*Los nombres de los personajes así como todo lo relacionado a Harry Potter pertenece a J. K. Rowling.
Capítulo 22
Al día siguiente, al medio día, Ron y Harry ayudaron a Charlie a acomodarse en el asiento trasero de la patrulla de Harry. Ginny los acompañaba, asegurándose de que su hermano estuviera bien, pues aún se veía débil, por más que Charlie insistiera en lo contrario.
Ronald había pedido a Colín que se llevara a James, pues aún no encontraban la manera de explicarle al pequeño que su tío estaba enfermo y no podía curarse. Le habían dicho que Charlie se quedaría en casa de los Potter porque necesitarían la habitación para los clientes.
Cuando Harry y Ginny se marcharon con Charlie, Ronald regresó a su despacho. Tenía trabajo pendiente; pero la verdad es que estaba pensando en la noche pasada, cuando perdió el control de sus emociones y se derrumbó en brazos de Hermione.
Le hubiera gustado sentirse avergonzado, sin embargo se sentía aliviado. El nudo que había en su garganta, el dolor en el pecho y la pesadez de sus hombros se habían ido tan fácilmente. Después de tanto tiempo, alguien le había ofrecido lo que tanto había buscado: consuelo. No lástima, puro consuelo, alguien que lo confortara.
El problema para él era justamente eso, que Hermione estaba entrando más allá de lo que Ronald hubiera querido. Le asustaba pensar en lo que todo eso significaba, pues aún no estaba listo para enfrentar la realidad que se le estaba presentando.
La duda crecía dentro de él. Pues ya se estaba planteando dos opciones: seguir con Hermione, tomar el riesgo hasta donde llegara el asunto o alejarse de ella.
El problema, como siempre, era que no sabía qué elegir.
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La semana pasó tan rápido y Hermione estaba contenta con ello. Había tenido una semana algo pesada; entre lo ocurrido con Charlie Weasley y un brote de resfríos, había estado ocupada la mayor parte del tiempo. El sábado por la tarde, se encontraba en su consultorio, pensando en llamar a Ronald. Él también había tenido una semana pesada, pues uno de sus instructores se había fracturado un tobillo y Ron había tenido que cubrirlo, así que durante esos días solo habían hablado unos cuantos minutos por teléfono.
Pero su intento de llamar a Ronald quedó a medias, pues unos fuertes toques en su puerta la detuvieron. Se levantó y abrió la puerta de su consultorio. Una pequeña pero fuerte esperanza dentro de ella, de que fuera Ronald, se esfumó al toparse con un hombre de pelo oscuro y ojos verdes claros.
—Hola, mi niña —el hombre soltó la maleta y abrazó a Hermione.
—Por Dios, Henry, ¿no habías dejado eso? —refunfuñó Hermione, ante el mote que le había molestado desde el primer día que lo había oído.
Henry soltó una carcajada y dejó libre a la castaña.
—Venga, Hermione, no te he visto en mucho tiempo —sonrió abiertamente y entró a la oficina.
—Pensé que llegarías mañana.
—Me he librado antes, y el deber llama —el hombre alzó un hombro y se sentó frente a Hermione.
—Muchas gracias por hacer esto, en serio, Henry.
—No agradezcas, Hermione. Prometí ayudarte siempre que pudiera y aquí estoy —ambos compartieron una mirada llena de nostalgia, pues esa promesa había sido hecha a una persona que ambos quisieron mucho y ya no estaba.
Se pusieron al tanto de lo que había sucedido en sus vidas desde el tiempo en el que no se habían visto, luego, decidieron ir a casa de los Potter, donde Henry se quedaría para cuidar de Charlie.
Dieron un paseo por el pueblo, mientras se dirigían a su destino.
—¿Entonces piensas quedarte aquí? —preguntó el hombre, mirando los alrededores —Parece un buen lugar para vivir.
Hermione sonrió y enganchó el brazo en el de él.
—Lo es, me parece un sitio perfecto —se mordió el labio, pensativa. Había muchas razones para quedarse en Ottery y la principal era, por el momento, Ronald Weasley —. Pero hay muchas cosas que me gustaría cambiar en este sitio.
—¿Cómo qué?
