CAPITULO 23
Temari se despertó encontrándose sola en la cama. Sin pensar, tocó con la palma de la mano las sábanas sobre las que Naruto había estado acostado a su lado, abrazándola toda la noche y de nuevo después de hacer el amor al amanecer. Tras esa segunda vez se había quedado dormida de tal manera que no lo había escuchado irse. Sabía que Naruto había quedado con Sasuke y los demás para hablar de lo que iban a hacer respecto a Yakushi si este decidía tomar represalias; sin embargo, no podía evitar desear haber despertado de nuevo entre sus brazos. Se estiró sobre la cama, enrojeciendo cuando ciertas partes de su cuerpo se resintieron al moverse. El rubor vino acompañado de una pequeña sonrisa, la misma que vio Uruchi cuando, tras llamar un par de veces a la puerta, entró.
—Bueno, bueno... Veo que no vamos a tener que tomar ninguna medida contra tu esposo —dijo Uruchi con una carcajada al ver el sonrojo de Temari, que en un segundo subió desproporcionadamente de tonalidad.
Temari, a pesar de su turbación, sonrió tímidamente.
—Eso es bueno. Me está empezando a caer bien el muchacho. Que siga así y no tendrá problemas con la arpía de la vieja Uruchi.
Temari hizo un sonido de queja con su garganta antes de hablar con un tono que dejaba entrever el desagrado que le habían provocado esas palabras.
—Ni eres vieja ni eres una arpía. No sé qué hubiese hecho sin ti, Uruchi. Te voy a echar mucho de menos.
Los ojos emocionados de Temari se unieron a los de Uruchi, que sacudiendo la cabeza se acercó a una de las sillas que había al lado de la ventana para dejar en ella una muda limpia y un vestido que ella misma había arreglado para Temari. La muchacha había llegado allí nada más que con un vestido y lo puesto. En las dos semanas transcurridas desde entonces, las mujeres del clan habían ayudado dando alguno de sus vestidos que, pasando por las manos expertas de Uruchi, habían quedado prácticamente nuevos en la figura de aquella muchacha.
—Nos veremos pronto. No te vas a Inglaterra, niña, sino a varios días de camino de aquí. Ahora que sabes dónde tienes a tu familia deberás visitarnos a menudo o no te lo perdonaré, ¿me escuchas?
La sonrisa de Temari casi deslumbró a Uruchi.
Se parecía tanto a la madre de Sasuke... que su corazón, desgastado y herido en demasiadas contiendas en los últimos cuarenta años, se encogió al recordarla.
Esta niña era sangre de Mikoto Uchiha, la sobrina de la mujer que había sido su mejor amiga hasta que la muerte se la llevó. Una muerte provocada por el bastardo de su esposo, y padre de Sasuke y Itachi. Ese hombre debía de estar retorciéndose en el infierno si en verdad existía algún tipo de justicia en la otra vida. Quizás eso fuese una blasfemia, pero a su edad ya nada la asustaba.
Ella prometió a la madre de Sasuke en su lecho de muerte que cuidaría de sus niños, y así lo había hecho hasta ese día, y lo seguiría haciendo hasta que dejara este mundo. Eso ahora incluía también a Temari. Si su amiga hubiese sabido de su sobrina... la habría hecho tan feliz... ¿Cuántas tardes la había oído hablar con añoranza de su hermana Karura?
—Te he traído agua limpia y este vestido que, creo, te quedará muy bien —dijo Uruchi con la voz fuerte y enérgica tan propia de ella, señalando el montoncito de ropa que había dejado sobre la silla—. Meteré el resto de los que te he arreglado en un pequeño arcón para que puedas llevártelos.
—Gracias por todo, Uruchi. Yo también te quiero —dijo Temari mirándola fijamente y con el corazón en la mano.
Uruchi vio el sentimiento brotar de los grandes ojos de aquella mujer que era no solo hermosa por fuera, sino infinitamente preciosa por dentro, y tuvo que disimular la ternura y el efecto que esas palabras habían tenido en ella, carraspeando levemente para alejar el nudo que se había instalado en su pecho.
—No digas tonterías, jovencita, y levántate. Tendrás que meter algo de alimento en ese delgado cuerpo antes de emprender el viaje.
Temari vio salir a Uruchi de la habitación con presteza y supo, sin que ella se lo dijese, que también la iba a echar de menos. Allí había encontrado un hogar, una familia, personas que la amaban y a las que amar. Eso iba a ser muy difícil de dejar atrás, sin embargo, Naruto era ahora su familia, su esposo, y su clan sería su nuevo hogar. Una sonrisa volvió a dibujarse en sus labios cuando fue consciente de que la suerte, esa esquiva por tanto tiempo, de repente parecía su aliada. ¿Quién iba a pensar que alguien como ella, que nunca había sentido que pertenecía a su propio clan, podría tener dos familias, dos clanes a los que amar y a los que cuidar? Ella los tendría, porque no iba a renunciar a ellos, ni a dejar que nadie se los arrebatase.
