¡Feliz 2022! Espero que este nuevo año les traigo mucha salud, paz, amor, bienestar y sabiduría.
Hace un tiempito aylethequeen me pidió una continuación de este OS. Después de darle muchas vueltas pensando en cómo podría ser porque partimos de una situación muy peculiar en el primer capítulo, llegué a algo y así fue como quedó. Así es que aylethequeen, espero te guste y sea al menos un poco como lo habías imaginado.
Espero también sea del agrado de quien lo lea y que puedan perdonar cualquier error.
Todos lograron salir ilesos del Inframundo a excepción de Killian. No hubo nada que se pudiera hacer para traerlo de vuelta a la vida y Emma estaba en proceso de aceptarlo. Era difícil pues se amaban, pero al menos la rubia tuvo la oportunidad de despedirse de él y verlo trascender. Cerró el ciclo. Y, si le preguntaban a Regina, era lo más importante.
Ella no tuvo la fortuna de encontrar a Daniel en Underbrooke. Él ya había resuelto su asunto cuando ella lo regresó equivocadamente a la vida solo para perderlo una vez más. Fue devastador tener que ser ella quien lo matara ahora y, escucharlo decirle que amara de nuevo, le resultó muy doloroso porque, en ese momento, Regina aún tenía la esperanza de estar con él y tener un final feliz a su lado.
A veces se preguntaba lo que Daniel tendría qué decir respecto a su segunda oportunidad en el amor. Esperaba que estuviera orgulloso de ella porque lo logró. Se enamoró de nuevo como él se lo dijo. Lamentablemente terminó con el corazón roto porque el amor verdadero de Robin regresó a él del pasado dejándola a ella fuera de su vida. Sobre todo cuando se enteró que por sus órdenes Marian había perdido la vida en el Bosque Encantado. No podía culparlo, ni juzgarlo. Ella estuvo en ese lugar y lo hizo todo mal. Lo más sensato fue alejarse y dejarlo ser feliz.
Así que después de todo se encontró una vez más renunciando al amor. ¿Cuántas veces lo había hecho ya? Había perdido la cuenta la verdad.
Esa era la razón por la cual fue incapaz de darle una respuesta a David cuando le sugirió tener algo con ella. Y es que ¿qué clase de amor le podía ofrecer? Después de sus experiencias era difícil no hacerle caso a esa incesante voz en su cabeza que le repetía una y otra vez que debía estar agradecida por tener el amor de Henry a pesar de todo el mal que había causado. Que era mejor conformarse con tener a su hijo con ella y que no debía ambicionar nada más.
Mucho menos un final feliz…
Dio un suspiro largo y cerró los ojos pensando en ese beso a mitad del pasillo de la Mansión de Underbrooke. Llevó una mano hasta sus labios tocándolos pues aún podía sentir los de David sobre los suyos. Ese beso fue lo que marcó ese momento en ella.
No el haber compartido la cama con los gemelos, que no negaba fue espectacular, pero el haber estado con el idiota pastor, probar esos rosados labios, sentirlo recorrer su cuerpo con ellos, con las manos, y que al final le dijera que quería algo con ella era lo que la tenía ahora contrariada.
Cómo le gustaría que las cosas fueran más sencillas. Que fuese verdad que los villanos podían tener un final feliz. Que había una oportunidad más en el amor para ella.
David bebía té en la cocina de Emma a eso de las once de la noche. La rubia estaba pasando de nuevo por el duelo de perder a Killian y, tanto él como Snow y Henry, la estaban acompañando en la casa que la rubia no hacía mucho adquirió. Se sentía culpable porque, mientras su hija sufría por perder al amor de su vida, él no dejaba de pensar en Regina.
Tenía el celular sobre la mesa y lo veía con insistencia. Indeciso de enviar o no un mensaje y al mismo tiempo con la esperanza de recibir uno de parte de la reina. No sabía si ir a buscarla o darle un par de días más para pensar en su propuesta.
—¿En qué piensas? —la voz de su hija lo sacó de su pequeño conflicto—. No puedo dormir —justificó su presencia en la cocina a esas horas.
—En nada —sonrió empático pues Emma se veía cansada y dolida.
—No digas mentiras —se sirvió té en una taza y se sentó a la mesa con él.
La vio a los ojos sin saber si era prudente decirle o no. Emma era su hija y lo necesitaba en ese momento. No consideraba adecuado que la situación girara en torno a él y su posible futuro con Regina. Sin embargo, David necesitaba de Emma como su confidente. Llevaba una excelente relación con ella. Eran padre e hija, trabajaban juntos, eran compañeros de aventuras, de buenos y malos momentos.
—Se quedaron dormidos —dijo Emma buscando alentarlo a hablar.
Asintió soltando un suspiro involuntario de alivio al saber que no había posibilidad de que su ex esposa escuchara. No por nada tenía fama de ser incapaz de guardar secretos.
—En el Inframundo… —carraspeó agitando la cuchara dentro de su taza de té— …sucedió algo entre Regina y yo —cerró los ojos esperando la reacción de su hija. Casi de inmediato abrió uno dándose cuenta que Emma bebía té con expresión pensativa.
Hubo un silencio prolongado, un tanto incómodo para David. Hasta que por fin, Emma habló:
—Si te soy sincera no me sorprende.
—¿No? —Él sí se sorprendió con esa declaración.
—He notado lo mucho que la procuras, que te preocupas por ella y lo pendiente que estás de que no se lance al peligro sin pensar —volvió a llevar la taza a sus labios para beber un poco recapitulando en la mente su paso por el Inframundo y el justo momento en el que la reina se adjudicó la misión de ir por la llave que abriría la mansión del hechicero, y que David decidió ir tras ella.
—Es experta en ello —torció la boca al decirlo porque parecía que Regina no tenía problema alguno con arriesgarse en cada oportunidad. Los había salvado muchas veces ya y desde que tuvieron que rescatarla de morir a manos de Greg y Tamara ya no pudo desentenderse de ella.
—¿Estás interesado en ella? —preguntó con sincero interés. Nada le haría más feliz en el mundo que verlo feliz después de la separación con Snow.
David asintió con firmeza.
—No he dejado de pensar en ella —respondió con una sonrisa indecisa pues, a pesar de que él estaba muy interesado y sentía algo por Regina, no creía que la reina tuviera sentimientos hacia él—. Después de… —Hizo una pausa marcada y miró a Emma quien abrió los ojos de par en par en aparente entendimiento— …le dije que quería algo con ella. La besé, pero solo me dijo que no era el momento —le contó afligido.
—Y vaya que no lo era. —No podía creer que se atrevieron a tener sexo en ese lúgubre lugar—. ¿Sí sabes que es de locos que se hayan acostado en el Inframundo? —preguntó denotando que no daba crédito a ese suceso descabellado.
—Simplemente sucedió —se defendió y por supuesto que no le diría lo del trío con James. Eso sí que Emma no lo iba a entender. Nadie lo iba a entender.
—¿Qué piensas hacer? —inquirió la rubia.
—No lo sé. Regina no es cualquier mujer.
—Ni que lo digas.
—No sé si debo aparecerme en su casa o darle tiempo. —Sobó su frente con expresión contrariada.
—Yo digo que la busques mañana mismo. Seguro se sorprenderá, pero al menos saldrás de dudas.
