"I will fight
I will fight for you
I always do until my heart
Is black and blue

And I will stay
I will stay with you
We'll make it to the other side
Like lovers do

I'll reach my hands out in the dark
And wait for yours to interlock […]"

– Don't give up on me (Andy Grammer)

Capítulo 16. Esto no es para lágrimas I

"Mientras consiga Waystar, qué más da si la chica que me follo y a la que lleno la oreja de palabrería bonita se jode. ¿A quién le importan sus sentimientos?".

¿Era eso lo que había pensado Stewy? ¿Y si ella no estaba siendo racional?

Lavinia ya sabía que era ese tipo de hombre de negocios.

Que no la escogería a ella por encima de su trabajo.

Por favor, si Sandy y él habían pagado una fortuna a ese hombre... James Weissel...

No darle aquel tip sobre su hermano era seguramente una tontería en su cabeza.

Stewy había actuado para el mejor interés de su empresa y los Furness, como siempre había dicho que haría.

Es probable que no pensara en cómo ella se sentiría al respecto. Que como la mayoría de hombres, estuviera demasiado centrado en sí mismo para preocuparse.

No quería, ni siquiera, pensar en ello. Sin embargo, no podía evitarlo.

Si no se hubiera abierto a él, si no le hubiera contado cómo esa vez había dejado atrás a su hermano y lo mucho que le preocupaba en el presente, seguramente no le dolería tanto… Stewy debería haber podido hacerlo de otra manera.

A cada momento, tenía que cortar en seco su tren de pensamientos y tratar de concentrarse en otra cosa.

Mientras se le desgarraba el pecho por dentro, se dirigió al bar del hotel donde le esperaba Karolina.

Había recibido un mensaje suyo a primera hora.

Se había propuesto hacer esto bien. Si Greg necesitaba ayuda, debía prestársela con todas las herramientas disponibles.

– Hola – la saludó.

– Hola. ¿Has descansado bien? – Fue una pregunta normal. Una que no pedía que ella se pellizcara la mano, nerviosa.

– Sí. El hotel no está mal. Bueno, claro, es un cinco estrellas... – se avergonzó un poco de su torpeza al abrir la boca.

¿Tú eres la que trabaja con las palabras, Vinnie?

Era mucho más de lo que ella habría podido permitirse. Greg se había encargado de conseguirle la habitación a través de la empresa.

– Me consta. Yo también me alojo aquí. – comentó Karolina con una sonrisa amistosa – ¿Vas a tomar un café?

– Sí, por supuesto. Bueno, yo… – se sentó, mordiéndose el labio. – Pensé que quizás vendría Jason, con todo el trabajo que tenéis…

– Sí, yo también – soltó un suspiro – Pero Hugo se va con tu tío a Venecia y tengo a Jason pendiente de la prensa hoy. Ken lo hizo muy bien ayer.

– Lo vi. Por la tele – Lavinia farfulló forzándose a no hacer una mueca.

El camarero vino y pidieron dos expresos.

Karolina le sonrió.

– Bien. Me han dicho que quieres echarnos una mano con Greg y tengo todas estas hojas para que me las firmes – su expresión fue amable. Entonces, meneó la cabeza: – Hay algunas, que siendo de la familia y tratándose de algo tan puntual, yo no las hubiera incluido, pero Roman me ha dicho que tú insistías.

¡Ja! No había hablado con Rome desde hace días.

Mucho menos de acuerdos de confidencialidad.

– Estoy segura de que están bien. Es cierto que lo prefiero – explicó.

Karolina la miró con atención y cautela, como si intentara descifrar qué esperar de ella.

– Perfecto. Bienvenida al equipo, aunque sea por 48 horas – le dio la mano. A continuación, le entregó varias carpetas, una de las cuales estaba llena de notas de la comparecencia de Tom.

Cogió aire.

Concentrarse en ayudar a Greg sería lo más parecido a su tabla de salvación estos dos días antes de volver a Nueva York. Esta mañana pensaba en Stewy todo el tiempo. No podía evitarlo.

Stew abrazándola, resiguiendo las pecas de su brazo con la yema de sus dedos, ella muy quieta contra su pecho, su cabeza descansando en el hueco de su cuello, pese a estar castigándole con su silencio desde la cena que les habian subido a la habitación, y que apenas había probado.

Stewy mirándola con preocupación, sosteniéndola como si fuera algo preciado para él…

Ella en sus brazos, queriéndose fundir en su calor tibio y su respiración, para no tener que estar decepcionada, frustrada y confundida.

Tenía que mantenerse ocupada.

Porque su mente traidora, en cuanto se descuidaba, le llevaba a recordarlo de nuevo, a él y todo lo que estaba mal con no avisarla. Los ojos castaños culpables y la omisión a posta sobre su hermano.

El callarse información relevante que la afectaba.

Lo insegura que la hacía sentir eso aunque no fuera justo para él…

Habíais quedado que era la única manera... ¡Estabas de acuerdo!

Si Stewy hubiera querido protegerse a sí mismo habría podido seguir fingiendo que no sabía nada y evitado que ella se disgustara.

Pero había sido sincero - en ese momento.

Si Greg va a la cárcel por esto…

Trató de averiguar por qué estaba tan enfadada y con quién estaba más enfadada, si con la mala cabeza de su hermano pequeño o con Stewy, sin poder llegar a ninguna conclusión.

De pronto, se abrió una de las puertas del bar y entró Tom con la expresión que solo tendría un hombre que había visto los titulares de hoy sobre él. El Atlantic lo había llamado "un sonriente bloque de feta casera".

¿No se había ido a dormir a Nueva York con Shiv? ¿Qué hacía aquí tan temprano?

Lavinia suspiró.

– ¿Sabes lo que ha hecho tu hermano ahora? Hola, Karolina. No me coge el teléfono. A mí, a su jefe. Pensé que estaría en su habitación, pero no, nein… o no me abre la puerta. Como si fuera culpa mía que tu abuelo lo haya desheredado.

No, pero que pueda ir preso, eso en cambio…

Gil Eavis te paró una trampa y tenías que limitarte a no responder.

Lavinia apretó los labios. Tom era lo que le faltaba a su mañana para acabar de estropearse.

Stewy quizás no le había dicho que sabía por dónde irían los tiros. ¡Pero él era quien se había cargado completamente su intervención y había embarrado a Greg hasta el cuello!

Se había desempeñado horriblemente frente al subcomité del Senado que investigaba el escándalo de los cruceros.

Entonces Tom sonrió mirándolas a las dos: – ¿Y esto que veo? ¿Vas a trabajar en Waystar, Vinnie?

Karolina agitó la mano con impaciencia recogiendo los documentos que ella había firmado un momento antes.

– Yo tengo que hacer varias llamadas. Llámame si tienes alguna duda y pásate por nuestro, ya sabes, cuartel general – ofreció simpática. – Hoy no va a haber chicha pero seguimos acampados allí.

Antes de irse hizo cara de apiadarse de ella.

No era para menos. A la que se alzó de la mesa, Tom ocupó su sitio.

– ¡Tu hermano es imposible! ¡Completamente imposible! Como si yo pudiera saber… nadie me preparó para eso de ayer – murmuró – Se supone que Hugo y Jason tendrían que haberme preparado, ¿sabes?

Lavinia suspiró y negó con la cabeza.

– ¿Qué dice Shiv? – preguntó un momento después. En serio se preguntaba qué estaría pensando su prima del lío en el que estaba su pareja.

No había ningún tipo de cinismo o doble sentido en su pregunta.

Pero algo en la expresión de Tom viró varios grados.

– No seas absurda. ¿Qué quieres que diga Shiv? Ya sé que le pregunté si me había traicionado ella, pero no lo decía en serio, ¿sabes?

Lavinia no tenía ni idea de eso. No había escuchado ninguna conversación ayer excepto la que habían tenido con ella y algunos gritos sueltos cuando habían entrado en esa sala.

Sí, había visto las puyas que la prensa le tiraba a Tom desde ayer por la mañana.

Y había corrido la voz que Hugo le había preguntado a Shiv qué se sentía al estar casada con "un hombre con dos neuronas en el ano". Pero eso era todo.

Lavinia pensó que Tom necesitaba de mejores habilidades para sobrevivir en este entorno.

De entrada, había pensado que era alguien fastidioso y creído. Arrogante y malicioso. Pero en Argestes, había tenido la impresión no solo que había un ser humano detrás de ese histrionismo, sino que no era ningún incompetente.

Al final, ayer había demostrado que no podía competir en astucia con los tiburones del mundo de los Roy… que no sabía las cartas con las que jugaba.

No estaba muy segura sobre la falta de moralidad.

¡Por supuesto que había sido Tom el miembro del clan Roy más probable de derrumbarse ante el cuestionamiento de Gil Eavis y sus colegas…! El candidato demócrata y senador seguramente lo sabía desde el primer momento porque conocía bien a Shiv.

Se permitió considerar que...

¿Las quería ella las habilidades para sobrevivir entre escuálos?

No, no.

Ni de coña.

Era consciente de que a la larga éstas tenían un precio y no quería pagarlo. En eso su abuelo tenía razón.

A sus primos siempre se les notaría la alta cuna; con lo bueno y todo lo malo.

Stewy las tiene todas esas habilidades sin disculparse por ellas... Y tú lo amas.

Es también un príncipe de Park Avenue...

Pero hay algo más en él. Algo real. ... o quizás te engañas a ti misma.

Habían pactado no contarse nada que pudiera comprometer la adquisición de Waystar… No crear un conflicto de intereses innecesariamente.

Era un pacto de ambos.

Ni siquiera podía decir que él le había mentido.

– ¿Así vas a incorporarte al equipo de Karolina? – le preguntó Tom alzando la mano para pedir un latte.

– Solo por el asunto de Greg – resolvió breve, no queriendo ahondar en por qué habían llegado a este extremo.

Tom miró al techo. Luego, como si fuera broma, dijo: – ¿Dónde estarás mejor que en Waystar?

Se mordió la lengua para no hacerle una lista bastante larga de sitios.

Preferiría no tener esta conversación.

– Tengo que buscar a Greg para hacer esto – fue lo que dijo entonces Lavinia – Aunque por el momento no sé dónde está. ¿Supongo que hoy y mañana me cedes a tu asistente?

Tom meneó la cabeza. – Si no hay más remedio…

– Bien… ¿Quién hay hoy en la cámara del Senado?

– Solo intervenciones políticas sobre ayer. Había un testimonio, ¿sabes? – bajó la voz con una sonrisa – de una víctima. Pero les va a dejar plantados. Shiv la convenció, mi mujer es la hostia.

Lavinia le lanzó una mirada reprobatoria. – Eso suena fatal.

– Gil mismo le dio la pista.

Vale, joder.

Eran los peores estrategas políticos de la historia.

De nuevo, Lavinia se contuvo para no hacer ningún comentario, ni siquiera cuando Tom volvió a hablar.

– En fin – dijo Tom, y se miró el reloj – Ahora tengo que irme. He quedado con Cyd Peach. Que también está aquí porque tenía una reunión con no sé qué funcionario de la agencia de tránsito. A lo mejor vuelvo después… Y por favor, dile a Greg que responda el teléfono. Esperaba desayunar con él... para... comentar, ya sabes, la jugada...

A su hermano lo que le hacía falta era buscarse otro trabajo lejos y dejar de querer ser incluido entre los Roy a toda costa.

Pero en el fondo sabía que Greg no daría ese paso, pensó Lavinia contrariada.

¿Por qué se sentía responsable?

Ella haría bien en evitar quedar atrapada también en esta empresa.

Desvió la vista a la ventana más cercana y de allí a la calle, invadida por un remolino de pensamientos.

Stewy.

Cerró los ojos y maldijo en silencio. Otra vez él en su mente... Lo quería con tanta fuerza que le dolía.

