CAPÍTULO 02
El amanecer se manifestó en forma de rocío en todos los pelos de las piernas de Sakura, que se estremeció un momento y después abrió los ojos. Estaba rígida del cuello hasta los riñones y los muslos le dolían hasta las rodillas. Miró la parte de su cuerpo donde el kilt se había levantado mostrando claramente que, si se trataba de un varón, no estaba muy bien dotado. Parpadeó ante la visión. Volvió a parpadear. Cerró los ojos y se los frotó.
La visión no cambió.
Empujó con la frente al mismo tiempo que tiraba del tartán sobre sus rodillas, colocándolo entre ella y la silla. El gran cuerpo masculino que le había bloqueado el amanecer sólo se agitó hacia delante y después volvió atrás, apoyándose en el abdomen de ella.
Tiene los ojos negros.
La idea le vino mientras él la miraba con el ceño fruncido. Sus ojos no sólo eran negros, eran de un negro intenso, profundos como la medianoche y vastos como el lago de Creggar.
—¿Eres un skelpie? —preguntó en tono amable.
—Me temo que no. Soy tu nuevo escudero, señor —contestó ella en tono altanero.
El ceño de él se arrugó aún más.
—¿Qué le pasó al otro?
—Murió en la batalla. Luchó como un valiente —contestó ella.
Vio cómo arrugaba aún más la cara.
—¿Qué batalla?
Sería más fácil contestar si no se estuviera apoyando en ella y empujándola al mismo tiempo hacia la cola del caballo.
—Por lo que yo sé, eran saqueadores que recibían su castigo.
—¿Saqueadores?
—Ladrones. Montañeses. Se llaman Suikazan. ¿Son de tu familia?
—¿Saqueadores? —repitió.
—Creo que no se conformaban con robar ganado. Tenían que vengar un secuestro.
—¿Un secuestro?
—Suikazan enía una hermosa hija. Ya no está.
Frunció el ceño.
—¿Se la llevaron?
—Se la llevaron y la tomaron, no sé si me explico.
—¿Quién?
—Los Kaminarimon. Habitantes de las tierras bajas. Un gran clan. No tanto en bienes como en tierras, pero son muchos, eso sí.
—¿Por qué?
—Los Kaminarimon destilan whisky. El mejor de la zona. No les gusta nada que les roben el whisky. No sabían que se llevaban a la hija de Suikazan.
—Éste es el problema de este país. Demasiados clanes peleando entre ellos. Lo que necesitamos es... —Se calló y la miró—. ¿Eres lealista?
Sakura expresó su disgusto con el labio superior. El caballo contestó con un relincho.
—¿Parezco lealista?
—Eres el muchacho más flaco que he visto en mi vida, no te sobra un gramo de carne.
—Cuando acabes con tus cumplidos, ¿te importaría apartarte de mí un rato? Se me están durmiendo las piernas.
La mirada de él se volvió más dura.
—¿Dónde estamos?
—Sobre tu caballo —contestó ella.
—Mi caballo —repitió él, afirmando sin preguntar—. ¿Estamos cerca de una tienda?
Sakura miró a su alrededor. No sólo estaban cerca de una tienda, la estaban pisoteando. Miró los restos de palos, telas, utensilios de cocina y sonrió astutamente.
—Sí —respondió.
—Bien. Está bien entrenado. —Miró cómo se incorporaba en la silla agarrándose al asidero—. Me has mentido, muchacho. No estamos... cerca... —Le falló la voz mientras se posicionaba como para lanzarse al agua antes de caer de cabeza sobre los restos de su propio hogar.
Sakura casi dio rienda suelta a lo más parecido a una risa que había sentido en años, pero se reprimió. Estaban demasiado cerca de suelo inglés y tenía un Uchiha al que atormentar. Por ahora era suficiente con que estuviera cubierto de hollín hasta los pies.
Sakura se deslizó torpemente del caballo, le dijo que no se moviera y se fue hacia los árboles para aliviarse. Cuando volvió, el caballo seguía en el mismo sitio y Sasuke Uchiha seguía encima del montón de ceniza, con una sonrisa en su atractiva cara y una letanía de ronquidos emergiendo de su boca. Sakura puso cara de circunstancias, pensó por un momento en marcharse y después suspiró. No desperdiciaría aquel regalo. Había perdido la cuenta de las veces que había rezado por tener al poderoso Uchiha en sus manos. No pensaba desperdiciar la ocasión.
Disfrutaría haciendo que su vida fuera tan corta y miserable como él había hecho la de los Haruno. Cogió el arco y una flecha y se marchó. Alguien debía procurar el alimento, y no sería él.
