Ay dios! Cada vez es mas difícil ponernos al corriente, entre Legado y Musical hemos puesto orden a nuestras ideas y pensamientos para trabajar por partes, los fragmentos van y vienen, pero también tenemos muchas cosas que hacer y, todo se nos ha ido complicando de una u otra forma.

Scar y July, en serio que sigo diciendo que esto es una locura, no quiero volver a soñar.

Seguimos con introducciones de personajes, tanto principales como secundarios.


Caminaba por la calle, no tenía un rumbo fijo, merodeando los callejones, andando por las calles apenas iluminadas, buscando a una presa fácil. ¿Cuántas veces le habían dicho que no saliera de cacería? Mil y un veces, y seguía haciendo lo mismo.

Una sombra a lo lejos, sobre los tejados, imperceptible y sigilosa le seguía, quería aparentar que aquella mujer de belleza sumamente intencionada iba sola, pero ella sabía que, de antemano, no lo estaba.

La tela organza que cubría sus brazos no era suficiente para menguar el frío, no en una persona normal, el vestido con soles y lunas que cubría el resto de su cuerpo era un simple adorno para llamarlos, el cinto marcaba su diminuta cintura mientras que, las botas de baqueta resonaban a cada paso, haciendo eco de vez en vez entre los muros que le rodeaban.

La pulsera en su muñeca tintineaba a cada paso, así como el collar en su cuello, mientras sus manos libres rozaban el viento al pasar.

Y escucho unos pasos detrás de ella, sonriendo de forma sumamente atrayente mientras giraba levemente el rostro para que su víctima creyera que esperaba gustosa su llegada. Sus colmillos relucieron bajo la luz de la luna, saboreándose los labios, llamando sin miramientos a su víctima mientras se dirigía al callejón más cercano, uno oscuro y desolado.

Espero.

Y el hombre entró, mirándola de frente, acercándose a ella con la satisfacción de que nuevamente tendría placer a costa de una vida inocente, pero su soberbia se desvaneció al ver el rojo sangre en aquella extravagante mujer, paralizándolo, haciéndolo temblar mientras se acercaba a el de de forma seductora, paso a paso, relamiéndose los labios, viendo perlarse su rostro.

¡Satisfacción!

-Siente el miedo…- Susurró una vez estuvo cerca de él, alzando su mano derecha y delineando el contorno del rostro del hombre, quien únicamente podía mover los ojos, mirando sus colmillos bajo el labial carmín y negro -El mismo que sienten tus víctimas…

Trato de mover un dedo, pero nada se movía, sus piernas no reaccionaban y su cuerpo estaba estático, parecía clavado en el piso mientras la chica daba vueltas y vueltas alrededor de él. Sentía sus uñas, algunas veces rasguñándole la piel desnuda de los brazos que, al menos descuido de poder moverse, ella volvía a mirarle a los ojos, reteniéndolo una vez más.

- ¿Cuántas más querías agregar a tu lista? – Sus palabras eran como un ronroneo, seductoras, elegantes - ¿Cinco? ¿Ocho? ¿Veinte?

Y lo soltó unos segundos, única y exclusivamente para derribarlo, para volver a paralizarlo, para montarse en él y tomarle la cara entre sus manos, mirándolo fijamente, oliendo su miedo, regodeándose de aquello mientras el hombre temblaba.

Pero no, esa noche, probablemente sus fechorías terminaban, porque la elegante mujer se agacho hacía, simulo darle un beso bajo la parpadeante luz de la farola, que parecía mostrar aquel sutil movimiento en cámara lenta, donde pasaba de su boca a su cuello, clavando lentamente sus colmillos, sintiendo la piel perforarse, crujir bajo su mordida.

El grito ahogado, el gemir del hombre, la lucha interna por querer huir, mientras que ella, aferrada a sus hombros, se deleitaba con su sangre.

Extrajo hasta la última gota, dejando el cuerpo pálido, inerte, sin rastro de vida. Solamente lo tomó, recargándole en la pared mientras la sombra que parecía seguirle se postraba a unos metros de ella, quien no tardara en inclinarse ante ella en una clara muestra de respeto.

-Su alteza- Un tono de reclamo, solemne y respetuoso hacia con la mujer, quien portaba una expresión altiva, orgullosa -Le advertí que no debía entusiasmarse tanto esta noche…

-Nadie echara de menos a esta escoria- Justifico petulante, dándose la media vuelta y pasando de largo ante aquel hombre que seguía inclinado -Encárgate del resto, Tsukishima

Una orden clara y precisa, la última para poder desaparecer entre las sombras, bajo la oscuridad de la noche.

Atravesó el espejo, creyéndose a salvo de ojos ajenos, sin embargo, solo alcanzó a sobresaltarse al ver al excéntrico vampiro que tenía por "acompañante".

-Tardaste doce minutos más- Dijo el chico mientras se cruzaba de brazos, haciendo una mueca - ¿Qué tienes que decir en tu defensa?

-Que hay un violador menos en la ciudad- Yumichika rodó los ojos, soltando un bufido, hastiado por la manera en que la chica lo decía -Tú sabes bien que tú única encomienda es cuidarme las espaldas

-Si, y cada vez es más difícil- Se quejó el, sacudiendo las ropas de la chica mientras ambos caminaban -Sabes que hay junta de consejo, el amo Aizen esta impaciente y tú decides salir a cazar y… hueles a fushi

Tomo un frasco que se atravesó por su camino, una loción que usaba en emergencias, rociándola, haciéndola toser.

-Iré a ponerme "decente" para ver a mi padre- Enmarco aquel gesto con sus dedos, moviéndolos a manera de comillas mientras caminaba de espaldas, haciendo al chico rodar los ojos -El consejo debe querer ver a su heredera de manera digna

-Y no puedes ir sin mi- Espetó él, girándola por los hombros y empujándola hacia su habitación, donde un buen baño la esperaba -Prepare todo, pero si el agua esta fría, no es culpa mía

Llevaba cuatro noches seguidas vigilando ese campamento humano, no entendía aún que le atraía de él, más porque debía mantenerse alerta por si algo más llegase a pasar.

¿En qué momento se había distraído como para perderlos de vista? Olía a sangre, escuchaba gritos, pasos desesperados correr por el bosque.

Había un tono que buscaba con desesperación, una voz que lo llamaba sin dudarlo ¡Que difícil había sido no mostrarse ante ella!

Y ahí estaba, sollozando entre algunos arbustos, su aroma inconfundible mezclado con sangre.

Volvió a su forma humana, llevaba puesta su ropa de "civil", aunque iba descalzo, se acercó a ella, llevándose una sorpresa al casi recibir un golpe con una rama.

-Tranquila…

-Pensé que eras un animal salvaje- Dijo ella con voz firme mientras baja la rama -No he dejado de ver, un lobo negro…

-No creo ser un animal si puedo hablar contigo de esta manera- Respondió burlón, con las manos alzadas, mostrando rendición - ¿Cómo te llamas?

Ella lo miro, de pies a cabeza, notando su falta de calzado, la camisa de cuello redondo y ancho, así como el pantalón tipo jogger.

-Karin… Karin Kurosaki- Había tratado de dar un paso hacia él, pero su pierna flaqueó, sintiendo en un instante los brazos del chico rodearla -Mi pierna…

-Se ve profunda, necesito revisarte, pero este no es el lugar más apropiado para eso- ¿De verdad? ¿Realmente estaba pensando en llevarla ahí? No, ni de chiste -Te llevaré a un lugar donde podrás descansar

El chico parecía ser frágil, su complexión delgada no parecía poder soportar sobre sus brazos peso extra, algo que la sorprendió al momento en que la tomara en brazos y comenzara su andar por el bosque.

El camino transcurrió en silencio, pero en la mente de la chica, resonaban las palabras de los locales.

"Si ves un lobo negro, corre… no sabes si pueda hechizarte…"

"Los lobos negros son los más antiguos hombres lobo de esta región, solo ellos pueden hacer a un humano ser uno de ellos..."

"Son muy atractivos, los machos suelen parecer hombres muy atractivos, de buen ver, las hembras son sumamente atractivas y sexys, altaneras…"

¿Sería posible?

-No me has dicho tu nombre- Replicó ella, no atreviéndose a mirar al chico, como si algo en él le infundiera ese respeto, ¿o miedo? - ¿Vives en el bosque?

-Perdona, me llamo Asahi…- Eh hizo una pausa, algo que le llamo la atención a ella, acaso ¿tenían apellidos los lobos? -Asahi Yamamoto, mi familia y yo hemos vivido por estos alrededores por muchos años, somos como una especie de guardabosques

Sintió un poco de tranquilidad, había demasiada sinceridad en sus palabras, le infundía demasiada confianza y, eso la instaba a abrirse con él.

