Los personajes así como todo lo relacionado con Harry Potter pertenecen a la maravillosa J. K. Rowling.


Capítulo 7

Bueno, ya estaba hecho. Había invitado a cenar al insoportable Ronald Weasley.

Sintió una especie de vacío y vértigo en el estómago.

—Calma, Hermione —se dijo, suspirando.

Se salpicó el rostro y luego se lo secó. Dejó la toalla sobre un gancho y luego fue a la sala, donde el gato dormitaba sobre el sofá. Se sentó junto al pequeño animal y lo observó.

—Si no tienes dueño, ésta será tu nueva casa —decidió, mientras sonreía y acariciaba el pelaje del gato.

Se encontró admirando el color cobrizo del pelo del gato, pero realmente estaba pensando en el cabello pelirrojo de Ronald Weasley. Se detuvo en seco, asustada de lo que estaba pensando. Se alejó del gato y se encaminó hacia la cocina. Se lavó las manos y se las secó rápidamente. Se dijo que haría algo de cenar y luego leería.

—Viniste aquí a olvidarte de todo, Hermione —se recordó, hablando con un poco de dureza.

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—¿Tío Ron?

Ron alzó la vista y miró en dirección a la puerta. James estaba asomando la cabeza por ella.

—Pasa, James —le dijo, dejando los documentos que había estado revisando segundos antes.

El niño entró, cerrando la puerta detrás de él. Caminó y se detuvo detrás de un sillón desgastado.

—¿Qué pasa, James? —preguntó Ron, frunciendo el ceño.

—¿Puedo pedirte algo? —murmuró el niño, pareciendo nervioso.

Ron alzó las cejas, se cruzó de brazos y se echó hacia atrás, observando fijamente a su sobrino.

—¿De qué se trata? —cuestionó, con cautela.

—Quiero visitar a los abuelos, pero mamá y papá no me dejan —explicó James, rodeando el sillón y acercándose al escritorio. Juntó las manos como si estuviera rezando y puso una cara de súplica —Convéncelos de ir a verlos aunque sea unos días.

Ron miró fijamente a su sobrino sin inmutar su expresión. Un par de minutos después, suspiró y se inclinó sobre el escritorio, mirando a James.

—No puedo hacer eso, James —le respondió, mirando al niño.

—Pero… —James se calló su réplica. Después habló —. Podrían venir ellos y quedarse en nuestra casa o aquí. Tú tienes muchas habitaciones y…

—Ellos no van a quedarse aquí —cortó Ron duramente. James se calló abruptamente y retrocedió un paso asustado. Ron apretó los dientes y miró de nuevo a su sobrino —. Lo siento, James —se disculpó, suavizando su expresión —. Ve a dormir.

—¿Por qué odias a los abuelos, tío Ron? —preguntó James, sin poder evitarlo.

Ron volvió a endurecer el gesto y James volvió a asustarse.

—Ve a dormir —ordenó Ron, de vuelta.

James asintió una y otra vez y luego corrió a la puerta. La abrió de un tirón y salió. Ron se quedó mirando el punto por donde había desaparecido su sobrino y soltó una maldición. Se levantó y caminó una y otra vez por el despacho.

Él no odiaba a sus padres; aunque era cierto que no había tenido una buena relación con ellos desde hacía muchos años. Exactamente desde que había decidido convertirse en veterinario, o había hecho el intento. Pero luego sus padres habían salido con sus tontas ideas y se habían opuesto a su sueño y luego…

—No vale la pena recordar —se regañó, arrepintiéndose al instante de haber pensado en aquello. Se acercó al escritorio, acomodó los documentos y salió del despacho.

Cuando pasó hacia las escaleras distinguió a una de la joven pareja que recién había llegado ese día.

—Buenas noches, ¿todo está bien? —preguntó Ron, educadamente.

—Oh, sí —asintió el joven, que parecía de unos veintiuno o veintidós años —. Sólo estábamos charlando —señaló a su pareja, una joven de cara redonda y cabellos rubios —. ¿No va contra las reglas o algo así?

—No —respondió Ron —, pueden charlar, siempre y cuando no molesten a los demás clientes.

—¡Oh, descuide señor Weasley! —dijo la joven —Gary y yo no molestaremos a nadie y sólo estaremos un poco más aquí.

