CAPITULO 7
—¿Qué demonios haces? —preguntó Kakashi por lo bajo a Yamato cuando vio que este fruncía el ceño desviando una y otra vez la mirada de Sasuke Uchiha a Naruto Namikaze, ambos sentados distantes en la misma mesa.
—Dirás que estoy loco, pero aquí pasa algo muy raro. Sin embargo, es pronto todavía para hablar. Necesito más tiempo para saber si el mundo no se ha vuelto del revés.
Kakashi miró a su primo, que le devolvió la mirada con una mueca.
—Sé que a nuestro tío Shin se le fue la cabeza cuando todavía era joven. No pensaba que nuestra familia fuese proclive a ello, pero lo mismo tengo que volver a replanteármelo —dijo Kakashi mirando a Yamato fijamente con intención.
—Dame unos días y yo te diré si estoy loco —e Yamato se fijó de nuevo en los comensales que estaban dando buena cuenta de la cena.
Kakashi siguió la mirada de Yamato al verla cambiar de forma drástica. Ahora sus ojos habían adquirido una seriedad, una velada vulnerabilidad, que por unos segundos dejó descolocado a Kakashi. Conocía a Yamato desde que tenía uso de razón, y jamás había visto esa mirada en su rostro. Al seguirla, comprendió, no sin sorpresa, cuál era el destino de la misma. Una mujer menuda, tímida y con unos preciosos ojos negros: Shizune Katō.
Kakashi observó cómo Yamato tragaba saliva lentamente mientras endurecía la mandíbula, y en sus ojos se prendía una chispa de deseo, algo primitivo y enloquecedor, desapareciendo un segundo después como si nunca hubiese estado allí, desterrándolo con lo que Kakashi no dudaba, a tenor de lo que había visto antes en su mirada, con una férrea y firme determinación.
—Es preciosa —afirmó mirando fijamente a Yamato.
Yamato miró a Shizune una vez más, y luego a Kakashi. Negarlo hubiese sido una pérdida de tiempo. Aparte de que su primo y él se conocían demasiado bien, la capacidad de observación de Kakashi era extraordinaria.
—Pues tienes un problema, porque tú ya estás casado —señaló Yamato con una sonrisa que no llegó a dibujarse completamente sobre sus labios, intentando desviar la conversación que no deseaba tener.
—Para mí no hay nadie más que Hanare, y lo sabes. Ella es mi vida, pero tengo ojos en la cara, y Shizune es muy bonita, cosa de la que, creo, ya te habías percatado.
Yamato soltó el aire de golpe antes de hablar.
—Sí que es preciosa, como el resto de las mujeres presentes esta noche —contestó mirando con una expresión seria a Kakashi.
Kakashi sabía que con esa mirada, su primo pretendía poner punto y final a aquella conversación, pero él no iba a dejarlo correr.
—No creo que para ti sea como las demás. Te he visto como la miras.
Yamato soltó un pequeño gruñido antes de bajar la voz y contestar a su primo con una mirada que no admitía discusión alguna.
—Tiene diecinueve años, por Dios, y yo treinta y ocho. Soy un anciano para ella. Es una de las hijas del jefe del clan Katō, y para terminar es dulce, delicada y extremadamente hermosa, y la última vez que miré mi reflejo en el lago ya no era el hombre bien parecido de hace veinte años. Tengo cicatrices por el rostro y el cuerpo, sin contar aquellas que no se ven y que nunca desaparecerán, las mismas que podrían engullir a esa preciosa mujer, condenándola a vivir con un hombre que tiene demasiadas sombras en su pasado. No es para mí, ni siquiera debería permitirme pensar en ella.
Kakashi tomó un trozo de carne y dio un buen bocado, masticando lentamente mientras Yamato lo miraba como si quisiera atravesarlo.
—¿Has terminado de autocompadecerte y echarte mierda encima? —preguntó Kakashi cuando el último bocado traspasó su garganta.
