Personajes: Jeannette, Lucas.
Pairings: Lucas/Jeannette.
Clasificación: T
Nota de autora: le hice una tercera parte pq sino la segunda iba a ser muy larga (?)


Summary: Está asustada de abandonarlo todo sólo por la idea de vivir sin hacer daño a nadie, mientras sueña cosas que no recordará al despertar. El tiempo casi eterno que tendrá que esperar para alcanzar su cura le aterra. Pero morir le asusta más. Tanto como quedarse sola. Entonces recuerda— Lucas está allí.


—Aún me pregunto cómo es que eres tan molesta.

Jeannette deja de mirar por la ventana de la torre, a la enorme distancia que la separa de los suelos naturales, que tanto vértigo le causa medir los metros que llevan separados, para volver su atención al muchacho que camina un par de pasos frente a ella. Lucas no había hablado desde que aparecieron con magia enfrente de la edificación. Aunque lo primero que había dicho, para que no hiciera un escándalo, había sido «creo que ya encontré una manera».

Claro que Jeannette no es una genio y no entendió qué significaban esas palabras hasta más tarde, cuando empezaba el suplicio de subir piso por piso por la torre. Comenzó a entenderlo cuando notó que la presencia de él se sentía un poco más animada que otras veces. Ya no percibía ese desprecio profundo que aparecía en sus ojos cada vez que la miraba. Aunque, bueno, esta vez ni siquiera se había volteado a mirarla. Solo le había dicho que le siguiera y eso hizo.

Sin embargo, ese último comentario ha descolocado un poco a la dama.

—¿Estoy siendo molesta para usted, Lucas?

Lucas deja de subir por los escalones y gira la mitad de su cuerpo para verla. Jeannette también se detiene, manteniendo el metro de distancia que llevan desde que llegaron allí.

El viento fuerte que azota desde afuera a esa altura, es apenas una brisa que se cuela por las pocas ventanas que hay a su alrededor, pero hace mover el largo cabello negro del mago y las puntas de las hebras achocolatadas de la chica, no igual que las mangas abiertas de seda roja de su vestido.

Lucas piensa que a ella le queda fatal el rojo. Pero ahora se ve como una de las rosas que a Athanasia tanto le encantan.

Se pregunta si es por eso que está vestida así, por culpa de la joven emperatriz.

—Bueno, siempre has sido una molestia —alega con toda claridad, mientras se encoge de hombros. Ella aprieta suavemente los labios y aparta la mirada, avergonzada—. Pero nada se puede hacer con eso. Al menos voy a tratar de sanar tu alma o algo. Vamos.

Vuelven a subir escalones. El silencio los acompaña.

Eso molesta al azabache.

—Hey —la llama, volviendo a detenerse para mirarla. La quimera está hecha un lío de nuevo, pero esta vez no parece estar a punto de romperse por dentro. Pero Lucas ni siquiera le presta atención a eso—. ¿Qué tan extraña puedes ser?

—¿D-disculpe? —ella alza la mirada, sorprendida y asustada.

—¿Ni siquiera te preguntas por qué te encuentro molesta? —Suelta una corta carcajada. Ella, un poco temblorosa, niega con la cabeza—. ¿Ni un poco? Aún si sabes que todos los que te conocen te adoran, ¿no te preguntas por qué yo no?

—Ellos... Las personas, no tendrían por qué adorarme...

—Pues lo hacen. No seas estúpida.

—E-eso es cruel, yo no...

—Eres como una planta carnívora con los insectos —comenta de repente, dándole la espalda y subiendo escalones, escuchándola seguirle el paso a duras penas—. Tú eres la planta. Ellos los insectos que devoras. Ya sabes, los atraes con dulzura y sin que lo noten los empiezas a matar.

—¡¿M-matar?! ¡Espere...!

—Sí, matar. En especial a tu padre y a la emperatriz. Ellos de verdad te adoran, pero tu sola existencia los está asesinando con lentitud.