- ¿Puedes ayudarme? – Había un sentimiento muy grande de tristeza, sus instintos no fallaban, no cuando su don se activaba -Mi madre está en alguna parte del bosque, ella me protegió… de algo…

¿Algo?

-No te preocupes, me pondré en contacto con mi familia, pero primero debo sanar tu herida- Su zancada era grande, amplia, ¿O era su velocidad? ¿Cuánto llevaban recorrido? -Té dejare en un lugar seguro, y descansarás

Detuvo su andar, mirando hacia arriba.

Una casa sobre un enorme y grueso árbol se levantaba frente a sus ojos. Comenzó a subir las escaleras que rodeaban el tronco, hasta llegar a la base de madera que marcaba la llegada a la puerta principal.

-Qué bonita- Las palabras habían escapado de su boca, mostrando asombro por algo tan bello, tan sublime - ¿Tú la hiciste?

-Na, la hicieron mis hermanos mayores en su momento, a la fecha no la usan y me gusta pasar tiempo aquí- Dejo a la chica sobre el colchón, una pequeña cama con un suave y acojinado colchón -Iré a buscar las cosas

Karin miró a su alrededor, pudo distinguir la mesa individual, había algunos cuadernos con apariencia de desgaste, así como algunos cuantos libros y un librero.

Sus manos rozaron la cobija, pero sintió un tacto suave, volteando la mirada, distinguiendo el suave pelaje de algún tipo de animal.

¿Cazador? No, aquel chico no tenía finta de cazador, mucho menor de algún tipo de manejo en pieles.

Y hubiera indagado aún más, pero los pasos del chico la hicieron volver su vista a él, quien se acercaba a ella sonriendo con un baúl de madera en sus manos.

-No lo uso, así que no lo encontraba- Sonrió, arrodillándose frente a la chica para mirar la pierna -Voy a…

-Ah, claro, no hay problema- Había congoja en si voz, sintiendo las manos cálidas de… ¿Cálidas? Pero si ella estaba helando, y eso que aún no terminaba de oscurecer; llevaba una chamarra y el, ¡solo llevaba una camisa! -Está algo frío para ir en una simple camisa

-Estoy aclimatado, tengo unos cinco años viviendo por aquí…

- ¿Cuántos años tienes? - No lo noto, pero los hombros de Asahi se tensaron -Asahi…

-Diecisiete, no lo parece ¿verdad? - Había logrado descubrir la mitad de la pierna, pero la herida aún se extendía unos cinco centímetros más hacia arriba, ahí, donde su pantalón ya no le permitía ver más -Tendré que cortar la mezclilla…

-Está bien, de todas maneras, no iba a poder salvarlo- Sentía mucha curiosidad, un sexto sentido que le notificaba de algo, pero ¿de qué? -Somos de la misma edad

-Que coincidencia- Había tomado la navaja del botiquín, bañándola en alcohol para después cortar la tela, dejando ver el inicio de aquella herida -La sangre a parado, pero necesitarás atención médica especial, unas cuantas puntadas tal vez, voy a limpiar y cubrir la herida

-De acuerdo- Respondió ella, mirando sus manos moverse con delicadeza, muy hábiles, como si conociera -Eres muy bueno

-Gracias- Había humedecido un algodón con solución desinfectante, colocándolo sobre la herida, teniendo un movimiento involuntario de querer retirar la pierna -Lo siento, debí advertirte

-Está bien, es necesario…- Se quejo un poco, soportando el ardor, sintiendo el líquido escurrir por su pierna, llegando a su pie - ¿Podrás realizar mi encargo? - Asahi alzó levemente la mirada, y sus ojos brillaron, un brillo extraño que la hizo sentir seguridad, confianza -Dijiste que conoces este bosque, tú y tu familia llevan tiempo aquí, ¿podrían buscar a mi madre por favor?

Y una lágrima corrió por su mejilla, porque en el fondo de su corazón, podía sentir que estaba muerta.

-No te preocupes, la encontraremos- Su mano se había alzado hasta su rostro, limpiándole esa lágrima embustera mientras sostenía el tónico limpiador con la otra -Te vendare y podrás descansar un poco, luego te llevare al pueblo

Un aullido la tomo por sorpresa, uno muy cercano, las pisadas podían escucharse por lo bajo de la casa; ella estaba asustada ¿Cuantas veces había escuchado esas leyendas?

-Eso es…

Asahi marcó sus labios con el dedo índice, llamando al silencio; y ella confió en él, cubriendo su boca, tranquilizándose mientras que el, a paso lento y… ¿Pies ligeros? Se acercará a la ventana más cercana.

A sus pies, un lobo negro se asomaba, alzando la vista hacia él, quien no emitiera sonido alguno, más no el lobo, quien gruñera por lo bajo y se alejara a grandes zancadas.

-Se ha ido- Expresó el chico, logrando que ella soltara el aire -Rondan a menudo por aquí, este bosque está protegido por ellos

- ¿Era un lobo negro? - Preguntó con curiosidad -Dicen que ellos son… bueno, que podrían ser hombres lobo

-Las leyendas de este lugar son muchas, vampiros, hombres lobo, hadas…- Se encogió de hombros, ya no tomándole importancia a lo que la gente de afuera decía -Te cubriré la herida, podrás descansar en la cama mientras tanto, es noche, no podremos llegar a ningún lado, así que partiremos por la mañana

Cambio de dirección, sacando de algún lado una venda completamente nueva, se la coloco sobre la pierna y le ayudo a acomodarse en la cama.

Ahora, justo en ese momento, Asahi se debatió en él porque su hermano Sato, odiaba tanto a estos seres. Algunos parecían completamente inofensivos, como ella, a quien admiraba bajo la luz de la madre nocturna.

Pero no era porque aquella chica fuera inofensiva, había mucho de ella que le llamaba la atención. Su fiereza al estar sola en el bosque, su mente, su intuición, sus preguntas no eran insistentes, pero ella quería averiguar la verdad.

Se asomo a la ventana, y sin pensarlo, se lanzó desde ella, aterrizando en su forma lobuna, prefiriendo un aullido.

"He vuelto hermanos" Ese era su mensaje para su manada, listo para reunirse con ellos.

(Hi bich - Bhad Bhabie)

Las charlas abundaban en el lugar, la gente hablaba a los gritos por encima de las conversaciones del resto, incluso el fuego parecía crepitar con fiereza, los meseros llevaban los tarros a sus clientes cuando ella entró.

Pasos firmes que parecían retumbar en todo el sitio a pesar de que ella caminaba liviana cual pluma, vestida para la guerra a pesar de no salir a cazar esa noche. Porque la gente que la conocía, la gente que había corrido al lado de Hanako en una cacería, sabía perfectamente que cuando la princesa del clan Yamamoto, la luna llena de los lobos, entraba a un bar vestida para la guerra, significaba que habría cacería.

Con cada paso que daba, las correas con estoperoles que constituían su falda tintineaban con aires sombríos, la piel de lobo, el pelaje atado alrededor de sus caderas parecía brillar bajo el crepitar del fuego. La piel de sus piernas casi quedaba expuesta con cada paso, el sujetador de cuero café levantaba sus pechos con firmeza, como lunas llenas que atraían la mirada de los valientes un segundo, antes de alejarla por instinto de supervivencia, dejaba a la vista todo su abdomen, las cicatrices que se había hecho a lo largo de su vida como cazadora, los tatuajes de luna creciente en sus brazos, bajo los hombros, quedaban visibles a pesar de la capa enganchada, la capucha, la máscara kitsune de lobo que ella usaba para rastrear. Los mitones en sus brazos y las espinilleras de cuero y pelaje, y el hacha colgada en la espalda baja...

Y las joyas... La gente, los lobos, confundían el tocado de Hanako, que mantenía los cabellos de su costado izquierdo fuera del rostro, con perlas blanquecinas bajo el crepitar del fuego, pero no. Las catorce piezas en su cabello, los otros treinta y dos complementos en su cinturón, los ocho más que colgaban del mango de su hacha eran todos colmillos. Colmillos de lobos, de indignos. Uno por cada traidor al que Hanako había dado caza. Porque cada vez que aquella princesa salvaje volvía a su clan para dar resultados de su cacería, lanzaba a los pies de Kai y Yuriko los dientes de sus víctimas, y la matriarca del clan elegía uno que su hija convertiría eventualmente en parte de su traje de guerra...

Hanako dedicó una mirada al hombre al fondo, en la barra, una petición silente por un tarro de cerveza para acompañar la noche antes de escrutar el lugar.

