*Los nombres de los personajes así como todo lo relacionado a Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling.
Capítulo 24
Ronald salió de la comisaría y miró a ambos lados de la calle. Hermione ya iba por el final de la cuadra y Ronald se detuvo, vacilando un segundo. Hacía un momento se había armado de valor para enfrentar a lo que temía, pero ahora ya no estaba tan seguro. Podía correr y detener a Hermione y ver qué sucedía, o podía irse a casa y pensar tranquilamente las cosas.
—¿Señor Weasley?
La voz hizo que Ronald volteara. El oficial que había estado en la recepción se asomaba.
—Olvidó firmar la papelería. Tiene que firmarla o no puedo dejarlo ir.
Ronald lo miró fijamente y luego giró su vista hacia la dirección de Hermione, pero la castaña ya había desaparecido.
—¿Señor Weasley? —repitió el oficial en un tono de voz insistente e irritado.
Ron maldijo en su interior y miró al oficial.
—Sí, ya voy —dijo desganadamente, siguiendo al oficial de regreso al interior del lugar.
Tardó menos de un minuto en firmar los dichosos papeles. Salió de nueva cuenta y caminó hasta donde su camioneta estaba estacionada. Subió y permaneció sentado, con las manos sobre el volante, mirando hacia el frente.
No dejaba de pensar en Hermione. En todo lo que había sucedido tan solo veinticuatro horas atrás. Tantas cosas habían pasado en tan poco tiempo, y no sólo pensaba en eso, sino también en lo que había pasado desde que Hermione había llegado a Ottery tan solo casi dos meses atrás. El cambio que había en él era gracias a esa mujer.
Suspiró, agotado física y mentalmente. Era tanto lo que invadía su mente, sus emociones, todo.
Empezó a conducir lentamente siguiendo el camino hacia casa de Hermione. La camioneta avanzó despacio y se apagó silenciosamente cuando Ron se detuvo frente a la vivienda. Sus ojos observaban la casa, que lucía a oscuras a esas horas. ¿Hermione estaría adentro, pensando en él, en todo, justo como lo hacía Ronald?
Pensó en lo fácil que sería bajar y llamar a la puerta. Lo fácil que sería tomarla en sus brazos, besarla y acariciarla. Lo fácil que sería repetir esa noche de deseo. Cerró los ojos, reviviendo las caricias y los besos de Hermione sobre su pecho, la fuerza de sus dedos al clavarse en su espalda mientras entraba en ella, sus pequeñas manos apoyándose en su pecho mientras se movía sobre él.
Sería tan fácil dejar de pensar en su pasado y entregarse a ella.
Pero no podía. Ronald Weasley no estaba listo para eso y no sabía si algún día lo estaría.
Soltando un largo suspiro, volvió a encender la camioneta y seguir su camino hacia la Madriguera. Condujo lentamente, sus pies y manos pisaban pedales y giraban el volante en modo automático, pero su mente derivaba. Ahora no solo Hermione ocupaba su mente.
Charlie, Lavander, su hijo, Hermione, Harry, Ginny, su familia, todo ocupaba su mente en aquellos momentos. De pronto se encontraba examinando cada parte de su vida, cada suceso que lo había marcado y lo había hecho el hombre que era ahora.
Ya acostado en su cama, cerró los ojos y dejó que los recuerdos le invadieran lentamente.
Viajó al pasado, cuando tenía doce años. Estaba en la habitación de su hermano Charlie, viendo todos los animales que tenía en el lugar: desde pequeñas ratitas hasta una enorme pitón amarrilla. Ronald solo los observaba, pues a esa edad solía ser muy torpe para las cosas y tenía miedo de dejar escapar alguno por accidente.
—¿Entretenido? —le había dicho Charlie, asustándolo y provocando que casi tirara una jaula junto al escritorio de la cama, donde había estado sentado.
—Lo siento… yo… no quise… —Ronald comenzó a balbucear, poniéndose tan rojo como su cabello —. Lo siento, Charlie, ya me voy —y estaba a punto de salir cuando su hermano lo detuvo y sonrió amablemente.
—¿Quieres ayudarme a alimentarlos?
Y esa simple pregunta hizo que Ron comenzara a sentir cada vez más interés en cuidar a los animales. A partir de aquel día pasaba horas en la habitación de Charlie, a veces ayudándolo a cuidar de ellos, a veces simplemente se sentaba y dejaba que su hermano trabajara en silencio, admirando la capacidad que tenía él para entender a los animales. A partir de ese momento Ron sabía que quería seguir los pasos de Charlie, que quería ser un veterinario como él.
Lo que no sabía el pobre Ronald de doce años es que esa decisión desencadenaría todos los sucesos que marcarían su vida.
El escenario cambió. Tenía dieciocho años y se sentía defraudado por aquel que tanto había admirado. Unos golpes en la puerta de su habitación hicieron que alzara el rostro. No contestó y permaneció echado en su cama.
—Ron, abre por favor.
Charlie insistía y él no respondía. Creía que Charlie lo apoyaría, que estaría de su lado. ¿Cómo no entendía sus sueños, sus aspiraciones, si él mismo las había infundado? ¿No había sido Charlie quien lo animó a aprender a cuidar a los animales, a tratarlos con respeto y dedicación?
Él, su hermano, quien siempre había estado a su lado, ahora lo abandonaba cuando más le necesitaba.
—Ron, vamos, no seas infantil.
Los ojos del pelirrojo se entornaron. ¿Infantil él? ¡Infantil ellos! Enojado, se levantó y abrió la puerta de un tirón.
—¿Qué quieres? —la pregunta había sido escupida con una rabia contenida.
—Vamos, Ron —Charlie suspiró. Una barba incipiente cubría su rostro ahora. Entró a la habitación sin que fuera invitado y miró de frente a su hermano —. Mira, ya sé que estás enojado, pero debes de poner un poco de tu parte, ¿entiendes? Este no es el momento para necedades.
¿Necedades? Él no era el que estaba mal, eran sus padres. Su afán por tener hijos que tuvieran carreras diferentes era lo que estaba arruinando sus sueños. ¿Y la única razón? Simplemente porque era el sueño de ellos. Pero no, no el de Ron; y el que Charlie lo hubiera hecho antes que él no quería decir que Ron no pudiera hacerlo.
