Personajes: Jeannette, Lucas, Athanasio, Athanasia, Ijekiel.
Pairings: Lucas/Jeannette.
Clasificación: T
Nota de autora: la segunda parte que no creía poder escribir, la escribí XD (?)
Summary: No se pregunta por qué Lucas no se había negado a la sugerencia, o hubiera mostrado desagrado sólo con la idea. Si se tomaba el tiempo de pensarlo, él nunca hubiera admitido tal cosa como ser tocado por la muchacha, porque claramente detestaba permanecer cerca de la quimera. Pero ahí estaba, siendo atendido por ella.
VI.
—No me gusta.
—Lo sé.
Lucas aparta la mirada de la ventana para posarla en la imagen de la señorita tras el escritorio. Hace una mueca en cuanto se da cuenta de que ella no ha dejado de mover la mano con el bolígrafo en todo el tiempo en el que él lleva en esa habitación, y eso lo irrita. Athanasia siquiera se ha tomado la molestia de mirarlo desde que apareció allí, porque claramente los papeles sobre la aburrida mesa de madera eran más interesantes que la persona con más magia en el imperio y el mundo.
Aun así, Lucas no puede discutir ni pedirle a Athy que decida entre su trabajo como princesa heredera o ser su bufón y entretenerlo. Si hacía la más mínima alusión de ello, la rubia no dudaría en echarlo con una patada en el trasero.
Resignándose al hecho de aburrirse frente a ella y su indiscutible compromiso para con sus deberes de futura gobernante, Lucas desvía su rojiza mirada de ella para volver a la ventana.
Allí abajo, entre las rosas blancas del jardín, se encuentra la maldita quimera que tanto trabajo le ha dado en esos últimos años.
Hace una mueca. Ella sonríe mientras sostiene en uno de sus dedos el pajarito azul que ya se había convertido en la mascota imperial desde que llegó a manos de Athy gracias a Kiel.
Lucas aún siente ganas de mover los dedos y hacer explotar esa cosa.
—¿Hay algún avance con lo de Nette?
—Sabes, me duele profundamente el hecho de que, cada vez que nos vemos, todo lo que me preguntas sea sobre esa quimera. —El muchacho rueda los ojos, bajando la mano y cruzando los brazos en vez de lanzar ese hechizo sangriento sobre el inocente animal en manos de aquella chica desdichada.
Si lo piensa mejor, sería una molestia lidiar más tarde con los regaños de Athanasia y el nuevo trauma de Jeannette. Además, había otra cosa desagradable que no dejaba de rondar por su cabeza cada vez que miraba los falsos ojos verdes de la señorita de allá abajo.
—¿Es que acaso estás enamorada de esa quimera, princesa? —bromea el mago, echando un vistazo de reojo a la reacción de la heredera.
Ella detiene su mano un segundo, y después sonríe. Lleva el bolígrafo a su mentón, poniendo una cara pensativa.
Esa expresión realmente espanta a Lucas.
—Espera, no me digas que...
—Oh, te la creíste, eh —Athy es quien se burla esta vez, lanzándole una mirada divertida al aterrado chico—. No, no me gusta Nette de esa manera. Es sólo que... No podría explicarlo, pero ella es algo que quiero proteger.
—Cursi —Lucas hace otra expresión de asco, frotándose los brazos al sentir desagradables escalofríos subir por su columna. Athanasia se ríe en voz alta—. Por favor, no vuelvas a decir ese tipo de cosas frente a mí.
—¿Es que tanto te desagrada que quiera a alguien más que a mi padre y a ti? —Pregunta, en broma. Sin embargo, recibe una expresión seria de parte del azabache—. Tiene que ser una broma...
—Bueno, realmente no es que me moleste mucho —él se encoge de hombros, recostándose contra las cortinas de la ventana, todavía viendo de reojo la imagen de la joven en el jardín—. ¿Pero esa quimera? Si te encariñas con ella, no acabarás bien. Eso lo sabrás desde el principio.
—Aun así, Jeannette es Jeannette, no sólo una quimera —le recuerda, con una sonrisa dulce al hacer memoria de todos los momentos que hubo pasado con esa dulce y amable señorita—. Y para eso te he dado el encargo de que consigas una solución, Lucas.
—Pues ese pedido parece cada vez más molesto para mí.
—¿Entonces vas a desertar?
