"Hey, darlin'
Can I tell you what's been on my mind?
Sick and tired of the nine-to-five and the city life Hey, darlin'
We could get out of town
See the beautiful world around, wanna see it now
Pack our bags and get in that car
Leave a little note and we'll drive real far
Let's get out, we can leave this city
Let's drive to the open air
Yeah, the countryside is so pretty
With the wind blowing in your hair
We can look back someday
Baby, don't you understand?
That we only get one love, I wanna make it count
Honey, come on now and take my hand"
– Honey take my hand (Cody Francis)
Capítulo 17. Esto no es para lágrimas II
Lavinia se permitió relajarse después de pasar el control de la frontera.
Estos días eran para ellos.
No importaba cuánto se comiera la cabeza… aún le hacían ilusión.
Dio un respingo cuando reconoció a Stewy y aceleró el paso hacia él, sonriendo. Le besó y él la cogió de la cintura y la levantó del suelo.
Lavinia le rodeó el cuello con las manos.
– Bienvenida, cenicienta – su voz acarició de una manera sensual cada una de las sílabas.
– Hola – dijo con una sonrisa.
Stewy sonrió también, aliviado, mientras le hacía un escáner visual. – Estás preciosa – murmuró.
Había cumplido el deseo de tenerla aquí en Grecia de vacaciones… Ella estaba despampanante con un vestido veraniego, tan hermosa como siempre. Acababa de hacerle el hombre más feliz de la Tierra.
Lavinia puso los ojos en blanco. – Siempre dices lo mismo.
– Siempre es verdad – hizo un puchero.
Había llegado a pensar muy seriamente que no vendría.
No dejó de sonreír mientras le acariciaba el brazo con un pulgar de la mano izquierda.
Cuando salieron del pequeño aeropuerto, un coche con chofer los estaba esperando. Stewy aprovechó que la estaba besando suavemente en la boca para abrocharle el cinturón.
– ¿Quieres comer algo antes o te llevo a casa?
– Me muero por ver ese palacete de verano tuyo… – le miró, divertida.
– Tardaremos unos cincuenta minutos en llegar. Estaremos allí a tiempo para ver el atardecer. La villa está justo en la playa – informó él.
Había encargado la cena a un buen cocinero de la zona y pedido a las dos personas de servicio que contrataba cuando abría esta casa que se retiraran temprano.
Teniendo en cuenta el jet lag, sería una noche algo relajada. Quería que ella estuviera lo más cómoda posible.
Había mandado preparar otra habitación además de la suya por si Lavinia quería dejar sus cosas o simplemente tener un espacio.
Esperaba que compartieran su dormitorio pero, después del otro día, no quería presionarla. Todavía se sentía un poco intranquilo por sus lágrimas.
Entendía que había sido un conjunto de emociones que la habían sobrepasado en ese momento pero, aun así, no le gustaba la idea de provocar eso en ella.
Entre ellos había esa química brutal y una atracción muy fuerte, una conexión maravillosa, detestaba haberla lastimado con aquello de Washington.
Podía haber algún conflicto como en cualquier relación, pero necesitaban sobre todo tranquilidad para gestionarlo y era algo de lo que en Nueva York carecían en grandes cantidades.
Lavinia se pasó tres cuartas partes del camino al puerto con la cara pegada a la ventanilla admirando el paisaje de su alrededor. Una de sus manos entrelazada con una de las de las suyas.
– Vi la serie en el primer avión, ¿sabes?
– ¿Qué serie?
Ella rodó los ojos. – Los Durrells en Corfú.
Stewy frunció el ceño.
– Dime que no pasaste todo el vuelo en primera clase haciendo maratón de una serie.
– Y bebiendo toda clase de zumos y alguna copa de champagne. No tenía ni idea que estaban incluidos en el precio – le sonrió.
Era obvio que era la primera vez que Stewy escuchaba el título que ella había mencionado.
– Es buena. No hagas esa cara, deberías verla – se rió.
– Ni de coña.
– ¡No has preguntado de qué va!
– ¿Acaso salen monstruos? ¿Acción? ¿Sexo? No suena de ese tipo. Además soy un hombre ocupado. – La miró con intención, dándole un apretón en la rodilla. – No tengo tiempo ni para llevar a cierto bombón a casa cada noche y…
Ella le puso una mano en el brazo. – No gimotees, cariño, eres zillonario…
Stewy esbozó una sonrisa cálida.
– Me gusta que me recuerdes mi mucho dinero porque mientras estemos aquí podemos hacer toodo lo que queramos. Solo tienes que pedirlo.
Lavinia lo miró.
– Es una isla pequeña.
– Hay helicópteros y barcos. Tus deseos son órdenes, Livy. Son nuestras vacaciones, quiero que lo pases como nunca en tu vida.
Lavinia se mordió la lengua suavemente. Iba a hacerle ver que eso era un poco presuntuoso. Pero él le ofrecía estos días, y había pagado su billete de avión en primera clase de Los Ángeles a Bruselas sin casi quejarse que ella hubiera rechazado que alquilara un jet privado para traerla directamente aquí, aunque seguro que encontraba ridícula su insistencia en que no lo hiciera.
En vez de eso, le apretó la mano.
– He leído que Paxos fue el refugio de Marco Antonio y Cleopatra antes de una batalla.
Stewy negó un poco con la cabeza. – ¿De toda la historia de la isla te has ido directamente a los romanos? ¿En serio? Creo que fue parte del imperio bizantino durante setecientos años.
Lavinia se llevó la mano a la boca sonriendo y mordiéndose suavemente una uña. – Vale… ahm… es el único dato que recuerdo haber leído, mea culpa… Eso y los venecianos.
– Para ser honesto si nos ponemos a discutir imperios en la antigüedad… yo prefiero el persa – explicó presumido en un susurro – pero dejemos la historia para el desayuno…
– ¿El desayuno? Aún ni siquiera ha anochecido.
– Pero tengo un montón de planes.
Ella se mordió el labio, y ambos se hablaron con los ojos.
– Ya no queda mucho – dijo él cuando llegaron al puerto. – Lo mejor sería subir al barco cuanto antes, pero si quieres un café podemos parar un momento.
Lavinia se revolvió el pelo. – No hace falta, tengo ganas de llegar a… a casa, en serio.
Stewy bajó del coche y dio la vuelta hasta llegar a su puerta. La abrió y le dio la mano, ayudándola a salir. Pegó su cuerpo al suyo: – No sabes lo loco que me tienes…
Era un placer compartir estas vacaciones con ella.
Ni siquiera quería pensar en lo que esperaba de vuelta a Nueva York porque aquella sí sería la recta final hasta la junta de accionistas y habría poco tiempo… Tenían que estar jodidamente bien para entonces… o podía perderla.
Era un barco pequeño el que los tenía que llevar de una isla a otra. Lavinia llevaba sandalias altas y dudó.
Stewy se quitó la americana blanca de verano y se la dio a uno de los chicos que los esperaba.
– ¿Qué haces? – Ella arrugó la nariz.
– Ven…
De repente la cogió en brazos como si no pesara nada.
– ¡Stewy! – Sus carcajadas tuvieron que escucharse en toda la isla.
Él sonrió con aire de travesura al devolverla al suelo en la cubierta del barco. – ¿Estás bien?
– ¡No hagas eso nunca más! – dijo. Pero estaba riendo, feliz. El peso que la había acompañado todos estos días, solo un ligero zumbido que podía permitirse dejar para más tarde.
¡Dios! Lo quería tanto, tanto, tanto.
Era imposible ignorar ese sentimiento cuando sonreía como ahora y la miraba como si ella fuera única, perfecta.
Como si ella fuera más…. Dónde el significado de "más" ni siquiera tenía límites.
Se acomodó donde le indicaron y él lo hizo a su lado.
En ese momento la tarde les sonreía. ¿Por qué oponerse?
– ¿Qué tal Venecia con ese… Datu se llamaba?
– Uhm… bien – Stewy chasqueó la lengua – Lo usual. Una comida horrible recordando al viejo accionista de turno porque es tan mala idea que tu tío siga al volante de su querida empresa.
Lavinia asintió sin decir nada.
– Dime…
– ¿No has hecho ni un poco de turismo?
– ¿En Italia? No. Pero he hecho una reserva en la suite de uno de los palazzos que dan al Gran Canal para el próximo Carnaval.
– ¿El Carnaval? ¿Por qué?
– Para ir contigo, contigo. Claro – le respondió como si no hubiera otra cosa más evidente en el mundo. – Dijiste que te gustaba la ciudad.
– Es en febrero. Stewy, faltan siete meses…
– Sí, ya lo sé.
Le cogió de la mano, la llevó hasta su boca y le besó los nudillos.
Lavinia quiso asentir con la cabeza, pero sintió en el pecho la necesidad de una explicación. – Quién sabe… en siete meses…
Stewy pareció contrariado por su insistencia en aquel detalle pero se alentó a continuar.
– Estaremos allí… – dijo serio y luego bromeó – y le mandaremos una postal a tu tío abuelo que andará jubilado en alguna parte.
Meneó la cabeza. – ¡Ja! No sé qué pasara con la empresa y Sandy y tú seguro que lo tenéis todo atado… pero los hombres como Logan Roy no se jubilan.
Le sonrió. – Ten más fe en mí, nena.
Se quedó pensativa mirando el increíble paisaje que se abría delante de la embarcación que les llevaba a Paxos.
– ¿Qué planes tienes para nosotros esta noche? – preguntó.
– Una cena en la terraza que da a la piscina. Luego, está en tus manos… tengo algunas ideas. La casa tiene acceso a la playa… Me imagino que estás cansada.
Lavinia arqueó una ceja.
– Lo estoy. Pero…
– ¿Pero?
– Esperaba que tendrías todo un programa preparado y a estas alturas habría escuchado al menos un chascarrillo del estilo "voy a atarte a la cama y luego hacerte gritar mi nombre" – bromeó.
– Uau.
Lavinia se echó a reír.
– Eso sonaba mucho mejor en mi cabeza. Lo juro. Pero seguro que captas por donde voy… – arrugó un poco la frente.
Stewy le acarició la barbilla con la mano con una sonrisa amplia.
– Solo quiero que estés cómoda y bien.
Lavinia le estudió la expresión.
– Sé que estás pensando en el otro día… pero no soy de porcelana… la situación me tocó la fibra sensible… el conjunto de… todo ello… pero no fue tu culpa… En absoluto.
Asintió. – En todo caso te propongo un baño en el mar y luego ya veremos… ¿Tenemos que ir de compras o mandar a alguien a por…?
Ella sonrió leyéndole la mente. – Monique me acompañó a Bruselas a hacerme con un bikini.
Él le respondió con un mohín.
Este entorno parecía quitarle años de encima.
–Me he encargado que estemos prácticamente solos esta noche. Tú, relájate.
Lavinia miró al paisaje, maravillada.
– Todo esto es precioso.
El sol de la tarde aún bañaba los tejados de las casas, haciendo brillar el mar delante de ellos. Los árboles se mecían con una deliciosa brisa.
Cuando llegaron le impresionó la fabulosa villa frente al mar, radiante, el calor, las flores por todas partes, los olivares, y la resplandeciente piscina de mármol junto a una terraza y un jardín que parecían de sueño. Y que sin embargo eran muy reales.
Reales como el hombre que tenía al lado. Los latidos decididos de su corazón hicieron que se pensara dos veces qué palabras decir cuando él la tomó de la mano para entrar en la casa.
Estaba con Stewy. Había aceptado su proposición y se había escapado con él hasta el Mediterráneo, a aquella soleada isla.
– ¡Es totalmente increíble! –le aseguró ella, volviéndose hacia él con una sonrisa – ¡Es fantástico!
–Te dije que te gustaría –dijo él, sonriendo mientras a quien contemplaba era a ella. Su belleza y sus labios pintados de rojo.
Le enseñó cada rincón de la villa, empezando por un inmenso comedor con vistas al mar azul, con un suelo de mármol blanco y un techo infinitamente alto muy bien conservado.
– ¿Puedo preguntarte cuánto te costó?
– ¿Estás pensando en hacerme una oferta por ella? – volvió a sonreír como el Stewy que conocía.
– Ja, ja, ja. Es solo curiosidad… Así puedo calcular cuántas vidas tendría que vivir para comprártela.
La decoración de la villa era agradable, de paredes blancas y tonos cremas, excepto por las cenefas del mármol de los suelos en los dormitorios, la madera de los techos y la piedra en los distintos balcones.
Stewy había mandado que dejaran su equipaje en su dormitorio pero le enseñó una habitación que tenía el ventanal abierto y estaba claramente preparada para ella.
– ¿Tienes más invitados? – decidió preguntar igualmente. En un humor un poco cabezota.
Él sonrió, besándola.
– Solo quiero que estés a gusto. ¿Te apetece cambiarte para la cena? Yo creo que estás maravillosa así pero llevas unas cuantas horas de vuelo… y podrías ponerte ese bikini para bajar al mar después de cenar – sugirió.
– ¿A ti no te han explicado que uno debe hacer la digestión antes de meterse al mar? – bromeó.
– Oh, no te preocupes, será una sobremesa larga… si quieres – no pudo ayudarse a sí mismo.
En sus labios paseó una sonrisa de trasto que Lavinia conocía a la perfección, las manos metidas en los bolsillos del pantalón blanco.