—Bueno, estaría bien mejorar el servicio médico. Ya he enviado algunas peticiones de ampliar el centro médico y he conseguido que envíen dos enfermeras: una para la escuela y otra que me ayude en el centro —la castaña sonrió con satisfacción, pues había estado insistiendo durante dos semanas seguida sin descanso.
—¿Estás segura que tu verdadera profesión no es la abogacía? —bromeó Henry, logrando arrancar unas risas a Hermione.
—Créeme, estoy completamente segura.
Dieron una vuelta por la plaza y luego enfilaron hacia la calle de los Potter. Tardaron diez minutos en llegar y antes de que tocaran el timbre, la puerta se abrió y Ginny se asomó, sonriendo.
—Hola.
—Hola, Ginny —Hermione la abrazó y luego se apartó, dejando paso a Henry.
—Henry Beckett, mucho gusto —estiró el brazo hacia Ginny; la pelirroja estrechó la mano del hombre.
—Ginny Weasley, encantada de conocerte. Hermione nos ha contado de ti.
—Cosas buenas, me imagino.
Los tres rieron y Ginny los hizo pasar a la casa. Se dirigieron a la sala, donde Charlie descansaba.
Hermione se sorprendió al encontrarlo mucho mejor desde la última vez que lo había visto. El pelirrojo le sonrió y se presentó ante Henry, que hizo lo mismo. Luego los cuatro se sentaron a conversar, conociéndose entre los Weasley y Henry. La charla terminó cuando Charlie comenzó a sentirse cansado.
—No, no, está bien —sacudió la mano cuando Ginny intentó ayudarlo a incorporarse —. Me gustaría hablar con usted, Henry, sobre su trabajo.
—No hay problema —el hombre se levantó y esperó una indicación de Charlie, luego lo sujetó del codo y lo ayudó, saliendo de la sala y subiendo las escaleras.
Ginny esperó a que sus pasos se alejaran y luego se dirigió a Hermione.
—¿Crees que ayude a mejorar su ánimo?
—Tengo fe ciega en Henry. Es la mejor persona que conozco y estoy completamente segura de que a Charlie le hará bien tener alguien que lo comprenda de la manera en que Henry sabe hacerlo.
—Gracias por hacer esto, Hermione —la pelirroja sonrió y palmeó la mano de la castaña, que negó con la cabeza, sonriendo.
—No hay que agradecer, Ginny —suspiró —. Tengo que regresar al centro médico.
Se despidieron y luego Hermione volvió a su trabajo, pensando en la pregunta que Henry le había hecho. Su plan inicial al llegar a Ottery era estar un tiempo, lo suficiente para despejarse de su ajetreada vida en la ciudad. Pero las cosas no habían salido como ella lo había planeado, pues Ronald Weasley se había ido metiendo en su vida y eso había hecho que sus planes cambiaran. Ahora, no sabía cuál plan seguir.
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El humo se escapó de sus fosas nasales y Ronald suspiró, disfrutando la sensación calmante que le provocaba fumar. Había estado bebiendo un poco, solo, en la última mesa del bar. Había ido a ver a Charlie por la mañana, había hablado y aclarado más las cosas con él. Era sorprendente lo bien que se sentía luego de expresar sus sentimientos respecto a todo el asunto que había entre ellos, aunque la incomodidad de haberlo hecho todavía seguía con él.
Cerró los ojos y suspiró largamente. Solo los abrió cuando escuchó un alboroto en la mesa junto a él. Giró un poco el rostro y observó a tres hombres, en evidente estado de ebriedad, que reían estruendosamente. Hizo una mueca de disgusto y volvió a beber de su cerveza.
Estaba por ignorar al trío cuando tres palabras llegaron a sus oídos y se puso alerta. Se movió un poco, y agudizó el oído.
—… pues eso es lo que dicen… —estaba diciendo el hombre de espaldas a Ronald, se hizo una pausa, donde el hombre soltó un hipido —. Nadie sabe quién es, acaba de llegar al pueblo. Igual y es el marido.
—No lo creo —terció el otro, que parecía estar más consciente que sus dos acompañantes —, pues hace tiempo que la vieron con otro tipo y decían que ese era el marido.
