CAPÍTULO 03
Sakura no perdió el tiempo retozando en el agua, pero nunca lo hacía. Actuó con una rapidez brutal, porque sin su justillo hasta el muslo, las mangas largas y los metros de tartán alrededor del cuerpo a modo de kilt y capa, el llamado feile-breacan, parecía exactamente lo que era: una mujer esbelta. Salió corriendo del agua para esconderse detrás de un árbol y lo esperó.
Estuvo a punto de no llegar a tiempo y el disgusto de él al encontrarla fuera del agua fue evidente.
—Sak, muchacho. Si tengo que perseguirte...
Se calló al ver el montón de ropa Haruno en la orilla. Sakura vio que la echaba al agua de una patada, como si fuera demasiado asquerosa para tocarla. Cerró los ojos para no ver la profanación, antes de ponerse a correr por el borde del bosque para seguirla, observando cómo el fardo negro empapado se alejaba con la corriente.
—Le has sacado todo el jugo, muchacho. No debes entristecerte por ese harapo.
Sakura vio cómo gritaba por encima del hombro y supo que ése era el momento. Era tan buena como Sasuke cambiando de posición. También era una excelente nadadora. Cualquier cosa que pudiera llevar a cabo un muchacho, ella podía hacerla mejor. Estaba bajo el agua y buceaba hacia donde la ropa Haruno se había hundido antes de que él dijera una sola palabra.
—...te servirán mejor mis colores. No necesitarás ocultarlos. Tienes más razones para lucirlos con alegría.
Sakura le oyó al emerger a la superficie. No sabía qué más había dicho. Tenía una visión clara de dónde estaba Sasuke, todavía hablando por encima del hombro, mientras nadaba hacia un punto de la orilla más abajo de donde estaba él. Estaría a la vista un momento, pero no se podía evitar. Rezó una rápida plegaria para que continuara ignorante de su posición antes de arriesgarse a salir.
—Más de una muchacha se ha desvanecido al ver los cuadros Uchiha. Es un color muy hermoso, vibrante y lleno de vida. No como ese color feo de los Haruno. Además, el tejido es más suave, el hilo más denso y el trenzado está hecho por manos más habilidosas. No puedes perder, ¿entendido?
Sakura salió del agua y se escondió detrás de la cortina de matorrales mientras él seguía hablando. Se arrodilló para escurrir el kilt cerca del suelo, impidiendo que las gotas hicieran ruido. Frunció el ceño al darse cuenta de lo evidente. No podría llevarlo con ella. Al menos no todo.
Por primera vez en ocho años, no podría lucir los colores de su clan. La certeza la hizo temblar. Reprimió el temblor. Tal vez se vería obligada a lucir los colores del enemigo por fuera, pero conservaría un pedazo de tela Haruno cerca de su corazón. Fingiría que era uno de ellos. Se dijo a sí misma que desfilaría con piel de leopardo y joyas si con ello obtenía la justicia que buscaba. Después ya se mandaría tejer otro traje Haruno. Sus antepasados tendrían que conformarse con eso.
Sakura pasó los dedos por un borde de la tela buscando un punto especialmente flojo. Anhelaba tener uno de sus puñales. El agua había vuelto la tela resistente al desgarro. Encontró un punto deshilachado y le hincó los dientes.
—Además, con esa ropa se te etiquetaría como simpatizante de los Haruno. Ningún hombre vivo desea ese título. Se le estigmatizaría como un cobarde.
Sakura mordió con fuerza la tela para que no se le escapara un grito de odio y de rabia. En ese momento deseaba tener un puñal por una razón diferente. No erraría el punto vital. El sonido del desgarro fue mínimo, pero vio que él volvía la cabeza en su dirección. Parecía tener un oído excelente. Tendría que recordarlo. Se guardó el pedazo de tela cortado en la mano y se colocó en cuclillas. No era mucho, pero serviría. Utilizó el follaje para avanzar por la orilla, acercándose a donde estaba él.
—Sal de tu escondite, muchacho. Esto es una tontería. Tienes un traje Uchiha que ponerte y un amo al que servir.
Sakura le sacó la lengua.
