CAPÍTULO 05

—Da las gracias a las mozas, Sak, y diles que volverás. De lo contrario no podremos marcharnos.

Sakura se metió en la boca otro pedazo de tostada mojada en leche y asintió a todas sin mirarlas. No tenía ni idea de que la comida pudiera ser tan buena, aunque tampoco pudo comer mucha.

—Mi escudero os está muy agradecido, señoras, y estoy seguro de que os lo diría personalmente si pudiera tener la boca vacía un rato. Como he dicho antes, las mejores cocineras en muchas leguas. ¿Sak?

—Sí —dijo, después de tragar—, muchas gracias.

—Vámonos muchacho. Nos queda mucho camino.

Sakura fue la primera en salir de la granja. No pensaba quedarse sola con esas mujeres. Sasuke tardó un rato en unirse a ella y llevaba una muchacha de cada brazo. Ella siguió andando y saludando hasta que Sasuke la alcanzó.

—¿Por qué has hecho eso, muchacho?

Sakura ya había decidido que no volvería a hablarle nunca más y él la reñía. ¡La reñía! Se puso rígida. Con un dedo se arrancó un poco de trigo de los dientes delanteros y lo escupió.

—¿Tienes otro taparrabos de esos? —preguntó.

Él arqueó las cejas.

—Sí.

—Podría necesitarlo.

—¿De verdad?

—Para que las mozas no toquen y palpen donde no deben.

Él se echó a reír y Sakura arrugó la nariz.

—También podrías relajarte y disfrutar.

—Tú no estabas disfrutando con Lacy. Si no, ¿por qué me has agradecido que te librara de ella?

—Nos queda mucho camino y tengo que estar en forma para mi discurso. No podré hacerlo con las piernas temblorosas.

Sakura lo miró y deseó no haberlo hecho. «¿Piernas temblorosas?», se maravilló. «¿Qué significa eso?» Tenía unas piernas más robustas que el árbol contra el que la había golpeado la víspera.

Él se rió con su confusión. A Sakura no le gustó. No le gustó en absoluto.

—Lacy es mucha mujer. Hace falta tanta energía para montarla como para correr una legua. Tal vez más.

Ella estaba atónita.

—¿No piensas en nada más?

Ahora le había confundido a él.

—Por supuesto que pienso en otras cosas. Sangre. Guerra. Bebida. Comida. Pero el amor es lo primero, muchacho. Lo fue cuando era un jovencito y sigue siéndolo. ¿No me digas que tú no lo deseas también?

—Claro que lo deseo. Pero tengo mejor gusto con las mujeres.

Eso hizo que se echara a reír otra vez. Sakura vio que ya casi estaban en el campamento y esperó que la conversación muriera allí. Fue una esperanza vana. Se dio cuenta cuando él hurgó en un saco y le lanzó un corte de tela de algodón blanco.

—Lacy no será la mujer más deseable del mundo, pero lo compensa con las ganas que le pone. ¿Necesitas ayuda para atarte eso?

Sakura le dio la espalda, se levantó el kilt y empezó a envolverse en la tela.

—Si necesito ayuda, te la pediré.

—Eres tímido —dijo—. O eso, o tienes una talla muy pequeña.

La cara de Sakura volvía a estar ardiendo.

—Soy tímido —contestó.

Eso le valió otro estallido de hilaridad por parte de él. Sakura se estaba cansando de servirle de entretenimiento.

—¿Por qué no montamos el caballo, señor? —preguntó, intentando cambiar de tema.

—Porque pareceremos como cualquier otro escocés. Oprimidos por los ingleses, con poco más que la ropa puesta y la humildad de nuestras cabezas gachas.

—Creía que los Uchiha eran aliados de los Sassenach.

—Mi hermano sí. Él cree que el clan está más seguro así. No escucha a nadie. Pone la dignidad de los Uchiha a los pies de la basura inglesa, y se extraña de que ya nadie le mire a los ojos.