La noche estaba cargada de promesas y a Lavinia sinceramente solo le apetecía estar entre los brazos de Stewy. Si quería que fuera en la playa o en un pedregal le daba igual.
Se tomaría su tiempo para arreglarse y prepararse para la velada que la esperaba.
– Coge lo que necesites de tu maleta en el otro dormitorio y tarda todo lo que quieras– le dijo Stewy – Sé que merecerá la pena esperar. Voy a ir a asegurarme que todo esté listo para la cena y luego yo también me cambiaré.
Lavinia se mordió la mejilla, mirándolo encariñada.
– Stew, si me pones presión voy a acabar bajando desnuda.
– Iba a sugerir eso de entrada. Pero un poco de ropa siempre le da emoción y no quiero que me tomes por un salvaje… – sus ojos brillaban.
Ella negó con la cabeza riendo.
– Stew, me temo que todas mis ideas sobre ti están más que tomadas…
– ¿Ah, sí?
La tomó de la cintura poniendo su nariz en su cuello: – Hueles delicioso, como a... vainilla.
– No seas zalamero…
Tenía la piel salada por el trayecto en barco hasta aquí.
Le dio un pico en los labios.
Lavinia miró al paisaje que se plantaba frente a ella a través del ventanal de esa habitación. Las aguas turquesa del mar que rodeaba las islas griegas.
Él iba de salida y se giró en el marco de la puerta que daba al pasillo cuando la oyó hablar.
– Deberías saber que según cuenta la leyenda anduve perdida por una playa de estas. Pero en Corfú.
Eso dio pausa a Stewy.
Arqueó una ceja. – ¿Qué te pasó?
– Iba con Roman – dio ella como toda explicación. Entonces se encogió de hombros – Era una niña. Nos encontró uno de esos tipos… que trabajaba en Waystar.
Stewy ladeó la cabeza. – Aun a veces me cuesta pensar que coincidiéramos en algún momento de nuestra infancia y no me cayera un rayo encima que me alertara.
– Por lo que sé, estabas… distraído… y yo era una mocosa…
Lavinia mantuvo la vista en el paisaje de postal, pero pudo intuir que sonreía.
– Voy a seguir sin creérmelo cuando tengamos noventa años y te esté haciendo el amor sin dentadura.
Ella guardó silencio un instante.
Luego, se echó a reír. – Eres un bestia.
– Livy… no he dicho nada nunca tan en serio… Siento mucho haberlo fastidiado con lo de Washington…
Ella se dejó mecer por sus palabras. – No nos habíamos prometido nada, pero no te negaré que no me enfade pensarlo… aún un poco, bastante.
– ¿Qué tengo que hacer para que me perdones? Quiero que mis jodidas batallas sean tuyas, lo digo en serio. Soy un idiota integral.
Esta vez sí le miró. – Sigue diciendo cosas como esta.
– ¿Cómo que soy idiota?
– No… como que vas a hacerme el amor cuando seas un viejo verde de noventa años.
– Quiero decir… siempre he estado a favor del uso de todo tipo de estimulantes… a cualquier edad… – bromeó.
Intercambiaron miradas.
– Vamos, vamos. Vete. Voy a cambiarme.
Lavinia examinó su reflejo en el espejo de cuerpo entero que tenía la puerta del armario, intentando darse el visto bueno. Alisó la tela de su vestido negro escotado con el ceño fruncido.
Los pendientes con formas florales eran bisutería pero eran sus favoritos. Se maquilló sin exagerar. Debería bastar.
Golpeó con suavidad la puerta del dormitorio donde también estaban sus cosas y entró sin esperar que él abriera.
Por su mirada, Lavinia supo que había acertado con su elección de ropa. Aunque francamente era posiblemente demasiado para cenar aquí mismo y acabar la velada en la playa.
Vestido con pantalones de lino y una camisa de algodón, a Stewy no pareció importarle.
El ligero aroma de su loción para después del afeitado se mezclaba con el olor a flores del balcón, y Lavinia tuvo la seguridad que recordaría ese momento en el futuro con una agradable sensación de haber estado a salvo y en casa. Con él. Porque ÉL se sentía como tal. Tuvo la misma sensación durante toda la cena en la terraza que daba a la espectacular piscina con el mar con horizonte.
Estaba anocheciendo.
La mesa tenía un mantel delicado y estaba adornada con las mismas flores blancas que estaban por todos sitios, gladiolos, quizás, y velas. La buganvilla trepaba por todo el enrejado que cubría el jardín en la parte sud y había un montón de otras flores.
Mientras degustaba todo un despliegue de comida griega dispuesta en la mesa, acompañada de un vino frío blanco, sintió un poco el corazón en un puño.
Esa nube de felicidad era… demasiado.
Había toda una realidad dispuesta a darles una paliza de realismo cuando llegaran a Nueva York.
Todo lo de Washington estaba en el aire… la junta de accionistas a la vuelta de la esquina.
Y a estas alturas, su abuelo ya debía saber que se acostaba con el hombre al que consideraba incluso peor que su hermano.
"¿De veras estás de vacaciones con él? Tom dijo que Rome te había invitado, pensé que estarías aquí, van a volar cabezas", era el mensaje que había recibido de Greg unas horas antes de tomar el avión de Bruselas, mientras hacía tiempo en una cafetería del aeropuerto con Monique.
Había estado tanto tiempo en contestarle que al final solo le había mandado un emoticono con un "mantenme al día" y el enlace a un blog que aparentemente había abierto su padre sobre sus viajes.
Prefería no pensar mucho en el resto. De otra manera, no sería capaz de disfrutar de estas vacaciones.
Se fijó en cómo los primeros botones abiertos de la camisa de Stewy dejaban entrever su piel, cómo sus mangas arremangadas enfatizaban sus muñecas fuertes.
Empeñada en mantener una conversación fácil, dio un sorbo al vino.
Stewy la contemplaba apreciando también la forma en que la luz de las velas acariciaba los contornos de su rostro y acentuaba la ondulación de los mechones de su pelo castaño y creaba un aura rojiza.
Ella le habló sobre los lugares que había leído que se podían visitar en la isla, y él le enseñó en el móvil un par de restaurantes a los que la quería llevar.
Estaban a gusto juntos, y se querían hasta aburrir.
Lavinia deseó que fuera suficiente.
De postre, Stewy destapó una bandeja llena de pasteles donde un bicho tijereta parecía haberse adelantado a ellos.
Stewy hizo un puchero al apartarlo con los dedos. – Insectos…
Lavinia se rió.
– Estamos en un lugar maravilloso, lleno de árboles, agua y esta noche hace un calor tropical. Más del Caribe que de la Mediterránea. Estoy segura que no es el único bicho del jardín…
– Y por eso hice instalar el aire acondicionado… para cerrar las ventanas, debo decirte que los mosquitos de este lugar me encuentran irresistible.
– Oh, no. ¡No vas a cerrar el ventanal y poner el aire acondicionado en un lugar tan fabuloso como este!
– Livy…
Arqueó una ceja. – Stew…
Entonces, él alargó su mano, mostrándole la palma, y esperó hasta que le dio la suya para levantarse con ella.
Después de todo, al parecer, no iban a alargar la sobremesa.
Tras caminar por el jardín, llegaron a un extremo de la finca y bajaron por unas escaleras de piedra en zigzag hasta una playa que Stewy anunció ufanamente que era "técnicamente" privada.
– ¿Qué quiere decir eso?
– No hay playas privadas en esta zona de la isla pero el único acceso por tierra es desde la casa.
Ella frunció el ceño.
– Oh, muy bonito… – movió la cabeza.
Luego rió pasándose una mano por el cabello. La otra aún sosteniendo la suya.
Él hizo un gesto despreocupado.
– En el resto de la isla no podrías bañarte a esta hora, hay un montón de pescadores.
Lavinia soltó otra pequeña risa, apartó la mano de la suya.
– ¿Entonces, nos metemos?
– ¿Por qué no? – Stewy miró quieto a su acompañante.
Cuando era realmente ella, era tierna y divertida… y tremendamente impredecible.
Antes de que pudiera parpadear la vio quitarse el vestido y dirigirse al agua que bañaba la orilla.
– ¡Vamos, ven! ¡Ha sido tu idea!
Stewy se quitó la camisa y los pantalones y, aunque ella llevaba bikini, decidió que no necesitaba mojar innecesariamente sus bóxers.
Se metió directamente al agua cuando Lavinia apenas había metido los pies.
–… ¡Tonto el último! – la retó, y dio un chapuzón que la salpicó.
– Está fría…
– Es agradable. ¡Métete, ya, en serio! – exclamó él, sonriendo, buceando y volviendo a sacar la cabeza como un pez, su cabello azabache empapado después de haberse sumergido.
Ella cedió dejándose abrazar por el frescor de las olas del mar y la brisa nocturna.
Cuando quien la abrazó por detrás en el agua fue él, Lavinia sonrió.
La visión de Stewy desnudo era absolutamente pecaminosa, fascinante, nunca iba a cansarse de admirarlo.
Pese a que el agua oscura no dejaba verlo en todo su esplendor, no en este punto donde la arena y las pequeñas rocas se hundían a más profundidad bajo sus pies, notó que la invadía el deseo antes incluso que él empezara a besarla, primero en el hombro, luego, detrás de la oreja y el cuello.
– Stew…
– No podía resistirme más – le susurró y sus manos subieron por su cintura – Pero no tenemos que…
Se giró y se colgó de él rodeándolo con las piernas ayudándose de la agilidad que le permitía el agua.
– Te prometo que estoy bien y me duele lo mucho que te deseo ahora mismo – se mordió el labio.
Las puntas de los dedos de Stewy se clavaron en la carne de sus muslos. Era como si todos sus vellos se erizaran y los poros de su piel se abrieran reclamando algo que le faltaba. … Reclamándolo a él.
Entonces, la besó en la boca de una manera que casi era una mordida.
Fue un beso brutal y contundente, y al mismo tiempo había algo de fragilidad en el mismo. Quizás al final, cuando se apartó, y los dedos de una de sus manos se deslizaron con delicadeza por el hinchado labio inferior de Lavinia.
– ¿No te atreves a mojarte el pelo? – dijo de repente, de forma un poco inesperada.
Ella lo miró interrogante en la penumbra de esa noche con luna creciente. Las luces de la finca iluminaban la arena pero aquí era más oscuro.
En ese momento él se hundió con ella en el agua y los volvió a sacar a la superficie entre carcajadas.
– ¡Stewy! – se quejó tosiendo, nadando unos metros lejos de él, y salpicándolo cuando rió – ¿Quieres matarme?
– ¡Lo siento, lo siento! – alzó las manos – Yo solo… pensé que lo verías venir.
– Ya verás ahora… – se lanzó hacia él para intentar hundirlo.
Rieron y nadaron y hasta le hizo cosquillas como un crío en el único momento que consiguió meterlo debajo del agua con ella.
– Eres peligrosa, ¿ehm?
– Y tú como un niño… – ella frunció los labios.
– Si insistes… – continuó.
– Vale, me rindo, ¡me rindo! Vamos, sé serio, a este paso nos vamos a ahogar – proclamó Lavinia cuando él volvió a acercarse nadando con un par de brazadas y reclamó su cintura.
– El mar está tranquilo.
– Es igual, saldríamos en los periódicos. Harían el agosto con la historia del inversor que se ahogó desnudo al lado de la sobrina nieta de Logan Roy. Esa sí que sería una junta de accionistas para todos los siglos – se burló.
– ¿Así que tienes madera de periodista además de publicista? – se metió con ella, abrazándola.
– Más me vale tener madera de muchas cosas porque estoy sin trabajo… – le recordó con una mueca.
– No por mucho tiempo. Si no te cogen ellos, voy a contratarte yo en Waystar en un puñado de semanas.
– Un acto de nepotismo para empezar. No sigas por ese camino, Hosseini… – le riñó.
– Contratar a una relaciones públicas brillante no es nepotismo. Le estaría haciendo un puto favor a esa empresa. Y si luego me dedico a distraerla demasiado para rendir, eso ya…
Ella rió entre dientes, chasqueando la lengua.
Él le guiñó un ojo, sumergiéndose. Esta vez sin ella.
Cuando salió a la superficie, le tendió una mano.
– ¿Quieres que te haga el amor? – le susurró al oído acercándola – ¿Aquí?
– ¿En una playa pública…? – murmuró.
– Técnicamente privada… y no hay nadie excepto nosotros – sus manos subieron por su espalda.
– Tendríamos que acostumbrarnos, ya sabes, a hacerlo más en la cama… como las parejas normales…
– ¿Quién ha dicho que tú y yo seamos una pareja normal? – al decirlo la elevó en el agua con una sonrisa, sus manos y su boca en la piel de su clavícula.
Cuando quiso darse cuenta estaba otra vez colgada de él, apoyada en su regazo, moviendo la cadera mientras se miraban a los ojos, siguiendo el movimiento que harían al follar.
Las manos de Lavinia, parecieron decidir por su cuenta, se deslizaron por la parte baja de la espalda de él hasta su trasero.
Podía notarlo semi-erecto contra su pubis.