—¿Por qué te escondes, si se puede saber? Ya no te castigaré más. No hay necesidad.
—No estoy escondido —contestó por fin, desde un punto detrás de él.
Se fijó en que él no parecía sorprendido de oírla en esa posición.
—¿Estás escondido en el bosque, eh?
—Necesito intimidad, y tú lo llamas esconderse —dijo ella al aire como si fuera su público. Sabía que eso explicaría no sólo su ausencia, sino su sigilo. Vio cómo lo asimilaba.
Se rió.
—¿Eres tímido?
—A veces —contestó ella—. Esta vez es una de ellas.
—Bien, si a mí me hubieran concedido un cuerpo tan escuálido como el que te ha dado el Señor, también me escondería. Las chicas deben de correr al ver tu trasero blanco.
—No lo sé. Nunca lo he probado.
—Búscate una muchacha gorda. Son más fáciles de atrapar.
Se reía de su propia broma mientras se sentaba para quitarse las botas. Sakura se volvió. No se arriesgaría a que la viera hasta que estuviera en el agua y todavía tenía que deshacerse la trenza y comprobar los daños. Había visto bastantes varones casi desnudos para que lo que él pudiera mostrar no le interesara, aparte de permitirle calibrar a su contrincante.
Se deshizo la trenza, se recogió un puñado de cabellos esquilados de la nuca y volvió a trenzarlo antes de oírle chapotear. Lo miró. Con una ojeada vio que se había sumergido bajo el agua. Sakura se arriesgó, cogió la pila más pequeña y volvió al abrigo de los árboles a vestirse.
—¿Dónde aprendiste a lanzar cuchillos, muchacho? —gritó él por encima del hombro.
—¿Aprender qué? —contestó ella—. He fallado.
Estaba escurriendo la ropa interior con la misma furia que tenía en el gesto de la boca. No podía ponérsela mojada, así que se la ató con un nudo a la rodilla para que se secara mejor. Aseguró el cuadrado de tela Haruno debajo. Después se incorporó y levantó la túnica interior de hilo fino que había cogido. Se la pasó por la cabeza, apartó la trenza y disfrutó de la sensación instantánea de la suave tela finamente tejida contra su piel desnuda por primera vez en su vida. Sakura pasó un dedo por el dobladillo, que le llegaba hasta medio muslo. Incluso allí, notó los puntos perfectamente cosidos. «¿Le da esta ropa a un sirviente?», se maravilló, abriendo mucho los ojos.
—Tienes la mejor puntería que he visto en mi vida. Fallado, dice. Fallado. Tengo un puñal clavado en todas mis empuñaduras y las dos borlan de los calcetines cortadas. Fallado.
Sakura reprimió una sonrisa antes de que Uchiha sumergiera la cabeza bajo el agua otra vez para aclararse los cabellos, y entonces lo hizo. Él no había mostrado ni un atisbo de respeto antes. Debió de darse cuenta de que era comedia. El hombre podía tenerla pequeña, pero no le faltaba valor, decidió. Provocar a alguien para que lanzara cuchillos hasta que no le quedara ni uno exigía más valor del que creía poseer ella. Ésa fue otra información interesante que guardó en su memoria.
Se puso la camisa que le había dado, se la abotonó hasta la barbilla y al hacerlo reconoció que estaba hecha de una tela fina. Además le quedaba bien y le tapaba hasta la entrepierna, mientras una largura equivalente de tela caía por detrás cubriéndole las nalgas. Sakura se pasó las manos por los bordes de las mangas, doblándolas.
—¿Qué? ¿Dónde aprendiste? —preguntó.
Ella lo miró. El calor del agua había creado una neblina opaca en el ambiente que planeaba justo por encima de ellos, y le vio la cabeza como si no tuviera cuerpo. Después vio un brazo, otro brazo y finalmente ambos mientras se lavaba.
—Puede que aprendiera yo solo y puede que no —contestó a la figura fantasmal que veía.
—¿Qué tal eres con el arco?
El kilt que le había dado era de la tela más agradable y bien tejida que había visto jamás, y Sakura la acarició con las manos. Estaba hecho de unos hilos de lana tan finamente cardados que podía apretarla toda en la mano y era más fina que su trenza.