—Emma, no quiero dejarte sola en estos momentos. Soy tu padre y eres mi prioridad —alargó una mano para tomar una de las de su hija quien le aferró.
—No puedes posponer tu vida solo porque yo estoy de duelo —le dedicó una sonrisa sincera—. Además, no estoy sola —ambos rieron un poco porque Snow no paraba de darle discursos de fe y esperanza a cada oportunidad que tenía. Se estaba esforzando por ser una buena madre y eso Emma lo apreciaba profundamente—. Estaré bien —aseguró alentándolo.
David inhaló profundo, sonrió y asintió con una entusiasmada sonrisa dibujada en el apuesto rostro.
Regina estaba algo perturbada esa mañana. Durante la noche había soñado con David. Más específicamente con ellos en su cama, y no nada más teniendo sexo, no, sino con tiernas caricias, diciéndose palabras que solo dos enamorados se dirían. Es decir, se soñó haciendo el amor con el Príncipe Encantador.
Se sentó en el comedor sacando algunos informes de su portafolios de cuero negro y se dispuso a leerlos antes de irse a la alcaldía. Acaban de regresar del Inframundo, pero los asuntos de la ciudad, que eran su responsabilidad como alcaldesa de Stroybrooke, no podían esperar.
Leyó un par de líneas de uno de los informes y después pensó en que no quería creer que el sueño que tuvo fuera una señal. Tampoco quería creer que eso significaba que tenía sentimientos profundos hacia él.
Sí, lo invitó a tener sexo con ella y James, pero fue porque sintió que era su única oportunidad de tenerlo y francamente esperó que fuera un acostón que no significara nada. No que David quisiera algo más como se lo propuso cuando se iban.
El fugaz pensamiento de ellos viviendo ahí en la Mansión, conviviendo como familia, compartiendo alegrías y tristezas, cruzó su mente de imprevisto. Se vio claramente acurrucada contra él viendo películas con Henry acompañándolos. Mañanas ajetreadas mientras hacían desayuno y se preparaban para ir a trabajar. Con noches como la de su sueño…
Maldijo el que Henry no estuviera en casa porque al menos así se podía distraer un poco y olvidarse del idiota y encantador príncipe que ahora parecía ser el dueño de sus pensamientos y de sus más profundos anhelos. No cabía duda que en el fondo no había dejado de ser esa ingenua joven que soñaba con el amor verdadero. Se reprochó a sí misma el no haber aprendido ya, que para ella no había oportunidad de ser feliz así.
Se estremeció cuando la puerta se abrió de golpe. Se giró de inmediato y se encontró con David. Tal cual aquella vez cuando llegó para llevarse a Henry.
—¿Es que nadie te enseñó a tocar la puerta, pastor? —dijo evidenciando su molestia. Se puso de pie y le encaró solo para verse rodeada por la cintura por un fuerte brazo y besada sin previo aviso.
Respondió al apremiante beso. Claro que lo hizo. Los labios de David le parecían adictivos y no se iba a privar de ellos, mucho menos cuando era él quien inició todo. Se devoraron mutuamente los labios, acariciando el rostro y cuello con las manos. No se detuvieron hasta que Regina le empujó con las manos para apartarlo de ella e hizo la cabeza hacia atrás poniendo distancia. Sin embargo, David se negó a soltarla.
El corazón de la reina palpitaba con fuerza dentro de su pecho pidiendo a gritos por esa posibilidad en el amor. Le parecía que sí, que era posible. El príncipe no le había dado ni una sola razón para desconfiar de él, pero no se quería ilusionar otra vez. Tenía miedo de terminar como siempre lo hacía cuando se atrevía a amar: rota, sin alas y sin raíces.
—David, sólo fue muy buen sexo en compañía James y es todo —argumentó en un vago intento por hacerlo desistir.
—No, no fue todo —la envolvió con sus brazos con más firmeza por la estrecha cintura—. A raíz de eso es que estoy seguro de que quiero intentarlo —aseveró decidido pues estaba seguro que la reina quería lo mismo. Lo pudo sentir en ese beso que acababan de darse.
Sí, la reina estuvo con los dos, pero la sintió diferente con él. Con James solo hubo sexo y deseo sin ningún tipo de sentimiento. Con él hubo conexión, pasión y entrega a pesar de que todo sucedió al mismo tiempo.
Regina le tomó de los antebrazos y le obligó a soltarla, retrocediendo un par de pasos.
—¿Te escuchas a ti mismo? ¿Qué podemos construir con haber tenido un trío con tu gemelo muerto? ¡Es un pésimo comienzo! —Quería hacerlo reaccionar.
No entendía cómo es que el príncipe quería algo con ella después de verla follar con James. Por el amor de Dios. Ambos habían estado dentro de su cuerpo en todas las formas posibles, al mismo tiempo y él, además de ser partícipe, fue testigo de ello.
—David, eres el abuelo de mi hijo, el ex esposo de Snow. Tenemos un pasado, una historia nada grata. Eres el Príncipe Encantador y yo la ex Reina Malvada y…
—Y eso no me impide querer intentarlo contigo —se apresuró a decir interrumpiéndola para que dejara de poner excusas que a él no le parecían suficiente para renunciar a lo que sentía—. Desde que te rescatamos de Greg y Tamara no he dejado de pensar en ti. En que te expones al peligro sin reparo. En que pareciera que no te importa sacrificarte por toda la ciudad —relamió sus labios y exhaló por la boca—. Sí, admito que al principio fue por mi complejo de héroe, porque a pesar de que eres una mujer fuerte y totalmente capaz, ese afán por sacrificarte termina por ponerte en situaciones en las que necesitas ser salvada.
—Nadie te ha pedido nunca que lo hagas —dijo con un poquito de coraje impregnado en la voz pues bajo ninguna circunstancia se consideraba una damisela en peligro como lo estaba sugiriendo el idiota y guapo pastor.
—Claro que no, porque eres tan orgullosa que eres incapaz de pedir ayuda. Prefieres exponerte para no arriesgar la vida de nadie más sin importar que en el proceso arriesgues la tuya —reviró directo.
—¿A dónde quieres llegar? —preguntó Regina, algo confundida por las declaraciones de David. No entendía si la estaba reprendiendo, reclamando o tratando de convencer.
—A que he desarrollado una extraña preocupación por ti casi desde que se rompió la maldición y cuando menos lo pensé me vi corriendo tras de ti sin importar los peligros que pudiéramos encontrar —se atrevió a tomarle de las manos. Esas bellas manos que ya habían recorrido su cuerpo—. Por lo que haya sido terminamos teniendo sexo, y me importa muy poco que mi hermano muerto haya participado también. Lo que te dije es verdad; quiero intentarlo —soltó una de las manos de la reina y la usó para sostenerle la barbilla y alzar el bello rostro—. Me importa un carajo nuestro pasado y lo que los demás puedan pensar. Tú y yo estamos vivos y merecemos una oportunidad —explicó buscando convencerla.
—No va a funcionar —negó con la cabeza repetidas veces sintiendo el característico nudo en la garganta que indicaba ganas de llorar.
—Si no lo intentamos no lo sabremos —esta vez le tomó del rostro con la mano que tenía en la fina babilla.