—¿Es todo lo que tienes qué decir? —preguntó Ron, conteniendo su frustración, su enojo, su tristeza.
—No, pero no creo que quieras seguir hablando conmigo, así que… —se llevó la mano a la parte trasera de su pantalón y sacó un gran fajo de folletos —. Mamá me pidió que te entregara esto. Son folletos de varias universidades y quizá encuentres algo que te guste.
Ronald no los tomó. Simplemente miró a su hermano sin ninguna emoción y volvió a tirarse sobre la cama, dándole la espalda.
Charlie lo observó, dividido entre darles la razón a sus padres o apoyar a su pequeño hermano. Pero ya había elegido. Resignado, dejó los folletos en la mesita de noche junto a la cama y salió.
Ronald escuchó la puerta cerrarse y se incorporó de un brinco. Miró los folletos y les dio un manotazo, logrando que se desperdigaran por el suelo. Los siguió mirando, lleno de rabia, de impotencia contenida. Durante años y años siempre había estado a la sombra de sus hermanos, siempre tratando de hacer algo diferente a ellos para sobresalir en algo… y cuando por fin había encontrado algo que verdaderamente le gustaba, Charlie ya lo había hecho. Por una vez en su vida quería hacer algo que uno de los suyos ya había hecho… y ellos no lo permitían, no se lo permitirían. Y él no permitiría que arruinaran sus sueños, su futuro.
Se apresuró a ponerle seguro a la puerta de su habitación y rápidamente fue a su armario. Tomó una vieja mochila grande que usaba de maleta y comenzó a guardar lo más necesario: ropa, zapatos, dinero que tenía guardado de sus trabajos a medio tiempo, algunas cosas que tenían mucho valor para él. Terminó de guardar todo, cerrando apresuradamente la mochila, cuando de nuevo golpearon la puerta. Esta vez eran golpes suaves. Tal vez sería su madre, queriendo saber si ya había visto algo o…
—¿Ronald? Soy Ginny, abre, por favor —la voz suplicante de su hermana hizo que Ronald se decidiera a abrirle la puerta. En cuanto lo hizo, ella saltó a sus brazos.
Aturdido y sorprendido por esto, Ronald la abrazó, con algo de torpeza e incomodidad.
—Escuché toda la pelea —musitó cuando por fin se separó de él —. También vi a Charlie entrar aquí y…
—Está tan mal como ellos —cortó Ronald, serio. Ginny asintió y miró la improvisada maleta del chico. Y simplemente lo miró, y asintió.
—¿Vas a estar bien? —preguntó y él quiso decir que no, que no tenía idea de lo que haría después de salir de casa, lo único que tenía claro era que cumpliría sus deseos, su sueño, le costara lo que costara.
—Eso creo —le dio una media sonrisa a su hermana —. No te preocupes, sabes que siempre me las arreglo. En cuanto pueda me pondré en contacto contigo —le dio otro rápido abrazo y pasó a tomar sus cosas y miró una última vez su habitación.
—¿Quieres que te acompañe?
—No es necesario, ya suficiente es que se metan conmigo —ambos suspiraron y se despidieron una vez más. Ginny lo miró retirarse lentamente y luego bajar las escaleras. Corrió a esconderse en su habitación, no queriendo escuchar una discusión más.
Ronald no quiso recordar aquella discusión tan desagradable, ya había pasado por muchas, una más no haría ninguna diferencia. Aquella noche se había ido y aunque tenía miedo, sintió la libertad extenderse por su cuerpo y a pesar de las lágrimas contenidas, su risa resonó en las calles vacías.
Solo tendría que buscar dónde vivir ese mes, después de eso, entraría a la universidad donde ya había sido aceptado (razón por la que sus padres se habían molestado y habían insistido en que cambiara de opinión, que ellos le pagarían todo, solo tendría que obedecerlos, pero estaba claro que él no lo aceptaría) y podría usar los dormitorios del lugar. Tenía dinero como para un par de meses y seguiría trabajando.
Sí, Ronald Weasley lograría sin sueños sin importar qué pasara.
Así que durante ese mes estuvo yendo y viniendo de casas de sus amigos, durmiendo en sofás, en pisos, donde fuera. A Ronald no le importaba, en su mente lo único era seguir y seguir y convertirse en un veterinario y demostrarles a sus padres que él también podía y hasta podía ser mucho mejor que Charlie.
Y todo iba muy bien para él. Por fin había llegado la hora que más esperaba, por fin estaba estudiando lo que quería y le encantaba hacerlo; tenía un trabajo que si bien no era la gran cosa, le permitía pagarse sus estudios, lo que ocupara y se las estaba arreglando muy bien. Tanto sus padres como Charlie lo buscaron, y en vano intentaron convencerlo de seguir el futuro que sus padres querían para él. Él seguía tan firme en sus decisiones que poco a poco, sus padres y Charlie desistieron.
Y entonces en su vida entró ella: Lavander Brown.
Ronald la conocía de vista desde hacía mucho tiempo, sabía quién era más o menos. Sabía que la chica era guapa y muy seguida por varios chicos de todas las edades, que su padre era un empresario multimillonario. No sabía bien que carrera estudiaba la chica pero casi siempre la veía afuera de clases, rodeada de un grupo de amigos.
Ronald aún no llegaba a comprender qué fue lo que le llamó la atención de aquella chica, y más tarde se encontraba observándola todos los días. No sabía en qué momento, mientras él estudiaba para un examen, ella se sentaba junto a él y le hablaba. Bastó poco tiempo para que ella con su sonrisa y su manera tan persuasiva y candente lo enamorara poco a poco, hasta el punto de estar tan ciego y no ver todas esas cosas que Lavander hacía mal. Y así, en unos meses se encontraba viviendo con ella en un apartamento que el padre de Lavander le había comprado, en acuerdo para que ella siguiera estudiando. Y aunque Ronald se sentía incómodo por eso, también agradecía no tener que vivir más en la universidad, a veces había mucho descontrol y eso no era algo bueno para él. Pero si con eso tenía feliz a Lavander, él haría todo por ella.