Esa declaración deja dolida otra vez a Jeannette.

Ella ya sabía aquello, sólo que no quiere recordarlo a cada instante.

Pero, como siempre, Lucas se lo dice sin una pizca de tacto. Como cada vez que se topan.

—Es solamente gracias a mí que todos ustedes siguen con vida. —Agrega, sólo para echar más sal a la herida que abrió dentro de Jeannette.

Después de eso, ella cierra la boca en todo lo que resta del trayecto, hasta que llegan al piso más alto. Lucas la deja entrar al laboratorio al que nadie tiene permitido siquiera mencionar, y una vez solos, la señorita de mirada triste observa sin ánimos todo lo que le rodea. No quiere memorizar nada de ese lugar, pero tampoco quiere ser descortés con el hombre que está haciendo todo lo posible por sanar su demacrado estado monstruoso. O, al menos, eso se convence de que él está haciendo.

De nuevo, sólo cree en las palabras que ha escuchado a los demás decir.

—Gracias... —murmura, sin ánimos, caminando con parsimonia a donde el mago le señala.

—¿Gracias por qué? —Gruñe él, mientras se dirige a tomar las notas en su mesa. Finge leerlas mientras observa de reojo a la castaña tomar asiento en la silla a su lado. Ella no alza la cabeza—. ¿Me estás dando las gracias por recordarte tu lamentable estado?

—No, yo... —niega suavemente con la cabeza, haciendo ondear su largo cabello, casi tan largo como el de él. Sus orbes de verde opaco se pierden en el diseño de la madera de la mesa—. Estoy agradeciéndole porque... aunque le sea molesto, está ayudándome.

—Bueno, es mi deber conseguir soluciones para la emperatriz —Lucas mira hacia el techo, como si quisiera quitarle peso a todo el lío en el que se encuentra—. Claro que esta vez tardé más de lo que debería. Athanasia está enojada conmigo por eso.

—Lamento las molestias...

—Deja de disculparte por todo —vuelve a gruñirle. Jeannette se encoge en su sitio—. Haces parecer que todo es culpa tuya.

—Pero, ¿acaso no lo es?

—¿Quién te dijo eso? —Sonríe, de pronto sintiéndose divertido por esa respuesta. Se recuesta contra la mesa, dejando atrás los papeles, y se inclina hacia ella buscando sus ojos, que lo evitan a toda costa—. ¿Qué tan tonta puedes ser? ¿Es que acaso en serio te piensas que tu patético estado es culpa tuya?

—Y-yo... hago daño a los demás...

—Sí, porque para eso te habían creado —le recuerda, soltando una risita de burla. Jeannette aprieta los labios y entrelaza sus dedos entre sí, percibiendo la mirada intensa del mago sobre ella—. Usaron magia oscura para crear una muñeca que busca cariño y a cambio da muerte. Todo ser que se acerque a ti, que te ame o que te adore, está destinado a hacerse pedazos. No hay salvación para tu alma, señorita.

Jeannette tiene lágrimas en las comisuras de los ojos. Le duele el pecho y quiere gritar que no es cierto, que ese no es su deseo y que ha intentado lo posible por no ser una carga para los que ama. Pero su egoísmo siempre ha sido inmenso y eso ella lo sabe muy bien, porque ha tenido que dejar de ser una niña luego de ver cómo su padre y las demás personas a su alrededor eran consumidas por su ser hecho de retazos y curuvicas venenosas.

Y aún es vívida la imagen del pajarillo azul muerto entre sus dedos. Eso había sido culpa suya. Él había muerto porque Jeannette, en su banal egocentrismo, deseó tener esa pizca de cariño con un ser vivo. Así que ahora tiene pintadas en las retinas el plumaje de azul opaco y las lágrimas invisibles de Athanasia, quien no le recriminó la pérdida pero que era obvia aquella culpabilidad sobre la señorita de falsos ojos verdes.

Jeannette nunca deseó desaparecer con tantas ganas.

