"Let's get out of this town, baby we're on fire
Everyone around here wants to be going down, down
If you stick with me, I can take you higher, and higher
It feels like all of our friends are lost
Nobody's found, found, found
I got so scared, I thought no one could save me
You came along scooped me up like a baby
Every now and then, the stars align
Boy and girl meet by the great design
Could it be that you and me are the lucky ones? […]"
– Lucky Ones (Lana del Rey)
Capítulo 14. Comer, beber, amar
– Tendrás que hacer repaso de consciencia. Madre habría odiado todo esto. Y esa basura que llamas noticias – Ewan se acercó a su hermano pequeño casi al término de la gala en Dundee.
Estaban a punto de nombrar oficialmente "colegio Helen Elspeth Roy de periodismo" a la facultad escocesa que pretendía impartir tomando de ejemplo a su hermano.
Logan le miró con esquivez: – La vimos por última vez cuando tú tenías cinco años… y yo tenía cuatro… ¿Qué coño sabes qué tipo de periodismo hubiera aprobado ella?
– Sé que ella nunca habría aprobado en lo que te has convertido.
– ¿En qué? ¿En tu sustento?
– Estoy sorprendido de que todavía estés de pie. Cualquier otro hombre habría muerto de vergüenza. Uh, huh. Es difícil saber qué es más tóxico: tus medios de comunicación o tu división de cruceros. Todos esos años culpándote por Rose…
– No me interesa.
– Eso realmente no fue tu culpa. Esto, sin embargo... Esto es tu culpa. Este imperio de mierda. Es hora de pagar – le advirtió.
Logan se había culpado toda la vida por no lograr proteger a Rose.
Quizás él también se había preguntado en retrospectiva qué podía haber hecho diferente.
No solo con Rose… a la que al principio crío su tía sin mucho alboroto… en esos primeros días ellos no tuvieron tanta suerte…
El tío Noah los había puesto a trabajar en la imprenta tan buen punto habían sido lo bastante altos para llegar a la palanca.
En cuanto Rose llegó a la pubertad, las tornas se inviertieron y los castigos para ella empeoraron.
Tendrían que haber enviado a Rose lejos, muy lejos, cuando las cosas se complicaron.
No había ni punto de comparación, porque con todas sus faltas Marianne solo era una mujer inmadura, débil, mal equipada para ser madre de una jovencita a la que culpaba de los propios errores, pero había sentido un profundo alivio dejando ir a Lavinia.
Los niños no tendrían que verse obligados a crecer antes de tiempo.
En todas las familias había individuos donde se juntaba lo grotesco y lo desagradable. El tío Noah tenía el tipo de ira que podía engullir a uno: fuerte y terrible.
Habían tenido que sobrevivir a ello clavando uñas y dientes a la realidad.
Logan era ambicioso y estaba hambriento.
Quizás en los primeros tiempos después del tío Noah, había sido muy blando con él.
Después de todo, era el hermano mayor y su madre le había encomendado sus hermanos al partir de Dundee.
Pronto fue evidente que Logan sufría una execrable falta de principios. Otro set de defectos imperdonables.
No había moralidad en él, solo interés.
No le culpaba de lo que le había pasado a Rose… pero de su maldito imperio… de eso tenía toda la culpa.
Calentamiento global. Cambio climático. La sangre de millones en sus manos.
A Ewan le desagradaba incluso más la intriga y la avaricia de sus sobrinos.
Todos ellos eran personas realmente podridas, destrozando el planeta y a puñados de gente sin ninguna razón real más allá de su propia autoestima.
De la familia que había construido Logan, Ewan había aprobado solo ligeramente a su primera esposa. Su primera cuñada había sido algo enfática y pretenciosa, de un temperamento poco claro, pero sin malicia real. De cómo había acabado… como de tantas otras cosas… de eso Logan sí podía culparse.
La riqueza que este ostentaba no era fruto de la honestidad sino de un sistema criminal.
Era obvio que ninguno de sus propios descendientes lo tenía lo suficientemente claro.
Marianne, Greg, Lavinia.
Ewan Roy pretendía que sus nietos se labraran su propio camino en el mundo, que llegaran a donde pudiesen, pero que fuera por su propio empeño.
Lejos de su hermano, y especialmente de la empresa que dirigía, ¡y de su monstruoso empeño! …
No había querido criar mendigos de la falsa benevolencia de Logan, sino trabajadores honestos.
Días después de la gala en Dundee, se plantó en frente de ese edificio donde vivía su nieta en Nueva York.
Había insistido a Marianne que lo apropiado era que su primera nieta se llamara Helen de segundo nombre como su madre. Pero Lavinia se parecía mucho más a su querida Louise con esos enormes ojos castaños que a su progenitora.
En la esquina de la calle alguien había pintarrajeado un mural de colores oscuros con un puño sujetando una pila de dolares, y al salir del coche vio unos hombres de aspecto dudoso dando voces a una mujer que bajaba la basura.
Se le ocurrió al entrar en ese portal que Lavinia había sido una niña, si no sobreprotegida al menos cuidada por ese pasmarote que tenía de padre y aquel otro hombre, y ahora de repente era una mujer joven, sola, en esta ciudad terminal.
A los 81 años uno era perfectamente consciente de ser algo anticuado.
Visto el camino que quería seguir tomando Greg de todos modos, se cuestionó si no había sido un error pedirle que se quedara aquí y guiara a su hermano.
Tampoco es que estuviera seguro de que ella lo hubiera intentado lo suficiente. ¿A qué dedicaba su tiempo aparte de a ese trabajo?
De pequeña estaba hecha de buena pasta, pero siempre gravitaba hacía ese impío sobrino suyo de Roman que nunca tramaba nada de bueno.
En Dundee había visto que eso no había cambiado demasiado.
Dios sabía por qué.
Lavinia se sorprendió al verle en el umbral de su puerta.
– Abuelo, ¿cómo estás? – preguntó.
Ewan se dio cuenta de que dudaba si echarse hacia delante para darle un beso en la mejilla, pero no la alentó a hacerlo sino al contrario.
Le pidió que se dejara de monsergas y le dejara entrar. – ¿Vas a dejar pasar a tu abuelo? – refunfuñó cuando la vio vacilar.
Hizo un gesto de molestia controlando su mal humor.
– Claro – ella dio un paso atrás para que entrara.
– ¿Ibas a salir a esta hora? – la miró de arriba abajo. Su nieta llevaba el cabello pulcramente recogido en la nuca, una blusa beis y unos pantalones de vestir de color gris topo.
El piso era diminuto y estaba lleno de cosas por todas partes, un montón de libros apilados en el suelo y un par de zapatos tirados en el recibidor.
A Ewan se le ocurrió que debía haber llegado de trabajar no hace mucho.
Pero era muy tarde para ello. ¿Qué clase de botarates llevaban la empresa esa en la que trabajaba?
No le habían parecido malas chicas cuando había estado en aquella oficina.
Si bien el trabajo gratificaba y era un gran defensor de ello, el sabio uso del ocio era también producto de la civilización y la educación. Eran más de las 10 de la noche.
– No, hoy no voy a salir – Vinnie hizo una pausa y pareció reconsiderar sus palabras. – Bueno, yo…
El runrún de la televisión podía escucharse desde el pasillo.
– Ah – adivinó Ewan – Así que tú también estás pendiente de ese circo.
– Solo me gusta tener la tele encendida mientras hago cosas en el ordenador – le aseguró. – Pasa, ¿quieres algo de beber? Puedo traerte algo, siéntate en el sofá.
– Un vaso de agua. Gracias.
Ewan la observó meterse en la cocina y salir con este en la mano.
– ¿Hielo?
– No.
A los catorce años, se había negado a volver a casa después del último disparate de Marianne y se salió con la suya aunque era fácil ver que solamente era una cría dolida y amedrentada.
Fue bastante solemne y tozuda como lo había sido las veces que la había visto al borde de las lágrimas después que Marianne la regañara por una absoluta tontería.
En aquel momento pensó que su nieta afortunadamente carecía de los defectos más corrientes en su familia. Era noble. Genuinamente curiosa, algo que sacaba de quicio a Marianne. Tal vez era una chiquilla, pero su corazón parecía estar en el lugar correcto. Había temido que su hija destruyera eso.
La miraba y a veces veía una niña demasiado madura para su edad y a veces una muy insegura.
Quizás tendría que haberla obligado a quedarse con su madre y su hermano. Liam nunca habría ganado en los tribunales. No en los 90.
Menos después del terriblemente despreciable acto de abandonar a sus hijos por tres años.
Pero visto con perspectiva todavía creía que había sido la decisión correcta.
Su hermano solía ironizar sobre el hecho que su hija se hubiera casado con un hombre gay. Oh, y esa Caroline y sus indirectas sobre las escapadas de ese tonto de capirote de su yerno con sus amantes.
Si bien no por su ex yerno, con el tiempo Ewan había ganado al menos respeto por ese Roger con el que este andaba…
Ni una sola vez le había pedido dinero para la niña.
Nadie que conociera a Liam se creería que había cubierto ni la mitad de lo necesario para que la cría estudiara y fuera una mujer de bien.
Alzó la vista.
En la televisión la presentadora de la PGM seguía hablando de Waystar Royco.
No era la entrevista a James Weissel.
Ésta se había anunciado en horario de máxima audiencia el fin de semana.
Era apenas un avance.
Pese a los esfuerzos de Logan para frenar a Jim Weissel, mañana se publicaba un primer artículo en una revista donde parecía que se avanzarían algunos puntos del escándalo. Se hablaba de que había también un acuerdo editorial para un libro.
Todo el mundo estaba pendiente.
Saldrían más nombres, hechos.