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Alpina Namikaze salió de la pequeña habitación donde su hija dormía. La palidez que había cubierto sus facciones desde su llegada parecía no tan acusada, aun cuando las muecas de dolor que a veces veía en su rostro no pasaban desapercibidas para el corazón de una madre que, sabía, tendría que llorar la pérdida de su hija demasiado pronto.
Tan sumida estaba en sus pensamientos, que los repentinos golpes en su puerta hicieron que se llevase una mano al pecho sobresaltada. No esperaba a nadie, y su hijo no podía ser. Disonas ya había ido esa mañana a ver a Ni antes de salir con un grupo de hombres cumpliendo las órdenes de Sai, el guerrero que su Laird había dejado al frente del clan en su ausencia. Su Laird... Alpina temía la reacción de Naruto cuando supiese que su hija estaba allí. Sai había dado su consentimiento de forma reticente, dejándoles claro que permitía que Ni se quedara durante unos días como atención a la extrema debilidad en la que la avanzada enfermedad había sumido su cuerpo por el viaje. Alpina sabía que en esa decisión había sido fundamental la estrecha amistad de su hijo Disonas con Sai, al que rogó para que tuviera clemencia con su hermana moribunda.
Los golpes de nuevo en la puerta, con insistencia, la hicieron reaccionar. Cuando la abrió dejando entrar el aire frío de la mañana, dio un paso atrás al ver de quién se trataba. El miedo de que echaran a su hija de aquellas tierras, y en el estado en el que se encontraba, se incrementó al ver la cara extremadamente seria de Hermes Namikaze, que sin ninguna ceremonia entró en la casa, pasando por su lado sin dejar de mirarla como si esperara algo.
—Creo que se me debe un respeto, algo que tu familia ha omitido completamente. Soy la única familia del Laird de este clan, y como su tío, tengo que estar al corriente de todo lo que pasa entre mi gente cuando mi sobrino no está, y me acabo de enterar de que Ni está aquí. ¿Cómo es eso posible?
El hecho de que Naruto hubiese designado para estar al frente del clan en su ausencia a Sai desde hacía unos meses, desde que Hermes había llevado demasiado lejos su arrogancia y tomado decisiones que no le correspondían, era un hecho más que patente entre los miembros del clan. Alpina sabía que el orgullo de Hermes se había resentido duramente tras esa decisión de Naruto, pero a nadie le extrañó que aquello por fin pasara cuando las acciones de aquel hombre llevaban demasiado tiempo exigiendo a gritos una respuesta por parte de su Laird. A pesar de todo ello, Alpina sabía que aquel hombre seguía teniendo mucho peso dentro de su clan, sobre todo entre algunos de los miembros más ancianos. Ese fue el único motivo por el que Alpina intentó mostrar arrepentimiento.
—Lo siento. Pensábamos que Sai se lo habría comunicado. Mi hija está muy enferma y lo único que desea es que la dejen morir entre los suyos y yacer en su tierra.
Los ojos de Hermes relucieron con furia ante esas palabras.
El mal nacido de Sai no le había dicho nada. Había sido una casualidad la que lo había llevado a enterarse de que la traidora de la hermana de Disonas estaba en tierras Namikaze, atreviéndose a desafiar el destierro que le impuso su sobrino años atrás, a pesar de que la pena por ello era la muerte.
—La muerte es lo que se merece esa perra traidora —dijo Hermes regodeándose en sus palabras y en el dolor punzante que vio en la mirada de aquella madre que tuvo que morderse la lengua para no decir lo que realmente pensaba.
El miedo que vio en los ojos de Alpina, y que la obligó a guardar silencio a pesar de escuchar cómo él había insultado gravemente a su hija, hizo que Hermes sintiese ese cosquilleo en la entrepierna que le era tan conocido. Le excitaba tener poder sobre otros, que lo temieran, disfrutando de su sumisión y obediencia.
—Pero hoy me siento generoso —continuó Hermes— y en última instancia es Naruto quien debe decidir qué se hace con ella, sin embargo, debo comprobar que lo que me han contado sobre su enfermedad es cierto.
Alpina no quería que aquel hombre, de ninguna manera, perturbara el sueño y el descanso de su hija, pero no tenía otra opción y ambos lo sabían. Con un gesto le indicó que la siguiera. La pequeña casa tenía solo una habitación, y un pequeño habitáculo con una puerta que servía para almacenar ciertos alimentos. Ahí era donde se encontraba Alpina. Con la ayuda de su hijo, adecentó ese pequeño espacio y puso un camastro. Al tener puerta y ser independiente, pensaron que sería mejor para que nada perturbara a Ni en su descanso.