Regina le siguió mirando a los ojos mientras se debatía en una lucha interna. En los ojos del príncipe no veía nada más que sinceridad, anhelo y cariño, que esperaba no estar alucinando. Su madre no estaba para decirle que no podía estar con él que era en realidad un simple pastor. Se había separado definitivamente de Snow, era un hombre libre. En realidad, no había nada que se interpusiera entre ellos.
Pasaron unos segundos que a ambos les pareció la vida eterna. David muriendo por una respuesta afirmativa y Regina debatiéndose con sus demonios internos.
Tenía incontables motivos para decirle que no porque encima de todo sentía que no valía la pena volverse a arriesgar, pero para su mala suerte, dentro de ella aún vivían sus sueños de encontrar el amor y tener un felices para siempre. Y fue por eso que Regina asintió un par de veces, haciendo que el príncipe sonriera de oreja a oreja con entusiasmo.
—No voy a caer rendida a tus pies —advirtió alzando una ceja con aire sugestivo y retador.
—No puedes caer a mis pies —se inclinó despacio y le causó ternura que la reina no se moviera, que aguardara por lo que fuera que quisiera hacer—. Porque yo ya estoy a los tuyos, Majestad —le dejó un beso en la mejilla y la escuchó exhalar por la boca.
Los labios de la reina buscaron los suyos y David se perdió en el beso entregado que le estaba dando. La envolvió entre sus brazos y la pegó lo más que le fue posible a su pecho. Poco a poco el beso se tornó apasionado y fue el punto en que Regina decidió dar por terminado ese bello momento.
—Es hora de ir a trabajar —susurró sin aliento.
—Como tú ordenes, Majestad —le dio un pequeño beso en los labios haciéndola sonreír de nuevo.
—David, necesito hablar con Henry de esto, antes de nada. No me gustaría que se enterara por alguien más —dio un largo suspiro. Tenía un poco de miedo, no lo iba a negar. Temía que su hijo no fuera a tomar bien la noticia y prefería ser ella quien se lo dijera cuanto antes.
Una cálida y fuerte mano se posó en su mejilla haciéndola cerrar los ojos por la ternura del tacto.
—Ya verás que lo tomará bien —aseguró dándole un beso en la frente.
Regina se sorprendió. Era como si el príncipe hubiera adivinado su sentir y eso llenó su corazón de ilusión pues le hacía sentir con firmeza que estaba haciendo lo correcto al aceptar esa nueva oportunidad en el amor.
David llegó a la estación y se llevó un buen susto al ser recibido por una ansiosa Emma que parecía estar conteniendo la emoción. No se suponía que iría a trabajar hasta dentro de unos días.
Aun así, le llenaba de alegría verla motivada, activa y sobre todo entusiasmada por saber que le había ido muy bien con Regina. Jamás imaginó que fuera algo que su hija abrazaría con tanta facilidad, pero tal parecía que ella lo conocía mucho mejor de lo que él pensó.
Emma misma se lo dijo. Sabía del interés que tenía por Regina, solo que nunca lo mencionó ni para bien, ni para mal. Y ahora hasta le estaba ofreciendo su ayuda cuando le contó que quería hacer algo especial.
Por su parte, la reina tuvo un arduo día de trabajo en la alcaldía. El haberse ausentado de los asuntos de la ciudad por algunos días había hecho estragos en su agenda. Hizo una pausa a la hora de la comida y decidió ir a recoger a Henry a la escuela. Fueron a comer a Granny's, después por un helado y luego a dar un paseo al mismo sitio donde fueron cuando Henry no tenía sus recuerdos y no sabía que ella era su madre.
—Ya dime lo que quieres decirme —pidió suspicaz sorprendiendo a Regina gratamente. Lo pudo notar porque su madre abrió los ojos grandes y le miró con advertencia—. Soy tu hijo y te conozco bien —Regina sonrió orgullosa.
—No cabe duda que lo eres —le tomó del rostro y besó su frente con amor.
—¿Y bien? —inquirió impaciente.
—Bueno… —aclaró la garganta y se acomodó en la banca, juntando las piernas y las manos sobre su regazo. Estaba nerviosa—. Ocurrió algo no planeado entre David y yo en el Inframundo y hemos decidido darnos una oportunidad —terminó con un hilo de voz porque no podía creer ella misma lo que decía. Le parecía tan irreal estar en esa situación.
—¿Una oportunidad en el… amor? —preguntó dubitativo, algo confundido por la noticia que le estaba tomando completamente por sorpresa.
—S-sí.
Henry frunció ceño y labios con semblante pensativo. Regina moría por los nervios y la ansiedad mientras aguardaba por el veredicto del preadolescente. Ahora sabía bien lo que David pasó en la mañana esperando por su respuesta. Hasta que por fin asintió y la reina sintió que le regresaba la vida al cuerpo.
—Me agrada —miró de reojo a su madre quien le miraba atenta—. Sé que David no te hará daño.
—Henry… —le conmovió profundamente que su hijo estuviera preocupado por ello y al mismo tiempo le hacía feliz que no estuviera preocupado porque ella pudiera estar actuando de mala fe. Henry confiaba por completo en ella ahora.
—Quiero que seas feliz y siento que el abuelo puede ser el indicado. Después de todo es el Príncipe Encantador —le sonrió divertido pues Regina arrugó el gesto negando un poquito, como si desaprobara ese hecho—. Te lo mereces, mamá —se giró y abrazó a su madre con todas sus fuerzas.
—Te amo mi pequeño príncipe —susurró con amor.
—También yo a ti —se separaron y Regina le acarició el rostro.
—¿Cómo está Emma? —agarró su bolso y se puso de pie, indicando con ello que ya se iban. El preadolescente le siguió.
—Mucho mejor que la vez anterior —respondió—. El día de hoy se despertó muy animada y quiso ir a la estación. —Siguió contándole mientras caminaban por la orilla del pequeño lago.
Tan pronto como Regina dejó la Mansión para regresar a la alcaldía, Henry llamó a Emma para contarle lo que la reina le acababa de decir. Su entusiasmo se incrementó al saber que su otra madre ya lo sabía y que estaba igual de emocionada que él.
Y mientras seguían hablando David recibió un mensaje de Regina diciéndole que habló con Henry y que todo había salido muy bien.
La mañana del día siguiente transcurrió normal para la reina. Se despertó recordando haber vuelto a soñar con una vida junto al príncipe. Se duchó, se alistó y bajó a preparar desayuno solo para ella pues Henry había vuelto a ir a casa de Emma a pasar la noche.
Sobre el comedor acomodó su portafolios y una parte de ella anhelaba ver a David entrar por esa puerta de nuevo como la mañana anterior, pero no fue así. Por un breve momento se preguntó si el príncipe se había arrepentido. Dio un largo suspiro mientras tomaba sus cosas y, apartando esos pensamientos negativos de su mente, se fue a la alcaldía.
Irónicamente la ciudad lucía totalmente normal. No parecía haber pasado por ninguna dificultad cuando lo cierto era que desde que se rompió la Maldición, Storybrooke había sufrido mucho daño. En ese aspecto se parecía a ella y a pesar de todo seguía ahí, de pie, intentando creer en el amor de nuevo.
Llegó a la alcaldía, descendió de su Mercedes. Entró al edificio, le dio los buenos días a la secretaria y, al entrar a la oficina, encontró sobre su escritorio una rosa blanca. Cerró la puerta tras de sí, caminó con lentitud hasta el mueble, tomó la rosa y de inmediato la acercó a su nariz para olerla. Sonrió llena de emoción y mordió tentativamente su labio.
