CAPITULO 3
Naruto avanzó sin que Yahico pudiese hacer gran cosa para rechazar su ataque. Solo pudo bloquear el golpe de Naruto, certero, rápido y que habría sido mortal de haberse encontrado en una lucha real y no en un entrenamiento. Ese día, el Naruto controlado, racional y centrado, parecía haber desaparecido, dejando ante Yahico a un Naruto demasiado impulsivo, y que descuidaba peligrosamente su seguridad.
—¿Qué te pasa? —preguntó Yahico con el ceño fruncido.
Yahico Namikaze era uno de los hombres de confianza de Naruto. Llevaba con él desde que era prácticamente un niño. Mayor que Naruto casi quince años, había sido muy amigo del tío de este, hasta que Ashina murió aquejado por una larga enfermedad que se agravó en el último año. Era demasiado reciente y todavía veía en los ojos de Naruto el vacío que había dejado Ashina en la vida de su jefe y de todo el clan.
Yahico miró de nuevo a Naruto, observándole con detenimiento. Sabía que Naruto llevaba un tiempo nervioso. No era algo que se percibiese a simple vista, a no ser que se le conociese tan bien como él lo hacía, no en balde lo había visto crecer. Llevaba semanas en que percibía pequeños detalles en la forma de encarar los entrenamientos, en los silencios cada vez más continuos, en el ceño fruncido y el rictus preocupado de su rostro, cuando pensaba que nadie lo observaba. Todo eso unido era motivo más que suficiente para saber que Laird Namikaze estaba perdiendo su tan afamada calma y control, esa que hacía desesperar a todo el que lo conocía. Naruto, a veces, parecía tan frío y controlado que podría congelar el infierno con su sola presencia.
Yahico sabía que el principio de todo aquello había sido la emboscada que Naruto sufrió meses atrás a manos de unos mercenarios y cuya finalidad había sido darle muerte. Una muerte por encargo. De todo aquello, solo habían averiguado un nombre, uno que Kakashi Hatake y Sasuke Uchiha no habían conseguido arrancar de los labios del jefe de los mercenarios, Kakazu, pero sí de uno de sus hombres cuando vio próximo su final a manos de ambos.
Ese nombre era el de Hidan Jashin, el intermediario que, por orden del hijo de puta que quería la cabeza de Naruto, había contactado con los mercenarios. Hidan Jashin tenía cierta influencia en la corte, y era un hombre que tenía un discreto proceder, sin duda adecuado para este tipo de conspiraciones, si es que se dedicaba de forma habitual a ello. A pesar de todos los esfuerzos de Kakashi, este no pudo obtener nada más de los mercenarios que ese nombre, ya que al parecer, ellos también desconocían la identidad del hombre que realmente los había contratado. Ellos solo habían tratado con Hidan. Partiendo de eso, Naruto se volcó en la búsqueda de Hidan, era su única oportunidad de conocer la identidad de aquel que deseaba su muerte. Después de lo que fueron meses de búsqueda, en el que Hidan parecía haber desaparecido de la faz de la tierra, lo encontraron, pero muerto, abierto en canal como un animal devorado por alguna bestia sin piedad.
Eso los dejó en el punto de partida y con muchas más preguntas sin contestar. Estaba claro que quien quería matar a Naruto, no lo haría cara a cara. Era inteligente, pues no había dejado huellas, y durante todo ese tiempo se había encargado muy bien de esconder su rastro. Era escurridizo, se adelantaba a ellos, y claramente era un cobarde, uno de esos de los que había que cuidarse extremadamente bien, porque si Yahico no se equivocaba, ahora que había quedado al descubierto su intención, no pararía hasta acabar con su objetivo: Naruto Namikaze.
—No pasa nada, Yahico, quizá tendría que preguntarte yo lo mismo, porque ese último movimiento fue demasiado lento y he estado a punto de arrancarte la cabeza. ¿Te estás haciendo viejo? —preguntó Naruto con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
La mirada que le devolvió Yahico antes de hablar, achicando los ojos, le hizo saber a Naruto que no le había creído, a pesar del deje despreocupado con el que pronunció sus palabras.