—¿Y tú no piensas del mismo modo?

—Yo detesto todo lo que sea inglés. Sobre todo sus leyes. Pero los escoceses nos maldecimos más a nosotros mismos que a nuestros enemigos. Derramamos nuestra propia sangre en lugar de la de ellos. ¿Tienes otra arma además de esa honda?

Sakura levantó el brazo izquierdo, sorprendida de que hubiera adivinado lo que eran las tiras de cuero de su axila y fastidiada consigo misma por permitir que se le subieran las mangas mientras acababa de atarse el taparrabos.

—Tienes mis puñales —contestó.

—Sí. Hasta que esté seguro de tu lealtad estarán más seguros conmigo.

—No, tú estarás más seguro con ellos.

—Cambio de palabra, el mismo significado. ¿Estás listo?

Sakura se ajustó la parte frontal del kilt sobre el taparrabos. De hecho, hacía que pareciera que tenía más sustancia donde le hacía falta.

—Sí —contestó.

—Bien. Sígueme.

Él ya caminaba a grandes zancadas delante de ella. Sakura se puso a trotar detrás suyo. Él sólo era diez centímetros más alto, pero tenía el paso de un hombre más alto. O eso, o ella no tenía ni idea de cómo caminaba un hombre adulto.

—Dime, Sak, muchacho —dijo él volviendo un poco la cabeza para preguntar, mientras dejaban atrás los árboles y entraban en un campo de hierba alta hasta las rodillas—, ¿qué clase de muchacha necesitas para que te haga un hombre?

Sakura cerró los ojos un momento, respiró hondo y le miró la espalda.

—Una con un poco de formas.

—Las muchachas Tatsushiro tienen formas. Las tienen de sobras.

—Son como cerdas, con tetas de cerda.

—No puedes mentirme, Sak. He visto dónde mirabas.

«¿Ah, sí?», se maravilló. «¿Lo ha visto y lo ha interpretado mal?»

—Y esa Lacy tiene un buen par. Como fruta madura. Justo de los que...

—Me gustan las mujeres más delgadas. No querría caerme de encima de ella —le interrumpió Sakura, antes de tener que oír más sobre los encantos de Lacy.

Él se rió y volvió la cabeza otra vez.

—Descríbeme a tu mujer ideal —pidió.

Sakura levantó los ojos al cielo. Realmente no pensaba en otra cosa. Los hombres a los que dirigía no eran tan obsesivos, o si lo eran, lo disimulaban mejor. También era verdad que ella no se veía obligada a estar en su compañía, tanto como había tenido que hacerlo con Sasuke, sin respiro alguno.

—¿Y bien? —insistió él.

—Los cabellos como el hilo de esta tela que me has dado, para que pueda echar una cortina entre nosotros. Labios suaves, la piel de la cara pálida. Creo que me gustan las caderas estrechas, las piernas muy largas, la cintura fina. No me importa que tenga mucho pecho o no. No siento deseo por esa clase de cosas.

Él meneó la cabeza.

—Vaya con los jóvenes.

—Me has preguntado por mí mujer ideal y ¿ahora te burlas de mí? No vuelvas a preguntarme.

—No me burlo de ti, muchacho. Sólo me maravillo de que te reserves para una ninfa que no existe.

—Es la mujer que tendré. Cuando la conozca lo sabré.

—¿Tendrás? ¡Por Dios, muchacho! Las mujeres son para tomarlas, no para tenerlas. Veo que tu aprendizaje deberá incluir a las mujeres. Hay mujeres a montones para ser tomadas. Tomadas, muchacho.

—Nunca tomaré a una mujer por la fuerza —contestó ella, mirando tristemente los músculos de su espalda por encima del hombro que la tela no cubría.

—No me refería a eso. Una mujer que necesite ser forzada es un fastidio, no una fiesta. Recuérdalo. A las mujeres se las puede hacer madurar para que sepan bien, o pueden ser amargas hasta el fondo y rígidas. Si una mujer es así, olvídate de ella. Es mi consejo.