Los dos actuaban como si su relación pudiera quedarse suspendida en el espacio y el tiempo indefinidamente.

Un secreto a medias.

¿Se habían parado a pensar de verdad cómo sería cuando los descubrieran todos?

– Por cierto, Vinnie – Tom interrumpió sus pensamientos mientras se ponía de pie – ¿Qué has sabido de Roman? Menudo susto eso del secuestro.

– ¿Qué secuestro? – se sobresaltó.

– ¿No lo sabías?


"Estoy rodeado de idiotas".

Vale, esa no era la respuesta que Lavinia esperaba cuando envió un WhatsApp a su primo Roman para saber si estaba bien.

"Me hago una idea, Rome. ¿Pero tú estás bien?"

"Sí, nos dejaron sin el móvil ni el guardaespaldas. La estúpida rutina de un secuestro en Turquía supongo. Y creo que no estoy muerto, así que sí, respondiendo a tu pregunta idiota, estoy bien".

Lavinia se alegró.

Respiró hondo mientras se echaba agua fría en la cara y se aplicaba un poco de crema. Iba a comer con su hermano mientras hablaban de su comparecencia.

Y había subido a su habitación a recoger el iPad y cuatro cosas.

Aún no había pasado el servicio de limpieza.

Básicamente porque ella había dejado el cartelito de no molestar colgando del pomo de la puerta.

Había bajado esta mañana a desayunar sin tener la cabeza en su sitio.

Antes de maquillarse un poco para disimular el cansancio, encendió la tele y se acostó un momento en la cama para hacer tiempo, enterrando su cabeza en la almohada. Olía a él, su aroma masculino y cálido y su maldita colonia.

Cada vez que intentaba pensar en cualquier otra cosa, su mente la devolvía literalmente a su abrazo, su voz suave, firme. Ese beso de despedida que no había dicho nada de ellos.

Lavinia hizo una mueca con varias emociones mezcladas que la cortaban como cuchillos... miedo, duda y un fuerte instinto de protección a su hermano.

Estaba sobrepasada y confundida.

Se decía que ni siquiera tenía derecho a estar enfadada… Aun así… Ella habría tomado partida por él.

Como con ese Josh Aaronson, ¿no? No quería ni pensar en el enfado de su abuelo si se enteraba.

Pero él se había callado que Greg podía recibir de lo lindo en la cámara del Senado. Entendía que la estrategia financiera, o como quisiera llamarlo, le exigía no ponerles sobre ninguna pista. Pero si ella lo hubiera sabido, no habría ido a gritárselo a Tom… habría podido buscar una manera de proteger mejor a su hermano.

Porque Greg tenía esos documentos...

Los que no habían quedado macerados de queroseno al menos.

Podrían haber hablado con Gil Eavis.

Mil cosas.

Stewy no sabía eso.

Pero sí que su hermano podía ir a la cárcel por la destrucción de pruebas y que no tenía ni el ingenio ni el cuidado para dar más que un testimonio tortuoso y entre dientes delante del Congreso.

Ella le había hablado de Greg. De qué sentía la necesidad de protegerlo.

No, Greg tenía el material para salir de un aprieto, pero puede que le faltase la sagacidad para usarlo. Quién sabe.

A veces parecía que había dejado la incubadora ayer, pero…

No estaba segura de por dónde podía salir.

No es que pudiera culparle por no confiar en ella.

Lavinia no había querido saber exactamente qué contenían esas copias.

Y Greg no se fiaba de su relación con Stewy.

Una parte de Lavinia estaba enfadada con su hermano por su estupidez. ¡Dios! sólo quería actuar como si no pasara nada.

Greg era un hombre adulto que había cometido un delito de destrucción de pruebas, no su responsabilidad.

La empresa de su tío, prácticamente una organización criminal llena de cadáveres escondidos.

Ella merecía vivir esta historia de amor sin remordimientos.

Debía darle igual si sus primos o incluso Greg la odiaban por ello.

¿Qué voy a hacer si todo sigue complicándose? La pregunta no dejaba de dar vueltas en su cabeza, desalentándola.

De nuevo fuera del hotel, se dirigió al metro.

Buscó una línea de metro que la llevara cerca del centro. El convoy llegó a otra estación y se abrieron las puertas. Salió y entró más gente. Luego, continuó su marcha por el subsuelo de Washington.

Cuando llegó donde tenía que hacer transbordo, bajó mirando su móvil. Apretó su bolso contra ella, como se había acostumbrado a hacer en Nueva York, y subió por unas escaleras mecánicas, ajena al hombre del equipo de Colin que la seguía.

Quince minutos después, estaba comiendo pasta con el pasmarote de su hermano pequeño trastabillando con cada pregunta que le hacía.

Estaban ensayando posibles cosas que podía preguntarle Gil Eavis y ella le indicaba posibles rutas que podía tomar para responder.

Greg era fascinantemente torpe explicándose incluso con ella.

– ¿Por qué lo hiciste?

No sé, porque Tom, sabes, tampoco es que, bueno, me diera mucha opción. Pero yo, quiero que sepas que va contra mis principios, Vinnie… Pero es más complicado de lo que parece porque ahora estoy jodido… ¿me crees, no? Yo solo quería, yo que sé, un buen puesto en los parques…

Lo dejó dar rienda suelta a la rayada que llevaba encima y a su enfado con Tom, mientras ella lo escuchaba con paciencia.

– Vinnie…

– Si probamos a ensayar esto, tienes que contestarme cómo lo harías con Gil. Porque se te va a comer con patatas – le advirtió.

– Ya. Aunque creo que sé lo que voy a hacer – repuso con una sonrisa forzada. – Gracias por querer ayudarme. Me será de mucha ayuda tu opinión y te prefiero a Hugo o Jason, pero creo que tengo un, ahm, un buen truco. Tú misma me diste la idea ayer.

– ¿Cuál?

– No contestar.

Lavinia entrecerró los ojos.

– ¿No contestar, Greg? ¿Cómo no contestar? Yo me refería a no hablar sinsentidos que te metan en más problemas para matar el tiempo. Pero algo vas a tener que decir.

– Ya he pensado en eso.

Lavinia se dejó caer contra el respaldo de su asiento.

– A ver, explícamelo.

Lo escuchó con el ceño fruncido.

En el fondo pensaba que lo de Tom había sido muy raro.

Aunque no supieran que Gil Eavis haría esas preguntas exactas, su obligación era prepararlo lo mejor posible, tendrían que haber imaginado esa posibilidad, sabían que se habían revisado correos, pedido acceso a las cajas que ya no estaban, en los registros.

Le daba miedo que Tom estuviera siendo el tonto útil.

Porque estaba claro que en este momento era un mismo pack con Greg.

– Vale, Greg, escúchame – pidió apartándose un mechón de pelo detrás de la oreja – Sé lo más cercano a la verdad que puedas sin meterte más en el barro. Insiste en la idea que eres un subordinado. El senador Eavis dejó bastante claro a todo el mundo que Tom te hace bullying así que…

Greg la interrumpió: – Bueno, bullying… es decir, yo, ehm…

– Cariño, ¡te envió 67 correos en una noche!

Desvió la mirada. – Bueno, vale – miró a su plato de espaguetis, pensativo – Y, ahm, los documentos que tengo… ¿Qué hago con ellos?

– Tienes que decidirlo tú, Greg. Pero yo esperaría a ver qué pasa… ahora ya estás en este embrollo, ¿no?…


Hace dos días los Roy pensaban que esa audiencia en el subcomité del Senado no sería más que relleno para las tertulias de televisión, pero una vez que habían llegado a D.C., no solo se habían dado cuenta de que Gil tenía ventaja al pelear con Tom, pero también un testigo clave contra Lester.

Una persona más que dispuesta a compartir su historia, que les pondría en problemas a solo unas semanas de la reunión de accionistas.

Bueno, pues a la mierda…

Resulta que habían logrado cargarse lo de la testigo.

Stewy se bajó del jet y entró deprisa en el coche que lo estaba esperando en el aeródromo. Saludó a Diego al otro lado del vidrio oscuro y revisó de nuevo su móvil para contestar un par de correos electrónicos.

Intentó tener la mente en blanco porque era la única manera de avanzar hoy con el trabajo.

¡Joder! Debería haber mantenido la boca cerrada.

Lavinia…

Su cuerpo se tensó al recordar su rostro esta mañana.

Tenía planes con ella. Tomándola de la cara y besándola al atardecer, dándole la mano para caminar a su lado por la arena del mar, conversando de todo y de nada, felices, lejos de los Roy y Sandy Furness. En las playas griegas.

Nunca había querido tanto estar cerca de alguien de esa forma.

No en más de quince años.

¿Seguía el plan todavía en pie o había metido la pata irreparablemente?

Si creyera en la suerte creería que su puñetero corazón estaba gafado.

Pero solo podía culparse a sí mismo.

Lavinia le importaba mucho.

¿Estaba dispuesto a estropear esto con ella por todavía más dinero? ¿Por la empresa de 85 billones de dólares de su tío abuelo?

No tenía una respuesta buena.

Claro que quería esa empresa. Él tomaba decisiones que producían más dinero, era lo que hacía. Pero le acojonaba pensar que la perdería en el proceso y que sería por una estupidez.

Estaba seguro de que había escogido mal cómo hacer todo esto.

Ni siquiera era que tuviera que renunciar, solo ser un poco más sensible con la realidad de Lavinia.

Por más que ambos se empecinasen, no era ajena a toda esa mierda.

A él no debería serle igual que el único hermano de la persona que quería fuera a la cárcel. Tendría que haberla advertido. Ver si el chaval tenía manera de cubrir sus espaldas.

Wambsgans era culpable como el demonio de mandar destruir esos documentos.

Nadie en su sano juicio podía creerse que el puto ojo de Sauron que era Logan Roy no estuviera enterado de todo.

Con menos ya tenían un buen puñado de accionistas convencidos.

¿Cómo había estado tan… ofuscado?

Lo peor era que no podía hacer nada para arreglarlo.

Despacio, comprendió algo más.

No tenía por qué ir con pies de plomo con su relación. Aquí no estaba compitiendo con los Roy ni librando una batalla contra su orgullo. No tenía por qué sucederle lo mismo que con Ken. Esa forma adolescente de huir de algo que es más grande que tú.

Lavinia y él no eran así. No se parecían en nada a esos dos chicos estúpidos de Harvard que, por más que lo intentaran, se hacían daño.

Por miedo e inseguridad, Kendall siempre había elegido un "lo que papá quiera, papá lo consigue". Una parte de él lo había adorado con ceguera pero no había bastado.

Las cosas eran más fáciles cuando uno no era un crío empezando la veintena.

Lo eran con ella.

Por razones obvias y otras menos obvias.

Logan no tenía poder sobre ellos.

Tampoco su abuelo.

Aunque no quería que ella perdiera ni un cuarto de dólar de su herencia por su causa.

Él cumpliría 40 el próximo año. ¿Qué mierda estaba haciendo?

No le asustaba esa familia.

En la radio, una voz dio forma a sus pensamientos. Hablaban de los Roy y la sesión de ayer en el Senado.

– En verdad hoy hay un tráfico terrible – se disculpó Diego.

Se pasó la mano por la barba espesa, distraído.

Podía arriesgarse, podía atreverse a dar pasos que nunca había dado. Hacerle las promesas que le había asegurado no poder hacer.

Lavinia se merecía a alguien que pudiera ofrecerle algo duradero. Alguien dispuesto a dar un para siempre o lo que más se le pareciera en el mundo en el que él se movía.

Aun queriéndola era difícil verse como ese hombre.

Pero nunca antes había conocido a alguien con quien no viera un final. En sus otras relaciones siempre había sabido que se acabaría tarde o temprano.

