CAPITULO 21

—¿Estás bien, mi niña? —preguntó la anciana prácticamente pegada a ella, mirándola directamente a los ojos.

Hacía ya un buen rato que no hablaba, no podía. Era como si se hubiese quedado paralizada después de la boda. Apenas recordaba las palabras del padre Rashii, o haber dado su consentimiento. Fue todo tan rápido que no había podido asimilarlo. En un momento intentaban convencer al sacerdote para que los casara al día siguiente, y un instante después ya estaba casada. Vagamente, se acordaba de las felicitaciones por parte de todos los Lairds, y aunque no iba a quejarse, echó en falta la presencia de Sakura, de Hanare, de Yūgao o de alguna de las otras mujeres que se habían convertido, durante los días que estuvo en tierras Hatake, en verdaderas amigas. La cuestión es que Uruchi, que había sido la única fémina presente, se la llevó en cuanto la cena terminó. No sabía lo que había cenado. Se acordaba de que Naruto le había dicho algo al oído durante la misma y de que ella le gruñó. Fuese lo que fuese, el comentario tuvo que molestarle, porque ella no hacía eso sin un fuerte motivo.

Y ahora estaba allí, en su habitación, esperando a que Naruto subiera y llevara a cabo con su cuerpo todo lo que Sasuke le había relatado esa misma mañana. ¿Había una mayor ironía?

Uchiha la había abrazado antes de abandonar el salón y le había dicho que siempre tendría su protección, y que si Naruto la obligaba a hacer algo, o era egoísta en algún sentido, podía dejarla viuda en el acto. En ese momento estaba tentada de hacer uso de su palabra.

—Estoy bien Uruchi. Es solo... solo... que...

—Niña, dilo ya, que con mis años no puedo perder el tiempo y mi mente ya no es tan clara como antaño. No puedo estar imaginando lo que me quieres decir, así que simplemente dilo y acabemos con lo que te está perturbando.

Temari la miró como si acabase de darse cuenta de algo.

—Sasuke hace eso también. ¿Es algo que se enseña a los Uchiha desde que nacen?

Uruchi rio por lo bajo.

—No, pero llevo mucho tiempo en esta casa y valoro la sinceridad de Sasuke. A mi edad, no hay tiempo para ser suave. Es más rápido y mejor ir al fondo del asunto, sin adornos. Lo de tu primo es diferente. Siempre fue un niño muy sincero, pero las circunstancias de su crianza lo endurecieron. Eres parte de la familia y no está bien hablar de los muertos, pero el padre de Sasuke era un animal. Loco y cruel como no he conocido a nadie. Es un milagro que mis muchachos estén cuerdos.

Temari no apartó en ningún momento sus ojos del rostro de la anciana, que al decir sus últimas palabras, endureció sus facciones pareciendo más que nunca maltratadas por el tiempo. El dolor que vio salir a la superficie de sus ojos, como si estuviera permanentemente ahí, agazapado, la hizo comprender que la vida en el clan, durante muchos años, no hubo de ser fácil para nadie. Puso su mano encima de la de Uruchi, intentando devolver un poco del consuelo que aquella mujer le había dado a ella desinteresadamente desde que llegó a tierras Uchiha.

Eso hizo que Uruchi frunciera el ceño, volviendo al presente de nuevo y dejando los recuerdos a buen recaudo.

—Pero eso ya quedó atrás, y hoy es tu noche de bodas. ¿Quieres preguntarme algo? Porque imagino que eso es lo que te pasa, ¿no? ¿Temes la intimidad con tu esposo? No debes hacerlo. Yo estuve casada durante quince años con mi Teyaki y ese hombre era capaz de arrancarme unos gemidos que ni siquiera yo sabía que podía emitir.

El color carmesí en las mejillas de Temari y sus ojos abiertos de par en par hicieron sonreír a Uruchi.