Cuando Alpina abrió la puerta, Hermes pasó. Apenas cabía una silla en el cabecero de la cama de tan estrecho que era.
—Déjanos —dijo Hermes alzando la voz lo suficiente como para que supiera que no admitiría protesta alguna. Alpina miró a su hija, que había abierto los ojos, quedándose más tranquila cuando tras unos segundos de confusión la vio enfocar su mirada en el visitante.
—Necesito saber si lo que me has contado es cierto y que tu hija no tiene ninguna otra intención.
Alpina estuvo a punto de gritarle, de preguntarle, con el corazón en un puño, que si la sola visión del rostro demacrado de su hija y la imposibilidad de levantarse de aquella cama no eran suficientes testimonios de su estado.
Cuando vio a Ni asentir levemente con la cabeza, Alpina apretó los dientes y salió de allí cerrando tras de sí la puerta.
En cuanto se escucharon los pasos de Alpina alejarse, Hermes miró fijamente a Ni.
—Estoy impresionado, francamente. Lo de mentir siempre se te ha dado demasiado bien.
Una sonrisa burlona con un brillo peligroso en los ojos se instaló en el frío gélido de la mirada de Ni, que solo unos segundos antes parecía perdida y sumida en el dolor.
—Me estoy muriendo, eso no es mentira. Pero tuve que hacerme la pobre moribunda sin fuerzas para poder entrar y quedarme. Alguien tiene que ser el que le dé muerte a tu querido sobrino, y yo reclamo ese placer —dijo la mujer con un odio profundo brillando en sus pupilas.
—Algunas veces se me olvida que hay quienes lo odian igual o más que yo. Espero que nadie sepa de mi intervención en esta ejecución.
Ni miró a Hermes a los ojos. Aquel hombre había sido el aliado de Ichirōta años atrás cuando este reclamó su lugar como posible Laird, ayudándolo en las sombras cuando quiso tomar por la fuerza los que otros le negaron.
—Si lo dices por Yakushi, él no sabe nada. Jamás he traicionado tu confianza. Solo le dije lo del padre de Ichirōta.
—Ese hombre tampoco debe saber de mi participación. Estamos más cerca que nunca y no quiero que nada vuelva a interponerse en nuestro camino.
Ni sonrió con desgana.
—¿Estás seguro de tener el suficiente apoyo después de que Naruto muera como para convertirte en el nuevo Laird? —preguntó a sabiendas que eso enfurecería a Hermes. Lo vio apretar la mandíbula antes de hablar.
—Nadie me lo arrebatará. He tenido que hundirme muchas veces en el fango para llegar hasta aquí. Mi sobrino es un hijo de perra cobarde que no llevará a este clan a donde se merece. Kinuta estuvo muy cerca de conseguir lo que todos los que le apoyamos queríamos. Una guerra entre los clanes que nos hiciera vencedores y con el que ganar más tierras y poder. El bastardo de Namikaze lo condenó, como muchos otros. La forma de pensar de ese despojo que dice llevar mi sangre me da asco. Siempre tan recto, tan justo.
Kinuta había sido el Laird de uno de los clanes más poderosos de las Highlands, que un año atrás había intentado sin éxito enfrentar a los clanes entre sí a fin de provocar una guerra entre ellos, en beneficio propio y de aquellos que lo apoyaron.
Ni se acomodó mejor en la cama, sentándose mientras escuchaba las palabras cargadas de ira de Hermes.
—Fue una suerte que Kinuta muriese antes de decir quiénes eran los que le habían apoyado, sino estarías muerto, y Yakushi también.
Los ojos de Hermes se entrecerraron mientras apretaba los dientes.
—¡¿Qué?! —preguntó Ni con determinación—. Hidan era el que informaba a Kinuta de todo lo que pasaba en la corte y fue su nexo de unión para todos los Lairds que le prestaron su apoyo o sus simpatías. Voy a morir, Hermes, y esa información morirá conmigo, no debes preocuparte. Tu nombre, como el de muchos otros, acabará bajo tierra.
—¿Sabes quiénes eran todos? —preguntó Hermes de manera especulativa.
—Por supuesto. Y te asombrarías si supieras algunos de esos nombres.
—A mi edad ya pocas cosas me sorprenden, pero esa información podría serme muy valiosa.
Ni sonrió ahora con ganas.
—No te engañes. Es un puñal envenenado. Como tú hay muchos que matarían con tal de que su nombre jamás se asocie con aquel acto de traición.
—No tienen pruebas de nada. Kinuta está muerto, así como Hidan —dijo Hermes con convicción—. Solo faltas tú. Sin embargo, si me cuentas lo que sabes, cuando Naruto esté muerto esa información podría hacer que fuese considerado y generoso con tu familia. Piénsalo —señaló Hermes con una sonrisa torcida en la boca—.Y ahora, vamos a hablar de cómo mandar a mi sobrino a la tumba.