Una rosa… ¿cómo se le había ocurrido? Daniel había sido el único que llegó a sorprenderla un par de veces durante sus lecciones de cabalgata. Cortaba una flor para ella a escondidas y se la entregaba en un gesto lleno de ternura.
Suspiró nostálgica volviendo a aspirar el aroma de la rosa que rozó sus labios permitiendo sentir la suavidad de los pétalos. Era como una tierna caricia que le hizo ansiar que David se los tocara así. Tener esos pensamientos la hacía sentirse ridícula. No era una adolescente en vías de enamorarse y sin embargo ahí estaba, soñando con el amor, a punto de aventurarse una vez más. Solo tenía que permitirse a sí misma el dejarse llevar.
Se estremeció a tal punto de casi dar un pequeño saltito cuando el timbre de su móvil sonó, asustándola. Dejó la rosa y sus cosas sobre el escritorio para sacar el aparato. La emoción y el nerviosismo se apoderaron de ella cuando vio en la pantalla el nombre de David.
—¿Sí? —respondió tratando de contener el cúmulo de emociones.
—Buenos días —saludó sonando como el príncipe encantador que era. Y sí, ese encanto natural de David le parecía irresistible a Regina.
—Buenos días —respondió el saludo y aguardó ansiosa, sin saber si debía agradecerle por la rosa o si él la mencionaría primero.
—¿Te gustó el detalle? —preguntó. Se escuchó muy interesado.
—Mucho —dijo al tiempo que soltaba un suspiro imprevisto que la hizo sorprenderse a sí misma.
—Es una rosa blanca porque voy a demostrarte que lo que te estoy ofreciendo es puro y sincero. Algo que me encantaría fuera sólido y eterno. Lo quiero contigo y con nadie más, Regina.
—¿Regina? —preguntó ceñudo al no escuchar nada y miró preocupado a Emma quien desde su escritorio le brindaba apoyo.
Una nube de humo morado se formó frente al sheriff y acto seguido tenía a la hermosa alcaldesa de Storybrooke tomándolo del rostro con una mano para juntar sus labios con los de ella en un beso cargado de esa misma pureza y sinceridad que él prometió. En la otra mano sostenía la rosa blanca.
La rubia solo se quedó mirando con ojos abiertos y sin saber cómo reaccionar porque una cosa era alentar a su padre a conquistar a la reina, pero una muy distinta verlos besándose enfrente de ella. Decidió salir con sigilo para pasar desapercibida y dejarlos vivir ese romántico momento.
Terminaron el beso cuando el aliento les faltó y ambos exhalaron mientras se miraban a los ojos. David alzó una mano para acariciar con delicadeza una de sonrosadas mejillas. Regina cerró los ojos, ladeando la cabeza un poco, rindiéndose ante esa tierna caricia que contrastaba en demasía con lo apasionado y arrebatado que fue en el Inframundo.
—¿Me permites llevarte a cenar? —preguntó. Los ojos castaños se abrieron de golpe y buscaron los suyos. Parecía realmente sorprendida.
—¿Como si fuera una cita? —preguntó insegura de estar entendiendo bien a lo que se refería. No quería malinterpretar. Sería vergonzoso.
—Sí. Me encantaría llevarte a cenar o a comer. Lo que gustes.
—Cenar está bien —asintió con una sonrisa algo fingida por el nerviosismo que sentía al verse en una situación desconocida.
Nunca había ido a una cita como tal. Lo más que tuvo fue la velada en la oficina con Robin que sucedió sin plan alguno. Sabía de las citas por las mil películas y libros que había visto y leído a lo largo de los veintiocho años de la Maldición.
—No tenemos qué hacerlo si no quieres —ofreció al notar la incomodidad en Regina.
—Sí, sí quiero —se apresuró a decirle. Cerró los ojos un momento y negó. Exhaló con fuerza y los abrió—. Es que me sorprende que quieras tener una cita conmigo tomando en cuenta que ya tuvimos sexo.
—Y muero porque lo volvamos a tener, pero no quiero que esto sea solo sexo. Te deseo y mucho, a cada segundo —rio y ella sonrió de medio lado por los recuerdos que venían a su mente—, pero no es todo lo que me interesa de ti.
—Nunca he tenido una cita —confesó y una sonrisa socarrona se dibujó en el apuesto rostro.
—Soy el primero entonces —ella torció los ojos y él rio.
—Ni que fuera una adolescente virginal.
—Oh, sé muy bien que no lo eres —le acarició la cintura y ella le miró alzando una ceja en advertencia por lo sugestivo del comentario pues sabía muy bien a qué se refería—. Gracias por decírmelo —le volvió a besar en los labios.
—A las ocho. Sé puntual —relamió sus labios y le acomodó el cuello de la camisa.
—Cómo ordenes, Majestad. —Se inclinó de nuevo para besarla, pero Regina desapareció en una nube de magia morada dejándolo con las ganas.
—No la puedes llevar a Granny's y en definitiva no puede ser en mi casa —dijo Emma mientras ayudaba a David a pensar—. ¿Tu apartamento o el restaurante al que me llevó Killian? —preguntó.
—Me gustaría que fuera algo especial. Intimo.
Ambos voltearon al escuchar pasos acercándose. Era Henry, que venía con su mochila repleta.
—Le dije a mamá que me quedaría contigo hoy por lo de la cita —dijo como si fuera lo más natural del mundo. Los dos adultos lo miraron, luego se miraron entre sí con expresiones alteradas —¿Qué? —preguntó—. Sé cómo funcionan: la llevas a cenar, luego a casa y tienen sexo.
—Ay, por Dios —Emma se llevó una mano a la frente y David se aclaró la garganta. Se cruzó de brazos y miró ceñudo a su nieto—. Dime que no sabes eso por mí. Tu madre me va a matar —dijo angustiada.
—Obvio no, ma —torció los ojos tal cual Regina solía hacerlo—. Es por libros y películas. —Prefirió no dar más detalles. Eran artículos que su madre tenía en una caja en el garaje que él veía y leía a escondidas—. ¿A dónde la vas a llevar? —preguntó al sheriff cambiando de tema al que verdaderamente importaba.
—Estoy pensando —respondió sin dejar de mirar a Henry como si recién lo conociera.
—Tiene que ser algo especial. Eres el Príncipe Encantador y ella, sin importar lo que haya pasado, es una Reina, fue una princesa y es mi mamá. Merece algo a su altura.
David y Emma se voltearon a ver nuevamente, esta vez sorprendidos de la manera en que Henry abogaba por su madre.
—¿Alguna sugerencia? —preguntó el príncipe muy interesado en lo que su nieto pudiera estar pensando.
—Tengo una idea, pero vamos a necesitar magia. —Sonrió de medio lado.
David llegó puntualísimo a la Mansión Mills. De hecho, fueron varios minutos antes porque quería tocar el timbre a las ocho. Ni un minuto más, ni uno menos.
Dentro de la Mansión, Regina se miraba al espejo que estaba en el recibidor. Acomodaba su cabello, revisaba su maquillaje y el vestido vino que había elegido para la ocasión. Veía el reloj cada dos segundos a la espera de la hora que no tardó mucho en llegar. Aunque a ambos les pareció eterna la espera.