Muchas cosas pasaron en ese corto (y a la vez eterno) tiempo.
Él siguió con su vida, con su carrera y con Lavander. La chica no hacía las cosas fáciles para él, pero Ronald la amaba. Varias veces, en aquellos momentos donde Lavander tocaba su límite, pensaba en irse y dejarla, y lo hizo por un tiempo. Fue cuando descubrió que Lavander estaba metida en el mundo de las drogas y él, que ya las había experimentado y sabiendo el poder que tenían, no quería saber de eso, así que se alejó de ella. Pero no tardó tanto para regresar a ella. Siempre regresaba a ella. Y Lavander le había prometido que lo dejaría, que volviera con ella. ¿Por qué? No sabía si de verdad lo amaba o simplemente era que tenía miedo de su soledad. Pero Ron creyó en ella, tanto como para aceptar que se casaran y siguió con ella. Incluso sabiendo, que la promesa que ella le había hecho, cada vez iba quedando en el olvido.
Y el Ronald del presente se reía de sí mismo, de haber sido tan tonto como para aceptar todo lo que Lavander le decía y hacía. ¿En qué diablos pensaba cuando firmó aquella acta de matrimonio? No pensaba, no realmente. El miedo de estar sin Lavander era más que su razón común. Su amor tan ciego, enfermizo y dependiente era mucho más fuerte que todo lo demás.
Entonces vino una noticia que cambiaría el rumbo de las cosas. La noticia que más alegría le había dado a Ron en todo lo que llevaba de vida.
—¿Y qué vamos a hacer ahora? —susurró la chica, abrazando sus rodillas.
Él por primera vez parecía ver a Lavander realmente, su aspecto tan desaliñado, sus ojeras marcadas, el enrojecimiento de sus ojos y su cuerpo tan delgado. ¿Cómo no había visto todo eso antes? ¿Cómo esa mujer iba a ser la madre de su primer hijo?
—¿Qué quieres decir con eso? —inquirió, al comprender lo que ella le estaba diciendo. No podía estar pensando en eso.
—Sabes bien que yo no voy a tener un hijo a esta edad —contestó Lavander, con la voz cargada de repugnancia —. Soy demasiado joven para arruinarme la…
—¡Es nuestro hijo! —gritó Ron, demasiado impresionado por las palabras de su novia.
¿Cómo no se había querido dar cuenta antes de todo lo que sucedía? Porque sí, Ronald sabía que Lavander se emborrachaba hasta vomitar todo, sabía lo que había dentro de aquella cajita de metal que escondía en su mochila. Pero Ronald estaba seguro de su amor por ella, y por eso tenía que amarla como ella fuera, con todo y sus defectos y sus problemas. Solo por amor.
Ahora comprendía cuán mal había hecho al no detener todo aquello, no ponerle un alto a todo lo que sucedía alrededor. "Será cosa de una vez", se decía siempre, después de todo, él también lo había hecho en algunas ocasiones, pero ya hacía muchos meses, cuando estuvo a punto de dejar el semestre y su sueño se vería truncado por eso. Así que Ronald volvió a enfocarse en su carrera y como si nunca hubiesen existido en su vida, dejó el alcohol y las drogas. Pero Lavander no, Lavander cada vez se iba hundiendo más y más en ese mundo. Y no, no era su culpa, pero sí que había sido egoísta; un egoísta que solo pensaba en seguir con su carrera y un ciego que aceptaba todo solo porque ella siguiera a su lado. No era su culpa, pero aun así él se sentía culpable.
—No hay ningún hijo, Ronald —replicó Lavander, con fastidio. Buscó su mochila y sacó un cigarrillo que Ronald se apresuró a arrancarle.
—¡Deja eso! Le hace daño al bebé —lanzó el cigarro al suelo con una mueca de asco.
—¡No hay ningún bebé! —gritó a su vez, ella, mirándolo con enojo —Esto no va a crecer. Haré que se deshagan de él.
—No, no vas a hacerlo. Esto es decisión de los dos y yo digo que vamos a tenerlo.
—¡No! —Lavander se levantó y comenzó a gritarle —¿Para qué? ¡No tienes nada qué ofrecerle! ¿Crees que vas a poder con un bebé, tu carrera y todo lo demás? ¡No seas tonto, esto solo nos arruinará la vida, entiende!
Ronald la escuchó, conteniendo su furia. Tal vez no era el mejor momento, no tenía ni dónde caerse muerto, es verdad, pero por nada del mundo él podría deshacerse de ese niño que llevaba su sangre. Después de cómo sus padres le habían dado la espalda a él, Ronald no tenía el mismo derecho a hacer algo como eso. No podría vivir con eso en su consciencia.
—Está bien si tú no lo quieres, pero yo sí —él también se sorprendió del tonto tan determinante y tranquilo en su voz. Lavander lo miró con la boca abierta y se sentó en la cama —. Si después de que nazca quieres largarte y olvidarte de él, está bien, yo no te detendré, pero quiero a mi hijo. Vivo y sano.
Ante lo último, Lavander alzó la mirada con evidente preocupación y miedo en su mirada. El bebé significaba que ella ya no podía seguir envenenando su cuerpo, porque si no, también envenenaría al niño. Un hijo que no deseaba, que no estaba en sus planes.
—Tú no puedes obligarme a tenerlo —balbuceó, intentando aferrarse a algo.
—Y tú no puedes tomar la decisión sin más —replicó Ronald, decidido.
Así que hizo lo último que pensó que haría. Tomó su celular y comenzó a buscar aquel contacto al que jamás pensó recurrir.
—¿Con quién hablas? —preguntó Lavander, en voz baja.
Ronald solo la observó y esperó pacientemente a que la secretaría del señor Brown le respondiera. Tal vez él solo no podría hacer nada, pero con la ayuda adecuada…
Ahora él pensaba mucho en eso. Tal vez las cosas hubieran sido muy diferentes si Lavander no hubiera tenido al niño, pero Ronald no se lamentaba por eso. Lamentaba la situación en la que sucedió aquello. El señor Brown, al saber la noticia, no pudo más que estar feliz. Hacía ya mucho tiempo que sabía que su hija estaba muy mal pero no sabía cómo acercarse a ella y la idea de tener un nieto, alguien que se hiciera cargo de sus negocios cuando creciera y él envejeciera más, era lo más grande que le había pasado.