—¿Dónde está esa feria a la que vamos? —Sakura empezaba a sentir una punzada en el costado por el copioso desayuno que había devorado y la carrera a la que la obligaba la estaba molestando.

Él volvió a reírse.

—En ese valle. No apartes los ojos de él, muchacho, verás una hoguera y después todo el campo salpicado de tiendas...

—No veo nada...

Se calló cuando lo que había tomado por rocas se convirtió en la forma redondeada de cúpulas de tiendas construidas con tela de saco.

—¿Qué pasa, muchacho? —Se paró y la esperó.

—Tiendas. Montones de tiendas. —Las señaló.

Él entornó los ojos y luego se volvió a mirarla.

—¿Puedes verlas?

—Sí —contestó ella.

Él arqueó las cejas.

—Eso puede explicar el secreto de tu puntería con los cuchillos y la caza. Tu vista.

Ella se volvió a mirarlo.

—¿Tú no las ves? —Entonces fue su turno de reírse—. ¿Tú? El gran Sasuke Uchiha... ¿tiene mala vista? No me extraña que te parezca apetecible esa furcia gorda de Lacy.

—No he dicho que fuera guapa, ni he dicho que me pareciera más apetecible que un desayuno.

—Pero tú... quiero decir, que tenías... —Volvía a tener la cara encendida y que él la mirara no hacía más que empeorarlo.

—De no haber tenido esa reacción habría sido un insulto. Te di las gracias por una razón. Me rescataste.

—No entiendo nada. —Estaba desconcertada y se le notaba.

—Crece un poco más y te buscaré una furcia. Ven. Saca la honda de la axila y caliéntala un poco. La piel fría no tiene buen tacto y quiero que hagas una demostración.

Sakura se mostró sorprendida otra vez.

—¿Lo sabías?

—A los escoceses no se nos permitía tener armas antes de que Robert «el Bruce» nos defendiera y se coronara rey a sí mismo. Aún pueden encarcelarnos si nos pillan utilizándolas. Ya conoces las leyes de los Sassenach.

—¿Sabes lanzar con la honda?

—Sé —contestó él, poniéndose a caminar de nuevo.

—¿Y a... a qué te refieres? ¿Una demostración? —Volvía a trotar, de modo que la pregunta salió en un lapso de tres respiraciones.

—Es probable que se celebren competiciones, muchacho. Deseo hacer competir a mi escudero contra sus mejores lanzadores.

—No lanzaré piedras por ti.

—¿Eres bueno con la honda o la llevas para atraer a las damas a mirar bajo tus brazos escuálidos?

«¿Brazos escuálidos?», se extrañó Sakura, intentando que no se le notara que se había ofendido. Tenía brazos bien desarrollados y bronceados. Podía hacer cien levantamientos sobre los brazos y vencer a cualquiera de los muchachos en un pulso. ¿Sasuke Uchiha los llamaba escuálidos?

—Soy tan bueno con la honda como con los puñales. Tal vez mejor.

—Como imaginaba. Prepárate, muchacho. Nos han visto.

Sakura vio a treinta hombres más o menos que alcanzaban la cima de la colina y se dirigían hacia ellos. Inconscientemente ella redujo la marcha y se colocó un poco por detrás de Sasuke. Se acercaban a un grupo de escoceses y lucían los colores Uchiha. Los rodearían y capturarían, puede que los apedrearan.

—¿Uchiha? —rugió uno de los cabecillas.

—Sasuke. —Se inclinó hasta el suelo—. De los Uchiha de las tierras altas. No me confundáis con mi hermano mayor.

—Hemos oído hablar de ti, Sasuke. Puedes acercarte. Y puedes traer a tu muchacho asustado.