El timbre sonó, la reina inhaló profundo y bajó los pequeños escalones de la entrada para abrir la puerta.
—Buenas noches —saludó el príncipe tan pronto como la vio.
—Buenas noches, encantador —le regresó el saludo mientras lo veía mirarla de la cabeza a los pies con disimulo.
—Estás bellísima —su sonrisa se ensanchó al ver que la reina agachó la cabeza y se acomodó un mechón de cabello tras la oreja en un gesto típico de ella que a David le encantaba. Ahora se daba cuenta que también lo hacía cuando se emocionaba—. ¿Vamos? —Hizo un gesto con la mano para permitirle el paso antes que él.
Regina asintió, salió de la Mansión, la puerta se cerró con magia y ambos empezaron a caminar hacia la acera. Llegaron a la camioneta y por supuesto que el príncipe le abrió la puerta para que subiera.
—Tú también te ves muy bien —dijo con una sonrisa seductiva. Se subió mientras lo veía asentir y sonreír con emoción.
David llevaba unos pantalones negros, una camisa azul fuerte con un par de botones desabrochados y una chaqueta también negra. Tan pronto como el príncipe subió encendió el motor. Regina se colocó el cinturón de seguridad.
—¿Lista? —preguntó.
—Puedes apostarlo —respondió con su habitual tono de voz retador, aunque por dentro seguía nerviosa por cómo sería su primera cita y además, era una cita con David Nolan, el mismísimo Príncipe Encantador.
Llegaron al lugar que Regina menos esperó aun cuando se dio cuenta que se dirigían al bosque. Era la cabaña de Gold y eso encendió un poco sus alarmas por puro instinto.
—Henry se la pidió —aclaró cuando notó que Regina no parecía muy convencida.
—¿Le pidió algo a cambio? —preguntó con voz sombría y desconfiada pues se trataba del Oscuro.
—No. También es su nieto —le recordó.
La reina soltó un gruñido de fastidio y se cruzó de brazos. El príncipe bajó, rodeó la camioneta y abrió la puerta del copiloto. Le ofreció una mano para ayudarla a bajar. Regina le miró de reojo, pero luego de unos segundos donde David no flaqueó, tomó la mano que le era ofrecida, descendió y caminaron hacia la puerta de la cabaña que se sentía cálida.
—Te prometo que todo está bien —aseguró tomando la perilla de la puerta. La giró y abrió para que ella entrara—. Adelante, Majestad.
Regina emitió una sonrisa con labios pegados e hizo lo indicado. Cuando estuvo dentro se dio cuenta que las luces estaban apagadas. El lugar estaba iluminado por la luz del fuego de la chimenea y por algunas velas que estaban estratégicamente distribuidas creando un ambiente cálido, acogedor y a la vez romántico pues en el centro había una mesa.
El mantel era negro, había platos blancos con servilletas negras haciendo un elegante contraste. Un centro de mesa con rosas rojas rodeado de pequeñas velas con pétalos rojos esparcidos entre las mismas, las copas y las botellas de vino.
—Es… —se quedó sin palabras por lo hermoso que se veía todo y lo especial que extrañamente le hacía sentir. Que se hubiera preocupado por los detalles era muy significativo y no sabía cómo manejarlo.
David no esperó a que dijera nada más. La tomó de ambas manos y retrocedió haciéndola avanzar hasta la mesa. Jaló la silla para ella ayudándola a acomodarse al sentarse.
—¿Tú hiciste todo esto? —preguntó viendo con detenimiento lo que había sobre la mesa. Apreciando los detalles.
—Emma y Henry me ayudaron —confesó. Abrió una de las botellas y sirvió champagne para ambos. Cuando cada quien tuvo una copa en la mano, David propuso: —Brindemos por tu primera cita. —Regina asintió mucho más relajada que cuando llegó. Chocaron sus copas y bebieron un poco—. Y ahora por nosotros. —Alzó la copa de nuevo.
La reina le miró a los ojos, esos hermosos ojos que a veces le parecía que reflejaban la inmensidad del mar. Esos azules ojos que le miraban llenos de esa promesa que ahora atesoraba en el corazón con gran anhelo porque fuera posible.
—Por nosotros —soltó un pequeño suspiro que pareció venir desde su alma. Volvieron a chocar sus copas y beber.
—Espero te guste la cena —sonrió algo nervioso y acto seguido, sus platos se sirvieron después de que una nube de humo blanco los envolviera—. La preparé yo. Es filete de res con salsa de mostaza. No es tan bueno como tu lasaña, pero… —se aclaró la garganta—. Quería cocinar algo personalmente para que fuera especial.
—Se ve delicioso —dijo. Se mordió el labio inferior pues no quería reírse. Le parecía adorable la preocupación de David y le conmovía el esfuerzo que hizo por agradarle.
El príncipe sonrió con emoción y comenzaron a degustar entre comentarios y risas. Ambos la estaban pasando tan bien como aquella noche aún bajo la Maldición.
—Nunca pensé que cocinaras tan bien, encantador. —Regina bebió otro trago.
—Dotaste a David Nolan de ciertas habilidades de las cuales ya fuiste testigo —le alzó una ceja haciendo expresión sugestiva. La reina rio y negó con la cabeza.
—Pensé que era algo del Príncipe Encantador.
El sheriff negó con la cabeza manteniendo la mirada baja. Era difícil explicar lo que sucedió en aquella habitación de la lúgubre Mansión. Recordaba sus noches con Kathryn, con Snow en el bosque y en Storybrooke, y jamás llegó a comportarse de la forma en que lo hizo con Regina. Eran como deseos reprimidos que al fin salieron a la luz.
—No iba a dejar pasar mi oportunidad contigo otra vez. No me emocionaba la idea de que James fuera a participar, pero iba a ser el idiota más grande del mundo si no acepta otra vez —lo último lo dijo bajito y alzó la mirada para encararla.
La palabra "otra vez" retumbó en la cabeza de Regina e inmediatamente entendió a qué se refería con ello.
—Bueno querido, te recuerdo que me rechazaste aquella vez —le dijo con recelo, dejando de lado que en ese momento quería llevarse a David a la cama para que su maldición siguiera intacta. Y es que el haber sido rechazada la lastimaba profundamente, aunque sonara absurdo.
El príncipe asintió con la cabeza y agregó:
—Esa noche te rechace porque me asustó lo que estaba sintiendo por ti. Estaba confundido. Se suponía que estaba casado y había algo inexplicable que me llamaba hacia Snow. Pero luego tú te cruzaste en mi camino, me ofreciste tu amistad. Me habías hecho compañía en el hospital. Después apareciste con esa hermosa y torpe actuación con el problema de tu coche —sonrió al recordar—. No quería retorcer más las cosas. No era justo para ti. Tú eras la alcaldesa y tenías un hijo que en ese momento te estaba rechazando por la llegada de su madre biológica. Pensé que podía hacerte daño y no quería —confesó sincero.