Lavander fue puesta en vigilancia las veinticuatro horas del día bajo personal altamente calificado y entrenado que el padre de la chica había contratado (pues a pesar de todo, no había tenido el corazón de encerrarla en una clínica de rehabilitación). Durante el primer par de meses del embarazo no quiso ver a Ronald, que no podía imaginarse la agonía de la chica al verse privada de sus adicciones. Le dolía, le dolía ver sufrir a la mujer que amaba, pero también le hubiera dolido no ver a ese niño suyo, producto de los dos. Así como Lavander no quería tener a ese hijo, él sí. Y en su ilusión por tener una familia con ella, creyó que tal vez, con el tiempo, Lavander se hiciera a la idea y quisiera a ese hijo tanto como él.
Pero la vida tenía preparadas otras cosas para él, como siempre; y una de ellas llegó poco tiempo después. Recuerda que ese día, tan cansado por los exámenes que enfrentaría, había pedido descanso en el trabajo (por mucho que el padre de Lavander se hiciera cargo de casi todos los gastos, él seguía trabajando para sí mismo, para su hijo y para Lavander). Y fue cuando las cosas cambiaron. Al entrar al departamento, lo primero que vio fue a su hermano, a Charlie, sujetando los brazos de su esposa. Ambos voltearon, asombrados por la repentina aparición del pelirrojo. ¿Quién estaba más sorprendido de aquello? Quizá los tres por igual.
—¿Qué haces aquí? —había dicho Ronald, dejando caer sus cosas y caminando hacia ellos.
Charlie miró a la mujer, que se apresuró a soltarse y separarse de él. Así que Charlie volvió a mirar a su hermano.
—Yo… vine a buscarte… porque… —balbuceaba, intentando encontrar una excusa que nunca encontró.
—¿No te quedó claro que no quiero saber nada ya de ustedes? —cortó Ron, comenzando a enojarse — ¿Y por qué la sujetabas a ella? —inquirió, señalando a Lavander, que al fin parecía algo preocupada.
—Quería que le dijera donde estabas y me negué —contestó la mujer, sonando tan firme que hasta Charlie se sorprendió de la facilidad para mentir que tenía. Y Ron, queriendo evitar hacer algo más, simplemente empujó a Charlie con el hombro al pasar y abrazó a su esposa.
—Será mejor que te vayas —dijo entre dientes, conteniéndose. Charlie lo hizo sin dirigir ni una palabra y se marchó.
Nunca por su mente pasó que Lavander pudiera engañarlo con su hermano. Examinándolo ahora, tal vez fue en ese momento que el amor hacia Lavander comenzó a deteriorarse hasta el día en el que Charlie volvió a aparecer. Estaba dormido, recién había salido de un turno extra y estaba agotado. Entonces las voces altas llegaron a él desde la sala.
—¡No me importa! Solo dime y dile la verdad a él.
Ron se levantó, confuso. Esa voz le sonaba de algo, aunque no podía ubicarla. Los susurros apremiantes de Lavander sí que los reconoció.
—¡Estás jugando con los dos! —volvió a gritar la primera voz. Mientras se acercaba a la sala, Ron supo que era de un hombre y cuando él siguió gritando, lo identificó —¡Estás completamente loca! ¡Estoy harto! ¡Necesito que me digas si…!
—¡Cállate! —el chillido descontrolado de Lavander resonó por todo el lugar y Ronald aprovechó ese momento para hacerles frente. Toda la situación era demasiado extraña para él, pero no era tonto. Esas palabras y la actitud de Charlie y Lavander… sintió que su visión se tornaba borrosa.
—Ronald —la manera en la que su hermano pronunció su nombre hizo que le hirviera la sangre. Era como si quisiera disculparse, hacerlo entender y explicarle con tan solo decir su nombre.
—Ron, qué… qué bueno que estás aquí… dile… dile que se vaya.
Lavander temblaba de pies a cabeza y le costaba pronunciar palabras. Por primera vez desde que la conocía se veía realmente asustada. Él la miró, sin reconocerla por un momento y luego miró a su hermano.
—No, no me iré. No me iré hasta que se sepa la verdad —había dicho Charlie, lleno de un valor que parecía evaporarse ante la mirada de su hermano menor —. Ron, debes saber que Lavander y yo…
—¡No es cierto! —se apresuró a gritar la chica, saliendo de su ensimismamiento —No es cierto, Ronnie, sabes que…
—¡Deja de fingir! —gritó a su vez Charlie. Ron solo los observaba, porque aunque sabía lo que estaba pasando, su cerebro no llegaba a asimilar la noticia. Los escuchó gritarse mutuamente sin entender casi nada de lo que decían, hasta que las últimas palabras de Charlie penetraron tan dentro de él —¡…puede ser mío!
Fue lo que hizo que Ronald se abalanzara sobre él, golpeándolo sin parar. Una y otra vez.
Su hermano. Charlie, quien le había enseñado la vocación de su vida. Quien le había dado la espalda. Quien lo había abandonado a su suerte. Quien se había metido con su esposa. Y quien quería quitarle la máxima felicidad de su vida. No, no lo iba a permitir así como nunca permitió que decidieran sobre su vida.
—¡Es mío y solo mío! —gritaba, mientras lo golpeaba sin piedad —¡Es mi hijo, imbécil, y no tienes nada que hacer aquí! —finalmente se apartó de él, sacudiendo el puño ensangrentado —Vete y no vuelvas nunca.
Y Ronald se echó al sillón y cerró los ojos, mientras el dolor lo invadía. Escuchaba a Charlie luchando por ponerse en pie, a Lavander sollozando. Recuerda los intentos de Lavander por explicarse, sin llegar a pronunciar ni una frase completa. Recuerda que la silenció. No le interesaba oír nada de ella. Solo le importaba su hijo, solamente eso. No tenía dudas, ese niño era suyo y ya lo amaba con todas las fuerzas de sí mismo.