—¿Por qué? —preguntó.
—Me gusta conocer a mi gente. Tienes talento. Quiero saber hasta qué punto. Puede serme útil en el futuro.
Fue una buena cosa que ella no pudiera ver dónde había ido mientras decía eso. «¡Qué arrogancia!», pensó. Entonces se acordó. Era un Uchiha. Su arrogancia era legendaria: el mundo existía para que lo pisaran y lo tomaran. Se tragó la rápida réplica. Hasta que recuperara sus puñales o cualquier arma, en realidad tendría que morderse la lengua. No le gustaba su uso de la fuerza bruta.
—No sirvo para el arco —contestó.
—Lástima —fue la respuesta.
Sakura se puso el cinturón que él le había dejado. Aunque estaba demasiado oscuro para saberlo con seguridad, por su grosor sentía que estaba hecho con un cuero caro. Lo acarició con los dedos en toda su longitud, tocando las tensas puntadas. No tenía puntos flojos, a diferencia del suyo, de cuero crudo trenzado. Se lo ató a la cintura, sacudiendo la cabeza al dejarlo caer sobre la cadera. Probablemente era mejor así. Una cintura como la suya no era de muchacho.
—¿Qué tal con el hacha? —preguntó él.
—Apenas las he tocado —contestó ella.
—No me sorprende. Esas armas no eran legales hasta hace muy poco, y eso gracias a nuestro nuevo rey. ¿De dónde sacaste tus puñales?
—Los encargué y los pagué con un trueque —dijo.
—¿Con cosas que robaste a los muertos?
—Los gané con mi habilidad, no robando.
—¿No los robaste a los muertos?
—¿Qué escocés muerto tendría un arma? ¿No acabas de decirme que no eran legales hasta hace muy poco?
—Tienes una lengua muy larga, muchacho. Responde con claridad. Ese campo de batalla probablemente estaba repleto de armas escocesas, legales o no. ¿Sino, para qué ibas a comandar a un grupo de muchachos por aquel lugar?
Sakura tragó saliva, sorprendida. Era más listo de lo que había supuesto, mucho más listo. Levantó los calcetines largos hasta la pantorrilla que le había dado y se los puso, y después se sentó para ponerse las botas que él le había traído. Le extrañó ver que le iban casi perfectas. Nunca le había ocurrido eso. Las botas que podía permitirse siempre estaban llenas de agujeros, gastadas, sin forma, y siempre le venían estrechas. Su anterior escudero debía de ser un muchacho grandote. Se miró los pies, separó los dedos e hizo lo que pudo para no mostrar su alegría.
—¿Te diste cuenta? —preguntó, finalmente.
—Me habían dado en la cabeza. Pero mis ojos veían perfectamente.
—Entonces debiste de ver que no robé nada. No le robo a nadie, ni vivo ni muerto.
Eso detuvo su interrogatorio un rato y Sakura esperó en vano una respuesta. Lo único que oyó fue el gorgoteo del agua del arroyo donde él estaba metido.
—Supongo que eso podría ser cierto —dijo.
Sakura se puso tensa y tuvo que morderse la lengua. Estaba aguantando todas las ofensas que un Haruno podía soportar sin vengarse. El hecho de que se las hiciera un Uchiha lo hacía más difícil de tragar y olvidar.
—Es verdad. ¿Qué razón tendría para mentir?
—La misma que te sirve para mentirme sobre tus otros talentos.
Sakura intentó penetrar en la niebla tras la que se escondía él. Después se encogió de hombros.
—Tampoco he mentido sobre eso.
—A mi carcaj le falta sólo una flecha y la liebre que se está asando no la ha recibido. Además, no sería suficiente ni para tu escuálido estómago. Lo sabías y fuiste a por caza mayor. Sólo te llevaste una flecha para hacerlo porque no necesitabas más. Dime que me equivoco.
«No era sólo listo. Era muy listo», pensó. Debía intentar no olvidarlo, por encima de todo. Se aclaró la garganta y lanzó un insulto para cambiar de tema.
—¿Piensas quedarte ahí metido hasta que te arrugues como una pasa? Aunque con lo pequeña que debes de tenerla, no te costará mucho.
