CAPITULO 30
Ni miró al hombre que, sentado en la silla que había al lado de su cama, asintió cuando le preguntó si Morkan había llegado sin problemas.
—Esos imbéciles ni siquiera miraron el carro.
Ni sonrió.
—No tenían por qué. Eres un miembro del clan y llevas años intercambiando mercancía con los Aburame.
—Incautos. —Y la sonrisa del hombre no llegó a sus ojos. Esos ojos que, como los de ella, llevaban marchitos muchos años.
—¿Estás segura de que ese hombre, el que tengo escondido en mi casa, cumplirá?
Ni asintió.
—Es un mercenario. En el pasado hizo algún encargo para Hidan y siempre realizó sus trabajos a la perfección. Le he dado todo lo que poseía de valor, y créeme que no es poco. Cumplirá.
—Espero que así sea. Estoy nervioso y necesito que mueran. Llevo muchos años sin paz.
Ni miró con intensidad a su interlocutor.
—No te preocupes, que lo harán. Mañana por la noche.
El hombre frunció el ceño.
—Quizá sea mejor esperar. La visita de esas dos mujeres y el hombre Hatake es un inconveniente para nuestros planes.
Los ojos de Ni brillaron más que nunca.
—Al contrario, su presencia solo hace más dulce la venganza, y no podemos esperar. Lee e Sai están fuera. Es el momento.
La cara interrogante del hombre hizo que Ni se lo aclarase.
—Mataremos a su esposa delante de él sin que pueda hacer nada. Quiero que Naruto sepa lo que es el dolor de perder a alguien que te importa, y si todo lo que me ha contado mi madre durante los últimos días es cierto, esa mujer le importa lo suficiente. Después mataremos a la mujer Hatake, creo que es la esposa de Kakashi Hatake, y también mataremos al hombre que viene con ella y a la hija de Katō. Y después le quitaré la vida a Naruto. No solo él morirá, sino que las muertes de los demás harán que este clan tenga que enfrentarse quizás a una guerra. Quiero no solo a Naruto bajo tierra, sino a todo este maldito clan desangrado.
Los ojos del hombre por primera vez parecieron brillar, llevados por las palabras de Ni.
—Eso daría paz al alma de mi hijo y la de mi hermano.
Ni tomó la mano del hombre entre las suyas.
—Tendrán su venganza. Te lo juro.
Isono sonrió levemente.
—¿Es seguro hacerlo dentro del castillo? ¿Nadie nos interrumpirá?
Ni sonrió con satisfacción.
—Tengo a alguien dentro, de mi confianza, que nos avisará cuando sea el momento adecuado y atrancará después la puerta desde fuera. Si Naruto y su esposa actúan como lo han estado haciendo desde que llegaron, después de la cena se quedarán un rato a solas en el salón, hablando. A veces los acompaña Lee, Yahico o Sai. En otras ocasiones estos desaparecen con el resto de los miembros que hayan acudido a la cena en cuanto esta termina. Mañana Naruto y su esposa sin duda se quedarán incluso más tiempo, junto a sus tres invitados. No te preocupes. Esta vez no fallaremos.
—¿Hermes sigue sin sospechar nada? —preguntó Isono.
Ni asintió antes de dirigirse al hombre cuya mano en ese momento se mesaba el pelo canoso con fuerza.
—Ese hombre se cree muy listo, pero es un imbécil que no tiene ni idea de lo que le espera.
—Disfrutaré con ello —continuó Isono, cuya determinación era absoluta.
—¿Trajiste lo que te pedí?
—Lo tengo aquí —dijo mostrándole a Ni un pequeño saco que abrió para que ella viese el polvo que contenía en su interior—. Tuve que ir un poco más lejos para conseguirlo, pero lo tenemos.
—¿Y la persona que te lo dio? —preguntó recelosa.
—No tienes que preocuparte. Está muerta. No podrá decir nada.
Ni sonrió, estaba más cerca que nunca de alcanzar su venganza. Al día siguiente por fin mandaría a Naruto Namikaze y a todo lo que le importaba al infierno.
