CAPITULO 32
La cena había terminado y los escasos miembros del clan que esa noche habían acudido se habían retirado ya, salvo Yahico, que a pesar de no haber bebido nada en toda la noche, ya que le tocaba guardia, seguía teniendo esa sonrisa que lo caracterizaba.
Temari tenía que reconocer que más de una vez se había quedado mirando fijamente a Yamato y a Shizune, pero es que ese: «no lo sé» con el que su amiga había dado por terminada la conversación respecto a Yamato esa misma tarde, no hacía más que rondar su mente.
En ese momento, Masako entró en la estancia. Llevaba toda la noche trayendo jarras de vino y agua al salón. Normalmente era Agnes, la propia cocinera, la que ayudaba a Laren a llevar los alimentos y las bebidas a la mesa. Sin embargo, Masako esa noche la sorprendió quedándose hasta esas horas y ayudando en la cocina. La verdad es que su actitud desde el día anterior parecía haberse suavizado hasta tal punto que Temari se reprochó a sí misma haber sido demasiado dura con ella. Quizás esa era la forma de aquella mujer de pedir disculpas.
Masako dejó las jarras y se fue sin decir una palabra, sin dirigirles tan si quiera una mirada. Eso la hizo fruncir el ceño.
—¿Pasa algo? —preguntó Shizune al verla.
—No... no, tranquila. Me ha parecido rara la actitud de Masako.
—Esa mujer es rara de por sí —afirmó Hanare, que estaba sentada al otro lado de Temari y en ese instante intentaba tomar una de las jarras de agua que Masako había dejado a los hombres, sentados al otro extremo y que hablaban sin parar, sobre todo Yamato y Naruto, a los que parecía que la bebida les había afectado bastante, a tenor de cómo las palabras se trababan en sus bocas cuando intentaban expresarse más rápido de lo que sus sentidos en esos instantes parecían ser capaces.
La expresión de Hanare al arrugar la nariz cuando fue a beber el agua hizo que Temari la mirara con más atención.
—¿Pasa algo con el agua? —preguntó, y su inquietud se incrementó cuando Hanare se levantó de inmediato tomando las demás jarras diseminadas por la mesa cerca de los hombres y las olió.
—Por todos los santos, ¡Dejad de beber! —gritó Hanare, haciendo que todos la miraran confundidos.
—¿Qué pasa? —preguntó Yahico, que frunció el ceño al sentir que las palabras le salían aletargadas.
—Extracto de amapola con algo más que no logro identificar —contestó Hanare, y su voz tembló ligeramente.
Yamato intentó levantarse para volver a caer de nuevo sobre su silla y Naruto miró a Temari con una expresión llena de incertidumbre, furia, dolor, y... que jamás había visto en sus ojos, que fueron reforzadas cuando, con dificultad, habló siseando entre dientes unas palabras que a Temari le hicieron contraer el estómago lleno de angustia.
—Salid de aquí, depr... prisa.
A Temari solo le dio tiempo de ponerse en pie cuando una voz al fondo del salón llamó la atención de todos.
—Creo que es tarde para eso.
Las puertas del salón se cerraron y Temari, junto al resto, pudo escuchar cómo eran trabadas desde fuera. Estaban encerrados.
Frente a sí, una mujer castaña, la que había hablado, se contoneaba al andar con la mirada fija en Naruto, para después centrarse en ella con una satisfacción diabólica en sus labios. Junto a ella había un hombre alto, fuerte, con una cicatriz que cruzaba toda su cara y cuya siniestra expresión hizo a Temari contener el aliento. Ese hombre, al que ella llamó Morkan, puso de rodillas a un hombre golpeado, con la cara desfigurada, y que Temari no reconoció hasta que un quejido salió de sus labios. Dios mío, era Hermes. La patada que recibió el tío de Naruto por parte de otro hombre, más mayor, y con el que se completaba el número de intrusos, le hizo apretar los dientes.
—Ni.
Temari escuchó el nombre salir de los labios de Naruto con un gruñido ronco y visceral, lleno de ira, y comprendió quién era ella.
Hanare y Shizune, ambas de pie, estaban junto a Temari en ese momento. El pequeño movimiento de Hanare intentando disimuladamente tomar el cuchillo de Yamato, que este había dejado sobre la mesa durante la cena para cortar unos trozos de carne, hizo a Temari salir de la parálisis que parecía haber hecho presa en ella. Tragó saliva lentamente y respiró profundo cuando vio que su esposo, Yamato y Yahico intentaban levantarse sin que apenas les sostuvieran las piernas.
—Oh, Naruto, Naruto... Te tengo donde quería. Tan inteligente y tan tonto a la vez. He tenido que esperar años para poder cobrar mi venganza, pero ha merecido la pena cada maldito día, sobre todo cuando te oiga suplicar por que no mate a tu esposa. Cuando a pesar de ello, de tus ruegos, le quite la vida delante de ti sin que puedas hacer nada por salvarla.