—¿Estás insinuando algo con eso? —preguntó él en un tono de voz más bajo que antes.
Ella sonrió.
—Sí —contestó—. Y no sin causa. Apunté bien y con precisión con mi último cuchillo. No le di a nada. Será que no tienes nada.
Se oyó una risotada, un chapoteo y Sakura esperó.
—Piensa lo que quieras, muchacho. Las mozas no tienen ninguna queja.
Sakura levantó los ojos al cielo. Era un Uchiha. ¡Claro que no tenían queja al meterse en la cama con un premio tan valioso! Tendría que retirar lo que había pensado antes, que era un tipo listo.
—Entonces tal vez deberías llevarte mozas más experimentadas a la cama. No serían tan fáciles de complacer, creo.
—¿Por qué habría de hacer tamaña estupidez? Cuando meto a una moza en mi cama, es para que aprenda. No quiero que la incompetencia de otro hombre me estropee la diversión. A mí me gusta educar a mis mujeres. Dame una doncella cada día y te devolveré una cortesana.
—Con tantos requisitos debes de tener problemas para encontrar y mantener criadas que te calienten la cama —contestó ella con desprecio.
—No. Mi lecho les parece acogedor y agradable. Nunca he oído una queja. Las tengo hasta que ya no me son útiles. O hasta que paren un bastardo.
—¿Has engendrado bastardos? —preguntó ella, con voz atónita.
—Todavía no. Soy cuidadoso con mi semilla.
Sakura no tenía una respuesta que pudiera decir en voz alta. Ni siquiera sabía de qué estaba hablando, aunque se lo imaginaba con bastante precisión.
—No te preocupes, muchacho, el mundo está lleno de mozas. También habrá para ti, aunque no tendrás mucho éxito hasta que te cambie la voz y te salga un poco de pelo en ese torso tan escuálido.
Sakura se estaba atragantando, pero gracias a Dios no emitió ningún sonido.
—Ya está bien. Esta conversación me provoca una respuesta y no hay mujer a mano con quien usarla. Mejor que lo sepas, muchacho. No tengo mucha paciencia, he perdido casi todo mi whisky, tengo la cabeza como si quisiera apartarse de mi cuello y pinchos que hay que arrancar. ¿Deseas mantener ocultos tus talentos? Tú verás. Los descubriré tarde o temprano, aunque, si fuera tú, no volvería a ponerme a prueba.
El cuerpo fantasmal no parecía tener sustancia y menos aún la voz amenazadora que utilizaba. Sakura tragó saliva.
—No te estaba poniendo a prueba —contestó en un tono tenso que no parecía el de ella. Extendió la capa y buscó un punto para empezar a colocársela en la cintura. La capa se dobló y la envolvió tan ricamente como había sospechado. Sakura se la ató a la cintura, doblando la tela por delante hasta la mitad. Después, la juntó femando pliegues en la espalda, antes de volver a llevarla hacia delante para pasar el extremo largo por debajo del cinturón. Le sobraba bastante para pasársela por el hombro izquierdo, asegurarla por la parte trasera del cinturón y dejar una capa corta caída por encima de las piernas. Giró la cabeza para comprobar la longitud y notó con satisfacción que le rozaba las pantorrillas, exactamente como debía de ser.
—No me estabas poniendo a prueba, te estabas exhibiendo. Por fuerza. Si no, me habrías matado. Pásame una toalla.
Ella frunció el ceño, pensando primero en cuán ciertas eran sus palabras y después en la facilidad con que le daba órdenes. Después levantó la cabeza. Se le abrió la boca de asombro. El asombro fue lo que la dejó inmóvil viéndole avanzar hacia ella entre la niebla y el follaje; no se parecía a ningún varón de los que había visto en su vida.
Sasuke Uchiha era viril, sano, armónico, musculoso y enorme. Por todas partes. Incluso saliendo de un riachuelo de agua helada al aire frío estaba impresionante, y no era pequeño en absoluto. Sakura olvidó tragarse la humedad que se había formado instantáneamente en su boca y estuvo a punto de atragantarse antes de cerrar la boca y después los ojos.
