Título: Human.
Personajes: Jeannette, Lucas, Athanasius, Claude, Athanasia.
Pairings: Lucas/Jeannette.
Línea de tiempo: Semi-AU; Post-final.
Advertencias: Disclaimer Who Made Me A Princess/Princesa Encantadora; los personajes no me pertenecen, créditos a Spoon y Plutus. Posible y demasiado OoC [Fuera de personaje]. Semi-AU [Universo Alterno]. Situaciones dramáticas, vergonzosas, cómicas. Nada de lo ocurrido aquí tiene que ver con la serie original; todo es creado sin fines de lucro.
Clasificación: T
Categoría: Drama, Dolor/Consuelo, Amistad
Nota de autora: no tengo mucho para excusarme—
Summary: Lucas nunca la ha querido, Jeannette lo sabe. Él la odia. Oh, pero Jeannette lo sabe tan bien— Sabe que también ella misma no puede sino ser de esta manera.
I.
—Me sorprende que aún no se haya hecho pedazos.
Athanasia deja de mover la mano en dirección al carruaje que se aleja hasta perderse en el horizonte, y mira de reojo al milenario joven que yace a su lado. No hay rastro de la alegría que antes hubo mostrado la princesa heredera, pero el mago no ha dejado de enseñar los colmillos con una diversión que se asemeja a la entrada al averno. Las gemas de ella brillan contra el sol. Los orbes ensangrentados de él van en otra dirección, lejana a la preocupación de la señorita que le acompaña.
Lucas casi puede hacerse la imagen de la pobrecilla Jeannette rompiéndose en mil pedazos, como una pieza de cristal que alguien ha lanzado contra la pared. Entonces tal vez, tal vez esté presente para cuando el alma maldita de colores oscurecidos se disuelva y se convierta en el demonio en el que está destinado a ser.
Oh, qué divertido.
—¿Jeannette morirá?
Lo que no es divertido, sin embargo, es la expresión de horror y tristeza de la princesa ante la idea que comparten ambos.
Lucas cruza los brazos y mira distraídamente hacia el cielo azul, mucho menos bonito que los ojitos cristalinos de Athy.
—Creí haber dicho muchas veces que ella es una quimera, princesa —le recuerda, tildando las comisuras de sus labios en otra sonrisa falsamente alegre. Athanasia no le copia. Ella mantiene una expresión seria, como si no estuviera sorprendida de escucharlo—. Pero, si quieres que te lo explique mejor...
—Explícame.
—Ella fue creada con magia oscura —se encoge de hombros, restándole importancia—. Su destino no es mejor que el de Aethernitas.
Y entonces Lucas lo ve; su error. La expresión de Athanasia se deforma en miedo y tristeza y— es como si hubiera perdido todo brillo en menos de un segundo. Parecida a la niña de la otra vida, piensa que por poco y en cualquier momento fuera a aferrarse a él para suplicarle ayuda, para suplicar que haga algo de inmediato. Empero, Athanasia no puede ser así y no lo permitiría, a Lucas realmente le molestaría ver una cosa así de patética en la princesa imperial.
—Nette... ¿morirá? —aun así, su voz suena demasiado suave, demasiado amarga.
El mago chasquea la lengua, con desagrado.
—Todavía no —aclara, de mala gana, observando el camino por donde habían desaparecido la quimera y su maldito padre—. Podría vivir muchos años, pero al igual que tú y tu maná, ella tiene magia oscura inestable dentro de su cuerpo y podría romperse en cualquier momento. Sólo hace falta algo pequeño para que todo eso se desate.
—Con algo pequeño, ¿podría ser algo parecido a cuando Karax quiso apoderarse de ella?
—Sí —bufa, recordando ese desagradable día—. Pero yo no me preocuparía mucho porque ocurriera algo así.
—¿Cuál es la razón?
—Ese idiota que tiene de padre parece mantener sus emociones estables.