—Mi culo se está haciendo viejo y tú me estás mintiendo. Y sí, te hablo así porque era amigo de tu tío y le prometí que siempre estaría a tu lado. Te he visto crecer, te he visto sufrir y te he visto superar cualquier piedra que se ha interpuesto en tu camino como lo haría un hombre con agallas, fuerza e inteligencia, y como el gran Laird que siempre supe estabas destinado a ser para este clan; pero te conozco demasiado bien, y eres humano, Naruto. No solo tú estás preocupado por lo que pasó hace unos meses con esos mercenarios, lo está todo tu clan, aunque confiemos en ti con los ojos vendados. Hay alguien que quiere matarte y eso es algo que nos afecta a todos. No has parado estos meses de buscar a ese maldito de Hidan Jashin, apenas has dormido o comido intentando acabar con la amenaza, y no te he dicho nada porque era de vital importancia encontrarlo. Y sé que el hallarlo muerto ha sido el peor de los resultados, y sé que es desesperante, pero debes mantenerte centrado. El malnacido que quiere tu muerte se relamería de gusto si supiera que puede hacer mella de esta forma en ti, porque le facilitas el trabajo.
—¿Has terminado? —preguntó Naruto, sin que en su rostro se percibiera ningún cambio ante las palabras de Yahico.
—No, no he terminado. Sé que quieres salir mañana para acudir a la pequeña reunión en tierras Hatake. Comprendo que es importante. Estarán Gekkō, Sarutobi, Hōzuki y Katō, entre otros, pero también estará Sabaku. Sabes que Kakashi no se fía de él, y por eso lo ha invitado, para tenerlo cerca y cerciorarse de que Rasa Sabaku no está comprometido en alguna causa que sea perjudicial para todos nosotros, y en especial para ti. Kakashi cree que ese hombre oculta algo y yo pondría las manos en el fuego por la intuición de Hatake, por eso creo que sería conveniente que no acudieras.
Naruto miró directamente a Yahico. Sus ojos azules se clavaron en los de su hombre de confianza con absoluta determinación.
—Dejé las cosas claras con Sabaku cuando le dije que, o aceptaba la ruptura de un compromiso que nunca fue tal, o iniciábamos una guerra. Aunque se enfureció, y después intentó que su propia hija forzara el compromiso llevando a cabo lo que hiciese falta para ello, no es idiota. Y estará rodeado de todos nuestros aliados, no cometerá el error de enfrentarse a mí. Y si lo hace, se arrepentirá de ello, te lo aseguro —continuó Naruto con un tono de voz que cortó cualquier posible réplica—. Así que iremos. Aparte de que alguien le haya puesto precio a mi cabeza, hay otros temas que van a tratarse en esa reunión y que nos atañen. En los últimos meses ha habido problemas con clanes colindantes a nuestras tierras y a la de alguno de nuestros aliados. Desde que Kinuta sembrara la semilla de la discordia para iniciar una guerra entre los clanes por poder y un pedazo de tierra, todavía hay quienes siguen empeñados en pedir sangre, a pesar de saber que el culpable fue Kinuta, y que muchos de los actos recriminables y atribuidos a otros clanes fueron en realidad ejecutados por sus hombres —terminó Naruto. Esta vez su voz no estaba tan calmada.
Yahico sabía que lo que más odiaba Naruto en este mundo era la traición. Este había sido objeto de la peor de ellas, y eso le había hecho ser extremadamente desconfiado, sobre todo respecto a los sentimientos que pudiera tener de nuevo por otra mujer. Era como si Ni y Ichirōta hubiesen arrebatado a Naruto la capacidad de albergar alguna vez algún sentimiento que conllevara entrega y plena confianza. Yahico los maldijo de nuevo mentalmente, aunque uno de ellos estuviese muerto y el otro desterrado para siempre.
—Está bien. Prepararé las cosas y se lo comunicaré a los hombres. ¿Partimos mañana a primera hora? —preguntó Yahico, como si diese por hecho que así lo harían.