—Vaya, hay que ver... —dijo él—, vestido con el traje Uchiha y a punto de hacer latir el corazón de un buen número de doncellas con tu elegancia. Tus piernas necesitan algo más de músculo y tus brazos parecen ramitas, pero tu cara tiene buenos rasgos. De niño, pero al mismo tiempo viriles. Las mozas se volverán locas por ti. Les gustan los hombres novicios.
Le dio un empujón y ella se apartó dos pasos con el impulso antes de abrir los ojos y mirarlo.
—Pareces lo bastante listo para ser mi escudero y veo que llevas el tartán adecuado. Una mejora notable.
—¿Cómo pude fallar? —susurró, sin pensarlo.
Esta vez su risotada no estaba envuelta en la niebla y Sakura sintió un calor inesperado que sabía que era rubor, y ella nunca se ruborizaba. Nunca. Ruborizarse era para las jovencitas, para las doncellas vírgenes, no para ella, y por supuesto no era la respuesta al hombre que tenía delante.
—Llevo un taparrabos —contestó él—. Me lo pongo primero... o me lo pondré, cuando esté seco.
—¿Un... qué? —No podía seguir hablando con él mientras se mostrara tan informal con su desnudez, y ella era consciente de todas las partes de su propio cuerpo. El sol no estaba bastante bajo para esconder nada de eso.
—Tráeme la toalla. Trae también mi ropa. Te enseñaré lo que es un taparrabos. Un buen escudero se adelanta a las necesidades de su amo y no necesita que lo apremien —dijo amablemente.
—No he aceptado ser tu escudero —repitió ella.
—¿Te apetece otro bañito?
Ella sacudió la cabeza.
—Entonces estamos de acuerdo en que serás mi escudero.
—No te juraré lealtad —contestó ella, levantando la barbilla, aunque no le miraba a los ojos. Parecía más seguro concentrarse en los abedules de detrás.
—Ahora tal vez no, pero llegará un día en que lo harás.
—Nunca. —Sakura apretó los dientes y se movió para mirarlo. Le resultó muy difícil, y no se atrevió a preguntarse el porqué. Lo único que sabía era que temblaba del esfuerzo que suponía sostenerle la mirada.
Él suspiró.
—Empezaremos tu formación con algunas cosas básicas. Servir a tu señor. Él te ha pedido la toalla, pero como le has dejado mojado en pleno aire nocturno, ya no la necesita para nada. Tráele su ropa, entonces. Ahora.
—¿Y si me niego?
—¿Por qué crees que te he dejado conservar los cabellos? —se acercó un poco más para preguntarlo y Sakura palideció. Esperó que su rubor pasara tan desapercibido como antes—. Sigues deseando tenerlo mañana, supongo.
Sakura se volvió y fue hasta la pila de ropa. No sabía qué le pasaba. Quería conservar su trenza, sí, pero ¿a qué precio? ¿Su propio respeto? Recogió la ropa con un gesto maligno. Se preguntó cuál sería la reacción de él si ella misma se cortaba la trenza mientras él dormía, pero sabía que no lo haría.
Se suponía que debía atormentarlo, ponerlo en peligro con sus habilidades, y estaba fracasando miserablemente. No sólo no estaba impresionado con su precisión en el tiro de puñales, sino que lo utilizaba como pretexto contra ella. Para más ofensa, ¡la consideraba un muchacho viril! Lágrimas de rabia le humedecieron los ojos cuando volvió con él y tiró la ropa al suelo, a sus pies: rabia por sus propios pensamientos. ¡Quería que la considerara un muchacho viril! ¿Qué duende de los bosques le estaba sorbiendo la voluntad?
—Esto es un taparrabos.
Él sacó una tela de lino blanco y sostuvo un extremo sobre su cadera derecha. Sakura intentó fingir más interés en lo que le mostraba que en lo que estaba exhibiendo para ella. También se había calentado y eso había tenido un efecto de aumento sobre... todo. Se obligó a no mirarle más que las manos y no oyó una sola palabra de su discurso por culpa de sus propias pulsaciones.
