CAPÍTULO 01

1310 d.C.

Los gritos cesaron a mediodía, quedando sólo los gemidos de los moribundos. Sakura esperó, incluso entonces.

Sabía que la chusma de chicos jóvenes que la seguía estaba impaciente, y sabía por qué. Eso no le hizo dar la señal. Ni siquiera cuando observó que otros grupos descendían dejó sueltos a sus hombres. No había honor en despojar a un hombre moribundo de sus pertenencias. Los buitres de las otras granjas podían hacerlo. Sakura no se pondría en marcha hasta que se impusiera la muerte.

Se echó la trenza rosa sobre el hombro, se agachó más detrás de las rocas y esperó a que los skelpies y los poucahs de leyenda se llevaran las almas y no dejaran nada que pudiera preocuparla. De las banshees ya se preocuparía más adelante, después de que la niebla los cubriera a todos. Sakura se tragó el miedo, miró a los demás y silbó.

Los escoceses no tenían derecho a espadas, cinturones, puñales, dagas (conocidas como skeans) u otros adornos, y un escocés muerto tampoco los necesitaba, aunque ella ponía el límite en arrancar los tartanes a los cadáveres. Tuvo que apartar la mirada, porque sus chicos no tenían tantos escrúpulos. El botín del campo que tenían delante mantendría calientes los hogares de los granjeros y les proporcionaría caza, porque pocos de ellos, o ninguno, sabía hacer nada con la espada aparte de afilarla para su amo inglés.

El trabajo era angustioso, y varias veces su estómago estuvo a punto de vaciarse de su contenido, pero Sakura resistió, levantando una mano aquí, una faja allá, buscando anillos, brazaletes, amuletos, cuchillos, cualquier cosa de valor, antes de pasar al siguiente.

Salió la luna, proyectando luz a través de los hilos tenues de niebla, y Sakura se estremeció en su kilt y su tartán. Se levantó la tela del feile-breacan por donde colgaba contra sus tobillos y se tapó la cabeza. Era peligroso y lo sabía, porque unas piernas sin pelo y tan bien formadas como las suyas no podían pertenecer a un muchacho, por mucho ejercicio que hiciera. Pero eso no podía evitarse. Tenía las orejas frías y no quería que nadie viera a lo que se había visto reducido el último resto del clan Haruno.

Había un cadáver enorme boca abajo en lo que había sido un matorral de cardos. El cuerpo del guerrero había aplastado el matorral y era fácil ver por qué. Sakura miró con los ojos entornados unas piernas que por el tamaño parecían troncos, unas caderas estrechas y unos hombros tan anchos que se olvidó de todo lo que no fuera una benigna apreciación femenina.

El hombre tenía una buena mata de cabellos negros enmarañados sobre la cabeza. Sakura no podía apreciar la longitud. Apenas podía distinguir el color de los cuadros. Aguzó la vista reflexionando. Aquélla había sido una batalla de clanes, una escaramuza, nada más y nada menos. Había apenas cincuenta muertos en el campo y ninguno llevaba una camisa tan finamente confeccionada, ni un kilt tan elegante, como el hombre que tenía frente a ella.

Sakura le dio con la bota y, al no obtener respuesta, se arrodilló para darle la vuelta.

No tuvo tiempo de gritar porque unas manos que parecían de hierro le agarraron los tobillos y tiraron de ellos lanzando a Sakura hacia atrás con una sacudida. A continuación el hombre se puso a cuatro patas, la montó a horcajadas y respiró como no podía respirar un muerto. Sakura todavía no había recuperado el aliento y sabía que tenía los ojos muy abiertos y asustados. Sólo tenía la esperanza de que el tartán tapara su expresión.

—¿Robando a los muertos, muchacho? ¿No sabes que está penalizado?

La poca luz de la luna resaltaba una nariz bien formada en una cara lo bastante atractiva para hacer desvanecer a una doncella, y Sakura no fue una excepción, al menos durante cuatro latidos. Después de eso se puso a patalear y a intentar deshacerse de él, arrastrándose fatigosamente hacia atrás para poner el máximo de terreno entre él y ella antes de atreverse a volver, ponerse de pie y correr.