Una caminata en cámara lenta mientras paseaba la mirada entre las mesas; divisó a Hirako Shinji sentado al fondo, sus miradas se engancharon un segundo y bastó un movimiento de cejas por parte de ella para que el rubio azotara el tarro contra la mesa y aullara en celebración, recibiendo las felicitaciones de sus compañeros de juerga.

Dos puestos más adelante estaba Hiyori, quien sonrió de medio lado con picardía cuando Hanako le guiñó el ojo con gesto seductor para luego, seguir con su paseo.

Cuando Hanako localizó a Risa, la loba ya estaba esperando la invitación. Fue la pelinegra quien lanzara un beso distraído a la cazadora antes de que ella bufara divertida, despreciando el coqueteo antes de asentir con la cabeza y alzar la mirada en busca de uno más.

Pasó por detrás de él, sabiendo que no solía volver el rostro cuando el bullicio aumentaba, Kira dio un salto en su sitio cuando la mano de Hanako le dio dos golpecitos en el hombro, seleccionándolo como el último hombre de su guardia.

La loba tomó el tarro de cerveza puesto en la barra a la pasada, y dirigió sus pasos hacia la mesa vacía al lado de la chimenea. Los cuatro lobos seleccionados se levantaron a toda prisa, tomando sus bebidas para ir a sentarse alrededor de la princesa, haciendo ruido, aullando, brindando a la pasada con los lobos dispuestos en otras mesas mientras Hanako observaba el caos, complacida.

Echó una breve ojeada a su equipo ocultando su sonrisa, percatándose de que los lobos de otras mesas gritaban bromas y felicitaciones a su equipo, y que ellos mismos respondían a los gritos, enervando todavía más el caos que ella había contenido con su llegada y luego desatado con su decisión.

Sonrió dando un trago largo a su tarro antes de echarse hacia atrás en su asiento, cruzar una pierna y disfrutar del ruido.

Dejaría que su guardia celebrara un momento más, ellos mismos volverían a sentarse en torno a ella para recibir indicaciones, pero de momento disfrutaría de la euforia. Porque cuando los lobos salían de cacería contra los indignos siempre había sangre y euforia, pero cuando Hanako era quien lideraba las cacerías, eso era una victoria asegurada, y correr a su lado era un honor.

Frunció el entrecejo, apretó la boca en una mueca de desprecio recordando el reclamo que su esposo le había hecho.

¿Por qué no quieres que corra contigo esta vez?

Porque esta es una cacería sin futuro —había confesado ella, furiosa con aquel pensamiento, sintiendo que su intuición la guiaba a un callejón sin salida —. No vamos a encontrar ningún traidor, y quiero hacer esto lo más rápido posible. No tiene sentido llevarte a una excursión que no tiene gloria.

Hanako alzó los ojos hacia Shinji y fue él quien se encargó de llamar la atención de los otros tres antes de sentarse en torno a la mesa, mirando a Hanako expectantes.

—Es una búsqueda sin gloria, no habrá frutos —advirtió ella mirándolos seriamente.

—Entonces —espetó Hiyori echándose hacia atrás en su asiento y colgando un brazo en el respaldo con desenfado —, ¿por qué te mandan a ti?

—Porque quieren estar seguros de que no se trate de ningún indigno —sentenció con una sonrisa ígnea que contagió a su equipo —, y para eso sólo nosotros podemos descubrir la verdad.

Las trampas de los cazadores siempre serían un peligro para los animales del bosque, e incluso, para lobos jóvenes inexpertos que vagabundearan por ahí, así que, Saya y Bazz sabían hacer de aquello, una divertida competencia, en la que, cada uno por su cuenta, desmontaban las trampas, para finalizar reuniéndose en algún punto específico del bosque para apilar ahí, todas y cada una de las trampas que encontraran.

Dos pilas de trampas, una más alta que la otra, más abultada, con mayor cantidad; obviamente, de Saya.

Bazzard, o Bazz-B, como muchos solían llamarlo, originalmente pertenecía al clan de lobos de Syunsui Kyōraku, y quien decidiera quedarse junto a su jefe luego de sus nupcias con la hija del clan de lobos negros. No había sido la fidelidad a su jefe, el motivo para quedarse, si no que, había sido aquella loba de ojos grises y melena alborotada la que le flechara el corazón; imprimación le decían, y paso desde el primer momento en que se vieron.

Desde entonces, esos dos habían pasado la mayor parte de su tiempo juntos, su química era notoria, pero no había nada concreto en torno a su relación, nadie sabía si eran esposos, novios, amantes, ¿comprometidos? No, ni Saya ni Bazz-b confirmaban nada.

La negación siempre era tajante, obviamente, Saya también mostraba su interés por aquel lobo que, por ende, era mucho más alto que ella, casi tres cabezas; su tono de piel no era como el de ella, pero si había cierto bronceado que lo distinguía, con su pecho desnudo, igual que el resto de los lobos macho, dejando ver su abdomen plano, pero tonificado. Llevaba hombreras de piel de lobo rojizo, permitiendo ver, aun así, el tatuaje tribal que cubría su brazo derecho, asemejando un bosque con un lobo que parecía correr hacia abajo.

Su peculiaridad más notoria, era su cabello rojizo, rapado al ras, con excepción de mohicana y una coleta bien atada a la altura de su nuca y que caía en cascada por su espalda, llegando casi a su cintura. Sus ojos, pequeños y rasgados, pero imponentes con su tono rosado, siempre llevando una expresión desinteresada que enmarcaba su rostro; la parte inferior de su cuerpo estaba cubierto únicamente por un pantalón semi holgado, mientras sus pies descalzos saboreaban la tierra.

-No es justo, Yue te ayudo- Se quejó el pelirrojo.

A la mención, apareció al lado de la loba, un hermoso lince que se restregó en un costado de quien el consideraba su ama, ronroneando ante la caricia que le daba la chica en su mentón.

Saya había rescatado al lince tan solo unos años atrás, había caído en una trampa y quedado herido de una pata; era tan solo un cachorro en ese entonces, por lo que, separado de su madre, asustado y débil, casi al punto de morir, por lo que ella lo cuido hasta que estuvo sano y apto para volver al bosque, sin embargo, el elegiría quedarse con ella desde entonces.

-Nunca especificamos las reglas, Bazz- Le respondió Saya, con una sonrisa petulante, triunfante y encantadora, gesto que desarmaba por completo al lobo, quien suspirara, sonriendo derrotado, pero encantado.

Saya era la parte orgullosa y poderosa de los lobos negros, su belleza radicaba en su piel morena, ojos gris claro, no llegando al mismo que el de su hermano Satoshi; su vestimenta consistía en algunas pieles de lobo negro en sus pantorrillas, llegando justo por debajo de la rodilla, descalza, short holgado color gris con un cinturón de piel de lobo que le rodeaba la cintura, así como una blusa abierta de un solo tirante que rodeaba su cuello, dejando abierto un costado por debajo de sus axilas, donde se distinguían algunos rasguños, con un discreto escote que, a pesar de todo, fascinaba aún a algunos.

En sus manos portaba una especie de guantes sin dedos, en su brazo llevaba la marca de una triqueta, de la que parecía florecer un pequeño árbol, cuyas hojas se extendían a los costados, un poco cubierto por su melena negro azabache y un solo mechón en color rojo de su lado izquierdo, alborotado, desorganizado y que cubría gran parte de su espalda, desnuda.

Un rostro dulce, pero retador, siempre mostrando su orgullo de lobo negro.

-De todas formas, no fue difícil desmontarlas- La morena lanzó a su montón los restos de una especia de trampa para osos -Pero, debo admitir que las ocultaron bastante bien entre la maleza, se están volviendo astutos, más de lo habitual

-Claro, parecería lógico después de tantos años, adquirieran más conocimientos en cuanto a caza- Alzo frente a él algunos alambres que había quitado de una las trampas -Pero el metal que están usando es de pésima calidad, no sé si sirva para… Tsch…

Chasquea la lengua al momento en que una de las púas lo toco, quemándole la yema de los dedos y, haciendo que soltara dicho alambre.

- ¿Qué sucede? No me digas que el pésimo material lastimo tus frágiles dedos- Se burla, notando que Bazz miraba su dedo con miedo e impresión, dando lugar a la preocupación en el rostro del muchacho - ¿Bazz?

-Tiene plata- Murmuró, viendo la quemadura en la yema de su dedo.

