CAPITULO I

Escocia 1181

Todas se miraron entre sí, y después a Temari. Había que tomar una decisión, y aunque no era fácil, no iban a dejarla abandonada a su suerte. Nunca. Jamás. Aquella reunión que tenía lugar en tierras Hatake había hecho que el destino las reuniera a todas, y aunque algunas hasta entonces no se conocían entre sí, el único hecho era que tenían lazos entre ellas por la relación de amistad que las unía unas a otras.

—Yo le arrancaría la cabeza, sinceramente —dijo Hotaru Gekkō con un gesto de su mano y la expresión de quien ha escuchado suficiente y que lo que quiere es pasar a la acción.

—Si tú le arrancas la cabeza, yo le corto todo lo demás —señaló Sakura Senju con una voz que rayaba el odio.

La pelirosa era la mejor amiga de Temari Sabaku, y a pesar de que sabía la fuerza que tenía su amiga, no podía soportar que tal injusticia siguiera su curso. Aquello podía convertirse en una auténtica pesadilla para Temari, y no iba a permitirlo. Temari había tomado una decisión y ellas debían ayudarla. Por eso se habían reunido en aquella habitación, para llegar a una solución.

—Me caes bien, Sakura. Creo que tenemos la misma forma de pensar —dijo Hotaru con una sonrisa mirando a la pelirosa. Los ojos de Sakura la miraron a su vez con un pícaro destello.

Yūgao, en su avanzado estado de gestación, puso los ojos en blanco, lo que provocó que Hotaru soltara un bufido.

—Creo que esa no sería la solución, aunque entiendo los motivos a la perfección —dijo Yūgao mirando a Temari, y en sus ojos había la más absoluta comprensión y afinidad de alguien que podía entenderla mejor que nadie.

—Debemos pensarlo con detenimiento. Debemos ser inteligentes para que no descubran nada hasta que sea demasiado tarde —expuso Kurenai Sarutobi.

Hotaru y Yūgao Sarutobi eran hermanas y se habían casado con los hermanos Utakata y Hayate Gekkō, siendo el primero el jefe de dicho clan. Hotaru, la pequeña del clan Sarutobi, rebelde y osada, había sido la que después de un sinfín de peripecias se había enlazado con Utakata, cuando el rey Guillermo decretó la unión de este con una de las hermanas Sarutobi, a fin de terminar con la enemistad de los dos clanes. El que después Hayate y Yūgao se enamoraran fue cosa del destino. Asuma Sarutobi, hermano de Hotaru y Yūgao, se había casado con Kurenai después de que la vida los castigara separándolos durante años, haciendo que ambos pensaran que el otro lo había traicionado. Sin embargo, el devenir del tiempo, y una reunión acaecida el anterior año en tierras de clan Hōzuki, había hecho que los dos volvieran a reencontrarse, y que el amor que existía entre ambos en el pasado resurgiera con el ímpetu de dos personas destinadas a estar juntas. Utakata se había opuesto a que Hotaru y el pequeño Mat fueran a esta reunión, y Hayate puso el grito en el cielo cuando Yūgao dijo que ella también iba, a pesar de estar ya en su octavo mes de embarazo. El hecho de que las tierras de Hatake estuvieran cerca de las de los Gekkō, y que la esposa de Kakashi, Hanare, fuese una gran curandera, al final hizo que ambos claudicaran ante la posibilidad de que sus esposas vieran a su hermano Asuma y a su mujer Kurenai, que también estarían en la reunión.

—Aunque me gustaría hacer lo que han dicho Hotaru y Sakura, tengo que decir que estoy con mi prima. Hay que pensarlo bien y no dejarse llevar por el deseo de venganza —apuntilló Karin Uzumaki, ahora Hōzuki por matrimonio. Se había casado solo unas semanas atrás con Suigetsu Hōzuki, jefe de ese clan y gran amigo de Asuma Sarutobi—. Pero qué bien sonaba lo de arrancarle la cabeza y todo lo demás... —dijo con pasión mirando a Kurenai.

—Si vamos hacer esto, que vamos hacerlo, necesitamos a alguien más, aparte de nosotras —señaló Hanare Hatake mirando a las demás.

Hanare era la prima del jefe del clan Hōzuki y había sido la curandera de dicho clan hasta que, en la reunión antes mencionada, conoció a Kakashi Hatake y, a pesar de sus miedos, se enamoró perdidamente de él. Se casaron a las pocas semanas. Tuvo que estar a punto de morir para darse cuenta de que perder a Kakashi no era una opción.

—Esto es demasiado. No tenéis por qué hacerlo, no quiero involucraros hasta tal punto. Solo necesito que me cubráis lo suficiente para intentar desaparecer —dijo Temari mirando cada una de sus caras. La respuesta de todas aquellas mujeres, fuertes, decididas, generosas, había sido unánime cuando les contó lo que había pasado durante los últimos meses. Algunas conocían algo de su historia, otras no, pero lo de los últimos meses solo lo sabía Sakura, hasta que Temari, con el apoyo de la pelirosa, de Kurenai y de Hanare, desesperada, las reunió en aquella habitación y les contó todo.