Se envolvió la cintura con la tela, después la dejó más suelta, la pasó por delante, entre las piernas y hacia atrás. A continuación, la llevó hacia la cadera izquierda, la bajó por la otra pierna y hacia atrás. Acabó en la cadera derecha, donde ató los dos extremos. No dejó nada al aire que ella hubiera podido ensartar con su hoja. Sakura miró el producto terminado.
—Esto no es muy escocés —dijo por fin.
—Es cierto. Tampoco es muy viril para algunos escoceses.
—¿Lo llevan otros señores?
—No lo sé. Ni me importa.
—¿En serio?
Él la miró y el corazón de Sakura se le bajó al estómago. Estuvo a punto de llevarse una mano al pecho para detenerlo. Aquello no tenía ningún sentido. Ella no necesitaba a los hombres. No le servía de nada ser mujer. No descansaría mientras aquel hombre viviera. Ya lo había jurado. Haría lo que pudiera para eliminar al señor de los Uchiha del mundo y ganarse con eso el agradecimiento de todos los verdaderos escoceses. Sin duda no se quedaría allí quieta mientras él le enseñaba aquella estrafalaria faja, como la que podría llevar un niño.
La idea le hizo soltar una risita.
—¿Hay algo que te divierta? —preguntó él, poniéndose en jarras e inclinándose sólo lo suficiente para que, a pesar del taparrabos, nadie pudiera tomarle por poco viril o mal dotado. Sakura tragó saliva.
—He visto niños que llevan algo parecido, Uchiha.
—Llámame Sasuke, o te haré llamarme señor. ¿Entendido?
—Por supuesto, señor. Como vasallo forzado, permita que te diga que has vendido tu virilidad a las hadas llevando esa cosa.
—Tal vez. —Se encogió de hombros.
—¿Tal vez?
—Te tranquilizaré, Sak. Sólo llevo taparrabos cuando estoy lejos, cerca de las fronteras y pasando por campos de batalla como el que dejamos ayer. Cuando estoy en mi valle, soy tan escocés como cualquiera.
—No lo comprendo —contestó ella.
—Los ingleses nos conocen. Saben cuáles son los mejores lugares para debilitar a un hombre y que siga vivo para torturarlo, como hiciste tú. Lo saben.
Sakura arrugó la frente. Los Uchiha estaban confabulados con los Sassenach. Siempre lo habían estado. Casi todos los clanes supervivientes habían jurado lealtad a la corona inglesa.
Él se aclaró la garganta.
—Ahora sabes por qué no diste en nada vital. Lo tenía protegido. Ayúdame con el resto. Tengo una liebre asada para calmar mi apetito y venado para después.
Sakura se sobresaltó.
—¿Lo sabías? —Abrió mucho los ojos. Lo había desollado y colgado a una buena distancia del campamento. Después había puesto a secar la piel. No sabía que él hubiera estado fuera el tiempo suficiente para descubrirlo.
—Lo sabía.
—No te mentí cuando me lo preguntaste. Me preguntaste por mi habilidad con el arco. Mi habilidad no es con el arco. Es con la flecha.
Él le sonrió. Sakura tragó saliva al verlo.
—Intentaré ser más preciso con mis preguntas. La piel no tiene marcas a la vista. ¿Dónde le diste?
—En el ojo —contestó ella.
Él arqueó las cejas hasta el nacimiento del pelo.
—¿Tan bueno eres?
Ella asintió.
—¿A qué distancia?
Sakura se encogió de hombros.
—No lo sé seguro. Nunca lo he medido. Cuando apunto le doy. La distancia no tiene nada que ver. Si está demasiado lejos, no tiro.
Él silbó y ella le observó recoger la túnica, pero no se la puso.
—Empiezo a pensar que serás un gran escudero al fin y al cabo, Sak, sin apellido ni clan. También creo que puedes ayudarme a arrancarme estas espinas del costado; estoy harto de fingir que no existen.
Levantó un brazo y le mostró al menos una docena de puntos rojizos donde asomaba una espina profundamente clavada. Sakura abrió aún más los ojos ante lo que tenía que ser un dolor extremamente difícil de soportar para él, y lo miró a la cara.
Él le guiñó un ojo y viniendo de su atractiva cara, eso fue aún peor.
