CAPITULO 10

Temari se perdió en la mirada azul de Naruto y en sus palabras, esas dos últimas palabras que la habían acariciado el alma. Jamás nadie se las había dicho, y escucharlas de sus labios la habían dejado sin respiración. No había esperado oírlas, y menos de él, un hombre que había abanderado su supuesta traición con una seguridad aplastante para pensar lo peor de ella. Debía de haberle resultado muy difícil pronunciarlas, y más, admitir así su equivocación.

Del Naruto que recordaba, de ese que siendo demasiado joven le salvó la vida, preocupándose por los sentimientos de una niña a pesar de su propio dolor, que la tomó de la mano hasta que ella se durmió, mirándola con una ternura de la que nunca había sido destinataria, de ese hombre que anidaba en su recuerdo, siempre pensó que tenía un acuciado sentido del honor y la justicia, y un corazón noble, guerrero y generoso. Sin embargo, en los últimos meses, su obstinada determinación a condenarla había desdibujado en cierta medida el recuerdo que ella había tenido siempre de él. Eso la había llevado a pensar más de una vez que quizás, y a pesar de lo que sentía por Namikaze, el Naruto que había descubierto en su madurez ya no era el de su recuerdo, lejano y quizá distorsionado por la visión de una niña impresionable y asustada. Y si de esa niña ya no quedaba prácticamente nada, ¿por qué iba a ser Naruto el mismo?

Temari había sido testigo del trato y el aprecio que le profesaban los que lo rodeaban, escuchando en más de una ocasión lo que opinaban de él a través de los comentarios vertidos por otros Lairds. Todo ello la convenció de que el Naruto que ella conoció no había desaparecido del todo a lo largo de los años. Solo por lo que Hotaru y Yūgao hablaban de él, de su amistad con Utakata, de su proceder con su clan, Temari sabía que aquel chico de antaño que la miró como si en verdad se preocupase por ella, se había convertido en un gran hombre y en un extraordinario Laird para los suyos. A pesar de ello sabía, que el tiempo y la vida también lo habían cambiado, sobre todo cuando en instantes robados, en los que pensaba que nadie lo miraba, ella había atisbado en sus ojos los vestigios del dolor, la más fina desconfianza, el amargo odio hacia la traición y su inquebrantable postura cuando alguien lo decepcionaba, alejándolo de él como si no existiera.

Temari tomó aire, más del que necesitaba, porque la actitud de Naruto frente a ella, desde que había entrado en aquella habitación, la había perturbado más de lo que quería reconocer.

Cuando se había reconciliado con la idea de que jamás lo haría cambiar de opinión sobre ella, cuando desestimó cualquier nuevo intento de hacerle ver que estaba equivocado en su apreciación sobre su posible traición, cuando su determinación de olvidarlo y dejar todo atrás había arraigado en su interior con fuerza y convicción, cuando quería creer que él no era la persona que ella imaginaba en su mente, sino un hombre inflexible, duro, e incapaz de dar su brazo a torcer, él entró de repente en aquella estancia para destrozar con sus acciones y con sus palabras su propósito de olvidarlo, su bien cimentada determinación, comportándose como el Naruto que ella recordaba y del que se enamoró perdidamente a través del tiempo.

Temari no podía dejar de pensar en ello mientras sus ojos se perdían en el azul intenso de Naruto, que apretando la mandíbula, la miraba fijamente. Una parte de ella se enfureció, y mucho, por el hecho de que no la hubiese creído antes, a pesar de todas las veces que intentó demostrarle su inocencia.

—¿Por qué? —se escuchó Temari a sí misma preguntar. Sabía perfectamente por qué Naruto lo sentía, pero quería oírselo decir. Era lo menos que le debía.

Fue testigo del fuego que cruzó los expresivos ojos de Naruto y del dibujo que su boca esbozó, con las comisuras de sus labios ligeramente hacia arriba.

—Me vas a hacer decirlo, ¿verdad? —preguntó Naruto dando un paso hacia delante.

—Si —dijo Temari desafiando con su mirada la azul del highlander.

Aquella sonrisa que atisbó segundos antes tomó posesión por entero de los labios de Naruto, yendo directa al pecho de Temari.

—Me equivoqué al juzgarte. Siento haber dicho todo lo que te dije.

Temari tragó saliva antes de asentir con la cabeza.

—¿Y qué más? —preguntó desafiando con su mirada, con su postura, a un Naruto totalmente estupefacto ante ese reto.

Namikaze frunció el ceño, aunque sin perder la tenue sonrisa que la estaba volviendo loca.

—Te has disculpado por lo que dijiste, pero ¿y por lo que has hecho? —continuó Temari tiñendo sus palabras de cierto resentimiento.

Naruto entrecerró los ojos.

