CAPITULO 12
El dolor, esa punzada que le retorcía las entrañas cada vez con más asiduidad, la hizo encorvarse y retener el aliento durante el rato en el que aquella agonía duró. No solía ser mucho, sin embargo, en las últimas semanas eran más frecuentes y el dolor tardaba más en desaparecer. Unos de los médicos de la corte le dijo que sus días estaban contados, pero ella no pensaba partir sin luchar, y menos sin conseguir lo que más deseaba: hacer justicia. Quería ver a Naruto Namikaze desangrarse sobre la tierra mojada, mirar sus ojos y decirle cuánto lo odiaba; segar su vida y empaparse las manos con su sangre hasta que se saciara, hasta que su alma pudiese tener el descanso que tanto ansiaba.
Los pasos acercándose hasta ella la hicieron erguirse nuevamente, apretando los dientes hasta que el dolor pareció remitir lo suficiente como para que su semblante no reflejara los estragos que este causaba en ella.
—Laird Yakushi te recibirá ahora.
Las palabras de aquel guerrero perteneciente al clan Yakushi, casi escupidas sin ningún tipo de corrección, la hicieron mirarlo con toda la arrogancia de la que era capaz. Eso pareció ser suficiente, por cómo el guerrero desvió la vista, indicándole con un brazo que lo siguiera.
Ese hombre no tenía ni idea de lo que ella había aguantado en los últimos años si pensaba que con eso iba a amedrentarla. El tiempo pasado junto a Hidan, ayudándolo en sus intrigas en la corte, le habían sido de gran valor. Y aunque su amante pensó alguna vez que era él quien la utilizaba para determinados encargos, la única realidad es que Hidan había sido como arcilla entre sus manos.
Después de andar por un pequeño pasillo, entró en un salón de grandes dimensiones. Varias mesas de madera dispuestas a lo largo del mismo evidenciaban que allí se reunían miembros del clan para las comidas y las cenas. Al fondo vio un tapiz con el lema de los Yakushi.
—Tienes mucho valor para presentarte en mis dominios cuando mis hombres han estado buscándote durante semanas —dijo Kabuto a sus espaldas, haciendo que se volviese rápido y enfrentara al hombre que, intuía, la había mandado matar, al igual que hiciera con Hidan.
—Pues ya no tiene que buscar más. Estoy aquí y con una proposición que, estoy segura, será beneficiosa para ambos —dijo ella mirando fijamente a Kabuto a la cara.
Aquel hombre era como un muro, fuerte, lleno de músculos y con una cara dominada por unos ángulos casi imposibles. Una nariz rota por varios puntos, unos pómulos demasiado prominentes, una mandíbula cuadrada y una boca demasiado grande que, cuando sonreía, dejaba entrever algún hueco en su dentadura.
—Eres una estúpida si crees que voy a arriesgarme contigo. Ya lo hice con Hidan, y falló. El bastardo de Naruto Namikaze sigue vivo.
—¿Por eso mataste a Hidan?
Una mirada llena de ira cruzó los ojos oscuros de Yakushi.
—No podía permitirme que hablara si Namikaze lo encontraba. Soy el mayor enemigo de ese bastardo y nuestros clanes se odian. Si él muere en una emboscada, si alguien lo mata, todos sospecharán de mí. Por eso se lo encargué a Hidan y él a los mercenarios, para que hicieran el trabajo y nadie pudiese relacionarme con su muerte. Una cosa es tener sospechas y otra, bien diferente, evidencias. Lamento que tengas que sufrir el mismo destino que tu amante, pero no puedo dejarte con vida, preciosa —explicó Yakushi mirándola con evidente deseo.
Ella sabía que era hermosa, siempre lo había sido. Su pelo castaño, rizado hasta la cintura, sus ojos perla como el hielo, sus carnosos labios y sus generosas curvas siempre la habían hecho destacar, arrancando de los ojos de los hombres un deseo descarnado y visceral. Durante los últimos años había hecho uso de su cuerpo para alcanzar sus objetivos: poder, posición, riqueza. No solo había sido para sobrevivir, también lo había hecho para adquirir una posición y unos contactos que le permitieran llevar a cabo su venganza personal.