—¿Athanasio? ¿Él está ayudándola?
—Él sabe lo que ella es —le recuerda, dándole un golpecito en la cabeza a Athy, consiguiendo una mala cara de ella. Eso lo hace sonreír con sorna—. Después de todo, él es quien decidió crear a ese títere.
—Jeannette no es un títere.
—Tienes razón. Es sólo una bomba de tiempo.
Dicho eso, da media vuelta, con intenciones de salir de allí y regresar a su trabajo luego de esa extenuante tarde de haber molestado todo el tiempo a la princesa y a su torpe amiguita. Pero es detenido de nuevo por la misma joven de ojos azules.
—¿Puedes evitar que ella muera?
Lucas para antes de alejarse otro paso, y un viento suave de otoño los acaricia a ambos, haciendo ondear el pelo rubio y el azabache, ensuciándolos de polvo y hojas secas. Él observa a la niña por sobre el hombro, con una expresión en blanco. Athanasia no está sonriendo, se ve triste otra vez.
El chico vuelve a chasquear la lengua.
—Te lo dije, no va a morir —repite, rodando los ojos. Regresa a observar al frente, aunque no se mueve hasta encontrar las palabras correctas a soltar a continuación—. Pero morirán los que estén cerca de ella.
Athanasia baja la cabeza.
—Porque es una niña maldita.
II.
Tap. Tap.
Esta vez no es el sonido del bolígrafo rebotando una y otra contra el papel mientras intenta ordenar su cabeza. Tampoco son las molestas aves picoteando su ventana en las mañanas. O los dedos tocando suavemente la puerta para pedir permiso antes de entrar y hacerle compañía por las horas que le resten. Ni siquiera es el goteo de la lluvia contra el suelo, en los inviernos que se avecinan otra vez solo para ponerlo de mal humor.
Esta vez son las gotas rojas de su propia sangre manchando sus manos.
Tap. Tap. Tap. Tap. Tap.
Como un grifo roto, sigue goteando un poco más, ensuciando las mangas de su camisa blanca.
Los ojos oscuros, cansados, dejan de observar el tono de muerte sobre su piel y va en busca del pañuelo en uno de los cajones de su escritorio. Limpia su mano y su nariz, de donde sigue escapándose más sangre, como si su cuerpo no encontrara suficiente ensuciar sólo los documentos sobre su mesa, sino también toda su ropa y demás, burlándose de su trabajo para esconder la evidencia de las costuras rotas en su interior.
Athanasio casi se toma el tiempo de suspirar cuando nota que ya no está sangrando. Pero es entonces que otro sonido llega a sus oídos.
—Papá, ¿puedo pasar?
La voz dulce de Jeannette al otro lado de la puerta lo llena de pánico.
—Un momento.
Rápidamente, usa un conjuro para hacer desaparecer las manchas sobre su ropa y lanza el pañuelo en lo profundo de aquel cajón en su escritorio. Se pone de pie, sintiéndose mareado al instante, pero lo ignora para ir rápidamente hacia la puerta.
Athanasio lo sabe. Sabe muy bien que estar haciendo todo esto es sólo cometer suicidio. Sabe que, con su cuerpo haciéndose pedazos luego de haber muerto una vez, es sólo cuestión de tiempo antes de que su maná rompa lo que quede dentro de él por culpa de estar tan cerca de la niña hecha de oscuridad (creada por él mismo y su egoísmo y su insano y enfermo deseo de hacer sufrir a su hermano— para fracasar y ser arrastrado por las agujas y los hilos de un antepasado que no conoce nada más que el odio) que le acompaña todos los días y le dice que quiere a estar a su lado siempre, con una sonrisa genuina que lo hace sentirse vacío pero culpable al mismo tiempo.
Jeannette le mira, con sus ojitos verdes, lejos de las maldiciones de la familia imperial pero atada a su propia desdicha (la de él), mientras hay alegría en sus pupilas y sus labios dictan adoración inexplicable.