Incluso con Ken.

Stewy miró por la ventanilla del coche, como si la niebla se hubiera disipado de su mente. Enamorado de ella, se sentía casi un extraño en su propia piel.

Tenía que conseguir que Livy le perdonara por esta cagada.

No podía perderla o dejar que lo que compartían se estropeara. Quería estar con ella todo el tiempo que ella lo quisiera, admitió, quedándose sin respiración.

Quería hacerle el amor solo a ella no solo las próximas semanas o meses, sino años.

Marcó el número de su oficina en su móvil para hablar con su asistente.

– Cancela mis citas el 2 de julio y mueve la reunión con Dennis Coves del día 3. Voy a tomarme más días de los que tenía planeados.

– A tus órdenes, jefe. ¿Informo a los Furness o…?

– No, yo mismo se lo diré.

Luego escribió un WhatsApp a Lavinia.

La quería tanto que no tenía ni sentido…

"Lo siento, Livy, en serio. Espero que podamos hablar de ello antes de que vuelvas a L.A. Voy a estar aquí en Nueva York, esperándote. Un beso".

Pensaba en ella ocupando su vida por completo. Lavinia riéndose, con su rostro echado para atrás, su cabello castaño, sus manos en sus brazos. Su boca sobre la suya. Su cuerpo increíble en sus brazos.

Había aprendido a conocerla bien, sus nervios, sus gestos, las cosas que le apasionaban como todo eso del arte y también sus miedos.

"Lo sé". Le contestó.

No la culpaba de la brevedad.

Estaba enfadada… por supuesto.

Se pasó la lengua por los labios con un suspiro.

Antes de que él se fuera esa mañana, Lavinia había recibido un mensaje de Novotney.

"Solo ve con cuidado, ¿vale?"

"Karolina no se me va a comer. Puedo cuidarme".

Sus dedos vacilaron en la pantalla del teléfono.

"Por supuesto. Solo, ya sabes… no quiero que esa gente te lastime. Aunque aparentemente me basto y me sobro yo solo".

"No digas eso. Te quiero. ¿Hablamos después de lo de Greg, vale?"

Eso eran dos puñeteros días.

Dejó escapar un pequeño gemido lamentándose.

Esa pérdida de poder no era algo a lo que estuviera acostumbrado ni que le resultara cómodo.

Se merecía esto. Joder si se lo merecía por ser un capullo.

Al menos no te ha mandado a la mierda hasta la junta… o para siempre.

Stewy intentó no pensar en qué significaba todo esto para ellos.

Puede que no quisiera un amor civilizado de críos y anillo de compromiso.

Pero si a ella todas las mañanas.

Se sentía mucho la piel al pensarlo. La tenía en carne viva.


– ¿Está preparado? – le preguntó Frank, que estaba allí con ellos esa mañana. La sala estaba mucho más vacía que cuando la intervención de Tom.

Lavinia se encogió de hombros.

No estaba del todo convencida que Greg estuviera a punto.

– Estuvimos toda la tarde con Jason y el equipo legal repasando los puntos que pueden salir.

Una voz la interrumpió detrás suyo: – Hemos quedado que esta vez nada de robar tiempo hablando por hablar – dijo Jason.

Su hermano meneó la cabeza nervioso, intentando ponerse bien los puños de la camisa. – Déjame a mí – se ofreció a ayudarlo.

– Gra-gracias.

– Greg…

– ¿Sí? – la miró cuando salieron al pasillo porque tenía que comparecer en 2 minutos.

– Tómate tu tiempo para escuchar las preguntas que te hace Gil y contestar, ¿ehm? Seguro que lo haces genial.

Asintió.

Podía verlo moverse inquieto cuando se sentó en posición enfrente de los senadores. Parecía que no sabía qué hacer con las manos.

Prestó juramento con una palma en alto. La derecha.

Entonces la sesión empezó con el senador Gil Eavis.

– Gregory Hirsch, asistente ejecutivo de Tom Wambsgans, ¿correcto?

– Sí, si así debe decirse.

– ¿Disculpe?

– Si debe decirse así, así lo es.

Oh, Dios.

La cara del senador era un poema.

Le pidió que les hablara normalmente sin mucho éxito.

– Por favor, recuérdenos cuáles son sus funciones en la empresa, señor Hirsch.

Greg dio una respuesta larga y muy en su línea por la cual Lavinia sintió ganas de ahogarlo… solo un poquito.

– Uh, yo simplemente... llevo a cabo tareas administrativas y... varias funciones auxiliares... y... preparo... varias bebidas.

Asistente junior. ¡Joder, Greg! Lo hablamos toda la tarde ayer dile que eres asistente de Tom y por favor trata de minimizar tu nivel de responsabilidad.

No había hecho otra cosa ayer por la tarde que repasar aquello en ese zulo con Greg y Jason.

No la líes más.

Se pasó la mano por la cara desde el punto donde estaba sentada observando la intervención de Greg.

Esta vez no estaba en esa cámara del Senado sino en la sala de máquinas de Waystar en la planta -1 de la ala norte del edificio.

Gil siguió haciendo preguntas:

– ¿Cuánto le pagan?

– Objeto.

Jason a su lado puso los ojos en blanco. – ¿Objeta? ¿En serio?

En la sala del Senado Gil Eavis protestó. – ¿Objeta? No puede objetar. Esto no es una audiencia en la corte de justicia.

Greg murmuró algo poco inteligible que Lavinia pensó que se parecía peligrosamente a "es procedente". Y entonces: – Uh, bueno, si le place al Senado, recibo... aproximadamente... 250.000 dólares por año.

– Debe hacer usted una taza de café increíble... – le rebatió Gil.

Lavinia miró a su alrededor preguntándose si esto había sido buena idea.

Cuando se relajó un poco la verdad es que Greg no fue ni la mitad de terrible que Tom Wambsgans dos días antes.

– Eso está un poco mejor – oyó murmurar a Jason.

Le salió más o menos bien porque logró sacar de quicio a Gil Eavis con respuestas desestructuradas y que básicamente no querían decir nada.

Eso era positivo.

Aunque estaba quedando como un tonto…

Con un poco de suerte la clase de tonto que no acababa cargando una pena de cárcel por cumplir órdenes de un superior.

No era exactamente lo que habían ensayado, pero puede que después de todo sí les hubiera escuchado.

Miró a su móvil nerviosa.

Parecía que Stewy había respetado su petición de hablar cuando volviera mañana a la ciudad y no le había escrito. Tenía sentimientos contradictorios sobre ello.

Abrió un WhatsApp de un número que en principio no conocía.

Parpadeó al ver la foto.

Ese niño rubio pequeño de la imagen…

Dios mío, ¡Marie!

"Espero que no te moleste que le haya pedido tu nuevo número a Monique. Tengo noticias".

Era la hermana pequeña de Mark.

Cuando habían roto, había lamentado sinceramente dejar de tener contacto con su familia, pero para entonces su relación era tan tóxica y él estaba tan obsesionado con que no podían romper por lo que consideraba una "pataleta", y que en realidad eran dos años de menoscabar cualquier opinión que tuviera, que no había sabido hacerlo de otra manera.

Dudó en contestarle.

Pero Marie era una buena chica.

Había tenido un niño a los 20 y poco años para disgusto de sus padres.

Todo el mundo en esa familia había hecho de canguro alguna vez a ese crío. Ella incluida.

Era un niño increíble.

Lo primero que pensó es que algunas de las abuelas de Mark y Marie habría muerto. Sinceramente, ¿por qué la escribiría si no?

"Ostras, ¿va todo bien? ¿cómo estás?"

"Bien. Una amiga del papá de Gerald abrirá en septiembre una agencia de comunicación en Lion y busca gente… Te paso el enlace solo por si te interesa, aunque Monique ya me ha dicho que estás fuera de Europa. Muchos abrazos de Geri y de mí. ¿Todo bien?"

"Gracias. Sí, todo bien".

"¿Puede ser que te haya visto por la tele? ¿En un asunto en Washington? ¿Qué era el Capitolio? ¿de público?"

Le caía bien Marie.

Pero esto no era una gran idea.

Realmente no necesitaba saber nada de Mark nunca más.

Ni que él supiera de ella.

"Cosas de mi familia americana", zanjó con un emoticono que se tapaba las manos con la cara. "Cuídate y dale muchos besos a Gerald de mi parte, ¿vale? Muchas gracias por la info".

No aún cinco minutos después recibía una videollamada de Roman.

Estaba pálido y con los ojos inyectados de sangre por falta de sueño, pero de una pieza.

Todavía en Turquía.

– Hola, prima – saludó.

– Hola. ¿Ya a punto de volver?

– No. Nos van a hacer un reconocimiento médico y una sesión con unos loqueros. Yo ya les dije que solo me han violado de pasada… como soy así de irresistible, pues…

– Rome… estoy en el Congreso…– le recordó saliendo al pasillo – no exactamente en la sala pero… Mi hermano acaba de finalizar su declaración hace como 30 segundos.

– Oh, sí. Te llamaba por eso, de hecho – le vio hacer como malabarismos apoyado contra una baranda de lo que debía ser un balcón en su hotel. Se burló – Porque no soy el único que está rodeado de idiotas. ¿De verdad lo habías preparado?

– Lo ha hecho mucho mejor que Tom déjame decirte – le corrigió.

– Ya sí, toda una mente criminal… Una ameba lo habría hecho mejor que Tom.

Suspiró.

– ¿Qué quieres, Rome?

– Saber si vas a unirte al crucero de la família Roy.

– Haha, muy divertido.

– No, me refiero a que aparentemente hay una reunión en el yate familiar en eso que te gusta tanto que se llama Europa…, y como Shiv me acaba de informar que el caraculo de su marido ha invitado a tu hermano… bueno, ya que tenemos que aguantar a Greguito – hizo una mueca – ¿Por qué no vienes?

– ¿Va a estar Tabitha? – entrecerró los ojos.

– ¿Necesitas a Tabitha para venir a una ocasión familiar? ¿Un momento, te estás tirando también a mi novia?

Cogió aire.

– Solo era una pregunta. No he sabido nada de ella hace ya unos días. Con lo de L.A. y bueno… esto de aquí…

– Está con papá y mamá Hayes en Saint Barts. ¿Vendrás?

– En realidad ya tenía planes – miró al techo del pasillo, preguntándose si se suponía que estos seguían en pie. ¿Iba a poder hacer como que no le había dolido que se callara aquello? ¿Cómo que no tenía el corazón partido en dos porque no la había antepuesto a los negocios? Vaya novedad, Vinnie. Lo sabes desde que lo conoces que seguiría el dinero a donde fuera. – No creo que venga. Pero me alegro que me hayas invitado. En serio, Rome…

– Nada… ya sabes que dicen de pensar que te van a volar los sesos… y además eres la única que me escribió para preguntarme solo cómo estaba y no si traía el dinero.

Sonrió. – Bueno a decir verdad, Rome, no me explicaste qué ibas a hacer a Turquía.

– Ya, eso también. Hay que joderse. Vale, piénsatelo y eso. Y ve con pies de plomo con ese crápula de Stewy. Estoy hablando seriamente… por una vez.

– Rome…

– No te molestes en negarlo. No solo has firmado todas esas cláusulas de confidencialidad sin quejarte, incluso las que hacemos firmar a los parvulitos por debajo de la cuarta planta, sino que un pajarito llamado Gerri me ha chivado que Stewy estaba en el hotel el otro día CONTIGO.

Por un momento no reaccionó. – ¿Le vio Gerri?

– No – su primo hizo un ruido con la lengua – le vio Santa Claus. Tenemos siempre un ojo puesto en nuestros enemigos, capulla. ¿En serio no podías pasar sin follar un par de días "porque estás en Washington y es taaan cerca de Nueva York"… o algo así?

