CAPITULO 26
Temari se despertó sin saber cómo se había podido quedar dormida. Se acordaba de haber subido con Masako y de esta acompañándola hasta la habitación de Naruto refunfuñando por lo bajo que lo correcto hubiese sido que Temari tuviese una habitación propia y no compartir la de su Laird, salvo en los casos en los que su obligación como esposa y los deseos de su esposo dictaminaran que ella debía visitarla. A Temari no se le escapó a qué hacía referencia aquella mujer, y sintió que sus mejillas se ruborizaban. Aquellas mujeres eran muy parecidas a las de su propio clan, pero muy diferentes a las del clan Uchiha, y a sus amigas, las cuales habían expresado en más de una ocasión que compartían no solo la habitación con su esposo, sino también sus preocupaciones y su vida. Esa era la clase de matrimonio que ella deseaba tener con Naruto, y si quería llevarlo a cabo iba a tener que ir cambiando algunas cosas sobre la marcha, dejando claro en primer lugar a aquellas mujeres, de forma educada, que dónde durmiera no era asunto de ellas, ni nada relacionado con su matrimonio, ya puestos.
Temari se frotó los ojos con la mano y se incorporó un poco en la cama. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que Masako la dejó en la habitación? Se había sentado un rato en la cama y... ¿se había quedado dormida? El feileadh mor que tenía sobre su cuerpo, con los colores del clan Namikaze, y la ausencia de calzado la hicieron fruncir el ceño. Ella no se había tapado ni se había descalzado, ¿o sí lo había hecho? El sonido de la puerta al abrirse la hizo sentarse totalmente. Su cuerpo se relajó en cuanto vio a Naruto entrar con algo en la mano. Lo que fuera olía maravillosamente bien. ¡Oh, Dios mío! ¿Había estado tanto tiempo dormida que se había perdido la cena?
Temari gruñó por lo bajo y la sonrisa sesgada de Naruto al llegar junto a ella fue todo lo que necesitó para comprender que así había sido.
—¿Por qué no me despertaste, Naruto? Mi primera noche aquí y van a pensar que soy una maleducada. No bajé a cenar ni a conocer a tu clan.
El tono de voz de Temari, consternado, hizo que Naruto dejara la pequeña bandeja con alimentos en la mesa, se acercara hasta la cama y, sentándose en ella, le acariciara el rostro a su esposa con los dedos.
—Cuando he subido estabas roncando, mi dulce esposa.
Temari pareció despertarse de golpe. Los ojos se le abrieron como platos y el rubor que cubrió sus mejillas se intensificó hasta alcanzar un color preocupante.
—Yo no hago eso, retíralo, Namikaze.
Naruto soltó una carcajada ante la mortificación de su mujer.
—De acuerdo, lo retiro —dijo con las manos en alto como si quisiera así tranquilizar a Temari—. Debí equivocar esos ruiditos encantadores que hacías, que hasta movían los mechones de pelo que tenías cerca de la mejilla, con unos ronquidos que en ni en mil años podrían proceder de mi hermosa esposa.
Temari le miró fijamente, fulminándolo con los ojos, como si así pudiese traspasarlo.
—No es gracioso.
Naruto negó con la cabeza antes de decir:
—Tienes razón, no es gracioso, lo es mucho —soltó antes de volver a reír.
Naruto juraría que Temari maldijo por lo bajo, y él le tomó las manos antes de que su esposa se enfadase de verdad. No se reconocía a sí mismo cuando estaba con ella. La felicidad, la facilidad para reír, la tranquilidad que sentía en su interior cada vez que estaba a su lado eran algo que jamás pensó recuperar y ella se las había devuelto con creces. En solo unos días que llevaban juntos, sentía que había recuperado una parte importante de sí mismo, enterrada bajo el peso de la traición y el pesar durante muchos años.
—No te preocupes. Nadie ha pensado nada. Éramos solo unos pocos y no comunicaré al resto del clan nuestro enlace hasta mañana, contigo a mi lado. Estabas tan cansada, no solo del viaje, sino de todo lo que ha pasado estos últimos días, que cuando he subido y te he visto sumida en un profundo sueño, no he querido despertarte. Te he traído algo para comer por si tienes hambre.
Temari vio la bandeja que había al lado con algunas verduras y un poco de pollo, y el aspecto tan apetitoso así como el olor hicieron que su estómago rugiera en protesta.