—Bien, entonces… adiós —dijo el pelirrojo, dirigiéndoles una inclinación de la cabeza y subió las escaleras.

Paseó por el segundo piso revisando que todo estuviera en orden y luego al tercer piso, para finalmente irse a su habitación.

Entró, como siempre, cerrando la puerta con llave, pero esta vez se quedó de pie recargado en la puerta, observándola el cuarto en silencio. Había algo extraño, se sentía extraño, pero Ronald no podía definir qué era aquello que se sentía diferente.

Suspiró y caminó hacia el closet. En la parte alta había una pequeña caja de madera negra asegurada con un candado.

Había pasado mucho tiempo desde que había abierto esa caja; había demasiados recuerdos dolorosos dentro de ella; recuerdos que normalmente Ron evitaba. Pero el haber escuchado las palabras de su sobrino lo había hecho pensar.

Ni siquiera recordaba cuando había sido la última vez que había visto a sus padres e incluso a sus hermanos y demás sobrinos.

Buscó en un cajón de su mesita de noche y sacó una llave. Con ésta, abrió el candado de la caja. Levantó la tapa lentamente hasta abrirla por completo. Se quedó mirando el contenido de la caja, aguantando la respiración. Alargó una mano y tomó la primera fotografía que había dentro.

Era una fotografía vieja y Ron sonrió al reconocerla. Había sido tomada durante las vacaciones en Egipto que su familia había tomado cuando él tenía trece años.

Aunque no lo admitiera ante nadie más, echaba de menos aquella época, donde su familia era tan unida como cualquier otra. Pero a medida que fueron creciendo y grandes sucesos afectaron a la familia, las cosas cambiaron. Ahora su familia no era tan unida; por lo que él sabía, se reunían en fechas especiales, excepto Ginny y él, claro.

Dejó la foto de su familia sobre la cama, no queriendo verla más. Entonces tomó otra fotografía, un poco menos desgastada que la de su familia. Se preguntó por qué aún conservaba una foto de ella, después de lo que había pasado y después de todos esos años de no saber nada de aquella mujer.

Pero extrañamente, al observar el rostro de aquella mujer no sintió nada. No hubo ese resentimiento, ese odio, esa sensación de vacío que siempre había. Por el contrario, se encontró pensando en otra persona. En otra mujer.

Una mujer de cabellos castaños y ojos marrones.

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Ron Weasley se preguntaba si alguien había echado algo en su desayuno, porque en lo que iba del día ya se había golpeado dos veces la cabeza, astillado dos dedos y confundir tres distintos horarios y actividades. Sacudió la cabeza, tratando de concentrarse en la organización de la siguiente semana, pues tendría más inquilinos.

—¿Señor?

Ron alzó la cabeza ante el llamado de Colín.

—¿Qué pasa, Colín? —preguntó, con desgano.

—El grupo para la caminata por el lago está listo, ¿quiere que los lleve yo o usted? —preguntó el muchacho, tocándose la nuca con un poco de nerviosismo.

Ron meditó aquello.

—Los llevaré yo —determinó, al fin, levantándose —. Tú encárgate de todo lo demás. Y cuida que James no se haga más heridas —añadió, mientras tomaba su sobrero y salía del despacho.

—Claro, señor —asintió Colín, sin dejar su nerviosismo.

Ron notó extraño aquello, así que se detuvo en la puerta y miró fijamente a su empleado.

—Bien. ¿Qué pasa? —exigió saber.

—Nada, señor —se apresuró a negar Colín. Pero Ron alzó las cejas, en un gesto claro

—Colín —dijo, con un poco de irritación.

El chico dejó que pasara un minuto, entonces rebuscó en el bolsillo trasero de su pantalón y sacó una carta. Se la tendió al pelirrojo, con dedos temblorosos.

—A-acaba de llegar —tartamudeó, negándose a mirar al pelirrojo.

Ron tomó el sobre, desconfiado de la actitud de Colín. Le hacía pensar que le estaba dando una sentencia de muerte. Para su gran disgusto eso parecía ser, pues sólo le bastó leer el remitente.

Quiso romper el sobre en pedacitos, pero no pudo.