—Papá...
Athanasio sólo puede devolver un atisbo de la sonrisa.
—Jeannette, papá está...
—¿Papá?
Todo su cuerpo se siente ligero.
Él sabe que en su interior no hay nada más que energía desvaneciéndose en un agujero negro. Casi puede recordar su propia voz recitando cánticos maliciosos sobre el cuerpo dormido de su amante («insaciable, despreciable, mortífero, poderoso»), esperando que la crisálida en su interior se convierta en una bestia capaz de destruir a Claude.
Y aquí está Jeannette. Una mariposa.
Llena de veneno. Matándolo a él.
—¡Papá!
Con una mano en la boca, puede sentir su garganta soltando sangre a borbotones. No hay pañuelo que pueda limpiar el desastre sobre su piel.
—¡Papá! ¡Papá!
Su hija le llama. Su adorada hija que le ha perdonado incluso el haber creado una abominación como ella.
—¡Papá, ¿qué sucede?! ¡¿Por qué estás así?!
«Ah... Definitivamente no debí abrir la puerta» se lamenta el hombre, recostándose contra el marco de esa misma puerta, antes de caer inconsciente frente a una desesperada Jeannette.
III.
—En serio, ¿acaso piensas que soy tu maldito médico privado o algo así? —escupe Lucas apenas sale de la habitación, en tanto lanza una mirada de molestia a la rubia princesa a un lado de la puerta.
Ella no le contesta. Solamente observa, con pesar, la imagen de Jeannette soportando las lágrimas mientras está sentada a un lado de la cama, donde yace dormido y casi moribundo Athanasio. Los ojos azules en joya de la princesa están cargados de pena y lástima, lástima por la dulce joven que se queda allá en silencio, soportando la idea de perder lo único que siempre quiso.
Lucas, en cambio, sólo mira con desdén toda la imagen. Se abstiene de mostrar la sonrisa de burla que tiene dentro suyo mientras más nota a esos dos; la pobre señorita hambrienta de amor se ha convertido en un torbellino de emociones negras que poco a poco toman forma y son cómo látigos que esperan estirar a alguien hasta su profundo interior sin final, tragarlo y hacerlo desaparecer por la eternidad. Empero, el mago no diría que percibe como una algo para lamentarse este hecho de que, quien está siendo absorbido por ella, no fuera nadie más y nadie menos que su mismo creador.
—Ambos son unos estúpidos... —murmura sólo para sí mismo, manteniendo su expresión en blanco. Si alguien lo veía sonreír por este giro de acontecimientos, era cuestión de tiempo para que lo tacharan de culpable. Y realmente no tiene humor para lidiar con eso.
—¿Hay alguna manera de salvarlo?
De repente, la voz de Claude llama la atención de los jóvenes. Incluso Jeannette, quien se limpia rápidamente los ojos, ha virado su vista hacia el emperador que ha aparecido de la nada entre todos ellos.
Félix, quien acompaña a su señor, y Lucas, ponen rostros sorprendido al escuchar la pregunta. Athy, en cambio, sonríe. Y Jeannette aprieta los labios, bajando la cabeza.
La estoica expresión del emperador se vuelve molesta con el pasar de los segundos ante el silencio del mago.
Lucas suelta un bufido, regresando a su actitud despreocupada.
—Si se aleja de la quimera... —al instante, recibe una mirada molesta de parte de la princesa. Rápidamente se aclara la garganta—. Es decir, si se aleja por un tiempo de la señorita Jeannette, podrá volver a recuperarse. Mientras más tiempo esté junto a ella, más daño le causará a su cuerpo.
—¡Eso quiere decir...! —La castaña se pone de pie de golpe, casi tirando la silla hacia atrás. Con su expresión cargada de dolor y miedo, observa al mago y únicamente al mago, como rogándole que sus palabras sean escuchadas por él—. ¿Eso quiere decir que... que mi padre está así por culpa mía?