—No. ¿Por qué haría eso? —Sonríe grandemente, con los ojos brillantes, casi endemoniadamente divertidos. Gira la cabeza, viendo directamente a la quimera hecha de maldiciones que continúa coexistiendo en el palacio de los adorados y sacrosantos emperadores, como si perteneciera allí—. Es más divertido cuando es difícil.
Un par de segundos después, Jeannette deja de cantar junto a las rosas y deja volar al pajarillo en sus dedos, viéndolo alejarse de su prisión.
Lucas de verdad quiere usar magia y hacerlos pedazos a ambos.
VII.
—En serio, ¿todo lo que sabes hacer es lucir bonita para los demás?
La joven dama noble deja de mover la mano en señal de despedida para las otras jovencitas que ya casi ha perdido de vista, y gira apenas el cuerpo para encontrarse justo a su lado, muy cerca, al terrorífico mago de ojos sangrientos. Jeannette hace todo lo posible por guardar la compostura y no dejar ver tanto de su miedo ante la imagen imponente que él da, o la mirada fija que le dedica cada vez que se encuentra. Una mirada que, aunque tal vez sólo se trate de una imaginación suya, grita deseos de dolor para con su triste y diminuta existencia en medio de las paredes de los palacios y jardines. La presencia de Lucas se siente como tener a la muerte respirando en su nuca.
Y sus palabras siempre son tan terriblemente crueles. La lastiman.
Aun así, Jeannette sabe que Lucas es alguien preciado para Athy, y a Athy no le gustaría que tratara con descortesía al mago. Además, Jeannette sabe que esa manera de hablarle es porque, después de todo, él no la ve como una humana ni mucho menos.
Y realmente no tiene por qué molestarse por eso.
—El cuidado personal también es una manera de mostrar respeto para con los demás.
—¿Es así? —él enarca una ceja, incrédulo. Nette asiente un par de veces, volviendo su vista a los portones por donde habían desaparecido los carruajes de las invitadas.
—Porque cuando te importa alguien, es natural querer mostrarle tu mejor lado, aún sea físico; pienso que tal vez es por eso que está bien elegir un atuendo que te haga sentir cómodo y feliz y agrade a la otra persona, así como cuidar tus modales y ser amable —sonríe dulcemente, teniendo el valor de girar su vista hacia el azabache—. Es porque quieres mostrarles un buen lado a las personas que aprecias.
—Vaya, conque es así —Lucas suspira, llevando las manos a su nuca y mirando hacia arriba, aburrido—. Pensé que todo eso de la etiqueta era sólo para presumir ante los demás.
—Supongo que habrá personas que lo harán por esa razón —Jeannette asiente de acuerdo. Después de todo, su padre entraba en esa categoría—. Aun así, he de pensar que nunca está de más cuidar su aspecto y actuar con amabilidad, para así mantener cómoda a la otra persona.
Él chasquea la lengua.
—Qué complicado —declara, con hastío—. Por eso odio las visitas.
La castaña se ríe suavemente, sin poder evitarlo. Lucas la mira, sin entender la razón de su reacción.
—¿Te estás burlando de mí, quimera?
—Para nada, joven Lucas —ella rápidamente detiene sus risas y mueve las manos en negación. Su alegría pasa a nerviosismo en un segundo, y de nuevo evita el contacto visual—. Sólo pensaba... pensaba que eso... suena mucho como usted.
—¿Qué cosa? —sin darse cuenta, muestra una expresión curiosa.
—Um... El joven Lucas no es muy social... —murmura ansiosa, agarrando la falda de su vestido por inercia, sin poder levantar la mirada—. Incluso yo... Como invitada, sé que preferiría que no estuviera aquí.
—Bueno, eres realmente perceptiva, quimera.
Como si eso fuera un buen halago, el mago da un par de palmadas sobre la cabeza castaña, mientras sonríe con soberbia. Mientras tanto, Jeannette hace lo posible por calmar el rojo intenso de sus mejillas, culpa de esa obvia burla para con ella.
Aun así, ella sabe que no puede enojarse, de nuevo. Sólo puede sentir la tristeza del rechazo acrecentarse en su interior.
Lucas ve eso con completa claridad, ese quiebre redundante. Casi sonríe, sintiéndose triunfante al poder presenciar uno de los pocos momentos en los que este experimento con voz humana se desborda lentamente, como un reloj de arena que en vez de arena trae mercurio tras el cristal, y sólo necesita una fisura para que el veneno se filtre y acabe con todo a su alrededor. Esa era, sin duda alguna, una de las pocas razones por las que le parecía interesante este despreciable ente hecho de magia negra que siempre rondaba cerca de Athanasia y los demás humanos, fingiendo también ser uno de ellos.