Así que preparándose para lo peor, comenzó a rasgar el sobre y sacó la hoja blanca doblada en cuatro. Colín miraba de reojo a Ron, nervioso por la reacción de éste. El pelirrojo terminó de leer la carta y la arrugó en un puño. El poco color de su rostro había desaparecido y su mandíbula estaba tan apretada que le dolía.

—¿Señor…? —comenzó Colín, dudoso.

Ron alzó una mano para acallar a su empleado. Dando zancadas llegó ante el escritorio, tomó el teléfono y marcó el número sin revisarlo en la agenda.

—¡¿Tú sabías?! —gritó veinte segundos después —¡De que ellos vendrían! —vociferó, después de que le hubieran respondido. Tomó y soltó aire, tratando de serenarse —Hace unos minutos. Enviaron una carta —respondió, hablando en un tono de voz normal —. No, no dicen por qué. Sólo dicen que vienen. Llegan hoy… en unas horas, a lo mucho cuatro —añadió, después de haber revisado la hora en el reloj de la pared —. Está bien. Sí, de acuerdo.

Ron colgó y luego se dirigió a Colín.

—Llévalos tú, Colín. Y que James vaya contigo —ordenó, dejándose caer de nueva cuenta en el asiento.

—Sí, señor —asintió Colín. Dio media vuelta para irse, pero luego se regresó y miró a Ron —¿Tengo que ordenar que preparen una habitación más, señor?

—Sí, Colín —afirmó Ron, clavando sus ojos azules en un punto detrás del chico.

Colín salió sin más. Ron dejó caer la cabeza y la frente golpeó el escritorio. Se quedó así, tratando de no pensar en lo que sucedería o se dijera en cuanto sus padres llegaran. Sentía como sus músculos se tensaban tanto por la situación como por la posición. No alzó la cabeza hasta que la puerta se abrió de repente y Ginny y Harry entraron sin llamar; ambos con una seria expresión de desconcierto y preocupación.

Ginny estiró la mano sin decir palabra y Ron le pasó la carta. La pelirroja leyó, con Harry asomándose por detrás de ella. Pasaron varios minutos antes de que Ginny reaccionara.

—Bien. Bien. Bien —masculló, pasándose los dedos por su pelirrojo cabello —. ¿Para qué vendrán? —preguntó, a nadie en particular.

—Ginny, amor, cálmate —pidió Harry, tomando a su esposa por los hombros y obligarla a tomar asiento.

—¡Es que cada que nos encontramos las cosas resultan mal! —gritó Ginny, cubriéndose el rostro con ambas manos.

Harry acarició la espalda de su esposa y miró a su cuñado y mejor amigo. Ron le devolvió la mirada y levantó los hombros, para después dejarlos caer con pesadez.

—Creo que sólo nos queda esperar porque no sea tan malo —dijo, en voz baja, pero audible.

Ginny alzó la mirada y la clavó en el rostro de su hermano, odiando verlo así. Ginny sabía que Ron era un hombre fuerte, de carácter; pero también sabía que había muy pocas cosas que podrían derrumbarlo, y una de ésas era cualquier cosa relacionada con sus padres.

—Me quedaré y afrontaré esto contigo —anunció Ginny. Ron correspondió las palabras con una media sonrisa, pero sincera.

—Gracias —murmuró.

—¿Y James? —preguntó Harry, queriendo cambiar de tema.

—Fue con Colín a una caminata —respondió Ron.

Ginny y Harry asintieron. Luego Harry dijo que regresaría más tarde y se fue; Ron y Ginny se quedaron en silencio. Mientras Ginny pensaba en los motivos de sus padres para ir a visitar a su hermano, y de paso a ella, Ron meditaba otras cosas.

Pensó cuan irónico era que el día anterior James pidiera su ayuda para convencer a Ginny de llevarlo a ver a sus abuelos y él le había negado esa ayuda. También le había dicho que sus padres nunca se quedarían hospedados ahí, en la Madriguera, aunque no era porque él no quisiera, sino porque a sus padres no les gustaba mucho aquel lugar.

No se dio cuenta de cuando su hermana salió, dejándole solo. Tampoco se dio cuenta cuando Colín entró, con el rostro sonrojado y casi sin aliento, para decirle que habían llegado nuevos inquilinos.