—Yo... lo siento tanto... —solloza, bajando la cabeza y sintiendo las cálidas gotas saladas bajando por sus mejillas y su nariz, hasta caer sobre el blanco de su falda y volver los detalles rojos más rojos, como sangre.

Lucas hace una mueca de enojo. Quita la vista de ella. No la consuela, no tiene por qué.

Empero, le da unas palmaditas en la cabeza y suspira con cansancio. No sabe lo que está haciendo y realmente se siente hastiado, pero no es capaz de sólo desaparecer y dejarla sola allí.

(Se lo debía un poco, tal vez. Porque Jeannette siempre le invita galletas a pesar de que él siempre le ha mirado con asco.)

—¿Qué te dije recién? —Pregunta, obviando un tono de enojo, o un intento de. No está molesto, en realidad—. No te disculpes, es jodidamente desagradable.

—Pero... es mi culpa que todos...

—No. ¿Es que eres tan idiota que no lo entiendes? —Masculla, perdiendo la paciencia. La suelta al sentir cómo ella deja de llorar para mirarle con miedo. Ya se ha acostumbrado a esa expresión, pero hay algo más que se le hace insensato, pintando esa carita de ángel. Quiere que se detenga—. Tu estado de quimera no es... Nunca ha sido culpa tuya, en realidad. Es culpa de tus malditos creadores. Así que es mejor que pares con eso de victimizarte con la culpa que no te pertenece, porque es terriblemente asqueroso.

—¿No es mi... culpa...?

Lucas siente una vena resaltando en su sien. Sin pensarlo mucho, da un golpe en la frente de la chica, tirándola suavemente hacia atrás y consiguiendo que ella suelte un chillido de sorpresa.

Cuando la joven vuelve a abrir los ojos tras recibir ese golpecito, sus orbitas brillan en el azul joya de su sangre híbrida. Es un azul distinto al de la familia imperial, pero no cualquiera lo notaría.

Aun así, Lucas lo sabe bien. Ese color falso es más real que el verde en su disfraz.

Ahora ya no se ve como una rosa.

Hay una sonrisa leve, sin indicios de burla o algún sentimiento desagradable, adornando el rostro del mago milenario. Jeannette no tarda en reconocer esos sentimientos, y si fuera otra persona le devolvería la sonrisa, pero esta persona es Lucas y nunca antes Lucas había sonreír así para o hacia ella.

Jeannette siente escalofríos por todo su cuerpo. Sus lágrimas se sienten congeladas sobre su piel. Se pregunta si sería adecuado ponerse de pie y salir corriendo antes de que ocurra una calamidad en ese lugar, porque quizá es que no habría otra razón para que el muchacho tuviera una expresión como esa.

—Ni se te ocurra escapar —le advierte entonces él, todavía con la sonrisita aquella. Jeannette se vuelve rígida sobre su asiento, con la vista al frente—. Ahora tengo que llevar a cabo el experimento que, supuestamente, tiene que borrar el maná oscuro en tu interior.

—¿Es... Es así? —ríe ella nerviosamente, sin atreverse a mirar algo más que los libros sobre la mesa.

—Sí, bueno... No sé si funcionará del todo —declara con desdén, causándole algo de miedo a la chica. Lucas se pone de pie y se estira un poco antes de poner una mano sobre la cabeza de cabellos chocolate—. Quiero decir, nunca antes lo intenté y sólo es una teoría.

—¿P-puedo preguntar...?

Se detiene.

Jeannette sabe que nunca ha tenido derecho a preguntar por nada.

—¿Preguntar qué?

—No... No es nada.

—No necesitas estar nerviosa —la anima con cínica alegría—. Sólo voy a absorber y destruir cada pizca de energía oscura que tengas en el interior. Lo cual, claro, podría matarte.

La tez de la muchacha se vuelve más blanca. Ahora está pálida y tiembla como una hoja de papel.