Quiso morirse. – No es eso. Y vino sin avisarme por cierto.

– Oh, ¿tenemos a Hosseini encoñado?

Se sintió muy incómoda.

– No preguntes y no te preguntaré por Tabitha, ¿ehm? ¿En Saint Barts, dices?

– Oh, no te preocupes. Solo leeré los informes de Santa Claus cuando lleguen.

Estuvo a punto de colgarle.

– Rome. ¿Eso de invitarme a la cosa del yate era una jugarreta? ¿Quieres que tu padre me tire al Adriático o algo?

Su primo entornó los ojos.

– No. Iba a invitarte igualmente antes de hablar con Gerri. Y no creo que te tire al Adriático. Eso sería menos divertido que pasarle el parte al tío Ewan y quizás torturarte un poquito.

Se pasó la mano por la cara.


A las tres de la mañana del día que volvió a Nueva York, Lavinia, harta, se levantó bruscamente, se vistió y estuvo a punto de salir sin peinarse, en zapatillas, chándal y con la capucha de su abrigo de entretiempo, como las personas que sacan a pasear a su perro por la mañana temprano. Al final se adecentó un poco.

No podía pegar ojo porque estaba segura que algo pequeño maullaba en el patio trasero de su casa. Miró por la ventana y solo vio unos cubos de basura. Sin embargo, el ruido ahora era más claro.

Lo encontró en una bolsa. Su pelaje se veía grisáceo a primera vista, pero, si se miraba con atención, era de color anaranjado claro. Nunca había visto un gatito tan pequeño y flacucho.

Lavinia suspiró pensando que era demasiado pequeño para que lo separasen de su madre. Pero era una idea ridícula puesto que, en realidad, algún desalmado lo había tirado a la basura. A saber qué habían hecho de la gata y el resto de gatitos.

No había ninguna otra bolsa como la de donde había salido la cosita ni se escuchaba nada que no fueras sus maullidos lastimeros.

– ¿Y ahora qué hacemos contigo, ehm?

A la bolita de pelo se le asomaban las costillas por debajo de la pelusa desgreñada de los costados.

Los pasos de Lavinia resonaron por las calles casi vacías de Queens mientras seguía pensando en qué estaba haciendo con su vida.

Llevaba la bola de pelo anaranjado medio escondida en su abrigo.

Había vuelto de Washington esta noche a una casa con la nevera vacía y este bichito iba a morírsele si no le daba al menos leche y quizás un poco de salmón ahumado.

Ni siquiera sabía si la leche normal iba a sentarle bien, pero no se le ocurría que otra cosa iba a darle a estas horas. Sintió lástima por la pobre cosita.

Llegó a un cruce conocido. Un club nocturno que estaba cerrando. Había un puñado de clientes esperando taxis en balde en la acera. En la esquina dos hombres que habían bebido mucho hablaban a gritos entre ellos, pero en realidad se estaban riendo y abrazando.

Había pasado la noche en su cuarto dando vueltas al por qué le había dicho a Stewy que le escribiría al llegar a Nueva York pero al final no lo había hecho. Se había dicho a sí misma que ya era muy tarde, que era mejor hablar mañana. ¿Habría esperado él su mensaje hasta tarde? ¿o simplemente había pensado que ya hablarían al día siguiente?

En la esquina encontró un bar acristalado aún abierto con una luz blanca chillona, casi agresiva. Hacían comida. Así que se dijo que se pediría algo caliente para ella, un vaso de leche para la criaturita y volvería para casa.

Mañana buscaría un veterinario o un refugio de animales. No podía encargarse de él o ella.

Pidió lo primero que le pasó por la cabeza que podía servir y se sentó en una de las mesas del fondo para que nadie viera qué estaba haciendo. Un tipo muy borracho intentó darle conversación cuando detectó al animal, pero Lavinia le ignoró y al final este se cansó y pasó a molestar a uno de los camareros.

– Esa chica de allí tiene un gato.

– Bob, ¿siéntate quieres? Me asustas los clientes…

Volcó algo de leche en el plato donde le habían servido un pastel de atún y pan de molde, y dejó la comida sobre unas servilletas. Puso el plato en el banco acolchado donde se sentaba cerca de una ventana y acercó éste a la cosita.

Luego, desmenudearía un poco de atún y decidiría si era seguro dárselo.

El gatito bebió como si estuviera muerto de hambre. Acurrucado en el plató con la nariz húmeda, echó hacia atrás las orejas para beber. Cuando se lo acabó, le dio más.

Lavinia estuvo un rato contemplándolo, después lo cogió, desmadejado, y se lo puso en su regazo. Apenas abrió los ojos, hurgó un par de veces en sus piernas con la cabeza mientras ronroneaba muy muy fuerte y se quedó dormido.

El camarero se acercó un par de veces a la mesa que quedaba detrás de la suya.

Para disimular, Lavinia cubrió el gatito con su abrigo, parecía que se había quedado dormido pero aun temblaba. Comprobó cómo cinco veces que aún respirara. Después, sacó su móvil e hizo ver que miraba su Twitter pero no leyó ni una línea.

Stewy acababa de retuitear una retahíla de tuits de una cuenta financiera que no tenían ningún sentido para ella.

El reloj que había detrás de la barra marcaba las tres y media de la madrugada.

Entró en WhatsApp para hacer algo que ya había hecho un par de veces hoy. Abrir su foto de perfil y mirarla como si a fuerza de hacerlo el malestar que sentía fuera a desaparecer. Pasó el dedo por la foto. Llevaba americana y cuello alto. Estaba guapísimo en ella.

Debió verla en línea.

Le escribió. "¿Estás despierta?"

"¿Y tú?", preguntó.

"No". Y un emoticono de un guiño.

Casi podía ver su sonrisa cansada con la cabeza en la almohada en esa otra parte más rica y más cara de Nueva York.

El borracho volvió a acercarse con un horrible sándwich cubierto de una crema lívida y se puso a comer en la mesa de enfrente sin decirle nada. Eso estaba mejor.

"¿Has llegado bien?"

"Sí. Estoy en un bar horrible que parece sacado de la versión de serie B de Grease"

El animalillo que acariciaba con una mano parecía mucho más inactivo que cuando lo había sacado de ese contenedor pero volvía a estar despierto y ronroneaba. Volvió a maullar. Por suerte, había música en el bar y solo el borracho alzó la cabeza y luego siguió a la suya mascullando para sí.

– Por favor, no te mueras – murmuró al minino.

Su teléfono sonó.

– ¿De fiesta sin mí? – su voz fue cálida, casi jocosa. No un reproche, sino todo lo contrario. – Me lo merezco por ser un novio de mierda.

– No hay mucha fiesta aquí, amor.

El hombre borracho se puso a gritarle al camarero que su comida estaba fría.

¿En serio?

– ¿Quién es ese? ¿Estás bien?

– Sí, una chica debería poder tener insomnio y querer aire fresco, ¿no?

Debería pero seguramente había sido una tontería salir a esas horas sola de casa. Qué mierda de mundo. A su favor, Stewy no dijo nada.

– Stewy…

– ¿Quieres hablar?

– No sé por dónde empezar… ¿Te apetecería tomar algo en el restaurante 24 horas más cutre de este lado de Queens? Creo que hacen gofres – bromeó. – No me hagas caso. Sé que es muy tarde y que mañana trabajas, te estaba tomando el pelo.

– No… espera… ¿Porque no? Demos una vuelta.

– ¿Por Nueva York de madrugada? – bajó la voz – Tu reloj de pulsera vale 400.000 dólares. ¿Quieres que nos atraquen?

– Dejaré las cosas de valor en casa – dijo – Bueno, menos…

– ¿Menos?

– Mi cara está valorada en muchos millones de dólares. No volverás a tener un novio tan guapo, lo sabes, ¿verdad?

Ella intentó no reírse. – No me pinches Stewy…

– Vale, lo siento – obedeció. Su tono se volvió serio – Necesito hablar contigo. ¿Puedo venir?

– Sí, vale, pero...

Pareció infinitamente aliviado. – Estoy aquí en media hora, acabo de pedir un Uber. Mándame la ubicación, ¿vale?

De pronto, Lavinia tenía unos nervios tontos, pero se dio cuenta que eran los mismos con los que llevaba peleando todos estos días.

Se comió el pastel que había pedido, desmenuzando un poco de atún para el minino y dio un trago tímido a una Coca-cola.

Lo vio llegar casi 35 minutos después.

Llevaba una chaqueta de piel molona con la que no lo había visto nunca, en vez de uno de sus trajes.

Sonrió a su pesar.

Se miraron los dos, pero de entrada ninguno dijo nada.

– Livy… – susurró al llegar.

– Hola… – le dijo casi en un tono tímido.

Él se sentó.

– Joder – admitió pasándose la mano por el pelo, mirando alrededor. – Eres más valiente que yo…

– No es para tanto… yo soy más valiente, tú más guapo – se permitió bromear.

Había una sonrisa suave en sus labios, apenas allí. – Livy…

– ¿Qué?

– Lo siento. Perdóname…, perdóname.

Stewy puso una de sus manos sobre la que ella tenía encima de la mesa.

El otro día no le había perdido perdón. Ella sí por estar rara, callada, distante, enfadada. Puede que Stewy ni se hubiera dado cuenta de ese detalle.

Sí se había disculpado después, por mensaje.

Lavinia hizo amago de retirar la mano, pero acabó cerrando los dedos sobre los suyos de modo instintivo, agarrándose a él. – ¿Por qué…? ¿Por qué me pides perdón?

– Ya lo sabes… – la miró.

– Quiero escucharlo de ti.

– Por no saber hacer las cosas más fáciles. Era algo menor. Debería haberte dicho que saldría el nombre de tu hermano allí en medio. Soy un idiota.

– No sé – Lavinia le dio un apretón en los dedos, desviando la mirada – La verdad es que no sé qué pensar. No sé si estoy enfadada o me siento como si me arrastrara la corriente mar adentro, confundida… Pero yo… sé tú posición, sé mi posición, y qué quieres hacer con la empresa de mi tío, una empresa que un día tendría que heredar uno de mis primos. Vas a partirla a trocitos y hacer beneficios y me da igual… Supongo que eso tampoco dice mucho de mí… – respondió.

Estaba insegura. Un poco a la defensiva.

Nada de aquello hacía que se sintiera menos dolida.

Por Greg.

Pero ella había fallado más que nadie a su hermano.

– Haz esto conmigo.

– ¿El qué? – preguntó por un segundo fuera de juego.

– Lo que sea que venga. Sé mi pareja para todo el puto mundo. Hacemos un buen equipo.

Lavinia sintió el impulso de rebelarse.

Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.

– ¿Y qué lugar ocuparía en esto contigo? ¿El de novia florero? Los antiguos invasores ya solían hacer esto. La sobrina del gran jefe. Si esa es la óptica que buscas, te iría mejor Shiv… o…

Stewy se adelantó, interrumpiéndola: – Te quiero a ti. Y daría lo que fuera para que no fueras su sobrina.

– Stew…

– ¿Por qué no damos una vuelta?

Lavinia asintió.

Luego, se mordió el labio. – Espera.

– Por favor, escúchame.

– No, no. Es que tengo compañía...

Stewy se detuvo a medio ruego y la cara que puso… Dios, tuvo ganas de besarle hasta quitarle el aliento. – Ven, mira aquí… – apartó la mano que mantenía acariciando la bola de pelo sucia en su regazo.

Stewy parpadeó. – ¿Eso es…

Frunció el ceño. – Alguien lo había tirado al contenedor. ¿Puedes creerlo?

– ¿Qué vas a hacer con ello?

Ello es súper mono… pero no me lo puedo quedar, mañana voy a llevarlo a un refugio.