Tuvo la sensación fugaz que estaban tirando adelante sin solucionar una grieta que se había abierto en ese hotel en Washintgon. Como dos náufragos que no quieren admitir que alguien los ha tirado de la borda y van a la deriva.
Pero no le importó.
No ahora.
No por más tiempo.
Stewy la cogió por los hombros y depositó un beso salado y mojado en sus labios. Después, siguió dedicando atenciones a su piel.
– ¿Tienes idea de lo mucho que me pones? Me haces sentir como un jodido adolescente…
Lavinia sonrió, estudiándolo.
Stewy no era uno de esos hombres con la que una vive un cuento de princesas. Si es que existen en absoluto.
¿Dónde estaban esas historias de príncipes de Wall Street enfundados en trajes que antes se han liado con tu primo? ¿O que empiezan procesos de millones de dólares que acaban con el hermano de una en las puertas de la cárcel?
No exactamente el guión de Cenicienta, ¿a qué no?
Ni el de una comedia romántica.
Él apartó su pelo hacia un lado y le dio otro beso en el cuello desnudo. – Te saldrán arrugas si haces esa expresión tanto rato. ¿Sigue todo bien?
Era evidente que estaba preocupado por ella.
Lavinia parpadeó.
– Sí – le acarició la cara y pasó su mano por la barba. No se dejaba engañar a menudo por sí misma pero se sentía deseable, la heroína de su propia historia, cuando él la miraba así.
Lo miraba ella y solo quería, quería hasta dolerle el estómago.
– Salgamos un poco – le pidió.
– Vale.
Stewy la guió de la mano hasta la orilla.
– ¿He visto toallas en las dos tumbonas que tienes resguardadas cerca de la escalera, verdad?
Él asintió.
Sin que viniera a cuento, o quizás sí, al pisar la arena seca, fría, Lavinia dijo: – La primera vez lo hicimos en el escritorio de esa habitación en la boda de Shiv, ¿recuerdas?
– Habría sido el capó de un coche el día anterior pero me llamó Sandy…
– Sí…
Las manos de Stewy se deslizaron por sus costados, protegiéndola de la brisa nocturna, abrazándola de espaldas a él, impidiendo que su carne se pusiera más de gallina si cabe.
Por un momento, enganchados el uno al otro, empapados, y mientras le besaba el hombro, Stewy entretuvo varias ideas.
Pensó en pegarse más a su espalda, descender ambos a la arena, recorrerla, follarla entera con las manos, prepararla para lo que viniera después. Amanecer aquí con ella.
Ella hizo una suerte de gemido, movió las caderas, frotándole muy sutilmente, como si pudiera saber qué pensaba. Tragó saliva.
– Livy… – soltó un suspiró que ella respondió con la respiración entrecortada.
– Hay mucha arena aquí Stewy… íbamos a odiarnos después…
– Quizás – sonrió.
Llegaron a la toalla y lo vio secarse.
Ella se enrolló con otra.
Mordió su labio mirándolo en la penumbra de la noche con las luces del murillo del jardín vislumbrando a distancia.
– Tengo una idea…
No habían alcanzado la ropa, que habían dejado tirada en la arena, cuando volvió a besarlo, procurando quedar alejados de los pequeños faroles de luz apostados en las esquinas de la finca.
Lavinia tomó la iniciativa desde el principio.
Bajó su mano a su miembro para comenzar a acariciarlo. Movió la mano rítmicamente de arriba abajo y él apretó la mandíbula. Aceleró la caricia.
El cuerpo de Stewy respondió endureciéndose del todo. – Con la boca, ¿vale? Déjame hacértelo con la boca...
Hizo un rápido recorrido descendiente con la lengua por su estómago. La mano derecha de Stewy agarró su cabeza con firmeza cuando bajó más.
Solo la anticipación lo estaba matando - la boca de Lavinia bajando por su cuerpo.
Ella acabó de rodillas a la altura de su entrepierna. Lo tomó con los labios en todo su esplendor masculina, deslizando la lengua, haciendo círculos sobre su dureza sedosa, ayudándose de vez en cuando con una de sus manos para aumentar el placer.
– Livy…
La erección de Stewy palpitó por sus atenciones.
Él se mordió con más fuerza el labio inferior para contener el impulso de dirigirla.
Joder.
Después, sin apartar los ojos de ella, masculló: – Más deprisa, Livy. No pares. Necesito… ¡Livy! Livy, mierda…
Intentó avisarla cuando iba a correrse pero ella no se apartó. En vez de eso, se esmeró en lamer la punta, y después volvió a la carga, envolviendo su sexo entre sus labios lo más profundo que pudo.
– ¡Livy! – gritó.
Stewy se permitió caer en la arena poco después y se quedaron allí más de cinco minutos, él jadeando, ella le acarició el pelo y le hizo moverse un poco, usar una de las toallas debajo para permanecer abrazados, con la esperanza de no quedar rebozados en la arena.
Se habían secado después del baño en la playa pero la arena estaba fresca bajo su mano.
Habían hecho esto siempre sin condón.
El sexo oral.
Al principio Lavinia sabía que no debería, pero después se había ido olvidando.
En todo lo demás hasta ese momento habían tomado todas las precauciones.
Stewy distinguió una mueca en su rostro, aunque apenas aún estaba recuperándose del orgasmo. – Debería devolverte el favor pero tendrás que darme un poco de tiempo, joder Livy, has estado…
Ella sonrió. – No importa. Tenemos un montón de tiempo… Estabas salado, ¿sabes? – bromeó con una mueca.
– Déjame al menos… – dejó que su mano le rondara la piel hasta las braguitas de su bikini. Se puso a jugar con sus dedos allí abajo, con parsimonia, no tanto para su beneficio, como porque él aún tenía los sentidos embotados por el orgasmo que le había dado. A Lavinia no le importó en absoluto.
Su roce era suficiente.
Casi no necesitaba más.
Y eso debía ser muy de verdad, porque Stewy no tardó en susurrar. – Estás tan húmeda que podría resbalarme en ti…
Siguió acariciándola con lentitud, sus dedos, en efecto, resbalando en ella, follándola con ellos, hasta que Lavinia gimió su nombre, y se mordió el labio después de un pequeño grito.
Un momento después de ese orgasmo, se encontró descansando la cabeza en su torso, desmadejada en su abrazo.
Entonces, lo escuchó decir: – Me hice esos análisis.
– ¿Uhm?
– Los análisis que dijimos… Estoy bien – añadió.
Parpadeó intentando centrarse en la conversación.
– Yo no… con todo lo que ha pasado no he ido aún al ginecólogo… y no… tampoco me he hecho análisis.
– No estoy preocupado.
Ella negó con la cabeza con una sonrisa, mientras ponía una mano en su pecho.
– ¿Qué significa eso, cariño?
– Que no creo que vayas a engancharme nada…
Eso le hizo rodar los ojos.
– Stew… Puede que llevara un tiempo sin estar con alguien cuando nos conocimos pero eso no quiere decir que no haya hecho ninguna ninguna tontería en el pasado.
– ¿Cómo? ¿Por ejemplo…
Ella se rió posando un beso en su maldito piercing.
– Quiero decir… déjalo…
Le sujetó la barbilla con cuidado.
– Cuéntame…
Cerró los ojos.
No se refería exactamente a una aventura sexual inolvidable con un Dios griego y sexo a pelo.
Arrugó los labios.
– Estaba con alguien que seguramente me puso los cuernos desde el primer día. Podría haberme pegado cualquier cosa. Y ese era el menor de los defectos del susodicho – chasqueó la lengua.
Se dio cuenta que nunca habían hablado abiertamente de Mark.
– ¿Tu ex?
– Sí.
– Menudo imbécil – murmuró. – ¿Entonces, lo dejaste cuando lo pillaste?
Eso la intranquilizó durante un segundo. Vaya giro a la conversación…
No quería sentar ningún precedente peligroso.
– En realidad… Incluso después de cortar siguió negando que nunca se hubiera acostado con otras. Pero yo ya no… por fin confiaba en mi instinto y le veía como era y no como quería que le viese. Mi autoestima no salió muy bien parada de allí, no quiero realmente hablarlo. Fue un error alargarlo tanto solo porque en mi cabeza había toda esa fantasía de cómo iba a ser. Tenía vértigo a darme cuenta que nunca iba a tener ESO para mí… – De cría mi madre solía decirme que no esperara que la vida tuviera chispas mágicas ni finales felices, y me pasé mucho tiempo aceptando agradecida cualquier muestra de cariño que pudiera contradecir mínimamente aquello, pensó, sin decirlo – Ni siquiera quería a Mark… no como… – se paró a sí misma.
Notó el brazo de Stewy estrechándose en su cintura. A la vez, apartó su pelo hacia un lado con su otra mano y le susurró: – Hablando hipotéticamente... ¿dónde debería enviar a alguien a darle una paliza a ese ex tuyo?
Alzó la cabeza para mirarle a los ojos.
Sabía que bromeaba, pero estaba más serio que en otras ocasiones.
Guardó silencio con una sonrisa.
Él la estudió quieto.
– ¿No querrás que le rete a un duelo al amanecer? – continuó. – Espero que no porque…
– Para, Stewy – se rió. Él la apretó aún más fuerte contra él y le retiró un mechón de la cara con cariño.
La noche empezó a refrescar.
– Deberíamos vestirnos e ir volviendo…
Asintió.
Ella se puso el vestido y él los bóxers y la camisa.
Solo que Stewy tenía su propia idea de cómo acababa esta noche.
– ¿Estás cansada? – le preguntó mientras abrían la pesada puerta de madera de la primera planta en silencio. Las luces de la entrada estaban abiertas.
– No… en realidad no.
El aire que entraba al dormitorio donde la condujo de la mano era agradable a esta hora. Las cortinas danzaban sin cesar como si el viento las invitase a ocupar otros espacios de la casa. No encendieron la luz, porque les era suficiente el pálido reflejo de la luna en el mar infinito que se intuía a través.
Ella lo miró mientras volvía a secarse con la toalla.
Se habían quitado la sal y la arena en la ducha de la piscina.
Durante un momento, Stewy esperó, contemplándola como si estuviera grabando a fuego ese momento en su memoria. Entonces, fue hacia la cama donde Lavinia acababa de sentarse y le ofreció la mano para acercarla deslizando la nariz por su clavícula y ayudándola a quitarse la parte de arriba del bikini. Dirigió sus caricias hacia el cuello de ella y la mandíbula.
Le dedicó un nuevo beso.
Dulce, perezoso. Interminable.
Luego, condujo su mano derecha de su rodilla hasta sus muslos por la parte interior.
Ella se acabó tumbando boca arriba, sintiendo como él jugueteaba con sus pechos delicadamente, con la lengua, los dientes, haciéndola gemir.
Sus pezones ardían bajo sus manos notando mucho más el tacto frío de la yema de sus dedos.
En un instante más, estaba tocándola, explorando cada centímetro de su piel.
Lo frenó un momento. – Stewy que no estés preocupado por mi salud… no quiere decir que no podamos tener un susto de otro tipo.
Con esa conversación de antes sobre las ETS, no quería que él supusiera…
– No te preocupes – la tranquilizó dándole un beso húmedo en su cuello que le erizó más la piel si es posible – Hay un montón de condones en el cajón pero no los necesito para esto.
Le cogió las piernas y se las separó, bajando la parte inferior del bikini de ella hasta que la misma se lo sacó haciendo un gesto ágil con los pies.
Le levantó las piernas con una sonrisa sardónica, y a la vez, un beso tierno en su tobillo; se las puso sobre los hombros y hundió la cabeza allí entre sus muslos.
– Estás mojada – musitó sobre sus rizos en su parte más íntima. Lavinia jadeó y su tono fue subiendo. Él le rodeó el clítoris con la lengua y ella tiró la cabeza más atrás como si admitiera la derrota, con los dedos hundidos en su pelo aún húmedo por el mar y después el agua dulce de la ducha.
Sus gemidos se hicieron más fuertes y notó que ella se empapaba más. Durante un instante se perdió en su sabor y sus sonidos. Su erección estaba dolorosamente tensa. La liberó y la sostuvo en la mano.
No podía más.
Se masturbó intentando aliviar un poco de presión, mientras seguía acariciándola allí con la boca.
– Stewy – la oyó suplicarle.
Con la respiración acelerada y el pulso a toda velocidad, ella se aferró a las sabanas.
Se retorció, se arqueó, jadeó y sintió ese hormigueo que predecía el clímax.
Hasta que llegó la calma.
Al menos para ella.
Lo vio tocarse.
Su respiración entrecortada. La cabeza en su estómago.
La voz de Stewy fue especialmente ronca pero sonrió. – Tengo que resolver esto, ¿me ayudas?…
– Ven – rogó.
Le dio un beso cuando él volvió a su altura. Él la correspondió, en la frente y en la boca, después.
– ¿Quieres que…?
– Hazlo – Lavinia no le dejó acabar.
Stewy se incorporó y colocando una de sus piernas en su cintura, le acarició entre los muslos con su pene. – ¿Está segura?
– Sí – le pidió.
Él se movió, abrió el cajón y fue ella quien le colocó el preservativo diligentemente.
Stewy coló una de sus manos al final de su espalda, manteniéndola tumbada en la cama, situándola un poco para él. De pronto, Lavinia notó el tacto del látex entre los muslos y abrió más las piernas, la penetró. Sin aire, se revolvió bajo su cuerpo. Jadearon.