-Es imposible- La morena se inclina ante las trampas desarmadas, las cuales, a simple vista, parecían simple chatarra -No puede ser plata, la plata no se oxida y esto…

-Está en las púas, muy inteligente, lo hicieron para despistarnos- Le muestra nuevamente la yema de su dedo, la cual, seguía enrojecida -Posiblemente nitrato de plata, mezclado con algún líquido para ponerlo cuidadosamente en las puntas de las trampas, sabían que las desarmaríamos

-Así que sus pequeños cerebros aprendieron a manipular la playa ¿uh? - Pensó Saya en voz alta, preocupada, ya que ahora parecía que estaban enfrentándose a cazadores mucho más experimentados -Busquemos más trampas, deshagámonos de ellas, las disolveremos con el ácido que usamos en la fragua

-Entendido- Pero antes de que ella pudiera adentrarse de nuevo a la maleza, la llamo una vez más -Ten cuidado, Saya…

-Yo no fui la que se pinchó el dedo con una púa- Alardeo, dándose la vuelta y acomodándose el cabello hacia atrás con un sutil gesto coqueto -También ten cuidado, Bazz

La voz de Saya tenía un toque dulce combinado con el de una orden, una advertencia silente, para luego desaparecer entre los arbustos junto con Yue.

Bazz se quedó en su lugar, reflexionando sobre el tipo de relación que mantenía con Saya, es decir, siempre estaban juntos, se protegían mutuamente y, sobre todo, se respetaban; si, había acercamientos entre ellos, la morena nunca se oponía a que él la rodeara por los hombros, y ella, sutilmente le coqueteaba. No había nada oficializado entre ellos, pero el simple hecho de respetarse les daba a entender que estaban intentando algo, por lo que no se daban el lujo de darle alas a algún otro lobo.

Para ellos dos, el título de novios no era necesario, no como los humanos, Bazz sabía que tenía algo con Saya, la matriarca lo sabía y lo aceptaba, y se esforzaba para hacerlo cada vez más obvio, pero, sobre todo, deseaba que fuera oficial.

Si, lo haría en la fogata del solsticio, sería una buena manera de cortejarla pero, mientras tanto, estaba bien con eso, con lo que ya existía entre ellos.

Sus pies se hundían en la tierra conforme corría. Sus botas estaban cubiertas de lodo casi hasta el borde, hasta la piel de lobo pardo que adornaba las costuras cercanas a sus rodillas. Harumi siempre se había sentido orgullosa de la velocidad a la que corría por el bosque en la noche, a pesar del vestido de gamuza verde oscuro que cubría su cuerpo hasta medio muslo, a pesar de la piel de lobo que caía atada alrededor de sus caderas a manera de pareo y la que conformaba su capucha, prendida del chaleco de cuero café por dos botones de bronce en sus hombros, de la banda alrededor de su frente y de las plumas atadas en la punta de las trenzas de su cabello, o los mitones de cuero y piel de lobo que se ceñían en torno a sus antebrazos y manos. Su piel bronceada, idéntica a la de su gemelo, parecía relucir bajo la luz de la luna, la diferencia principal entre su piel y la del otro lobo radicaba en que la suya era impecable, estaba intacta.

La piel de su gemelo, de Haruki, estaba cubierta de las cicatrices de su infancia, arañazos de otros lobos hechos con la intención de asesinarlo. Dos en los costados de las costillas, brazo izquierdo, antebrazo derecho, en el pectoral derecho, y la más importante de todas, en su rostro, cuatro cicatrices que corrían de su frente a la mejilla por encima del ojo izquierdo, no había perdido el ojo, pero se había quedado ciego. Si sus ojos antes habían sido azul profundo como los de su gemela, ahora el ojo que estaba bajo sus cicatrices tenía un tono blanquecino, vedado. El pantalón le iba ceñido en la cadera por un cinturón de cuero oscuro, y en las pantorrillas por las espinilleras de cuero y piel de lobo, atada con correas alrededor de sus pies, en la mano derecha llevaba un mitón corto de cuero con pelo de lobo en los bordes, lo suficientemente corto para dejar relucir sus cicatrices, en el brazo izquierdo otro que cubría casi toda la piel hasta su codo, una capa de piel de lobo que se sujetaba por una correa cruzada sobre su pecho y abrazando su espalda, y junto a cada una de sus cicatrices, un tatuaje. Una runa o una serie de ellas, cada una con un significado profundo por cada marca hecha a su piel. Su cuerpo estaba cubierto de cicatrices y de tatuajes de los que no hablaba, pero que le recordaban que era un superviviente, y colgando de su cuello, cuatro colmillos de lobos, uno por cada agresor que trató de quitarle la vida en su momento. Su cabello largo por debajo de los hombros, idéntico en longitud al de su gemela, iba atado en media coleta alta, aunque los mechones que enmarcaban su rostro caían suavemente por el costado izquierdo con una gracia seductora que pretendía convertirlo en el depredador perfecto, al mismo tiempo que pretendían ocultar la cicatriz sobre su ojo.

Harumi no necesitaba ver a su gemelo en la oscuridad, podía oler perfectamente al lobo que corría varios metros por delante de ella, podía sentir el latido acelerado de su corazón gracias al vínculo que tenían, al que había perdido ya en dos ocasiones durante aquella carrera era a Sato, que se había rezagado para asegurarse de que los cuerpos de animales tirados a su paso tenían que ver más con la depredación natural del bosque que con las posibles amenazas a su clan.

Harumi bajó la mirada hacia la tierra húmeda por el frío, por la neblina y por la noche. Sonrió complacida antes de levantar los ojos y percatarse de la presencia de Yūrei, la enorme loba blanca que corría frente a ellos (tan grande que su cabeza quedaba a la altura de la propia cuando estaban lado a lado), borrando con sus pasos las huellas de Haruki al frente, envidiando un poco aquella sincronía.

Un aullido profundo por parte de la Jauría, Harumi no necesitaba instrucciones habladas para entender que su hermano estaba bajando la velocidad, se acercaban al claro. Pero se preguntó si Sato pasaría de largo y no se detendría cuando ellos se reunieran en el bosque.

Justamente llegó en menos de lo que se esperó a reunirse con ellos. Traía la respiración agitada, pero tanto Harumi como su gemelo sabían que no era por cansancio de la carrera, después de todo, Satoshi podía correr kilómetros sin agotarse.

Satoshi, uno de sus siete hermanos de los distinguidos lobos negros, la especie más sobresaliente de su clan, además de ser parte de la corte del líder Kai.

Los lobos negros solían ser la especie más atractiva en su forma humana, de sangre pura y ciertamente, más poderosos. Satoshi tenía un rostro jovial, pero varonil, con una barba al ras y no muy espesa cubriendo casi la mitad de su rostro, ojos grises perlados que parecían resaltar ante la oscuridad del bosque. Cabello negro del que sobresalía un mechón rojo a un costado, piel muy morena, lo que daba un mayor atractivo a sus músculos bien marcados en su torso expuesto, en donde tenía a un costado tatuado el árbol de la vida con la brújula nórdica.

Portaba una especie de capa de piel de lobo negro que cubría sus hombros y le llegaba a media espalda. Coderas igual de piel de lobo negro, dejando ver que en su brazo derecho tenía tatuadas pulseras tribales. Pantalón suelto de algodón gris, mientras que sus pies los dejaba descalzos.

Las expresiones de aquel lobo siempre eran demasiado transparentes, era muy fácil leerlo, y por su respiración acelerada y su rostro contraído podían saber perfectamente que se dio cuenta de algo, y no sería nada agradable para su clan.

-No es depredación natural del bosque– Suelta con voz molesta, y aunque ya se esperaban aquello, aun así, confirmarlo era un duro golpe –Están acabando con el equilibrio natural, nos están dejando sin recursos. Definitivamente los cazadores están más calculadores que nunca

Fue el viento, quizás fue algo más, pero para Sato y para Haruki sólo se trató del viento. Harumi levantó la mirada en dirección a oeste guiada por un susurro ligero y espectral, una voz que había estado ahí durante décadas e incluso siglos, pronunciando su nombre con la suavidad del terciopelo mientras una caricia recorría su cuello.

—Deberíamos separarnos —sugirió la chica con voz trémula antes de levantar la mirada hacia sus hermanos, ganándose un gesto de reproche por parte del mayor.

—Harumi... —murmuró su gemelo arrastrando aquella palabra a manera de advertencia.

—No, lo sé, parece una locura, pero tengo un presentimiento extraño. El bosque no huele a sangre.

Haruki cerró los ojos, aspirando profundo mientras sus orejas de lobo se erguían sobre su cabeza, atento a escuchar cualquier cambio a su alrededor, antes de dedicarle una mirada a Sato, como si pidiera una segunda opinión.

-Supongo que es lo mejor- Dijo finalmente este -Podría haber más animales muertos en el bosque, es mejor abarcar entre los tres un mayor perímetro y estar seguros de lo que está pasando antes de dar el reporte a la manada. Además, soy más veloz que ustedes- Alardea con una sonrisa ladina, en la que se le ven un par de sus colmillos.