– Explotación sexual, violencia, robo, además de un sinfín de otros delitos, todo ello encubierto para evitar titulares dañinos... Eso es lo que alega Weissel que estuvo durante décadas dentro de Brightstar, el segundo operador de línea de cruceros más grande de Estados Unidos. Estara en este canal el próximo domingo en la noche.
Lavinia se mordió la mejilla por dentro, observando a Ewan, pendiente del televisor.
– Ahm – recogió el vaso cuando Ewan se lo devolvió después de un par de sorbos – ¿Por qué has venido, abuelo? ¿Ha pasado algo?
– ¿Uno no puede visitar a su nieta?
– Sí, claro. Pero… no estoy siempre aquí a esta hora – ofreció.
Su abuelo la examinó detalladamente. – ¿No? Es muy tarde para andar tu sola… Había unos tipos al final de la calle que no me han gustado nada.
Lavinia parpadeó.
– No es ese tipo de barrio… es una zona bastante familiar. …
Hasta hoy su abuelo no había parecido interesarse por donde vivía.
Así que no supo qué debía responder exactamente.
– Entonces – siguió hablando Ewan, mirando la tele – ¿cómo ha quedado aquel problema en tu trabajo?
¿Qué, se había olvidado de que "aquel problema" era que casi la despiden porque no la llamó antes de presentarse, como hoy?
De hecho, aún no estaba claro que la mantuviesen en el puesto.
Frunció el ceño más aún.
Kara y Angela seguían enzarzadas en un debate sobre eso que curiosamente habían decidido que zanjarían después del viaje a Los Ángeles.
Que, por cierto, habían avanzado.
Estaría menos días pero se iría antes para allí.
Luego tendría que volver para una rueda de prensa con Angela, Kara y su artista el día 30 y la inauguración el 2.
– Estamos encantadas de contar contigo, has hecho un trabajo excelente en estos dos meses… Pero tenemos que valorar si podría perjudicarnos. Eres buena, pero estamos decepcionadas que no nos lo contases a priori... Después de lo que nos hizo tu primo, merecíamos tener todos los datos.
Esa había sido la postura de Angela ese primer lunes por la mañana después de que ella volviera de Escocia.
– Has hecho uno de los mejores trabajos en PR que he visto nunca. Danos un tiempo, ¿vale? – Kara había adoptado el papel de poli bueno en esa reunión del infierno.
Había llorado como una tonta esa tarde al salir de trabajar por ningún motivo en concreto.
Aparte de la presión de perder ese trabajo y acabar sin piso y en la calle. Y bueno… la frustración porque encima tenía que finiquitar todo el trabajo pendiente de la exposición en L.A.
Había vuelto a casa y, aunque Tabitha estaba en la ciudad celebrando el cumpleaños de una de sus amigas, no le apeteció nada volver al metro y tardar hora y media en llegar hasta la discoteca.
Tenía las emociones a flor de piel.
¿Qué decía de su vida que su mayor aspiración fuera conservar ese trabajo en Dust? ¿Y por qué nadie te educa para reconocer y entender los sentimientos propios?
Se dijo que su inquietud no tenía nada que ver con Stewy.
Sería de idiotas que ahora mismo no le pesase más la ilusión que el miedo.
Aunque a él esperaba no haberle asustado con aquel te quiero.
Justamente ese día de la reunión con sus jefas, se había levantado con Stewy a su lado. El dia 1 después de (quizás) hablar más de la cuenta. Pasaron un largo rato desperezándose. Estuvo ensimismado, pensando.
Mantuvo una leve sonrisa y la cabeza encima de la almohada que habían compartido, mientras callado le acariciaba el cabello con una mano en la semi oscuridad de la habitación, enredando sus dedos en su pelo, oliéndola.
Se quedaron abrazados entre las sábanas con la piel del otro rozando la propia piel hasta que Lavinia se dio cuenta de que ya eran pasadas las nueve y de que llegaban muy tarde a sus trabajos.
Ninguno de los dos dijo ni una palabra de su confesión en la terraza.
En el fondo, Lavinia tampoco lo había esperado. ¿Verdad?
Un te quiero eran solo palabras. Podían decirse sin más. No significaba nada comparado con aquello que sabía que tenían y que era real, palpable.
Sabía que estaba enamorado de ella… ¿no? ¿cómo se explicaba sino la manera como la miraba?... solo necesitaba ir a su propio ritmo, como le había dicho en Canadá.
Entendía que no quisiera correr.
Ella no necesitaba que corriesen. Tenían todo el tiempo del mundo.
Absorta en ese pensamiento, no respondió a su abuelo durante un momento.
– Kara y Angela me van a decir algo cuando cerremos el proyecto actual – resumió.
Su abuelo arqueó las cejas. – Tienes que tomarte en serio a ti misma y entonces te tomaran en serio las demás personas.
Tuvo ganas de reír de forma amarga. – Ya, abuelo. Pero necesito ese trabajo si quiero quedarme en Nueva York…
Ewan se tomó su tiempo antes de responder.
– Bueno… Puedes hacer lo que quieras. Parece que tu hermano va a tomar el camino de lo inmoral y lo corrupto. Sé que te pedí que te quedaras en Nueva York, pero supongo que no tienes por qué…
– Quiero estar aquí.
Lavinia enseguida se dio cuenta de que había sido un poco demasiado brusca.
Ewan asintió, y luego su expresión se endureció:
–Mi hermano lleva años intentando sacarme de quicio – comentó – Te ha pedido que trabajes con él, ¿cierto? Por supuesto…
– No exactamente. Solo dijo que si quería… tenía la puerta abierta de la empresa.
– ¿Y también estás dándole "a la cocorota"? – citó las palabras de Greg con un sarcasmo estudiado. No era el lenguaje culto de su abuelo.
Lavinia se sintió muy incómoda y se explicó cómo pudo.
No tenía sentido esconderle algo que su mirada llena de juicios y reproche parecía saber de sobra.
– Bueno… yo… he tenido mucha suerte de tener el trabajo que tengo ahora mismo…, pero puede que lo pierda. No me gusta la idea, no me veo allí. Es solo… no es fácil, Nueva York, ¿sabes?
Estaba dispuesta a vender su alma por quedarse.
No podía simplemente huir de una ciudad como esta apenas tres meses después de llegar sin que eso penalizara su currículum.
Las razones profesionales estaban en su cabeza constantemente.
No es que no las tuviera presentes.
Pero una vocecilla traidora no dejaba de recordarle que no era lo único en juego: si se tenía que ir porque no podía permitirse el coste de vida de esta ciudad, ¿qué pasaría con ellos?
Era lo bastante complicado sin un océano en medio o centenares de quilómetros de distancia.
– No hace falta que le des tantas vueltas… tú y tu hermano siempre divagando. Según lo veo yo, o eres lo suficientemente inteligente para no dejarte llevar por cantos de sirena o no. No me defraudes como Greg – dijo Ewan, casi gentil en las últimas palabras de aquel no me defraudes, como si no estuviera acorralándola. Volvió a girar la cabeza hacia la tele que seguía en marcha – Quiero que sepas que pude ver que evitabas estar con este viejo en Dundee…
– Eso no… no es cierto, abuelo – se excusó, en voz baja – Solo pensé que necesitabais espacio tú y Greg… para discutir lo que querías con él.
– No necesito escuchar excusas – la interrumpió. – eres mayor, Vinnie. Estoy seguro de que eres capaz de valorar mi posición y entiendes lo que significa esa empresa en términos de hacer el bien y el mal…
La tele no había abandonado la temática de los cruceros.
Estaban debatiendo el artículo de la revista con el director de la publicación.
De momento, habían dado a conocer la portada de mañana sobre el tema.
Un tertuliano estaba especulando sobre algunos de los nombres que podían salir publicados.
– Bill Lockheart fue jefe de parques y cruceros. Después ha estado en ese puesto Tom Wambsgans, que está casado con Siobhan Roy… El sentido común nos dice que esas personas tenían que saber algo. Estoy seguro que Weissel da más datos en vuestra publicación y se explayara aquí en este plató el domingo.
– ¿Ese no es el jefe de tu hermano?
– El marido de Shiv, sí… Tom.
– Ah, sí, me acuerdo que me dijeron que habías colaborado con ellos en ese agujero de inmundicia que es Argestes…
– Abuelo…
– Haz lo que creas Lavinia. Te digo como a tu hermano, no puedo dejaros gran parte de mi herencia si no sé al menos que sois capaces de seguir una cierta conducta moral. – Ewan Roy exhaló aire, con la mano en su bastón – Me avergüenza que Greg no repudie a esa gente después de ver quiénes son, pero opino que todavía hay esperanza para ti. Espero no estar equivocado…
Hubo una pausa de publicidad en el debate televisivo del canal de noticias de la PGM.
Su teléfono móvil sonó poco después.
Ewan frunció el ceño.
Lavinia permanecía de pie, pero dudó.
– ¿Quién te llama a estas horas?
– Na-nadie. No lo sé.
Fijando su mirada en ella, su abuelo la observó durante un largo rato antes de asentir. – Bueno, yo solo vine a visitarte. Tengo un coche esperándome abajo, creo que ya me voy.
Lavinia frunció los labios.
– Como quieras abuelo. Me ha gustado verte.
– Sí, sí. Lo que tú digas. Ya te he dicho lo que quería, así que vuelve a hacer lo que sea que hacías con ese trasto – señaló al ordenador con el puño del bastón – No necesitas entretenerme – Entonces, el teléfono de Lavinia sonó y vibró por segunda vez.
– Disculpa… – dio un paso hacia la mesa para silenciarlo.
– ¿Es un hombre?
– ¿Cómo? – negó con la cabeza ligeramente.
Porque, ¿qué iba a decirle?
La voz del anciano fue distinta pero no menos severa.
– Soy muy mayor, pero no idiota. Ve con cuidado, ya sabes que los hombres tiran el maíz siempre.
Parpadeó.