—David… —Las palabras del príncipe la tomaron por sorpresa. Jamás imaginó que esa fuera la razón del desaire que le hizo—. No podemos comenzar nada si no aclaramos primero las cosas —soltó el aire por la boca—. Hiciste lo correcto al no aceptar. A pesar de que me gustabas, que te tenía ganas —se estaba esforzando por ser sincera—, mis intenciones no eran buenas. Lo estaba haciendo porque quería mantener la Maldición intacta —se sintió pésima al contarle de sus malvadas intenciones. Pensó en decirle que entendía si no quería nada con ella después de saberlo, pero David siguió hablando:
—Es como si de alguna forma la historia se hubiera reescrito. Estamos cenando nuevamente, solos, con algunas velas. Esta vez yo cociné, no hay maldición, ni matrimonios, ni confusión. Sé perfecto quien eres y quien soy, pero lo más importante Regina, es que sé lo que siento por ti. —Vio la sorpresa en el bello rostro de la reina.
Se puso de pie, llegó hasta ella y le ofreció una mano que esta vez no dudó en tomar. La llevó hasta el centro del lugar sin dejar de verla. La tomó de la cintura con la mano derecha y con la izquierda tomó la derecha de ella.
—David…
—Solo hazlo como te enseñé —pidió con cariño y emoción a la vez al notar inquietud en ella.
Una suave melodía comenzó a sonar. Era una canción romántica que Regina no reconoció. David la pegó más a su cuerpo e inició los movimientos que la reina siguió con facilidad. Sin que pareciera que no hacía mucho él le tuvo que instruir en Camelot.
La reina soltó el agarre de sus manos y le envolvió por el cuello con ambos brazos sin dejar de bailar esa bella canción que estaba escuchando con atención.
—...tú corazón contra mi pecho —cantó el príncipe, suave y firme. Inhaló profundo perdiéndose en la hermosa sensación de tenerla tan junto a él y sonrió al sentir los labios de la reina en su cuello, tal cual lo decía la estrofa que seguía, haciéndole saber que estaba con él en ese momento. Sintiendo lo mismo.
Cuando la canción terminó iniciaron un beso que duró algunos minutos, entre pequeñas pausas para tomar aire. David la sostenía por la estrecha cintura con una mano y la otra un poco más abajo, tocando con sus dedos el inicio del perfecto trasero.
—Lo hiciste muy bien —suspiró sonriente.
—Te mentí. Sé bailar —dijo apenada—. Es imposible tener una madre como la mía y no ser experta en ello —argumentó con ironía.
—¿Por qué dijiste que no sabías? —preguntó curioso y le acomodó el cabello tras la oreja con cuidado.
Ella fue la que propuso aclarar las cosas entre ellos y eso implicaba hacer ese tipo de confesiones, aunque resultara incómodo.
—Porque quería sentirme entre tus brazos. —Perfecto, ahora se sentía ridícula por haber actuado de esa forma—. Siempre me has gustado. Lo hice por eso, y por eso propuse el trío sin miramientos.
—Señorita Mills. —Fingió estar alarmado—. Podría arrestarla por mentirle a la autoridad —bromeó jugando con la situación, pero procurando no llegar a la burla.
—Siempre y cuando quieres terminar envuelto en una bola de fuego —reviró.
—Mientras sea en tu fuego, yo encantado —dijo sugestivo y Regina esbozó una engreída sonrisa de medio lado—. ¿Te está gustando tu primera cita? —preguntó volviéndola a besar en los labios.
Por respuesta, Regina hizo sonar una canción que era conocida para David. Se separó de él, pero le tomó de las manos y empezó a bailar al compás de "The Time of my Life". El príncipe no dudó en seguirla sin dejar de admirar lo bien que se movía. Esos movimientos sensuales de caderas que le hipnotizaban.
Era hermoso porque con esa canción la reina le estaba diciendo cómo se sentía en ese momento. Casi para terminar, la ayudó a girar un par de veces, le colocó el brazo derecho a media espalda y ella no dudó en echarse hacia atrás. Se arqueó tanto que el rostro de David quedó en los pechos de Regina. Por lo que recorrió tentativamente por entre medio de ellos, apenas rozando con su nariz.
La alzó y se dieron un beso apasionado, con manos acariciando el cuerpo del otro.
—¿Hay una cama? —preguntó Regina pues a pesar de haber estado ahí un par de ocasiones no conocía el lugar como tal.
—Sí —respondió mientras la besaba de nuevo y la llevaba hasta la puerta de la habitación que abrió.
Entraron dando trompicones contra sus mismos pies y el suelo, pues no querían dejar de tocarse. Cayeron a la cama y fue cuando Regina se dio cuenta que había pétalos sobre la misma, velas aluzando el lugar y que las colchas eran negras también. Solo esperó que los pétalos no estuvieran formando algún corazón o alguna figura en especial puesto que no la vio.
Se volvieron a besar y se movieron hasta quedar en el centro de la cama para evitar caer con alguna maniobra. David estaba sobre ella, con rodillas apoyadas en la cama a cada lado de su cuerpo. Él le baja el cierre del vestido y ella abría la camisa azul que terminó por sacar él mismo.
—Espera —dijo jadeando y deteniendo cualquier movimiento. La reina se apoyó en los antebrazos para alzarse un poco—. No es obligación que tengamos sexo en nuestra primera cita.
—¿De verdad piensas que no quiero?
—No, yo… —trató de explicar.
—Es un gesto encantador y puedes estar tranquilo de que extrañamente me gusta que seas así conmigo, pero en este momento prefiero menos palabras y más acción.
Ambos estuvieron desnudos en un segundo gracias a la magia de Regina que se sentía un tanto impaciente por volverlo a sentir. Ahora eran ellos dos solos. Como cuando terminó dentro de ella.
—No te muevas —solicitó cuando lo vio intentar quitarse de esa posición. La reina se deslizó hacia abajo hasta quedar frente al miembro que estaba erecto. Colocó sus manos en los muslos del príncipe.
Desde esa posición lo podía ver bien. Tenía una expresión muy seria, como concentrada, pero le miraba expectante con una ligera súplica dibujada en el rostro. Dejó que el glande acariciara sus labios un par de veces y después lo besó. Lo envolvió, le acarició con la lengua, escuchó un suave "joder" y entonces lo chupó con fuerza. El gemido que David emitió fue música para sus oídos.
Regina alzó más la cabeza introduciendo una buena porción del dotado miembro en su boca. Luego se retiró y repitió. En cada ir y venir procuraba acariciar con sus labios y lengua. Gimió encantada cuando los dedos de David acariciaron su sexo. Abrió más las piernas para facilitarle el acceso.
Las vibraciones sobre su miembro cada que Regina gemía se sentían fabulosas. Sus dedos estaban ya húmedos a pesar de que no los había introducido en ella. Solo le acariciaba los pliegues y el clítoris que podía sentir duro. Cuando lo hacía, la reina se estremecía y gemía con mayor intensidad.
Cuando los muslos le comenzaron a temblar decidió dar por terminado ese maravilloso juego previo que lo tenía a punto. Se quitó sacando su miembro de la cálida boca, dejando que los jadeos de la reina resonaran por la habitación.
Tomó la rosa blanca que estaba sobre las almohadas y se recostó al lado del hermoso cuerpo desnudo de Regina quien vio atenta la flor por un momento para luego mirarlo a él. Ella puso la mano derecha sobre su amplio pecho.
Inhaló profundo dejando que la delicada rosa tocara el rostro de la reina. La mejilla izquierda, los labios. Descendió por el cuello. Lo hacía con cuidado para hacer que el paso de la flor fuese la más tierna de las caricias. Rodeó ambos pechos y acarició luego los duros pezones que se erguían ante sus ojos como una sutil invitación a chuparlos.