El brazo de Haru rápidamente capturó el cuello de su hermano, el mayor no tuvo reparos antes de rascarle la coronilla con los nudillos y gruñir con una sonrisa apretada.

—Tal vez, pero sigues siendo el segundo en lo demás.

—Oh, dear... —musitó Harumi rodeando los ojos y fingiendo hastío mientras la voz se hacía más y más intensa en el bosque.

-Bien, bien basta- Reclama zafándose al fin del agarre de su hermano -Les avisare de cualquier cosa extraña que vea- Dice antes de salir corriendo y perderse en la oscuridad del bosque.

Harumi... —susurró la voz en su oído, dulce, profunda, aterciopelada, cadenciosa, una caricia suave depositada en su mejilla y obligándola a cerrar los ojos mientras trataba de luchar contra el trance que aquella caricia le ofrecía... seduciéndola...

—Harumi —musitó su gemelo ante la mirada ausente de la joven.

A mí me teme —murmuró la voz con cierto apremio, instándola a darse prisa —, pero tú eres otra historia

–¡Harumi!

—Algo está pasando en el bosque —espetó la chica antes de mirar a su gemelo con los ojos llenos de calma.

—No dejes que lo que esté pasando te muerda —advirtió, dejando bien en claro que sospechaba perfectamente que algo pasaba.

—Me va bien cuidándome sola —prometió antes de besar la mejilla de su hermano y acomodar su cabello.

—Tenemos un punto de encuentro.

—Estaré atenta al aullido, Jauría, descuida.

Harumi salió corriendo en dirección a oeste, sus dos piernas le daban suficiente velocidad, aunque no la suficiente para calmar las ansias de llegar al encuentro de la voz que seguía clamando su nombre con cierto grado de... anhelo...

Carraspeó para alejar las ansias y tratar de llamar a la calma antes de percatarse de lo cerca que estaba ya de su destino.

Sonrió cuando el aroma que buscaba golpeó sus fosas nasales y bajó la velocidad mirando a su alrededor. Buscando el destello de aquellos ojos...

Se detuvo en seco y volvió el rostro a la izquierda, percatándose de la presencia de aquel ser y de su mirada de curiosidad.

Permanecieron un momento mirándose el uno al otro antes de que él saliera a la luz, mostrando entre sus manos una caja de cartón que contenía en su interior un tamborilero desbocado que la joven no tardo en identificar como el palpitar de un corazón.

—A mí me teme —inició el hombre con voz profunda y aterciopelada, acariciando con ella a la joven lobezna y haciéndola sentir serena —, pero creo que tú sabrás qué hacer.

—¿Qué pasa, profesor? — canturreó ella divertida, cruzándose de brazos mientras él sonreía suavemente — ¿Experto con los muertos, pero los vivos le huyen?

—Yamamoto-shōjo —murmuró con voz dulce, avanzando un paso hacia la luz de la luna, dejándose ver por fin, revelando que su cabello negro caía con perfecta lisura a los lados de su rostro salvo por unos cuantos mechones alborotados por la carrera, la camisa blanca cubierta con manchas de sangre, las manos pálidas llenas de tierra, lo mismo que el pantalón negro —, la medicina forense es un tema serio.

—Gomen, sensei —murmuró ella bajando el rostro y ensanchando su sonrisa —. ¿Qué tienes ahí?

—Algo está pasando en el bosque —declaró sombrío antes de extender la caja con cuidado y permitir que Harumi se acercara a recibirla —, he salvado a este amigo en potencia de un hombre que había decidido asesinarlo, he encontrado otros que no corrieron con suerte.

Harumi suspiró levantando la tapa de la caja y percatándose de las plumas negras humedecidas, posiblemente por sangre.

—Déjalo en mis manos.

—Se que estará salvo contigo —y aunque aquel hombre ya no se encontraba ahí cuando pronunció esa última expresión, Harumi sintió claramente la voz en su oído, y la caricia como si él pretendiera despejarle los cabellos del cuello, haciéndola sonreír.

—Veamos qué hay contigo, amiguito —murmuró Harumi sentándose en el suelo con las piernas cruzadas, levantando la tapa de la caja y percatándose de que el aleteo se intensificaba conforme sus manos se acercaban —, tranquilo, tranquilo amigo mío...

El cuervo trató de alejarse de ella, movió las alas con violencia y soltó un graznido grave que hizo a la lobezna suspirar compungida, sabiendo que el ave se hacía daño por el temor que le tenía en ese momento.

La joven metió la mano en la caja y suspiró serenándose, sus ojos se volvieron de un color más claro, casi plateado, como si reflejaran la luz de la luna.

Dime la verdad —murmuró acariciando suavemente el lomo del ave, que se quedó repentinamente tranquila ante el tacto suave —, eso es... —dijo la joven suspirando y sacando al cuervo de la caja, sabiendo que no podía llegar con ella hasta sus hermanos.

Con cuidado, depositó al ave en su regazo y echó un vistazo al ala rota y a la sangre que parecía haber dejado de brotar ahora que el ave estaba tranquila.

—Te tengo que curar —murmuró Harumi antes de tantear el suelo a su alrededor, las hojas secas, el musgo —, tengo que llevarte con Nanao... Por más que odie la mezcla de la magia y la salud, esta vez no puedo hacer mucho más por ti —concluyó poniendo el musgo sobre las heridas abiertas de aquella criatura.

Con sumo cuidado, Harumi se quitó la piel de lobo de la cadera y envolvió con ella al cuervo para mantener el calor. El corazón de aquella criatura ya estaba más tranquilo, así que la joven abrazó al ave y suspiró mirando hacia el este, sabiendo que debía volver con sus hermanos.

—Algo está pasando en el bosque —repitió la joven comenzando a andar con pasos cautelosos y deliberadamente lentos —, ¿a qué te refieres con eso? Algo está pasando en el bosque, ¿tiene que ser tan críptico? —murmuró la joven asomándose hacia el bulto entre sus brazos, percatándose de que el ave había sacudido la cabeza para quitarse la piel de encima y poder mirar a la lobezna —. Eres un cuervo muy grande —dijo ella sonriendo y rascando la cabeza de aquel animal, necesitaba ambos brazos para cargarlo, y la cabeza junto con el pico tendría el mismo tamaño que su mano —. Algo está pasando en el bosque... alguien trató de hacerte daño en el bosque, amigo mío —comprendió la joven mientras sostenía mejor al cuervo entre sus brazos —, y ese daño fue causado por seres vivos —murmuró terminando de atar cabos antes de frenar en su sitio y mirar al cuervo con angustia —, pero no puedo hacerle saber eso a mis hermanos, porque no tengo cómo justificarlo... pero tú, amigo mío —exclamó comprendiendo al final el movimiento de su contacto en el bosque —, tú puedes servir como enlace con la hechicera, y Nanao podría ver la verdad a través de ti... ¡Gracias, Tsukishima! —gritó, arrepintiéndose al instante, antes de emprender carrera rumbo al punto de encuentro.

Haruki sintió su corazón apaciguarse a pesar de la carrera que había emprendido desde haberse separado de sus hermanos, respiró profundo mientras Yūrei alcanzaba su paso, aullando profundamente y haciendo al lobo reaccionar. Aquella calma se debía al hecho de que su hermana había dejado de correr, podía sentir claramente el latido del corazón de aquella lobezna a pesar de la distancia, así que sintió la paz invadirle lentamente.

—Harumi está a salvo —soltó el muchacho mientras la loba blanca cambiaba la ruta, invitando a Haru a alcanzarla —, pero no sé cuánto dure esa seguridad —añadió angustiado mientras Yūrei volvía la mirada hacia él y ladraba, apresurándolo con ese gesto —¡Sé que puede cuidarse sola! —espetó ofendido mientras alcanzaba a Yūrei y miraba hacia el frente —Sigo siendo su gemelo, sigo siendo su jauría, así que tengo derecho a preocuparme.

Yūrei volvió a cambiar de ruta y Haru batalló un par de pasos en alcanzarla por lo errático de su carrera, pero logró equipararse a su paso cuando ella disminuyó la velocidad mirando a su alrededor, como si hubiese perdido algo en el camino

—¿Qué encontraste, Yūrei? —murmuró Haruki cuando vio a la loba detenerse y mirar a su alrededor.

Haruki avanzó a pasos calmados, olfateando el aire, percatándose de que su beta olisqueaba el suelo y gruñía por lo bajo.

Haruki acarició el lomo de la loba acercándose hacia su cabeza, y aunque sonrió para decir la siguiente ironía a su beta, su expresión se convirtió en un témpano al percatarse de por qué la loba parecía estar sollozando ahora que había encontrado lo que había estado buscando.

Estaba tendido en el suelo, de costado, el cuerpo ya estaba helado. Un enorme lobo pardo, macho, desangrado...