—No te atre... vas a tocarla —gruñó Naruto con agonía.
Ni rio fuerte.
—¿Crees que puedes amenazarme, maldito hijo de perra? —dijo Ni, y su lengua destiló un fino veneno cuando siguió hablando—. Llegué aquí haciéndome la moribunda y como un ciego te dejaste convencer. Idiota. Igual que tu tío. ¿Sabías que él ayudó a Ichirōta y a Haido cuando intentaron asesinarte? Pues sí, tu propia sangre te odiaba tanto como para mandarte al otro mundo. ¿Y sabes por qué? Porque tú no eras merecedor de lo que tenías. Todo eso debería haber sido de Ichirōta. Me daba asco tener que mirarte siquiera. Los besos que me robabas me hacían vomitar. Menos mal que después, Ichirōta se encargaba con su cuerpo de hacerme olvidar tus caricias.
El gruñido salido de los labios de Naruto, furioso, casi hizo que Temari perdiera la templanza y se lanzara sobre aquella mujer, pero sabía que debía elegir el momento adecuado. Mientras Ni hablaba con Naruto y aquellos dos hombres estaban pendientes de Hermes, ella tanteó con su mano la falda de su vestido y la subió lentamente, hasta que tomó el puñal que, perteneciente a su tía, no se había separado de ella desde que sus primos se lo regalaron.
—Isono... —llamó Naruto mirando al otro hombre, al de mayor edad, que le devolvía la mirada con odio.
—Mataste a mi hijo. No esperes de mí clemencia, bastardo —dijo Isono con desprecio. A la señal de Ni, este se acercó a Hermes, que permanecía de rodillas y que no seguiría erguido, sino fuera porque el mercenario lo tenía cogido por los pelos, tirando de su cabeza hacia atrás y dejando expuesto su cuello.
Había sido una satisfacción para Isono, cuando se reunieron en casa de Alpina, a la que Ni dejó dormida con una pequeña porción de la misma sustancia que habían utilizado para adormecer y dejar sin fuerzas a Naruto y los demás hombres, ver en los ojos de Hermes el momento exacto en el que se dio cuenta de que él sabía de su participación en aquel plan y que Ni lo había traicionado.
Isono, que tenía ahora centrada toda su atención en Hermes, habló entre dientes al dirigirse a él, que golpeado apenas podía abrir el ojo derecho. El mercenario se había encargado de dejarlo vivo lo suficiente como para que él pudiese ejecutar también su venganza.
—Tú no eres mejor que tu sobrino, perro. Les dijiste a mi hijo y a mi hermano que contaban con tu apoyo, pero cuando todo se torció, como un cobarde te escabulliste en las sombras y dejaste que murieran y que desterraran a Ni. Por ellos —dijo Isono antes de que la hoja afilada de su puñal rebanara el cuello de Hermes de lado a lado haciendo que la sangre brotara con fuerza. Hermes se llevó la mano al cuello entre agonizantes gorgoteos, con los ojos llenos de terror e incredulidad, hasta que cayó al suelo sin vida.
El jadeo que salió de los labios de Shisune y la cara pálida de Hanare ante el asesinato que acababan de presenciar hicieron que Temari tuviese que morderse el labio para no gritar.
—Un perro menos —dijo Ni mirando al mercenario, que se acercó a la mesa. Instintivamente las tres se echaron hacia atrás y los gruñidos de Yamato y Naruto se hicieron eco en la habitación cuando Morkan, tomando la mesa con una mano, la apartó como si apenas pesara, dejándolas a ellas y a Yamato, que estaba más cerca, sin nada que los separara de él.
El mercenario las miró para luego dirigirse directamente hacia Yamato, que inútilmente intentaba alcanzar algo afilado para enfrentarlo. Apenas tenía fuerzas para mantenerse en pie y el golpe que recibió por parte de Morkan lo mandó de rodillas al suelo. La sonrisa de este al sacar un cuchillo e irse contra él hizo que Yamato intentara por todos los medios moverse.
Después, todo sucedió demasiado deprisa.
Shizune gritó cuando vio el cuchillo cernirse sobre Yamato. Corrió sin que nadie pudiese detenerla y se tiró sobre el highlander para cubrirlo con su propio cuerpo, encontrando el arma en ella, y no en Yamato, el destino de su ataque, clavándose en su hombro derecho sin piedad.
Eso hizo que la locura se desencadenara.
Hanare gritó el nombre de Shizune y fue hacia ella, y el mercenario sacó su espada para detenerla. La hubiese atravesado si otra espada no se hubiese interpuesto en su camino y detenido su avance.
Yahico la sostenía con esfuerzo, pero con determinación.