—Tengo a alguien dentro del clan Namikaze que puede sernos de utilidad. Me ayudará a matarlo —dijo la joven haciendo que Yakushi arqueara una ceja.
—¿Y por qué Hidan no me habló de ello? ¿De quién se trata?
Ella dio varios pasos sobre sí misma mientras no apartaba los ojos de Kabuto, los mismos que la siguieron con codicia.
—Porque Hidan no lo sabía y porque en aquel momento utilizar a los mercenarios parecía lo más sensato, lo que dejaría menos rastro tras de sí. De todas formas, Hidan a veces era muy obstinado. Por eso ha acabado muerto.
La risa ronca de Kabuto retumbó en el salón. Uno de sus guerreros entró en ese preciso instante, pero antes de que pudiese decir algo, Kabuto lo despidió con un gesto de su cabeza.
—¿Y por qué te ayudaría esa persona a matar a Naruto? ¿Qué motivación tendría? En ese clan, todos veneran a su Laird, son demasiado leales como para traicionarlo.
La joven asintió antes de detenerse un poco más cerca de Kabuto.
—Esa persona tendría la mejor motivación del mundo. La venganza —dijo ella con un tono penetrante y revelador—. Namikaze mató a su hijo después de tacharlo de traidor.
Los ojos de Kabuto se achicaron ante tales palabras, como si estuviese evaluando la información y cuán útil podría ser para él.
—Yo seré quien esté en contacto con esa persona. Nadie sabrá nada de ti, estarás al margen de todo, y cuando muera Naruto, no podrán señalarte porque no habrá ninguna prueba de ello. Me estoy muriendo y no me queda mucho tiempo. Déjame hacer esto, necesito hacerlo. Después, si quieres, incluso te ayudaré a deslizar el puñal en mi pecho —explicó la joven, y con esas palabras se ganó la atención absoluta de Yakushi, que la miraba de forma penetrante, tanto, que ella pensó que el puñal al que había hecho alusión no la atravesaría tanto como lo hacían sus ojos en ese instante.
—Tienes agallas, muchacha, de eso no me cabe duda. Hidan era un hombre con suerte al tenerte a su lado, porque veo la inteligencia en esos ojos fríos como el hielo y una determinación que me gusta. Sin embargo, no entiendo el porqué. Dices que vas a morir y yo me pregunto el motivo de tu necesidad por hacer este trabajo antes de tu final. Podrías esperarlo con tranquilidad, y sin embargo, quieres desperdiciar tus últimos días en ayudarme a matar a Naruto Namikaze, aun sabiendo que después yo te mataré, porque no puedo arriesgarme a que hables. Jamás he visto a nadie delante de mí enfrentarse a la muerte de esa forma, como si el hecho de hacer que Namikaze descanse bajo tierra te proporcione la paz necesaria para dejar este mundo sin titubeos. Me impresiona —finalizó Kabuto acercándose a ella y tocando con los dedos el pelo caramelo y sedoso que caía por el hombro de la mujer. Era suave y tentador.
—El porqué no te incumbe, pero sí mi determinación para ello. Estás en lo cierto en que la muerte de Naruto me proporcionaría paz.
—¿Tanto lo odias?
La joven hizo una mueca y sus bellas facciones se endurecieron, cubriéndose con una pátina de ira y odio como Yakushi pocas veces había visto.
—El hombre que mató, al que llamó traidor, era el amor de mi vida. Ese día juré vengarlo hasta mi último aliento, y no pienso expirar hasta que Naruto Namikaze perezca.
Yakushi asintió antes de soltar el mechón de pelo y sonreír peligrosamente.
—De acuerdo. Si vas a ser la mensajera de la muerte, bienvenida a mi hogar. Tenemos mucho de qué hablar.
Y con esas palabras Kabuto señaló con su brazo uno de los pasillos que partían del salón hacia el interior del castillo. Sin dudar, la mujer lo siguió.