Sus cejas se juntaron y se mordió un poco el labio.

Ella acarició el gatito detrás de las orejas.

– Supongo que al final no voy a tener ese gofre, ¿no?

Salieron y no había nadie en el cruce, sólo un hombre que dormía, de pie, contra una pared.

Stewy arrugó la nariz mirándola a ella y al mini gato que sostenía hecho un ovillo entre sus manos y su pecho.

Lavinia le sonrió. – No hagas esa cara.

– Mírate, vas a quedarte con micifuz. Parece que se ha instalado ya, eso desde luego. Estoy casi celoso.

Ella hizo una expresión divertida.

Sabía que tenían muchas cosas que hablar pero seguía muy enamorada de este hombre.

Se puso seria un segundo. – No lo sé. Tiembla mucho puede que ni tan siquiera pase la noche.

Stewy hizo una expresión pensativa.

– Estoy bastante seguro que hay hospitales para bichos abiertos a esta hora – dijo.

– ¿Sí?

– A patadas. En esta ciudad puedes encontrar de todo a cualquier hora si lo buscas y puedes pagarlo.

– Bueno, eso sí es un problema. No puedo cargar con más gastos este mes y estoy segura que a esta hora me pueden pedir lo que quieran para visitarle.

Pero Stewy ya había sacado su móvil y enviado un mensaje a alguien.

– ¿A quién acabas de despertar?


Después de salir de esa clínica, Lavinia quiso protestar.

– ¿Quieres decir que tendría que dejarlo aquí?

– Van a mantenerlo caliente y bajo control y mañana puedes venir a buscarlo. Ven – pasó su brazo por su hombro.

No faltaba mucho para que amaneciera.

– ¿Damos esa vuelta que dijimos? – Él propuso. – Me temo que a esta hora ya no va a dormir ninguno de los dos.

Asintió. – Sí, vale.

La cara de Stewy se iluminó.

No sugirió un Uber o un taxi. Le ofreció una mano y se puso a caminar, siguiendo la acera. Cuando habían recorrido unos doscientos metros, Lavinia le cogió del brazo, como si llevaran toda la vida haciendo eso, caminado por las calles de Nueva York, de madrugada.

Era una sensación extraña la de caminar así por la ciudad, sin tener la menor idea del lugar hacia el que se dirigían, ni de su futuro más inmediato.

De alguna manera habían acabado cerca del puente de Brooklyn. La clínica donde habían dejado al pobre micifuz estaba en una calle cercana.

Stewy fue el primero en hablar. Fue una pregunta sencilla.

– ¿Estamos bien? – recorrió su rostro con los ojos.

Ella giró la cabeza para mirarle.

– No es que pensara que ibas a compartir ninguna estrategia o información de alto secreto conmigo. No soy tan estúpida. Pero se trata de Greg… Habría estado bien estar avisada. – cogió aire

– Pensé que así era más fácil para los dos…

Lavinia soltó su brazo pero no se apartó. Movió la cabeza y suspiró.

– Estoy segura de que Gil tenía muchas más cosas a las que agarrarse que Tom y el bobo de mi hermano. Estamos hablando de violaciones y abusos. ¿Y lo mejor que saca son dos idiotas destruyendo documentos hace seis meses?

– Bueno…

Ella hizo una mueca con una mano en la cadera.

– Sí, ya sé que también tenía un testimonio.

– Y mira qué ha pasado con él.

Se quedaron quietos y en silencio un momento.

Entonces, Lavinia continuó: – No habría pasado como tú piensas… No me habría ido corriendo a avisar a Tom. Tampoco Greg, no necesariamente. No creo que esa fuera ni siquiera su mejor opción… Joder, si lo hubiéramos hablado...

– ¿Qué quieres decir?

– Ellos pueden darse el lujo de perder a Tom. Nunca les ha importado una mierda. De hecho, hay momentos que creo que lo prepararon para el fracaso. Pero aunque no fuera así… no había ninguna carta mágica que de repente le salvara de la propia estupidez de mandar 67 correos a Greg presionándole por haber destruido los documentos.

Stewy se dio cuenta de algo. – ¿Qué habría hecho Greg?

– ¿Perdón?

– Si Wambsgans no era su mejor opción… – tanteó.

Lavinia se sintió peor.

– No puedo decírtelo.

– Livy…

– No te imaginas cómo odio toda esta historia. Ni siquiera creo que mi tío abuelo tenga un plan aún. Si sacrifica a Tom…, Greg podría necesitar un poco más que suerte para salir de esto… Porque es lo que va pasar, ¿no? Un sacrificio para absolver los pecados del mundo – se quejó.

Hizo una pausa.

Nada bueno podía salir de la dañada y destructiva familia Roy al frente de un imperio mediático de miles de millones de dólares.

Era como una obra de Shakespeare insana en la que alguien le había adjudicado un papel sin avisar.

La Lavinia del famoso autor inglés era probablemente un aviso que debería mantenerla a un mundo de distancia de cualquier cosa que se pareciera a ello.

Aún recordaba el shock y el disgusto cuando había descubierto esa obra en el instituto.

Stewy tampoco era Bassianus.

En todo caso, al final, quería estar de su parte, especialmente una vez Greg estuviera a salvo, porque le quería - la lucha consigo misma no valía la pena de otra forma.

Stewy mantuvo la mirada en su rostro.

– Muy probablemente. Me consta que los accionistas están pidiendo cabezas – dijo.

Bufó y se frotó la cara con las manos.

– Me da igual lo que le pase a esa empresa. Greg tiene algo útil, ¿vale? Pero es su elección compartirlo, no la mía.

Stewy asintió con algo de reticencia.

Lavinia se mordió la mejilla, mientras él volvía a acercarse y la reconfortaba pasando las manos por sus brazos.

Parecía imperturbable y equilibrado siempre con una palabra certera y decidida en los labios, y por un momento odió que fuera así.

Quizás si discutían de verdad, si uno de los dos alzaba la voz y había reproches, al menos después se podrían reconciliar apropiadamente y eso la haría sentir mejor.

Suspiró.

Después, las manos de él fueron a parar al final de su espalda y la abrazó. – Quiero hacerlo mejor… quiero hacerlo jodidamente mejor contigo, Lavinia... – aseguró.

– ¿Sabes? – dijo ella – No me escuchaste, y ahora todos van a saber que estamos juntos. Ya no podré contárselo yo cuando crea que es el momento… no sé si estoy preparada para esto. Para mis primos y mi abuelo… Es una decisión que debería haber podido tomar.

Stewy dudó. – ¿Qué?

– Nos vieron… es decir, no… Te vieron a ti en el hotel, saben que estabas conmigo. Gerri se lo dijo a Roman. Si ahora mismo no les preocuparan cosas más urgentes, quizás el cielo ya habría caído sobre mi cabeza… – murmuró.

– Livy…

Joder.

Alzó una mano para retirarle un poco el cabello y la besó. Lavinia le acarició después la mejilla rasposa. – No te he dicho nada de lo de Greg, ¿de acuerdo? Es decir ni siquiera lo he mencionado… no voy a hablar más del tema, no puedo…

Stewy volvió a asentir despacio. – Claro. Aunque no es que te hayas explayado con los detalles – la estudió.

Lavinia se mordió el labio con recelo. – No depende de mí.

– Por supuesto.

Luego, la tomó por la cintura. – ¿Estás bien? Es lo único que me importa. Puede que te cueste de creer ahora mismo… pero es la verdad – le susurró. Sus labios junto a su boca: – No voy a perderte por esto, Livy. Me da igual.

Ahora mismo Sandy y él tenían mucha ventaja, pero ¿estaría tan conforme con la decisión que estaba tomando si todo se torcía?

En su defensa tenía que decir que era lo que sentía en este instante.

A estas alturas ya no sabía cómo quererla a medias.

Él era un jeta codicioso en los negocios; pero también era humano, y sobre todo estaba enamorado de ella.

– Estoy bien. Estás aquí... Hasta estando enfadada contigo esto se siente mejor que lo contrario – la escuchó decir.

Stewy puso las dos manos en su cara y la besó, Lavinia aprovechó para rodearlo con los brazos y apoyar su mejilla en su hombro, sobre la chaqueta de piel, y respirar hondo.

Se quedaron así un largo rato.

– No quiero que Greg se arruine la vida con esta historia – musitó con un hilo de voz. – y no quiero que me ocultes más cosas que me afectan.

– No. Ya lo sé.

Por un segundo, Lavinia se sintió extrañamente valiente. Lo bastante para no querer cerrar el tema aún. – Solo hay algo más que no entiendo – dijo – Sandy te conoce bien y te lo contó. ¿En serio no había ni una mínima posibilidad que me dijeras "Ey, va a pasar esto al bobo de tu hermano"? ¿"Eavis planea hacer de su jefe y compinche la cara de todo este desastre a falta de poder desenterrar a Mo y patear a Logan"?

– Sandy confía en mí y somos un mismo ente en este negocio… sabe que sigo el dinero antes que cualquier cosa. No es como si no le hubiera metido en Waystar sin decir nada a tu primo, como un puñetero parásito – Lavinia cerró los ojos escuchándole hablar. La mano de él en su cabello – Pero quizás también quería ver qué pasaba – concedió.

Ella era un puto flechazo que podía partirlo por la mitad en cualquier momento. Su socio era un viejo zorro que quizás de alguna forma lo sabía.

Se sentaron en un lugar desde donde se veía el puente de Brooklyn.

Allí se hizo de día.

Poco a poco los edificios fueron tomando el tono del cielo y los millones de luces encendidas en los rascacielos de Manhattan desaparecieron con los primeros rayos de sol.

– Sé que no me vas a perdonar enseguida – Stewy aventuró – Pero ven conmigo a Grecia. Consideremos un paréntesis antes de que esta locura siga… Por favor – añadió, su voz baja, casi una súplica. Deseaba de verdad que fuera con él.

– Es que no sé qué pensar de nada ahora mismo…

– Se trata solo de ti y de mí. Unas vacaciones, Livy. Unos días en la playa, en una isla que sospecho que disfrutarás. Diversión, relax, comida, mar. Con los Roy y esta mierda a miles de quilómetros de distancia. Te prometo que te gustará.

Entonces también le dijo: – He cancelado las reuniones del 2 de julio. Quiero estar contigo en esa inauguración.

– Stewy…

– Quiero presumir de novia y después podemos irnos directamente desde allí…


Sandy por supuesto tenía otros planes.

O mejor dicho, su enfermedad los tenía.

– Sandi está aquí. ¿La hago pasar?

– Sí, dile que entre – pidió a su asistente por el altavoz, limpiando la pantalla con el pulgar.

– Claro.

Era extraño que hubiera venido hasta Maesbury Capital. Esta misma tarde tenía una reunión con su padre en sus oficinas.

Tenía una comida programada a las 12 con un tipo de un fondo de una inmobiliaria que invertía en ultrarascacielos. Viviendas de lujo en el corazón de Manhattan que pasaban de un multimillonario a otro sin que nadie llegara a vivir allí. Pura especulación...

Stewy se colocó bien la americana y se levantó mientras se la abotonaba. Seguramente querría comentarle alguna chorrada, no iba a darle ninguna fanfarria.

– Hola – dijo cuando apareció por la puerta.

– Hola – se aclaró la garganta – Cierra la puerta y siéntate. ¿Qué te trae por aquí?

Su cara era un drama. Pensó que probablemente había estado llorando.

Frunció el ceño e insistió: – ¿Qué pasa?

– Es mi padre. Ha tenido un ictus.

Bajó la mirada a su mesa y luego volvió a subirla interrogándola con los ojos. – ¿Cómo… cómo está?

Esa pregunta era estúpida.

Joder.

– Va a salir de esta pero está mal. No va a volver a ser el mismo – le anunció.