—No se preocupe, señor. Yo los atiendo —se apresuró a decir el joven al ver que Ron comenzaba a levantarse.

Weasley vaciló, pero luego asintió y volvió a sentarse, hundido en sus pensamientos. Muy apenas reaccionó cuando James entró, saltando y chillando con emoción que sus abuelos llegarían pronto.

Sólo reaccionó cuando Ginny entró, y con el semblante más serio del mundo, anunció que Molly y Arthur Weasley acababan de llegar.

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—¡Oh, James! ¿Qué te ha pasado en la cabeza?

—Me he peleado con otro niño —respondió James, encogiéndose de hombros —. Ahora no me dejan jugar en el equipo de críquet, así que el tío Ron me deja estar aquí.

—Bueno, éste tampoco es lugar para un niño como tú —dijo Arthur, revolviendo con cuidado el cabello del pequeño.

Ron oyó la conversación que acontecía en la sala de la Madriguera antes de entrar a la estancia. No había ningún inquilino cerca (tal vez Colín se hubiera llevado a todos), y se alegró por ello; no quería que nadie más escuchara nada de lo que se dijera ahí.

—¡Ronald! Ahí estás —su padre advirtió la llegada de él.

—Hola, mamá. Hola, papá —saludó Ron, educadamente.

—Ya me estaba preguntando dónde estabas —murmuró Molly Weasley, descansando las manos en sus caderas.

—¿Cómo están, señores Weasley? —pregunto Harry.

Ron reparó entonces en él y se alegró de que su amigo hubiera intervenido.

—Bien, gracias Harry —sonrió Molly, girándose hacia el azabache.

—¿Cómo va el trabajo? —preguntó Arthur, acomodándose las torcidas gafas.

—Tranquilo, como siempre —respondió Harry. Entonces miró a su hijo —. James, vamos, no has comido aún.

—¡Pero papá…! ¡Los abuelos están aquí! —protestó el pequeño.

—Tranquilo, James. No nos iremos —aseguró Molly, dándole un beso en la mejilla al niño.

—Ve a comer —le dijo Arthur, sonriendo.

El pequeño se retiró con su padre, dejando a los Weasley a solas.

—¿Qué tal el viaje, mamá? —preguntó Ginny, rompiendo el silencio que se había instalado.

—Sin problemas, hija —respondió Molly, amablemente.

—Debo decir que me sorprende su visita —murmuró Ron, cruzándose de brazos y apoyándose en el marco de la pared.

—Dado que nuestros hijos no se dignan a visitarnos —gruñó Molly, fulminando con la mirada a su hijo.

—Sabes bien que estoy ocupado aquí —respondió Ron, hablando entre dientes.

—Si vivieras en la ciudad… —comenzó a decir la madre de Ron.

—No quiero vivir en la ciudad —interrumpió Ron. Debía de haberse esperado aquello —. Aquí tengo mi vida, mi hogar y mi trabajo.

—¿Y tu familia qué? —le cuestionó, esta vez, Arthur —¿Acaso no te importa, Ronald?

—¿A ustedes les importó cuando Ron necesitaba su apoyo? —gritó Ginny, enrojecida por la molestia que le causaba aquello —¡No! ¿Verdad? —dijo antes de que los señores Weasley pudieran hablar.

—Déjalo ya, Ginny —pidió Ron.

No quería admitir frente a sus padres que le seguía doliendo que no lo hubiesen apoyado en su decisión de ser veterinario; de que no lo apoyasen cuando había tomado la decisión de vivir en la Madriguera y echar a andar el viejo negocio que había iniciado el anterior propietario de la misma.

—No, Ron. No lo dejaré —sentenció Ginny, clavando sus ojos cafés en sus padres, que le miraban entre atónitos y culpables —. ¿Piensan que sólo ustedes tienen derecho a reclamar? ¿A decir lo que les molesta y lo que, para ustedes, es lo correcto? —a medida que hablaba, la pelirroja aumentaba el volumen de su voz, al punto de estar gritando a voz viva.

—Ginny, hija… —intentó hablar Arthur, pero se calló ante la mirada tan enfadada de su hija.