—Entonces es el amante —el hombre mediano, balbuceó, riendo y provocando la risa de los otros dos —. A mí no me importaría ser el querido de la doctora, eh.
Volvieron a reír y Ron sintió que la sangre comenzaba a hacer ebullición en sus venas. Estaban hablando de Hermione, estaba claro.
—Pues te quedarás con las ganas, que si a alguien le hace caso, es a mí, idiota —el primer hombre que había hablado, le pegó en la cabeza a su amigo y rieron.
—La gente dice que la han visto con el Weasley —comentó el segundo. Ronald se volvió a acomodar en su asiento, ante su mención. Desde su posición, quedaba oculto a la vista de los demás.
—Pues da igual —prorrumpió el primero, dando más hipidos —, ahora la han visto con el catrín ese y por lo que se dice, iban muy felices y juntitos.
Ronald apretó los puños sobre la mesa. ¿Hermione con otro hombre? No podía ser cierto; pero al seguir escuchando a los tres hombres, no le quedaba duda. Sentía la sangre palpitando en todo su cuerpo, el enojo abriendo paso en su interior. Pero sobre todo, ese monstruo llamado celos, que parecía rugir con todas sus fuerzas, rasgando su cuerpo por dentro, quemando todos sus pensamientos. La lucha por controlarse perdió batalla cuando escuchó al hombre a sus espaldas hacer un comentario demasiado obsceno referente a la castaña.
De un salto se puso en pie y cuando se dio cuenta una de sus manos aferraba al tipo por el cuello de la camisa y la otra se estrellaba con el puño cerrado contra la mandíbula del hombre, que no tuvo tiempo ni de abrir la boca. Se escuchó un crujido y el hombre cayó contra la mesa, derribando las botellas que estaban en la superficie.
—Escúchame bien, cabrón —Ronald lo tomó de nuevo por el cuello y lo obligó a mirarlo. Sus ojos azules echaban chispas —. Es la última vez que dices algo así, ¿de acuerdo? —hablaba en un tono normal, pero su pecho se alzaba con violencia.
El hombre, al ver la mirada de Ron, abandonó cualquier intento de defenderse. Había reconocido al Weasley y sabía bien que no tendría oportunidad con él. Asintió perceptiblemente, escupiendo sangre, pues el puñetazo del pelirrojo le había partido el labio.
Ronald lo empujó, con fuerza y salió del lugar, ante la mirada sorprendida de todos los presentes. Subió a su camioneta y no bien hubo azotado la puerta, el motor ya rugía y Ron salía despedido hacia su nuevo destino.
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Hermione apagó el fuego donde había puesto a hervir agua para prepararse un té. Tenía poco de haber llegado a su casa, pues el centro médico había tenido mucha actividad por la tarde. Y después de una cena rápida, había decidido relajarse con uno de sus libros favoritos y una taza de té como compañía. Acababa de poner la bolsita de té cuando los fuertes golpes en la puerta la asustaron. Alguien había golpeado con el puño fuertemente. Preocupada de que se tratara de una emergencia médica (pues ya le había ocurrido en tres ocasiones), se apresuró y abrió la puerta sin fijarse quién era. Antes de que pudiera decir algo, la persona pasó a su lado y entró en la casa. Le costó unos segundos darse cuenta de quién era.
—¿Ron? ¿Está todo bien? —el pelirrojo caminaba de un lado a otro en el pequeño corredor. El miedo surgió dentro de ella —¿Charlie… está bien?
La pregunta hizo que el pelirrojo se detuviera y la mirara fijamente, por un momento se mostró desconcertado, luego pudo percibir cómo sus ojos se encendían con enojo y furia.
—¿Es verdad? —exigió Ron, acercándose a ella — Lo que andan diciendo en el pueblo, ¿es verdad?
Hermione, en total confusión, cerró la puerta y pasó a un lado del pelirrojo, camino a la sala. Ronald la siguió, sin cambiar su actitud.
—¡Responde, Hermione! —la voz del hombre resonó, haciendo que el gato, que se encontraba acurrucado en el sofá, maullara en señal de molestia y saliera corriendo.