La sonrisa de Naruto, ensanchándose cuando vio la expresión de nuevo azorada de Temari, hizo que esta lo señalara con un dedo amenazándolo a que no se atreviera a reírse de nuevo.
—No lo haré. Te lo aseguro —dijo Naruto—. Deseo tenerte toda la noche entre mis brazos y no me conviene enfadarte.
—¡Pues no lo olvides! —exclamó Temari como si estuviese furiosa, pero ruborizándose de nuevo.
Naruto se levantó y Temari hizo lo mismo para sentarse en una de las dos sillas que estaban acopladas a una pequeña mesa, a donde Temari llevó la bandeja para comer.
Miró de reojo a su esposo, que también se sentó a su lado para acompañarla mientras degustaba la comida. Temari sabía que quizá no era el momento oportuno, pero ahora que estaba bien despierta, la imagen del rostro de su esposo, su cambio de expresión cuando Sai le dijo algo que ella no pudo escuchar, la oscuridad, la furia que había visto en sus facciones, no dejaban de dar vueltas en su mente.
—¿Qué te ha contado Sai? ¿Todo bien en el clan durante tu ausencia?
Naruto miró a Temari detenidamente frunciendo ligeramente el ceño.
—Nada nuevo. Todo ha seguido como siempre —dijo Naruto con contundencia.
Temari tragó un pedazo de pollo que había estado masticando. Al escuchar la respuesta de Naruto ya no lo disfrutó tanto como lo había hecho momentos antes. Sabía que no iba a ser fácil, pero no podía dejar que le mintiera desde el principio. Así que soltó el aire que había estado conteniendo antes de mirarlo fijamente y hablar.
—No hagas eso, Naruto.
La expresión de su esposo se endureció un poco.
—¿El qué?
Temari clavó su mirada en la de él. No quería que ningún matiz se le escapase cuando le dijese lo que pensaba.
—Que me mientas —dijo, viendo la expresión de sorpresa primero y de enojo después en el rostro de su esposo. Temari le hizo un gesto con la mano para que la dejara terminar cuando vio la intención de Naruto de interrumpirla.
Naruto la miró por unos segundos fijamente antes de asentir.
—Sé que estás acostumbrado a llevar sobre tus hombros todos los problemas del clan. Es la misión de un Laird. Pero no tiene por qué ser así. Puedes compartirlos. Conmigo. Sé que te apoyas en tus hombres. Tienes a Sai, Yahico y Lee, pero hay preocupaciones de las que no hablas a nadie. Las veo en tus ojos, y cómo intentas ocultarlas. Esas son las que quiero que me confíes. Soy tu esposa, pero además quiero ser tu amiga, tu compañera, tu confidente y tu aliada. Quizá te esté pidiendo mucho ahora mismo, hace solo unos días que nos casamos, pero eso es a lo que aspiro con el tiempo. Si no eres capaz de decirme qué es lo que te pasa, por lo menos no me mientas. Te vi hablar con Sai al retirarme y no sé qué te dijo, pero tu semblante cambió y se llenó de furia y de dolor.
Naruto sabía que Temari era muy intuitiva y observadora, pero el hecho de que pudiese leer tan bien en él, cuando los demás no podían, era algo que lo sorprendía y lo inquietaba a la vez. No estaba acostumbrado a mostrar sus sentimientos. A nadie ni ante nada, y desde que ella había llegado a su vida para quedarse, esta era la segunda vez que le hablaba sobre lo que podía ver en sus ojos. Las palabras que ella le había dicho aún resonaban en su interior, y aunque no era lo convencional, a lo que estaba acostumbrado a ver entre los suyos desde que era un niño, la idea de tener a Temari, y compartir con ella no solo el devenir diario, se le antojaba demasiado atractivo como para poder descartarlo sin más. De hecho, se sentía tentado a contarle no solo qué pasaba, sino lo que había provocado que las palabras de Sai abrieran una puerta a su pasado que hubiese preferido mantener cerrada.
—En ningún momento he pretendido engañarte. Hay cosas de las que prefiero mantenerte al margen —dijo Naruto serio, como si estuviese midiendo sus palabras, y eso no pasó desapercibido para Temari.
—¿Por qué?
Naruto se inclinó hacia delante, apoyando sus brazos sobre la mesa.