Jeannette era y es, sin duda alguna, una creación que le da lástima y lo molesta al nivel de un mosquito.
(Sería tan fácil sólo aplastarla con la misma mano que está encima de ella.)
Empero, antes de poder hacer uso de algún hechizo para llevar al límite el recipiente bajo su palma, observa un segundo ese rostro penoso.
Ella se ve triste. Más triste de lo que se hubiera imaginado que podría ser un niño.
«¿En serio alguien sería capaz de poner una cara así sólo por unas simples palabras?» se burla por dentro, apenas sonriendo de lado.
Sonriendo con molestia.
La detesta tanto.
Aparta las manos, poniéndolas en los bolsillos de su abrigo. Da un paso atrás.
—Pero aunque me desagrade tu presencia, no es como que te odie del todo. No te hagas ideas tontas, quimera.
Y luego, sin darse cuenta, se encuentra (no huyendo, claro) dirigiéndose de vuelta al interior del palacio.
No voltea.
No ve que Jeannette ha dejado atrás ese rostro triste y ahora, en vez de ello, pone uno de confusión.
Y luego se convierte en profundo miedo.
VIII.
—¿Has vuelto a crecer, Jeannette?
La muchacha aparta un poco la sombrilla para mirar al hombre, y sonríe alegre.
—Para nada, papá —niega, riendo suavemente. Athanasio camina a su lado, viéndola mantener esa aura alegre mientras da vueltas la sombrilla con volantes blancos y dorados—. Sólo que he empezado a usar zapatos altos. Athanasia dijo que me harían verme más adulta.
—No sé para qué necesitarías eso. —Él se hace el desentendido, encogiéndose de hombros.
—Dentro de poco cumpliré diecinueve, papá —le recuerda, pero su tono y sus pasos empiezan a disminuir. El sonido de las hojas del pastizal crujiendo bajo sus pies no tarda en detenerse—. Cumpliré diecinueve y...
El hombre se detiene, al igual que ella. Se mantiene a su lado, no pudiendo ver la expresión de su hija debido al objeto que la cuida del poco peligroso sol de primavera. Aun así, es fácil percibir que Jeannette de pronto se ha puesto triste. El suave viento a su alrededor hace ondear las borlas en la sombrilla, el falso cabello negro de Athanasio y los ruedos de la falda blanca de la muchacha. Esta vez el largo pelo castaño de Jeannette está recogido en un peinado que se asocia mucho con la colorida estación, pero las flores que le adornaban se le han caído desde hace rato y ninguno pudo reparar en ello.
Ahora había lirios blancos, marchitos y sucios, bajo los zapatos de los dos.
Los ojos verdes de Jeannette observan el suelo bajo sus zapatos altos, un suelo también verde como su mirada.
—Y... Athanasia cumplirá dieciocho —suelta vagamente, como si no quisiera reconocerlo—, y se convertirá en emperatriz.
Athanasio lleva una mano a su pecho, apretando un poco la tela de su camisa.
—Ya no podré verla... —se lamenta la triste muchacha—. Yo... sólo seré un estorbo. Soy mayor que ella pero ni siquiera... ni siquiera soy una princesa, en realidad. No sé nada de las cosas imperiales. Sólo estoy encerrada en este palacio porque puedo hacer daño a las personas... o incluso a ti, papá.
—Jeannette...
—Me alegra que lo entiendas.
La intrusiva voz de Lucas hace que ambos giren la vista de inmediato hacia él.
El mago se acerca a ellos, con la postura siempre arrogante y altanera. Sin embargo, no hay una pizca de sonrisa o diversión en su expresión, y eso era incluso más preocupante que verlo sonreír cuando se encontraba con alguna de estas dos personas.
Athanasio no tarda en dar un paso al frente, mostrando una mueca de petulancia que esconde su reciente, e inconsciente, acto de protección para con su hija. Una mano hacia arriba que le dicta al intruso «no te atrevas a acercarte más a ella» es más que suficiente para volver tenso el ambiente.
Lucas para antes de acercarse más. Frunce el ceño. Los observa a ambos con desagrado.
Luego sonríe.
—Supongo que, además de usar los mismos trucos sucios, te gusta cometer los mismos errores —menciona con sorna, dirigiéndose al antes emperador. Él no titubea en su expresión falsamente amena, aún sabiendo a lo que se refiere—. ¿Qué tratas de hacer? ¿Morir por culpa de la hija que tanto adoras?