—Bueno, Temari, ¿qué esperabas? ¿Que te dijera que dejes hacer a tu marido y permanezcas quieta mientras él se desahoga? ¿Que debes estar calladita y obediente? Pues no vas a escucharlo de mí, ¿me oyes? Lo que pasa en el lecho de una pareja casada es íntimo y sagrado, pero no por eso tienes que dormirte en el proceso. Mi Teyaki decía que yo era una fiera. A veces me gustaba tomar el control y le hacía rogar.

Temari estaba sin habla. Entre lo de Sasuke y lo de Uruchi, estaba segura de que ninguna mujer había tenido tanta información como ella antes de consumar su matrimonio. Y eso estaba bien, muy bien de hecho, pero no evitaba que su rubor se extendiera a cada parte de su cuerpo, y que la mortificación que sentía por ciertos detalles que estaba oyendo la hicieran desear enterrarse viva. Eso segundo fue lo que quiso hacer cuando Uruchi empezó a contarle lo que pasaría y lo que ella podía hacer. Cuando llegó a la parte de tomar el control y de cabalgar sobre su esposo, Temari ya no pestañeaba; la lengua la tenía paralizada, las manos le sudaban, los nervios que azuzaban su estómago se habían vuelto gigantes que pateaban a sus anchas, y le costaba respirar.

—Niña, respira, que te vas a ahogar —dijo Uruchi dándole una palmada a Temari en la espalda con cariño y comprensión.

—Ahora eres una Uchiha, y nosotras nos ayudamos las unas a las otras. No verás a ninguna Uchiha insatisfecha en su lecho. Si es así, ese hombre no dura mucho con su salud intacta.

—¿Lo envenenáis? —preguntó Temari casi en un susurro cuando recuperó la capacidad de hablar.

Uruchi soltó una carcajada.

—No, pero tiene que poner en remojo su miembro por largo tiempo. Al final siempre entran en razón. Si con eso no escarmienta, una purga que le haga ver más cerca al creador. Y si tampoco funciona, entonces...

—Es cuando lo envenenáis —afirmó Temari seriamente.

—Noooo... Entonces es cuando acudimos a nuestro Laird y este mantiene una larga charla con él. Solo ha ocurrido una vez, y puedo decir que por la cara de nuestra cocinera Doggi, Sasuke le puso las cosas claras a su esposo. Creo que también influyó el hecho de que los hombres no tuvieran una comida en condiciones durante días. Sasuke estaba que echaba humo, y Baru se cagó en los pantalones.

—¿Quién es Baru?

—El esposo de Doggi, por supuesto. Muchacha, creo que el cansancio y la emoción de todo lo que ha pasado hoy te está haciendo mella. Es mejor que te desvistas y te metas en la cama a esperar a ese hombre tuyo —señaló Uruchi guiñándole el ojo—. Te ayudaré.

—No creo que haga falta que... —Pero Temari no pudo terminar porque la anciana, que parecía tener más fuerza que una manada de caballos descontrolados, ya le había sacado el vestido por la cabeza.

Temari iba a meterse en la cama con la camisola que llevaba debajo, cuando Uruchi la detuvo, arqueando una ceja y señalando lo que le faltaba por quitar.

—¿Todo...? —preguntó Temari, que ya sabía la respuesta por la mirada de Uruchi.

—No pretenderás hacer lo que te he dicho con algo puesto, ¿verdad?

Temari hizo un gesto con los hombros porque, francamente, llegados a este punto, ¿qué más daba?

—¡No sé si voy a acordarme de respirar, como para hacer lo que me has dicho! La mitad está confuso en mi mente, y la otra mitad no creo que pueda hacerse.

—Repite conmigo: ¡Soy una Uchiha! Eso significa luchar por lo que deseas, hasta el final.

—Verás, Uruchi, no es por llevarte la contraria, pero soy una Sabaku.

Uruchi frunció el ceño y tiró de la camisola, dejando a Temari tal y como vino al mundo.

—Eso es un montón de mierda. Eres una Uchiha y no hay más que hablar.

Temari se metió en la cama rápido. No era vergonzosa con su intimidad delante de Uruchi, pero la verdad es que hacía un frío que se le metía en las entrañas.