—Así es.
Lucas, como siempre, no tiene tacto y no desea tenerlo para con esta monstruosidad que tiene la forma de una triste niña tonta.
Y Jeannette no tiende otra que mirar a cada persona allí presente. Sin embargo, es solamente Athanasia quien se acerca a consolarla antes de que caiga al suelo porque su cuerpo ha perdido fuerzas. No llora. Sus orbitas verdes se pierden en algún punto del suelo, mientras escucha la voz de su prima decirle que todo estará bien y que encontrarán una manera de ayudarla a ella y a su padre.
Con toda la fuerza que tiene, observa por un momento al hombre en la cama, quien no se ve diferente a un fantasma que la acecha. Termina aferrándose a esa imagen y al vestido de la adorada princesa, antes de empezar a llorar en silencio mientras pide perdón.
Lucas casi siente lástima por la quimera.
Y más tarde Athy, con la ropa empapada de lágrimas ajenas, lo guía hacia otra habitación y, una vez solos, le mira con la expresión más fría de todas.
—Salva a ese hombre... Y también a Jeannette.
No es un pedido, ni un ruego.
Es una orden.
«¿Quieres que convierta a una quimera en un humano, princesa?».
Él extiende su sonrisa.
—Como usted ordene, su majestad.
IV.
—Joven Lucas, ¿le gustaría tomar el té?
Lucas observa, un poco pasmado, la imagen de la señorita de ojos verdes sentada en mitad del enorme jardín de rosas blancas. No está impresionado por ella ni nada parecido, lo que sí lo descoloca es que está completamente sola. No está Athanasia, ni Félix, ni el desgraciado de Athanasio o siquiera el joven duque Ijekiel que ha venido a visitarla en varias ocasiones. No hay nadie más que ella y las tazas de porcelana blanca llenas de té, acompañando a las galletitas que seguramente a la princesa le encantarían.
Sólo está la niña Jeannette.
Por poco y siente lástima otra vez.
Endurece su expresión antes de hablarle.
—No quiero —declara firmemente. La sonrisa amable de Jeannette se borra levemente, pero no se va de allí. Ahora es solamente una expresión nerviosa—. Tengo cosas más importantes que hacer.
—Entiendo —ella asiente una vez, con la elegancia característica de una princesa (lo que ya nunca será). Lucas chasquea la lengua, y ella hace como que nunca escuchó eso o vio su expresión de asco—. Entonces, que tenga un buen día.
El muchacho da vuelta y empieza a caminar en dirección al Palacio Esmeralda, en busca de Athy. Verla a ella, molestarla, definitivamente le daría los ánimos que necesita para continuar con el extenuante trabajo de encontrar una manera para que la quimera dejara de ser una molestia y desapareciera de una vez del castillo y de su vista, para siempre.
Sin embargo, se detiene un segundo. Mira hacia ningún lugar en particular, pensativo. Luego bufa.
Con un chasquido de sus dedos, vuelve a aparecer frente a la mesa de Jeannette, quien suelta un respingo al verle y casi deja caer todo el té que estaba bebiendo. Pero antes de que ella pronuncie alguna palabra en su dirección, Lucas agarra las bandejas con galletas y vuelve a desaparecer con magia.
Jeannette se queda allí, sola y confundida, y sin galletas.
Se ríe un poco.
—Parece que el joven Lucas sí quería las galletas.
A lo lejos, el mago se come los dulces entre gruñidos, mientras aparta la imagen de la muchacha, hecha un manojo de nervios, que se repite una y otra vez en su mente ya cansada.
—Ella es tan tonta.
Y le causa tanta molestia. Molestia más allá de lo que sería el niño albino o el mismo ex-emperador. Estaba en un nivel completamente diferente, y era solamente gracias a Athanasia que la pobre no había desaparecido ya bajo sus garras.
«Sería más fácil matarla y crear un clon».