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Shizune se mordió el labio ante el bramido de furia de Yamato. No lo había hecho aposta, lo juraba por lo más sagrado, aunque eso fuese un sacrilegio y un pecado, pero ese hombre la había estado eludiendo durante todo el día anterior, observando a veces a Naruto, y en ocasiones a Sasuke, con un interés que, en este último caso, no ayudaba en nada a sus planes. Ella era la que debía distraerle y, a pesar de sus intentos más bien tímidos, tuvo que reconocer que no había tenido ningún resultado. Esa tarde, cuando Yamato estaba observando el entrenamiento de varios de los hombres más jóvenes, Shizune a su vez lo vigilaba desde la entrada al establo con la misión de pararlo o distraerlo si era menester. Cuando Sasuke llegó hasta la entrada del castillo junto a Kakashi y Utakata, y Shizune vio la señal que Kurenai le hizo a Uchiha, al quedarse este rezagado, observó cómo los ojos de Yamato, fijos y atentos a la escena, se achicaron brevemente. Al desaparecer todos en el interior, Shizune supo que debía hacer algo cuando Yamato, tras hablar con uno de sus hombres, se dirigió con paso firme hacia el castillo. Sabía que Hanare y Temari iban a encontrarse con Sasuke, ya que la partida de esta última se había adelantado al amanecer y tenían que repasar algunos detalles, y por nada del mundo podían permitirse que en el último momento Yamato descubriera lo que se traían entre manos.
Shizune, por primera vez en su vida, no analizó la situación, sino que actuó por impulso. Corrió por el patio con paso apresurado para alcanzarlo sin detenerse a mirar hacia los lados y sin darse cuenta de que la lucha con la espada de dos jóvenes guerreros Hatake se había desviado unos metros. Lo supo cuando se vio encerrada en medio de ellos y sintió algo afilado cortar la manga de su vestido, al mismo tiempo que un rugido que pareció salido directamente del infierno se escuchó por toda la explanada dejando a todo el mundo quieto. Cuando se dio cuenta de quién había proferido tal berrido y lo miró, la expresión de su cara casi la hizo desmayarse, y eso que ella no era dada a los desvanecimientos. Escuchó las disculpas de los jóvenes, que fueron al suelo cuando un enajenado Yamato se acercó con celeridad, los derribó de un golpe y la tomó a ella de los brazos para inspeccionarla por todas partes.
—¡Fuera de aquí! —bramó el highlander mirando a los jóvenes que se levantaron con cara dolorida—. ¿Qué estáis mirando? —preguntó furibundo Yamato al resto de las personas que se habían quedado paradas viendo lo que pasaba—. ¡Seguid con lo que estuvieseis haciendo, maldita sea!
Cuando los hombres volvieron a su entrenamiento y los demás se pusieron en movimiento, Yamato la miró a ella a los ojos, fijamente. Shizune sintió que se le derretían los dedos de los pies. ¿Era eso posible? Uno de los escritos que tenía el padre Eulace, que era un erudito en muchos temas y de los que hablaba con ella desde niña, a pesar de que a su padre no le gustaba nada que el sacerdote saciara la curiosidad innata de Shizune desde que empezó a balbucear, hablaba de los volcanes, que portaban fuego en su interior. Pues, o tenía un volcán debajo de sus pies, o lo que estaba sintiendo no era nada normal. Y ese volcán debía de estar en erupción a tenor del calor que iba subiendo por todo su cuerpo hasta sus mejillas. «Por favor, que no me sonroje», pensó Shizune mordiéndose el labio. Sabía que su piel, demasiado pálida, mostraba sin pudor cualquier sonrojo que pudiese albergar. Sin embargo, no pudo detenerlo; no pudo, porque esa mirada penetrante estaba anclada en la de ella, como si pudiese arrancarle el alma. Esa expresión feroz, con esas cicatrices en uno de los lados de su rostro y otra cruzando su ceja derecha, con sus mejillas sin rasurar y su pelo alborotado hasta los hombros, del color de la tierra húmeda tras la lluvia, esa expresión la tenía totalmente fascinada. Esa palabra ni siquiera se acercaba a lo que quería expresar, porque lo que deseaba era alzar su mano y enredar los dedos en su cabello y dejarlos allí, acariciando sus mechones, que bajo la luz del sol desprendían destellos castaños almendrados. Shizune estaba perdida en esos pensamientos cuando la exclamación furiosa y exaltada de Yamato la devolvió a la realidad.