—Mañana por la mañana estaré aquí para ayudarte si me necesitas. Duerme bien, mi niña —dijo Uruchi, y guiñándole un ojo salió de la habitación, dejando a Temari totalmente perpleja.

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Naruto habría querido salir de aquel salón cuando Temari se retiró un rato antes. De hecho, había dejado a todos abajo celebrando su boda, cuando, pasado un tiempo prudencial, decidió subir y no esperar más. Uruchi, próximo el final de la cena, se acercó a él pidiéndole un momento para hablar con Temari antes de que él subiera.

Naruto accedió. Tampoco se le hubiera ocurrido negarse, tal y como aquella mujer lo miró, sobre todo porque entendía que Temari no tenía a nadie cercano allí. Ninguna de sus amigas, o algún familiar femenino, había estado a su lado en su enlace, y aquella mujer de edad avanzada, con un genio de mil demonios, parecía haber tomado a su esposa en gran estima. Su esposa... Era fascinante cómo esa palabra que debería haber sonado extraña, ajena a sus oídos, se había vuelto familiar en un suspiro, como algo inherente a él, como si lo que había pasado en aquel salón bajo la mirada de todos los Lairds y la atención de un cura mal hablado y desquiciado fuese solo el desenlace lógico de una espera que se había prorrogado durante años, hasta el momento adecuado. Ella no se había dado cuenta, pero a Naruto no le pareció una coincidencia que el vestido que Temari había lucido ese día, el que había llevado para desposarse con él, fuese del mismo color que el que portaba cuando con solo seis años lo miró con aquellos ojazos demasiado grandes para una niña y le robó algo de lo que ni siquiera había sido consciente hasta que volvió a verla. El vestido era como el color del brezo, y en su tez pálida hacía resaltar su mirada, su pelo rubio y sus labios rojos y plenos, enmarcando esa dulzura y esa fiereza interior que, en contraste, le hacía caer rendido a sus pies. El tiempo de negarse que estaba enamorado de ella, que Temari le volvía loco, había quedado atrás. Era su esposa ahora y él derribaría todos los muros que pudiesen separarlos, aunque le costara la vida misma.

Naruto levantó la vista cuando escuchó pasos por el pasillo y su mirada se cruzó con la de Uruchi.

—Gracias por dejarme hablar con ella a solas unos minutos —le dijo la anciana cuando llegó hasta donde estaba él—. Sé que esta noche es vuestra, pero esa muchacha no tiene madre, y no quería que fuese, como muchas esposas, ignorante, al lecho de su marido.

Naruto asintió, diciéndole sin palabras que estaba de acuerdo.

—Solo una cosa más. Si le haces daño a esa muchacha, te destripo como a un pescado. Soy vieja, y mis fuerzas están debilitadas, pero mi pulso es todavía firme. Esa niña es una Uchiha, es sangre de Sasuke y Itachi, a los que quiero como a mis hijos, así que ni por un momento me subestimes. ¿Está claro?

Naruto, al contrario de lo que Uruchi esperaba, la miró con una chispa de ternura. La pequeña sonrisa que acompañó a esa mirada hubiese conquistado a Uruchi si no hubiera sido por su edad. ¡Maldita sea, aquel hombre tenía sus armas!

—Jamás se me ocurriría hacerle daño. Gracias por cuidar de ella todo este tiempo —le dijo Naruto, y Uruchi, a regañadientes, le dio una palmadita en el brazo cuando pasó por su lado.

—Cumple tu palabra y tendrás mi respeto para lo que me reste de vida.

Naruto la siguió con la mirada un poco más hasta que la anciana se perdió por el fondo del pasillo. La lealtad y el cariño que despertaba Temari en todos los que la rodeaban no habían pasado desapercibidos para él, y sabía que no tenía derecho, pero eso le hacía sentirse orgulloso de ella y acentuaba lo único que lo carcomía todavía por dentro: comprender que había sido el único lo bastante ciego como para no ver antes la extraordinaria mujer que era su esposa.