—No vas a matar a nadie esta noche, bastardo —dijo mucho más entero de lo que había parecido al principio. Yahico había bebido solo unos sorbos de agua, pero no los suficientes para dejarle en el estado en el que Yamato y Naruto se encontraban. Cuando vio entrar a Ni junto a los demás y escuchó trabar la puerta, disimuló encontrarse peor de lo que estaba a fin de poder obtener alguna ventaja. La fortuna había hecho que fuera a la cena preparado para salir directamente desde allí a hacer su guardia, y por ello llevar su espada con él.
Yamato apenas podía respirar. Las manos le temblaban cuando intentó sostener entre sus brazos a Shizune, que se había interpuesto entre él y una muerte segura. La cabeza de Shizune había caído sobre su pecho, y por la forma en que no se movía, él supo que se había desmayado. Quería creer eso cuando vio el puñal clavado en su hombro por la espalda. Estaba desesperado por escuchar su respiración y saber que aún estaba viva, o si no, se volvería loco.
Escuchó a Hanare acercarse y la vio tocarla. Debió de ver los ojos desesperados de Yamato cuando ella le dijo que aún estaba viva y que la herida era grave, pero que no parecía que fuese mortal.
El choque de las espadas de Yahico y el mercenario resonaban ahora por la estancia como una canción de muerte, y Temari supo que si Yahico caía a manos de ese hombre, todos morirían. El movimiento rápido de Ni hacia ella, la puso en guardia. El cuchillo que la castaña portaba en la mano iba destinado a matarla. Temari se acordó perfectamente de lo que Ni le había dicho a Naruto solo unos momentos antes. Que deseaba, antes de asesinarlo, que él contemplara cómo ella acababa con la vida de su esposa. Pues no se lo iba a poner fácil. Y acordándose de los consejos y de todo lo que le había enseñado Sasuke, se dispuso a esperar a que la castaña hiciese su primer movimiento.
Vio por el rabillo del ojo cómo Naruto intentaba, sosteniéndose en la mesa, llegar hasta ella. Dejó de mirarlo, rogando para que no se acercase más, no podía distraerse ahora que tenía a aquella arpía tan cerca.
Ni lanzó el primer golpe, directo al pecho, que Temari esquivó con rapidez, dejando ver el puñal que había estado escondiendo tras su antebrazo mientras esperaba su primer movimiento.
Ni abrió los ojos sorprendida.
—Vaya, vaya. La esposa de Naruto sacando las uñas. Qué pena que tenga que arrancártelas —gritó enloquecida Ni mientras Temari giraba sobre su espalda, esquivando el cuchillo de su adversaria por poco—. Ven aquí, perra...
Temari, al más puro estilo Sasuke Uchiha, sonrió fríamente.
—Si quieres matarme, hazlo, pero no me obligues a tener que escuchar tu estúpida charla.
El grito de Ni al ir contra ella con todas sus fuerzas solo hizo que Temari se concentrara más. Cuando la castaña, con una rapidez nada desdeñable, le hizo un corte en el costado, Temari fingió doblarse en dos, solo un segundo, haciendo creer a su adversaria que estaba a su merced. Cuando Ni levantó el cuchillo para asestarle el golpe final, dejando al descubierto parte de su cuerpo, Temari, en un movimiento rápido y ascendente, le clavó el suyo en el estómago dos veces, antes de alejarse de ella, que con la mano aún en alto y la boca abierta, la miraba a los ojos con incredulidad antes de que de su boca saliera un hilo de sangre, y cayera muerta al suelo.
En ese instante, Temari miró a Naruto que, con los ojos fijos en ella, destilaba pura agonía, sufrimiento y dolor. El movimiento rápido que llevó a Isono ante Naruto, lanzándose sobre él con el cuchillo que había utilizado para cortarle la garganta a Hermes, dejó a Temari sin respiración. Sabía que no llegaría a tiempo y ya no podía ver a Naruto, al que tapaba con su cuerpo Isono. Cuando escuchó un gruñido teñido de muerte proferido desde donde estaban ambos, Temari cayó de rodillas, con un dolor en el pecho peor que si Ni hubiese clavado su puñal en él. Cuando vio caer el cuerpo de Isono hacia un lado, Temari dejó salir el primer sollozo, silencioso, ahogado, al ver a Naruto sano y salvo y a Isono con su propio puñal clavado en el pecho. En el forcejeo, Naruto había tenido la suficiente fuerza, a pesar de su estado, para volver el arma contra el padre de Ichirōta.
Temari se puso en pie cuando unos golpes en la puerta presagiaban que pronto la ayuda estaría allí. Solo Yahico quedaba en lucha con el mercenario. Un Yahico con varias heridas, pero que permanecía en pie defendiendo a su Laird y a los presentes de ese asesino. Cuando la puerta cedió y varios hombres Namikaze entraron, el mercenario intentó huir. Presentó una dura lucha antes de caer al suelo ensartado en una espada Namikaze.