Las gotas de su pelo caían aún sobre su cara mientras, apoyándose en las palmas de las manos en la cama a ambos de sus lados, empujaba rítmicamente. Sentía cómo la embestía con abandono y constancia y otras muchas cosas a las que estaban poniendo nombre cada día y ella gimió.
– Ve a ese doctor cuando volvamos, Lavinia – le rogó con la respiración entrecortada – Quiero sentirte sin condón. Correrme dentro de ti. Joder, siento que nunca tendría suficiente.
Ella le miró. Allí encima, guapísimo, suplicando, besándole la sien, la mejilla, la boca. Desesperado porque no sabía cómo estar más dentro.
Susurrándole al oído que lo volvía loco y quería hacerle de todo hasta que se hiciera de día, follarla, tocarla, besarla, morderla, olerla.
Pero ya era una sensación maravillosa, perfecta, como si sus cuerpos estuvieran hechos uno para el otro. Se estremeció otra vez.
Lo besó en los labios mientras lo notaba llegar al orgasmo.
Aun había sal en sus cuerpos para llenar el jodido mar.
No hacían falta las palabras.
Estaban tan apretados uno contra el otro, que no habrían podido decir mucho más.
Y en el interior de Lavinia, todo estaba igualmente apretado, su garganta, su pecho, hasta el maldito corazón. Stewy la atrajo a su lado, rodeándola con sus brazos, deshaciéndose del preservativo sin demasiada comparsa, y, con un pequeño suspiro, el sueño al fin logró envolverlos.
El cabello de Stewy era un maravilloso desastre rizado a la mañana siguiente. …
Mirándolo dormir se dijo que con él lo quería todo. Absolutamente todo. Y luego se asustó porque él no era de ese tipo.
Estaría insatisfecho, se encontraría atrapado. Se dijo que no necesitaba tanto para quererle con locura todo el tiempo que él le diera.
En unos días podía ser que toda su familia la detestara.
Quizás no Rome, que ya lo sabía… en parte.
O Greg que solo fruncía el ceño… aunque cada vez un poco más.
Pero el resto iban a juzgarla.
Algunos con indiferencia medida.
Otros como su abuelo con severidad.
Roman había llegado a Croacia la mañana anterior.
Además de loqueros y médicos, la embajada de los Estados Unidos les había invitado a un almuerzo y alguien de la Agencia les había 'torturado' con Merlot.
Después, les habían facilitado el transporte hasta aquí.
Le recibieron entre vítores.
– Aquí están, los héroes de Asia. ¡Asia Menor!
Shiv se rió.
– ¡Los leones de Turquía!
Roman rugió, hizo una mueca.
– Hola. Es bueno verte, hombre.
– De regreso como Odiseo – hizo el chascarrillo Frank – ¿Habéis venido montando ovejas?
Kendall se dirigió a su hermano. – Te ves como una mierda.
Hubo distintas bromas.
¿A quién se la chupaste para escapar? ¿Construiste un planeador con una ensalada César?
No le hizo gracia ninguna.
Había sido aterrador y pensaron que podrían matarlos.
Contraatacó igualmente con una de sus líneas infalibles. – No, está bien. Eh... Sí, sí. Sabes, me violaron un poco, pero no soy un héroe. No, soy un héroe increíble. Lo siento hermano.
Cómo ya le había dicho a Lavinia, Greg estaba aquí.
Se sentó a hablar con sus hermanos con una cerveza fría de cómo habían ido las audiencias en Washington.
Felicitó a su hermano pero Kendall no pareció tomárselo en serio. – Continua. Lo hice bien para ser ¿qué? ¿un jodido adicto, un imbécil drogado?
– No estuviste bien – insistió.
Ken acababa de salir de la piscina del barco y se estaba secando el cabello.
– Sí – estuvo de acuerdo Shiv – Estuviste estupendo.
Rome volvió a asentir.
– Sí, pero Tom fue un desastre…
Éste se defendió: – Mucha gente dice que hice el gato muerto. ¿No conoces la expresión? Bueno, hay un gato muerto sobre la mesa. Todos miran al gato muerto y no miran más a tu padre.
Menuda mierda.
Eso era una mierda enorme. Del tamaño del cagarro que era ese supuesto acuerdo con Eduard y su padre y el tal Zeynal que era, en realidad, el hombre clave en Azerbaijan.
– Vale, entonces, en lugar de Rhea... ¿de quién es el pie grande y peludo que va a caber en el zapato de cristal? ¿Washington Ken? ¿Yo? Eh…
– No, no. – Kendall llevaba gafas de sol y se estaba poniendo la camiseta – Quiero decir, Rome. Si trajeras el ganso a casa.
– Tal vez…
Hizo un gesto con la cabeza. – Podría ser cualquiera… ¿Por qué está Greg aquí?
¡Ja!
– Siempre me hago esa pregunta…
Al lado de Shiv, Tom le miró.
Quizás pensando si comentar que, en efecto, él lo había invitado… Para variar.
Wambsgans se giró buscando a su asistente con la mirada.
Entonces Kendall bromeó: – Greg, ¿estás listo para dar el paso?
Su primo tenía a alguien tratándole algo en los pies y a penas se enteró de lo que le decían.
– Uh… tengo… es un hongo, piensan. Un hongo benigno.
Qué asco.
A Tom le hizo gracia. – Hongo benigno. Gran título para tus memorias.
Roman devolvió la mirada a su cuñado. Juzgando su sentido del humor y por qué siempre se traía a Greg de mascota.
No le caía bien Greg.
Ya era un idiota con la cabeza con forma de huevo cuando era un bebé…
Lo había visto poco en ese entonces. Lo que era bueno.
Fue porque los Hirsch se hicieron escurridizos justo en esa época.
No era divertido cuando la prima Marianne forzaba a Vi a arrastrar el mocoso a todas partes. Puede que el idiota le empezara a caer mal entonces.
Seguramente fue por la mirada que le había lanzado hace un segundo que el petardo de Wambsgans pensó que estaba dándole el turno de palabra o algo…
Oh, cállate, Tommy.
– Tenía entendido que también iba a venir Vinnie – dijo este.
– Pues se ve que no – Roman puso los ojos en blanco y dio un trago a su cerveza – Tenía planes de sexo desenfrenado. Qué suerte ella...
Eso hizo arrugar la nariz a Shiv.
Su hermana se giró entre los cojines donde estaban acomodados en la cubierta para volver la vista también a su primo.
– Greg, ¿con quién tiene sexo tu hermana?
El muy idiota casi se atraganta con su saliva. – ¿Vinnie? Con na-die, no, Ja, ja.
– Tío, no me habías contado nada de eso – Tom protestó. – Contad, ¿quién es él? Romaaan…
– Me aburroo, colega. A mi déjame en paz – le rebatió.
– Oh, vamos… canta Ro …
Pues vaya, el que faltaba.
Se giró hacia su hermano mayor. – Uh, ¿en serio, Ken? ¿Tú también quieres hacer la maruja?
Éste se encogió de hombros.
– Solo para pasar el rato.
No tío, tú no quieras saberlo.
– Ro-ro… – le pinchó Shiv. – Si guardáis tanto secreto es que lo conocemos… ¿de quién se trata?
– Ya os enteraréis…
– ¿Y Tabitha… – intentó Shiv.
Bufó, rodando los ojos.
Hubo un quieto momento de silencio.
– Sabéis… llegué a pensar que me iban a sacar las entrañas y llenarme con concreto o algo… Pensé… mira, si salimos de esto… ¿será que podemos hablar unos con otros… normalmente?
Shiv puso una voz idiota. – ¿Quieres hablar normalmente?
– ¿Quieres hablar de toda esta porquería? – le siguió el rollo Kendall con un sombrero que no podía ser más ridículo haciendo un gesto a su alrededor – ¿Quieres hablar de sentimientos?
– ¿Por qué soy yo el maduro aquí?
Su hermana siguió riendo.
– Nosotros no tenemos ningún sentimiento… ¿De qué estás hablando?
El helicóptero de su padre llegó no mucho después.
– Estamos bajo ataque – anunció Shiv.
Se levantaron muy temprano, sin saberlo, tan convencidos de que habían dormido una eternidad, que ni a uno ni a otro se le ocurrió mirar la hora.
Fueron a desayunar a uno de los pueblos de la zona.
Se volvió a poner su nuevo bikini y un vestido camisero. Stewy se puso una camiseta con un bonito diseño de surf.
Le resultaba hasta raro no verlo con americana.
– ¿Lista para un día de playa? –tanteó con una sonrisa.
No podía ver sus ojos tras las gafas de sol, pero estaba segura que la estaba retando un poco.
– Pensaba que podríamos dar un vistazo a los pueblos durante la mañana y luego vamos a comer a uno de esos sitios que dijiste.
Habían hecho el amor ayer por la noche.
Más que eso. Porque hacer el amor ya ni cubría todo lo que sentía.
Pero seguía deseándolo.
Mucho.
Lavinia cogió aliento.
– Zumo de naranja y un sándwich de queso, por favor – pidió al camarero.
Stewy sonrió y pidió un croissant y un café para él.
– Pensaba que eras adicta a la cafeína…
Ella esbozó una sonrisa provocadora.
– Lo soy –admitió – Pero hoy puedo permitirme tomármelo con un poco más de calma.
– Ya veo.
Él alargó la mano y le acarició la suya en un gesto cariñoso… Lleno de confianza.
– ¿Vamos a tener llamadas de Sandi o Phillipe Layton y ese otro hombre… Aaronson… bajando sorpresivamente de un helicóptero? – indagó con una sonrisa.
Stewy se apoyó en la mesa quitándose las gafas de sol y la miró detenidamente antes de hacer un chasquido con la lengua. Su voz se tornó de pronto seria.
– Espero honestamente que no. Pero en esto… hay imprevistos… ya sabes que estamos disparando a todos los frentes… como la demócrata que le pasó la estrategia de Eavis a Sandy. Nos sirve para saber hasta donde tenemos que presionar… podernos avanzar si se abren nuevas oportunidades.
Se quedó noqueada con su respuesta. Esperaba que la driblara.
Quizás alguna broma o una sonrisa cínica.
Él en cambio siguió hablando: – Sandi me está dando unos días de margen pero después sí… puede que se abra hasta el cielo. Pero ahora ya… son unas pocas semanas… falta muy poco, Livy.
– Lo sé.
Se encogió de hombros. – Me gustaría decirte que no te voy a dar más motivos para que te enfades conmigo… solo puedo prometerte que te contaré cualquier cosa que vea que nos afecta. Sandi sigue insistiendo en hablar con tu abuelo de nuevo… le he dicho que no hay nada que rascar allí… pero quizás vaya a tener que volver a Canadá.
– Stewy – se señaló a sí misma y luego a él – mi abuelo está a nada de saber que tú y yo… va a caerte toda la caballería encima y no nos va a ayudar a que, después, sea racional con esto.
– Lo sé y voy a posponerlo tanto como pueda, pero… necesito la confianza de Sandi. Con su padre así… no me puedo permitir que ponga en duda que estoy tan implicado como ellos en esa maldita asociación. Me importas más de lo que me gustaría confesarle a ella o, llegados al caso, a tu tío. No por ti…, pero no es la clase de cosa que te ayuda en mi ambiente habitual.
Lavinia asintió.
Lo entendía.
Una pareja con niños de al lado los estaba mirando. Quizás porque también hablaban inglés.
El camarero les sirvió el desayuno.
– Sé lo que quieres decir.
– Y… ¿cuál es tu opinión?
– Confío en ti – no pudo evitar repiquetear nerviosa con el pie el suelo de madera del paseo donde estaban sentados – Solo no me dejes al margen. Si me afecta… cuéntamelo. No más Las Vegas.
Stewy cambió de silla para estar más cerca y tocarle la mejilla. Le puso una mano en la rodilla sin decir nada.
Lavinia se relajó. Al notarlo, Stewy le sonrió, más contento.
– Así… ¿por qué pueblo empezamos después de desayunar? – preguntó, tras darle un trago al café.
Ella respondió de inmediato. – Por Gaios. Hay un montón de cosas bonitas ahí… y por la tarde vamos a la playa, pero a una con gente, con chiringuitos y esas cosas.
– Vas a matarme, Livy. Pero vale, tenemos tiempo de sobras, hemos venido a disfrutar de las vacaciones. Podemos hacer todo lo que tú quieras.
Después de un desayuno que acabó siendo generoso, Stewy hizo que le trajeran un coche para moverse por la zona cuando no estuvieran usando una de las barcas. Un Tesla Model 3 rojo.
– La isla es muy pequeña, ¿quieres decir que aparte de barca también necesitamos un coche?
No lo había visto así de entusiasmado por un trasto de estos desde la boda de Shiv.
Se preguntó si tenía malas ideas al respecto.
Meneando la cabeza, Lavinia intentó pensar en otras cosas. ¡Dios! Hay cosas que ver, no vas a pasar todo el día pensando en sexo.
El baño en la playa, sus caricias, sus bocas desesperadas, sus cuerpos apretados y entrelazados, el deseo y la pasión. La luz plateada de la luna que les había acompañado…
Un pequeño estremecimiento de emoción la recorrió, al volver a recordar que estaba en un lugar así con él.