Esta vez con una sonrisa incrédula. – Abuelo, lo creas o no, nunca había escuchado esa ¿metáfora?
– Tú ya me entiendes… eres lista… estoy seguro que sabes lo que quiero decir. ¿Acompañas a tu abuelo al ascensor ese que tenéis en la escalera? A esta hora un viejo como yo ya debería estar durmiendo.
– Claro…
Sintió la mirada de su abuelo clavada en ella.
Estaba segura de que Waystar le permitiría tener un empleo donde no tuviera que estar sufriendo para pagar el alquiler. Pero se daba cuenta de que era un salto al vacío.
No solo por la herencia de su abuelo, había ciertos límites morales, no era ni siquiera el sector al que quería dedicarse... el de la cultura...
Aunque en el que sí lo era, la explotasen y estuviese echando más horas que el sol.
Ella no tenía un gran ego y sabía que tampoco había hecho las cosas bien… pero que pretendieran tenerla trabajando estas semanas… sin decirle si la echaban o no… hería bastante su amor propio.
Encima Greg en un ataque de cabezonería no le estaba cogiendo las llamadas… Por tanto, sus malditos papeles seguían estando en su piso.
Llegó a la conclusión que era su manera de no tener que pasarlos a recoger aún… aunque bueno… eso también significaba que debía confiar que ella no los destruyera o se los diera a Stewy.
… o que estaba entrando en pánico y no pensando las cosas.
Junio era un torbellino.
Sandy y él iban a contrarreloj con la junta de accionistas más cerca y el escándalo de los cruceros a punto de caramelo, y en Dust habían puesto el turbo con ese tema de Los Ángeles.
Aún sentía la lengua entumida de no decir aquellas palabras de vuelta cuando pronunciarlas habría sido tan fácil como respirar.
Por supuesto que la quería.
No quería ir deprisa. Eso era todo.
Una estupidez.
Sin embargo, después de esa vez, no se habían vuelto a ver casi en toda la semana. El martes habían comido juntos en la ciudad al mediodía. Desde el lunes, había tenido un par de reuniones hasta las mil con Phillipe Layton, uno de los accionistas de Waystar al que esperaban convencer de unir-se a su abordaje del barco, por así decirlo.
Esas noches, había llegado a casa a las 12 o incluso a la 1. Tan agotado después de horas de reuniones y pleitesías absurdas con colegas que lo único que podía hacer era tomar un último whisky y dormir.
Estaban siendo unos días duros, estaba reventado.
La coca le ayudaba a pensar con claridad pero también era caprichosa. No le gustaba abusar de ese recurso cuando había decisiones importantes que tomar. Los límites a veces eran borrosos.
Se pasó las manos por la barba tupida hasta el mentón.
Ayer había llamado a Lavinia dispuesto a presentarse en su casa a las tantas pero no se habían sincronizado bien. Ella había tenido la visita de su abuelo y cuando habían logrado hablar estaba casi frito en su sofá.
Tenía toda la intención de escaparse con Lavinia a algún lugar soleado en cuanto las cosas se calmaran un poco.
Mientras tanto… Al parecer iba a dejar que ella se fuera a Los Ángeles sin desembuchar que estaba perdidamente enamorado.
Si se permitía coger carrerilla en esto… estaba aún acojonado de pensar a donde podía llevarles… No estaba preparado.
Probablemente estaba cagándola hasta el fondo.
No sabía qué haría si Lavinia dudaba de sus sentimientos por ella.
Stewy no era una persona a quien pesara decir te quiero cuando era de verdad, ya fuera algo romántico o no.
Pero de alguna manera, sentía que estas palabras, ahora, con ELLA, guardaban mucha responsabilidad.
Hacía días que no pasaba por su oficina en Maesbury Capital. Así que esa mañana su asistente estuvo poniéndolo al día.
– Son los informes sobre Hammer&Associates.
– Vale, perfecto. ¿Algo más?
– He eliminado como me pediste todos los emails raros con remitente desconocido que han llegado a tu buzón.
Como no, los Roy no podían jugar limpio ni cinco minutos.
Su email corporativo se había llenado de basura en ese sprint final hasta la publicación del testimonio de Weissel en la revista.
Lo único que les impedía mandar directamente una amenaza era que no estaban exactamente en la mejor posición para ello.
– ¿Dónde está Joey? Sé que no paso mucho por aquí últimamente pero no recuerdo la última vez que le vi en su despacho.
– Oh, ¿no te han avisado?
– ¿Sobre?
– Su hijo adolescente tuvo un accidente en una moto acuática hace 8 días. Está grave en el hospital.
Mierda.
Vale que su posición en esta empresa estaba asegurada y tenía un buen puesto ejecutivo y libertad para hacer movimientos como con Furness, pero no era bueno que hubiera tardado más de una semana en averiguar que uno de los cofundadores de la firma tenía un hijo en el hospital.
A estas alturas una llamada de teléfono no era suficiente.
Iba a tener que hacer una visita de cortesía.
Ni siquiera era porque debía, había trabajado con Joey Stuhlbarg mucho tiempo.
– ¿Puedes encargar un ramo de flores y mandarlo a la dirección que te dé?
– ¿Al hospital?
– No, me temo que voy a tener que cancelar una cita este mediodía. Me gustaría disculparme.
– ¿Alguna reunión que quiere que borre de la agenda? ¿Llamadas que hacer?
– No, es personal. Voy a encargarme yo. Solo hazme el favor. Allen…
– ¿Sí?
– Rosas rojas.
– Entendido.
¿Qué pretendía mandando flores?
Cualquier día de estos iba a levantarse convertido en uno de sus hermanos.
Aunque ninguno de ellos estaba a punto de convertirse en colaborador necesario de la posible caída en desgracia de su cuñado de 27 años por un plan puramente empresarial…
La cruda verdad era que con aquello de los cruceros estaban actuando por interés.
Las víctimas ni siquiera estaban en su ecuación.
Lo habían investigado y Weissel no era exactamente un pozo de virtudes. Prostitutas, abuso de substancias, un juez le había denegado la custodia de sus hijos.
Ese hombre había participado en lo que estaba denunciando y a ellos no les podía dar más igual…
Lavinia no le había contado qué podía haber hecho mal su hermano, pero no hacía falta conocer a los Roy ni la mitad de lo que él los conocía para saber que primero intentarían poner a los pies de los caballos al escalafón débil de todo aquel asunto.
En el artículo de la revista ya había salido el nombre de Wambsgans a colación.
No había flores suficientes en esta ciudad para compensarla y aun así se permitía miedos absurdos.
– ¿Stewy?
Lo vio poco después de salir por la puerta de la oficina de Dust y se paró sorprendida.
Acababa de parar un taxi para ir hacia casa. Había permanecido todo el día de pie en una sesión fotográfica de un artículo que el New Yorker iba a sacar sobre Kara y Angela y los tacones la estaban matando.
Había estado comiéndose la cabeza por el trabajo toda la tarde. Pero ahora… el mundo dejó de girar cuando él se paró en seco enfrente de ella y le sonrió.
Las mariposas batieron sus alas en su estómago, y se maldijo un poco, era tan guapo que seguía dejándola sin aliento.
Stewy había corrido al trote para llegar del coche aquí cuando la vio en la puerta.
Diego no había encontrado aparcamiento en este sector y eso lo obligó a cruzar la calle con urgencia antes que ella subiera al taxi.
Recuperó el aliento poco a poco.
– Hey.
– ¿Qué haces aquí?
Le dio un beso casto.
Tan cerca, él podía oler el perfume de fambruesa que usaba y algo que puede que fuera el rastro del aroma de una taza de café con avellana.
– ¿Te han gustado las flores?
– Sí, – le devolvió el beso y se dejó abrazar por los hombros – ¿no has visto mis stories? Hashtag admirador secreto – se rió – Están en mi escritorio. Pensé que tenías una especie de soirée con este tal, ahm, ¿cómo se llamaba? ¿Aaron Johnson?
Él sonrió, metiendo sus manos en los bolsillos de sus pantalones.
– Josh Aaronson. La tengo. Solo quería verte. Me hubiera encantado que vinieras. No me puedo creer que fuera yo quien propusiera esa tontería de Las Vegas. – Lavinia entornó los ojos al tiempo que se disculpaba con el taxista y le dejaba marchar.
– Esa tontería va a permitir que sigamos cuerdos. Además, dudo que Sandi hija me quisiera allí. Tú mismo dices que no se fía.
– Pero hoy es su padre quien me acompaña y sinceramente me da igual qué piense ninguno de los dos.
Habían quedado que no se contarían lo que fuera que hiciera con los Furness pero esa cita en particular hacía días que la tenía en la agenda.
Le había hablado de ella en la fiesta de Lawrence.
En realidad en ese momento la había invitado. Después de Dundee, ambos habían acordado que era mejor que no fuera.
Lo miró fijándose en sus ojeras y en el gesto cansado de su boca.
– Ese señor Furness debería descansar más y tú también. Haz un poco de bondad, y duerme – le acarició la mejilla.
– Sí, mamá – le sonrió, burlándose.
– No te rías. Solo cuídate, ¿ehm?
No hacía falta ser adivina para saber cómo contrarrestaría ese cansancio en cuanto entrara a ese lugar elegante al que iba con Sandy y se escaqueara a uno de sus lavabos.
No había parecido un problema desde que lo conocía, pero ahora lucía lo bastante cansado para preocuparse un poco.
Stewy siendo Stewy hizo lo mejor que pudo para distraerla estampándole un beso sonoro en los labios. – Voy a llegar sano y salvo a nuestra cena de mañana viernes, no te preocupes.
– Gracias – meneó la cabeza.
– ¿Al final te vas el domingo? Es mucho antes de lo que habían dicho.