—Si pudiera morir tan fácilmente, no estaría aquí desde el principio.
—No podría discutir con eso —se ríe el muchacho. Athanasio aprieta los dientes, sin borrar su expresión—. Por cierto, quimera, creí que odiabas lastimar a los demás. Pero aquí estás, desbordándote enfrente de alguien que ya tiene un pie en el más allá.
Jeannette muestra un rostro entre preocupado y temeroso. Mira de Lucas a su padre consecutivamente, y luego agarra la manga del hombre frente a ella para llamar su atención.
Suspira y sonríe suavemente hacia él.
—Papá, lo siento por molestarte con mis sentimientos —declara, un poco nerviosa pero con la sinceridad que siempre ha sido parte de ella. Athanasio borra por completo su sonrisa—. No quiero hacerte daño, así que no necesitas quedarte tanto tiempo junto a mí. Por favor, espérame a la distancia.
—Haces pedidos crueles, hija. —Se ríe un poco, dándole unas palmaditas en la cabeza. Jeannette sonríe, sintiéndose culpable.
—Lo siento, papá. No quiero que te ocurra nada por culpa mía.
De esa forma, no les queda de otra que despedirse otra vez.
Sólo unas horas, nada más. Es todo lo que tienen para estar juntos. Un tiempo poco generoso que sólo funciona al inicio de cada estación.
«Será hasta el verano» piensa Jeannette, viendo a su padre alejarse de ella sin mirar atrás. Y no le culpa por no mirarla una última vez, porque sabe que de hacerlo sólo empeoraría el malestar en su interior.
Era más fácil despedirse y no verse hasta la próxima vez que tuvieran tiempo.
—Vaya que ustedes son únicos —menciona Lucas a su lado, viendo al hombre desaparecer de su vista. Sonríe divertido, notando el aura furiosa, casi al punto de ser maldita, rodeando esa presencia que se pierde más y más entre los muros del castillo—. Él de verdad es tan monstruoso como tú.
—¿Es así como me ve, joven Lucas?
Lucas gira la vista hacia ella, curioso por el tono cansado que ha usado de pronto.
No solía escucharla así, a menos que estuviera a punto de convertirse en un completo demonio.
Le gusta un poco ese quiebre tan obvio.
—¿Me ve como un monstruo?
—¿Por qué no le preguntas a tu padre si eres o no un monstruo? —Se burla, inclinándose un poco para quedar cara a cara con ella bajo la sombrilla que todavía sostiene. Jeannette baja la mirada, con tristeza y pena—. Después de todo, él sabe qué usó para crearte. Yo sólo sé que no eres una humana.
—¿Es así, entonces? ¿Soy un monstruo para usted?
—¿Por qué me haces la misma pregunta? Ya te dije que ese tipo...
—¡Lo que quiero saber...! —Lo interrumpe, otra vez. Lucas lo recuerda, no es la primera vez que lo hace, pero ya habían pasado años desde algo así. Pero aún le parece impresionante cómo posee el valor de usar así la boca, sin poder siquiera mirarlo a los ojos—. Lo que quiero saber... es si usted me ve como un monstruo.
Lucas guarda silencio un momento. Regresa a erguirse, lanzándole una mirada extraña a la quimera que esconde su expresión bajo la capa de su sombrilla.
—Mi padre... no me ve como un monstruo... —murmura de repente, tal vez para ella misma, pero Lucas puede escucharla con toda claridad. Jeannette casi parece encogerse sobre sí misma, sin atreverse a mirarlo todavía—. Mi padre, que me creó como una quimera, no me ve así. ¿Pero usted lo hace?
—Bueno, todos los miembros de la familia imperial son jodidamente cursis y dramáticos —le recuerda con un tono de obviedad, haciendo alusión al hecho de que incluso tuvieron que lidiar con un espíritu maldito y todo eso. Jeannette esta vez no puede evitar mirarlo, curiosa—. Ese maniático acabó encariñándose con la niña falsa que creó, es normal. Al igual que Claude, que no quería Athanasia. Al igual que el Perro Blanco, que te usaba. Todos al final se encariñan con los niños, ¿no es eso normal para los humanos?
—Aun así, ¿no es usted quien me odia?
Lucas frunce el ceño, repentinamente molesto por esa pregunta.