—No —dijo Naruto negando levemente con la cabeza—. Partiremos en cuanto tengáis las cosas preparadas. Quiero llegar antes del anochecer.
Yahico enarcó una ceja, pero no dijo nada. Si Naruto quería partir de inmediato, así se haría, aunque él pensara que era mejor sin duda salir al alba. Yahico había notado que Naruto, desde la emboscada, en numerosas ocasiones, no seguía su rutina habitual, cambiando constantemente lo que era usual en su día a día. Él no había cuestionado esa medida. Sabía que era inteligente y reducía las posibilidades de que volvieran a cogerlos desprevenidos.
—De acuerdo —asintió Yahico soltando el aire de golpe.
Naruto miró al hombre que era prácticamente un hermano para él. Nagato e Sai completaban su círculo más cercano dentro del clan. Con Nagato en tierras de los Yamanaka, Yahico iría con él, e Sai se quedaría al frente del clan, aunque su tío Hermes pensase que la responsabilidad debía recaer plenamente en él. Sin embargo, Naruto, a pesar de los lazos de sangre, no confiaba en Hermes.
Sus dos tíos, aun siendo hermanos, habían sido dos hombres completamente diferentes.
La madre de Naruto murió cuando él era prácticamente un bebé, y su padre lo hizo cuando era un niño. Sus tíos, Ashina y Hermes, hermanos de su padre, se hicieron cargo de él. Mientras Ashina siempre fue un hombre justo, fuerte, noble, disciplinado, duro si hacía falta, pero generoso con los de su clan y con los que lo necesitaban, su tío Hermes siempre fue reservado, taimado, egoísta y necesitado de poder. El hecho de que a sus espaldas hubiese planeado un compromiso con la hija de Rasa Sabaku, había sido ruin y demasiado arriesgado para la salud del propio Hermes. Porque Naruto, en el instante en que lo descubrió, le habría desmembrado poco a poco de no haber sido su tío. Dejó pasar ese agravio, arreglándolo él, pero no lo había perdonado, y la confianza que destinaba a su persona, había mermado de tal forma que podría decirse, sin lugar a dudas, que ya no le quedaba ninguna. Lo había apartado de la toma de decisiones y del mando del clan cuando él estaba ausente.
Naruto asintió cuando vio a Yahico marcharse para cumplir sus órdenes.
Sabía que tanto Yahico como Sai se preocupaban por él. La emboscada que habían sufrido meses atrás había sido del todo inesperada, y a punto estuvo de costarle la vida. Los hombres que lo atacaron eran mercenarios, guerreros bien adiestrados, cuya única actividad era luchar y segar vidas si hacía falta, sin escrúpulos, sin regla alguna. A Naruto le habían disparado una flecha, alcanzándole en el brazo para limitar así su destreza con la espada y fuese más fácil acabar con él. Gracias a que era ambidiestro, el jefe de los mercenarios no alcanzó su objetivo de darle muerte en un bosque cualquiera, sobre una tierra que ni siquiera era la suya.
Sin embargo, lo que aquello desencadenó dentro de él no fue respeto o prudencia, sino una furia apenas posible de controlar, y que a veces lo embestía desde dentro reclamando venganza. Yahico decía que eso perturbaba su control y lo hacía perder la calma que tanto le había caracterizado. Estaba equivocado. Él podía mantener su conocido autocontrol, y a la vez afilarlo con esa fría rabia que se había enquistado en su interior. Si la manejaba como era debido, podría hacerlo más letal.
El hecho de acudir a aquella reunión era indiscutible. No solo por los temas a tratar, sino también por volver a ver a sus aliados y amigos. Utakata Gekkō era como un hermano para él y apreciaba mucho a Kakashi. De todos los que iban a estar presentes, Rasa Sabaku era el único en el que no confiaba, el único difícil de soportar, pero si debía aguantarlo durante unos días, no habría problemas por su parte, salvo que Sabaku se pusiera en evidencia provocándolo, en cuyo caso, Naruto tendría que dejarle claro de una vez por todas, y de forma contundente y definitiva, que él no daba segundas oportunidades.