– Quieren que trabaje desde Los Ángeles. Lo bueno es que no tendré que quedarme hasta la inauguración. Supongo que así me pierden de vista más deprisa mientras deciden como de prescindible soy… – bromeó pero Stewy captó enseguida que la situación no le gustaba para nada.
– ¿No puedes mandarlas a la mierda?
– Sabes que no…
Él le acarició los labios con un dedo.
Lavinia le pasó la mano por la nuca y acercó la boca a la de él. Se besaron un momento. La cogió por la cintura, la abrazó, hundiendo su nariz en su cuello.
– He pensado que podríamos comprar un espejo más grande para mi habitación – murmuró contra su piel – Así podríamos vernos mientras follamos…
Lavinia se rió. – ¿En serio? ¿Has pensado eso?
Él alzó la vista con la sonrisa vanidosa, el brillo en sus ojos. – Sopésalo un momento…
Ella puso los ojos en blanco, mordiéndose el labio inferior. – ¿Sabes? – le dijo, paseando la vista por su rostro – Eres sexy, pero también un caso perdido.
– Por eso me quieres – las comisuras de sus labios se curvaron otra vez hacia arriba con una chispa de seriedad en sus ojos.
– No te pases, ¿eh? – hizo un mohín.
La expresión de su cara se convirtió en una sonrisa prudente. – No lo hago. Me siento muy afortunado de que me ames a pesar de ser un idiota.
Lavinia frunció las cejas.
Hubo un pequeño silencio. – Y yo que creía que estábamos evitando mi patética confesión de amor… – se quejó con ojos de cervatillo.
– No por mi parte. Solo… no quiero correr. Pero estoy justo aquí contigo, Livy.
Ella estaba enamorada de él. Joder, no tenía ni idea cómo había tenido tanta suerte o cuándo había pasado.
Se inclinó más hacia Lavinia, su mano se posó en su cintura, las bocas separadas solo por unos milímetros. Le acarició la cara y al final juntó los labios con los suyos en uno de esos besos que solo eran para ella.
Intenso y dulce.
– Ehem.
– Ilhan – Ella retrocedió unos pasos y se estiró la blusa.
Su compañero de trabajo hizo un gesto divertido. – Perdón, no quería interrumpir.
– En realidad – Stewy tardó en apartar la mirada de Lavinia – me están esperando y ya es muy tarde… Encantado. Soy Stewy – le dijo a Ilhan encajando su mano con la de él.
– Ilhan. Un placer.
Stewy le ofreció una sonrisa amistosa.
Se volvió hacia ella y buscó su cara, guiñándole un ojo. – ¿Hablamos mañana, vale? Voy a tomar un Uber. Le he dicho a Diego que te lleve a casa.
– Stewy… – su voz lo interrumpió en un susurro. La mirada castaña prácticamente lo atravesó – no necesito un chófer.
– No es un chófer, es solo Diego – chasqueó la lengua – A esta hora es mejor que el metro.
Quiso protestar, pero Ilhan seguía allí. Así que por una vez cedió. – Intenta descansar, ¿ehm?
– Sí. Te llamo... Adiós, Ilhan – Stewy se despidió.
Lo observó tomar una llamada mientras subía al coche que prácticamente acababa de pedir con el móvil.
Estaba segura que don muy rico no tenía su misma aplicación de Uber.
Sonrió para sí misma.
– Señorita Hirsch, ¿la llevo a su casa? – le preguntó Diego abriéndole la puerta cuando cruzó la calle.
– Sí, gracias – sonrió amable.
Ilhan la interrumpió un momento yendo detrás de ella.
– Espera – le dijo – Toma. El billete de avión para el domingo. Es un vuelo comercial en clase turista pero es una excelente compañía. A media tarde estarás en California. Las jefas llegarán por la noche pero van directamente a una cena. Tómate ese día libre.
– Gracias.
– Adelante – pidió sin apartar la vista del portátil. Pensó que era su asistente porque no quedaba nadie más en su oficina a esta hora.
Estaba ansioso por acabar ese trabajo y llegar a tiempo a la cita con Lavinia, y no quería ninguna interrupción.
Habían quedado abajo en la calle para ir dando un paseo hasta un restaurante japonés que acababa de abrir en Times Square y tenía muy buenas críticas. Era un viernes… a 48 horas de la entrevista televisiva a James Weissel.
Por lo que había visto en las fotos, el vestíbulo del restaurante estaba decorado con un estilo minimalista y había pequeños reservados que quedaban separados del comedor por unas puertas correderas de papel.
El local estaría a petar, ya que además los precios parecían asequibles para la zona donde estaba.
"Hoy pago yo", Lavinia le había enviado un mensaje esta tarde con un emoticono sacando la lengua.
"No puedo esperar a ese momento porque querrá decir que por fin podemos irnos a mi apartamento para desnudarte sin más distracciones".
"No seas bobo. Sé perfectamente que te pirras por el sushi".
– Hola.
La voz lo sobresaltó.
Empujó la silla hacia atrás desde el escritorio.
– Hola… ¿cómo has entrado? – se puso de pie.
– Tu asistente salía… creo que piensa que aún estamos juntos. Me temo que no es el único.
Zahra.
Caminó hacia el escritorio y dejó el bolso en su mesa como solía hacer cuando salían.
– ¿Puedo ayudarte? – ofreció.
– En realidad, sí – la chica altísima y espigada arrastró un segundo las manos por la madera de la mesa y unos papeles que había dejado apilados en una esquina, antes de sentarse cruzando las piernas en un gesto inconsciente – Lo siento por la hora, no podía esperar.
Stewy también volvió a sentarse con cara de sorpresa.
– Tú dirás – ofreció – Pero antes… ¿cómo estás?
– Bien – suspiró Zahra. – Ya sabes que soy una chica dura… siempre presumo que es por mi lado jamaicano de parte de padre. Pero pensé que debería informarte... para que estés prevenido.
No le gustaba nada como sonaba aquello.
– ¿Qué ha pasado?
Ella entornó los ojos.
– Un hombre en el párquing de la agencia para la que trabajo… esta mañana temprano cuando estaba asegurándome que había cerrado el coche… se acercó por detrás… tengo que decir que dándome un susto de muerte… y me dio recuerdos para ti y… Sandy Furness… Un medio demonio que además no parecía muy amigable. Dijo eso y se volatilizó.
Cerró los puños con fuerza, clavándose las uñas en las palmas de las manos. Alarmado.
– ¿Te hizo algo? ¿Tú estás bien?
Zahra asintió. – Aparte de tener que posponer una sesión de fotos porque me quedé muy rayada… sí… estoy bien. Suena a nada así contado, pero fue su tono, ¿sabes? Su pose. Preferiría no tener otra visita de ese tipo. Si pudieras hacer llegar a quien sea que esté jugando a eso que ya no nos vemos… me harías un favor… Lo habría hecho yo, decirle que soy tu ex, pero me tomó por sorpresa.
– Sí, claro. Zahra, lo siento – se disculpó – Joder, lo siento.
Su exnovia concedió: – No es tu culpa. Además, deben ser los únicos que no se han enterado de que en el segundo que terminamos ya estabas con otra persona.
– Zahra…
Negó con la cabeza.
– No te preocupes. Te dije que lo entendía… solo es que he pasado unas horas muy nerviosa como comprenderás… Es cosa de esa gente, los Roy. ¿Verdad?
– Sí, me temo – se pasó la mano por los ojos. – Si sirve de algo son solo juegos mentales… las espías, las visitas, … en la situación en la que están ni siquiera pueden escupir amenazas como es debido…
Era un intento para alterarlo. Uno de estúpido.
– No, no sirve de mucho… – dijo Zahra – Ha jodido bien mi cerebro, ¿sabes? Llevo todo el día mirando para atrás.
Lavinia salió del metro, caminó y atravesó la calle por el paso de peatones.
Era una noche fresca de junio. A esa hora la ciudad bajaba su ritmo. Los vio al levantar la mirada. Salían del edificio donde trabajaba Stewy.
Él dio un abrazo a esa chica y ella le tocó el cabello y le dio un beso. Cerca de los labios seguro, pero no estaba segura de cuánto.
Al principio se quedó tan desconcertada que tardó unos segundos en discernir lo que sucedía. Todo a su alrededor se desdibujó, y con una horrible sensación de vacío en el estómago, fue arrojada de golpe a la realidad como quien se cae de bruces.
Su cabeza a mil por hora le impidió adivinar cómo había sido ese beso.
Un grupo de chicas de fiesta pasaron por la acera entre risas y grititos jubilosos.
Ellos siguieron hablando de cerca. Stewy se apartó en un claro gesto de despedida. La mujer con un abrigo naranja mono le sonrió.
No estaban exactamente apartados o escondidos. Lavinia intentó pensar fríamente en lo que acababa de ver. Sabía quién era. Zahra, su exnovia.
Sí, tuvo el impulso de salir corriendo en la dirección opuesta. Pero no lo hizo.
Solo la había visto una vez… podía estar confundida.
Pero no tuvo que cerciorarse que fuera Zahra en vez de alguna compañera de trabajo porque, cuando llegó a su altura, aún conversaban. Estaba segura de que era ella.
Zahra era alta, guapa y tenía un cuerpo tan despampanante que no le extrañaría que hubiera desfilado para Victoria's Secret.
Stewy no la había mencionado muchas veces, pero cuando lo había hecho le había parecido una mujer maravillosa. Una tía libre, empoderada.
… a la que había dejado por ella.
Ellos todavía no la habían visto y seguían contándose algo que hacía que él frunciera el ceño con lo que de cerca parecía frustración.
– Hola – musitó.
– Livy…
Stewy se giró y su mano enseguida estuvo en su brazo.
Pareció sobresaltado, pero de un modo distinto al de alguien que hubiera sido pillado in fraganti con otra persona.