—Porque es más fácil y menos doloroso —contestó Naruto, y las últimas palabras le sorprendieron hasta a él. No había pensado decirlas, simplemente salieron de su boca como si hubiesen tenido voluntad propia.
Naruto clavó sus ojos en los de Temari. La mirada de su esposa era fuerte, decidida y a la vez... ¿había angustia en ella? ¿Por él? Eso hizo que desviara sus ojos por un instante. La comprensión y la dulzura que había en aquellos orbes color turquesa le destrozaron por dentro.
—Si lo compartes conmigo será aún más fácil y menos doloroso. No escapé de mi destino, arrastré a todas mis amigas a un plan descabellado y puse en peligro a más de un clan para que ahora creas que soy una frágil florecilla —dijo Temari con fuerza y determinación.
Naruto la miró orgulloso. Aquella era su esposa. No podía creer la suerte que tenía de tenerla a su lado.
—Pienso muchas cosas de ti, pero créeme que frágil florecilla no es una de ellas —contestó con una seguridad aplastante.
—Pues demuéstralo. Confía en mí. Yo confío en ti plenamente.
La convicción de Temari y su determinación al pronunciar aquellas palabras hicieron que Naruto la pusiese a prueba sin ser consciente de que deseaba más que nada creer en lo que ella le decía.
—Si es verdad que confías plenamente en mí, entonces dime, ¿por qué decidiste al final casarte conmigo?
La pregunta tomó por sorpresa a Temari, que en ningún momento pensó que Naruto le fuese a preguntar algo así. La mirada de su esposo no era tierna, ni comprensiva, ni siquiera cálida. Había en ella, en ese instante, una fría espera, la duda bailoteando sobre sus pupilas como si esperara que Temari lo decepcionara evadiendo la pregunta, no contestando con honestidad. Hubiese deseado no haber tenido que mostrar lo que su corazón albergaba, no porque creyese que no era legítimo, sino porque no sabía lo que sentía Naruto por ella. Amor sabía que no, pero quizá sí un tierno afecto. Tenía miedo que al confesar la verdad, ese frágil sentimiento que se había instalado entre los dos se quebrara. Pero si Temari le exigía que confiara en ella y le contara sus preocupaciones, compartiera sus sentimientos, no podía escatimar ahora con los suyos. Así que Temari tomó aire y quemó todos sus barcos.
—Porque decidí seguir a mi corazón a pesar de que sabía que eso podría hacerme sufrir.
Naruto frunció el ceño.
—¿Por qué casarte conmigo podría hacerte sufrir? ¿Acaso pensabas que yo podría hacerte...?
Temari no lo dejó terminar. Se inclinó hacia delante y puso sus dedos sobre los labios de Naruto.
—Para, no digas eso, porque jamás he pensado que tú podrías hacerme daño en algún sentido.
Naruto tomó su mano y la despegó lentamente de sus labios. Su mirada seguía dolida, como si no creyera a Temari. Estaba claro que ella iba a tener que abrirse el pecho, sacarse el corazón y entregárselo encima de una bandeja. Que Dios la ayudase, porque eso era precisamente lo que iba a hacer. Por él.
—Podría sufrir porque sabía que jamás sentirías por mí lo que yo siento por ti, y no soy de las que se conforman, Naruto. Llevo enamorada de ti sin saberlo desde que tenía seis años y me salvaste la vida. Solo el tiempo me hizo comprender que eso que sentía en el pecho cada vez que recordaba la forma en que me miraste con ternura, con preocupación, la forma en que cuidaste de mis sentimientos, los de una niña que no podía dejar de llorar porque pensaba que había hecho algo horrible, era más profundo y complejo que la admiración o la gratitud infinita que sentía por haberme ayudado aquella noche. Cuando volví a verte en territorio Hōzuki, mi corazón, todo mi ser, me dio la razón. Y cuando pensaste mal de mí me destrozaste, el solo hecho de imaginar que creías que yo podría... me hizo sentir tan condenadamente mal, tan vacía. Te quiero Naruto Namikaze, y estoy unida a ti por algo más fuerte y más grande que cualquier juramento dado ante un sacerdote. Eso puede parecer una blasfemia, y no me importa, porque es la verdad. Ya no podría respirar sin ti.