Stewy se inclinó hacia ella y le besó en el cuello. Su cuerpo reaccionó, los pezones se le endurecieron por la sensación, mientras se le aceleraba el pulso.
Él dedicó un segundo a acariciarle el pelo, antes de abrirle la puerta y ponerse al volante. – ¿Lista?
Durante el paseo que dieron por las calles de Gaios, un puerto natural rodeado de edificios del siglo XIX y olivos, y después otros dos pueblos, Lakka y Loggos, Stewy la tomó de la mano, y ella entrelazó los dedos sin apenas pensarlo, la calidez la envolvió más de lo que lo hacía el sol de justicia que caía esa mañana. Empezaron a hablar de la isla pero la conversación acabó muy muy lejos de ese punto. En el Nueva York de los noventa, la película de miedo más aterradora que había visto Stewy (a ella no le gustaban), la asignatura de cálculo que odiaba en Harvard y como ella de pequeña dibujaba hasta en los márgenes de los libros, y en la universidad tuvo un fotolog que llenaba de sus propios intentos de hacer fotografía callejera, pero luego había ido perdiendo el interés.
Comieron en un restaurante de ensueño cerca de las ruinas de una fortaleza veneciana del siglo XIV, que durante dos siglos defendió la isla de los piratas.
Fue allí que cuando Lavinia se levantó a por otro café, un guía que iba con un grupo de italianos se acercó a Stewy y le dio unas palmadas en el hombro y le dijo algo como: "Enhorabuena", como si en vez de su pareja fuera una especie de trofeo.
El gesto del hombre mayor la puso de mal humor pero intentó que eso no le estropeara el día.
– ¿Qué ha sido eso?
– Ni idea.
Ella le miró. – Creo que ahora sí que quiero darme un chapuzón.
Se subieron a una lancha para ir hacia la costa norte.
Una hilera de tumbonas de acolchado azul los esperaba sobre la arena blanca, demasiado caliente para pisarla descalzos. Un acomodador los condujo a un par que había alejado del resto y donde estaban colocando una pequeña mesa y una sombrilla. Dispuso toallas sobre las tumbonas y habló con Stewy que le dio una propina.
Luego, les preguntó si querían algo para beber.
No era exactamente su idea de playa popular pero no dijo nada. En vez de eso, anunció que se quedaba en la tumbona bebiendo champagne con fruta y tomando el sol.
– ¿No ibas a bañarte? – la miró con una sonrisa vagamente exasperada.
– Me lo he pensado mejor y voy a emborracharme antes – rió. – ¿Me pones crema?
Él cumplió. – Sería más fácil si te quitaras la parte de arriba del bikini.
– No estás… animándome a hacer toples, ¿o sí? – se burló.
– ¿Por qué no?
Hundió la cabeza en la tumbona mientras él resbalaba las manos con crema solar por su piel.
– Tú y yo no deberíamos salir de casa, Stewy.
– No era… en ningún momento una proposición indecente – dijo aunque sus manos se entretuvieron en los muslos un momento, haciéndole sentir aquel hormigueo familiar en la piel – Solo pensaba en tu bien… vas a ser de dos colores si te quedas mucho rato aquí.
Se giró y lo miró. – ¿Te pongo crema a ti?
– Vale.
Él sí fue a bañarse un rato, y cuando volvió depositó un beso salado y mojado en sus labios.
Lavinia se animó a meterse en el agua más tarde. – ¡Esto es genial! – exclamó, con una carcajada - ¡Hoy sí, el agua está a una temperatura tan agradable!
La tarde se les escapó de entre los dedos deliciosamente hasta que, cerca del atardecer, Stewy anunció que deberían ir pensando en cenar.
En ese momento ambos habían bebido bastante.
Ninguno de los dos era exactamente un peso pluma en eso del alcohol así que, si se lo tomaban con calma ahora, aún tenían la noche por delante.
Stewy usó su móvil para encargar a alguien que les recogiera de nuevo en una lancha y pidió que uno de los empleados de la villa fuera a por el coche que había dejado cerca de la fortaleza donde habían comido.
Tom examinó cuidadosamente a Greg mientras tomaba champagne en el yate.
– No puedo sacármelo de la cabeza… ¿Ahora tienes un Rosé favorito? ¡¿Qué demonios os pasa a tú y a Vinnie?! La vi poner esa cara en el bar del hotel de Washington, ¡un cinco estrellas!, "no está mal" – puso voz de chica – ¿Os estáis acostumbrando a la buena vida, ehm?
– Bebe, hermano, porque si terminas pagando por lo de los cruceros, terminaras tomando leche de un platillo – le había buscado las cosquillas ya un rato antes, con esa sonrisa que Greg podía imaginar que Tom llevaría consigo a un funeral.
Willa lo llevaba escuchando un rato en este punto.
Después de las reseñas de la obra de teatro, había estado una buena parte del día dedicada a bañarse en el mar y a ignorar la realidad del desastre que era Sands.
Miró a Connor.
– ¿Tú también sabes quién es el famoso novio de Vinnie, no?
Ella lo estudió: – ¿Quieres que te lo cuente… o tú…
– Escuché a Greg en Washington… tengo una teoría… ya sé que crees que soy despistado… – la besó en la frente – pero esta vez, no, ¿ves?
– ¿Y qué piensas de ello?
– Es su vida… qué más da… pero puedo decirte que a papá y a Ken no va a gustarles nada.
Había cosas mucho mucho más trascendentales que se estaban tratando en ese mismo yate.
Estaba a punto de decidirse quién era el chivo expiatorio que pedían los accionistas.
La SEC, el departamento de Justicia, corrupción a nivel internacional… con toda esa atención, puede que alguien fuera a la cárcel.
Roman había intuido que no podían confiar en la oferta de privatización.
Después que su padre anunciase que esa noche no habría aún una decisión al respecto de cuál cabeza se iba a la picota, buscó sentarse con Gerri.
– ¿Cómo te sientes?
– Enferma, ansiosa.
– ¿Por qué crees que lo hace de esta forma?
– ¿Qué quieres decir?
Imitó a su padre: – "Somos todos amigos, vamos a discutirlo". Como, si de pronto, quisiera nuestras opiniones y adorara nuestros consejos.
– Está haciendo un juicio falso para que todo el politburó firme la sentencia de muerte. Y entonces, todos tendremos sangre en las manos.
– Qué bonito – miró su móvil – No hay cobertura. ¿Crucero de la muerte?
– ¿Quién crees que será?
No tenía ni idea.
– Frank, dicen que vas a ser tú – se metió con el hombre.
Y entonces empezó a hacer apuestas con ello.
Karl protestó. – Somos personas reales Roman.
– Oh, no lo sois, decís que lo sois, pero miraros, miraros…
Tenían horas para discutir el puñetero asunto.
Cómo ya no tenían nada que hacer todo el día aparte de esperar que una de sus cabezas acabara en la guillotina, excepto, quizás, emborracharse o fingir hacerlo, se permitió rondar a Gerri que era la única persona interesante alrededor y, cuando se aburría, curiosear. – Así… eso que me contaste… ya sabes… nuestros Romeo y Julieta de mentirijilla… ¿mi padre ya lo sabe…?
Gerri le miró a través de las gafas de sol.
– Oh, sí. Sí. Está al día.
Asintió.
Gerri bisbiseó algo en voz baja pero audible, como para sí misma.
Levantó las cejas sorprendido. – ¿Qué?
– Es jodidamente estúpido. Me enfurece cuando pasan esas cosas… se lo digo a mis hijas continuamente.
– Perdona, pero creo que me he perdido.
Gerri suspiró.
– Mujeres jóvenes brillantes como tu prima lanzando su carrera a la basura y a menudo sus conexiones… Karolina dio un vistazo al trabajo que estaba haciendo para Dust cuando la propusiste y estaba francamente impresionada. Joder, ella misma habría insistido que la contratarais. Tiene un currículum discreto así que habría entrado como soporte para Jason, si no decíais lo contrario, pero estaba hecho… Y ahora – hizo una pausa – bueno, no lo sé. Lo que sí sé es que él es muy bueno en lo que hace y bastante guapo… lo que casi nunca son buenas noticias para las carreras de ellas.
– Oh, estás diciendo que Baird era malísimo en lo suyo y feo, muy feo… – contraatacó Roman, que sin embargo sí había entendido lo que quería decir.
– Oh, Roman, para.
Al anochecer volvieron a hacer el amor.
Y luego lo repitieron en la piscina.
Entró en ella fuera y luego se sumergió con ella en el agua.
La sensación diferente, extraña.
Tuvieron un pequeño problema con el condón.
– Está bien, ni siquiera habíamos empezado… – le dijo besándola con un gesto tranquilizador, el pulgar acariciándole la clavícula y subiendo la mano hacia el cuello y el mentón.
Lavinia nadó un poco hacia atrás.
– Sí…
Esas primeras embestidas certeras de Stewy en el agua no se habían sentido exactamente como un preliminar.
Cogió aire como si la idea de beber como posesos y hacerlo en la piscina no hubiera sido suya. De hecho era bastante impresionante que hubieran notado el preservativo romperse casi de inmediato.
Stewy dejó caer la mirada sobre ella despacio.
– Livy… ¿estás bien?
Notó un pinchazo de remordimiento.
Él seguía haciéndole esa pregunta desde que había llorado en la discoteca.
Realísticamente sabía que era bueno que él preguntara. Que era una de esas cosas que el patriarcado no te ha enseñado a esperar de ellos… y que tendría que ser lo normal.
Pero no quería que pensara que era frágil, delicada.
– Estoy bien, solo… bueno, ¿qué ha sido eso? – sonrió.
Stewy se mordió el labio inferior. – Un poco demasiado entusiasmo y mala pata… ¿voy a por otro y nos lo tomamos más en calma?
– Sí…. no… – dijo, y le vio dudar a él.
– Podemos salir y… ponemos música… tengo la receta de unos cócteles… – propuso Stewy.
Lavinia cerró los ojos, suspiró profundamente y alargó la mano. – Ven.
Stewy fue hacia ella, rodeándola, sosteniendo su peso en el agua: – Si quieres podemos parar. Lo de los cócteles va en serio. Nunca te presionaría para que…
Le miró a los ojos y lo besó.
Él la correspondió pero pudo percibir que estaba concentrado en ella más allá de los labios que besaba.
Se siguieron besando entre arrumacos. La rodeó con los brazos, la apretó contra su pecho.
La besó con toda su boca.
Se dieron un beso larguísimo que la sumergió en una magnífica obnubilación durante varios minutos, se acariciaban ensayando el límite de cada pequeña mordida, de la mano deslizándose por la piel antes de ser otra cosa que sexo.
– Puede que necesitemos ese otro preservativo después de todo – susurró Stewy.
Ella bajó la mano hacia su erección y luego acarició su costado. – Solo sígueme besando un poco más.
Stewy asintió.
Su brazo izquierdo la sujetó del final de la espalda y dijo: – Hasta que tú quieras.
Permanecieron allí sosteniéndose uno al otro un largo rato.
Cuando salieron de la piscina, él fue a por varias cosas a la terraza, y volvió, entre otros, con un cenicero y un paquete de cigarrillos.
– ¿Quieres?
– No… ahm…
Se quedó parada un momento esperando que ahora sacara de la chistera un gramo de polvo blanco o…
Pero él solo se encogió de hombros y encendió el pitillo.
– Ven – ambos se estiraron abrazados, con una toalla, en un sofá que tenía en la terraza.
Aunque le había dicho que no, acabó quitándole el cigarrillo de los dedos y dando dos caladas riendo. Entonces Stewy indagó, con una sonrisa canalla:
– ¿Cuál es el lugar más arriesgado donde lo has hecho?
Ella alzó una ceja. – ¿A parte de tu oficina o esa escalera de emergencia, en serio, amor? ¿O digamos… ese manoseo en el mar? ¿O romper el condón en la piscina?
– Quiero decir… antes de mí…
– No sé si debería contestar a eso…
Alzó la vista para mirarle y le vio hacer un puchero. – ¿Por qué?
– Porque eso suena a sincericidio, y además no se me ocurre nada que supere la maldita escalera de la discoteca – contestó acomodándose mejor contra él.
Sintió la mano de Stewy haciendo dibujos en la piel de su hombro.
– Me gusta eso.
– Sí, me lo imaginaba – le sonrió.
Stewy la despertó a las tres de la mañana con un beso en la mejilla y otros dos detrás de la oreja. Ella sonrió escondiendo la cabeza en la almohada. – ¿Qué haces?
– Despertarte – dijo con una sonrisa maliciosa dándole otro beso y arrastrando los labios por su piel.
– ¿Con qué objetivo? – se rió.
– Solo… explorar – dijo mimoso. – No puedo dormir contigo desnuda al lado.
– No seas adulador – movió la cabeza de la almohada a su pecho, aún arrastrando rastros de sueño – Lo que te pasa es que vas cachondo como una mala cosa y no puedes pensar en otra cosa.
– Solo por ti.
Lavinia volvió a reír y movió la cabeza en negación.
– ¿Ah sí?
La mano de ella se coló entre los dos y acarició su erección. Recolocándose un poco en el colchón, puso la otra mano en su cuello y frotó con levedad su cuerpo contra el de él. Stewy acercó la boca a su oído: – Me vuelves loco – murmuró.