Yamato maldijo entre dientes antes de endurecer su mirada y clavarla en su primo con lacerante puntería. Kakashi pasó por alto esa mirada y continuó:
—Eres uno de los mejores hombres que conozco. Ella tendría suerte si te tuviera, y los años que os separan no son algo insuperable. Y maldita sea, no eres un anciano, estás en mejor estado que todos mis guerreros juntos; de hecho, tú eres quien los entrenas. El que sea una de las hijas de Katō tampoco es un escollo tan grande. No es su única hija, tiene otra, que es mayor que Shizune. Katō sería un hombre con suerte si la cortejaras.
—Tal y como lo has expuesto, parece una maldita historia para niños, pero la realidad es otra. Aun cuando tuvieses razón, ella jamás repararía en mí. Fin de cualquier tipo de discusión, ¿no crees? —preguntó Yamato endureciendo la mandíbula.
—Yo no estaría tan seguro —contestó Kakashi con una extraña sonrisa—, pero quizá yo también esté loco y esto sea un rasgo de familia.
Yamato desvió la mirada de Kakashi hacia Naruto, intentando olvidar por un momento que no podía tener lo que quería, ni siquiera debería osar pensarlo.
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Naruto sintió la salsa grasienta de la carne caer sobre su feileadh mor, caliente y resbaladiza. Un trozo grande se escurrió de su regazo, cuyo calor y humedad estaban traspasando la tela, y cayó entre sus piernas. Un gruñido escapó de sus labios.
—Oh, cuánto lo siento, de veras. Qué descuido más tonto —dijo Karin Hōzuki mirando a Naruto con aparente arrepentimiento. Y la palabra clave ahí era aparente, porque Naruto juraría que había visto una sonrisa y un brillo malicioso en el rostro de aquella mujer, que a primera vista parecía un ángel caído del cielo, con su pelo rojo y sus grandes ojos carmines, dulces y vivaces.
—No pasa nada —dijo Naruto achicando los ojos con recelo, mirando a Karin, que estaba sentada a su izquierda junto con su esposo, Suigetsu, que en ese momento parecía concentrado en una conversación con Asuma.
—¿Qué le ha pasado? —escuchó Naruto a su izquierda, donde estaba sentada la pelirosa que había visto por primera vez aquella misma tarde, y que antes de la cena Kakashi le presentó como Sakura Senju. Uno de sus hermanos estaba sentado al otro extremo de la mesa—. Permíteme que te ayude —le dijo Sakura, y la última palabra salida de sus labios puso en alerta a Naruto. Ese ayude lo había sentido hasta en las entrañas, como «deja que te meta el muslo por la garganta y te asfixie con él». Cuando levantó la mirada rápidamente hasta los ojos de esa mujer, ya era demasiado tarde. Le había vaciado la jarra de agua en el regazo, donde la carne ahora nadaba a sus anchas.
—Lo siento, se me ha escurrido de las manos y creo que lo he empeorado —dijo Sakura con una sonrisa, que lejos de parecer angelical como la de Karin, venía directamente del infierno y era toda para él.
—¡Madre mía, Naruto, ni Mat con unos meses hace esas cosas! —exclamó Hotaru con cara de asco mirándole fijamente, ya que estaba sentada frente a él al otro lado de la mesa.
—¿Qué coño has hecho? —la pregunta exclamada sin ningún tipo de freno por Utakata, su mejor amigo y esposo de Hotaru, hizo que media mesa mirara en su dirección.
—He pensado que sería más divertido tirarme la carne encima en vez de comérmela —contestó irónicamente Naruto con un tic en el ojo izquierdo, que Utakata sabía que no vaticinaba nada bueno.
—Ha sido por mi culpa, sin querer le he tirado la comida encima —dijo Karin con cara compungida, y Yūgao que estaba sentada al lado de Hotaru, asintió con la cabeza.
—Yo lo he visto, ha sido un accidente —afirmó Yūgao mirando a Naruto con algo parecido a la lástima. ¿Lástima por qué? Pensó Naruto, intentando cerrar las piernas para que el despropósito que tenía encima no se cayera al suelo y matase a alguien que lo pisase sin darse cuenta.