Shizune Katō, que era la última de las integrantes y que aún no había hablado, miró a Temari con esa expresión dulce que siempre portaba en su rostro. Shizune era demasiado tímida, sin embargo Temari sabía que eso no le impedía sacar su genio cuando era testigo de una injusticia.

—Yo no podría vivir conmigo misma si no te ayudase, Temari. No solo porque te aprecio, sino porque lo que te ha pasado es totalmente injusto, y lo que te hizo ese malnacido de Yakushi no tiene nombre. No sé lo que pensarán las demás, pero yo no voy a dejarte sola. Tú no me lo pides, no me involucras, lo decido yo, y nada de lo que digas va a hacer que cambie de idea.

Todas se quedaron mirando a la pequeña, tímida y callada mujer que, en los dos días que llevaban allí, apenas había abierto la boca. Poco a poco se fue formando una sonrisa en los labios de las presentes y una determinación de hierro en sus ojos.

—Casi no hablas, pero cuando lo haces te quedas a gusto, ¿verdad? —preguntó Hotaru, haciendo que Karin y Sakura soltaran una carcajada.

—Yo estoy con ella —dijo Kurenai sonriendo abiertamente.

Las demás asintieron también.

—De acuerdo —dijo Temari, emocionada con sus respuestas—. Sois unas cabezotas, pero gracias. Os debo la vida —continuó mirando a cada una de ellas unos instantes, para que fueran conscientes de la verdad impresa en sus palabras.

—Lo importante es alejarte lo más posible de tu padre y sus propósitos, así como de Yakushi, y hacerlo bien para que no te encuentren. Creo que la mejor posibilidad es el clan Uzumaki. Está muy al norte y tu clan no tiene relación con ellos. Son los padres de Karin y mis tíos, y créeme que comprenderán tus circunstancias. A mí me ayudaron cuando estaba en una situación similar y difícil. Para ello necesito avisarles y prepararlo todo. Así que necesitamos que alguien te saque de aquí y te esconda durante unas semanas, hasta que arreglemos tu traslado hasta allí —dijo Kurenai con determinación.

—Me parece muy buena idea —dijo Yūgao tocándose levemente su abultado vientre.

—¿Estás bien? —preguntó Hotaru a su hermana con la ceja alzada.

—Perfectamente. Es solo una patada —respondió Yūgao mirando a Kurenai con una sonrisa. Su cuñada le confesó que estaba deseando sentir al pequeño moverse, ya que Kurenai también estaba embarazada, aunque de menos tiempo. Hotaru, que había dado a luz y tenía ya a su pequeño Mat, no dejaba de darles consejos sobre lo que hacer en determinadas circunstancias, lo que hacía que Yūgao y Kurenai la miraran a veces como si quisiesen coserle la boca un ratito.

—Pues si necesitamos a alguien para que la saque de aquí y la esconda, tiene que ser uno de los hombres, que guarde el secreto, que no levante sospechas, que sea inteligente y que le dé igual todo incluso iniciar una guerra —concluyó Kurenai.

—Si voy a desaparecer, es para no iniciar una guerra entre clanes. Está fuera de discusión involucrar a Utakata, Hayate, Asuma, Suigetsu o Kakashi —dijo Temari mirando a Hotaru, Yūgao, Kurenai, Karin y Hanare.

—Ellos te ayudarían, lo sabes, ¿verdad? —preguntó Hotaru dotando a sus palabras de fuerza y convicción.

—Lo sé, pero vosotras también sabéis lo que eso supondría. Todos me conocen, sobre todo después de estos días. Tendría que contarles lo que ha pasado, y también lo relativo a Naruto Namikaze, y Naruto es amigo de todos ellos. Y no quiero que él sepa nada de esto.

—Naruto es el mejor amigo de Utakata y es un gran hombre, no entiendo qué lo ha cegado en este caso, de tal manera, para ser un estúpido zopenco —dijo Hotaru.

—¿A él puedo arrancarle la lengua por ser un asno? —preguntó Sakura mirando fijamente a Hotaru.

—¿Estás segura de que hablando con él no puedes hacer que entienda la situación? —preguntó Kurenai dirigiéndose a Temari con expresión seria.

La hija de Sabaku negó con la cabeza antes de hablar.

Cuando unos meses atrás, Hermes Namikaze visitó al padre de Temari y ambos le comunicaron su compromiso con Naruto, nada la hizo sospechar que aquello supondría el principio de muchas desavenencias y de un profundo dolor para ella.