—¿Puedes, primero, explicarme de qué hablas? —inquirió la castaña, comenzando a molestarse por la forma de actuar del pelirrojo. ¿Qué le pasaba a ese hombre? Siempre que creía haber llegado a un punto estable con él, venía y le daba un giro de 180 grados a todo. Era tan irritante.
—¡Pues de lo que todo el mundo habla! —explotó Ron, paseándose por el lugar. Sabía que estaba exagerando, pero en ese momento los celos lo dominaban y no era capaz de controlar sus palabras.
Hermione suspiró, cansada. Había tenido un largo día y no iba a soportar esos arranques del pelirrojo.
—O me explicas, hablas claro o bien puedes irte de una vez —respondió, señalando en dirección a la puerta.
Ronald se detuvo. No esperaba una respuesta así de Hermione. La única respuesta que él quería era que Hermione le aclarara que nada de lo que había escuchado era verdad. Tomó aire, tratando de serenarse un poco, antes de hablar.
—Dicen que te vieron con un tipo hoy —soltó entre dientes, clavando sus ojos azules en los de Hermione —, que ibas muy feliz con él y… —ya no pudo continuar. Soltó un grito de frustración y se dejó caer en el sillón, revolviéndose el pelo —Necesito que me digas la verdad, Hermione. ¡Necesito la verdad, carajo! —porque si no la sabía, se volvería loco. Más loco de lo que ya se sentía.
A Hermione le costó un poco entender lo que el pelirrojo había dicho y sobre todo, darse cuenta de la razón de su comportamiento. No podía creer que Ronald Weasley se mostrara de ese modo, aunque una pequeña parte en su interior se alegró por ver esa reacción.
—¿Te puedes calmar, primero? —pidió la castaña, moviéndose un poco hacia él. El pelirrojo no respondió, solo la observaba, esperando, ansioso —Y escucha antes de hablar, ¿de acuerdo?
Ronald asintió, a regañadientes. ¿Por qué Hermione tardaba tanto en darle una simple respuesta?
—Bien, es cierto que esta tarde he ido con alguien por el pueblo —no bien terminó de decir aquello, Ronald se incorporó bruscamente, haciendo que ella retrocediera.
—Entonces es verdad —acusó, mirándola con esa expresión fiera que ya varias veces había visto en él —. ¿Y quién es el imbécil ése?
—Dijiste que escucharías primero —la castaña se cruzó de brazos, ahora sí molesta —. Y Henry no es ningún imbécil.
Así que Henry, pensó Ronald. Henry. Estúpido Henry. ¿Y quién diablos podría llamarse así? En definitiva, solo un tarado, imbécil y tonto podría llamarse Henry.
—¿Y quién diablos es Henry, eh? —logró farfullar; su enojo volvía a encenderse y volvió a pasearse frente a Hermione.
—Henry es el enfermero especialista que va a cuidar a Charlie —respondió Hermione, con sequedad, observando el ir y venir de Ronald. Ese hombre lograba sacarla de sus casillas en unos cuantos minutos —. Un viejo amigo de mi familia.
—Claro, amigo, ya —refunfuñó Ronald, sarcásticamente —. Por eso lo recomendaste, ¿no? Para tenerlo cerca y…
—¡Ya basta! —gritó Hermione, indignada por todas las suposiciones que había hecho el pelirrojo. ¿En verdad era tan… idiota? —No puedo creer que por habladurías te comportes como un energúmeno y vengas aquí a gritar sin primero preguntarme a mí.
—¡Pero si te he preguntado! —se defendió el pelirrojo, sorprendido.
—Sí, después de actuar como un completo cretino —acotó Hermione, enojada —. Sin tener ningún derecho a reclamarme nada…
—¡¿Que no tengo derecho?! —exclamó Ron, alzando los brazos —¿Después de todo lo que ha pasado entre nosotros, me dices que no tengo ningún derecho? Si tú y yo… —se calló abruptamente, sin saber cómo continuar.
—¿Si tú y yo, qué, Ronald? —se exaltó Hermione, acercándose a él, cada vez más enojada —Dime, ¿si tú y yo qué?
Ronald abrió la boca, pero sólo el aire salió y entró, mientras su mente trabajaba, buscando una respuesta.
—¡Joder, Hermione! —maldijo, mesando su pelo —¿Por qué siempre lo hacemos a lo difícil?