—¡Está loca! —exclamó el highlander hirviendo por dentro.
Yamato todavía podía sentir que le faltaba el aire, desde el mismo momento en que miró hacia atrás, antes de entrar en el castillo, y la vio correr por el patio directamente hacia sus hombres. Ese fue el instante en el que pensó que el corazón se le paraba.
Rugió, sin saber aún cómo, intentando detener la acción que pareció no tener fin ante sus ojos y que solo podía saldarse con la sangre de Shizune sobre la tierra a manos de una de las espadas que cruzaron el aire inmersas en una lucha intensa.
Corrió con todas sus fuerzas y rogó al todopoderoso llegar a tiempo, con un solo pensamiento en su cabeza. Ella no, por favor, ella no.
La letanía de ese ruego no paró de repetirse hasta que la tuvo entre sus manos y la hubo revisado con minuciosidad y ansia, hasta que comprobó que estaba bien, que estaba a salvo y que solo el corte en una de las mangas de su vestido, donde la piel que cubría presentaba un pequeño rasguño, era el único resultado de lo que podía haber sido una tragedia.
En sus treinta y ocho años, jamás las manos le habían temblado tanto como en aquel instante, y la furia que le roía en las entrañas porque ella se hubiese puesto en peligro de aquella forma, se mezcló con la agonía que había vivido momentos antes, haciendo su autocontrol añicos.
Con los dientes apretados le gritó que estaba loca, no había otra excusa para lo que acababa de hacer, y aquellos ojos negros, aquellas vetas oscuras brillantes, haciendo de su mirada la más hermosa que había visto jamás, no lo miraron con miedo o con arrepentimiento. No, ni siquiera con confusión. Lo miraron con curiosidad, con hambre, e Yamato supo que tenía que soltarla si no quería cometer una locura. No sabía qué había hecho Shizune con él, pero por primera vez, en ese preciso instante, supo que estaba enamorado hasta el fondo.
—Lo siento. No era mi intención provocar ninguna molestia. Sé que debería haber mirado y ha sido culpa mía. Lamento mi torpeza y agradezco su preocupación. Creo que debería entrar y sentarme un rato. Mis piernas ahora mismo no parecen muy estables y no deseo llamar aún más la atención. Aunque eso es imposible, visto la que he liado hace un instante —dijo Shizune mirando las manos de Yamato que aún la sujetaban—. Me va a ser difícil andar si no me suelta —continuó Shizune esbozando una pequeña sonrisa, que titubeó en su cara cuando Yamato gruñó.
Yamato jamás la había oído hablar más de dos palabras, y al escucharla, el sonido de su voz y la seguridad y determinación con la que se expresó fueron como un puñetazo en el estómago. No era tímida, como había pensado, maldita sea, solo reservada, y ese carácter, esa seguridad que destilaba por cada uno de sus poros junto con la curiosidad innata que desbordaban sus ojos le habían hecho sentir como un adolescente imberbe.
Oyó su propio gruñido y no pudo dejar de sentir un tirón en la entrepierna cuando la vio volver a morderse ese labio carnoso y rojo que era como un fruto prohibido, pura tentación.
Inspiró profundamente, porque a ese paso, iba a correrse allí mismo. «¿Qué coño me has hecho, Shizune?», se preguntó mentalmente, intentando serenarse antes de hablar.
—No vuelva hacerlo. Jamás. Y ahora deje que la acompañe, no queremos que pierda el equilibrio y tengamos algo que lamentar al final —dijo Yamato con un tono cortante totalmente ajeno a lo que realmente bullía en su interior. Sobre todo cuando pasó una de sus manos por la cintura de Shizune y la otra tomó uno de sus brazos para cerciorarse de que ella llegaba bien al castillo y sus piernas no le fallaban. Solo cuando la dejó sentada un rato después junto a Yūgao, se permitió despedirse, volver la espalda y alejarse de allí. Fue lo más difícil que había hecho en su vida.