Siguió ejerciendo fricción contra él, cuando las caderas de Stewy respondieron, curvó la mano alrededor de su sexo, el brazo de él apretándola contra sí.
Le observó empezando a trazar un camino de besos hasta sus costillas, una de sus manos entre sus muslos. – Hey – Hizo que subiera de nuevo hasta su boca para besarle y rodar juntos en la cama. Poniéndose ella arriba, dio un movimiento lento de cadera, acompasado, contra él, solo un preámbulo.
– Livy – él gimió su nombre como si hubiera olvidado otras palabras y solo fuera a repetirlo una y otra vez.
A ella un calor le recorrió todo el cuerpo, entretejiéndose entre su piel y su vientre.
Le vio alargar un brazo hacia el cajón de la mesilla donde la noche anterior ella ya había visto que guardaba un arsenal de preservativos.
Volvió a moverse encima de él buscando provocar su ya más que fantástica erección, sentada en su regazo. – Shtt…
– Lavinia – su brazo cayó un momento sobre el colchón mientras la otra mano se clavaba en su piel, en la parte baja de la espalda.
Ella repitió el movimiento.
Excitada, con la mano que mantenía en su torso un poco temblorosa, inclinó la cabeza hacia atrás antes de repetir la carencia. Él gimió hondamente, con ganas contenidas.
Lavinia bajó su cuerpo para besarle el cuello y morderle el lóbulo de la oreja, sin dejar de removerse contra él.
Estaba duro… mucho.
Una de sus manos fue a buscar su pecho. Stewy se complació en la sensación. Su seno era suave, lleno, perfecto. Luego arrastró la boca por su piel y ella disfrutó de la sensación del roce de su barba, su lengua atrapando un pezón.
Lavinia se oyó gemir de una manera que casi no reconoció y supo que en cualquier otro momento con cualquier otra persona se hubiera sentido vulnerable, ridícula.
Con él simplemente se rindió a su abrazo.
Stewy la besó mientras le acariciaba la piel desnuda perdiéndose con las manos por el resto de su cuerpo. La miró sonriendo.
– Necesito ese preservativo para hacerte el amor ya… quiero decir – susurró apoyando su frente en la suya – si no quieres que… me las arreglaré pero no hagas… por favor, no hagas eso… – y pese a decirlo él también volvió a rozarse con ella, apretando sus pelvis una contra la otra – porque vas a tener que ingresarme en un puto manicomio…
Era demasiado.
En cuanto ella le tocase o pudiera entrar por fin no iba a aguantar una mierda.
Pero necesitaba… necesitaba que eso fuera pronto. Lavinia se aferró a él, con las manos hundidas en su pelo. – Hazme el amor ya, entonces.
Él pasó su brazo alrededor de su cintura para cambiar de posición y estar encima, sin dejar de besarla. Se colocó de tal manera que ella siguiera pegada a su erección. Se preparó acariciándola con la punta. Deslizando su sexo en la entrada superficialmente sin… entrar.
En su mente, volvía a estirar el brazo y pescaba un preservativo sin mirar.
… que se ponía mágicamente porque a estas alturas ya no podía más.
Ella clavó los dedos en la espalda de él. La temperatura y las sensaciones de la habitación fuera de control.
Entonces Lavinia dijo: – ¿Crees que venden la pastilla del día después en las farmacias de este sitio…
– Livy…
Ella meneó la cabeza, mordiéndose el labio con la voz entrecortada por esto a medias. – Aunque usemos preservativo, voy a tomármela… no puedo sacarme de la cabeza lo de la piscina…
– ¿Y quieres que… – empezó a preguntar, intentando asegurarse que no estuviera malentendiéndola, pero ella le calló con un beso y después otro.
Buscó un hueco, un poco de piel de su cuello para lamer, mientras la obedecía llevándose la erección a la mano. No podía más pero no iba a pedir clemencia. Ella olía a ella, a vainilla, a flores, a sí mismo, a sexo, al mar, al maldito paraíso. Estás chalado por ella, cabrón, y se te va.
Stewy se humedeció los labios. Lavinia cerró los ojos, gimió. – Stewy, Dios… hazlo.
Estaban tan preparados que… apenas bastó un empujón, hacer presión en su entrada empapada y deslizarse.
Ya no podía hablar, solo sentir, solo quería sentirla, totalmente.
Ella le dio la bienvenida acompañándolo con la carencia de sus caderas, bajando su mano a su monte de venus, para tocarse mientras él la penetraba y seguramente hacer que se le fuera la olla para siempre. Empujó hasta que no quedaba espacio ni para respirar.
Su cuerpo lo rodeaba con un calor suave y húmedo, ella era perfecta, en este momento la deseaba más de lo que nunca había deseado a nadie.
Siguieron abrazados uno al otro como si su vida dependiera de ello.
– No puedo saciarme de ti, no puedo – musitó.
Lavinia sonrió casi sin voz. – ¿Es una promesa?
Cielos.
Mirándose a los ojos, salió y volvió a entrar.
Durante un momento dejaron que el golpeteo, las caderas, sus pieles, y los jadeos a sotto voce fueran los únicos sonidos que llenaran la habitación.
En ese momento Lavinia lo quiso como nunca… lo quiso hasta morir. Su sexo, joder… su sexo haciéndose espacio hasta invadirlo todo, hasta lo más hondo.
Solo podía pensar en que lo quería tanto que tenía miedo a desintegrarse, desaparecer.
Él era magnífico y la miraba como si fuera ella quien sostuviera el mundo y no al revés, y ella estaba aquí en su cama encaramada a su cuerpo. Desesperada.
Gimió a medio camino de un "no pares" y un "te quiero". Apenas llevaban un momento cuando el orgasmo amenazó de noquearla. – Ah…
La respuesta de Stewy fue un torrente caliente que derramó en ella en repetidos espasmos, un gruñido largo, mitad súplica, mitad confesión, murió en su boca, mientras el placer de ambos colisionaba…
Lavinia se dio cuenta mientras acariciaba distraídamente el vello de un brazo a Stewy que no podía conjurar nada de los dos minutos después del orgasmo, solo que él se había quedado un largo momento dentro, antes de moverse apenas lo justo para no aprisionarla con su peso.
Habían pasado varios minutos y seguían abrazados en la cama. Empapados también de sudor porque la noche era calurosa.
La voz de Stewy fue suave, dulce, y también especialmente ronca. Sus ojos brillaban con suavidad en la penumbra. – ¿Quién de los dos sugieres que vaya a por una toalla húmeda?
Se incorporó un poco para besarle, riendo. – Cariño, vas a tener que levantarte tú. Mis piernas son de gelatina.
– ¿Qué te gustaría hacer hoy? – Stewy le sonrió.
Habían tomado desayuno en el patio de la villa con vistas al mar. Stewy había alquilado un velero para disfrutar del paisaje de la costa desde la cubierta, las rocas de piedra caliza, y las cuevas azules que formaba el mar en la isla.
Al mediodía bajaron en el puerto de un pueblecito donde había una miríada de pequeños cafés, tiendas de artesanía, y según Google Maps, sí, una maldita farmacia.
Él había dicho algo de alquilar una moto de agua esta tarde, porque según decía era un invento de la hostia, pero Lavinia sospechaba que esto estropearía un poco el plan.
La única vez que había recorrido a una antes fue durante una temporada que estaba tan estresada con el trabajo en la empresa de catering que se había olvidado de una toma de la pastilla anticonceptiva y se había puesto paranoica. En ese entonces ya estaba con Mark.
Le había entrado tanto sueño que se había dormido en el cine viendo una de las entregas de Bourne.
Y decían que estaban repletas de acción.
Ahora misma las anticonceptivas o un anillo vaginal serían una gran idea, porque a juzgar por el renovado entusiasmo que esta mañana habían mostrado uno en el otro en la ducha, apenas desperezándose, no pintaba que fueran a ganar ningún concurso en sensatez en un futuro próximo.
Stewy había parecido irritantemente satisfecho de sí mismo cuando ella le dijo que parecían dos adolescentes de 16 años que no pueden quitarse las manos de encima.
En este preciso momento sí que definitivamente se sentía como una adolescente.
– ¿Entro contigo? – se ofreció él, arrugando la nariz. La miró y con el gesto preocupado dio un vistazo a su móvil, que esta mañana parecía haber vuelto repentinamente a la vida.
– No… atiende lo que sea… Soy una chica mayor… puedo comprarla sola – miró al cartel de la farmacia más impaciente de lo que debería – Está chupado.
En Internet ponía claramente que no necesitaba ninguna prescripción.
Esperaba que el hombre que veía al otro lado del mostrador no tuviera ninguna causa que defender a costa de su tranquilidad de espíritu.
– ¿Quieres…
Stewy le puso una de sus American Express en la palma de la mano pero ella se la devolvió al instante colocando la mano con la tarjeta en su pecho.
– Si vuelves a darme una tarjeta voy a ir y comprar la isla y luego todo Grecia – lo amenazó, bromeando – No hagas eso. Cógela.
Él frunció el ceño mordiéndose el labio para reprimir una sonrisa. – Puedes comprar lo que quieras, no soy nada tacaño.
Su móvil empezó a sonar. Stewy lo colgó con una mueca, pero quien fuera insistió.
– Va, ve, amor, ese alguien parece desesperado para que le cojas el teléfono.
– Pero…
– En un pispas estoy fuera.
De su teléfono móvil también saltó una notificación.
Un mensaje.
"No hagas nada flagrantemente estúpido"
Era Roman.
Menuda puntería.
Aunque intuyó que pese a su actual situación, y por una vez en su vida, no se refería a nada sexual.
A su primo le pirraría saber lo apropiado de su mensajito.
Solo que no iba a contárselo ni muerta.
¿Desde cuándo le enviaba mensajes sin venir a cuento? Había estado especialmente sociable con ella desde Dundee.
El farmacéutico que la atendió fue absolutamente amable, aunque no hablaba mucho inglés y para su consternación tuvo que pedirle lo que buscaba unas tres veces parando mucha atención a las vocales. Le dio varias indicaciones sobre la pastilla que ella ya conocía en una mezcla de inglés y griego.
Cuando salió de la farmacia, Stewy había caminado unos metros hacia el paseo que daba a la parte del puerto menos concurrida de viajeros.
Lo miró a lo lejos.
Llevaba gafas de sol, una americana de verano de color azul, para la que a esta hora empezaba a hacer demasiado calor, y seguía estando guapísimo.
¿Habría alguna vez otro hombre como él en su vida?
Era imposible, se respondió sin poder evitarlo. ¿Cómo podía haber alguien como él?
La recorrió un pequeño escalofrío. Lo suyo no tenía por qué acabarse. Hacía mucho que había dejado de ser una aventura breve.
Por eso le había sabido tan mal su omisión con lo de Greg.
Era asombroso lo fácil que era olvidarse de todo mientras disfrutaban de este lugar de ensueño.
Quizás solo lo estaban ignorando….
Porque la realidad seguía allí preparada para darles un gancho de derecha en cuanto se despistaran.
Cuando todo eso quedara atrás, quería verlo y hacerlo todo con ese hombre fabuloso…
Si es lo que él quería.
Él la había cortejado y no parecía cansarse de estar con ella, pero había hablado de miedos una vez…
Con todo lo que había pasado, las promesas que sí le había hecho al final, un montón de sensaciones que le erizaban la piel y la sacudían, era difícil saber dónde iban como dos locos y más exactamente dónde llegarían.
Ella le quería para siempre… ¿pero era posible?
Desempaquetó y se tomó la pastilla con una botella de agua pequeña que había puesto en el bolso.
Bien…
Esto estaba hecho.
En contra de su buen juicio, como Stewy tardaba mucho en colgar, marcó el teléfono de Roman.
¿Qué había querido decir?
Dudaba que tuvieran espías en el dormitorio. Así que…
– Hey, Rome.
– Hombreee, Vinnie. Eres el tema menos importante preferido de nuestro maravilloso crucero mortal. Déjame adivinar… ¿no estarás por Grecia?
¿Se le habría escapado a Greg?
Era poco probable.
Ella le había dicho que tenía otros planes y Roman no era estúpido, así que supuso que era eso.
– Estoy… – pensó muy bien qué decir – Da igual. Tu mensaje me ha picado la curiosidad.
Removió con la sandalia baja que llevaba la gravilla que tenía bajo los pies.
– Ya… pues hazle caso, ¿quieres?
– ¿Estás preocupado por mí? – hizo broma incrédula.
– Ñaña, solo procura no dispararte al pie cuando mi padre y Kenny anden por aquí. – dijo – Puede que muy pronto yo sea el hombre del momento, van a rodar cabezas, y sería raro que fuera la mía porque nunca he sido muy de jugar con barquitos. Me sentía especialmente generoso, así que toma mi consejo…
Parpadeó.
– ¿Qué estás diciendo? Rome… no sé si te sigo.
– ¿Hosseini no te lo ha dicho? Mi padre y Ken van para allá a ofrecerle algo bien gustoso a tu polvete.
Dudaba que el malestar que le acababa de entrar ahora mismo contara como un efecto de la pastilla. Demasiado pronto.
Vienen por negocios.
Así que mantén la calma…
– ¿Estás seguro?