Iba a por ella, evidentemente, y a Sakura le parecía que no tenía herida ninguna parte del cuerpo mientras se alejaba a cuatro patas. Terrones de hierba y guijarros marcaron su avance, alejándose del campo de batalla y acercándose a las rocas en las que se había escondido antes. Sakura se movió como una posesa hacia ellas y él la siguió todo el camino.

El tartán le dificultaba el avance. El pie de Sakura pisó un extremo ajado y eso la detuvo, dándole un tirón al cuello. Volvió a dejarse caer, hiriéndose partes del cuerpo que no era la primera vez que se hería. Él se puso encima de ella inmediatamente, y el cinturón de las armas se le clavó en el estómago y los muslos que había creído fuertes cayeron sobre sus piernas, inmovilizándola. Sakura lo mantuvo apartado con sus brazos endurecidos por el trabajo, pero sabía que no podría soportar su peso para siempre. Era demasiado macizo.

Los brazos empezaron a temblarle debido al peso. Después se le movieron incontrolablemente. Al fin su aguante cedió y él cayó sobre sus brazos doblados sin que tuviera que hacer el menor esfuerzo.

—¿Conoces el castigo y esto es lo mejor que puedes hacer?

Ahora moriría y ni siquiera sería la muerte de un guerrero. Sakura cerró los ojos y se preparó para recibirla, porque él era demasiado pesado para permitirle siquiera respirar. Algo en él cambió y dejó de chasquear la lengua. Sakura abrió los ojos, lo miró y pasó algo muy extraño. Casi como si se hubiera tomado un trago del mejor whisky Kaminarimon en una mañana muy fría. Nunca estuvo segura, ni siquiera después, de lo que había sido.

—Eres débil como una mujer —dijo él finalmente—. No estás en forma para ser un joven. ¿A esto nos hemos visto reducidos?

Sakura apretó los labios. Su padre y sus cuatro hermanos habían muerto en un campo de batalla como ése. No habían dejado absolutamente nada para Sakura o para su hermana mayor, por veintiún años, Azami, la arpía del pueblo. Robar a los muertos no era lo que quería hacer, pero obtenía los fondos necesarios para los granjeros, y los muchachos necesitaban que alguien los liderara. Los ancianos del pueblo necesitaban confiar en alguien, alguien a quien los muchachos pudieran seguir, alguien que no temiera a los poucahs, los skelpies o las banshees. Necesitaban a alguien a quien pudieran obligar a hacerlo, alguien que no tuviera a nadie a su cargo y a nadie que se encargara de ella. Los ancianos del pueblo necesitaban a alguien como ella para realizar la hazaña. Necesitaban a alguien a quien pudieran forzar. No la habían dejado elegir. Miró furiosa al hombre que tenía encima.

—Además estás flaquísimo. ¿Escasea la comida? ¿La caza? ¿Por eso robas a los muertos?

—Ya no pueden utilizar... sus bienes —jadeó en el espacio que le dejaba para respirar.

Él se rió, con una carcajada como un cañonazo, e, incluso con los pechos vendados, Sakura sintió la reacción, como lanzas relampagueantes en las cimas de sus senos. Las vendas no lo disimularían y agradeció tener las manos aplastadas sobre esa parte del cuerpo. Concentró toda su energía en detener la reacción y se perdió el principio de las palabras de él.

—...tomar un escudero donde lo encuentre. ¿Sabes algo de caballos?

Ella sacudió la cabeza, más por incomprensión que como respuesta a su pregunta, aunque era lo mismo. Casi no sabía nada de animales como el caballo. Los granjeros pobres usaban sus propias piernas.

—Bien, pues estás a punto de aprender. Levántate. Si monto a horcajadas sobre alguien quiero estar seguro de que es una muchacha con curvas generosas, no un muchacho como un saco de huesos.

No esperó respuesta, se separó de ella y, antes de que pudiera respirar con comodidad, tiró de ella por el cinturón y la obligó a ponerse en pie.

La falta de aire era la culpable de que se balanceara, y Sakura respiró a grandes bocanadas mientras él la miraba de arriba abajo. Estaba más que complacida de llegarle a los pómulos, y él no era un hombre bajo. Mediría metro noventa, como mínimo. Ella era muy alta para ser una moza. De hecho, era tan alta que nadie la tomaba por una muchacha, jamás. Al menos, no lo habían hecho desde que tenía diez años y perdió a todos los suyos en una escaramuza sangrienta con el clan más odiado de la tierra, y a partir de entonces cambió de género.