Esto era una pesadilla.

Su mirada se suavizó. – Lo siento, Sandi. De veras.

Pero la mujer no parecía dispuesta a mostrar debilidad frente a él. – Tenemos que hacer que todo continue igual como hasta hora – dijo de repente – Ocultarlo tanto tiempo como sea posible. No podemos perder los apoyos que hemos conseguido y tendrías que irte a Venecia tú mañana pasado. Mi padre iba a ir para hablar con ese accionista de allí con quien ha estado teniendo contacto Logan. Es del núcleo duro. Pero Phillipe Layton está seguro que le podemos convencer; y no estaría de más, ya sabes, volver a hablar con el hermano de Logan…

Stewy inclinó la cabeza. – Tenía previsto tomarme unos días pero… por supuesto que iré a Venecia, no te preocupes por eso. Ahora bien… – apretó los labios – Tu padre lo sabía… lo sabe… no hay nada que rascar en Canadá.

– Bueno… quizás el lío en el que parece que Logan ha metido a su nieto, le cambia de opinión. ¿No me digas que no lo habías pensado?

Juntó las manos encima del escritorio. ¿Debía mentirle? ¿Decirle que lo tantearía de nuevo?

No eso no iba con él. Si Sandy estaba de baja ahora tenía que trabajar con su hija y a poder ser en condiciones similares a las que había establecido con su padre.

Eran una sola entidad en esto.

– Ve a Canadá, Sandi. Habla con él y llegarás a la misma conclusión que yo. Suerte.

– ¿Qué te cuesta?

¡Joder!, iba a ser más difícil de lo que esperaba.

Pensó que quizás ser claro era la mejor opción.

– ¿Honestamente? Estoy intentando sacar adelante una relación y ya es bastante difícil como es. Si querías escuchar eso – abrió los brazos – ya lo tienes. Tú ganas. No me malinterpretes, Sandi, si hubiera una sola posibilidad de ganar ese voto, no te diría esto. Tienes mi palabra que no la hay.

Sandi sonrió.

– ¿Así que eres humano después de todo, Hosseini?

– Llámame, Stewy. ¿Quieres?

– Stewy. Por favor… – insistió.

– Si tengo la oportunidad, hablaré con ese hombre. No ahora y menos si me veo en la obligación de tirar a la basura todos mis planes para marcharme a Venecia. Sobre todo porque, déjame repetírtelo, – apuntó – no va-mos a tener ese apoyo.

La mujer rubia pareció pensativa un momento, y después asintió.

– Vale, vale. Te estoy escuchando.

– Perfecto.

– Lo comprendo. Los abuelos suelen mostrarse protectores con sus nietas. Pensándolo bien quizás no eres quien se lo vaya a ganar –.

Sandi se tiró un poco hacia adelante: – Pero sé que no hay una persona que pueda hacer mejor el trabajo.

Stewy se dejó caer en la silla y miró su escritorio fijamente. No entendía esta mujer. Con Sandy estaba todo claro pero con su hija… Parecía como si siempre cuestionara sus decisiones.

– Entonces, ¿por qué tengo la sensación que pones en duda constantemente que pueda separar esto de mi vida personal? – preguntó sin paños calientes.

– Porque es difícil lograrlo, y sí, es cierto, a veces me pregunto, qué te trajo a mi padre.

– Fue el dinero.

– Eso y que te gusta sostener el puñal con el que vamos a cargarnos a Logan Roy. Pero no es lo único – hizo una pausa – Déjalo. Centrémonos en conseguir que todo salga bien. Llámame cuando acabes en Venecia y tomate esos días después. Llévate a esa chica a un lugar bonito, ¿quieres?

Sandi se puso de pie.

Él también se levantó para despedirla. – Si necesitas algo con esto de tu padre…

Se alisó la falda y echó atrás los hombros. – Claro. Gracias, Stewy. Aún no puede recibir visitas pero estoy segura que le alegrará verte cuando pueda. Después de todo, estos meses ha tenido más contacto contigo que con nadie de la familia.

– Por supuesto. Iré.


– Me estoy fijando en él. ¡Qué feo es! ¿Eso que tiene es estrabismo? ¿Cómo lo vas a llamar?

Lavinia observó al gatito que se había acurrucado en la nueva manta que tenía en el sofá de su piso en Queens. Stewy se mantenía sentado en el reposa brazos como si quisiera estar lo más lejos posible del pobre animal.

Era divertido… porque bueno el minino apenas ocupaba sofá y tan pequeño no iba a arañarlo.

La teoría de Stewy era que su desagrado a los gatos era mutuo. Algo de uno de una tia suya bufándole una vez y de pelos de animal por todas partes…

– Es solo un bebé. Por eso hace eso con los ojos. Toma – le dio una cerveza fría que acababa de traer de la cocina. – Creo que le voy a llamar Toffee. Pobre cosita. ¿Vamos a salir entonces?

Levantó una ceja. – ¿Vas a llamarlo como tu postre preferido? Sticky Toffee.

– ¿Alguna queja?

– No. Es que es… – las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa. No podía resistir la tentación de pincharla un poco.

– Un vulgar micifuz, sí... El veterinario me ha asegurado que no tiene pulgas, podrías acercarte un poquito más sin coger la peste – frunció los labios.

– Yo no he dicho nada… – gesticuló pacificándola, invitándola a acercarse con una mano.

Llevaba un vestido de fiesta corto, de un blanco roto y sin mangas que se ceñía a sus curvas.

Stewy se puso de pie, tomándola de la cintura. Dejó la cerveza en la mesa cercana.

– Cierra los ojos. – le pidió, poniéndose serio – ¿Dime, dónde quieres ir esta noche?

Entonces Lavinia se resistió un poco. – Eso es trampa. Te dije que tenía que madrugar porque tengo mucho trabajo e insististe que tenías que enseñarme un sitio.

Él sonrió. – Pretendo pasar una noche con mi chica antes de viajar a Venecia. Yo quería venir a la inauguración, joder.

Se encogió de hombros.

– Bueno, en vez de eso, vas a estar en Venecia. Todo el mundo dice que es horrible y que los canales apestan..., pero a mí de hecho me encanta Venecia.

– Ven conmigo a Italia, y después nos vamos a Grecia…

Lavinia chasqueó la lengua con el paladar. – No. No quiero empeorar las cosas. Voy a ir a Los Ángeles para la rueda de prensa y la inauguración y de allí hago escala en Bruselas, visito a Monique y nos encontramos en Corfú o incluso puedo coger un ferry a Paxos.

– Pero…

Lavinia sonrió.

– No tengo un jet privado pero tengo un perfecto dominio de las aerolíneas low cost europeas. Deja que lo haga a mi manera, ya me duele bastante que me pagues el primer vuelo. En Bruselas voy a coger la peor de todas las low cost, me van a cobrar 50 euros porque de alguna manera va a haber un problema con mi maleta de mano y voy a pensar ¡joder! al menos casi me han regalado el billete.

– Suena encantador… como de película de miedo, en serio...

Stewy quiso pasarle el pulgar por la mejilla, pero si empezaba a acariciarla, no sabía si podría parar.

Ella se rió.

– ¿A qué sí? ¿y dónde dices que es ese nuevo club?

– ¿No quieres cenar algo antes?

– Sí, vale. Donde digas…

La cogió de la mano con firmeza para salir de su piso, y le confesó: – Estás muy guapa esta noche. No es que no lo estés siempre pero…

– Gracias. Tú también estás muy guapo.

La besó, cogiéndola del rostro, y mordiéndole el labio inferior.

– Por cierto, Toffee no le pega nada… no sé si te has fijado que el bicho es naranja.

– ¡Stewy…!

Él se rió en una carcajada que hizo vibrar su tímpano.

La primera parada de la noche fue un restaurante indio en el Soho, decidieron entrar a pesar del bullicio que había dentro y de no tener reserva. Stewy habló con un encargado y este les encontró un sitio enseguida. Se sentaron en una mesa pequeña en el segundo piso y vino un camarero a tomarles nota.

– ¿No le habrás sobornado? – bromeó.

– ¿Yo? ¡No…! – Él levantó las manos en un gesto de inocencia – Solo le he ofrecido una buena propina.

Lavinia dio una sonrisa comedida, mientras se pellizcaba el labio.

Stewy chasqueó la boca, poniendo los ojos en blanco y girándose hacia el chico que les traía el vino que habían pedido.

Después, Lavinia le observó mientras comía de todos esos platillos que les sirvieron.

Últimamente había perdido el apetito y con poca cosa pasaba.

Stewy insistió para que ella comiera más.

– ¿Quieres tomar otra cosa? ¿Otra ronda de naan y algo con queso Paneer? ¡Adoras el queso!

– No, todo está bien. Hace calor, no tengo mucha hambre, – hizo un gesto con la mano, buscando las palabras. – no me hagas caso.

Él le sostuvo la mirada. – Es jodidamente delicioso… come un poco más… por mí, por favoor.

Hubo un par de veces que Stewy quiso mencionar Washington y el hecho de que los Roy probablemente ya sabían que estaban juntos, pero ella parecía decidida a esquivar el tema.

– ¿Has vuelto a hablar con Roman? – indagó una de las veces.

– Uhm… no – murmuró – Prefiero no pensar en mi pelotón de fusilamiento.

Stewy le echó una mirada de reojo y sus labios se curvaron en una mueca.

Ella lo miró dejar suavemente el tenedor encima de la mesa y cogerla de la mano a través de la mesa.

– Lavinia…

– ¿Entonces lo de Sandy es grave? – cambió de tema.

Stewy dio un sorbo de la copa de vino con la mano que le quedaba libre y asintió serio. – Eso parece.

– Lo siento…

Por suerte, la vista en el Congreso había ido suficiente mal para los Roy como para que la salud de Sandy no les quitara demasiados apoyos. No si sabían manejarlo.

Frunció el ceño. – Yo lo siento más. No sabes como deseaba venir a L.A. contigo – apretó sus dedos con suavidad.

– No importa. Pero Stewy lo de Grecia… lo estoy pensando y quizás no es el mejor momento. Tú deberías estar aquí y yo ¿le estoy dejando Toffee a Ilhan cuando no hace ni una semana que lo tengo en casa?

Stewy hizo un mohín. – ¿No estás planeando abandonarme por una bola de pelo que me cabe en la palma de la mano, verdad? Me vas a romper el corazón un día de estos – exageró llevándose una de sus manos al pecho.

Ella le sonrió con una leve reserva. – ¡No! Te estoy hablando de Sandy… y luego bueno… hay otras cosas en las que pensar…

– ¿Cómo?

– Como que puede que vuelva de Los Ángeles sin trabajo y tengo un piso que pagar. Tendría que estar tirando currículums, no de vacaciones.

– Ese no es un problema.

Eso le dio un poco de pausa. – ¿Qué quieres decir?

– Puedo hasta comprar tu piso. El maldito edificio si hace falta. Nadie va a echarte de allí, aunque si quieres mi opinión, podrías vivir en un mejor lugar – dijo casual – El ruido de los vecinos y esa cocina sin ventana y más vieja que la nana… Deberías pensártelo.

– Ey, frena – se pasó la mano por el cabello y se llevó la melena a un lado con cara de preocupación – Te prohíbo que te autoproclames mi casero o algo… Puedo mantenerme sola… o bueno quizás no – juntó las cejas – pero es cosa mía.

Se pasó la lengua por los labios. – Pídele dinero a tu abuelo si no quieres que te ayude yo.

Eso la hizo reír. – Aún no lo conoces…

Hizo un gesto enfurruñado. – Vale, quizás no acabo de entenderlo. Es que no puedo creer que os haga pasar por esto teniendo un 1% de acciones en el jodido Waystar Royco. Solo escúchame, ¿vale?, el dinero no es un problema.