—¿Qué he hecho? —preguntó, y la cadencia grave de su voz hizo que Temari se mordiera el labio inferior. Juraría que escuchó un leve gruñido salir de los labios de Naruto ante ese gesto.

—Miradas de desprecio, ignorar mi presencia, ser presuntuoso, orgulloso, cabezota, insufrible y un idiota. —Terminó Temari, que había ido emocionándose según enumeraba lo que había hecho Namikaze empleando los dedos de su mano—. Me humillaste sin darme el beneplácito de la duda. —Acabó Temari, y sus palabras fueron afiladas y cortantes como la hoja de un cuchillo.

La mirada de Naruto se oscureció en un segundo. Eso no podía ser bueno, nada bueno, pero no iba a retractarse de sus palabras.

—¿Un idiota? —preguntó Naruto ya sin ningún atisbo de buen humor en su rostro.

—Uno muy grande —dijo Temari abriendo los brazos, intentando mostrarle cuánto abarcaba su tremenda estupidez.

La risa corta y baja de Naruto la hizo tragar saliva despacio.

—De acuerdo —dijo Naruto dando un paso al frente, acercándose más, tanto, que al alzar su mano pudo posarla lentamente en la mejilla de Temari. Y esta vez ella sintió su roce, el pulgar acariciando de forma suave su piel, de forma tan cuidadosa que apenas lo hubiese advertido de no ser por los escalofríos que se adueñaron de ella por completo.

—Siento haberte tratado de esa forma, me arrepiento de cada mirada de desprecio, de cada instante en que me he comportado como un presuntuoso, un orgulloso e insufrible cabezota, como el idiota más grande de las Highlands. Pero hay algo de lo que no soy culpable, y es de ignorarte. Aunque admito que lo he intentado, me ha sido totalmente imposible, Temari.

El roce de sus dedos la hicieron temblar, y más cuando la mirada de Naruto, penetrante y oscura, reclamó la suya como si fuese su dueño. Sus últimas palabras habían resonado en los oídos de Temari con una intensidad inusitada, envolviendo su nombre al pronunciarlo con una cadencia que la colmó de un sentimiento primitivo e irracional, y que la dejó paralizada. Cuando lo vio bajar esa mirada hacia sus labios, unos que hormigueaban por probar los de Naruto, por sentirlos sobre los de ella, por abandonarse por primera vez a lo que era ser besada, Temari parpadeó varias veces queriendo salir de su estupor, presa de un sentimiento desconocido para ella hasta entonces, y que la hizo dar un paso hacia atrás, provocando que la mano de Naruto abandonara su piel.

—Está bien, acepto tus disculpas. Sí, las acepto... sí —dijo Temari claramente inquieta cuando la mirada inquisitiva de Naruto se clavó en ella.

—Así, ¿de repente? —preguntó Naruto arqueando una ceja.

Temari asintió con vigor. La aparente calma de Naruto la estaba llevando al límite.

—Me has convencido. Me has parecido muy arrepentido. Mucho. Sí. —Y Temari se mordió la lengua para no seguir balbuceando, mirando la puerta de la habitación que había tras Naruto, sintiendo que la estancia de repente era demasiado pequeña para los dos y que la proximidad de Naruto la turbaba cada vez más.

Ya no tenía duda de que iba a provocarle al padre Brian un ataque si le confesaba lo que deseaba hacer en ese preciso instante. Era una osada. Sus pensamientos, pecaminosos y oscuros, la llevaron a poner las manos tras ella para evitar la tentación de enredarlas en el cuerpo de Namikaze. Eso tenía que ser pecado sí o sí. ¿Cuándo había tenido ella esos pensamientos?

Quería que la besara, lo deseaba con toda su alma. Sin embargo, cuando él se acercó para reclamar ese beso, ella se había echado hacia atrás, acobardándose por primera vez en su vida. Mentalmente se daba cabezazos contra la pared, aunque en el fondo pensara que había hecho lo correcto. Un beso no cambiaba en nada su situación, solo para hacerla añorar aún más una quimera que, de sostenerla, le haría más daño. Debía olvidarlo y no estar pensando en tocar su piel ni en beberse sus labios.

Naruto no se iba a casar con ella. El que hubiese descubierto su inocencia no significaba que sintiese algo por ella o que quisiese una alianza. Y Temari había descubierto que ya no quería un enlace con Naruto por el bienestar de los clanes. Ya no sería suficiente. Lo quería todo. Quería ver en sus ojos lo mismo que veía en los de Utakata, Hayate, Asuma, Suigetsu y Kakashi cuando miraban a sus respectivas esposas. Quería ser amada y amar en un mundo donde los enlaces por amor eran la excepción, en donde la obligación, el honor y el deber iban por delante de los deseos más íntimos. Siempre había sabido lo que deseaba, pero solo ahora entendía que en su fuero interno nunca había aceptado un destino que no fuera ese. No podía doblegarse a los designios de su padre y casarse con Yakushi. Ella quería la libertad que podría alcanzar si escapaba, o la muerte.