– Tan seguro como que tu hermano es tonto. Tendrías que haber estado en el desayuno de las dagas voladoras. Te estás perdiendo todo lo bueno. – Entonces dijo en el tono más absurdo posible, como si fuera una broma: – vamos a coger a Tom ponerle unas virutitas de Greg, y a los leones… jaja, que te lo contaría a ti, no lo sé… pero la cara de terror de tu hermano…
– Rome – dijo obligándole a frenar.
– Ey, no te cabrees conmigo, yo soy el mensajero… – la atajó él haciendo un ruidito molesto con la lengua – Tom es quien más metió la pata contestando todo lo que Eavis quiso. Él lo sabe, aunque lloriquee diciéndonos lo leal que es.
Exhaló aire. – No quiero saberlo.
– Sé más simpática, Vin, si tu amorcito no nos jode, un día seré tu jefe. Porque lo de la herencia de tu abuelo, siendo el aplasta-fiestas que es, cuando sepa en lo que estás entretenida, no lo veo.
– Rome… no es el momento.
– Qué poco humor tienes.
– Bueno, acabas de anunciar una tormenta en un día soleado… no me pidas que esté de buen humor…
– No seas tan trágica, no es una telenovela… Solo mi hermano y mi padre interrumpiendo tu luna de miel de sexo y desenfreno con Hosseini. Puaj.
Cuando colgó, Stewy caminaba ya hacia ella.
La miró con el ceño fruncido. – Lavinia tengo que…
– Mi tío y Kendall…
Él movió la cabeza, sorprendido. – Sí, ¿cómo lo sabes?
Le indicó el móvil con un gesto. – Ah, Roman… acabo de hablar con Roman.
Parecía otro Stewy.
Mucho más serio.
– ¿Por casualidad te ha dicho qué van a proponer?
– No – frotándose la cara con las manos. – qué va…
Stewy posó una mano al final de su espalda, aflojando la repentina tensión en sus hombros. Sus labios cálidos se apoyaron en su sien. – ¿Tienes la pastilla?
Asintió.
– Está tomada. Al parecer esta es de una dosis.
– ¿Y ya está?
Eso la hizo sonreír. – ¿Qué esperabas que pasara?
Hizo un chasquido con la lengua. – No lo sé.
Ella ladeó un poco la cabeza, mirándolo.
– Con tu currículum no me creo que sea la primera chica con la que sales que acaba metiéndose una bomba de hormonas al día siguiente…
Stewy frunció el ceño.
Su reacción, sincera, le hizo pensar que no lo era, pero que hasta ahora tampoco se había parado mucho a pensar en la mecánica de la pastillita.
– Si no te encuentras bien… podemos hacer un plan tranquilo.
– No, está bien… Quizás podemos ir a la playa como ayer. Pero… supongo que estarán al llegar… quizás dé una vuelta por las tiendas hasta que acabéis.
– Comamos algo – se humedeció los labios mirando al cielo despejado – Después voy a mandarle una ubicación a Kendall. Tardaran menos de dos horas desde donde están…
– Eso se dice avisar con tiempo… – ironizó.
Cogió su mano derecha y jugó con sus dedos, de forma tierna. – Supongo que han pensado que así no huía a ninguna parte.
– Qué considerados… – se mordió ella el labio con resignación. – ¿Cómo sabían que estabas en Grecia?
Eso le dio pausa. – Ahm, Kendall me escribió un par de veces más después de que le llamara por lo que pasó con Zahra. Nada concreto, solo preguntándome si ella estaba bien, y luego mandando un meme estúpido que corre de Sandy en las redes.
– ¿Sabe que Sandy está en el hospital?
– No, era un meme sobre… la sífilis, lo de ahora no ha salido aún en los medios y no se ha dado una explicación oficial en su empresa – dijo – Sandi…, su hija, lo tiene todo controlado por ahora. Todo el mundo sabe que estaba enfermo así que no ha habido revuelo con el ingreso en el hospital.
– Eso es bueno – asintió empezando a sentir esos nervios de días atrás –… os favorece en la batalla proxy.
– Sí…
– ¿Y qué deben querer de ti?
– Supongo que han asumido que está perdido… si la junta de accionistas fuera mañana, ellos perderían. Puede que quieran negociar – especuló.
– Eso tiene sentido…
La cogió de los hombros cuando la vio cruzarse de brazos. – Es bueno Lavinia, significa que esto se acaba, ya casi tenemos la empresa en nuestras manos.
La besó cuando ella hizo un mohín. – Alégrate, va, tu novio es el puto amo.
– Ya.
Entonces hubo una pausa. – Sé que lo hablamos y no quiero que te enfades… pero Lavinia, ¿cuán importante es lo que tiene tu hermano?
Eso la hizo apartar. – Oh, Stewy… pensé que dijiste…
– Hey, sí, ven – le cogió de la mano para retenerla – Escúchame. Dame un segundo… solo, quiero saber hipotéticamente, ¿si crees que podría cambiar las cosas? ¿Es más de lo mismo, correos de Wambsgans haciendo el payaso, pagos firmados por nadie o…
Se pasó las manos por la cara.
– Stewy…
– No te lo preguntaría… pero estamos tan cerca de acabar que…
Lavinia apretó los labios. – Que no puedes ayudarte a ti mismo…
– Livy… estamos juntos, quiero que estés en mi equipo, y si eso incluye a tu hermano – movió la cabeza – lo entiendo, no hay discusión. No le dejaría tirado. Aunque sea un correo de Wambsgans pidiéndole matrimonio le ofrecería un puto abogado. Por ti – hizo un gesto con el brazo todo lo que les rodeaba.
– ¿Por qué dices…
Es una broma, Vinnie.
Eres tú la única que tiene ideas raras.
Suspiró mirándole: – Son cifras, iniciales, data… nada, algo, no lo sé… no quise verlo cuando lo trajo a casa… y le di un vistazo antes de irme a Los Ángeles la última vez porque no me podía sacar de la cabeza lo de Washington, pero para mí no tiene ningún sentido.
– ¿En tu piso? ¿Tenéis unos documentos que pueden hundir al puto Logan Roy en un piso de una habitación en Queens? ¿En ese bloque?
– Mi piso, sí. En una caja fuerte. ¡Es un bloque normal! – se apretó el puente de la nariz al hablar – Greg no quería tenerlos en casa por si Tom… bueno… no entiendo nada de lo que está escrito allí pero no son muchas hojas… ¿si son importantes? No tengo ni idea.
– Vale.
Lavinia se encogió de hombros. – Solo espero que le sirvan para no acabar preso. Podría haberlas usado con Eavis si hubiera sabido que ese hombre le tendería una trampa a Tom.
Estaba nerviosa y debía ser visible porque en el tono en el que habló Stewy fue como si quisiera borrar los últimos cinco minutos de conversación.
– Vale. Ven, joder Livy, estás con un gilipollas – sus brazos alrededor de sus hombros –olvídalo.
Después Stewy buscó relajar la conversación: – ¿Busquemos un buen restaurante, sí?
No estaba contento. ¿Cómo iba a estarlo?
Estaba de vacaciones con Lavinia y había esperado mantener toda la mierda al margen por unos días.
Solo unos días.
Mañana pasado era el cumpleaños de ella.
Le tenía una sorpresa preparada.
Los putos Roy iban a estropearles este pequeño paraíso. ¿Y luego qué?
Dudaba que pudieran ofrecerles algo lo suficientemente bueno para que cambiara nada.
Los accionistas les votarían a ellos si la votación fuera ya.
Ahora mismo veían que podían hacer un poco más de dinero con los Furness y él. Así que no tenían por qué bajar del carro y parar máquinas.
Venir aquí solo dejaba a Logan Roy más en evidencia.
Los Roy estaban jodidos. Era una humillación.
Lavinia jugueteó con la ensalada y su tenedor con el ceño fruncido.
– Voy a ir yéndome. Estarán al caer y no quiero que me encuentren aquí…
– Aún no le he pasado la ubicación. Relájate – le pidió alargando la mano a través de la mesa para que le diera la suya – Come algo más, vas a desaparecer a este paso.
Esa no era una mala idea.
– Estoy bien. Además, no queremos que vomite, ¿no?
Se mordió el labio. – ¿Te sientes mal?
– Son los efectos secundarios de la pastilla – suspiró – No es que sea asidua… pero me sienta fatal…
– Livy… ¿Por qué no lo has dicho?
– ¿Cuándo? Había pasado lo de la piscina… iba a tener que tomármela igual o esperar que no… – se mordió el labio – Voy a dar una vuelta, comprar alguna tontería de artesanía en alguna tienda, y quizás tomar un helado. Llámame cuando acabéis, ¿vale? – entonces hizo un esfuerzo por sonreírle – y no te vayas a Nueva York sin mí.
Él negó con la cabeza. – Como si me regalan la empresa… no me voy a ningún lugar sin ti. Nunca. Ten el móvil en sonido.
Se puso de pie para despedirla con un beso y ella le acarició el pelo del cogote intentando no despeinarlo. Con la humedad de este lugar, y que con ella siempre tardaba de más a secárselo después de la ducha, esa mañana había tenido especial esmero con el gel.
Hacía un día de playa fantástico.
Pero Lavinia pensó que tenía la misma sensación que si hubieran anunciado un huracán.
Stewy puso su mejor cara…, aunque solo fuera porque le habían educado bien en casa.
Había continuado comiendo cuando se había ido Lavinia.
Kendall entró delante, escoltando a su padre.
El séptimo de caballería.
– Gracias por recibirme.
– Por favor, ¿cómo estás? ¿Cómo está, señor?
De pie, se estrechó la mano con los dos.
– Por favor – les indicó las sillas – ¿Queréis tomar algo?
– No esperes por nosotros – replicó Kendall como si su ocurrencia fuera hilarante.
Sí, había empezado a comer, muchas gracias.
Con Lavinia.
Con quien tendría que estar disfrutando de la tarde.
Debería estar mucho más satisfecho de que vinieran a postrarse humillados finalmente.
Quería ganarles la maldita partida y era justamente lo que estaba pasando.
– Esperé, pero tenía mucha hambre. ¿Queréis algo? – ofreció.
– Tal vez en un rato – dijo Kendall.
Y después: – Mira… Los dos sabemos que todo puede pasar. La ventaja puede ser vuestra o nuestra. Nuestros asesores dicen que tal vez sea nuestra. ¿Papá? – dio la palabra a Logan.
Stewy tomó un tragó de agua de su copa.
Ese era un buen chiste, Ken… En serio…
No se pudo contener. – Te ves algo sudado, colega.
– Vale – Logan intervino – Vine a llegar a un acuerdo. No es una negociación, es una oferta final. Y es generosa. Así que no me ofendas con una contraoferta. Digo la propuesta, comemos pulpo y nos damos la mano.
– Bien, eso me gusta.
Alguien había dejado una hoja de lavanda en la mesa.
Logan estaba yendo rápidamente al quid de la cuestión, la cogió… y la olió.
Se echó un poco atrás en su asiento para escucharle.
¿No estaba interesado en el trato? Lo que estaba claro es que si lo ofrecían es porque los tenían por corbata, tío, y luego…
Entonces Logan hizo esa propuesta que… no podía ser. Tío, no me jodas.
Logan Roy estaba sentando en esa mesa en medio de sus malditas vacaciones ofreciéndole la cabeza de su amigo en una bandeja con una bonita decoración.
– Tres puestos en la directiva, incluyendo el de Ken – miró a su amigo con una especie de quieta incredulidad – Tendréis voz a la hora de nombrar el nuevo director ejecutivo, eliminaremos la píldora envenenada…
Blablablá.
¿La silla de Ken? ¿De verdad?
Ken estaba renunciando a su puesto en la junta y no tenía ningún puto sentido. Desvió la mirada al mar un segundo con quietud.
– No creo que eso funcione para nosotros.
En este punto Logan se indignó. – ¿Cómo que no? Y una leche. ¿Eres jodidamente estúpido? Tienes que considerarlo. Consulta a Sandy.
Lo repitió. Marcó las sílabas esta vez. – No creo que ese funcione para nosotros, señor.
Entonces Kendall soltó un puñado de gilipolleces que básicamente no querían decir nada… aunque eran un poco desagradables por ese detalle de decir que le cortaría el pene y se lo haría tragar y blablablá de nuevo.
– No importa, no significa nada. Puedes amenazarme con meterme un millón de penes cortados por el culo. Pero lo cierto es que estamos convenciendo más accionistas cada día que les damos una oportunidad de ganar más por cada dólar invertido. Y es todo lo que importa.
¿Por qué Kendall renunciaría a su puñetera silla en la junta de todos modos? Era todo lo que llevaba jactándose de desde que era un crío.
Se suponía que iban a tomar el mundo por asalto, manejar el cotarro y ser los más ricos de Nueva York. Y ahora… después de haberle dejado plantado a punto de conseguirlo, ¿él entregaba su silla y ya?
Había algo muy mal con eso.
Algo estaba muy mal con Ken. ¿Qué había pasado? ¿Qué mierda le había hecho Logan esta vez?
Lo que más le enfurecía, era que no tenía la respuesta ni probablemente la fuera a obtener. Pero sabía que venía todo de ese momento… la boda de Siobhan.