– Es bastante malo dejarte pagar todas estas cenas o las vacaciones y hasta el veterinario del otro día, Stewy. Me siento terrible al respecto… te lo voy a devolver. Lo de la clínica… al menos.

La miró haciendo un gesto con la lengua en las muelas. – No tienes por qué.

La cena pasó deprisa. Al final ella había intentado que la conversación se centrara en Venecia para no tener que hablar de su abuelo, o el dinero, o Greg.

«– Cuando fui con el instituto a Italia nos contaron que Venecia tiene 120 pequeñas islas, comunicadas entre sí por cientos de puentes y nada allí apesta tanto como el turismo y esos horribles trasatlánticos… Ja, supongo que eso es irónico… –».

Cuando salieron del restaurante, Diego los esperaba en el aparcamiento de enfrente.

El cielo estaba despejado y la luna teñía la noche de plateado. No pudo ver bien la expresión de Stewy pero su cuerpo parecía en tensión. Él la acompañó hasta la puerta del coche del lado en el que ella se sentaba, pero no la abrió aún.

– ¿Vamos a ese nuevo club, entonces?

– Sí…

– Por cierto, Lavinia… – él vaciló – Tengo una solución para don micifuz mientras estamos en Paxos.

Le miró extrañada.

Sonrió, porque... ¿en serio?

– ¿Cuál?

– Podemos dejárselo a mis sobrinas, si su madre no me mata, estoy seguro que estarán encantadas…

Era la primera vez que sacaba a su familia en una conversación de esa forma tan casual. Sin que ella preguntara o su teléfono se hubiera puesto a sonar porque sus padres se preguntaban si esta vez estaba desaparecido de verdad.

– No lo sé, Stewy…

– Cuidaran bien de él, te lo prometo – ofreció.

– No es eso… todavía no me conocen y ya les estoy endosando el gato… es decir...

No quería que él pensara que estaba diciendo… que tenían que conocerla o algo… No estaba diciendo nada de nada. En absoluto.

Siempre que hablaban de contar esto era en relación a los Roy. Al hecho que él planeaba hacerse con la empresa de su tío.

Intuía que Stewy no llevaba parejas a casa.

No hacía tanto tiempo que salían como para esto que fuera un tema.

Se dijo que simplemente estaba más nerviosa últimamente.

– A las dos mocosas les encantara. No hay de que preocuparse. ¿Vamos?

Asintió.

De allí se fueron directamente a ese club que decía Stewy.

En el coche Stewy empezó a besarle el oído y el cuello y ella la verdad no pudo evitar sentir las mariposas de siempre. – Sé que estás cabreada – musitó – pero vamos a hacer algo divertido esta noche, amor. Todos estos días atrás he añorado esto...

Su mano acarició el interior de su muslo con una promesa.

Había temido que se tratara de una especie de Rhomboid.

Pero era un local bastante normal si bien con una decoración llamativa y eclética cerca de Greenwich Village. Muchos dorados y espejos. Las vistas de la ciudad y el río Hudson desde el bar de la azotea eran increíbles.

Lo miró sin decir nada.

Después: – Es un buen lugar.

– Te lo dije – esbozó una sonrisa.

Lavinia desvió la cabeza a las vistas por espacio de un segundo y, luego, dio dos pasos hacia él, abrió los brazos para cogerlo por los hombros, y pegó su boca a la de él.

Estaba desesperada por no pensar.

Quizás demasiado.

Él la apartó con cuidado para mirarle la cara y levantó las cejas. – ¿Bailas?

– Ya sabes que sí… – se mordió el labio – Pero no creo que tú…

Entonces, en tono sensual junto a su oído, él le contestó que bailar era lo de menos.

Lavinia le puso una mano en el pecho mientras él la besaba.

Stewy se aseguró de sostenerla firmemente por la cintura con las dos manos. Su rostro se puso muy serio. – Livy…

Intuyó que iba a decir algo difícil.

– ¿Podemos, solo… hacer como si Waystar no existiera por esta noche? Fingir que piensas que soy una periodista entrometida que se quiere colar en una boda o bueno... lo otro mejor no. No quiero pensar.

Él arqueó una ceja con una sonrisa. – Lavinia Hirsch, si hago eso... ¿qué probabilidades hay que te acuestes conmigo esta noche? ¿Tengo alguna posibilidad como un desconocido…? Porque te miro y…

Le dio un codazo riendo. – Depende, antes tendría que conquistarme… y no sonrías así, tampoco te fue tan fácil la primera vez.

Lo que era una mentira absoluta.

– Eso no concuerda con mi memoria de los hechos – se encaramó a ella con una mueca de suficiencia. Deslizando una mano hasta su cadera. – Ven, bailemos.

La giró con una mano dejando su espalda apoyada en su pecho para moverse entre la gente y pegó sus labios en su pelo. Lavinia notó su respiración agitar la delicada piel del lóbulo de su oreja.

La llevó a uno de los pisos inferiores donde había una pista abarrotada y la música era variada: pop, dance, algo de electrónica.

A decir verdad Stewy no bailó. O lo hizo en la versión donde bailar es solo una excusa de puta madre para rozarse con el otro y dejarse con las ganas de todo. Posó la mano izquierda en la cintura de ella sonriendo, se estrechó a su cuerpo cuando ella se movió, sus bocas todo el rato separadas por unos milímetros como si acabaran de conocerse.

Era una suerte que esta noche estuvieran entre gente que no conocían y a quien no les importaba el ceremonial de cortejo de los demás porque no había nadie a quien pudieran hacer sentir incómodo cuando se pegaron más uno al otro.

Jugando, Lavinia acarició su mejilla con los labios. Él aprovecho que el gesto duró más segundos de los necesarios para desviar la cara y conseguir el beso en los labios que había estado buscando.

El rostro de Stewy compuso una sonrisa, más suya, genuina. Le rodeó las caderas con un solo brazo. – Eres un tramposo – se quejó riendo.

Pidieron dos gin-tonics, luego chupitos.

Hacia la una, cuando Lavinia volvió del baño, él le dijo: – Te necesito.

Ella sonrió: – ¿Ahora?

Pero él ya la estaba besando apasionadamente.

– Hey – puso la mano en su pecho, apartándose un poco – sigo teniendo que madrugar mañana y tú has de tomar un avión.

– Y además sigo castigado – hizo un mohín contra sus labios.

– No – le aclaró rozando sus labios con los suyos – Al contrario. No quiero pensar, Stewy, si me das a escoger, quiero que me folles sin sentido hasta que amanezca.

Él puso una especie de expresión ceñuda que, de haber bebido mucho más, habría inducido a Lavinia a fingir que todo era cosa del alcohol.

Pero no se retractó.

Le besó.

– ¿Vamos a mi apartamento?

– No… tengo que dormir en el mío… No puedo dejar toda la noche solo a Toffee, ¿recuerdas?

Se mordió el labio. – Vale. Salgamos de aquí…

Aun así no llegaron a salir del local.

En la oscuridad de un pasillo que daba a unos escalones de diseño hacia la planta baja, Stewy la cogió de una mano y la acercó para besar su barbilla. La impaciencia se hizo con las ganas después de tantos días, la apretó contra él y se besaron con desesperación en cuanto percibieron que había solo un poco menos de gente a su alrededor. Se devoraron con aquel beso y los siguientes. Saliva, manos, respiraciones. ¿Qué hacían aún aquí? Deberían estar en una cama y no en medio de un montón de desconocidos.

– Ven – le dijo cuándo se separaron un poco para señalarle una puerta de emergencia que alguien se había dejado abierta y que daba a otra escalera. Una vacía.

– ¿Y si nos pillan?

Stewy la miró con una sonrisa.

El sonido de la música y las voces de la gente llegó hasta ellos desde la planta donde habían estado un momento antes y el bar de la azotea. Entonces susurró en su oído:

– Si nos pillan dejaré que me lo recuerdes el resto de mi vida.

Casi sonaba a promesa.

Una mano trazó el corte de su escote, peligrosamente cerca de su pezón duro como el hueso de una cereza.

Ella asintió sin palabras.

Cerraron la puerta detrás de ellos.

Sin decir nada, entonces ella le desabrochó los botones de la camisa y le recorrió el vello del torso con las manos. Buscó su piercing solo para obtener una reacción de él.

Él la sujetó hacia atrás contra la pared casi al instante, al tiempo que inclinaba la cabeza para hundir la boca en sus pechos apartando uno de los tirantes de su vestido, dejándolo resbalar por el brazo.

Lavinia se sintió como si el mundo se hubiera prendido fuego.

Permanecieron de pie. Stewy acarició su vientre y subió su mano hasta sus pechos por encima del sostén. Lavinia se estremeció al ver el deseo en sus ojos y sentir la dureza de su pene detrás de la bragueta de su pantalón. Movió las caderas para ayudarle a que acabara de quitarle el culotte que llevaba, y se quedó allí contra la pared, con el vestido un poco subido.

Ella sonrió cuando él se guardó su ropa interior en el bolsillo del pantalón. Si entraba alguien y tenían que moverse rápido, al menos no se quedaría allí tirada.

Las manos de Stewy se colaron en sus pechos mientras frotaba las yemas de los pulgares contra sus pezones.

Lavinia protestó. – Te necesito… dentro de mí.

Él esbozó una sonrisa traviesa. – ¿Ya?

– Puede venir alguien. No podemos estar aquí toda la noche.

Él se deshizo del cinturón y se bajó los pantalones como pudo. Con la mano izquierda preparó la penetración.

Stewy se inclinó hacia ella, pero solo la rozó con la cabeza de su sexo erecto. Tentándola. Hacía ya un rato que estaba listo, increíblemente excitado.

Tenerla pegada a su cuerpo, a su miembro, le resultaba además insoportablemente erótico. Buscó su boca para besarla con urgencia.

– Stewy…

– Lo sé, lo sé.

Le acarició el clítoris con los dedos, se puso el condón que materializó de sus pantalones en cuanto ella gimió más profundo.

Estaba húmeda pero no empapada. Esto estaba yendo muy rápido. Quizás tendrían que…

– Stew… – le suplicó Lavinia no obstante – Stewy… no esperes.

– Vale…

Él no dudó. Le obedeció cegado por el deseo que le llevaba como una abeja a la maldita miel. Sujetó sus caderas y soltó un leve gemido, movió sus manos por sus muslos, pegando más sus cuerpos. La elevó, se aseguró que sus piernas lo rodearan.

Entonces la penetró muy despacio, con los dientes apretados, como para refrenar su deseo, al notar como su cuerpo se cerraba a su alrededor. Lavinia presionó los talones en sus nalgas para mantenerlo contra sí. Joder, joder.

Ella dejó ir un gemido intenso, incapaz de expresarse de otra forma.

– ¿Puedo moverme o…? – preguntó él con voz ronca.

Lavinia asintió con una sonrisa liberándolo un poco.

Hizo un mohín cuando notó que salía casi por completo, pero luego volvió a hundirse en ella. Stewy empezó a sacudir las caderas contra las suyas con fuerza, mientras la abrazaba.

Con la respiración acelerada y el pulso a toda velocidad, Lavinia se aferró a sus hombros, mientras él la penetraba. Lo escuchó resollar y respirar profundo, susurrar de vez en cuando palabras inconexas.

Lo echaría de menos si esto se acababa…, a él, a los recuerdos. No tenía ni idea por qué pensaba en ello mientras estaban haciendo esto… Su sexo la llenaba, sentía placer, era lo único que quería, eso y sentirle más más cerca, aunque Stewy ya estuviera enfundado en su interior.

Dejó que sus manos se fueran a sus cabellos para reclamar un beso. Había algo narcótico en la sensación de todo ello.

– Dios…, Lavinia, no voy a poder aguantar mucho más – sofocó un gemido. Una embestida contenida, otra.