Ni siquiera los cabellos largos hasta la cintura, peinados en una trenza, la estigmatizaban con el sexo correcto, especialmente con los hombres bajos. Sakura reprimió una risita antes de que se le escapara. ¿Ese hombre quería que fuera su escudero? Era una cosa inaudita y completamente asombrosa. Sin duda tendría muchachos disponibles de su propio clan.

—Estos son los cuadros de Haruno —dijo él, con un tono despreciativo en la voz—. Los reconocería en cualquier parte, aunque los lleves de cualquier manera y en harapos. No estás autorizado a llevarlos. No queda ningún Haruno sobre la tierra. Mi clan se ocupó de ello.

Sakura se ruborizó y sus pensamientos se detuvieron. Le temblaron las rodillas, porque sabía exactamente quién era él y por qué debería haber peleado como si los demonios del infierno la persiguieran. Pertenecía al clan más odiado de la tierra: los simpatizantes de los sajones, los traidores, los violadores, el clan de las tierras altas denominado Uchiha. Era un Uchiha. El descubrimiento tuvo en ella el raro efecto de que sus entrañas se ablandaran con una sensación gomosa que reconoció como miedo.

Después se le puso rígida la espalda y sus piernas volvieron a sostenerla. Supo que todas las plegarias que había recitado desde los diez años habían sido escuchadas. Ella, que había tenido tantas posibilidades de vengar la matanza de su familia como de volar, recibía aquel regalo. No, se la forzaba a la venganza. Se la arrastraba a entrar al servicio de un Uchiha y no había nadie a quien despreciara más.

Astillas de niebla le envolvieron las piernas, haciendo que pareciera que surgían sin piernas de la nada. Sakura lo miró y ordenó a su sangre que se calmara. No era más hembra que los muchachos a los que lideraba. Había matado todo lo que era femenino en ella hacía muchos años, ni siquiera se veía fastidiada muy a menudo por la más estúpida de las dolencias femeninas, el flujo menstrual. Sin embargo, todo lo que había matado hacía años corría por su sangre mientras lo miraba. Pero no tenía ninguna duda de lo que era.

Era demasiado guapo con diferencia, con los pómulos marcados, los labios carnosos, la barbilla perfecta, los cabellos hasta los hombros y los ojos negros, con pestañas largas. También era corpulento... fornido y musculoso.

Pero también era un Uchiha. Tal vez no lo parecía, pero tenía debilidades y zonas vulnerables donde un puñal podía clavarse cuando no estuviera mirando. También demostraba la famosa estupidez de los Uchiha. Estaba pidiendo a su enemigo... no, estaba obligando a la única persona que había jurado perjudicarlo, que entrara en el círculo más íntimo de su vida. Era demasiado fuerte para que su mente lo absorbiera, y Sakura observó cómo cruzaba los brazos mientras él esperaba.

Tragó saliva y después se encogió de hombros.

—Abrigaba y me servía —respondió por fin, levantando la barbilla para mirarlo directamente a los ojos.

—Probablemente lo robaste a un cadáver hace más de cinco o seis años. Deberías haber robado otro y cambiarlo. Hay cosas mejores en ese campo.

«Hace ocho años y nunca me lo cambiaré, bobo», pensó Sakura. Entornando los ojos.

—Me gusta el color —contestó sin ninguna entonación especial. Se sintió muy orgullosa.

—¿Rojo y blanco deslucidos? El cielo nocturno tiene más color. Vamos. Tengo ropa de los Uchiha en mi tienda.

No vio la reacción de ella y probablemente fue mejor así. Sólo alargó un brazo y la empujó colina abajo. No le daba ninguna oportunidad de decir sí o no, y las dos veces que ella tropezó la empujó aún con más fuerza. Sakura aguantó el tipo como pudo, se mordió la lengua y mantuvo el paso.

El campo de batalla estaba cubierto de neblina, envolviéndolo todo con un aire fantasmal que era desconcertante. Sakura se santiguó rápidamente y vio que él lo había visto, pero no dijo nada. Agachó la cabeza y siguió el ritmo de él, trotando a su lado.