—Tú eres el que ha venido aquí, como loco, a gritar a diestra y siniestra —objetó la castaña, cruzando los brazos sobre el pecho. También estaba algo agitada después de toda esa discusión.
Ron se calló, comenzando a tranquilizarse un poco, solo un poco. Miró al suelo durante unos largos segundos y luego miró a Hermione.
—No entiendo por qué, pero el solo saber que habías ido por ahí con otro —tragó saliva, haciendo una pausa —me ha hecho actuar así. Saber que tú y ese tal Henry… —su voz fue muriendo, incapaz de continuar.
Hermione se acercó más a él y ante la sorpresa del pelirrojo, sonrió.
—De verdad que eres un estúpido, Ronald Weasley —lo dijo de una manera suave, así que Ronald no se sintió insultado por el adjetivo usado —. Henry es un amigo de la familia. Y, para tu tranquilidad, Henry nunca se fijaría en mí.
—Eso dices tú, ¿cómo estás tan segura? —repuso Ronald. Era imposible que no se fijara en Hermione.
—Fácil: porque soy una mujer.
La mirada que le compartió Hermione bastó para comprender el significado de la respuesta que la castaña le dio. Ron volvió a abrir la boca, pero enseguida la cerró. Sintió que se ruborizaba, sin saber cómo responder a ello.
—Es algo muy personal de Henry, así que te agradecería no lo comentaras con nadie —pidió Hermione, suspirando largamente —. Te lo digo a ti para que te quede bien claro que Henry es amigo de la familia.
Ronald asintió, sintiéndose un completo idiota. Aunque eso no era novedad, pues todo lo referente a Hermione lo enloquecía, lo hacía actuar de formas que no lograba comprender.
—Bien, ahora, buenas noches. Ya te puedes ir —Hermione volvió a señalar la puerta, ante la más confusa mirada de Ronald Weasley.
—¿Me estás echando de tu casa, en serio? —las cejas del pelirrojo se dispararon hacia arriba, incapaz de creer aquello.
—Bueno, no pensarás que estoy tan contenta contigo después de cómo has venido hoy aquí, ¿no crees? —la doctora se cruzó de brazos, mirando al pelirrojo con una mirada muy seria.
—Pero es que… —balbuceó Ron, sabiendo que Hermione tenía razón. Pero no estaba dispuesto a irse; hacía tantos días que no la veía, y después de su ataque sin sentido, por fin podía verla bien ahora. Todavía llevaba la ropa del día y su cabello lucía algo despeinado. No sabía qué decir, pero sí sabía qué hacer.
En dos pasos se acercó a ella y la besó, rodeando su cuerpo con ambos brazos, de modo que no pudiera zafarse de aquello. Hermione puso resistencia, no por no querer que Ron la besara, si no por no querer ceder tan fácil, pero en esas cuestiones, sabía que estaba perdida. Bastaron unos cuantos segundos para que Ron, con sus besos, la hiciera ceder.
La castaña se entregó a los labios de Ron. La resistencia desapareció dejando en libertad las ganas de Hermione por besar a Ronald. Ese hombre sabía hacerla enloquecer de una manera que aún no conseguía comprender.
Dándose cuenta de que ya no había peligro, Ron aflojó un poco el abrazo, lo suficiente para que Hermione pudiera liberar los brazos y rodeara la espalda del pelirrojo, abrazándolo. Ese gesto provocó en Ronald una tranquilidad que había perdido al escuchar la conversación en el bar. En esos momentos, se sentía un hombre feliz. La besó por un largo rato, dándose cuenta de cuánto la había extrañado en todo esos días sin verse.
—No creas que con esto se me va a olvidar tu actuación de hace cinco minutos —observó Hermione, cuando por fin se separaron. Sentía una agradable sensación en el pecho.
—¿Lo olvidarías si me disculpo? —ofreció Ron, sonriéndole abiertamente.
—No lo suficiente —respondió Hermione, correspondiendo, de manera inevitable, la sonrisa.