—¡No, papá! —volvió a gritar Ginny —Ya es hora de que alguien se los diga, ¿no crees? —miró a Ron, pero éste no dijo nada, tratando de mantener su dura máscara —¿Por qué no apoyaron a Ron con sus estudios cuando a todos nosotros sí? A Bill lo apoyaron cuando dijo que quería ser banquero. A Charlie cuando quiso ser veterinario. A Percy cuando quiso ser abogado. A George y… a Fred —en ese momento la voz de Ginny se quebró, al igual que los rostros de sus padres.

A pesar de que habían pasado casi diez años de la muerte de uno de los gemelos de la familia, el tema seguía siendo doloroso para todos; a veces, considerado como tabú.

—… con su empresa de mercadotecnia —logró articular Ginny, recuperando la voz —. A mí, con mi carrera en comunicación. Pero a Ron… ¿sólo por su estúpida obsesión de que todos estudiáramos algo diferente?

—Charlie ya había estudiado veterinaria, ¿por qué él no eligió otra cosa? —preguntó Molly, sin inmutar su voz.

—¡Porque eso es lo que a mí me gustaba! —explotó Ron, mirando a su madre y a su padre de una manera desafiante —Porque era lo que yo quería estudiar. Pero, ¿saben qué? —soltó una risa cargada de ironía —Ya no importa. Ahora sólo déjenme hacer mi vida a mi manera.

Y antes de que pudieran decir nada o reaccionar, Ron se marchó a zancadas de ahí. Fue hasta los establos, preparó la silla de montar, la colocó sobre el caballo favorito de James y salió a todo galope rumbo a los terrenos que había más allá del lago dentro de la Madriguera.

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Se sentía exhausto cuando regresó a La Madriguera. La fresca brisa nocturna fue bienvenida por él. A pesar de que era casi medianoche aún se escuchaba movimiento dentro de la casa, por lo que se sentó en los escalones que daban a la entrada. Se quitó el sombrero y se revolvió el cabello, escondiendo la cara entre las rodillas.

Y sólo era una noche, pensó con un poco de amargura.

—¿Ron?

El pelirrojo alzó la cabeza ante la calmada voz de su hermana. Miró en dirección de dicha voz y se encontró a Ginny a unos pasos de él. Ron sonrió y palmeó el lugar a su lado. Ginny se sentó junto a él y ambos observaron el cielo oscuro.

—¿Y Harry? —preguntó Ron, en un susurro audible.

—Adentro, esperando a que llegaras para poder irnos a casa —Ginny hizo una pausa antes de preguntar —: ¿estás bien?

El pelirrojo se limitó a dar un asentimiento seco, y Ginny supo que no quería hablar sobre lo que se había dicho horas antes. Suspiró profundamente y cambió la conversación.

—Oye, deberías comer. Tantas horas sin probar bocado te hará mal —dijo Ginny, intentando bromear.

Ron sacudió la cabeza, declinando la sugerencia de su hermana, pero algo reaccionó en su mente. Fue entonces cuando recordó.

¡La cena con la doctora Granger!

Se había olvidado por completo…

—¡Diablos! —maldijo, en voz alta.

—¿Qué sucede? —preguntó Ginny, sobresaltada por la repentina actitud apresurada de su hermano.

—Me he olvidado y… —se levantó y entró a la casa, dejando la oración a medias.

Cuando la pelirroja pudo reaccionar y levantarse, Ron ya salía de nuevo agitando las llaves de su camioneta. Ginny lo vio subirse y después a la camioneta alejarse dejando una nube de polvo.

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Hermione se removió por enésima vez, incapaz de dormir. Faltaban minutos para las doce y, aunque llevaba casi dos horas intentando dormir, no podía. Tenía demasiados sentimientos encontrados como para poder cerrar los ojos y abandonarse al mundo de los sueños.

No quería pensar en Ronald Weasley ni en los motivos o razones para que él la hubiera dejado plantada. Aunque no sabía si decir "plantada" era la palabra correcta, ya que no era una cita, era una cena de agradecimiento.

Pero, por más que lo intentara, Ronald Weasley seguía colándose por sus pensamientos, con su risa enérgica y sus ojos azules, con esa actitud de siempre estar a la defensiva con ella, con su cabello rojo que brillaba bajo el sol.