Mordiendo otra galleta, se detiene un momento a pensar más sobre ello.
«—Qué tenga un buen día.»
Muerde con más fuerza.
—Tan condenadamente inútil.
V.
—Su Alteza, el emperador la llama.
Ante la monótona voz de la sirvienta, tanto Athanasia como Jeannette dejan de reír alegremente entre ellas y observan a la mujer de impecable uniforme. Luego la rubia mira con pena a su compañera, pero ésta niega con una sonrisa dulce.
—Vaya, princesa. La esperaremos aquí.
Lucas bufa desde su posición en el otro sofá, sin dejar de leer las notas que él mismo escribió hace ya bastante tiempo. Athy le lanza una mirada de enojo, que él ignora, y luego se levanta para ir con la sirvienta, y Félix que le esperan ya afuera. Jeannette la despide entre sonrisas de ánimo hasta que las puertas del salón vuelven a cerrarse.
El lugar se queda en silencio un par de segundos, hasta que Lucas tira con rudeza las hojas sobre la mesa en medio de los asientos. La muchacha observa los papeles, curiosa y sorprendida por el actuar del mago.
—Lo haces a propósito, ¿no es así? —gruñe él, dedicándole a Jeannette una expresión de molestia.
Ella junta sus manos sobre su regazo, y baja la cabeza, conteniendo una expresión asustada.
—Joven Lucas, no entiendo a qué...
—No te hagas la tonta conmigo —rueda los ojos y recuesta su espalda contra el respaldo del cómodo sofá, alzando los brazos y sonriendo con maldad hacia la señorita. Ella apenas tiene el valor de mantener el contacto visual—. No hay persona en el mundo que actúe tan dulce como tú. ¿Qué eres, una especie de santa?
Jeannette aprieta los labios un segundo. Luego niega con la cabeza, sonriendo suavemente.
—No soy una santa, joven Lucas. Sólo... me gusta estar con la princesa, pero sé que ella no puede estar todo el tiempo conmigo.
—¿Es así? ¿Entonces por qué parece que tu interior va a explotar en cualquier momento?
Jeannette abre grande los ojos, sorprendida y asustada. Lleva una mano a su pecho, comenzando a temblar, mientras la sonrisa del mago se ensancha y sus ojos sangrientos brillan fuertemente, como los de un demonio, como los demonios que la acechan a ella al dormir.
La joven regresa a bajar la cabeza. Palidece y siente todo su cuerpo perder fuerzas.
—Te estás consumiendo a ti misma, por culpa de tu maldito egoísmo.
«Al igual que tu estúpido padre».
—Quimera, ¿lo sabes? Estás hecha para traer desgracias a los demás —apenas suelta esas palabras, la expresión de Jeannette se vuelve peor. Lucas no puede evitar sentirse cada vez más satisfecho, más y más satisfecho con cada grieta que empieza a formarse en la niña ya rota que tiene enfrente—. Y en caso de que no tengas a nadie a quien arrastrar, ¿sabes lo que ocurrirá contigo?
Las pupilas de la muchacha tiemblan tanto como sus manos. Sus labios rosados han perdido color. En su interior percibe su maná ennegrecido rebosar, como el vino en una copa finísima, a punto de explotar y ensuciar por completo el lienzo en blanco, como si fuera la sangre de un pecador. Y le duele de maneras inimaginables y apenas es capaz de mantener el cuello recto sin sentirse asfixiada por la expresión en la cúspide del entretenimiento absurdo que le dedica este mago milenario.
Lucas nunca la ha querido, Jeannette lo sabe. Él la odia. La odia porque es cercana a Athanasia. Porque estaba destinada a arrebatarle todo a la pobre princesa. Porque su sola existencia es un error, un monstruo que sólo sirve para ser un títere envenenado que cause sufrimiento a sus allegados. Oh, pero Jeannette lo sabe tan bien—
Sabe que también ella misma no puede sino ser de esta manera.