Por supuesto que la odia. Es decir, es un ente hecho de oscuridad que se ha adherido a la princesa imperial y roba la vida de quienes se le acercan. Estaba destinada a hacer daño a todo el que la amara y su incierto destino parecía guiarla a una muerte en soledad si es que seguía la línea de pensamiento donde prefería mantener a salvo a los que más adoraba.
Ella era triste. Jodidamente triste. Tanto que lo enfermaba.
Sin querer, los ojos sangrientos de Lucas se desvían a los vagos colores blancos en el suelo. Los lirios que se le han caído del cabello a Jeannette ya no son más que basura y ensucian toda la imagen impoluta del brillante césped. No le gusta.
Sin molestarse mucho en carcomerse la cabeza, levanta una mano y hace aparecer un lirio blanco en su mano. Agarra la sombrilla de la chica y la hace a un lado con cierta rudeza, que la espanta un poco pero también la deja perpleja. Y su sorpresa no acaba sino hasta que él termina de acomodar la flor en donde antes había una.
El blanco detalle hace resaltar su cabello y combina con su vestido impoluto. El verde de su mirada parece brillar tanto como el suelo bajo sus pies.
(¿Sería fácil sólo pisotearlo todo?)
—Nunca dije que yo te viera como un monstruo, no seas tonta. Sólo hablé del poder monstruoso que tienen los Day —finge estar molesto por haber sido mal entendido. Aun así, su toque es suave sobre el cabello de la dama—. No todas las quimeras son monstruosas.
Jeannette esta vez no lo ve alejarse. Esta vez él se queda junto a ella, en ese jardín vacío, por un par de minutos más.
Lucas se ríe con sorna ante la expresión perpleja de la señorita, y le da un golpe con los dedos en la frente que la desestabiliza, advirtiendo que no deje caer más flores al piso sólo porque se le antoje. Jeannette sólo asiente rápidamente, temerosa de recibir alguna otra reprimenda peor que lo del golpecito, y cuida ansiosamente la flor en su cabeza.
Lucas la ve suspirar, y sonreír apenas.
Sigue sin gustarle.
IX.
—¿Hay algo que quieras hacer, Nette?
—¿Algo que quiera hacer? —repite la aludida, dejando de beber su dulce té con leche para mirar a la chica que acababa de soltar esa interrogante que, de alguna manera, se siente incómoda.
Athy asiente, sonriendo dulcemente hacia ella. De reojo, en el otro sofá, puede escuchar a Lucas masticar fuertemente y sin algún tipo de pena las crujientes galletas de chocolate que ella misma preparó (aunque eso no se lo dijo). Ijekiel, al lado de éste, sonríe tenuemente como siempre suele hacerlo, atento en todo momento a las palabras de las damas frente a él. En el aire hay suaves aromas de té y postres entremezclados, y la mirada amorosa de la recién nombrada emperatriz hace a Jeannette sentirse avergonzada.
La castaña deja su taza sobre la mesa, y se acomoda mejor junto a Athy.
—No había pensado mucho en eso —explica, con sinceridad. La rubia parpadea, sin comprenderle—. No hay muchas cosas que pueda hacer. Realmente no destaco en cosas específicas, así que no diría que pueda hacer algo en especial.
—¿Es así? Entonces, ¿qué pensabas antes de llegar al palacio?
—No mucho. Sólo quería encontrar a mi padre, las demás cosas no se me hacían importantes. —Admite, avergonzada. Athanasia asiente, inclinándose hacia ella para agarrarla suavemente del brazo.
—Bueno, yo tampoco planeaba mucho antes de cumplir mis catorce.
—No mientas —gruñe Lucas, aún con galletas en la boca—. Planeabas fugarte de casa.
—¡Cállate, Lucas! ¡Te dije que ya no contaras eso!
—Es la verdad.
Tanto Jeannette como Kiel se ríen de las reacciones molestas y discusiones animadas de las personas a su lado. Aunque gracias a la intervención del joven duque, las disputas no duran mucho y pronto entran a una tregua temporal, porque los postres no se van a acabar solos y todos allí tienen tiempo limitado para disfrutar de todo aquello.
Todos excepto Jeannette, por supuesto.
—Supongo que planeaba casarme —menciona de pronto, y Athy se atraganta con su pastelito así que prontamente la ayuda, ofreciéndole agua y dándole palmaditas en la espalda—. Lo siento, lo siento, Athy. ¿Estás bien? ¿Hablé de más?
—No, es solo... Me sorprendí de escuchar ese plan.