Estaba sumida en sus pensamientos que tardó varios segundos en darse cuenta de que el timbre sonaba incesantemente. Frunció el ceño, preguntándose quién podría ser a esas horas.

Algo surgió en su mente. Más bien, un pequeño que había revisado al medio día con una fuerte fiebre. Tal vez el pequeño se hubiera puesto peor y necesitaban su ayuda.

Se levantó de un brinco y se puso la bata, anudándosela mientras corría hacia la puerta; ahora no tocaban el timbre, sino que daban fuertes golpes en la puerta.

—¡Un momento! —gritó, metiendo la llave en la cerradura. Segundos más tarde abrió la puerta, murmurando un "¿Qué sucede?", pero al ver levantar la vista, su boca se abrió con sorpresa.

—Sé que ya es muy tarde, pero necesito hablar con usted —dijo Ron, seriamente.

—¿Qué hace aquí? —preguntó Hermione, ciñéndose más la bata al cuerpo.

—Yo… he venido a disculparme —se sinceró el pelirrojo, tratando de no sonar nervioso; aunque tampoco sabía por qué lo estaba —. Le debo una disculpa, doctora Granger.

—Siempre sale debiéndome eso, señor Weasley, ¿no cree? —Hermione alzó las cejas y clavó sus ojos marrones en los azules ojos de Ron.

—Sí, supongo que sí —reconoció Ron, frotándose la ceja derecha —. Me he olvidado por completo.

—Me di cuenta de eso —atajó Hermione, no pudiendo reprimir su molestia.

No obstante, en esos momentos, se estaba dando cuenta de algo que no había notado. Y eso era que Ronald Weasley se veía diferente. No en su físico, sino más bien en su forma de actuar; había algo distinto en aquella ocasión.

—Tuve un asunto… difícil —Ron vaciló ante sus palabras, pero siguió hablando —, me he olvidado de todo lo demás que no fuera eso… Pero en verdad lo siento. Sólo… déjeme hacer algo para arreglarlo.

—¿Qué cosa? —cuestionó Hermione, estrechando sus ojos.

—No sé —Ron meditó en silencio, luego las comisuras de sus labios se alzaron un poco —. Concédame unas horas el domingo por la tarde.

Hermione no estaba tan segura de aquello, pues no sabía que planearía el pelirrojo aquél. Más sin embargo aceptó, y para su asombro, vio como el alivio aforaba en el rostro de Ron. Pero debajo de ese alivio seguían mostrándose otras cosas que no supo descifrar y que, por momentos, tuvo ganas de descubrir.

—Lamento haberla levantado —volvió a disculparse Ron, después de un largo silencio.

Hermione asintió en silencio.

—La verdad es que estaba despierta —confesó.

Y entonces silencio. Un silencio diferente que los hizo sentirse incómodos, ahí en el umbral, mirándose de vez en cuando. ¿Acaso estaba sucediendo algo? ¿O sólo era que los dos habían perdido la costumbre de estar con alguien del sexo opuesto así, sin hablar?

—Debería de irme, es tarde —susurró Ron, con voz ronca que hizo estremecer a Hermione.

—Sí —balbuceó Hermione.

—Buenas noches, doctora —se despidió Ron, sonriendo ligeramente.

Hermione le sonrió de regreso, le deseó buenas noches y luego se quedó apoyada en la puerta, observándolo. Suspiró cuando la camioneta del pelirrojo comenzó a andar y perderse por la calle.

Y Hermione se preguntó si había sido su imaginación, o realmente Ronald Weasley volteó la cabeza unos segundos para mirarla.


¡Hola!

Sí. Ya, ya lo sé: no hubo cena. He tardado en subir el capítulo, ¡pero les doy un encuentro próximo entre ellos!

Verán, tenía el capítulo preparado, pero han sucedido varias cosas en mi vida que me han mantenido ocupada (pero no me quejo, jeje, soy feliz). Después, mi internet estuvo fallando y hasta ayer funcionó bien.

Así que en cuanto pude poner mis manos sobre la laptop, entré inmediatamente a para actualizar.

Espero les haya gustado el capítulo, que en serio me divierte y disfruto mucho al escribirlos.

Gracias por los favs y followers, y más gracias por los reviews.

Besos.

LunitaEmo-Granger.