—¿Lo sabes, quimera? —La voz de Lucas hace eco en sus oídos—. Vas a engullirte a ti misma y explotarás.
Jeannette baja las manos, y aferra sus dedos a su falda.
El aire se le escapa.
Su mirada se pierde en algún lugar lejano.
—¿Entiendes? Harás solo «boom», llevándote contigo a todos los que estén cerca tuyo —el azabache se ríe, divertido—. Casi ocurre una vez, sabes. Fue una suerte que no hubiera pasado. Si eso ocurría... podrías estar segura de que te traería a la vida solamente para que vieras tu desastre.
No hay sonrisa acompañando a las últimas palabras del mago. Es claro, eso sólo fue una clara amenaza.
—Pero está bien —él vuelve a reírse, despreocupado. Se encoge de hombros, viendo a Jeannette también encogerse, pero de miedo—. Al menos no ocurrió y...
—¿Hay alguna manera...? —Pregunta en voz baja, tomándolo por sorpresa al haber hablado antes de que terminara su frase. Lucas se abstiene de mandarla a volar porque le parece divertido cómo es que pone un rostro serio, a pesar de ser un manojo de nervios—. ¿Hay alguna manera... de evitar que algo malo ocurra con mi familia? ¿Hay una manera de evitar que yo les cause daño?
—Claro que la hay —poniendo un codo contra el brazo del mueble, recuerda su mejilla en su mano y la mira con desdén, otra vez—. Siempre hay una manera, pero la más rápida sería...
Traza una línea contra su cuello, en señal de muerte.
La sonrisa vuelve a él en cuanto ve cómo Jeannette palidece otra vez.
—¿La princesa... La princesa...?
—¿Que si Athanasia sabe de la opción de matarte? Claro —extiende los brazos, como diciendo que es obvio—. También lo sabe el emperador. El perro blanco. El junior blanco. E incluso tu padre lo sabe.
Ella guarda silencio por el resto del tiempo, como si hubiera entrado en un estado catatónico. Apenas parpadea, y no regresa a mirarlo de nuevo. Sus pupilas, quietas, se pierden en el patrón de la alfombra, mientras Lucas vuelve a agarrar los documentos sobre la mesa y lee las últimas líneas, con una sonrisa satisfecha en medio de la mudez de la habitación.
Por su mente pasan un montón de ideas sobre cómo la señorita que tiene enfrente buscará una manera de salvar su patética vida, pero también pidiendo que por favor no la aparten de sus seres amados. Después de todo, ha sido creada y criada para ser egoísta, y no tiene otra salida. Además, si ella misma causaba su derrumbe en este momento luego de haber dicho toda la verdad de una vez, Lucas habría conseguido deshacerse finalmente de su molesta existencia y sería más sencillo pensar en una manera de pasar sus ratos libres.
Ya no tendría que verla rondar el palacio como un alma en pena, ni rogando compañía en sus solitarias tardes de té, ni sonreiría a quienes le dedican pura lástima u odio.
Sería tan satisfactorio.
«Anda, sólo tienes que decir que quieres vivir a pesar de causar daño, y toda esa mierda. Te entendería».
Lucas en realidad no sabe por qué desea tanto ver a la quimera hacerse trizas frente a él, pero tampoco se lo piensa mucho. Será algo parecido a una buena manera de quitarse el estrés de encima, o algo así.
—Entonces, ¿qué dice...?
—¿Sería una muerte dolorosa?
—¿Qué?
En cuanto vuelve a prestarle atención, nota que ella ya no está mirando a la nada.
Jeannette observa la ventana. El sol en lo alto y las aves cantando sobre las ramas de los árboles florecientes de primavera.
Se ve como esas hadas de los bosques que ya se han extinguido (por su propia mano).
—¿Doloroso? —Lucas no es capaz de entender su pregunta. Deja a un lado las notas, ya no son interesantes.