—¿Ah, sí? ¿Es extraño? —Pensativa, mira un segundo hacia el techo, con una expresión ligeramente triste—. En ese entonces, creía que iba a casarme con Kiel, así que sólo me preparaba para ser una esposa y una princesa. No miraba el puesto de emperatriz ni nada parecido.
—Vaya, qué noble —comenta el azabache frente a ella, con una galleta entre los labios—. Y qué incómodo. —Agrega, mirando de reojo al albino a su lado, quien suelta una risita para nada incómoda.
—Aunque el tío Roger nunca lo dijo abiertamente, di por sentado que tendría que casarme con Kiel, o con alguien más, si no era con él —ríe la castaña, un poco nerviosa y apenada—. Claro que la idea no me emocionaba del todo, supongo que veía eso como un deber ya que no podía ofrecer otras cosas.
—No digas eso, Nette —Athanasia rápidamente se abraza a ella—. Tú tienes más cosas para ofrecer. Eres absolutamente preciada para nosotros.
—Y dudo que tu padre me hubiera dejado casarme contigo luego de cómo dije aquellas cosas. —Menciona Ijekiel contra la porcelana de una taza. Lucas suelta una risa disimulada con una tos, y Athy le mira feo.
Jeannette suspira, recordando ese momento. No se sintió herida en ese momento por ser rechazada como pareja amorosa, porque realmente no quería a Kiel de esa manera. Sin embargo, era un poco doloroso saber que había alguien muy por encima de ella.
Aunque ahora entiende por qué es Athy y no ella, y realmente no le molesta. Jeannette tampoco puede evitar poner a su nueva emperatriz y preciosa prima en lo más alto, porque la adora con todo su corazón.
—Por supuesto, ahora la idea de casarme es sólo una ilusión —agrega para sí misma, pero es oída por todos en la habitación, y en menos de un segundo tiene tres pares de ojos, curiosos, encima suyo. Esa atención no tarda en ponerla nerviosa—. ¡Es decir...! Yo... estoy maldita, ¿no? Y además no salgo del castillo, así que no hay muchas propuestas que aceptar o rechazar porque hace tiempo que no tengo conexión con nadie. Por supuesto, no es que eso me moleste. Soy feliz viviendo de esta manera, es sólo que...
Sin querer, vuelve a poner una expresión triste. Sus manos bajan y se aferran a la falda de su colorido vestido, a juego con el de la muchacha a su lado, quien no ha dejado de prestarle atención y mirarle con algo parecido a lástima, pero mucha más preocupación.
Ijekiel deja la taza sobre la mesa frente a él. Lucas traga la última galleta y muestra una expresión despreocupada, aunque por dentro también está curioso por lo que fuera a decir la señorita sin suerte que se mantiene junto a ellos.
—A veces me pregunto... si fuera normal, ¿tendría la vida normal de una dama normal? Eso me hubiera gustado. Ya sabes, casarme, formar una familia nueva y visitar a mi antigua familia. Sería... lindo, ¿no?
—¿Tanto amor anhelas? —escupe el mago, con ligero asco. Athanasia le mira mal, pero ni caso le hace.
Kiel pone un rostro serio, viendo cómo Jeannette se encoge entre sus hombros, avergonzada por el comentario de Lucas.
—¿No eres terriblemente egoísta? —agrega Lucas, sólo echando más leña al fuego que arde en los ojos de la joven emperatriz.
—No creo que... sería tan egoísta querer hacer una familia junto a alguien. —Admite la castaña, temblorosa, sin poder mirarlo a la cara.
—Sabes que eso es imposible para ti, ¿verdad? —Le recuerda, divertido. Esta vez es Ijekiel quien también le mira mal—. Después de todo, tu cuerpo es un recipiente a base la imagen de un humano común, eres un clon, pero tu alma no es humana. Además de que las fluctuaciones de tu maná dañarían a cualquier ser humano con un poco de magia. Crear una familia con tu propia sangre es, básicamente, imposible. Sino que peligroso para todos.
—Lo sé, joven Lucas —asiente, sonriendo amablemente hacia él. Athanasia intenta decir algo, pero la mayor abre la boca antes de ello—. Sin embargo, yo... Creía que usted podría ayudarme a alcanzar este sueño imposible.
Al instante, la expresión del mago deja de ser alegre para mostrarse sorprendida. Su postura relajada se vuelve tensa y siente escalofríos.
Lucas frunce ligeramente el ceño, entendiendo a lo que se refiere. Los ojos de joya de Athanasia también se lo recuerdan; este maldito reto donde tiene que hacer posible lo imposible.