—Pero en caso de que funcione, felicidades. Serás una humana común y podrás tener la familia que tanto anhelas.

—¿Y si... no funciona?

—Bueno, en caso de que no mueras ni te conviertas en humana —se aparta de ella y cruza los brazos. Mira al techo, pensativo—. Supongo que sólo seguirás siendo la quimera de siempre. Y yo tendré que seguir buscando la manera de volverte humana.

—¿Y si...?

—¿Y si qué? —Inquiere bruscamente. Ella guarda silencio, indispuesta a seguir con las interrogaciones que no tiene derecho a soltar. Pero incluso eso molesta al mago—. Hey, ¿qué se supone que ibas a preguntar? ¿Tienes alguna mínima duda sobre mi poder, acaso?

—¿Tengo derecho a preguntarle, entonces?

—Hazlo. No es como que me moleste contestarte.

«Además, es genial reafirmar lo increíble que soy» sonríe orgulloso, por dentro. Por fuera prefiere mantener una cara en blanco.

—Yo... quiero saber... Si nunca encuentra una manera...

—La encontraré —la interrumpe con firmeza, cruzando los brazos—. No importa cuánto tiempo me lleve, es claro que encontraré la manera.

—Aun así, yo... —Jeannette le mira, con un miedo increíble. Pero no es miedo a él esta vez, algo más la está consumiendo—. Yo... no viviré tantos años, Lucas. Usted mismo lo ha dicho, que en cualquier momento podría explotar por culpa de mis propias emociones. ¿No podría ser incluso ahora? ¿Qué hay del tiempo que me queda? No soy inmortal y tengo miedo de dañar a quienes me rodean y... y...

—¿No te lo he explicado antes? Es gracias a mí que todos, incluida tú, se encuentran a salvo —declara con soberbia. Moviendo los dedos un poco, hace aparecer una silla allí mismo y toma asiento a un lado de ella, recostando su codo contra la mesa y su mejilla en su mano, sin borrar su sonrisa de autosuficiencia—. Si no fuera por mí, no hubieras pasado de los dieciséis. Agradéceme, señorita. Tu único salvador siempre seré yo.

Jeannette siente que empieza a sonrojarse ante esas palabras, aunque sabe bien que no debería haber razones para ello. Niega repetidas veces con la cabeza para hacer desaparecer ese sentimiento y centrarse en su realidad.

—Y se lo agradezco, pero yo... Aun así, el mago Lucas es inmortal. Es seguro que encontrará una cura, pero podría ser tarde para que yo viva.

—¿Qué? ¿Piensas que no puedo volverte inmortal a ti también?

La idea descoloca a Jeannette, y tras pensarlo un par de instantes, siente el horror crecer en su interior.

—N-no, preferiría que...

—Mientras estés conmigo, ya eres inmortal —suelta de pronto, con ojos brillantes. Jeannette percibe esa información como un golpe seco en su interior, y abre los ojos grandemente, aún sin poder entenderle del todo. Empero, la expresión cruel del mago es suficiente respuesta para sus dudas—. ¿O cómo pensaste que ibas a sobrevivir tanto tiempo? Es gracias a mí que estás ahora mismo aquí. Me lo debes. Me debes los últimos años de tu vida, Jeannette Margarita.

—Mago Lucas, yo...

—¿Tienes idea de lo jodidamente molesto que es mantenerme siempre al pendiente de ti? —Cortando con las palabras de la dama con un tono frío, ella se aparta suavemente de él. Sin embargo, Lucas no le deja ponerse de pie, y la agarra del brazo para que no se mueva de su asiento. Con su otra mano, toma un par de mechones de ese cabello chocolate que le recuerda al sabor de las dulces galletas que aún prevalecen en su paladar—. ¿Sabes siquiera cuánto me enoja saber que una criatura como tú es tan difícil de descifrar? ¿En algún momento se te ocurrió pensar en cuánto tiempo tomaría sólo volver tu frágil cuerpo en uno real, como el de las personas que te rodean?