Claro que él sabía perfectamente que habían quedado aquí a esta hora. Sería un poco absurdo por su parte que esto fuera lo que parecía.
Aunque quien sabe… no es que fuera algo que un hombre no hubiera hecho nunca… A muchos les gustaba el juego de seducir, pero después… Él venía de una relación donde se acostaba con otras personas. ¿Y si estaba jugando con ella?
Eso era estúpido.
Intentó no entrar en pánico.
Se mordió el labio inferior, tratando de ocultar sus sentimientos.
– Zahra, es Lavinia… – las presentó. La otra chica alargó la mano y se la estrechó – Zahra me estaba contando algo que le ha pasado. ¿Has venido en metro? ¿Todo bien?
De repente se dio cuenta de que Stewy la miraba con ojos preocupados.
– Sí, como siempre. Un servicio lamentable y los típicos borrachos de un viernes por la noche. ¿Por?
– Después te lo cuento – le dio un apretón gentil por encima de la muñeca. Deslizó un poco los dedos hasta que su mano se quedó en la de ella.
– Va-vale.
Miró a la otra chica.
– Bueno, yo ya me iba. Tenía curiosidad por ti, Lavinia – dijo. Tenía unas pestañas larguísimas. Era muchísimo más guapa de cerca.
Hubo algo más en la mirada que le dedicó.
– Encantada – Lavinia se avergonzó cuando tardó un momento de más en devolverle la sonrisa. Ni siquiera estaba segura de haber visto un beso en la boca.
Era ella quien de algún modo se había metido en medio de la relación de esta chica. Una mujer de carne y hueso por mucho que pareciera una ninfa.
Tendría sus complejos, sus miedos y dudas.
No sabía cuánto cariño había guardado por él. Si le había dolido tanto como le dolería a ella…
Al final era algo que ni siquiera se le había ocurrido pensar.
– Déjame llamarte un Uber. Nosotros íbamos a ir caminando si no te diría de llevarte. – Estaba diciendo Stewy a su exnovia.
– No hace falta. Unos amigos me esperan en la esquina – le contestó ella – Id con cuidado.
– Claro.
Lavinia se miró los zapatos un momento mientras Zahra se alejaba. Eran los Jimmy Choo que le había regalado Tabitha una vez.
¿Qué acababa de pasar?
Notó la mano de Stewy en su cintura. Se apartó dos pasos un poco confusa.
Era fácil saber cuándo dos personas tienen complicidad. Meses de afecto a sus espaldas... Sintió la calidez de los dedos de Stewy a través de la tela de su blusa.
Parpadeó. – ¿Os estabais besando? – preguntó en voz baja.
Stewy frunció el ceño.
– Livy…
– No es lo que parece, ¿no? – intentó hacer broma pero apenas le salió un hilo de voz. Se frotó la frente.
Tenía el corazón desbocado pero, al menos, estaba convencida de que lo que había visto no era a dos amantes.
Eso no le evitó sentir aquella punzada de celos.
– Estaba intentando disculparme – La boca de Stewy se convirtió en una línea fina. Zahra había sido rápida al besarle, no exactamente en la mejilla, no exactamente en los labios – Era una despedida. Te prometo que no es lo que yo pretendía, mucho menos lo que quiero. Lavinia…
Asintió insegura.
– ¿Por qué te disculpabas?
A finales de abril todavía estaban juntos. De eso hacía un mes y apenas una semana. ¿Había ido a pedirle explicaciones?
Lavinia relajó su frente, cambiando su gesto inquieto a uno serio.
De alguna manera, supuso, esa chica sí podía sentirse engañada… relación abierta o no… Era muy presuntuoso de su parte suponer que era la única enamorada hasta las orejas de él.
– Voy a pedirle a Diego que te acompañe estos dos días que quedan hasta la maldita entrevista de Weissel…
– ¿Qué?
Fuera lo que fuera lo que se esperaba… no era esto.
Esto no tenía que ver con… nada.
Entrecerró los ojos y puso una mano en el brazo que había puesto en su cintura.
– ¿Por qué?
– Un matón de Waystar ha abordado a Zahra esta mañana.
Tardó un momento largo en entender lo que le decía.
– Dios… ella está… ¿estaba bien?
– Sí, solo son putos juegos mentales…, pero no voy a correr ningún riesgo.
Lavinia dudó. – No van a venir detrás de mí. No saben que estamos juntos… si Roman fuera a decírselo ya lo hubiera hecho, supongo que piensa que no hay nada real de que preocuparse… ya sabes, me follas, te follo…
Stewy cerró los ojos, se frotó la cara con ambas manos y después la acercó.
La idea de que intimidaran a alguien que no tenía que ver por su culpa le ponía enfermo. Pero era peor si pensaba en el lío en el que podía estar metiendo a Lavinia.
La besó en la boca de una manera que no era casta pero tampoco sexo.
– No tendría que haber pasado eso… voy a hablar con Sandy mañana y a hacer un par de llamadas. Quizás puede que hasta haga una de las llamadas esta noche. ¿Te importa si… – empezó a decir.
Se tocó el bolsillo interior de la chaqueta un momento antes de exclamar: – Mierda.
– ¿Qué pasa?
– Me he dejado el móvil arriba.
Lo acompañó por los corredores casi vacíos de la empresa.
En la planta de Stewy solo encontraron un par de personas discutiendo en voz baja en un despacho y dos mujeres fregando cerca de su oficina.
– Buenas noches – les saludaron.
– Lamento si pisamos el suelo mojado – se disculpó Stewy.
Las empleadas le sonrieron y siguieron a la suya.
Él le dio la mano para guiarla hasta su despacho.
– Aquí está – lo encontró a la vista en el escritorio.
– Bien…
La miró en el claroscuro en el que estaba su despacho a esta hora.
Era preciosa.
Hoy se había recogido su brillante cabello castaño en una cola de caballo que hacía fijar la atención en su cuello y estaba especialmente guapa.
Pero no era eso.
Era la manera como lo miraba arrugando el ceño ahora mismo, el hecho de saber por su gesto que seguramente tenía frío aunque aquí dentro estaban a 21 grados, y que su piso ahora a veces olía a su perfume, estuviera ella o no.
Había sido una semana de locos.
Y ella se iba el domingo a la otra punta del país.
Cuando volviera todo el maldito ventilador de mierda estaría en marcha...
Una ráfaga de pánico le golpeó el pecho.
Escucharon alejarse charlando a las mujeres de la limpieza, probablemente para subir al ascensor y cambiar de planta, y Stewy la miró. – ¿Tienes mucha hambre?
Negó con la cabeza brindando una pequeña sonrisa.
Él había dejado a medio leer la famosa revista con el artículo sobre Weissel en una mesita baja cerca de una lámpara de pie y una butaca.
Lavinia se dio cuenta al dar un vistazo al despacho.
Sus pensamientos divagaron.
– ¿Qué?
Pestañeó con la guardia baja.– Soy muy tonta. Cuando vi a Zahra… casi se me olvida que no hace nada estabais juntos. Que es normal que haya capítulos por cerrar…
– No queda nada pendiente, Livy… – Stewy le contestó apoyándose en la mesa de su escritorio. En el mismo movimiento, alzó la mirada como si temiera que ella fuera a protestar. – Estoy contigo.
Lavinia solo asintió, mordiéndose el labio.
– ¿Por qué no le ofreces a ella tener a Diego unos días? Yo voy a estar bien…
– Me encargaré que tenga un coche si lo necesita. No porque vayan a volver a molestarla… Pero para compensárselo. No me hace ninguna gracia que terceros se vean involucrados en esta mierda por mí. Tú usa a Diego hasta que te vayas, son dos días, por favor.
Ella hizo una mueca inquieta.
Pensó en la charla con su abuelo hace unos días.
En qué tipo de empresa era Waystar Royco.
– Lo siento…
Stewy chasqueó la lengua confundido. Estaba molesto, pero no con ella. – ¿Tú... lo sientes?
– Bueno… es técnicamente… mi familia, ¿no? – arrugó los ojos con una mueca en los labios.
– Ni hablar. Que les den, Livy – musitó. – Estoy harto de las tonterías de esa gente… Tú no eres ellos… no podías estar más alejada de ellos.
Entonces Lavinia caminó hacia él.
En realidad, debieron pensar lo mismo porque cuando se enderezó para acercarla más y besarla casi colisionaron.
Chocaron y luego sus bocas se juntaron. Ella lo ayudó a quitarse la chaqueta y empezó a desatarle la corbata. Él tiró de los botones superiores de su blusa buscando su piel.
Stewy le habló al oído con voz ronca: – Te he echado mucho de menos esta semana.
– El martes almorzamos juntos y viniste ayer a…
– Han sido demasiados días – insistió.
Tras unos segundos de beso, sus respiraciones se aceleraron un poco y luego hubo un gemido, y sus alientos resonaron cálidamente en la piel de ambos. – Stewy…
– Allí.
Cerró del todo la persiana de lamas de la cristalera que servía para separar su despacho de la sala abierta, y la llevó de la mano hacia el mueble lateral que era como una especie de librería, de madera caoba, con unos pocos libros perfectamente alineados, y que quedaba lo más alejada posible de la puerta.
Inclinó la cabeza a un lado mirándola con ojos profundos.
Ella se movió más cerca.
– Estoy dividido entre pedirte que seamos discretos para que no nos escuchen o decirte que me pone mucho lo contrario…– dijo con una expresión divertida en los labios.
Lavinia se rió, incrédula. – ¡Uau...!
Cuando Stewy volvió toda su atención a su boca, enredó sus manos en su pelo y después bajó sus manos hacia su blusa abierta, y susurró: – Sé buena chica –, y cualquier pensamiento que ella pudiera tener salió volando por la ventana mientras le sujetaba por la camisa, y le devolvía el beso.