Recuerda la relación tan seca que tuvieron en los siguientes meses. Poco a poco Lavander parecía recuperarse y él iba dejando de lado lo que había pasado con su hermano. No, no lo había olvidado, pero su prioridad era que su hijo estuviera bien y eso conllevaba a que Lavander estuviera bien. Ronald nunca sabría si fue verdad o pura falsedad de la mujer, pero durante el último par de meses del embarazo, se veía mucho mejor. Parecía feliz y recuperada y Ronald quiso creer ciegamente en eso; la rehabilitación de Lavander parecía ya ser un hecho y ya no era necesario que la vigilaran por tanto tiempo. Ya todo parecía estar bien. ¿Qué más daba lo que había pasado si su hijo estaba a punto de nacer, si ella estaba feliz y él, a su manera, también lo estaba? Los tres como una pequeña familia. El niño nació y ese fue el mejor día de Ron. Bastó una mirada a esos ojos idénticos a los suyos para que su corazón gritara con fuerza por el amor que sentía por su hijo. En ese momento la sombra de lo sucedido con Charlie se borró de su mente, porque nada podía empañar su momento de felicidad. Nada.
Y durante casi un año, Ronald disfrutó de esa fantasía. Si bien era él quien se hacía cargo del niño y lo procuraba, Lavander también lo intentaba, aunque con cada mes, sus esfuerzos se iban perdiendo.
¿Cuándo fue que Lavander volvió a caer en los vicios? No lo supo, pero tampoco era algo difícil de imaginar y él, nuevamente cegado por su fantasía, no se dio cuenta hasta después, ¿cómo lo hizo? Bueno, fue algo muy difícil.
Las peleas cada vez fueron aumentando más. Lavander ya se desentendía completamente del niño y eso era algo que Ronald no soportaba. Y poco a poco las evidencias de su recaída se hicieron más fuertes hasta que simplemente un día la encontró inconsciente mientras el bebé lloraba porque no había comido en todo el día y su pañal estaba todo sucio. Ronald tomó a su pequeño en brazos y luego llamó a una ambulancia.
Y ahora sí el señor Brown no tuvo más remedio que internar a su hija en un centro de rehabilitación.
Ronald se sorprendió muchísimo cuando se dio cuenta de que ya no le importaba Lavander como antes. Esos siete meses que estuvo recluida fueron siete meses de paz para él, que solo se dedicó a velar por su niño que cada vez iba creciendo más y por terminar pronto su carrera, ya casi estaba a punto de lograrlo.
Y entonces Lavander volvió y solo volvió para terminar de arruinar su vida. Fue tan solo un mes después de su regreso que sucedió aquello. Eso que aún a veces soñaba por las noches, que lo torturaba en sueños.
Ron, harto de lo que representaba Lavander en su vida, le había pedido el divorcio a la semana de que ella regresó. Primero, Lavander le pidió una oportunidad más, una que él le negó. Después se rehusó completamente, alegando que si se divorciaban, ella se encargaría de que no viera a su hijo nunca más. Y vaya que se encargó. No sabía que había desencadenado que Lavander se pusiera tan mal como esa noche.
Ron salía de la universidad, luego de quedarse hasta bastante tarde. Su teléfono había sonado varias veces hasta que él contestó. Era ella. Parecía una loca; estaba loca; y Ronald no entendía mucho de lo que aquella mujer le decía. El miedo nació dentro de él al escuchar el llanto desenfrenado de su hijo.
—¿Qué estás haciendo? —recuerda que le había preguntado, con la voz temblorosa.
Lavander no respondió, tan solo se escuchó el sonido del motor de un auto rugiendo.
—¡¿Qué haces?! —gritó esta vez, sintiendo una extraña sensación dentro de él: una mezcla de ansiedad, de miedo, de desesperación.
La mujer volvía a gritar cosas sin sentido que se mezclaban con el llanto de su hijo.
—¡… y no lo volverás a ver! —fue lo único que pudo captar Ron antes de que la comunicación se cortara.
Con el corazón en un puño, Ronald corrió, frenético, hacia el pequeño departamento. Desesperado, impotente y enojado buscó un taxi que lo llevara tan rápido como fuera posible. Pero a tan solo dos cuadras de su destino, el camino ya estaba cerrado. Mientras se bajaba del taxi, Ron sintió que el tiempo se congelaba y sus pasos se hacían cada vez más pesados y lentos. La multitud reunida, la ambulancia y los policías que evitaban que la gente se acercara más, acordonando la zona. Ronald empujó a las personas, sin percatarse de las miradas ni gestos molestos por haber sido golpeados. Porque lo único que sentía en ese momento era un vacío enorme, un vacío que le oprimía el pecho y dolía de una forma que nunca pensó sentir.
—No puede pasar —un oficial le había dicho.
Recuerda haberlo mirado y no captar sus palabras. Lo vio mover la boca varias veces, pero ni una vez escuchó ni captó nada. Ronald solo supo que necesitaba acercarse más para terminar con la pesadilla. Eso no había pasado, no estaba sucediendo. El auto de Lavander estaba volcado y medio destrozado y a su lado, una pequeña camioneta tenía toda la parte delantera hecha pedazos. Y entonces vio el cuerpo de Lavander, cubierto de sangre. El corazón se le oprimió aún más.
—La-Lavander —tartamudeó y el oficial lo miró, consternado. Ronald aprovechó y empujando al oficial, cruzó la barrera. Corrió hasta ella y antes de llegar, dos oficiales lo detuvieron —Es mi esposa —susurró, sin resistirse, no logrando apartar la mirada de ella.
—Tiene que retirarse, joven —le dijo uno de los oficiales —. Podrá ir con su esposa en la ambulancia, pero…
—¿Mi hijo? —cortó Ron, soltándose de ellos —Estaba con ella en el auto y… —calló al ver la mirada que ambos hombres le dieron. Ronald sintió que el aire se escapaba de sus pulmones.
Lentamente dio media vuelta y ahí, a dos metros del auto, una sábana azul tapaba algo en el suelo.