Si él se dio cuenta de los nervios de Sakura al llegar junto al caballo, no lo demostró. Sakura miró al animal, vio que era más alto que ella y empezó a observarlo con lo que reconoció como un principio de respeto.

Se echó atrás cuando el hombre hizo chasquear la lengua, habló bajito y el caballo relinchó para responderle.

—No has venido a luchar —dijo ella.

Él la miró mientras ensillaba el animal.

—No —fue todo lo que dijo.

—Entonces ¿para qué?

La ignoró y se subió al caballo a fuerza de brazos, antes de pasar una pierna por encima de él. Sakura lo observó hacerlo, se fijó en los músculos de los brazos y después en los de las piernas, y se tragó el exceso de humedad que tenía en la boca. Se dio cuenta de que no había visto un hombre tan atractivo en su vida.

Se sentía tan molesta como violenta con la reacción de su cuerpo. No le interesaban los asuntos femeninos. No le habían interesado en casi una década. Le interesaba vencer a todos con la honda, el arco y lanzando el puñal. Era especialmente competente cazando y por lo general tenía una ofrenda para la olla de la arpía. Ésa era la única razón por la que Azami había tolerado que Sakura no hubiera dicho más de cincuenta palabras a su hermana desde la muerte de la familia. Para ella, Azami no era una Haruno. Era una fresca que recibía a cualquier hombre entre sus piernas antes de robarle todo lo que podía.

Azami no era precisamente simpática, pero sin duda era femenina. Sakura era todo lo contrario: orgullosa, brusca y endurecida. Incluso Azami la llamaba muchacho, aunque, más que ningún otro aldeano, conocía la verdad. Ya hacía años que había dejado de tomar el pelo a Sakura por ello. Eso no las unió más porque no había nada en Sak «como le llamaban», que fuera femenino. No le interesaba ningún hombre.

Sin duda no le interesaba ese hombre porque fuera guapo, corpulento y musculoso. Le interesaba porque ese hombre era su enemigo implacable.

—Dame la mano. —Acercó el caballo a ella y se inclinó.

—¿Para qué?

—Un buen escudero nunca cuestiona a su amo.

—Yo no he dicho que quisiera ser tu escudero —contestó Sak.

—Ni yo te lo he preguntado. La mano. ¿O prefieres que te la corten como castigo por robar a los muertos?

Ella le dio la mano. Tuvo que utilizar sus propios músculos para colocarse a horcajadas sobre el lomo del caballo, porque todo lo que el hombre Uchiha hizo fue levantarla y tirar de ella hacia su hombro, y después ordenar al animal que se pusiera en marcha. Sakura tampoco supo cómo lo había hecho. Mantenía toda su atención puesta en no resbalar y caerse.

Tuvo que conformarse con agarrarse a la silla por los costados de sus caderas. Sakura nunca había estado tan cerca de un hombre en su vida y jamás con un animal vivo entre las piernas. Se concentró en impedir que el material de su entrepierna la lastimara. Lo hizo tensando los músculos de los muslos y levantándose un poco por encima del lomo del animal. No era tan fácil como parecía. Se dio cuenta cuando la noche se hizo más oscura, las estrellas empezaron a aparecer en el cielo y los músculos de sus piernas comenzaron a protestar.

Al menos era alta y sus piernas eran casi tan largas como las de él, y no era tan incómodo como podría haber sido estar sentada con las piernas abiertas sobre un caballo.

—Deberías dormir un poco ahora que puedes —dijo el hombre.

—¿Dormir? ¿Dónde?

—Apóyate en mi espalda. Funciona.

—¿No te detendrás?

—Tengo enemigos. ¿Para qué iba a darles otra oportunidad?

—¿Otra?

—La batalla en ese campo no ha sido un encuentro social y no he salido de ella intacto.

—No se te ve ninguna señal —contestó Sak.

Él chasqueó la lengua.

—O sea que has mirado.

—No, sólo digo que te mueves demasiado ágilmente para estar herido —dijo ella.

—He recibido un golpe en la cabeza. Aún tengo que despejarme. Viajar de noche no es lo mejor para hacerlo. Te lo digo yo.