Encendió otra hoguera, y tenía una liebre asándose y un buen trago de whisky en el estómago cuando Sasuke Uchiha la obsequió con su mirada negra de medianoche. Ella no lo vio; sintió su atención por un cambio de los elementos, una llamarada de la hoguera, o tal vez fue un temblor de las hojas por encima de ellos. Lo miró desde su asiento sobre un tronco, donde una pequeña pila de astillas mostraban lo que había estado haciendo, y le sostuvo la mirada. No sabía que sería tan cálida como el whisky.
Sakura no dijo una palabra mientras él parpadeaba, abría mucho los ojos y después levantaba la cabeza de la montaña de ceniza, estornudando un montón de la misma y tosiendo como si tuviera fiebre. Tuvo que arquear la espalda para sacarlo todo. Sakura lo observó un rato antes de seguir con su talla. Pero tuvo que apretar las mejillas hacia dentro para no reírse.
—¡Por las barbas de Cristo! ¿Qué diablos me ha sucedido?
—Has estado comiendo ceniza —contestó ella.
—¿Ceniza?
—Ceniza —insistió ella, mirándolo.
La hilaridad de su voz hizo que la mirara con dureza. Sakura se tragó la burbuja de risas que tenía en la garganta. Le costó toda su compostura no reaccionar a los surcos negros de lágrimas que ensuciaban la cara de él.
—¿Cómo he acabado aquí?
—Te has caído.
—¿Caído?
—De la gran bestia de cuatro patas. —Hizo un gesto con el carámbano tallado—. Me has dicho que estaba bien entrenada. Yo no tengo nada que ver.
Él blasfemó, se levantó apoyándose en manos y pies y después se incorporó, sacudiéndose inútilmente la capa del polvo que llevaba encima.
—¿Me caigo sobre una hoguera y me dejas ahí?
—No podía moverte. Deberías haberte buscado un escudero más robusto. O eso, o comer menos.
Él la miró con rabia, con los ojos brillantes bajo la cara blanca de ceniza, y Sakura reprimió un escalofrío. No pensaba dejarse asustar por él.
—Haz algo útil y encuéntrame otro tartán.
—Ya he hecho cosas útiles. He cazado una liebre para tu cena, he encendido una hoguera para asarla y he tallado un juguete para regalar a la siguiente muchacha rolliza que se meta en tu cama.
Ahora él se había puesto en jarras. No parecía divertido. Sakura sintió que se le erizaban los pelos de la nuca. No hizo caso. Lo miró con total indiferencia.
—También tengo un tartán para ti.
—Me gusta el mío —contestó ella— y no he dicho que me lo cambiaría sólo para complacerte.
—Te cambiarás y me ayudarás a cambiarme, y vas a hacerlo deprisa.
—No me digas —contestó ella, y tuvo que ignorar que se había movido y cómo lo había hecho. Para ser tan corpulento, no era fácil seguir sus movimientos. Sakura entornó los ojos y lo estudió. Estaba entrenado para moverse deprisa y sin llamar la atención, como ella. No le había visto hacerlo.
—Ve a buscar kilts limpios. No tendré los cuadros Haruno en mi campamento. Mi clan me colgaría de los pulgares.
—¿Por qué?
—¿Vas a buscar los kilts o tendré que obligarte a hacerlo?
—¿Y cómo piensas hacer eso? —Levantó el carámbano para inspeccionarlo, girándolo de un lado y del otro antes de volver a mirarlo. No le hacía gracia cuando no lo tenía localizado.
—Con la fuerza bruta —contestó él desde detrás de la oreja izquierda de Sakura, antes de agarrarla por el cinturón y levantarla del suelo.
Sakura patinó en el suelo y por la ceniza donde había estado él, y las rodillas se llevaron la peor parte. Pero se puso rápidamente en pie y sacó los nueve puñales escondidos en los calcetines. Los tenía agarrados por la hoja cuando volvió a enfrentarse a él, agachándose ligeramente al mirarlo.
—¿Ésa es tu respuesta? ¿Palillos? —Señaló las hojas de puñal que sobresalían entre sus dedos.
Le lanzó uno justo en el centro de la fíbula de los Uchiha y él se echó ligeramente atrás mientras el ojo de dragón que había atravesado temblaba.
—Buen tiro —la provocó, avanzando un paso hacia ella.
Lanzó dos más al mismo sitio exacto, donde ahora tenía tres, como un cojín de alfileres sobresaliendo de su pecho. Él mostró un poco más de respeto y se agachó a medias, aunque no tanto como ella.
—Necesitas una hoja más grande para detener a un Uchiha, muchacho. Tu anterior amo debería habértelo enseñado.
La respuesta de ella fue tres lanzamientos rápidos, que dejaron los tres puñales clavados en las empuñaduras del cinturón de él. El siguiente se clavó en la bolsita de piel del kilt, donde se inició un reguero oscuro.