—Ya, está bien. Encontraré una manera, aunque sea tan malditamente difícil —rueda los ojos, mientras las muchachas sonríen—. Pero tendrás que cooperar con más ganas.
—Se lo agradezco, joven Lucas.
El azabache chasquea la lengua y se pone de pie, avisando que mejor iría a trabajar porque, a diferencia de otras personas, él tenía cosas que hacer. Después de él, Ijekiel también abandona el salón. Athanasia le sigue.
Jeannette se termina en soledad su frío té con leche.
Aun así, no deja de sonreír.
—Esta vez él no me llamó quimera.
X.
—Es impresionante cómo, a pesar de leer tantos libros, no seas tan lista.
Jeannette se ríe, incómoda por ese comentario cargado de absurda sinceridad. Observa al mago detrás de ella, quien no aparta su poco curiosa mirada de las líneas del libro abierto que ella trae entre sus manos.
La fuerte luz del sol que entra por el gran ventanal junto a ellos los ilumina perfectamente, tanto que en su ilusión hace parecer el largo cabello de Jeannette del dorado natural de los de su familia, y sus orbitas verdosas casi brillan como un par de gemas esmeralda. Su vestido del mismo tono combina con sus colores naturales y su expresión siempre suave. Todo en ella se encuentra contrariando al mago que está allí mismo, con su uniforme siempre en tonos oscuros al igual que su largo pelo, ahora sujeto en una cola de caballo mal hecha.
Jeannette no puede evitar notar los mechones sueltos de él. Aun así, evita reírse de ello y vuelve su vista a las letras del libro.
—Me gusta leer. El problema es memorizarlo.
—Qué mente más débil tienes. Aunque no me sorprende.
—Lo siento.
—Cállate. —Gruñe, apartándose de ella y dirigiéndose a la salida de la biblioteca.
Ella lo ve alejarse, meneando su cabello aún hecho una maraña que, pese a ser desastroso, no se ve tan mal. Aun así, tal vez no era apropiado para mostrar frente a otras personas.
La joven duda un momento, y luego cierra su libro y corre hacia el mago, sujetando con suavidad la tela de su abrigo. Lucas se detiene y la mira de reojo. Jeannette se alivia de no ver enojo en sus expresiones, pero no es capaz de mostrarse más segura todavía.
—Um... Su cabello...
—Oh. ¿Esto? —Él señala el desastre de los mechones sueltos—. La emperatriz estaba aburrida y decidió usarme de distractor. No es nada, lo puedo arreglar con magia cuando sea necesario, por si te preocupaba eso de verme presentable para mostrar respeto a los demás.
—No, yo... Me preguntaba si... me permitiría arreglárselo.
—... ¿Tú?
Las mejillas de la chica de tiñen de suave rosa, y soltando el agarre que mantenía sobre el mago, da un par de pasos hacia atrás mientras sonríe nerviosamente. Lucas da vuelta para encararla, olvidando a dónde tenía que ir en ese momento.
Ella aprieta suavemente la tapa del libro que todavía tiene en su mano derecha.
—Sé que no soy muy habilidosa en ciertas cosas, pero me gustaría ayudarlo un poco, aunque sea —explica ansiosa, no pudiendo verle directamente a la cara—. Quiero decir, porque usted siempre me ayuda y cuida que me mantenga estable y...
—Está bien. Deja de hablar. —Bufa él, cortando la palabrería de la chica.
Pasando a su lado, el mayor se dirige hacia uno de los amplios sofás dentro del lugar y toma asiento en el que le apetece, estirándose sobre él como un gato mimado hasta acomodarse correctamente. Mientras tanto, Jeannette le mira sin comprender del todo, aun sintiéndose intimidada por sus acciones y demás. Lo observa acomodarse allí y lanzarle una mirada indescifrable.
—¿Y bien? —Inquiere de repente, despertándola de su trance—. ¿No vas a ayudarme con el cabello?
—Y-yo... ¡Claro! Pero no pensaba que aquí... Es decir, tengo que ir a buscar un peine y...
El azabache chasquea los dedos, haciendo aparecer el objeto en la mano de la chica, donde antes hubo un libro. Por supuesto, ella se sorprende y muestra admiración en vez de espantarse por el hecho de que había usado magia como si nada sobre su persona. Prontamente, va junto a él a empezar con su labor, con un rostro concentrado y lleno de convicción.