—Yo conocí una vez a un hombre proclive a los accidentes. Era uno detrás de otro. Decían que era porque tenía mala conciencia. El pobre murió ahogado en el lago.
Naruto, que había tomado un sorbo de vino a fin de templar su furia, lo escupió de golpe, cuando escuchó eso último salido de los labios de la callada Shizune. La palmada que recibió en la espalda de Hanare, que se había levantado para interesarse por lo que pasaba, estuvo a punto de sacarle los huesos por el pecho.
—Creo que deberías ir a cambiarte, no es bueno que estés con todo mojado —señaló Hanare mirando a Naruto. Esta vez, Namikaze juraría que vio cierta preocupación en los ojos de la esposa de Kakashi.
—Sí, además da un poco de asco toda esa carne con el agua. Tiene que haber traspasado la tela. Con lo desagradable que debe ser esa mezcla de calor y frío para ciertas partes... —indicó la pelirosa bajando la voz en las últimas palabras.
Naruto la miró alzando una ceja, con evidente malestar. Cuando escuchó de nuevo a Utakata llamarlo se giró hacia él y la carcajada, nada contenida por parte de Hayate, al percatarse de lo que le había pasado le hizo apretar los dientes. Suigetsu y Asuma no pudieron a su vez evitar sonreír abiertamente. Menos mal que Katō, Sabaku y los otros dos hermanos de Sakura Senju se encontraban en otra mesa.
Finalmente una sonrisa reticente se dibujó en los labios de Naruto cuando Kakashi también empezó a reírse abiertamente.
—Creo que voy a cambiarme antes de que os dé una especie de ataque a mi costa —dijo Naruto señalando a Utakata y a Yahico, que estaba rojo intentando contener la carcajada.
Cuando Naruto se levantó de la mesa, por un momento vio a las mujeres intercambiar unas miradas de complicidad que hicieron que su desconfianza natural saltara de inmediato. Sin embargo, ipso facto, todas siguieron hablando entre sí, mientras Karin continuaba disculpándose por haberle tirado la comida en primer lugar.
Antes de levantarse, miró de nuevo a Temari como había hecho durante toda la noche en repetidas ocasiones, sin darse cuenta, sin poder evitarlo. A ella, que era extraordinariamente hermosa, con su cabello suelto y sus ojos color turquesa iluminando la estancia más que cualquier antorcha. La misma que se había sentado al lado de Shizune y de Sasuke Uchiha. Naruto apretó los dientes al nombrar mentalmente a Uchiha. La mirada que le había dedicado Sasuke a Temari en más de una ocasión, penetrante, intensa, le había dado ganas de arrancarle la cabeza.
Sin poder evitarlo, recordó la discusión que había mantenido con ella una hora antes. Temari no sabía lo cerca que había estado de tomarla entre sus brazos y besarla hasta que perdiera el sentido. Quería castigarla por mentirle, por hacerle sentir que, cuando ella estaba cerca, podría traicionarse a sí mismo y dejar de lado todo lo que sabía y en todo lo que creía, con el fin de hacerla suya, de probar sus labios, esos que parecían dos frutos maduros, y morderlos, adorarlos, hasta que gimiera presa de la desesperación. Ese poder que ella tenía sobre él hacía que, cuando volvía a recordar aquella lejana conversación, cuando era consciente de que solo podría tomar de ella su cuerpo y no su alma, su autocontrol, su odio hacia lo que ella representaba, mantuviese a raya la parte de él que no le importaría arrojarse al infierno una y mil veces con tal de tener su cuerpo bajo el suyo, de saciarse de esa sonrisa que hacía que sus ojos lo atrapasen irremediablemente sin compasión en un mundo que no deseaba nunca abandonar. Maldijo su suerte antes de salir de la estancia. No solo tenía que luchar contra un enemigo al que no podía ponerle rostro, sino también contra sí mismo, o acabaría siendo el rehén de Temari Sabaku.