Él bajó los besos por su cuello. Luego, acarició su pecho izquierdo. Lo sacó de su sostén, y lo besó mordiéndolo despacio sin soltarlo. Atormentó al otro pezón con la mano. Lavinia dejó escapar un suspiro, un gemido suave, mitad súplica atrapada en la garganta.
– Me encanta tu boca…
– ¿Sí? – bromeó.
– Sí.
Sintió a Stewy sonreír contra sus labios.
La miró colocando hebras de su cabello detrás de su oreja: – Te quiero, joder – murmuró. No esperaba decírselo así, pero de pronto le pareció absurdo callárselo.
– Lo sé...
Se sujetaron uno al otro tan fuerte como podían.
Stewy pensó que lo único cabal en este momento tenía que ser hacer el amor.
Se humedeció el labio. – ¿Qué hago ahora?
– Quítame la ropa... llevo demasiada.
Asintió… y se dispuso a cumplir con su demanda.
Removió algo más de ropa, tiró de su falda y la subió alrededor de su cintura. Resultó un poco brusco intentando quitar de en medio el resto de piezas que le molestaban. Lamió un punto en su cuello y luego lo mordisqueó.
Notó como sus dedos hacían una carrera en sus medias.
Ella protestó con una sonrisa: – Eso que haces me pone mucho… pero si me rompes las medias, no voy a poder salir de aquí.
– ¿Es una invitación o…? Porque me encantaría retenerte aquí – tentó apoyando su frente contra la de ella y sujetándola por el trasero cubierto por esas medias negras que parecían querer romperse y unas bragas de encaje que llevaba para esta cita.
– Bueno… me gustan estas medias…
Stewy deslizó las manos con cuidado ayudándose a mantener el equilibrio con la superficie del mueble. La dejó ir con cuidado – Entonces deshazte tú de ellas, por favor.
– Vale – le sonrió.
Cuando volvió a besarla, con lengua, dientes, suspiros, metió dos de sus dedos, el medio y el índice, dentro de ella. – Joder… – musitó resollando. Estaba muy mojada.
Él mismo se bajó los pantalones con una mano.
Jadeando, la volvió a levantar contra la pared para hundirse en su cuerpo. ...
Stewy cerró los ojos, frotó su sexo en la parte interior del muslo de ella y alcanzó a murmurar: – ¿Me quieres así?
– Sí – gimió Lavinia. – ¡Mierda! No olvides…
– Hostia…
Stewy se hizo a un lado para alcanzar un condón en la cartera que llevaba en su chaqueta, ella sonrió.
Le quitó el preservativo de las manos, abrió el paquetito y lo ayudó a ponérselo con el corazón acelerado… Él apenas pudo coger aire antes de volver a cubrirla con su cuerpo.
– Nos estamos volviendo peores y peores en esto – jadeó.
Lavinia abrió un poco la boca, y Stewy entendió que tenía una respuesta sarcástica en la punta de la lengua, pero luego se la guardó para sí misma.
En vez de eso, curvó los dedos alrededor de sus hombros como si su vida dependiera de ello y dejó que volviera a elevarla.
La punta de su erección rozó sus labios inferiores hinchados, que él había acariciado y estimulado, en un gesto increíblemente íntimo... no entró aún.
– No te detengas ahora...
Stewy le dio un beso en la garganta, y se hundió en ella con un gemido. – Esto es lo mejor... Joder.
Deslizó una mano por su espalda para estrecharla contra él y se hundió un poco más. Enterró el rostro en su cuello para seguir moviéndose dentro de ella.
–Stew.
– ¿Sí?
– Más fuerte… Sé duro, ... ábreme más para ti. – decidió probar a su oído, con una sonrisa resabida.
– Sí, – murmuró al retroceder para luego volver a entrar – lo que quieres es volverme loco. Sabes exactamente lo que me haces, ¿no? – Stewy jadeó y de nuevo aceleró el ritmo. Afirmó sus manos en su cadera a la vez que se enterraba más profundo en ella y cambiaba de ángulo. Ella gimió, su respiración densa, caliente. El aliento entrecortado. Su cuerpo aprisionado contra la librería.
Era muy excitante verla tan sexual. Muy húmeda y pidiéndole atención. Aunque igual era solo porque le tenía completamente enganchado.
Trató de acallar sus jadeos con un beso y luego con los dedos sobre sus labios. La sintió ansiosa y tan desesperada como él.
La notó tensarse y después relajarse, aliviada, por lo que él se permitió un último embiste decidido, dos, antes de llegar al clímax y colapsar sobre ella con un gemido sordo pero prolongado.
Se quedaron más de un minuto, recuperando el aliento, con la ropa arrugada, sudor en sus frentes.
– Dios. ¿No nos habran escuchado, no? – preguntó Lavinia mordiéndose el labio.
Él se incorporó un poco, adecentándose como pudo, deshaciéndose del preservativo sin mucha fanfarria y abrochándose los pantalones. Le dolieron las comisuras de los labios de sonreír. La quería, joder, cómo la quería.
– No, no te preocupes.
Lavinia se tambaleó un poco al apartarse del mueble, y él la abrazó para que mantuviera el equilibrio.
Se rió.
– Creo que ahora sí que tengo hambre.
Hacía años que Greg no se topaba con una foto de su padre de cuando este era joven. Lo había buscado en Instagram y allí estaba.
Había colgado una foto horrible de su juventud, dio por sentado que en alguna especie de arranque de nostalgia, y luego una en la que aparecía con Lavinia y Roger en una playa. Su hermana no podía tener más de 16 años en esa imagen.
Junio era quizás su mes favorito, así que supuso que eso le había hecho pensar en él.
Liam era un enamorado del solsticio de verano.
Su padre se había ido cuando Greg tenía 5 años pero aún recordaba borrosamente que esa noche (la más corta del año) solía llevarlos siempre a algún sitio.
A un lago a darse un chapuzón o a comer y tomar todos juntos un helado en Montreal, y después pasear cerca del embarcadero. Quizás no eran recuerdos del todo reales sino imágenes mentales que conjuraba gracias a las fotos que una vez se había encontrado en la buhardilla de casa.
Diría que alguna de esas ocasiones había acabado en una discusión a gritos entre sus padres.
Que estuviera pensando en ello justo en este momento cuando otros años no solía hacerlo se debía seguramente a que estaba realmente jodido...
Sin herencia y sin poder pegar ojo por si acababa en la cárcel por culpa de Tom.
Tener a su alrededor a Kendall hacía que se sintiera algo mejor cuando repasaba sus propios problemas, pero solo por los pelos.
Desde su punto de vista, el drama de su familia parecía bastante normal cuando se comparaba con los Roy. Aunque después de todo, los peores recuerdos de aquello los tenía Lavinia.
Él había sido demasiado niño para saber mucho más que que su padre se había largado.
En el perfil de Instagram de su padre había fotos actuales y el escaneado de un retazo de un periódico danés. Suponía que lo habían entrevistado en mayo en Copenhague por ser ese friki que pretendía recorrer Europa en bicicleta y después pasar a Rusia y al este de Asia en tren.
El texto no estaba en inglés y no podía decir qué contaba, pero se acompañaba de un infograma con un mapa que más o menos podía descifrar.
Bueno, si le perdían la pista era bueno saber dónde pensaba ir a parar.
En las fotos de estos días tenía las pintas de un mochilero hippie y parecía contento, pero había algo de la sonrisa que ponía en las fotos que le molestaba.
Por una vez en su vida podía estar aquí con sus hijos y no comiendo en puestos callejeros en vete a tu saber a saber dónde…
No se lo había querido reconocer a Lavinia…, pero en el fondo le había defraudado que en su visita a Bélgica… la reacción inmediata de su progenitor hubiera sido anunciar que se esfumaba a dar vueltas por el mundo con una bici y una mochila.
Llegaron al restaurante japonés una hora más tarde que la hora de su reserva, pero la encargada les ofreció un sitio en la barra para tomar algo mientras quedaban libres uno de los pequeños reservados separados del comedor por unas puertas correderas de papel.
Los clientes comían en ellos sentados sobre unos almohadones dispuestos en el suelo.
– Podemos buscar otro lugar si te parece – le comentó Lavinia. La barra parecía incomoda, estrecha, y los taburetes eran bastante sencillos y de madera.
No tan cool como él acostumbraba.
– No, no hace falta. De hecho, podemos decirle a uno de los camareros que nos traiga la comida aquí. Mientras nos den de comer me está bien – cruzaron la mirada y de forma tácita sus ojos le respondieron con una sonrisa.
– Como quieras – tomó una carta en sus manos y empezó a repasar los nombres de los platos de comida japonesa leyendo en silencio.
– Lavinia, ven – se fijó en la pequeña marca que había dejado en su cuello.
Alzó la mano para acariciar esa marca un segundo. No era exactamente un chupetón, pero aún estaba roja, definida, contrastando con su piel blanca.
Ella pudo sentirle estudiándola.
– ¿Es muy malo?
– Mañana por la mañana habrá desaparecido.
Lavinia se mordió el labio.
– Tenemos que ir con más cuidado.
Stewy frunció las cejas pobladas.
– Lo siento.
– No – Lavinia negó con la cabeza y le miró – no me refiero a la marca. Cada vez me da más miedo que, ya sabes… que nos olvidemos del preservativo – murmuró en voz tan baja que apenas se oyó por la algarabía del local.
– Paramos a tiempo.
– Sí, pero quizás tendría que empezar a tomar algo… – se mordió el labio – condones o no. Hoy hemos estado cerca de meter la pata.
La besó en la mejilla.
Lavinia tenía algo que lo empujaba a bajar la guardia.
– Voy a hacerme unos análisis, ¿vale? Para saber que todo está bien. Luego, vemos.
– Claro… – pareció despistada.
– ¿Livy?