—Ese whisky que has vertido es bueno —dijo él—. El castigo no será tan indulgente como un baño y un cambio de ropa. Puede que quiera usar la correa sobre ese cuerpo escuálido tuyo.
—Aparta, Uchiha —dijo ella, haciendo girar los dos últimos puñales entre los dedos, cada uno en una mano.
—¿Por qué? No me has dado ninguna razón. Un tonto puede lanzar puñales y no conseguir ni arañar a su enemigo. Sólo te quedan dos. ¿Piensas afeitarme con el próximo?
—Si hubiera querido tu sangre, estarías sangrando —contestó ella.
—Y los cerdos volarían —respondió él.
El puñal que se ganó por su respuesta le rebanó la orla del calcetín. El siguiente cortó la del otro.
Sasuke se miró las piernas, después levantó la cabeza. Sakura vio que abría mucho los ojos mirando los tres puñales que ella había sacado de la parte trasera del cinturón. Los hizo girar, uno en la mano derecha, dos en la izquierda. Vio que le observaba las manos.
No quería hacerle daño. No quería hacerle sangrar. Todavía no. Sabía perfectamente que los puñales no detendrían a un hombre de su corpulencia, a menos que le diera en un órgano vital o tuviera tiempo para dejarlo sangrar hasta morir. La habría estrangulado antes de que eso sucediera.
Sakura siempre había sido respetada por su habilidad con los puñales. Nunca había necesitado los nueve puñales que llevaba en los calcetines. Nunca había tenido que recurrir a los últimos tres del cinturón. Ella y Uchiha empezaron a dibujar círculos, con la liebre asándose entre ellos. No estaba tan despreocupado como fingía, porque una capa fina de sudor empezaba a abrirse paso entre la ceniza de su cara.
—¿Estás dispuesto a dejarlo e ir a buscar mi kilt? —preguntó.
El puñal pasó silbando entre los cabellos, junto a su oreja, llevándose un mechón. Él no se arredró. Sakura era la que tenía las palmas sudorosas.
—¿Y el tuyo? —continuó—. Anhelo verte bien vestido, con mis colores. Es una gran combinación, de la que no necesitas esconderte. A las muchachas también les gusta.
Los cabellos detrás de su otra oreja recibieron el mismo afeitado. Sakura empezó a sudar también. Sabía que sólo le quedaba un puñal. Nunca la habían puesto tan a prueba. La hoja estaba resbalosa por la humedad de su palma y le costaba sostenerla. Pero no se le notaba.
Él sonrió y, entre los surcos de ceniza, su cara tenía un aspecto horrible. Sakura tragó saliva.
—Estaba buscando un buen barbero. De haber conocido tus habilidades, me habría cortado el pelo antes.
—¿Estás tan bien dotado entre tus piernas, Uchiha, que te ríes de mí?
—¿Reírme de ti? No vales el tiempo que me llevaría. Sólo te queda una oportunidad, muchacho. Yo de ti no volvería a errar. Tengo un montón de ceniza que limpiar, tengo que ponerme un kilt limpio, tengo una sabrosa liebre asada para comer y medio, no... —Miró la bolsita de piel que seguía vaciándose sobre su ropa cubierta de ceniza, dejando un surco oscuro. Después volvió a mirarla. Sus ojos eran agujeros negros por la emoción que mostraban desde su cara blanca de ceniza—... mejor dicho, un tercio de mi whisky. Aparta la hoja y ayúdame. Te concederé este poco de clemencia. No te gustará la alternativa. Baja tu palillo.
Sakura siguió con el puñal en la mano. No pensaba soltarlo tan fácilmente. Tenía que elegir el blanco. Sólo había uno que lo abatiría sin matarlo. Le daba miedo pensarlo. Si era pequeño, o no daba en el punto vital, estaba muerta. Y si daba en el punto vital, también estaba muerta.
Sasuke arqueó las cejas.
—¿Te cuesta decidirte? ¿Un lanzador de cuchillos tan bueno como tú? Venga, muchacho, aparta el cuchillo. Los dos cambiaremos nuestras sucias vestiduras y nos pondremos ropa limpia. Evidentemente haremos trizas esa ropa Haruno y...
El último puñal atravesó el kilt entre los muslos, rasgando la tela, y con un ruido sordo dio en el tronco que había detrás de él. Sakura le oyó rugir y no era de dolor. Ya estaba saltando obstáculos y esquivando árboles para huir de él.
«Maldito seas por tenerla pequeña», pensó.