Haru olfateó el aire antes de agacharse sobre el cadáver y tantear su cuerpo, percatándose de lo liviano que parecía. Primero creyó que llevaba muerto horas por la temperatura del cuerpo, y luego se percató de que de verdad no le quedaba una sola gota de sangre. No era como si la escena fuese una masacre, no era que el suelo o las plantas a su alrededor estuviesen manchadas por aquel líquido vital. Era que no había, ni en su cuerpo, ni en el suelo, ni en los alrededores, una sola mancha carmesí que delatara la causa de muerte o la brutalidad de la misma.

La expresión de Haru se deformó hasta mostrar una mueca de rabia, un gruñido gutural se asentó en su garganta, le temblaba el labio, tenía arrugada la nariz, la pupila contraída, le temblaban las manos, había apretado los puños con tanta fuerza que sus palmas sangraban; sonaba como un auténtico lobo tratando de mantener la rabia a raya.

Soltó un ladrido animal, descontrolado, apretó los puños y alzó el rostro al cielo mientras aullaba con fuerza, con tal melancolía y desesperación que el bosque pareció estremecerse por un segundo. Incluso Yūrei a su lado, aquella loba blanca que le había acompañado desde hacía años retrocedió, retorciéndose en su sitio, temerosa del siguiente movimiento de Haruki, no porque se preocupara por su seguridad, sino porque temía por la de su alfa.

Los brazos del muchacho, su pecho, los costados de su cuello, su piel se había cubierto en algunas partes por un pelaje oscurecido, Haruki tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para serenarse y perder la transformación parcial; no podía darse el lujo de perder el control todavía, no sin investigar.

Se agachó sobre el cuerpo inerte de aquella víctima para poder analizarlo, buscando el lugar exacto en el que habían drenado la sangre, le costó muchísimo trabajo dar con el sitio, percatarse de que la incisión se había hecho en la femoral y no en el cuello, y aunque esperó (deseó) encontrarse con dos cortes poco profundos y circulares que delataran la presencia de un hematófago en el bosque, se sorprendió al encontrarse con un corte fino, quirúrgico, hecho con herramienta especializada...

—Que no lo hayan mordido para desangrarlo, no quiere decir que no lo hayan hecho los hematófagos —murmuró Haruki antes de arrodillarse frente a Yūrei y abrazarse de su cuello, hundiendo el rostro contra el pelaje de la lobezna y recibiendo los lengüetazos en la capa, el consuelo de su beta.

Haru se retiró de ella, tomándole el hocico y acariciando su pelaje, mirando los ojos azules como el hielo que le devolvían la mirada con tristeza.

—Tú eras una cachorra —soltó el muchacho acariciando los costados del cuello de Yūrei, uniendo su frente a la de ella y escuchando los aullidos lastimeros que aquella lobezna profería mientras trataba de lamerle el rostro —, cuando te encontré en el bosque eras una cachorra, cuando corro en el bosque, cuando lidero, cuando soy alfa, tú eres mi beta. Y no voy a permitir que nadie te ponga una mano encima, ¿me oyes, Yūrei? Nadie.

Los aullidos melancólicos de la aludida le dieron a Haru un poco de calma, de sosiego. El muchacho se levantó antes de besar el hocico de Yūrei, entre los ojos, antes de volverse a encaminar hacia el lobo que yacía a su costado.

—Es joven —murmuró la Jauría —, un adolescente, diría yo. Era joven —repitió en medio de un suspiro mientras levantaba el cuerpo del lobo y se lo echaba sobre los hombros —. Necesito que Nanao lo vea, que ella sea quien lo revise por si hay alguna visión que nos ayude con esto —explicó a Yūrei cuando la loba dio varios pasos, inquieta, ladrando incómoda al ver a su alfa cargar con el cadáver —. Después, su piel y su carne servirán de algo para el clan. Honraremos su muerte significando su cuerpo, Yūrei. No dejaremos que se convierta en carne de carroña, no merece un final así.

Yūrei aulló profundo, largo, melancólico y tendido, y Haru se le unió segundos después.

Aullaron al unísono y luego Haru ladró con fuerza una vez, emprendiendo el camino de regreso al punto de encuentro con sus hermanos, aullando una vez más, con fuerza y fiereza para llamarles, para hacerles saber que había encontrado algo.

(Taivaantuli (epic folk metal))

Satoshi podía jactarse de muchas cosas, pero su favorita, además de su velocidad al correr, era la de conocer el bosque como la palma de su mano; aquel lobo negro no necesitaba poner de pretexto una simple inspección nocturna para salir a correr, aquello era un mantra para él, algo que disfrutaba mucho más que el desenfreno sexual con alguna otra loba, no más, con nadie había sentido un lazo de unión, como el de su hermana Saya con Bazz, que seguían negándolo.

El sonido de sus descalzos pies, pisando las hojas y ramas secas, eso era lo unió que se escuchaba aquella noche de luna llena, ni el ojo más sagaz sería capaz de darse cuenta de que aquel hombre lobo pasaba ágilmente entre los árboles y saltaba acantilados, cualquier humano o ser que estuviera merodeando por ahí, solo sentiría una ventisca brusca a su lado y, si acaso, únicamente vería una especie de sombra pasando a su lado, pero no más.

Sus pasos no le daban buena espina, no mientras identificaba en la oscuridad de su paseo los restos de los más pequeños del bosque; conejos, perdices, zarigüeyas, zorros, y más…

Claro, no era raro que de vez en cuando encontrara huesos de animales, cadáveres echándose a perder, no cuando su clan conocía a la perfección este ciclo de vida, después de todo, ellos cazaban animales para alimentarse, pero nunca desperdiciaban la piel y huesos, creían que usarlos era la manera de honrar sus vidas, otorgándoles una nueva vida a esas criaturas que les ayudaban a alimentarse.

Sus descubrimientos lo tenían gruñendo con enfado, mientras sus hábiles pasos le hacían ver lo inusual de aquello, a cada metro y tanto, encontraba un cadáver tras otro, saliéndose por completo del ciclo de vida tan delicado que manejaban; ningún depredador de la zona, a parte de ellos, cazaba por deporte, convirtiendo aquello en una masacre sin sentido.

Freno sus pasos al filo del acantilado, escuchando el relajante sonido de una cascada en caída, el único sonido que escuchaba en esa noche tan llena de misterios, pero, Satoshi expandió su sentido auditivo mucho más allá del ruido de la cascada.

Un silencio inusual, pasos de criaturas nocturnas es lo que debería escuchar, el ulular de los búhos, el batir de las alas de los murciélagos buscando sus alimentos, no, esta vez era mínimo, incluso sentía los pasos temerosos de los animales, cautelosos, temiendo por algo.

Avanzo apresurado, aumentado su carrera cuando escuchara el agitado ulular de una lechuza, ¿estaba pidiendo ayuda? No iba a quedarse a averiguarlo y arrepentirse en el intento, por lo que llego en cuestión de segundos a una zona del bosque, bordeada por árboles tan frondosos que apenas y permitían pasar algunos rayos de luz lunar, pero, gracias a su visión tan perfectamente adaptada, podía ver a la lechuza cautiva en una jaula, donde había un ratón como cebo.

-Malditos humanos- Gruño con despreció, acercándose a la jaula -Se nota que odian ver una criatura tan hermosa en libertad

Que fácil era desarmar aquellas trampas, claro, debía admitir que aquellos seres inferiores ni siquiera sabían manejar el acero tan bien, no como su hermana Saya, Bazz y él; además de la madera, claro.

Libero a la lechuza, quien de inmediato emprendiera el vuelo en libertad y, tras eso, todo pasó en cámara lenta.

Su don no solo era para presentir cuando si alguno de su manada, en especial sus hermanos, estaban en peligro o necesitaban ayuda, si no, también le advertía de algún peligro inminente, incluso segundos antes de ser atacado o si alguien lo acechaba; y si, justamente cuando lo sintió, pudo ver detrás suyo, una flecha acercándosele, elemento que evadió con facilidad y se finalizó por clavarse con firmeza en el tronco del árbol frente a ella.

Su atacante salió de su escondite con la ballesta cargada, girando en varias direcciones, mientras la punta de plata estaba preparada en la ballesta, lista para disparar.

El cazador no lo vería venir nunca, no sabiendo de donde provenía el enorme lobo negro que, tras arrebatarle el arma de las manos y destrozarla con sus dientes, se acercaba lento y amenazador hacia él, gruñéndole y mostrando sus colmillos.

Se paralizo en su lugar, sintiendo como la sangre se le helaba, permaneciendo en su sitio por unos segundos que, a su parecer, fueron una eternidad mientras aquella criatura indescriptible se preparaba para acabar con su vida; y la fuerza abandonó sus piernas, haciéndolo caer de rodillas, implorando por su vida.