No. Se negaba a creerlo. No podía ser él, claro que no.
—Señor…
Las palabras no llegaban a él. Se movió sin pensar hacia el lugar y las piernas le fallaron a unos cuantos pasos. Ya no podía ver, pues las lágrimas empañaban su mirada. Llegó hasta él, de rodillas. Su cuerpo temblaba mientras con una mano temblorosa levantaba la sábana. Necesitaba verlo, ver su carita. Necesitaba que sus ojos lo buscaran y que le sonriera y que le hablara.
Pero no, su rostro pálido, casi morado, lleno de pequeños rasguños y su nuca empapada de sangre. Eso era lo que Ronald veía y vería siempre que recordara ese momento. Gran parte de él murió también en ese instante. Lo único bueno de su vida se había esfumado tan rápidamente y tan deprisa. ¿Por qué él? ¿Por qué tenía que llevárselo Dios, quien fuera que estuviera allá arriba, por qué?
Ni siquiera fue consciente de haber gritado, hasta que sintió la garganta arderle.
—Ron, vamos… Ronald, por favor… Ron, ya déjalo… Ron… Ron, vamos.
Alguien le hablaba. Una voz conocida de mujer le hablaba muy cerca. Sintió una mano en su hombro.
—Señor Weasley, no hay nada qué hacer por él… Le rogamos que… que suelte el cuerpo, por favor.
Lo tenía en sus brazos, lo acunaba y miraba su rostro sin vida. No dejaba de repetirse, no dejaba de llorar ni de sentir que estaba muerto también.
—Ronald.
Ginny apareció en su campo de visión. Ginny quien siempre lo había apoyado a pesar de todas sus diferencias. Quien desde las sombras lo ayudaba poco a poco y aunque nunca había aprobado su relación con Lavander, había estado ahí, a su lado en todo momento. Y ahora aparecía cuando él más lo necesitaba, tomaba su rostro y le hablaba, y poco a poco Ronald iba captando las palabras.
—Tienes… tienes que soltarlo, Ron —ella también lloraba y hablaba trabadamente, cada palabra le costaba.
Ron miró a su pequeño nuevamente. Lo miró durante un largo rato, hasta que sintió que alguien se lo quitaba con cuidado. Ginny lo sostenía a él, lo ayudaba a incorporarse. Y él estaba ahí, con los brazos inertes a sus costados. Vacíos. Todo en él estaba vacío. ¿Por qué él seguía vivo y su hijo no?
Y el Ronald que ahora estaba en su cama también lloraba, lloraba por lo que no había llorado luego del accidente. No lloró cuando lo sepultaron, y era porque no estaba listo para decirle adiós. El trauma de saber que su hijo había muerto había pasado, pero él no podía despedirse, no aún. No sabía si ahora lo estaba, pero por primera vez en diez años lloraba por él, sintiendo que su dolor se drenaba en cada lágrima que derramaba, sintiendo una sensación de alivio que nunca había experimentado.
Desde ahí había cambiado todo. El padre de Lavander, al saber la noticia, quedó igual de destrozado. Aunque Ronald sospechaba que la muerte de su nieto era lo que más le afectaba. Él se hizo cargo de todo, de que la noticia no llegara a los medios, pues suficiente era como para soportar verlo en todas partes. Arregló el funeral, el entierro y al despedirse de Ronald, le entregó un sobre sin decir nada más y se marchó para siempre.
Aquel sobre contenía tres cosas: una carta, un cheque y un documento. Ronald recordaba bien el contenido de aquella carta:
"Ron, sé que nada ni nadie podrá reparar todo el daño que mi hija te ha causado y por eso espero que no me tomes a mal el que te haya entregado este cheque. Recuerdo que una vez me dijiste que siempre te hubiera gustado irte de la ciudad, así que espero esto te ayude a lograr ese sueño. Después de todo, no creo que quieras seguir aquí. A decir verdad, yo tampoco estoy seguro de quedarme.
También te hago entrega de la constancia de divorcio. Logré que mi hija la firmara antes… antes de todo esto. Tómalo como un favor de mi parte hacia ti. Ahora eres libre de seguir tu camino.
Te agradezco infinitamente todo lo que hiciste por mi hija y por ese pequeño que nos regaló mucho mientras estuvo con nosotros. Diste más de lo que mi hija se merecía y siempre te voy a apreciar por eso.
Espero que la vida te llene de buenas cosas, que te lo mereces.
Buena suerte, Ronald Weasley.
Firmado: Dave Brown".
Pero a Ronald nada le importaba ya. Dejó de ir a la universidad, dejó de trabajar, dejó de vivir. Y Ginny siempre estuvo con él, sin saber a veces qué hacer pero nunca lo dejaba solo, siempre que la necesitaba, ahí estaba ella. Ella y Harry habían sido su apoyo en todo ese tiempo de oscuridad que él vivió. Incluso George, que nunca supo lo que pasó, lo apoyó en lo que pudo. No fue hasta un año después de aquello, que Ronald comenzó a recuperarse un poco. Volvió a la universidad y se graduó, no con honores ni con méritos, pero lo hizo. Cumplió uno de sus objetivos y uno de sus sueños. Dejó de verse como un muerto viviente y si bien no era feliz, por lo menos estaba vivo. Y era lo que lo mantenía en pie: pensar que él estaba vivo y que si su hijo lo estuviera, no estuviera orgulloso de la manera en la que su padre vivía. No podía seguir así, desperdiciando lo que él tenía y su bebé no.
Y unos meses después, Ronald tomó la decisión. Sabía que su padre le había pasado una vieja propiedad a un pariente suyo, a cambio de la casa que ahora ellos tenían en la ciudad de Londres. No le costó mucho contactarlo, pues el viejo tío-abuelo la estaba vendiendo desde hacía mucho tiempo. La compró por casi nada y así, se mudó a Ottery St. Catchpole.