– Ni siquiera pensaba en… esa parte. ¡Dios, mi educación sexual es mucho mejor de lo que parece en este momento!
Se sonrojó como una cría.
Stewy se rió. – Oh, así que estábamos hablando única y exclusivamente de evitar un mini Stewy? – bromeó.
– Tonto.
– Eh, – alzó las manos en su defensa – estoy totalmente de acuerdo. Es totalmente para bien.
Su boca se dobló en una mueca con humor: – Es solo que no pensaba en los análisis… pero tienes razón…
Él le sonrió satisfecho.
Lavinia decidió centrarse en lo que tocaba y volvió a coger la carta. Se escondió detrás de ella para escoger. – ¿Qué quieres? – le preguntó.
– Podemos compartir varios platos. Te dejo escoger a ti.
El camarero que tenía que tomar nota estuvo horas en venir y después como un montón de tiempo más en apuntarlo todo, hasta que finalmente acabó y volvió a dejarlos solos.
Bueno, no exactamente solos. Más bien con las decenas de otros comensales que había en el restaurante, y las dos o tres parejas más que se sentaban en la barra.
Un hombre mayor trajeado les interrumpió cuando aún estaban esperando la comida. Lo acompañaba otro hombre más joven con ropa mucho más casual que iba con una niña de 12 o 13 años.
Por la cara que hizo Stewy los conocía. – Phillipe. Josh.
En plena cuenta atrás para la junta de accionistas y con el tic-tac de la bomba de los cruceros, era normal que algunos accionistas mayoritarios se encontraran entre ellos para valorar la situación.
Supuso que era buena señal que estos dos se reunieran después de una semana en la que ambos se habían visto varias veces con Sandy y él por separado.
Que estuvieran aquí y no en el restaurante del Four Seasons tenía que ser cosa de Josh Aaronson.
Probablemente intentando probar algún punto a Phillipe Layton.
– Qué casualidad.
Stewy se alzó de su taburete y les dio la mano.
– ¿Disfrutando del viernes por la noche? – preguntó Josh.
– Un poco de ocio no viene mal. Os presento a mi novia – la miró buscando en sus ojos castaños una reacción – Lavinia.
Era la primera vez que usaba una etiqueta para ellos en voz alta.
Lavinia le sonrió a él y después al resto.
– Un placer.
Phillipe Layton volvió a alargar la mano, pero hubo una pequeña vacilación en su gesto.
– ¿Cena de negocios? – probó Stewy.
– De viejos amigos. Pero como están las cosas, ya te puedes imaginar los temas de la sobremesa – dijo Josh.
Dos camareras colocaron varios platos con la comida que habían pedido.
Stewy les hizo un gesto de agradecimiento.
– Lamentablemente ya vamos de retirada – añadió Josh mirando a su hija – Por cierto, esta es mi hija Kitty. Acaba de llegar de un viaje a París con su madre y mañana tiene clase de danza como una campeona, ¿ehm?
– Sí. ¡Hola! – La hija de Josh se rió.
– Hola – sonrió Lavinia.
Fue entonces que Phillipe Layton volvió como de un pequeño trance.
– Dios, ya sé por qué me eres familiar – proclamó con aparente seguridad.
– ¿Perdón?
– Louise Roy. ¿Eres la hija de Ewan?
Mierda.
– No, es… es mi abuelo.
– ¡Lo sabía! – Layton exclamó juntado sus manos. – Tienes algo de la parte de Ewan también, pero te pareces mucho a ella. Cuando ella estaba viva… Ewan no fallaba ningún año a las juntas de accionistas. ¿Vamos a verle esta vez?
– No… no lo sé.
Josh miró a Stewy un poco descolocado.
Pareció decidir que no iba a andarse con rodeos.
– ¿Está… el hermano de Logan Roy metido con Furness en esto? Porque bueno – hizo una mueca – me parece que es una información importante que tendríais que haber comentado…
La expresión de Stewy fue indescifrable por un momento.
Tenía que ir con cuidado con como formulaba esto.
Josh Aaronson tenía un 4% y Phillipe Layton representaba a un puñado de otros pequeños accionistas.
En un entorno como en el que se movían tener credibilidad era importante.
Sandy y él se habían esforzado estas semanas en subrayar que estaban sumando cada vez más apoyos entre los accionistas.
No era muy buena señal no contar con ese apoyo dado que acababa de anunciar alegremente que era la pareja de su nieta.
Sandi le diría que ella ya lo había avisado.
– Hemos trasladado a Ewan Roy lo mismo que al resto de accionistas… que la empresa se hunde en manos de su hermano.
– ¿Y lo habéis convencido?...
Lavinia titubeó.
No quería meterse por nada del mundo… pero podía ver que otra cosa que no fuera mentir perjudicaría a Stewy.
Él la miró por un segundo y luego volvió su atención a Josh.
– Como sabes, somos bastante convincentes…
– ¿Eso es verdad, señorita Roy? – le preguntó Aaronson directamente con una sonrisa.
De repente, se encontró entre la espada y la pared.
No podía mentir ni quería arruinarle la jugada a Stewy.
No decía mucho de su propósito de neutralidad.
Entonces se le ocurrió: – Ya lo conocen... mi abuelo es un espíritu libre… pero también es la persona a la que más veces he escuchado decir que la empresa necesita cambios.
– Eso es verdad – acordó Layton.
Josh asintió con cortesía. – Creo que deberíamos dejaros cenar. Un placer señorita Roy.
Se fueron, después de la despedida de rigor, y Stewy se alegró de verlos marchar.
– Es Hirsch – murmuró Lavinia cuando ya no estaban.
Stewy rió con una mano en su cintura. – Eso que has dicho ha sido bueno, joder.
Se encogió de hombros. – Espero que mi abuelo no se entere nunca.
Chasqueó la lengua orgulloso de su chica. – Tu abuelo tendría que hacerte heredera universal… has estado fantástica. ¿Comemos?
Stewy miró a Lavinia pagando en la barra.
Sonrió para sí mismo.
Estaba orgulloso de cómo ella los había manejado a Josh y Layton.
Quizás tendría que ficharla.
Aunque dudaba que entonces acabara nunca jamás un trabajo.
Ahora que le había hecho el amor en su oficina, difícilmente les quedaba ningún terreno neutro. Iba a tener pensamientos sucios al mirar ese mueble y pensar en ella por una larga temporada.
Cogió aire.
Era lo que menos le apetecía del mundo en este momento.
Pero tenía que hacer esta llamada antes de que se arrepintiera y no la hiciera en absoluto.
Se lo debía a Zahra.
Buscó el nombre en la agenda.
No había marcado ese número en más de dos meses.
Dio señal.
– Stewy.
Suspiró.
– A tu familia se le ha ido definitivamente la cabeza, ¿verdad? – añadió un retintín sarcástico.
– Qué coño dices, tío. ¿Por qué llamas para… – la voz de Kendall vaciló.
– ¿Enviar a matones a espiar e intimidar la expareja de vuestros adversarios? ¿Ahora? ¿En serio?
– ¿Qué dices?
– Zahra. Digo. Dejadla en paz, ni siquiera está conmigo, ¿vale? – le espetó – Y os aseguro que no os va a gustar mi reacción si uno de esos gorilas se vuelve a acercar a nadie que me importe. No soy violento, colega, pero es que además es jodidamente estúpido…
– ¿Has roto con la supermodelo? … – Kendall tardó en reaccionar.
– Tío céntrate – le pidió – He cenado cada puto día de esta semana con accionistas dispuestos a despellejaros. No me deis más munición, hazme el puto favor.
Kendall se recuperó un poco al otro lado de la línea.
Le pareció escuchar a una mujer de fondo. – Ken, vamos, no esperaré toda la noche.
Naomi Pierce.
– Si nos perjudica, ¿por qué siquiera me avisas?
Stewy entornó los ojos mientras sujetaba su móvil con una mano, apoyado contra una pared del exterior del local.
– Solo preferiría que dejarais fuera de vuestras pantomimas a la gente que no tiene nada que ver. Estáis jodidos, Kendall. Dejadlo estar.
– Stewy – dijo quietamente.
– Mira, tío. Dejémoslo correr, ¿vale? Que te den, que me den, todo eso. Solamente le debía a Zahra esta llamada. No está conmigo. Punto.
– Stew, ¿por qué no hablamos algún día? – propuso.
– ¿Ahora quieres hablar como personas? No cuentes conmigo – dijo sin ganas.
– Ya claro – asintió – Yo solo… no tenía ni idea… no habría dado luz verde. ¿Ella… está bien?
– Sí, pero comprenderás que abordarla en un párquing es de hijos de puta – espetó. Cada vez que pensaba en ello estaba más enfadado con la situación empezando por sí mismo.
– Tío, por supuesto.
Cogió aire.
– Adiós, Kendall.
– Sí. A-diós.
Cuando entró, Lavinia lo estaba esperando de pie.
– ¿Cómo ha ido?
La miró con una mueca.
– De la única manera que podía ir supongo. Pero Zahra está fuera de esto. No la molestaran más.
– Eso es bueno – dijo.
– Livy…
– ¿Sí? – apretó los labios en una sonrisa.
– No lo he dicho porque estuviéramos, ya sabes, follando. Te quiero en serio – le aseguró – y lo siento. Tú tampoco te mereces todo este lío…
Lavinia se tensó un momento, insegura de qué iba a añadir en cuanto vio que no había acabado de explicarse.
– Stewy…
– Nunca he tenido una relación realmente seria. He estado enamorado, pero nunca creí que podía servir para esto – volteó la palma y tomó la mano de Lavinia en la suya – Quisiera que nos cogiéramos unos días lejos de Nueva York cuando la cosa se calme un poco. Pasar unos días juntos y solos sin todo este ruido. Espera – pidió al ver que ella abría los labios para emitir algo – has estado fantástica con Josh y Layton. Gracias.