Sakura era rápida. Era ligera. Podía moverse rápidamente y tenía experiencia, aunque el sol ya estaba bajando y él había montado su tienda destrozada cerca de unos troncos caídos. También había acampado muy cerca de un curso de agua y la niebla que traía no estaba lejos. Si podía mantenerlo alejado hasta entonces, podría esconderse fácilmente.
Se detuvo, sintonizando inmediatamente con el bosque que la rodeaba, y no oyó nada. Tampoco sintió el empujón. Sólo supo que se había golpeado la frente contra un árbol antes de que él la agarrara por el cuello de la blusa con una mano y la levantara del suelo sacudiéndola. Sakura lo miró con expresión atónita, no porque fuera capaz de levantarla con un solo brazo, sino porque los oídos todavía le zumbaban del golpe que había recibido.
Después sintió que se ahogaba cuando él la sumergió en el agua y la sostuvo en el fondo del riachuelo. Antes de que perdiera la conciencia y tragara agua, la levantó, sacudiéndola hasta que la cabeza le vibraba, y volvió a sumergirla otra vez. Al tercer remojón Sakura tenía el estómago lleno de agua y ya estaba tosiendo, y eso no fue suficiente para él.
A la quinta vez, Sakura olvidó coger aire y se quedó quieta en el fondo del riachuelo, arañándose la cara con los guijarros y dejándose cubrir por el musgo. Iba a morir, y todo porque había sido tan estúpida de no lanzar un cuchillo mortal contra su enemigo cuando había podido.
Ya veía lucecitas brillantes a través de los párpados cuando él finalmente la levantó y la mantuvo apartada con un brazo, mirándola con el ceño fruncido. Sakura se preguntó por qué se había vuelto tan brillante y tuvo ocasión de ver puntos negros flotando en su visión antes de recuperar la normalidad. No había nada normal en el oscuro odio que emanaba de los ojos de él, mirándola por todas las grietas secretas en las que se había ocultado.
Volvió a blasfemar y se fue hacia la orilla, arrastrándola con él. Tenía el torso de ella atrapado entre sus muslos y eso era el final. Ya no podía luchar. Ni hablar. Vio el brillo de un cuchillo y cerró los ojos.
—¡Abre los ojos y enfréntate a tu castigo, Sak!
Tenía una mano cerrada alrededor de su cuello, apretaba un brazo contra su pecho y en la otra mano tenía un puñal que hacía que las dagas de Sakura parecieran palillos, como había dicho él. Sakura sintió el escozor de las lágrimas y se odió a sí misma por tal debilidad, mientras le resbalaban de los ojos, que ni siquiera eran capaces de parpadear.
—¿Lágrimas? ¿Lloras como una mujer, ahora?
—Mátame de una vez y acabemos —gruñó.
—Por mucho que me apetezca, no te mataré. Es difícil encontrar un buen escudero escocés. Más difícil aún un luchador escocés, sobre todo uno tan bueno con el puñal como tú. Sólo voy a darte una cata de tu propia medicina.
—¡No! —Gritó, mientras él le cogía la trenza para levantarla. Sintió el frío del acero en la piel.
—¿Esta madeja de pelo?
Estaba cortándolo con su hoja, y Sakura empezó a sollozar y temblar. Era lo único que le quedaba de su infancia y lo único que la señalaba como lo que era, una mujer. Sakura se odió otra vez por ello.
—Por favor —susurró.
Él dejó de cortar. Sakura contuvo la respiración.
—¿Es tan importante para ti?
Ella asintió.
—¿Por qué?
—No lo sé —susurró ella.
—Es demasiado largo. Te molestará. Si se te suelta durante el combate estás perdido.
—No se suelta —contestó ella.
—El mío no crece más allá de la mitad de la espalda.
—Yo no soy tú —contestó Sakura.
—Si te dejo conservar la trenza, ¿me obedecerás? ¿Serás mi escudero en todos los sentidos? ¿Me guardarás las espaldas y te ocuparás de mi persona sin protestar?
Sakura tragó saliva con la garganta muy dolorida, demasiado cerrada y demasiado seca.
—Córtala y acaba de una vez —respondió, cerrando los ojos a todo lo que se había ocultado a sí misma, y esperó a que lo hiciera. Pero sus lágrimas estaban cesando y la mujer que había intentado destruir en ella era la que sollozaba. Se dijo a sí misma que eran sólo cabellos. Volverían a crecer. Era una estupidez conservar algo sólo porque su padre, en otra vida, había tenido unos cabellos iguales. Pero nada de lo que se decía a sí misma funcionaba.
Él la apartó de un empujón.
—Quítate esa ropa Haruno. Tengo un kilt para ti. Si no estás desvestido, limpio y esperando cuando vuelva, te cortaré algo más que la trenza. ¿Entendido?
Ella ya se estaba quitando el tartán.