Regina se contrajo un poco cuando la rosa pasó por su torso, rodeó su ombligo y se deslizó con lentitud por su vientre hasta llegar al sutil vello púbico que adornaba su monte de venus. Se le entrecerraron los ojos y pegó más su mano al pecho cuando los pétalos acariciaron su sexo.
Arriba, abajo, causando un intenso cosquilleo por la sensibilidad ante la estimulación previa.
—Una rosa blanca —murmuró el príncipe sin detenerse. Las caderas femeninas empezaron a moverse—. No olvides mi promesa —volteó a verla y por Dios que casi se viene al verla tan excitada—. Esto es puro, sincero y voy a esforzarme todos los días para que sea eterno.
Se abalanzó sobre ella para besarla. Dejó la rosa a un lado de ellos y se acomodó sobre Regina quien abrió las piernas permitiéndole acomodarse.
No hubo más palabras, solo un asentimiento cuando David volvió a verla para confirmar si deseaba que se introdujera en ella. La penetró primero con un dedo, tomó el pezón derecho en su boca. Lo succionó con ganas y lo acarició con su lengua. Metió otro y cambió de pezón para hacer lo mismo. Luego subió para besarle la mandíbula.
—Ya —pidió Regina, aunque su petición sonó como demanda. Había cosas que no podía cambiar en ella.
El príncipe retiró sus dedos. Usó la humedad para mojar más su miembro, que aún tenía restos de saliva, para facilitar la penetración. Presionó con el glande la estrecha entrada y sintió que se vendría cuando la reina se agarró de su cintura, abrió más las piernas y se empujó contra él haciendo que su miembro se viera abruptamente envuelto en el estrecho, ardiente y húmedo interior de Regina.
—Joder —gimió con dientes apretados.
—Encantador —jadeó la reina con el rostro contraído en una mezcla de placer y ligero dolor por las dimensiones del príncipe—. Te sientes tan bien.
—Tú también —se apresuró a decir buscando distraerse en algo para no venirse.
—Házmelo como en el inframundo —demandó porque no quería que la tratara como una adolescente virginal solo porque esa era su primera cita.
David asintió y sonrió sabiendo a lo que se refería. Se retiró casi por completo y se introdujo de nuevo en una sola estocada que provocó que Regina se arqueara.
—Sí —siseó gustosa alzándose en los antebrazos. Le puso una mano en el vientre cuando David empezó a repetir la acción. Una y otra vez—. ¡Así! —gimió excitada echando la cabeza hacia atrás.
No estaba siendo rudo, ni salvaje mientras la penetraba. Era pura pasión por la que estaba siendo movido. Regina lo podía sentir con claridad. Sus piernas se mecían en el aire al compás del ritmo que David imponía mientras una deliciosa sensación hacía que su piel se erizara por lo bien que se sentía.
De un momento a otro las manos la sostuvieron por la cintura y la alzaron de la cama. El movimiento hizo que sus ojos rodaran hacia atrás porque cada vez que el miembro entraba golpeaba justo en lo que ahora sabía era su punto G. Una zona especial dentro del canal vaginal que la hacía ver estrellas cuando era correctamente estimulado y, en ese momento, lo estaba siendo.
—Voy a venirme —gimió sin aliento mientras se retorcía un poco por las contracciones que nacían en su vientre—. ¡Oooh, David! —gritó el nombre del príncipe al llegar.
Él sacó su miembro para no venirse. La dejó con cuidado sobre la cama, aunque la reina se retorcía con las oleadas del orgasmo. Regina tenía un brazo sobre la boca, ojos cerrados y ceño fruncido. Le acarició el torso y el temblante vientre hasta que todo cesó.
—En cuatro, Majestad —solicitó y la reina no demoró en colocarse en esa posición—. Cabeza abajo —indicó—. Dios, como amo tu trasero —la escuchó reír y dejó un beso justo donde la espalda baja terminaba.
—¿Vas a besar el trasero de tu reina? —preguntó sugestiva volteando a verle desde esa posición. Lo vio cerrar los ojos y sonreír porque le tomó por sorpresa la pregunta. Soltó un jadeo sorpresivo cuando David le abrió las nalgas y besó su orificio anal, pero luego bajo hasta encontrarse con su sexo que también besó como si le estuviera besando en la boca.
No pudo evitar apoyarse en las manos y empujar contra el rostro del príncipe para que la lengua llegara más profundo en ella. Pegó un pequeño grito cuando le dio una nalgada.
—Abajo de nuevo. Totalmente acostada —solicitó David, ayudando a Regina a ponerse en la posición que quería. Le juntó las piernas y se subió sobre ella.
Agarró la rosa de nuevo. Le acarició ahora la nuca, los brazos y se esmeró en el recorrido que hizo por toda la espina dorsal hasta subir por la hermosa curvatura del trasero de infarto. Le acarició las nalgas, cada una de ellas y por el medio de las mismas. Le acarició de nuevo el húmedo y follado sexo con la rosa, y Regina se estremeció otra vez.
—Más. —Le gustaba el intenso cosquilleo que la delicada caricia le hacía sentir. Gimió gustosa al ser complacida con más de esa estimulación que culminó con el miembro del príncipe volviendo a entrar en ella.
Esta vez lo hizo con calma, como saboreando cada milímetro que metía en su sexo que se apretaba alrededor de la gruesa circunferencia. Era exquisito, al punto del delirio en esa posición. No pudo evitar alzar un poco el trasero cuando David inició el acto de penetración.
Ahora empezó con una velocidad considerable porque moría por venirse y no iba a aguantar mucho. Volvió a agarrar la rosa y la dejó justo sobre la espalda de la reina que empujaba el bello trasero contra él encontrando un ritmo perfecto y sincronizado.
La rosa se movía de adelante hacia atrás con el movimiento de ambos. David se detuvo estando dentro. Metió una mano por debajo del cuerpo de la reina alcanzado el sexo que estaba casi goteando con los fluidos de la excitación de ambos.
Regina se estremeció y aferró con ambas manos las colchas bajo ella cuando su clítoris, sensible e hinchado, fue masajeando con fuerza. Él quitó esa mano y la sustituyó por la otra. Los dedos empapados masajearon su orificio anal. La reina se mordió el labio inferior al sentir esa estimulación, pero luego resolló y apretó los ojos cuando un pulgar la penetró por ahí.
—Vente, Regina —demandó con voz grave y se esmeró más. La presión en su dedo era extrema. Pudo sentirla apretarse más y con más frecuencia a su miembro, como si se estuviera contrayendo. Lo cual indicaba que no faltaba mucho—. Vamos, hazlo. —Se retiró un poco y la penetró de nuevo un par de veces.
—¡AAaahhh! —la reina gritó contra la almohada. Fue un grito de éxtasis, de puro exquisito gozo que provocó más el deseo de David.
Continuó con sus movimientos, retomando el ritmo inicial. Lo hizo mientras Regina seguía con las oleadas del orgasmo. Se retorcía por momentos y la rosa cayó de su espalda. La escuchó lloriquear de placer así que siguió. No sacó el pulgar, quiso seguir disfrutando del fiero agarre del interior de la reina por ese lugar que de pronto se apretaba más amenazando con cortar la circulación. La presión que sentía sobre su miembro gracias a las suaves y estrechas paredes estaba a nada de hacerlo llegar.