Temari vio tragar lentamente a Naruto. Sus ojos... ¡Madre mía! Sus ojos la miraban como no lo habían hecho jamás, y eso la puso nerviosa, aún más de lo que estaba después de haber desnudado su alma delante de él.
—¿Sabes lo que acabas de hacer? —Y la voz de Naruto fue profunda, cálida.
Temari juraría que al final había sonado como si le faltara el aire.
—Confiar en ti.
Naruto gruñó cuando Temari solo dijo eso.
—Y decir que me amas.
Ella asintió e hizo un gesto con la mano, como si tampoco hubiese que ponerse hablar sobre ello en ese momento.
—Eso también, pero lo importante es que estaba confiando en ti —repitió Temari a quien la mirada de Naruto estaba llevando al límite.
—Has dicho que me amas.
Temari asintió con una mueca en los labios. Parecía que a Naruto le estaba costando asimilar lo que sentía por él.
—He dicho muchas más cosas —dijo Temari.
La expresión de Naruto, extremadamente seria, la hizo callarse. Quizá no debería haberle dicho nada. Parecía que su esposo estaba algo descompuesto.
—Y no puedes retractarte de ello, ya no —dijo Naruto con dureza.
Temari frunció el ceño.
—No pensaba hacerlo. Yo... no puedo cambiar mis sentimientos a mi antojo. Cuando quiero a alguien, lo hago de verdad, no sé entregarme a medias...
Temari ahogó un grito cuando, en menos de un segundo, Naruto la tomó en brazos llevándola hacia la cama.
—Naruto, ¿qué... qué haces? —preguntó Temari cuando ya estaba sobre las sábanas y el cuerpo de su esposo la cubría casi por completo.
—Demostrarte cuánto te amo yo.
—Tú... no, no me amas.
Naruto detuvo su avance y la miró a los ojos.
—Desde que te vi en tierras Hōzuki supe que eras diferente. Lo que esos grandes ojos color turquesa me hacían al detenerse en mí no lo había sentido jamás. Y entonces me vi a mí mismo pendiente de tus movimientos, de tus gestos, y eso me convenció de que serías mi perdición. Cuando escuché aquella conversación en la que pensé que estabas de acuerdo con tu padre, la parte de mí que no encajaba la imagen que tenía de ti con la evidencia que acababa de oír, la enterró bien hondo y sentí alivio por ello. Ya había sufrido una traición y sabía que si no te alejaba de mí, y al final era cierto, esta vez no podría soportarlo. Y eso me asustó como nada en este mundo. Jamás había flaqueado, jamás me había acobardado, nunca, y ahí estaba, condenándote porque era lo más fácil, lo más sencillo, lo que haría que no tuviera que pasar otra vez por lo mismo. Maldita sea, Temari, quería arrancarle la cabeza a todo el que se atrevía a posar los ojos en ti porque no aguantaba saber que tarde o temprano te casarías con alguien que no fuese yo. Me costó admitirlo ante mí mismo, pero te amaba y te deseaba desde que te enfrentaste a mí en tierras Hōzuki. Aquel día en el que intentaste explicarme que no tenías nada que ver con la obstinación de tu padre en nuestro compromiso, cuando me dijiste que era un testarudo y en tu frustración le diste una patada a una piedra. ¡Dios! En ese momento me di cuenta. Te hubiese besado hasta dejarnos sin aliento a los dos y me odié por ello. Puede que me haya llevado más tiempo ser consciente de mis sentimientos hacia ti, pero nunca dudes de que te amo.
Temari no pudo hablar. Una única lágrima cayó por su mejilla, emocionada con todo lo que había escuchado, con la sinceridad y el sentimiento con los que Naruto había impregnado cada una de sus palabras.
Una risa nerviosa acudió a sus labios a la vez que subió sus brazos para rodear con ellos el cuello de su marido, cuya boca se encontraba a escasos centímetros de la suya.
—Has dicho que me amas pero no me ha quedado claro, y creo que vas a tener que demostrármelo, Laird Namikaze. Muchas veces —dijo Temari casi en un susurro, como si fuese una confidencia.
La mirada oscura, velada de deseo, que le dirigió Naruto y la sonrisa peligrosa en sus labios hicieron temblar a Temari antes de que sus palabras le arrancaran otra sonrisa.
—Sus deseos son órdenes para mí.