El gesto de Naruto se ensombreció de nuevo cuando ella hizo una mueca de dolor al moverse hacia un lado para poner distancia entre ambos.

—¡Maldita sea! —dijo Naruto acercándose con intención de llevar sus manos al costado de Temari. Ahí era donde parecía dolerle a tenor de sus gestos y la forma con la que se tocó esa zona como si intentara reducir el dolor, que al moverse la había dejado temblando y sin aire.

—¿Qué... qué estas haci...? ¡Naruto! —exclamó ella cuando este se acercó en dos pasos y le quitó las manos para tocar la zona dolorida, ignorando el gesto de Temari por lo inapropiado de su acción. El dorso de su mano, en su camino, rozó la parte inferior del pecho de Temari, que no pudo reprimir del todo el gemido que ese roce le provocó. Él la miró atentamente al rostro cuando apretó levemente su costado, y al soltar Temari un jadeo de dolor, Namikaze apretó las mandíbulas visiblemente, como si se estuviese conteniendo.

—¿Cómo te has lastimado aquí? Me has dicho que solo tenías herido el labio y la mejilla —preguntó Naruto, y la dureza de sus palabras hizo a Temari poner sus manos sobre las muñecas de él, que aún seguía tocando su torso para detenerle.

—Cuando me dio el bofetón, caí hacia un lado, dándome contra la mesa antes de terminar en el suelo.

Temari tragó saliva cuando vio la tormenta que se formaba dentro de los ojos azules.

—¿Te ha pegado más veces? —preguntó con furia.

Temari no quería continuar con aquella conversación, y Naruto, que vio su determinación en una sola mirada, la tomó por la barbilla para que no rehusara sus ojos. Quería la respuesta a esa pregunta, porque si aquel bastardo la había lastimado más veces, no vacilaría en hacérselo pagar.

Supo la respuesta por la mirada de esos ojos color turquesa en los que más de una vez había sentido que se perdía.

—¿Cuándo? ¿Cuántas veces? —preguntó Naruto entre dientes.

Temari se soltó de su agarre poniendo de nuevo distancia entre los dos.

—¿Acaso importa? No es de tu incumbencia, Namikaze—respondió extremadamente seria.

—De acuerdo, entonces no me queda más remedio que sacárselo a tu padre a como dé lugar —dijo Naruto con un brillo peligroso en los ojos antes de dar media vuelta para ir hacia la puerta.

Namikaze tenía un problema con su sentido de la justicia y lo sabía. Cuando había algo que no le parecía correcto, simplemente era incapaz de dejarlo estar. Sin embargo, esto iba mucho más allá. Cuando entró en aquella habitación, tras escuchar la conversación, y vio el labio lacerado de Temari y la marca roja sobre su mejilla, tuvo que tirar de todo su autocontrol para no matar al bastardo de Rasa. Y en verdad lo hubiese hecho de no ser por ella, por lo que vio en sus ojos cuando se interpuso entre su padre y él, y le rogó para que no hiciese lo que verdaderamente deseaba, que era matar a aquel malnacido.

Cuando la miró y observó en sus ojos la preocupación desbordada, por lo que supondría para ambos clanes que se iniciara una guerra, se detuvo. Hasta un ciego se daría cuenta de que aquella mujer era todo lo que su padre no era. El honor, la entereza, la razón, el control, la fuerza... estaban impresas en ella, en cada gesto, en cada palabra, y él no había sabido verlo, cegado por la posibilidad de una nueva traición. Temari no era Ni, maldita sea, y debería haber escuchado sus explicaciones y no cerrarle todas las puertas. Aunque si era sincero consigo mismo, tenía que admitir que no solo lo había cegado la desconfianza. Desde el mismo instante en que posó sus ojos sobre Temari, supo que ella sería diferente, atisbó el poder que podía tener sobre él si le permitía acercarse lo suficiente, y la tentación fue demasiado grande. Aquello lo tomó desprevenido. No podía permitírselo, no otra vez, y ante ello levantó un muro entre los dos, un muro que pronto encontró en su posible traición las piedras justas y necesarias para convencerse de que ella no merecía la pena, que pensar lo peor era lo único racional y certero. Así podría controlar todo lo que ella le hacía sentir: algo totalmente desmedido, instintivo y que tenía su autocontrol hecho jirones. Aquella conversación que escuchó, cuyas palabras resonaron en sus oídos con la melodía de la traición, fue definitivamente su escudo ante una atracción, una obsesión como la que no había sentido jamás, ni siquiera con Ni, la que había creído el amor de su vida. ¿Y ella le preguntaba ahora que si acaso importaba? Maldita sea, lo hacía, y más de lo que Temari podía imaginar. Cuando ella le apuntó el día anterior con un puñal, cuando le hizo frente como si no le temiera a nada, la admiró como no había admirado a nadie en mucho tiempo. Era valiente, decidida, racional y sincera, y no iba a permitir que Rasa quebrantase su espíritu ni dañase su cuerpo de ninguna manera. Si ella no iba a decirle nada, haría que Sabaku se lo contase, aunque tuviese que matarlo.

