaté de tu agonizante llanto huir de mí.

Fui tras de ti, gritando tu nombre con toda la intensidad que mis pulmones me permitían. No logré alcanzarte, porque te detuviste antes de que lo hiciera. Estábamos en los baños. Solas.

—¡Te dije que te olvidarías de mí!

Recriminaste. Yo no podía hacer nada para negarlo.

Bajé mi manga. Observé tu nombre tallado en mi piel. Lo había hecho para que esto no sucediera. A decir verdad, jamás lo vi como una posibilidad. Ahora que había ocurrido me aterraba.

—Yo... Lo siento.

Te sujeté por los hombros, pero me apartaste bruscamente.

—¡Estuve hablándote durante al menos dos horas, y todo lo que hiciste fue ignorarme!

Me gritaste. Finalmente me dirigiste la mirada, aunque no era de la forma en la que lo hubiera deseado.

Me paralicé. Ese difuso eco no había sido provocado por las ventiscas... Eras tú. Tu voz.

Miré mi brazo, después a ti. Te tomé de la mano. Te opusiste al principio, pero terminaste cediendo al notar hacia donde me encaminaba. La biblioteca.

—Algo extraño sucede contigo, y voy a averiguar de qué se trata.

Tus ojos se cristalizaron. Los desviaste, apuntando al suelo.

Por un momento consideré mi delirio, Sakura.