Ronald sabía que debía hacer algo, sabía que había estado muy mal al actuar así pero en ese momento, lo único que pasaba por su cabeza era seguir besando a Hermione. Y así lo hizo; la abrazó por la cintura y la acercó él, cerrando el espacio libre entre ambos. Las sensaciones en su cuerpo comenzaron a despertarse y la urgencia en sus besos cambió. De pronto, su corazón latía con fuerza contra su pecho y respiraba de manera agitada. Su cuerpo comenzaba a pedirle más y más.
Las manos se movieron como seres independientes, acariciando la espalda de Hermione, apretándola más contra su cuerpo. Poco a poco dejó que su mente se durmiera y los sentidos comenzaran a tomar el control.
Hermione sentía fuego corriendo por sus venas. Se sentía algo confusa por los giros que había tenido la noche y lo que estaba pasando en esos momentos disipaba todos sus pensamientos. Hacía mucho tiempo que las sensaciones que comenzaban a embargarla no hacían acto de presencia y ahora se multiplicaban cada vez más.
Se sorprendió cuando un sonido gutural escapó de sus labios. Ronald había abandonado su boca y, luego de unos segundos de duda, besaba su cuello. La piel ardía ahí donde el pelirrojo besaba; Ronald bajaba lentamente, explorando aquel terreno nuevo para él. Una parte de él se sentía muy nervioso, temiendo hacer algo indebido, pero la otra estaba ansioso. Lo que tantas veces lo había perseguido en sueños, estaba pasando en ese momento. Quería disfrutarlo lentamente, pero sus instintos estaban ganando y el ansía de seguir, de llevar eso más lejos, estaba ganando.
Sintió las manos de Hermione desabrochando su camisa. Un estremecimiento recorrió su cuerpo cuando los dedos, suaves y sensibles de Hermione acariciaron su pecho. Él mismo terminó de quitarse la camisa, dejando que Hermione acariciara sus hombros, su espalda y su estómago.
Ninguno de los dos entendía cómo es que todo estaba pasando, simplemente se estaban dejándose llevar por el deseo que desde hacía tiempo en los dos estaba contenido. Se dirigieron a la habitación de Hermione, sin dejar de besarse ni acariciarse. En un instante Hermione había perdido su blusa y con gran nerviosismo, podía sentir a Ron tratando de quitarle la parte superior de su ropa interior. No se detuvo a pensar ni tuvo tiempo de sentirse cohibida, como muchas veces le había pasado con Krum. A pesar de la poca historia que tenía con Ronald, era tanta la confianza y seguridad que le tenía al pelirrojo que simplemente se estaba entregando a él sin pensar.
Ronald se sentía demasiado excitado para decir algo, simplemente quería hacer algo. Sentía que explotaría en cualquier momento. Se quedó absorto cuando la propia Hermione tomó las riendas de la situación. Lo empujó contra la cama y se desnudó frente a él. Sintió que la boca se le secaba; había imaginado muchas veces ese cuerpo y ahora lo tenía frente a frente. Y superaba toda su imaginación, no se comparaba en lo absoluto. Parpadeó cuando Hermione habló, pero no logró captar lo que decía. Estaba hipnotizado; se levantó de nuevo y se lanzó a sus labios, besándola con todas sus ganas. Las sensaciones al rozar piel con piel eran indescriptibles.
Sabía, que justo en ese momento, Ronald Weasley estaba ante su perdición.
¡Hola, hola! No sé cuánto tiempo ha pasado pero aquí estoy.
Vaya, fue un capítulo que tenía muchas ganas de escribir, aunque me lo imaginé muy diferente, pero me agradó el cambio. Sé que puede que no les guste este capítulo, aunque espero que sí.
¿Y qué creían, que les daría la escena completa? Pues no, eso le quitaría sazón a la historia y aún quedan cosas por ver.
Iba a actualizar desde hace varios días, pero un pequeño accidente en mi mano derecha y el exceso de trabajo me lo impidieron.
Quiero agradecer a esas lectoras que siguen aquí, de verdad, sigo preguntándome cómo puede ser posible, pero muchas gracias.
Otro año que voy a pasar sin haber terminado esta historia; es probable que actualice hasta el próximo año, así que, les deseo un buen año, que pasen estas fiestas con las personas que más quieran y que sigan aquí, para llegar al final de esta historia.
Muchas gracias. Con mucho amor,
LunitaEmo-Granger.