Y Temari no pudo sino soñar con que la unión que solo albergaba en sus más secretas fantasías iba a tener lugar. Aquel chico que solo había visto una vez siendo una niña, pero que le salvó la vida, y del que se enamoró a través del tiempo y sus recuerdos, podía ser una realidad, y una mucho más maravillosa que cualquier otra que pudiese haber imaginado. Estaba resignada, como única hija del jefe del clan Sabaku tras la muerte de su tío Ebizō años atrás, a casarse con quien estipulara su padre para el bien común de su clan. Quizás un hombre mucho más mayor o uno sin escrúpulos, rudo y violento. Sin embargo, ese sueño duró el tiempo en el que Naruto Namikaze tardó en visitar a Rasa Sabaku diciéndole que aquel acuerdo se había hecho a sus espaldas y sin su consentimiento y que de ninguna de las maneras iba a aceptarlo. Rasa Sabaku estalló, deseando declararle la guerra a Naruto por ello, sin embargo sabiendo que saldría perdedor en esa contienda, tuvo que callar, apretar los dientes e intentar forzar la alianza de otra manera. Cuando semanas después recibió la misiva real para que Temari acudiera a la reunión que se celebraría en tierras Hōzuki para fomentar la unión entre diversos clanes a través del matrimonio, las directrices de Rasa Sabaku fueron firmes y tajantes. Ordenó a su hija que, durante su estancia allí, obligara a Naruto a contraer matrimonio con ella, aunque tuviese que engañarlo o dejarse seducir, y mandó a dos de sus hombres para que recordaran a Temari cuál era su cometido por si decidía olvidarlo.

Temari era demasiado rebelde, demasiado fiel a sus convicciones, para acceder a algo así. No le haría eso a nadie, y menos a Namikaze, ni a sí misma. Sin embargo, y a pesar de ello, en cuanto Naruto la vio allí, su comportamiento hacia ella fue distante y sumamente frío. Al parecer, las intenciones de su padre habían sido más transparentes de lo que Laird Sabaku había imaginado, ya que Naruto pareció adivinarlas nada más verla. Esa era la única razón coherente que se le ocurrió a Temari para explicar el trato que Naruto le dispensó desde el mismo momento en que ambos se cruzaron en aquella reunión. Las pocas conversaciones que Temari intentó iniciar con Naruto acabaron de forma abrupta, hasta que tuvieron una gran pelea, cuando Naruto le dijo directamente que sabía lo que ella tramaba. Que era caer muy bajo, que no sabía cómo podía vivir con ella misma vendiéndose de esa forma y que nada le haría cambiar de opinión. Ella sería la última mujer en este mundo con la que pensaría en casarse.

Cuando Temari volvió a casa... No, no quería recordar ahora la represalia de su padre. Después de aquello, de su recibimiento, no habló con ella en dos meses, hasta que rompió su silencio solo para comunicarle que harían una pequeña visita a Kabuto Yakushi. Si Naruto ya no era un posible aliado, Yakushi sí lo sería. Temari sabía, por lo que había escuchado de otras damas y por lo que se susurraba entre las mujeres en las reuniones a las que había acudido, que aquel hombre era un auténtico bastardo, y un malnacido con las mujeres. No tuvo que pasar mucho tiempo para que ella comprendiera cuánta razón había tras esos murmullos. Se llevó la mano al brazo. La piel, la marca que ocultaba su manga, todavía fresca, le recordó de lo que ese hombre era capaz y una furia implacable acunó en su pecho una vez más. Eso la hizo alejar sus pensamientos y centrarse en la pregunta que le había hecho Kurenai.

—No puedo. No atenderá a razones Él mismo me dijo que era la última mujer con la que contraería matrimonio y que piensa lo peor de mí.

—Bueno, eso nos ha pasado a más de una y mira... —replicó Kurenai elevando una ceja, y Temari esbozó una triste sonrisa.

—Me dijo que me estaba vendiendo, Kurenai. Me dijo que no valía nada de lo que saliera por mi engañosa boca.

—Sakura —llamó Hotaru, mirando a la pelirosa.

—¿Sí? —dijo esta frunciendo el ceño.

—Aprecio a Naruto, pero puedes arrancarle la lengua o sus atributos masculinos, lo que más te plazca. Yo lo haría en este preciso instante, pero no creo que eso le hiciera gracia a mi esposo.

Sakura ya sonreía cuando Temari levantó las manos.

—No, nada de cortarle a nadie nada. Ciñámonos al plan.

—Tengo al hombre ideal —dijo Hanare Hatake, de repente, con una sonrisa peligrosa—. Estoy de acuerdo en que podríamos contar con alguno de nuestros esposos para esto, pero creo que es mejor mantenerlos al margen. Todos ellos conocen a Naruto y matarían a Yakushi. Habría una guerra y morirían muchos de los miembros de nuestros clanes. Sin embargo, hay un hombre que es inteligente, endiabladamente retorcido, solitario, sin escrúpulos cuando la situación lo requiere, al que le importa todo poco y que no tiene amigos, salvo uno, Kakashi, mi marido. Él nunca ayudaría a otro que no fuera Kakashi, así que nadie sospechará, y menos con su reputación. Ahora solo hay que convencerle.

—Dile que suba —dijo Kurenai con resolución—. Entre todas podremos hacerlo.

Hanare sonrió ante la mirada cargada de determinación de todas las presentes.

Sasuke Uchiha lo iba a tener difícil.