Al principio solo se dedicó a restaurar el lugar, que estaba muy deteriorado. Era una casa muy enorme para él solo. Y poco a poco fue investigando cosas de los alrededores. La propiedad contaba con un lago enorme, que era ideal para muchas actividades. Hectáreas enormes de campos y muchas pequeñas construcciones aparte de la gran casa. Y al enterarse de que siempre llegaban muchos vacacionistas y era raro que encontraran lugar para quedarse, Ronald quiso reabrir el negocio que antes había en el lugar. Paso a paso y con el tiempo, convirtió a La Madriguera en lo que ahora era.
La llegada de Ginny y Harry al pueblo le hizo tanto bien y Ronald sintió en ese momento que la vida le sonreía un poco. Sí, había perdido muchas cosas, cosas irreparables, pero ahora, por el momento, sentía que estaba bien.
Ronald Weasley se incorporó en su cama, limpiándose el rostro, mojado por tantas lágrimas. Había sido duro recordar todas aquellas cosas, pero sentía que había hecho las paces con su pasado. No, no lo había superado del todo, pero por fin podía pensar en todo aquello sin sentir que se ahogaba. Quizá eso le serviría de algo, quizá eso le ayudara a enfrentarse a lo que ahora había en su presente.
Sintiéndose agotado, tanto mental como físicamente, Ronald Weasley se acostó en su cama y se durmió, sin soñar nada. Sin gritos, sin llantos, sin dolor, sin sufrimientos, sin peleas, sin risas malvadas, sin nada de lo que había antes.
A la mañana siguiente, se levantó sintiendo un ligero dolor de cabeza. Se bañó y vistió; desayuno y tras darle indicaciones a Colin sobre las actividades del día, subió a su camioneta y condujo hasta casa de los Potter.
No sabía bien lo que le diría a Charlie, ni siquiera estaba completamente seguro, pero toda su vida había sido así. Había sido lanzado a muchas pruebas sin estar listo, y bueno, seguía vivo, dañado y con cicatrices, pero entero. Así que enfrentarse a sus problemas ahora debería ser más fácil, en teoría.
Pasó el pequeño portón y llamó a la puerta. En lugar de su hermana o Harry, lo recibió un hombre desconocido. Era un poco más bajo que él, de ojos verdes tan claros que casi parecían azules, cabello oscuro y un amable sonrisa.
—Buenos días —saludó el hombre, sin sentirse intimidado por el porte y la inspección de Ron.
Así que él era Henry, el amigo de Hermione.
—Buenos días. Soy Ronald Weasley y vine a ver a mi hermano, Charlie. ¿Usted es quien lo cuida, no?
—Ah, mucho gusto, entonces —le tendió la mano y Ron la aceptó, algo reticente. Ese hombre parecía ser la felicidad misma en persona —. Sí, efectivamente soy yo: Henry Beckett. Charlie se estaba bañando en este momento.
Ronald lo siguió al interior de la casa y asintió, mientras escuchaba al hombre. Se sentó en el sillón y Henry se sentó frente a él. Ambos se miraron fijamente, al parecer midiéndose. Henry no había logrado sacarle gran cosa a Hermione sobre su relación con él, pero no tardaría en averiguarlo. Quería a Hermione como una hermana pequeña y sabía que después de lo de Krum, no quería volver a pasar por lo mismo. No sabía qué tipo de hombre sería Ronald Weasley pero lo que veía a simple vista le gustaba.
Ron, por su parte, veía al hombre preguntándose cómo era posible que alguien pudiera verse así de tranquilo y feliz, como si no tuviera preocupaciones en la vida. También le costaba le hecho de que el hombre fuera gay, pero no le incomodaba. No parecía un mal tipo y se veía muy profesional. Simplemente no lograba entender ciertas cosas y prefería no pensar en ellas.
—¿Le apetecería algo de tomar o…?
—No, no, estoy bien —cortó Ron, amablemente —. Realmente solo quiero hablar con mi hermano.
—Está bien. Iré a ver si está listo.
Henry se levantó y Ronald lo siguió con la mirada hasta que desapareció por las escaleras. Si no supiera que el hombre tenía otras preferencias, podría sentirse realmente… realmente…
Le costaba decir la siguiente palabra, pero era así como se sintió cuando escuchó que Hermione iba con otro hombre: se había sentido celoso.
Así que, sí, podría sentirse realmente celoso de ese hombre. Él no sabía nada de eso, pero no podía negar que Henry era bien parecido, y parecía que sabía ganarse a las personas. Pues aunque él seguía reticente con él, no le caía mal. Escuchó pasos de nuevo y Henry bajó las escaleras.
—Charlie está listo —dijo, sonriendo y Ronald asintió. Le agradeció y procedió a subir las escaleras.
Charlie estaba en el cuarto de invitados de la casa de los Potter. Era muy pequeña pero agradable y Charlie parecía muy a gusto. Ronald lo vio mucho mejor de lo que lo había visto días atrás y sintió un poco de alivio al ver que su hermano mejoraba, a pesar del destino que pronto se cumpliría.
—Ronald, no te esperaba —dijo Charlie, a modo de saludo, pero sin atreverse a sonreír. No lo esperaba tan pronto, siendo sincero consigo mismo.
—Yo tampoco—coincidió Ronald, tomando asiento en una silla junto a la cama de Charlie. El hombre mayor asintió y esperó a que su hermano hablara. Ronald miró sus manos unidas, mientras hablaba —. Ayer estuve pensando en todo lo que hemos pasado tú y yo. No te lo agradezco para nada —soltó una risa algo irónica que Charlie no entendió —. Pero ahora creo que tampoco puedo reprocharte nada.
—Ron, si haces esto por mi enfermedad, no…
—No lo hago por eso —cortó Ron, frunciendo el ceño —. Creo que han pasado muchos años y no quiero que las cosas terminen así. No quiero decir que te haya perdonado todo, porque quizá nunca lo vaya a hacer, no lo sé. A lo mejor algún día voy a poder mirar atrás sin sentirme mal por todo lo que haya pasado con nosotros dos. Pero justo ahora, puedo venir y hablar contigo si eso quieres.
Charlie lo escuchó atentamente, asintiendo a cada una de sus palabras. Ronald no tenía idea de la tranquilidad y alivio que sentía Charlie en su interior. Había hecho muchas cosas como para que su hermano no quisiera ni estar en el mismo lugar que él y sin embargo, ahí estaba, tranquilo, hablando con él.