– Córrete, no me esperes…

Tenía la boca entreabierta, sus labios ahora pegados a su cuello, el calor de su aliento en su piel.

– No, joder, dime qué he de hacer…

– Stewy – susurró.

– Dímelo – suplicó.

– Ponme de espaldas, – le pidió al oído – y sigue follándome así.

Sentía que si le hacía el amor… si lo hacía con más cariño, más despacio… eso la haría pensar y entonces no llegaría…

Él gimió tan denso y caliente que el sonido se le quedó grabado a fuego en la piel.

Salió de ella, Lavinia dio la vuelta, despacio, con la piel erizada, Stewy acarició su espalda hasta llegar al cabello que enrolló con una mano y con la otra sujetó su cadera. Entró de nuevo en ella haciéndola gemir, besándole la nuca, buscando sus pechos con las manos entre su vestido, sin dejar de penetrarla. Una, otra vez.

– Livy… – gruñó.

El orgasmo lo arrasó como un maremoto, ella gritó su nombre cuando le siguió. Casi en el tiempo de descuento. Jadeó.

Stewy se dejó caer contra ella con la respiración entrecortada. ¿Qué había hecho enamorándose así, joder? ¿Cómo iba a seguir todo igual? Si ahora la perdía, estaría condenado de por vida a saber lo que sentía estando con ella.

Tenía los ojos cerrados y las manos un poco temblorosas. Se aferraba a su cintura. Pensó en la primera vez que le hizo el amor. Hacía un poco más de tres meses pero parecía toda una vida atrás.

– Tengo toallitas húmedas en el bolso – susurró Lavinia un largo minuto después. Él se agachó para abrir el bolso que estaba en el suelo.

Tomó una toallita para limpiarse y otra para ella, pero no llegó a dársela. Con el condón, solo estaban los flujos de ella. – Déjame a mí.

Lavinia se sintió estúpidamente emocional y físicamente agotada cuando él terminó de acicalarla. Su tacto siempre era como una caricia, pero esto…

– ¿Voy a ir un momento al baño a deshacerme de todo, de acuerdo? – le dijo Stewy.

En ese momento se dio cuenta que algo no iba bien.

– Livy… ¿Qué te pasa? – la besó en la comisura de los labios, acariciándole la mejilla. – ¿He hecho algo mal?

Ella negó con la cabeza apretando los labios. Estaba llorando y Stewy se asustó.

– Yo solo… no lo sé…

Todas las emociones en su pecho eran más intensas en ese momento, era como si hubiera necesitado sacarlas del cuerpo, junto a la sensación física del clímax.

Él no había hecho nada malo, había estado esplendido como siempre, simplemente había demasiadas cosas pasando a la vez en ese instante.

Se sentía abrumada por el amor que sentía, el cuidado y la ternura infinitos de él al limpiarla con esa toallita, el orgasmo, la sensación abrupta que no iba a durar.

– Livy, por favor – suplicó inclinando la cabeza hacia ella – Si te he hecho daño o he metido la pata en algo, yo…

– No, no… Estoy bien. Abrázame – pidió con un hilo de voz.

Él lo hizo con todas sus fuerzas.

No era la primera vez que Stewy se encontraba a sí mismo consolando a alguien después de que aparentemente hubieran tenido un sexo increíble…

Pero había pasado mucho mucho tiempo.

En ese entonces solía conocer la razón.

Pensó que quizás también la sabía ahora.

Sintió la necesidad de prometerle que todo iría bien y jurarse que haría lo que fuera para hacerlo posible. Lo que fuera. Bajaría la luna del cielo por ella si hacía falta.

– Livy, cierra los ojos, respira hondo, eso es – dijo – vamos a hacer estos juntos, ¿vale? Cueste lo que cueste.


Esa noche se despidieron en la puerta del piso de Lavinia. Stewy se acercó y le rodeó la cintura con los brazos. En unas tres horas se subía a un jet de Maesbury Capital en dirección a Italia. Ella permitió que la abrazara. Lo agradecía después de esa escena que no habría querido que él presenciara.

Se sentía culpable y bastante avergonzada por ello.

Stewy la besó, pero se apartó enseguida. Temía agobiarla.

– Te estaré esperando en Grecia – dijo con voz suave y ronca.

Ella se apoyó en la pared cuando la puerta se cerró. Le costaba mantenerse en pie por el torbellino de emociones.


Las creaciones del artista de Dust, que se hacía llamar Ditto Frey, pero que seguramente tenía un nombre más común, tiñeron la sala de moda, simbolismo, e historia de la pintura. Angela y Kara, comisarias de la exposición, anticiparon un éxito absoluto y la galería se llenó de aspirantes a estrella de esta ciudad, y bueno también algún que otro astro de verdad. ¿Era realmente ese Chris Hemsworth?

Hizo de hilo conductor a la prensa, cubrió la inauguración para las redes de Dust, pasó la nota de prensa del final y fotos para las agencias de noticias.

Angela apenas la miró o le dirigió la palabra pese al esfuerzo.

Cuando todo acabó, estaba segura de lo que tenía que hacer.

Aunque fue más un impulso que otra cosa.

Al salir del despacho, había ido a una sala anexa, había imprimido su renuncia, la había metido en un sobre y se la había dado a Kara para que la compartiera con Angela cuando está estuviera disponible. No había traído muchos objetos personales a Los Ángeles y menos hasta esta galería, así que se las arregló para meterlos todos en el bolso que llevaba al trabajo.

Se sintió aliviada todo el camino hasta el hotel.


No podía creer que estuviera aquí de nuevo. Cruzó la Plaza Grote Markt de Bruselas dándose prisa, solo tenía ocho horas antes de volver al aeropuerto y tomar el siguiente avión de su escala. – ¡Monique! –. Dio dos zancadas hacia su amiga cuando esta apareció en su campo de visión.

– ¡Dios mío!

Se abrazaron riendo.

– Ha pasado un montón de tiempo – dijo.

– Me tienes que contar tantas cosas…

Subieron al piso de su amiga donde se sentaron en el sofá rojo noventero que decía tanto de quien había sido su confidente media vida.

– ¿Me lo presentarás?

– Sí, cuando vengas a visitarme – hizo una pausa – si es que no lo estropeamos...

No quería perderle pero a veces pensaba que si se preparaba para lo peor dolería menos.

Monique la observó muy quieta. – ¿Por qué ese condicional? Es decir, sí se comportó como un gilipollas no diciéndote eso de tu hermano… pero no cortaste con él. ¿Qué peor cosa puede hacer? – entornó los ojos con una sonrisa. – Dejando de lado que es archienemigo de tus parientes billonarios y súper mega famosos y todo eso… y ya está… ya estás otra vez poniendo esa mirada de tristeza a la lejanía, ¿qué pasa?

Lavinia suspiró.

Si no se sinceraba con Monique no lo haría con nadie.

– No es eso… A veces me cuesta expresar lo que siento… sobre todo a un hombre… no me ha ido muy bien en ese tema – admitió – Estoy enfadada con Stewy cuando lo pienso, pero no ha sido una gran traición… ¡casi quedamos en ello…! Aunque era una tontería si la comparas con todos esos súper secretos que seguro que tiene con los Furness… ¿qué perdía contándomelo? Estoy segura que a Tom lo prepararon mal a posta o por desinterés, joder. Lo normal era que hubiera estado preparado,... y igualmente no habría pasado nada porque me avisara que iba a presenciar el "sacrificio" público de mi hermano. ¡Habría buscado si podía ayudar a Greg pero no a sus espaldas! ¡Me da rabia!

Se frotó la cara con las manos.

Puede que en el fondo hubiera deseado que por fin alguien que decía quererla la pusiera a ella primero.

No es algo que alguien hubiera hecho nunca jamás.

Sus padres se habían asegurado que creciera con el corazón roto. Eso había condicionado sus relaciones adultas.

Y si era lo bastante madura, valiente e independiente para defenderse a sí misma, siempre, pero alguna vez, solo una, quería saber qué se sentía.

Monique la estudió haciendo girar el tallo de la copa de vino blanco que tenía entre los dedos. – ¿Qué crees que van a hacer en cuanto sepan que se te está follando? Quiero decir tu tío y ese primo tuyo que da la casualidad que es su jodido ex… – tanteó.

Se encogió de hombros.

– Nada… Me temo que mi tio ya debe saberlo… pero ¿qué puede hacer? ¿torturarme? Supongo que disfrutar lo mucho que molestara a mi abuelo y no volver a invitarme a una ocasión familiar. Tampoco es que vaya a muchas, así que…

– ¿Y Greg?

Resopló.

– Él ya lo sabía hace tiempo. Más o menos. Me odia por ello… a ratos.

Su amiga se puso extrañamente seria. – ¿Stewy te trata bien?

– ¡Sí! ¡Por supuesto! No volvería… no podría enamorarme de otro Mark.

– Vale. Pero es un inversor gilipollas de Wall Street – Apretó los labios como si tratara de evitar lo que iba a decir – Me preocupa lo agobiada que estás. Y que hayas dejado un trabajo que era perfecto para ti. ¿Qué harás? Supongo que volver aquí no está en tus planes… ¿No estarás involucrándote demasiado en todo ese mundo de tus primos? A riesgo de sonar como tu abuelo, he leído sobre ellos… son la razón por la que el mundo está hecho una mierda y la gente se suicida cuando la desalojan de casa, joder…

Monique hablaba de su trabajo como reportera, había cubierto algo así no hace ni tres días, y de golpe y porrazo se sintió mal por estar allí y echarle todos sus problemas encima.

Su mejor amiga estaba poniendo voz a dramas humanos reales. Y ella…

– No. No lo sé…

Monique hizo una mueca. – Por cierto, lamento haberle dado tu número americano a Marie pero me pilló desprevenida.

– No pasa nada…

– ¿Que no pasa nada? Dios, joder, Lavinia. ¡Enfádate! ¡Grítanos cuando hacemos algo mal! A mí… a ese novio tuyo… a tu hermano. ¡Piensa más en ti! Son tus necesidades lo que deben preocuparte. No el resto. No tendría que haberle dado tu número sin preguntarte antes. Estuvo mal – miró unas sombras que hacía la luz del sol en la pared – Con lo difícil que te fue cortar por la sano de esa gente. ¡Vamos! ¡Si eras la tía de ese niño! Durante ¿cuándo? ¿Dos? ¿tres años? Lo que te hizo Mark es injusto.

– Al menos me di cuenta, no habría sido feliz – frunció los labios – Pero con Stewy… nunca me había sentido así con alguien. Quiero que dure mucho mucho tiempo...

– Estás hasta las trancas, ya lo sé. ¿Y busca lo mismo que tú? Es decir tiene ¿cinco años más? Sin hijos, sin matrimonios… ¡Que sepas, solo un ex importante a los 20! Los multimillonarios son encantadores, porque para ellos la vida es como un recreo largo. ¿Es lo que quieres?

Miró a su amiga.

Negó con la cabeza quitándole importancia.

– Me preocupa cero eso. – suspiró – Además, si conocieras a mi madre, sabrías porqué es seguramente para bien que no haga burradas.

Monique chasqueó la lengua.

– No sé si te creo. Es decir yo no quiero todo eso, pero tú… mucho han tenido que cambiarte en América. Pero bueno, da igual, solo ve con cuidado, ¿eh? Los hombres son gilipollas, has de darles un poco de margen… pero poco.


Lavinia contempló el mar turquesa con la espuma de las olas que chocaban contra las rocas. Podía ver casas y jardines y olivares, cada vez más cerca.

Las islas griegas.

Stewy sonrió cuando la vio salir por la puerta de llegadas en el aeropuerto de Corfú.

Joder, había llegado a pensar que este momento no llegaría.

Temido seriamente que no vendría.