Jeannette siente tanto terror. Quiere apartarse de él, pero la mano sobre su muñeca y los dedos enredándose en los mechones de su cabello le impiden la huida.

Los ojos sangrientos de Lucas brillan, brillan no sólo en rabia, sino en interés y algo que casi se calificaría como cariño enfermo, falso o simplemente ilusorio. Un cariño oscuro que tal vez, tal vez no sea más que las redes de la magia negra dentro de la señorita.

(Pero esa débil magia nunca habría afectado a un mago como él.)

—Un humano no es un ente simple —le recuerda, divertido—. Aunque sería tan sencillo sólo ir al árbol del mundo y quitarle otra rama para poder volverte aquello que tanto anhelas. Nos ahorraría el problema de tener que estar juntos, de tener que cuidar cada paso que das y verte hacerte pedazos, y tener que repararte porque eres una niña inútil que no conoce la fuerza.

Jeannette soporta las lágrimas. No puede llorar, no con la cabeza en alto, y no es capaz de apartar la mirada de los hipnotizantes ojos del sanguinario mago. Quiere soltarse de su tacto, que arde sobre su piel y le jala el pelo como quien tiene una pieza de juguete que desprecia. Quiere correr de allí y esconderse en algún lugar apartado, lejos de quienes ama porque no desea que ellos vean el agujero negro de su corazón. No desea absorber más de aquellos que le aprecian y tampoco quiere continuar al lado de este hombre que tanto horror le causa.

En algún punto, sigue preguntándose por qué siempre le ha invitado a tomar el té. Por qué siempre le ha preparado galletas, que él nunca notó que estaban cargadas de ese cariño insensato que le pertenece. Por qué siquiera ha tenido esperanza de no ser tan odiada por la única persona capaz de salvarla.

Ya no quiere sufrir todo esto. No quiere escuchar más de estas crueles palabras. Está cansada de pretender que no le duele y le lastima cada vez más.

—Si no desea ayudarme... puede simplemente abandonarme...

Su voz ya no es más que un hilo a punto de romperse. Realmente duda de que él le haya escuchado.

Pero lo hizo.

—¿Quién dijo que no quiero ayudarte?

La suelta y se aparta. Jeannette se pone de pie de inmediato, tirando la silla. Retrocede varios pasos, con las manos juntas sobre su pecho, donde su corazón late desbocado y le duele en demasía. Su mirada en el suelo en todo momento, mientras el mago cruza las piernas y los brazos y sonríe cansado.

—Abandonarte... Abandonar mi trabajo dejó de ser una opción para mí —explica, más para sí mismo que para ella—. Al menos desde que uno de los discípulos que rechacé se volvió un monstruo. Por eso, aunque lo deteste, no puedo dejar que otro miembro de la familia imperial se vuelva peligroso a ese punto. Lo cual tú eres.

—Yo de verdad lo lamento y...

—Que no te disculpes. Es molesto —vuelve a interrumpirle, y se pone de pie sólo para ir hasta ella. Metiendo las manos en sus bolsillos, se inclina para quedar cara a cara con ella—. Ya no te disculpes por estupideces. Sólo mantente quieta y deja que yo te arregle. Si es posible, duerme. Duerme por quinientos años hasta que consiga la manera de volverte el humano que deseas ser.

Jeannette suelta un jadeo de sorpresa.

—¿Dormir... por quinientos años?

—Si duermes por quinientos años, tendrás la oportunidad de que yo consiga la manera de salvar tu vida, gracias al árbol del mundo. Es el único método que te salvará, sin probabilidad de que te mate.

—Pero usted dijo que si quita mi energía...

—Hay una alta probabilidad de que mueras por eso.

Hay silencio de nuevo. Hasta que la muchacha alza la mirada, y sus ojos suplicantes observan al mago.

—¿Dolería?

—Te lo dije antes, que si te hago morir, no te dolería.