—Gracias —dijo en susurro, que Ron oyó y le devolvió con un gesto de la cabeza —. Yo sé que nunca podré reparar nada de lo que hice y que decirte que me arrepiento no sirve de nada. Pero sí quiero que sepas que no he dejado de lamentarme cada día, Ronald. Y es algo que siempre me va a perseguir. Yo… realmente lo siento. Siento haberte dado la espalda cuando me necesitabas, siento romperte tus sueños y siento haber… siento haberte quitado lo que más querías en este mundo.
Ronald escuchó aquellas palabras de su hermano, sintiéndolas completamente sinceras. Se sorprendió de no sentir ganas de llorar por aquello. Ayer quizá sí que había sanado un poco. Pues los recuerdos de Lavander parecían más difusos y ahora solo venían a él los recuerdos de su hijo sonriendo, riendo. Los momentos buenos y felices que pasaron juntos eso era lo que Ron quería recordar de él.
—El pasado no se pude cambiar. Ahora estamos aquí y creo que es algo bueno, al final de todo esto, ¿no crees? —tragó saliva, y Charlie lo miró, con los ojos brillantes y asintió.
Se quedaron callados por un largo momento, asimilando los dos el momento y las palabras que se habían dicho. Querer borrar lo que había pasado no era la solución ni cambiaba nada. Pero llegar a aceptar las cosas tal como pasaron y poder llegar a superarlas, eso sí lograría un cambio. Simplemente ya era hora de dejarlas ir y Ron se sentía listo para eso. Por lo menos, para esa parte de su vida. Aún quedaban cosas que todavía no resolvía.
—Tienes razón —murmuró Charlie, luego de aquel silencio. Abrió y cerró la boca un par de veces y luego la cerró. Tomó aire y finalmente habló —. ¿Alguna vez… la viste después de lo que pasó? A Lavander.
Ronald lo miró sorprendido. No se esperaba esa pregunta.
—No. Después del accidente Lavander desapareció de mi vida —miró un punto en el suelo. Durante los primeros meses se lo había preguntado, pero nunca tuvo el valor ni las ganas para averiguar qué había sido de ella.
—Yo sí —la mano del pelirrojo tembló y volvió a tragar saliva. Sus miradas azules se cruzaron en una muda pregunta y respuesta: ¿Quieres saber? Sí. —. Digamos que la muerte fue un regalo para ella… Solo aguantó tres meses después del accidente.
Ronald no supo describir lo que sintió en ese momento. Saber que la mujer que había provocado todo eso se había ido tan solo un poco tiempo después. No sentía ni alivio, ni felicidad, ni dolor. Era una sensación rara, como cuando todo se mezcla. No sientes nada bueno ni nada malo.
—Tuvo suerte, entonces —musitó Ron, después de una larga pausa. Había otra pregunta que quería hacerle a Charlie y antes de pensarlo, ya la había soltado —. ¿La amabas?
Su hermano lo escuchó y pareció meditar la respuesta.
—No, no realmente. Creo que fue una gran, gran obsesión para mí. De esas que puedes confundir fácilmente con el amor, pero no. Ahora sé que no —remarcó y Ron asintió.
Ron sí había amado a Lavander. Tanto como uno puede amar a su primer amor, a la primera ilusión, a la primera persona especial en su vida. La amó como un loco, como un tonto y también como un niño. No había sido un amor sano el que habían tenido: fue dependiente, tóxico y malo. Pero no podía culparse; muchas veces nos aferramos a aquello que nos hace daño, en nuestra inconsciencia e independencia. Era algo que él, Ron, había aprendido de una muy mala manera, con consecuencias nefastas para su vida.
No sabía si también su amor le había hecho daño a Lavander. A veces también la manera de amar de las personas podía lastimar, no solo el amor en sí.
—Gracias en verdad, Ronald —la voz de Charlie lo sacó de sus pensamientos.
—De nada —respondió Ron y fue capaz de brindarle una sonrisa autentica a su hermano mayor, que después de un segundo de duda, también la correspondió.
Fue algo extraño el volver a hablar con él como en los viejísimos tiempos, pero Ronald lo encontró satisfactorio. Charlaron sobre sus vidas, sin tocar el pasado. De cómo Charlie se había aventurado en la biología después de muchos años de ser veterinario. De cómo Ron había hecho su negocio en La Madriguera y cómo lo llevaba. Hasta que Charlie se sintió cansado y Ron se marchó de casa de los Potter con un peso menos en los hombros.
Las últimas horas habían sido un revuelo de sentimientos dentro de él y no creía terminar aún.
Tenía varios asuntos pendientes y dos de ellos podría resolverlos en ese día. Aunque no sabía a quién enfrentarse primero: si a su temible hermana Ginny o a la más temible doctora Granger (y no porque tuviera el mismo carácter, no). Pero era más fácil enfrentar a una Ginny enojada que a una Hermione confundida y que lo confundía.
Y el fin. ¡Hola! No, no dejé el fanfic, solo me tardé otra vez (que eso ya no es novedad). Pero aquí estoy y espero hayan disfrutado este capítulo tanto como yo disfruté escribirlo. Ya he llegado por fin a esta parte de la historia y podríamos decir que es un capítulo de transición. ¿Que si con esto nuestro pelirrojo favorito deja atrás sus miedos y va corriendo a brazos de Hermione? Eh, no, no va a ser tan fácil pero no será tan complicado. No quiero adelantarme más.
Quiero agradecerte infinitamente a ti, que estás leyendo esto, por seguir aquí. Por seguir esperando cada capítulo de esta historia. Gracias por leer, por si dejas un comentario, por agregar a favoritos y estar al pendiente a través de Facebook. ¡Muchas gracias!
Si hay alguien nueva o nuevo en la historia, bienvenida, bienvenido. Gracias por estar aquí.
Perdón si hay alguna falta ortográfica (casi no me gusta editar).
Creo que es todo. Espero volver con otro capítulo más, ¿cuándo? No sé, pero volveré, eso seguro.
¡Un abrazo muy fuerte!
LunitaEmo-Granger.