Les despidió con cortesía aunque Logan Roy era ahora mismo un león rabioso.
No era un hombre que se tomara muy bien un no.
Esa parte le satisfacía, un montón. ¡Qué le dieran…!
Ahora tendría que pensar qué le diría a Sandi.
Se suponía que eran un equipo pero a ella no le gustaría que no la hubiera llamado, quizás con razón. Su padre confiaba en su criterio pero ella era otro tema.
No podía decir que no la entendiera un poco. Esto era la selva, si te despistabas estabas muerto.
Kendall se quedó relegado un segundo. – ¿Entonces… no Zahra…? Hacíais buena pareja, tío.
Era un intento torpe de darle algún tipo de conversación.
Una pantomima de lo que quedaba de su amistad.
– No, no Zahra… jodido Corleone.
¿Amenazarle de cortarle la polla? ¿Este tío era en serio?
Contuvo el impulso de poner los ojos en blanco.
– Ya veo…
Logan estaba teniendo una larga conversación con uno de sus hombres que no le gustó para nada. ¿Por qué el dinosaurio no estaba gritando a todo el mundo que se había acabado la función y se largaba ya?
– ¿Está dando instrucciones para invadir las islas griegas o…
– Oh, no, ahm, – Ken pareció tan extrañado como él – ¿papá? ¿Nos… nos vamos?
– Sí, larguémonos de aquí.
Stewy no dudaba que si las miradas matasen haría mucho tiempo que Logan Roy lo habría liquidado.
Nunca le había gustado verlo con su hijo.
Los observó marcharse hacia el barco que los había traído hasta esta parte de la costa.
¿Cuántas veces había tenido que presentarlo Ken de putos niños porque su padre siempre siempre fingía no acordarse de su cara?
En esa época Kendall estaba aterrado de que su padre ridiculizara cualquier cosa que hiciera, que decidiera que no era digno. Era buena parte del por qué hubo un momento que empezó solo a soltarse cuando después podía fingir que no había pasado. Con la cocaína y el alcohol.
En ese entonces Stewy tenía el convencimiento que Kendall lo escuchaba… excepto cuando no lo hacía.
Desde luego no cuando le pedía que enviara a la mierda a su padre y fuera jodidamente feliz por una vez.
De hecho se había alegrado que se fuera a Shanghai un año.
Pero había sido para nada.
El efecto imán que Logan ejercía a sus hijos era demasiado fuerte.
En el último puto año de universidad Stewy y Kendall habían participado en varias fiestas legendarias. Juergas de proporciones épicas, coca, sexo… Ese curso habían hecho las peores estupideces que recordaba, quizás para mantener la falsa sensación que nada iba a cambiar cuando Kendall empezara a vivir la vida que su padre esperaba para él. La empresa, Rava...
Era el jodido pasado.
No significaba que como amigo Ken no le hubiera seguido preocupando...
Y ahora Logan parecía haber completado su transformación en títere.
Que su padre acabara de ofrecerles la silla de Kendall y que ni siquiera así este pareciera reaccionar… era tocar un nuevo fondo…
No reconocía a su amigo.
No era el chico con el que había crecido soñando con conquistar el mundo.
Tenía que haber algo más pero ahora mismo no podía gastar energías cavilando sobre aquello.
Esta vez Kendall tenía que resolverlo por sí mismo.
Ya le había ofrecido el comodín de la amistad.
¡Joder! Acababa de rechazar esa mierda básicamente porque no era el puesto de Kendall en la junta lo que le interesaba ganar de esta batalla.
El reloj había transcurrido mucho más rápido de lo que esperaba.
Lavinia.
Había estado blanca como el papel cuando se había marchado del restaurante.
Compraría algo de comida reconfortante para una cena tranquila en su villa.
Podían pasar la tarde en el jacuzzi solo relajándose, dejarse engañar para ver alguna serie que a ella le gustara… lo que quisiera.
Era bastante su culpa lo de la pastilla.
Él era bueno controlando sus impulsos excepto cuando elegía no hacerlo.
Pero ahora… Le era difícil mantener la cabeza clara cuando estar con la otra persona se sentía como lo hacía con ella.
Meterse a la piscina no había sido seguramente la idea más brillante que habían tenido.
Lavinia llevaba esperándole estas dos horas rondando por este pueblo.
Ya sabía que no iban a darle ningún premio como novio…
La llamó por teléfono para ir a por ella.
Kendall caminó hacia el barco en silencio cerca de Logan. Desde que habían dejado a Stewy en el restaurante apenas habían intercambiado ninguna frase con su padre.
– ¿Papá?
– Espérame aquí hijo, Phil me ha recordado que me dejaba algo.
– Pero…
– No tardaré. Es una tontería y tenemos cosas más importantes – aseguró, e hizo un gesto con la cabeza para que se avanzara.
Lavinia lo supo desde el momento que vio ese hombre con traje chaqueta en la tienda. Se fue hacia la parte trasera donde estaban expuestos collares, brazaletes y pendientes de todos los colores ninguno más caro de 20 euros.
Con Monique solían arrasar con estas cosas cuando se escapaban a algún sitio.
Las calles por las que había pasado empezaban a estar abarrotadas a esta hora. La heladería que había escogido estaba a tope, pero después había encontrado un banco en la sombra de cara al mar para hacer tiempo hasta que Stewy terminara.
Había árboles y en aquel momento el sonido de los grillos era ensordecedor – se habían multiplicado desde que había comido con Stewy en el restaurante.
Como tardaba había vuelto a entrar a las tiendas.
De pronto, alguien la interrumpió.
– Hola, señorita Hirsch. Espero que esté pasando una excelente jornada.
Era una voz masculina con acento estadounidense, en tono amistoso. Lavinia se giró hacia él. – Buenas tardes.
– Su tío me manda a preguntarle si necesita algo. Está fuera.
No se permitió reaccionar.
Si lo hacía puede que no pudiera dar esos pasos hacia el exterior.
– Hola.
La miró solo una vez y luego con la vista hacia el frente directamente preguntó: – ¿Está mi hermano jodiéndome con esto, Vinnie?
Eso la hizo salir de cualquier trance en el que ella misma se hubiera autoinducido un momento antes. – No, claro que no.
– No, eso no le permitiría esconderse en Canadá por mucho tiempo, sería un movimiento demasiado valiente para él.
Algo dentro suyo quiso defender a su abuelo. Abrió la boca... pero no le salían las palabras.
El hombre aterrador enfrente de ella se quedó muy quieto.
– ¿Qué es, entonces?
No supo cómo contestar a eso de una forma que no sonara ridícula incluso en su cabeza.
– Yo no, yo tampoco estoy intentando… – ¿Podía incluso repetir la expresión que él había usado o sería entonces cuando el león decidiría aplastar el ratoncillo con las garras porque ni siquiera merecía la pena llevárselo a las fauces? – mi intención no es joderos.
Su tío abuelo se quitó las gafas de sol y fue peor porque entonces la miró como si fuese exactamente ese ratoncillo.
No con crueldad sino algo parecido a la lastima.
Casi podía adivinar lo que pensaba antes de que hablara.
– La pequeña Vinnie, la nieta preferida de mi hermano. Obediente, tranquila, paciente, olvida lo que dijera Marianne, que nunca molesta a nadie. No estás hecha para esto, él es un adicto como tu madre… sólo diferente. Ewan es aún mi hermano, no importa si cree que ser un viejo gruñón cascarrabias le hace mejor que yo que he sido su jodido billete dorado todos estos años – medio sonrió – Si estás divirtiéndote, adelante. Eres joven y guapa. Pero si crees que es algo más. Tengo que decirte esto, por mi hermano, el mundo no funciona así. Los hombres como él… Lo sé, quizás te vas con una buena chica a los 20… pero a los 35, a los 40 ya no. Demasiadas… distracciones. El amor no es lo que pensamos que es de jóvenes. Por supuesto hay otras motivaciones para alguien como él. Esperemos que no sea… no lo sé… un premio de consolación por las cosas que no puede joder más en esta familia. … Porque le hará falta más… Sandy y él no van a hacerse con mi empresa, antes tendrían que pasar por encima de mi cadáver.
Tragó saliva, luchando contra el nudo en la garganta. – Yo…
Lavinia podía ver retazos de la ira que Logan tenía contenida en su gesto.
Quiso defenderse de sus palabras pero en el fondo sabía que lo que dijera no cambiaría nada.
Él era esa clase de hombre que se decía a sí mismo que favorecía a las mujeres fuertes en su vida, hija, esposas, subordinadas, al menos siempre que le bailaran el agua… y a ella no la veía así.
Aquí solo estaba hablando con una chiquilla.
No puedes dejarle meterse bajo tu piel.
Ni siquiera lo está haciendo por ti… Lo de la nieta preferida de su hermano, es basura,… es por Stewy… lo que está a punto de conseguir… y porque pensaba que el abuelo podía estar saboteándolo.
La calma después del huracán estaba muy cerca, la sensación que quedaba era extraña.
Se encogió un poco bajo la mirada de su tío abuelo y hesitó.
Logan le puso una mano en el hombro con falsa amabilidad. – Disfruta de las vacaciones, Vinnie. … y ve con mucho cuidado, ¿ehm?. Eres una buena chica. No quisiera que salieras herida en todo esto.
Entonces se giró para llamar a su hombre con un grito. – ¡Phil! Vamos, larguémonos.
Trató de borrar de su cabeza la horrible conversación con su tío abuelo.
Sabía perfectamente que se trataba de una presencia maliciosa, incapaz de no abusar de sus hijos, un titano con el mundo en su puño, no un anciano preocupado por cómo de idiota aparentemente pensaba que era su sobrina nieta.
Algunos dicen que los cuervos crían niños abandonados, mientras sus propios pajaritos mueren de hambre en sus nidos.
Ni siquiera había tenido el coraje de responderle con propiedad.
Se tapó con la manta del sofá, hundiendo la cabeza en el cojín, con la vana esperanza que eso limpiara la vergüenza. No, todavía quería morirse.
Y físicamente se sentía tan tan cansada por la puta pastilla…
No escuchó la puerta cuando Stewy entró.
Había visto su llamada después de decidir venirse a la villa por sus medios. Que básicamente había sido, preguntando a la gente de la isla y subiéndose a la barca de un complejo turístico que quedaba a un par de quilómetros de aquí.
Le había dicho que necesitaba cerrar los ojos media hora.
Y él se había ofrecido a pasarse por el mercado local a comprar ingredientes para la cena que aseguraba iba a preparar. Para ser sincera, no podía imaginarle en un mercado entre frutas y verduras… ni cocinando.
Le habría gustado acompañarlo pero ahora mismo también le gustaba un montón este enorme sofá y cubrirse con la manta con el aire acondicionado puesto aunque afuera estuviesen a 35 grados Celsius.
Contuvo el aliento cuando escuchó su voz preocupada. – Livy, ¿estás despierta?
Cuando sacó la cabeza de la manta él acababa de aparecer en la puerta del amplio salón descalzo, sin chaqueta, con el cabello un poco desordenado, con una copa de vino y ¿qué era eso? ¿una limonada?
– No tenía claro si podías tomar alcohol después de… así que por si acaso…
Le arrancó una sonrisa.
Le tendió el vaso con limonada y se sentó en el sofá, colocando las piernas de ella sobre las suyas y mirándola. – ¿Todo bien?
Tomó un sorbo de su copa de vino, y le acarició la pierna con… era definitivamente terneza.
– Solo tenía… sueño… y un poco de malestar – Dios, tenía que hablarle de su tío. ¡No quería! No puedes no decírselo. Suspiró – Y… yo… tuve una charla con… Logan Roy… genio y figura. Estaba en una tienda y luego él solo… estaba allí – soltó.
Vio cómo su rostro cambiaba. – ¿Qué diablos… – Se detuvo – Livy, ¿qué quería?
– Presumiblemente preocuparse. Si hubiera tenido 18 y no 33 probablemente me habría dicho que soy demasiado inexperta para ti… – bufó un poco – aunque no estoy segura que no es lo que haya implicado la verdad… de hecho, puede que haya ido justamente así… es algo borroso ahora mismo porque me he bloqueado…
En su cabeza llevaba como una hora profiriéndole verdades como puños.
Pero claro eso era a un Logan Roy imaginario.
Algunas de las cosas que él había dicho permanecían grabadas en su cabeza estúpida más de lo que quería reconocer…
De camino aquí, había recibido también una llamada de Greg.
Estaba preocupado por cómo estaban yendo las cosas.
Le explicó aquello de las virutas de Greg que Roman ya le había dicho. Y después de balbucear un poco sobre Tom y Kendall y algunas cosas que se habían dicho en aquella mesa, con bastantes "no digas nada", al final preguntó:
– ¿Qué voy a hacer… con ya sabes qué…
Lavinia no tenía una respuesta.
Pero pensó que él quizás sí, que por eso llamaba.
– Creo que… lo que decidas estará bien. – Stewy se había interesado por los papeles, pero ella no podía aconsejar a su hermano de otra forma – Haz lo que creas que es lo correcto Greg… y intenta que eso te sirva para salvarte de esta, ¿quieres?
– Como… ehm… como un dos por uno. De mi consciencia… y el interés propio.
Sonrió un poco, mirando al mar que tenía enfrente – Exacto.
– Lo… intentaré.