—Entonces, ¿por qué lo haces?

—Tengo enemigos, muchacho. Por todas partes.

Sakura arqueó las cejas al oírlo y se apoyó en el caballo con el mínimo de ceremonia posible. Los músculos de los muslos le dolían como si fueran carbones ardientes y se dio cuenta de la futilidad del esfuerzo. Tendría que tolerar el balanceo del caballo.

Se puso rígida, se ordenó ignorar el movimiento y después bostezó. No fue tan difícil como había creído. De hecho era bastante agradable si no estaba pendiente de la masculinidad del hombre que tenía delante.

Volvió a bostezar.

—Me llamo Sasuke. Sasuke Uchiha. ¿Tú tienes nombre?

—Sí —contestó ella.

—¿Cuál?

—No te lo diré. —Contestó Sakura.

—¿Quieres que me invente uno para ti?

—Adelante —contestó ella.

—Sak.

Ella se sobresaltó.

—¿Cómo...?

—¿Ese es tu nombre de verdad? —preguntó él—. Qué curioso. Tengo un vasallo que se llama igual que mi caballo. Sak.

—No he dicho que quiera ser tu escudero.

—Lo harás. No te queda otro remedio. Tengo muchos sirvientes. Tengo tantos que empieza a ser un problema. Hay pocos que obedezcan, pocos que presten atención. Me han dicho que necesito estructura. No conozco la estructura. Pero mi madre siempre me dice que necesito estructura.

—¿Estructura? —Sakura estaba más que despistada.

—Tengo una casa propia, más bien un viejo caserón que no quería nadie más. Tengo sirvientes para limpiarla, para defenderla y para encender fuegos. Tengo criadas rollizas para llevarme a la cama. Tengo sirvientes para comprar y vender, sirvientes para prepararme la comida y sirvientes para tocar música. No tengo ningún sirviente para mi caballo y mi persona. Bueno, tenía uno. El campo de batalla me lo ha arrebatado. Tú, que robas a los muertos, ocuparás su lugar.

—¿Eso es estructura?

—Probablemente necesito una esposa. No quería que me ataran a una esposa. ¿Sabes lo que significaría eso?

—No —contestó Sakura.

—Se acabó la buena vida. Las esposas no lo toleran.

—¿Cosas como criadas rollizas para calentarte la cama?

—Tienes una cara bonita para ser un muchacho. También te calentarían la tuya. Al menos, eso creo. ¿Has estado alguna vez con una mujer?

—No. —Sakura no se rió, aunque la sorprendió mucho no hacerlo.

—La estructura es la muerte de la buena vida. No necesito estructura. —Sus palabras empezaban a ser mal articuladas. Sakura arqueó una ceja. No era difícil descubrir su punto flaco. Parecía que tenía un buen puñado—. ¿Tú necesitas estructura, Sak?

—No necesito nada ni a nadie —contestó Sakura.

Él volvió la cabeza para mirarla.

—Es tarde, tengo un chichón en la cabeza y hablamos de estructura. Eres un escudero extraño, Sak. ¿Tienes apellido?

—No —contestó ella.

—¿Por qué no?

—Mis padres perdieron interés —contestó.

Él se rió.

—Apóyate en mí, muchacho.

—No es necesario —respondió ella, intentando encontrar un punto cómodo para su barbilla contra el cuello de él.

—No te lo digo para que estés cómodo.

—¿Qué? —Su cabeza debía de estar tan densa como el paisaje, porque no entendía nada. Sakura arrugó la cara.

—Me servirás de apoyo para la espalda. Inténtalo, muchacho.

Ella se echó hacia delante y tocó con la frente el espacio que había bajo del omóplato de él. Inmediatamente, él se apoyó con tanta fuerza que la hizo retroceder. Él volvió a incorporarse.

—Inténtalo de nuevo. Esta vez con un poco de fuerza. Sé que tienes bastante, a pesar de tu aspecto huesudo. Apóyate en mí.

Esta vez Sakura se acurrucó contra la espalda de él y se preparó para sostener su peso, pero no lo sintió cuando él se recostó. Sólo cerró los ojos y se durmió.


Esta historia es de Jacki I. Y los personajes pertenecen a M. Kishimoto.