—¿Lo quieres dentro? —preguntó empezando a gruñir pues estaba muy, muy cerca.
—Ajá… Lléname, encantador.
—¡Por Dios, Regina! —gritó y luego gruñó. Sacó su pulgar y la aferró con fuerza por la estrecha cintura mientras se encorvaba y se venía en el apretado interior. Llenándola con su semen como lo pidió.
La reina saboreó la placentera sensación de sentir el semen ardiente derramándose dentro de ella, así como los intensos tirones del grueso miembro que tenía muy dentro.
Cuando terminó, siguió penetrándola ahora con lentitud, haciendo que el semen saliera junto con su miembro manchando la negra tela bajo ellos. Se recostó sobre la cama, a un lado de ella mientras que Regina se acomodaba a su lado. Se besaron hasta quedar sin aliento.
—Es la mejor primera cita que jamás hubiera imaginado siquiera tener —sonrió contra los labios del príncipe que sonrió por igual. Cerró los ojos al sentir un beso en la frente.
—Me alegro porque, si vamos a seguir juntos, tú vida será así de ahora en adelante —contuvo el aliento cuando la rosa blanca apareció sobre su pecho, más específico donde estaba su corazón. Una mano de Regina se colocó justo ahí y se acurrucó más junto a él.
Storybrooke era una ciudad pequeña, así que la noticia de la relación de David y Regina se supo de inmediato. A muchos les pareció escandaloso. A algunos les disgustó. Para otros fue sorpresivo, o les fue indiferente. Y estuvieron los que se alegraron.
Regina decidió no darle importancia a lo que la gente pensara. Le bastaba con que Henry estuviera de acuerdo y claro, con lo que ella y David sentían por el otro. Así que muy pronto se les comenzó a ver juntos en la alcaldía, en la comisaría, en el apartamento del príncipe o en la Mansión
A los pocos días, David se mudó a la Mansión y desde ese momento pasó a formar parte de la familia Mills. Fue así como el sueño de Regina comenzó poco a poco a volverse realidad. Mañanas ajetreadas, pero divertidas con él y Henry. Comidas familiares con Emma incluida. Tardes de películas con ellos acurrucados y su pequeño príncipe a su lado. Noches maravillosas haciendo el amor sin descanso donde algunas veces los sorprendía el amanecer. Era inigualable quedarse dormida entre los amorosos brazos de David y despertar acomodada en su pecho.
—Me estoy enamorando de tus ojos —tarareó una estrofa de la canción que bailaron en la cabaña y sonrió enamorada al verlo sonreír mientras despertaba.
—Bésame como quisieras ser amada —cantó también con voz rasposa y capturó los carnosos labios en un beso lleno de amor.
El sexo por las mañanas le encantaba a David. Era algo que traía en el alma por aquello de ser pastor. Siempre era rápido, sin mucho preámbulo, pero intenso. La embestía con el brío de la mañana y Regina lo disfrutaba y adoraba por igual.
—Ya no se siente como si me fuera a enamorar. —El príncipe jadeó sobre la boca de la reina después de terminar dentro de ella—. Estoy enamorado, muy enamorado.
Y Regina fue ahora quien le besó, envolviendo el varonil cuerpo con sus brazos y piernas.
Algunos meses después festejaban el cumpleaños de David en la Mansión. Había muchas más personas que las que a Regina le habría gustado tener en su casa. Entró a la cocina para tomar un poco de aire y se encontró con Emma manoseándose sin recato con Ruby en un rincón.
—Por lo menos vayan a un lugar donde sea difícil sorprenderlas —se quejó caminando al fregadero para echarse un poco de agua fresca en el cuello, las mejillas y la frente. Se sentía abrumada y algo aturdida por el tumulto.
Las dos mujeres brincaron separándose como si se hubieran quemado en cuanto escucharon a Regina. Ruby la observó con detenimiento mientras parecía estar tomando aire. Después comentó algo con Emma, muy bajito para que la reina no escuchara.
—¿Sucede algo? —preguntó irritada al verlas secretearse frente a ella tan descaradamente.
—Iré por Granny —dijo la joven lobo saliendo de inmediato, dejando a Emma con la reina que la miraba como si quisiera arrancarle la cabeza.
Minutos después estaban Granny, Snow, Ruby y Emma en la cocina con ella, diciéndole algo que a Regina le pareció un completo disparate.
Cuando todo el mundo se fue y la rubia dejó todo limpio ahorrándole el esfuerzo a la reina. David la acompañó a la puerta, la despidió y cerró. Cuando se dio la vuelta Regina estaba esperándole al final de los pequeños escalones. Le extendió una mano justo cuando la canción que bailaron en la cabaña comenzó a sonar.
David sonrió e inhaló profundamente, avanzando hacia ella. La tomó entre sus brazos y comenzaron a bailar. Hubo pequeños y tiernos besos, suaves caricias y partes de la canción que se dedicaron con mucho amor.
—Tenerte entre en mis brazos es mi mejor regalo de cumpleaños —susurró con amor el príncipe contra el cuello de la reina, perdido en el suave y embriagante aroma. En esa tersa piel que adoraba. En la inigualable sensación de tenerla junto a él.
—Te tengo un regalo más. —David abrió los ojos al escucharla. Se hizo hacia atrás para mirarla a la cara y la sostuvo por la espalda—. Estoy embarazada.
—¿De verdad? —sonrió como idiota desde el punto de vista de Regina quien asintió.
—No sé cómo, pero… —Los labios de David la silenciaron.
—Oh, Regina. Te amo, te amo, te amo —repitió sin descanso.
—También te amo —le tomó del rostro mientras el príncipe la abrazaba con fuerza. Regina bajó la cabeza. Metió la mano derecha entre ellos y apareció en ella la primera rosa blanca que David le regaló. La conservaba intacta gracias a su magia—. Ya comprendí qué era lo que querías conmigo —le miró con ojos anegados de lágrimas—. Un amor tan puro, sincero y verdadero que sería capaz de romper esta maldición —sonrió. Cerró los ojos cuando el príncipe la besó y sintió una lágrima correr por su rostro.
—Nunca dudes que mi amor por ti es profundo, verdadero, sincero y eterno —susurró amoroso.
—Lo sé, lo sé —sorbió la nariz y le dio un beso pequeño.
—¿Estás feliz? —preguntó David porque, con el entendido de esa maldición, nunca hablaron de tener hijos.
—Mucho. ¿Y tú? —le sonrió con amor.
—Soy el hombre más feliz sobre la faz de la tierra. —Usó sus labios para borrar la lágrima que corría por la tersa mejilla —Eres mi todo, Regina. No podría vivir sin ti. Te seguí por todo el Inframundo y volvería a hacerlo de ser necesario. Hacia el infierno, hacia lo desconocido, lo eterno. A dónde sea —aseguró.
—¿Qué tal hacia un felices por siempre? —preguntó Regina sonriendo y acariciando la nariz de David con la suya en un gesto cariñoso lleno de ternura.
—Hacia donde tú quieras —dijo suspirando, totalmente enamorado.
La envolvió entre sus brazos de nuevo y se besaron, con ese amor prometedor que se estaban profesando y que les llevó a vivir un felices para siempre.