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Shizune salió de la habitación que compartía con Hanare y enfiló el pasillo que llevaba hasta las escaleras. Hanare y Temari habían bajado antes, animadas por ella, que les pidió que no la esperasen. Quería cambiarse de vestido para la cena. Esperaba no haber tardado mucho, porque no quería ser la última en llegar y que la estuviesen esperando. Temari les había contado esa tarde que siempre había miembros del clan que acudían a cenar, pero que en cuanto esta acababa, el salón se iba quedando desierto, hasta que Naruto y ella, a veces Lee, Yahico o Sai, se quedaban como únicos ocupantes del mismo.
Shizune sonrió al recordar el brillo en los ojos de su amiga al decirles cuánto disfrutaba de esos momentos y de lo importantes que se habían vuelto tanto para su amiga como para Naruto. Que para ellos, el hablar de cómo les había ido el día y comentar las novedades o los sucesos del clan, era un momento especial. Al parecer, Naruto compartía con ella desde temas que le preocupaban, como el continuo robo de ganado, a anécdotas divertidas, como cuando el cascarrabias de Thane, el herrero, se había caído, al tropezar con una piedra, sobre las heces grandes y malolientes del caballo de Lee, y que tres lavados después los miembros del clan tenían que seguir manteniendo las distancias con él porque su olor era insoportable. A Shizune todavía le dolía el estómago de las carcajadas al imaginarlo. Temari les contó con una sonrisa cómo ella también compartía con Naruto su devenir diario dentro del clan Namikaze y la impresión que le iban ocasionando los distintos miembros del mismo según los iba conociendo.
Shizune iba pensando en todo eso cuando, al llegar al final del pasillo, una figura que salió tras las sombras la hizo llevarse las manos al pecho del susto.
—Maldita sea —murmuró Shizune.
La ceja alzada de Yamato al escucharla maldecir no le pasó desapercibida.
—¿Qué hacías ahí escondido? —preguntó con tono de reproche Shizune. En el tiempo que llevaba con los Hatake había coincidido con Yamato en numerosas ocasiones. El verse con él en las comidas y en las cenas los había llevado a mantener algunas conversaciones y a que su trato fuese menos formal.
—No estoy escondido. Esto es un pasillo, por todos los diablos. Tendrías que haberme visto desde que saliste de la habitación. —Y el tono furioso dejó a Shizune estupefacta.
—¿Estás enfadado? —preguntó sorprendida.
—¿Tú qué crees? —le preguntó a su vez Yamato con los brazos en jarra y una mirada intensa.
—¿Estás borracho, entonces? —preguntó Shizune, sin poder entender el motivo del enfado del highlander.
Yamato apretó los dientes, y Shizune creyó escucharlo mascullar «acaba con la paciencia de un santo».
Shizune cruzó los brazos y se enderezó. Era demasiado bajita, lo sabía, e Yamato era muy alto. Le dolía el cuello solo con mirarlo.
—No estoy borracho, y está claro que he hecho bien en subir a por ti. ¿Qué hubiese pasado si en vez de ser yo quien estuviese aquí, hubiese sido otro con malas intenciones? No te hubiese dado tiempo ni a reaccionar. Debes ir pendiente de lo que sucede a tu alrededor y no andar perdida en lo que sea que fueras pensando.
Shizune endureció su mirada. Ella era una persona del todo racional, metódica y observadora. El hecho de que en esta ocasión no se hubiese percatado de su presencia no era relevante.
—Estamos en el hogar de Temari y Naruto. No va a haber nadie con ningún tipo de mala intención esperándome al final del pasillo. Creo que si hay alguien aquí que tiene una vívida imaginación no soy yo.
Yamato dio un paso más hacia ella, y Shizune tuvo que levantar aún más la cabeza para mirarlo. Lo estaba haciendo aposta y ella tenía poco aguante. Si le daba una patada en sus atributos masculinos seguro que lo ponía a su misma altura.
—Me da igual. Tanto tú como Hanare sois responsabilidad mía mientras estemos aquí, así que, si no quieres que esté todo el día pegado a ti, hazme caso y ve atenta.
Shizune tuvo que respirar varias veces para no darle esa patada. Ella era racional, por el amor de Dios. «Piensa», se dijo, «no seas impulsiva».
—Bien —dijo Yamato con una sonrisa de satisfacción cuando la vio quedarse callada—. Me gusta que entiendas que tengo razón y que no discutas más sobre el tema.