Jeannette apenas recuerda esas palabras. Se sorprende de que él lo recuerde tan bien.

—Yo... no quiero vivir...

—¿Es así? Qué lástima.

—¡No quiero vivir sabiendo que ya no podré ver a nadie más!

Lucas se sorprende por ese arrebato nada común.

—¿Qué quieres...?

—Si duermo quinientos años, en espera de una cura, cuando despierte ya no habrá nadie —Jeannette sonríe cansada, sintiendo calar dentro suyo la desesperante idea de abrir los ojos en un mundo donde ya no le queda nada ni nadie a quien amar. Le asusta tanto—. Ya no estará Athanasia, ni mi padre ni mis tíos, o Kiel. No habrá nadie porque ellos...

—Pero sí estaré yo.

—¿Estarás tú? —Pregunta, no muy convencida. Niega con la cabeza, en tanto Lucas siente aquello como una ofensa—. Pero el mago Lucas... no desearía que yo viviera tantos años sólo para que me mantenga a su lado.

—¿Por qué sacas conclusiones por ti misma sobre mí? ¿Quién te da el derecho?

Esta vez, ella prefiere guardar silencio.

Pasan los minutos. Ya ninguno abre la boca. La habitación se siente tan tensa como un hilo a punto de romperse. No hay luz, el sol se ha ocultado y deja ver las estrellas y la luna creciente que parece una sonrisa, una sonrisa burlona para el par que se halla dentro de los impenetrables muros de esa edificación. Sólo están las respiraciones y el corazón traidor de Jeannette, que le golpea con tanta fuerza mientras se imagina dentro de esa pesadilla viviente donde no le quedan opciones además de la muerte.

Ella lo sabe.

Ha tardado en comprenderlo. Su egoísmo y su miedo la han cegado por mucho tiempo.

—Lucas, ¿me has traído aquí para decirme que no tengo salvación?

Lucas abre los ojos más de lo normal.

Esa es suficiente respuesta.

—Eso no es lo que...

Y se atreve a mentirle.

Jeannette ya no quiere vivir entre mentiras.

—Entonces quiere decir nunca será posible para mí tener la familia que siempre quise, ¿no es así?

—Espera, eso no fue lo que yo...

—Nací maldita —suspira, soltando sus brazos a los costados de su cuerpo. Mira sin mirar al mago, y sonríe más cansada que nunca—. Desde el principio, no hubo esperanzas, ¿verdad?

—¡Sólo cállate de una vez, maldita sea! —Ruge, sin paciencia alguna. Se acerca rápidamente a ella, rompiendo la distancia autoimpuesta por los dos, y la agarra de los brazos, tomándola por sorpresa—. ¡Deja de victimizarte por todo! ¡Deja de poner ese rostro tan lamentable! ¡Me molesta tanto! ¡Toda tu existencia es una maldita molestia!

Lágrimas de nuevo. Jeannette no puede evitarlas esta vez, mientras sus ojos en joya observan con temor al muchacho que la mantiene sujeta, sin oportunidad de escapar.

—Lo siento...

—¡No te disculpes! ¡Eso es lo peor de ti! ¡Sólo... sólo...! Sólo cállate...

Y Jeannette se calla, no porque quiera hacerlo realmente. Es que, con sinceridad, le ha dejado sin palabras la expresión que le dedica Lucas.

Tristeza.

—Jeannette, eres tan egoísta... que no te importa lo que piensen los demás. —Se ríe sin ganas, apretando más los delgados brazos bajo sus manos.

Ella baja la mirada, sin saber qué decir. No pudiendo negarlo. Le duele el toque de este mago despiadado, pero no tiene el valor para apartarse o pedirle que le suelte. No puede hacer nada porque se siente absolutamente acorralada.

—Dices que quieres cuidar a los que te quieren, pero en realidad sólo deseas mantenerte junto a ellos. No los escuchas, sólo haces lo que piensas que es mejor.

—Yo... sólo quiero que estén bien...