La figura del gigante animal dio paso a la de aquel hombre de pieles al que apuntaba inicialmente, y el hombre lobo lo miró fijamente, observando el terror impregnado de aquel hombre postrado sobre el suelo.

Temblaba.

-Lárgate- Gruño, mostrando sus colmillos -Si aprecian su miserable vida, será mejor que no sigan perturbando nuestros bosques

No iba a decir nada más, por lo que se dio la vuelta, para él, no valía la pena luchar con un ser tan patético y miserable, pero…

No pasaron más que dos segundos, cuando aquel mal agradecido cazador se llevó una mano a su pecho, sacando una pistola con la que apunto a su "desprevenido" blanco, bastando únicamente el clic del seguro de la pistola, junto con el ulular y batir de las alas de una lechuza, que se posaba sobre las ramas de un árbol cercano, para que Satoshi adquiriera nuevamente la forma de lobo gigante y, de un mordisco, le arrancara la mano con la que aquel cazador le apuntaba a quemarropa, profiriendo un grito desgarrador provocado por el dolor y el shock de ver la carne viva y el río de sangre; pero sus gritos no fueron escuchados más allá del acantilado donde previamente el joven lobo estuvo con anterioridad. No, porque sus gritos se ahogaron al clavársele en la yugular, los colmillos de aquel lobo, acabando con su vida con un resoplido triunfante.

-Tu impura carne ni siquiera merecer alimentar nuestro bosque- Escupe con despreció, adquiriendo su forma humana en el proceso -Pero servirá, probablemente para compensar todos los animales que asesinaron por diversión

Escuchó el batir de unas alas acercándosele, viendo que la lechuza que rescató previamente descendía hasta posarse en su hombro.

-No tienes por qué estar en deuda conmigo- Le acarició el mentón, gesto que la lechuza recibió con gusto -Puedes irte tranquila- En respuesta, el bello ejemplar batió sus alas sin despegar ¿estaba alegándole? -Entiendo, puedes seguirme si quieres, pero deberé ponerte un nombre

Satoshi lo pensó por unos segundos, tal vez minutos, aquella ave se había visto valiente al quedarse, audaz al advertirle de la traición de aquel cazador, que ahora, yacía sobre la tierra, desangrándose por la profunda herida en el cuello.

- ¡Eso! ¿Qué te parece Kuhun? – El ave ulula en afirmación, por lo que Satoshi sonríe divertido -Entonces, acompáñame, aún queda trabajo por hacer y la inspección no se hará sola, así que espero puedas seguirme el paso

Kuhun parecía entender a la perfección lo que su compañero decía, por lo que emprendió el vuelo en aceptación del desafió de aquel lobo, quien nuevamente había echado a correr por el bosque.

Le gustaba refugiarse en su taller, sobre todo luego de una semana llena de cacería exitosa y tener tantas pieles nuevas.

Odiaba admitir que debía volver a tomar algún curso o algo, pero no era como que a las lobas les gustara estar completamente a la moda.

Ensimismada en su trabajo, pudo perder un poco la noción del tiempo, hasta que escuchó los pasos dirigirse hacia donde ella, el aroma, la cadencia de cada paso, solo podía avisarle de una cosa; Yuriko.

Cuando la puerta se abriera, la matriarca sonrió para saludar a la más joven de sus hijas, la más pequeña pero astuta de su camada.

-Pasas demasiado tiempo en este lugar- Soltó con arrogancia, cruzándose de brazos y notando las pieles a su alrededor -Ha sido una semana maravillosa para el equipo de cacería, las familias tienen alimento de sobra

-Hay muchos animales moribundos, mi don solo les hace ceder a sus deseos de servir a otros a costa de su sacrificio, una muerte digna…

-Tus hermanos están investigando, pensé que irías con ellos- No siguió con el tema, le extrañaba que sus hijos no se encontraran juntos -Asahi tampoco los asistió, ustedes dos son muy astutos, pero les falta fuerza

-Más astutos que Jauría- Suspiró -No lo creo, Haruki solo puede hacer más que Sato y Saya juntos, a mi parecer

-Demasiado arrogante ¿No lo crees? - Se paseo por el taller, admirando las creaciones de su hija, su habilidad -Tienes suficiente piel para abrigar bien a la manada en el invierno, fabuloso, necesitaré un atuendo nuevo que vaya de acuerdo conmigo ¿Qué opinas Asami?

Yuriko se hecho sobre los hombros una piel de oso, uno negro, brillante, majestuoso.

-Esos especímenes están reservados exclusivamente para ti y, obviamente, para papá- Yuriko sonrió, acercándose a la mesa donde su hija trabajaba -No estás aquí para hablar de los atuendos de invierno

-Que suspicaz- Su sonrisa apuntaba al rostro inexpresivo de su hija -No me veas así Asami, tú sabes que la boda ha sido cancelada ocho veces en los últimos diez años, no he vuelto a escuchar de su propuesta de matrimonio

-Shūhei y yo estamos felices así, nos casaremos cuando lo creamos apropiado- Siguió con su patrón, no prestándole atención a su madre -Ya hemos hablado bastante este asunto

-No lo estás entendiendo Asami, el tiempo de los lobos nos lo da nuestra madre luna- Respondió, había cambiado su tono dulce, por uno más autoritario, más duro -El tuyo pasó hace ya muchas lunas…

-Y probablemente así deba ser madre…

-Hoy hueles muy bien, espero que al menos tú y Shūhei…

-Y tú hueles a feromonas, ¿no será acaso que tú y Kai están planeando una nueva camada? - Y su voz sonó altanera, presuntuosa, mientras Yuriko la miraba con rabia, y antes de que pudiera seguir, escucho pasos -Shūhei…

La puerta del taller se abrió, el hombre encontró a ambas mujeres, quienes lo miraban de dos maneras diferentes.

Asami con alivio y Yuriko con ira, entendiendo un poco lo que estaba pasando.

Pero antes de que pudiera decir algo, Asami había corrido a sus brazos, haciendo soltar un bufido a su madre.

-No pueden seguir así, hacerse los tontos no les durará mucho tiempo- Soltó la matriarca, molesta, saliendo del taller, dejando a la pareja sola.

Shūhei acariciaba el cabello de la chica, a toques suaves mientras ella lo rodeaba por la cintura y hundía su rostro en su pecho.

-Volvió a hacerlo ¿Verdad? - Preguntó, besando su coronilla -Sabes que no tienes que hacerlo, podemos disolverlo y…

-No quiero, es solo… que siento que las cosas así de apresuradas solo causan problemas- Lentamente se había dado cuenta, en los últimos años, que todo era mucho mejor a su propio ritmo -Me ha enseñado a amar de muchas maneras

-A mí también me ha enseñado muchas cosas- Y alzo el rostro de la loba, besándola con delicadeza mientras recorría su cintura y empujaba su cuerpo contra el de él desde su espalda baja -Aun podemos formar nuestra propia manada

-No estoy lista para enfrentar a madre- Susurró, acariciando la espalda desnuda del hombre, apenas cubierta por la estola que recorría su cuerpo y caía al frente de su pecho desnudo -Y tampoco deseó obligarte a nada, sé que tú también sigues las leyes de tu manada

-Mi manada ya no me dirige, estoy aquí por la alianza, y aún estoy feliz de pertenecer a los lobos negros- Hundió su rostro en el cuello de la chica, entre su cabello, lamiéndolo hasta llegar al lóbulo de su oreja -Tú eres lo que me motiva a seguir aquí, jure protegerte y lejos de eso, te amo

Probablemente Yuriko tenía razón en algo, y es que esa noche habría amor entre sus hijos.

Avanzaba por los lúgubres y fríos pasillos de aquel castillo, mientras se arreglaba las mangas, se había quitado el olor a bosque del cuerpo y vestido de acuerdo con la ocasión. Estaba acostumbrado a las camisas sencillas y pantalones rectos, pero, colocarse aquella pieza con volados en el cuello y mangas, la chaqueta de seda, los botones de perla, todo le recordaba a aquel día en que lo convirtieran en parte de la corta; trescientos años atrás.

Tsukishima Shūkurō avanzaba a pasos ligeros, olfateando el aire del castillo en busca de la princesa, asegurándose de que el olor a sangre sucia ya no se encontrase en ella.

-Sabes que es un desastre cuando la dejas matar ¿verdad? – Acusó Yumichika en voz baja al emparejarse a sus andares en el cruce de pasillos -Porque llegó oliendo…

—Si ya terminó tu crítica constructiva —cortó suavemente el mayor de ambos mientras saludaba a los vampiros del pasillo con un asentimiento de la cabeza —, creo que podemos hablar de cosas importantes. Soy su tutor, no su paje, eso te corresponde a ti.