Shizune era como un témpano normalmente, no dejaba que nada alterara su calma. La impulsividad se la había llevado toda su hermana, así que cuando algo llegaba a vapulear su bien entrenado autocontrol y hacía añicos su templanza, en las escasas ocasiones en las que eso pasaba, primero todo se teñía de rojo ante sus ojos, justo como en ese instante. Hasta su hermana la había temido en esos momentos. Y no podía frenar su reacción, aunque quisiese, porque, por todos los infiernos, no iba a dejar que aquel hombre dijese la última palabra con esa cara de autocomplacencia por lo bien que lo había hecho y lo calladita que ella se había quedado.
Cuando se colgó de su cuello solo tuvo tiempo de ver los ojos como platos de Yamato salirse prácticamente de sus órbitas, antes de que ella aferrara sus dedos a su cabellera, y aplastara sus labios contra los de él. Shizune sabía por Hanare y las demás mujeres a las que había prestado atención cuando hablaban de ciertos temas íntimos, que había varias clases de besos. Los que son suaves y lentos, los apasionados y urgentes y los que son devastadores y voraces en los que la lengua era primordial.
Shizune se separó solo un instante para tomar aire, y cuando Yamato abrió la boca para decir algo, Shizune pensó que el beso devastador y voraz era el que necesitaba, metiéndole con ímpetu a Yamato la lengua hasta el fondo de la garganta. No tenía experiencia, pero lo suplió con una furia ciega que acabó con cualquier tipo de timidez. La desinhibición fue su compañera y las ganas de dejar a Yamato sin palabras su motivación.
Quizá fue demasiado optimista, porque cuando sintió las manos de Yamato agarrarle el vestido de la cintura a puñados en su espalda como si no pudiera soltarla ni aunque le fuese la vida en ello, y apretarla contra él, cuando sintió que la levantaba y sus pies dejaban el suelo, y cuando la boca de Yamato y su lengua devoraron la suya, sus labios, sus dientes, cada rincón de la misma con maestría, una que ella jamás imaginó posible, Shizune pensó que podría morir allí mismo y lo haría satisfecha. Y entonces se dejó ir, suavizó el agarre en los cabellos de Yamato, esos con los que había soñado más de una vez enredar sus dedos, y los tocó con ternura, con codicia.
El gemido que emitió Yamato se clavó en sus entrañas, las mismas que le exigían cada aliento, cada caricia, cada latido incrementado en dos. Y Shizune no se reprimió. Besó, lamió y chupó los labios de Yamato y el interior de su boca con locura, imitando los movimientos del highlander, que la estaba dejando al borde del abismo.
Cuando Yamato rompió el beso y apoyó su frente en la de Shizune, con el aliento entrecortado como si hubiese estado corriendo durante varias horas, ella lo miró. Yamato tenía los ojos cerrados y la mandíbula apretada, con una expresión en su rostro de dolor que hizo que Shizune se preguntara si en verdad estaba agonizando. Ella misma no sentía apenas las piernas, aunque teniendo en cuenta que él la tenía cogida por la cintura y que sus pies no tocaban el suelo, era posible que fuese esa la causa y no el vértigo y el calor que recorrían su cuerpo.
La respiración de Yamato y la suya propia se tornaron poco a poco más calmadas. Y ese instante, cuando Shizune empezó a ser consciente de todo lo que había sucedido, fue el que Yamato eligió para bajarla lentamente hasta que sus pies tocaron de nuevo el suelo.
Cuando sintió que podía sostenerse sin agarrarse a Yamato, percibió la mirada penetrante del highlander sobre ella. Shizune le devolvió la mirada, contemplando un millar de preguntas en las pupilas de Yamato a la vez que un amargo reproche.
Shizune se separó de él con reticencia, y ahí fue cuando sacó a la mujer racional y determinada que ella era, aun cuando al hablar la voz le temblaba y le faltaba aún el aliento.
—Tendré cuidado la próxima vez, no te preocupes. Pero tú deberías hacer lo mismo. No se pueden dar lecciones sobre anticipar una situación cuando tú ni siquiera la ves venir.
El brillo furioso en los ojos de Yamato, acompañado de un gruñido, le dijo a Shizune que había dado de lleno en el blanco, y ahora sí, con una sonrisa de satisfacción, bordeó a Yamato para bajar a cenar.