Lavinia sonrió con algo de vergüenza: – Mucho para Las Vegas.
– Lo sé. Pero todo va a ir bien.
Se mordió el labio inferior y quiso prometerle que era cierto.
Normalmente no hacía promesas que no sabía si podía cumplir o de cosas que no estaban en sus manos. Pero necesitaba darle… darse… algún tipo de seguridad.
Intentó parecer seguro pero pensó que en realidad no sabía a quién quería convencer… si a Lavinia o a sí mismo…
La noche antes de partir a Los Ángeles se quedaron abrazados en el sofá, mientras él acariciaba sus cabellos.
Se habían sentado allí después de cenar porque Stewy tenía que repasar unos correos electrónicos en el portátil.
Podía haberlo hecho por la mañana, pero iba a acompañarla al aeropuerto.
Tenían que levantarse en apenas cinco horas.
Los dos estaban muy cansados para moverse después de una semana dura y de un sábado en el que habían madrugado para cerrar flecos pendientes en sus respectivos trabajos, así que acabaron por acurrucarse hablando de nada en particular.
No aguantarían despiertos mucho tiempo más.
– ¿Has decidido donde quieres ir? Podíamos discutir lugares – tanteó ella.
– Tengo una villa en Paxos. Me gustaría llevarte allí.
– Eso es… – entrecerró los ojos.
– Una isla… en Grecia. Aguas cristalinas, calor, buena comida.
– Pensé que una vez dijiste que tenías un yate en las costas de Croacia.
– Sí… pero pensaba que igual esta vez contigo prefería tierra firme y buenos restaurantes. Tengo casa en otros lugares, podemos debatirlo…
– No – le sonrió – Grecia está bien.
– ¿Qué parte del mundo querrías visitar? Podemos mirarlo. ¿Quieres que busquemos un globo terráqueo y, no sé, lo hacemos girar y lo dejamos al azar? Eso sí si no es un país con playa, calor, y bueno... – frunció el ceño pensando en su propia propuesta.
– No. Para – se rió – En serio, está bien.
– ¿Seguro? Es tu cumpleaños en julio, puede ser mi regalo… Llevarte al sitio que quieras de vacaciones.
Se mordió la mejilla por dentro. Stewy, amor, no vas a pagarme unas vacaciones a medida. Que fuera un lugar donde ya tenía casa… o yate… solo le hacía sentir un poco mejor.
– Seguro. Además, mi padre está yendo a todos por mí – ironizó – Con bici y mochila. Se supone que va a escribir un libro después…
Se inclinó para besarle la frente: – ¿Sabes dónde para?
– Ni idea. No ha llamado en tres semanas, espero que esté bien. Stewy…
– Dime.
– ¿Naciste en Irán?
– Sí, aunque era un mocoso de teta cuando llegamos... Mi padre estudió un par de semestres en Estados Unidos en los sesenta a través de un programa de una universidad iraní, volvió a casa para graduarse por insistencia de su padre y sus tíos que tenían una constructora de obra civil y de carreteras en Teherán, se casó, tuvo hijos, y luego vino la revolución, las cosas se complicaron y decidió marcharse del país con nosotros – se quedó pensativo un segundo –… ya que preguntas debo advertirte que mi madre posee la receta del mejor khoresh gheymeh del mundo…
Le miró interrogante.
– Es un plato típico. La carne de cordero se deshace en la boca, te juro que…
– ¿Me lo cocinarás?
– ¿Yo?
– ¿Por qué no? ¡Un día, en Grecia!
– Bueno… no sé si cocinar está entre mis muchos dones, pero si me echas una mano…
Se apretó más contra su pecho con una sonrisa mientras le escuchaba hablar.
– Bueno, Susan… Brightstar Cruises fue, durante décadas, un pozo negro de mala administración... y millones y millones de dólares se pagaron durante décadas para encubrir la explotación y el acoso sexual por parte de los empleados de Brightstar, y mucho de eso lo cometió el hombre a cargo, Lester McClintock.
Stewy estaba viendo la entrevista a Weissel con los Furness.
La llamó durante una pausa publicitaria, pero Livy que ya estaba en L.A. no cogió el teléfono.
Debía estar trabajando otra vez a deshoras.
– Es bueno… nos beneficia tremendamente – aventuró Sandi hija.
– Por supuesto. Absolutamente – estuvo de acuerdo su padre. Sandy se llevó el puño a la boca y tosió con discreción – ¿Tú qué dices, Stewy? Ha valido la pena darle apoyo.
– Apoyo y una sangría de millones – cruzó las piernas en la butaca de piel donde estaba sentado – Es fantástico. Después de esto para los accionistas somos unos jodidos santos comparados con los Roy. A estas alturas supongo que todo el mundo sabe que hemos dado apoyo a Weissel, pero…
– Pero eso no es un problema. – dijo Sandi – Somos los buenos de la película. ¿Es un problema para ti?
– No – hizo una mueca – claro que no. Es exactamente lo que estaba diciendo.
¿Cuál era su problema?
Creía saber el motivo por el que usaba ese tono. Pero él no era el chico de los recados de Sandy, y desde luego, su vida privada no era el puñetero problema de su hija.
Había perdido suficiente y se jugaba aún mucho más por ese maldito negocio como para eso.
Todo había ido como la seda en su asociación con Furness hasta que la salud del hombre se había empezado a deteriorar y Sandi había ganado más presencia al lado de su padre.
Desde el principio que ella pensaba que su relación con los Roy era demasiado personal.
No tenía ni idea.
Estaba aquí habiendo arruinado una amistad de toda la vida y puede que metiendo en un montón de mierda el hermano de la persona de la que estaba enamorado. Mucho más no podía hacer por la causa.
Se pasó una mano por el cabello.
No podía valorar como de malo era para Greg Hirsch porque ella no le había contado nada.
Lavinia era real, dolorosamente honesta, inteligente, tierna y valiente a la vez, y dispuesta a meterse en la boca del lobo por ese chico.
… y por ti.
No estaba seguro de merecerlo.
La recordó el otro día con Phillipe Layton y Josh Aaronson.
Lo de ellos era más bien un secreto a voces a estas alturas…
El televisor continuaba en marcha.
– Incidente NPRI.
– Ajá, ¿y eso qué significa?
– Eso significa que es una trabajadora sexual o un trabajador migrante en un puerto extranjero, que no involucra a un cliente o un miembro permanente del personal. Ninguna persona real involucrada. Y estos registros de sombra...
Sandi suspiró: – Bueno, creo que ya hemos visto suficiente, ¿no? Es bueno, es muy bueno. ¿Qué creéis que va a pasar ahora?
– Las fuentes que tengo es que si esto de hoy era bueno, y lo es… Gil o Gilliard van a presionar para una vista en el senado que podría ser en cuestión de días. En unas horas vamos a saber más – señaló el padre de esta.
– Fenomenal. Brindemos por ello – sugirió Stewy.
Había nervios en casa de Logan Roy.
La entrevista televisada a Jim Weissel estaba siendo un desastre para los intereses de la empresa.
– Vamos a decir que está resentido, es culpable, tapa sus huellas, y que no ofrece ni pruebas ni víctimas ni nada nuevo – Karolina defendió cuando preparaban un comunicado.
Gerri ratificó esa idea.
– Hay que decir la verdad, que ni la directiva aquí reunida ni la familia sabían nada de esto. Tiramos a Mo por la borda. Mo es la manzana podrida. Jim Weissel otro demonio, la Rata, también. Weissel busca un contrato editorial con apoyo de Sandy y Stewy; es una pugna empresarial. Es una estrategia, realmente les da igual.
– Y lo de los registros, sacrificaremos a Bill… – Logan estuvo de acuerdo.
– Dudo que exista ningún papel con nada más allá de Bill.
– A ver, todos adoramos a Bill, pero… – apoyó Kendall.
Poco después telefoneó Siobhan.
Les iban a llamar para testificar en el Congreso. – A la gran letrina nacional, a cagarla en público – dijo Gerri.
Querían que testificara Logan.
– Llama a las amistades, a los chicos de Florida, a quien pueda poner trabas – mandó este.
Hugo propuso llevar a Gerri y a Tom a Washington.
Con ese panorama, Greg estaba cada vez más nervioso.
– Acabo de rechazar 250 millones de dólares… – contó a Connor y Tom durante un momento en el que estaban solos.
Tom se había mostrado visiblemente contrariado en Dundee cuando pensaba que iba a dejar el trabajo. Por eso le pareció que no era justo que le dijera que su decisión era estúpida.
– Greg, tío…
De todas maneras, el nieto de Ewan intentó defender su posición:
– Logan ha prometido cuidar de mí. Mi abuelo es muy volátil, igualmente no era nada fijo. Además, tiene una salud de hierro, a saber cuándo tendría que esperar. He hablado con mi madre. Me dejara 5 millones igualmente.
– Con 5 millones no haces nada – le advirtió Connor.
– Serás el pobre más rico de América – se mofó Tom.
Kara y Angela tenían una cena.
Lavinia se había planteado dar una vuelta de tarde-noche por Hollywood Boulevard, ya que tenía horas libres, pero al final se había quedado en su habitación de hotel repasando la agenda de mañana y mirando la tele.
James Weissel estaba involucrando a un montón de gente en ese asunto de los cruceros.
Menudo plan para una noche de domingo.
– Hubo una limpieza a cargo de Bill y él informó a Kendall Roy. Ya sabes, trataron de limpiar las cosas. Y, eh, recientemente, Tom Wambsgans… – dijo Weissel en la tele.
Eso eran malas noticias.
Si Tom recibía por ello… no lo haría solo.
Le había pedido a Greg que se llevara los papeles de su casa, pero al final seguían ahí.
Puso la cabeza contra uno de los cojines, ahogando su frustración.
Qué desastre.