—Mató a ese hombre —espetó Yumichika, frustrado —, y yo estaba aquí, cubriéndola en lugar de acompañarla. Olía horrible.

—Lo sé, quitarme el olor de la piel ha costado lo suyo, no imagino cómo fue para ella; y montar una escena del crimen habría resultado contraproducente.

—¿Qué hiciste con el cuerpo? —cuestionó divertido el muchacho mientras se acomodaba los largos cabellos negros y trenzaba uno de sus mechones de la nuca.

Tsukishima suspiró antes de mirar a su colega y asentir.

—Lo he llevado a la morgue y lo he registrado como donante.

—¿Se puede hacer? Si estaba desangrado...

—Me ha ahorrado el lavado de órganos —cortó de nuevo, suavemente cediendo el paso a su colega y sonriendo de medio lado mientras enfilaban hacia el gran salón —. Pero tenemos que recordarle a su alteza que debe ser... precavida.

—Delicada.

—Delicada no va a ser. Es una cazadora nata.

—Se vale soñar – dijo en un resignado suspiro, era muy consciente que su soberana era todo menos delicada, pero disfrutaba siempre en hacer sus esfuerzos para refinarla más – aun no llega… - suelta en un nuevo suspiro al no verla junto al amo Aizen – sinceramente el amo Aizen debería ser un poco más estricto con la futura reina

-Es la soberana, segunda al mando después del amo Aizen– Dice Tsukishima parado junto a su colega, cada uno en el marco de la gran puerta que conectaba al gran comedor –Si algo le a impuesto es que puede darse a esperar

No es que lo aprobara, pero ellos eran los soberanos de los vampiros.

-De todas maneras, no veo mal el recordarle sobre la junta– Canturrea dándose la media vuelta, abandonando a su colega que se mantiene recto en su sitio.

(Therion - Mon Amour Mon Ami)

El relajante sonido del agua al mover su cuerpo en la bañera, las burbujas de esencias aromáticas de flor de lavanda, todo en un sutil sonido bien mezclado que acompañaba el elegante baño, el cual, envolvía la desnudez de aquella vampiresa entre el denso vapor; la heredera no se preocupaba por el tiempo, el olor a sangre de su víctima debía eliminarse, aun a pesar del llamado a junta al que había convocado su padre, junta en la que, seguramente, la corte vampírica ya debía estar reunida, porque sí, su padre, el amo Aizen, exigía puntualidad en sus súbditos, pero ella, la heredera podía darse el lujo de que la esperaran el tiempo que ella quisiera.

Movía su cuerpo con seducción implícita, alzando su pierna, dejando que las burbujas le hicieran cosquillas, mientras las gotas resbalaban por su tersa y fría piel hasta caer nuevamente en el agua.

Se relamió los labios, evocando en su mente y su lengua, el sabor de la sangre de aquel violador, un sabor fuerte que provocaba el paralizar a sus víctimas de miedo; una lástima, tener el tiempo medido y no poder jugar más con su presa esa noche, en no darle la oportunidad de pensar que había encontrado una mujer que, para sorpresa suya, estaba deseando cooperar.

La princesa disfrutaba, en ocasiones, permitir que los hombres la disfrutaran, y ella también, ya que, al ser hija del señor Aizen, ella estaba prohibida para los demás y, claro, ningún vampiro se atrevía a romper aquella regla; porque, aunque más de uno la mirara con ojos lujuriosos, y no era para menos, la heredera era una de las mujeres más atractivas, la manzana prohibida.

Y a su mente vino aquella mujer, cuyos débiles latidos alcanzo a escuchar en su trayecto por el bosque camino al castillo.

Estaba bien alimentada, la sangre de aquel hombre había sido suficiente para una noche, por lo que no necesitaba de más, sin embargo, había bebido la sangre de aquella moribunda mujer, quien, en su agonía, le había pedido ayuda, y brindándosela, le otorgo el sueño eterno.

-Oh, majestad- Escuchó la voz sarcástica de su paje, Yumichika, a través de la puerta -Solo vine a recordarle que el amo Aizen y el consejo esperan por usted en el salón de juntas- Suspiró, ¿podría ahogarse al sumergirse en el agua? ¿En qué pensaba su padre al elegir a ese excéntrico vampiro como su paje al momento en que naciera? -Se que puede darse el lujo de que la esperen por la eternidad, pero, de vez en cuando no le vendría mal…

-Ya voy, Yumichika- Respondió tajante, letal, tal cual era ella -Saldré en unos minutos…

Palabras suficientes para que la voz del vampiro no se escuchara nuevamente, hubiese vuelto a la comodidad de su relajante baño, pero lo conocía bien, y Yumichika sería capaz de volver un par de minutos después para asegurarse de que ya estaba alistándose, así que, sin más, se envolvió la toalla al cuerpo y salió del agua.

Su cuerpo, si bien era de estatura pequeña y curvas bien definidas, glúteos firmes y redondos, muslos generosos y piernas alucinadamente definidas y firmes, por las que corrían seductoras gotas de agua; abdomen plano, pechos firmes y de un tamaño promedio, con brazos estilizados y definidos.

Su fisionomía iba en conjunto con su rostro, fino, hermoso, firme, que ocultaba una letalidad que solo los hombres que habían probado la dulzura y caído en él, no habían vivido para contarlo.

Se coloco una fina bata de seda roja, pisando con seguridad el tapete que se extendía desde la bañera hasta la puerta que daba a su habitación; amplia, elegante, una cama extravagante en tamaño, pulcramente tendida y almohadas que iban en combinación de rojo oscuro a purpura, de luces tenues, que recreaban un ambiente reconfortante.

La habitación de una autentica reina.

Había un cello a lado de una silla que tenía el porte del castillo, elegante, antiguo, lúgubre, mientras que un enorme librero, repleto de una variedad de libros que, desde que tenía memoria, le había inculcado su tutor; un sinfín de lecciones.

Se puso una fina bata de seda roja, y salió a su habitación que era digna de una autentica reina. Amplia, elegante, con una cama digna de la realeza, acomodada, pulcramente tendida con varias almohadas que iban en combinación de rojo a purpura. Las luces eran tenues, creando un ambiente reconfortante. Un cello a lado de una silla digna de cualquier castillo, a lado un enorme librero repleto de una variedad de libros que su tutor, desde que tiene memoria, le ha ido inculcando. Una sin fin de lecciones.

Se vistió con un elegante vestido victoriano, un tanto moderno, de hombros caídos y un escote medio discreto; espalda recta y mangas que iban abiertas a partir de los codos en tela de tul blanco con detalles negros, mientras que el vestido llevaba algunos detalles en plata. Colocó sobre sus hombros una ligera capa de satén negro, la cual abrocho mediante un botón que llevaba incrustado un rubí, una joya única que solo se le permitía usar la realeza.

El largo del vestido impediría que vieran sus zapatos, por lo que se colocó unas simples zapatillas negras, agregó un collar pegado al cuello, negro, simple, nada extravagante.

Y salió entonces al pasillo del castillo, encontrándose justamente con su paje; Yumichika tenía claramente la intención de abrir la puerta.

-Al fin, ahora hueles bien y estas más decente para ver al consejo- Dijo algo petulante mientras ella simplemente lo ignoraba, encaminándose al salón de juntas mientras el chico le pisaba los talones.

-Alteza- Llamo la voz de su tutor, Tsukishima, quien se colocaba sobre una rodilla al estar frente a ella -Su atuendo esta noche es bellísimo, acorde a la ocasión, el consejo la espera

La morena asintió, solemne, altanera, alzando el rostro con fiereza mientras se encaminaba al gran salón, seguida de aquellos dos vampiros, sus principales hombres de su propia corte; claro, su padre tenía a su propio sequito, y ella, a los suyos.

Entró al saló, observándose a primera vista, la araña de luces que colgaba sobre la mesa rectangular, larga, de un mantel de fina seda marrón, donde, a sus orillas, se encontraban sentados varios vampiros que, al verle, se pusieron de pie, inclinando su cabeza al momento de su avance hasta situarse en su lugar.

Ahí, al fondo, Aizen esperaba con una sonrisa elegante, sentado en su trono, señalando con su mano el lugar que ocuparía su hija; a su derecha, en un pequeño trono destinado exclusivamente para ella.

-Padre- Dijo con respeto, en automático, reverenciando con elegancia a su padre, para luego, tomar asiento al lado de su padre.

-Cuando gustes- Espetó el hombre, refiriéndose a su hija, a quien no miró directamente.

-Comencemos con la junta- Su voz retumbo con eco, con majestuosidad e inflexibilidad por cada rincón de aquel elegante salón.