Temari se interpuso entre Naruto y la puerta, apoyando una mano sobre su pecho para pararlo. Tenía que evitar una nueva confrontación con su padre, porque eso era precisamente lo que iba a ocurrir si Temari no le daba respuestas.

Sintió el calor emanando del cuerpo de Namikaze, de esos músculos duros como una roca que bajo su mano parecieron contraerse. Decididamente una penitencia no sería suficiente. El padre Brian iba directamente a excomulgarla.

—Dos veces, aparte de hoy. Lo juro —dijo Temari de pronto respondiendo a la anterior pregunta de Naruto. Este apretó un puño cuando escuchó sus palabras.

—Una, cuando era una niña, y la otra, justo después de volver de la reunión en tierras Hōzuki, cuando mi padre se dio cuenta de que yo no había seguido sus indicaciones —continuó Temari, bajando su mano del pecho de Naruto y soltando el aire lentamente al acabar la frase.

—¿Y es verdad que vas a casarte con Yakushi? —preguntó Naruto intentando contener la furia que le provocaba solo esa idea.

Ella asintió, y Naruto apretó sus dientes para no soltar un improperio.

—¿Ese enlace fue idea de tu padre o de Yakushi? —preguntó Namikaze a bocajarro.

Temari frunció el ceño. No sabía qué importancia podría tener ese detalle, pero, aun así, contestó.

—Fue Yakushi quien lo propuso. Parece que se fijó en mí en la reunión en tierras Hōzuki.

Naruto endureció el gesto, que ya era mortalmente fiero.

—No puedes casarte con ese hombre. Tú no sabes de lo que es capaz —contestó con voz grave y rotunda.

Los ojos de Temari no escondieron el dolor que le provocaba el destino que su padre le había concertado.

—Desgraciadamente no está en mis manos, Naruto. Créeme. Yo no quiero casarme con él. Y sí, sé de lo que es capaz. He oído lo que las damas cuentan, y te aseguro que no deseo estar cerca de él.

Naruto sabía que ella tenía razón. No estaba en sus manos, sino en las de su padre, un cabrón egoísta que, por lo poco que conocía de él, sería capaz de vender a su madre con tal de conseguir lo que ambicionaba.

—Tu padre dijo que cuando creías que nuestro compromiso era real no te opusiste. ¿Por qué?

Temari negó con la cabeza, sin comprender a qué venía ahora aquello.

—Eso no importa —contestó, y un brillo peligroso se asentó en los ojos de Naruto ante su respuesta. La determinación que vio en su mirada la convenció de que no la dejaría marchar hasta que contestara. Podía mentir, pero ¿qué sentido tendría? Mientras no le confesase los sentimientos que albergaba hacia él, lo demás no tenía por qué ocultárselo.

—Temari, dímelo —pidió Naruto con apremio.

Ella se mordió el labio inferior antes de contestar.

—Porque sabía que eras un hombre justo, con honor, un buen hombre.

Naruto entrecerró los ojos, desconfiando de sus palabras.

—¿Y cómo demonios ibas a saber cómo soy si nunca me habías visto? —preguntó Namikaze con desconfianza.

Temari lo miró, tomó aire y lo soltó poco a poco. Cuando habló, lo hizo como si se estuviese rindiendo ante lo inevitable.

—Porque sí que te conocía de antes —contestó Temari viendo la negación en los ojos de Namikaze—. Tenía seis años y me salvaste la vida.

La cara de Naruto no tuvo precio. Su rostro confundido la hizo hablar de nuevo.

—Me salvaste de que un caballo me matase, y te rompiste un brazo por ello. Me sentía tan mal porque veía tu cara de dolor, que no paré de llorar, y tú me miraste a pesar de estar sufriendo, intentando consolar lo imposible. Te interpusiste entre mi padre y yo cuando...

—Cuando te pegó —dijo Naruto, y por sus ojos, por su voz, se podía ver que todavía estaba perplejo.

Temari asintió antes de hablar.

—Un muchacho que se interesa por lo que una niña de seis años pueda sentir hasta el extremo de buscarla y darle la mano para que se tranquilice y se duerma, mintiéndole al decirle que el brazo ya no le dolía para mitigar su culpa y que así dejase de llorar, no puede convertirse en otra cosa que en un buen hombre, Naruto.

Temari vio el cambio en su mirada y supo que estaba perdida, lo supo solo un segundo antes de que Naruto la tomara en sus brazos y la besara.