—¿Y qué hay de lo que los demás quieren, eh? ¿Alguna vez les has preguntado?

—N-no... —su voz se rompe, y traga pesado.

—¿Siquiera te interesa saberlo?

—Sí...

—¿En serio? Entonces escúchame y no bajes la cabeza mientras te hablo.

Con pocos ánimos, ella alza la mirada, dispuesta a mantener el contacto visual. Empero, su expresión de temor se borra en cuanto percibe que el rostro de su compañero denota un cansancio y una desolación que nunca antes lo había visto poner.

—Todos los que amo siempre mueren, Jeannette.

De nuevo, lágrimas. Pero Jeannette sabe que estas ya no son por su propio dolor, sino por el de Lucas.

—Desde el comienzo, todos lo han hecho. Incluso quienes bien pudieron ser inmortales como yo, todos decidieron morir. Todos me abandonaron. Todos fueron tan jodidamente egoístas y yo... Yo también quiero serlo. Yo también quiero ser tan egoísta como ellos, a mi manera.

La muchacha no le entiende, pero se mantiene en silencio, prestándole atención. El agarre en sus brazos se ha vuelto suave y casi no lo siente, aun así, preferiría que se mantuviera siempre sobre ella porque no le molesta.

Finalmente, Lucas vuelve a sonreír.

—Así que, Jeannette... Sé egoísta por mí, y quédate a mi lado estos quinientos años. Sólo acompáñame estos últimos quinientos años, y luego te haré la humana que tanto quieres ser, apenas el árbol del mundo vuelva a dar frutos. Será una promesa.

La joven traga pesado de nuevo.

Hay un sentimiento burbujeante en su interior, que aminora el sentir de su temor constante.

—Pero... ¿qué hay de Athanasia? ¿Qué hay de los demás?

—Athanasia, desde un principio, no ha deseado la inmortalidad. Ella también es egoísta. Todos los humanos lo son, tan jodidamente egoístas y solo centrados en sí mismos.

«Y tal vez es eso lo que a ti también te vuelve una humana, Jeannette. Pero no puedo dejar que lo notes».

—No quieres morir, Jeannette. Lo sé.

—No quiero hacerlo, pero... Tampoco quiero ver morir a los que amo.

—No lo verás. Te prometo que no lo verás.

Lucas siente que no se reconoce a sí mismo. Su propia lengua suelta palabras que en su vida soltaría, y aunque no le guste, también odia la idea de perder esta oportunidad.

Él realmente odia perder oportunidades.

—¿No lo recuerdas, Jeannette?

Jeannette se sorprende. Es la primera vez que él la llama por su nombre.

Se siente frío y cálido al mismo tiempo.

—Tú no eres una humana.

—Yo... Sólo...

Está asustada.

—Yo preferiría...

Está asustada de abandonarlo todo sólo por la idea de vivir sin hacer daño a nadie, mientras sueña cosas que no recordará al despertar. El tiempo casi eterno que tendrá que esperar para alcanzar su cura le aterra.

Pero morir le asusta más.

Tanto como quedarse sola.

«Pero... no estaré sola».

Entonces recuerda— Lucas está allí. Es él quien le pide que se quede a su lado. Como si en un principio no la hubiera odiado. Como si ella fuera la única persona capaz de quedarse a su lado.

A Jeannette no le gusta. No quiere este tipo de intento de cariño, esta absurda dependencia. No de él, quien siempre la ha atormentado por propio placer.

Pero sabe que no tiene más opciones.

—No quiero estar sola, Lucas.

—No lo estarás.

—Entonces prométemelo. Promete que, cuando despierte, cuando sea una humana, cuando pasen quinientos años en los que perderé a la única familia que amo, te quedarás.

Lucas sonríe.

¿Acaso era una especie de reto?

No. Una orden, quizás.

—Es una promesa, Jeannette.

(Se pregunta cuántas veces se quebrará cuando vuelva a abrir los ojos.)


¿fin?