(Es más interesante cómo ella parece una torre de cartas a punto de caerse.)
La dama sonríe, volviendo su mirada a él.
—Si me matas, quiero decir —aclara, y el mago casi se ahoga con su saliva. Si Athy se enterara de que por culpa suya, tales palabras habían salido de la boca de su adorada prima, estaría muerto. Pero Jeannette continúa sonriendo de manera angelical—. ¿Me dolerá?
La expresión del chico no tarda en volverse seria otra vez. Ha perdido gracia. Todo su plan se ha hecho añicos.
—No lo haría —declara, cruzando los brazos y las piernas en una pose orgullosa. Alza la barbilla, chasqueando la lengua—. Soy lo suficientemente poderoso como para darte una muerte pacífica.
—Eso quiere decir, ¿que si no lo fueras, sufriría?
—Definitivamente lo harías. Estás hecha para hacer sufrir, o para sufrir —no la mira. Jeannette tampoco. De pronto, es como si ninguno pudiese mirar al otro—. Pero... te aseguro que puedo conseguir la manera de que no ocurra. Será un buen final para todos.
—Me alegro.
Esta vez, Lucas verdaderamente se ahoga con su saliva.
—¿Está...? ¡¿Está bien?! —Repite, estupefacto y sinceramente hastiado. Se pone de pie, mostrando un rostro furioso—. ¡¿Cómo es que sólo puedes responder eso?!
Jeannette no lo entiende, pero el aire a su alrededor empieza a ponerse pesado, y eso no es bueno.
Tiene miedo. Miedo de cómo este mago podría simplemente prenderle fuego y dejarla morir.
Lo sabe. Él la odia. La odia más que a nada.
—¿Q-qué otra cosa podría yo decir si...?
—¡Di algo de acuerdo a tu naturaleza! —Ruge, haciendo volar los papeles entre ambos. Ella cierra los ojos ante la ráfaga que despeina por completo su cabello—. ¡Di que no quieres morir! ¡Di que quieres que te amen! ¡Di al menos que quieres seguir viendo a la princesa!
Jeannette lleva las manos sobre su cabeza. El viento a su alrededor no se detiene, golpea su piel una y otra vez y la voz de Lucas resuena en sus oídos repetidas veces. Es desesperante.
—¡Di alguna cosa, quimera!
—¡La quiero ver! ¡Quiero ver a Athanasia! ¡Quiero ver a todos y quiero seguir viviendo!
Finalmente, todo se detiene.
Las hojas blancas, llenas de tinta, caen al suelo. Las largas hebras enmarañadas de Jeannette se enredan en los dedos de ella, y también en los de él, quien se ha acercado hasta agarrarle del cabello y sonreír fríamente en su dirección.
—Eso... va más de acuerdo contigo. —Masculla, con ironía. La joven se traga el nudo de su garganta y aparta la mirada.
—Yo... no soy tan egoísta, joven Lucas.
—No digas mentiras.
—¡No deseo decirlas! Pero... yo... Si muriera... ¿realmente estarían todos a salvo?
Lucas borra su sonrisa.
La suelta y se aparta, mostrando la cara de hastío de siempre. Se dirige a la salida, con pasos apresurados.
—Lo estarían. Pero tranquila, no vas a morir. La princesa quiere que vivas.
Y finalmente sale de allí, dando un portazo.
Jeannette soporta de nuevo sus lágrimas, al menos hasta llegar a su cuarto.
Lucas, en cambio, sólo se dirige a su solitaria torre. Observa cansado sus estantes, sus estudios y todo lo que ha hecho a lo largo de los años.
No hay respuestas para lo que siente cada vez que recuerda lo extraña que es la dama hecha de oscuridad que brilla como una estrella. Es una contradicción andante que sólo busca absorberlo, lo sabe, pero aun así—
—Los monstruos altruistas son lo peor.
(Jeannette siempre lo invita a comer galletas, es cierto.)
¿fin?