No se pregunta por qué Lucas no se había negado a la sugerencia, o hubiera mostrado desagrado sólo con la idea. Si se tomaba el tiempo de pensarlo, él nunca hubiera admitido tal cosa como ser tocado por la muchacha, porque claramente detestaba permanecer cerca de la quimera. Pero ahí estaba, siendo atendido por ella.
—Su cabello es realmente suave, joven Lucas. —Elogia la señorita, deslizando con cuidado y facilidad sus delgados dedos entre las largas hebras de color carbón.
Él hace un sonido de orgullo.
—Obviamente. Siempre tengo lo mejor y me veo mejor que nadie. ¿Crees que descuidaría mi aspecto?
—Por supuesto que no —niega ella, contenta—. ¿Pero usted sabe? El mago Lucas es considerado el hombre más bello de la capital.
—Por supuesto —bufa, con un tono más petulante y una sonrisa de autosuficiencia—. No puedo dejar que me superen en nada. Eso dañaría mi imagen.
—Usted se ve bien con todo, por cierto —menciona con una risa leve. Lucas deja de sonreír y la mira de reojo, lo cual ella no percibe—. Con cabello corto o largo, definitivamente se ve bonito. Incluso al vestirse tiene un estilo asombroso.
—Vaya que te gusta halagar a la gente, niña.
—Me gusta elogiar a la gente para que vean lo geniales que son —explica Jeannette, sin reparar en el intento de burla del mago. Finalmente, termina de peinar y empieza a hacer el nudo en la nueva y perfecta coleta del muchacho. Su sonrisa disminuye, pero se mantiene tan brillante como la luz del sol que los ilumina—. De esa manera, ellos pueden ver sus puntos buenos y ser felices, y tal vez esforzarse por mejorar incluso más. Me hace feliz ver que mis elogios alegran el día de alguien más.
—¿No es eso muy egoísta? —masculla entre dientes, volviendo su vista al frente.
Jeannette lo escucha, pero no le contesta ni deja de sonreír. Sus ágiles dedos se encargan de que el peinado quede perfecto. Y Lucas, perdido en el nuevo silencio que hay entre ambos, se concentra en disfrutar un poco de las caricias de la señorita a sus espaldas. Caricias completamente distintas si las comparaba con los dedos rudos y los constantes jirones que le daba Athanasia cada vez que intentaba hacerle un peinado.
Esto era mejor. Relajante.
Tal vez Jeannette no era tan mala en todo lo que se proponía.
Antes de darse cuenta, se encuentra cerrando los ojos.
—¡Listo! —Anuncia de pronto la muchacha, con la alegría brillando en sus pupilas. Sin embargo, no recibe respuesta de parte del mago—. ¿Huh? ¿Mago Lucas?
Dando vuelta por el asiento, nota que él tiene los ojos cerrados, aunque manteniendo su postura de las piernas cruzadas y las manos sobre su rodilla. Rígido como una muñeca, bonito como la más costosa de todas.
(A Jeannette siempre le han encantado las muñecas costosas.)
Jeannette sonríe enternecida, sin poder evitarlo.
—Quizás estaba realmente cansado... —murmura para sí misma.
Sabiendo que su corazón no le permitiría sólo abandonarlo allí a su suerte, decide agarrar otro libro y tomar asiento a su lado. Está decidida a quedarse allí hasta que despierte de su siesta.
No se da cuenta de que Lucas en realidad no está dormido.
Y, conforme pasa el tiempo, el sol comienza a ocultarse en el horizonte y la joven dama es arrastrada también por el cansancio. Hasta que cede sin querer y se duerme, dejando caer inconscientemente su cabeza sobre el hombro de su compañero.
Lucas abre los ojos, los cuales brillan entre la oscuridad. Su vista se dirige a la señorita dormida a su lado.
«En serio eres una niña tonta».
Viéndola por otro rato nota que, a diferencia de otras ocasiones, su interior brumoso ha perdido casi la mitad de su oscuridad.
Casi se parece a una humana.
—Quimera, eres realmente peligrosa.
Moviendo una mano, hace que la habitación cambie de imagen y todo se vuelva en el cuarto de Jeannette. Ella es recostada suavemente sobre su colchón, con el vestido cambiado y el libro olvidado en la biblioteca.
Lucas la arropa y la observa sólo otro par de segundos. Luego lleva sus manos a la cinta en su cabello y se la quita, destruyendo el peinado. Deja el objeto en una mesa cercana y desaparece del lugar.
¿fin?