La mirada de Sasuke delató suficientemente su desagrado para que Sakura no tuviera que adivinar lo que pensaba. Apretó los labios y salió de detrás de él. Nunca había hecho una locura como ésa. ¡Ella era la única de su aldea lo suficientemente valiente para enfrentarse a los fantasmas de los muertos! Sin embargo, ahora se había comportado de una forma totalmente impropia de ella y no sabía qué pensar.

Agachó un momento la cabeza, pero después la levantó. Se había comportado como un conejo asustadizo durante unos segundos, aunque no había hecho nada parecido en más años de los que podía contar. Pero todo era culpa de Sasuke. Tenía sus puñales.

—Bien hecho —susurró Sasuke—. Así, si creen que estás asustado, no sospecharán que eres tan experto.

Sakura sonrió y, de repente, se quedó de piedra. ¿Estaba sonriendo porque el hermano de su mortal enemigo la había alabado? ¡Se estaba volviendo loca!
Sacó la honda de la cintura y empezó a tirar de ella mientras trotaba para seguir a los hombres.

Había más gente en aquel encuentro que en su aldea y más de la que había visto viva en un sitio en toda su vida. Sakura se pegó a Sasuke, captando las miradas interesadas de las mujeres, que primero miraban a Sasuke y después a ella. Tuvo que apartar la mirada de más de una que le pestañeaba y después la miraba descaradamente. Sakura sabía que tenía las mejillas ruborizadas. Pero no sabía cómo impedirlo.

—Echa un vistazo, muchacho. Hay montones de mujeres. A lo mejor hay una que se ajusta a tu doncella ideal.

—Tal vez. También las hay de tamaño cerda, para ti. Las he visto.

Un pequeño movimiento de los labios fue la única señal de que la había oído.

—He visto a su lanzador de honda. Es delgaducho, como tú. Tiene mucha puntería. Si le vences, te devolveré uno de tus puñales.

—Dos —replicó ella, sin aliento.

Él la miró de soslayo.

—Muy bien. Dos —aceptó él.

Había dos muñecos rellenos de paja clavados en postes, mostrando ya el resultado de anteriores competiciones. Sakura los miró. Desde la distancia requerida, podía ver todas las briznas de paja de la cabeza de todos los muñecos.

—Es demasiado fácil —se quejó.

Sasuke levantó un brazo y empezó a hablar, con una voz tan fuerte y resonante que Sakura no era la única que lo miró con la boca abierta.

—¡Amigos! ¡Os quiero proponer un juego! Tengo un nuevo escudero, aquí lo tenéis. ¿Creéis que no es gran cosa? Pues bien, este muchacho le sacará el ojo al blanco a esta distancia, o lo que queráis. ¡Propongo que doblemos la distancia! ¿Alguien le desafía?

Tres. Sakura los miró y ellos a ella. Tres hombres jóvenes, ninguno tan alto como ella, pero ninguno con lo que Sasuke describiría como brazos escuálidos.

—No tiene fuerza para lanzar y no nos has mostrado el color de tu plata.

—¿Un escocés con plata? Las hadas os han robado el seso. Pero tengo algo más que plata. Tengo a este escudero. Es un criado excelente y además está muy bien entrenado. Garantizo sus servicios por tres años.

—¡Sasuke! —Sakura jadeó y lo miró. Tenía una puntería perfecta, pero nunca había tenido que ponerla a prueba jugándose su libertad.

¿Tanto deseaba librarse de ella? Sakura sintió lo que debía de ser el corazón bajándole a su bien repleto estómago y entonces se enfadó. De hecho, se enfadó tanto que todo el cuerpo le tembló. Lo controló con todas sus fuerzas hasta que sólo le temblaron las manos, y después ni siquiera éstas. Sasuke Uchiha lamentaría el día en que la había usado para negociar. Disfrutaría compitiendo y él le devolvería dos puñales por ese placer.

Entornó los ojos y le lanzó una mirada furiosa.

—¿En qué consiste la prueba?

—Uno de vuestros lanzadores debe acertar al muñeco. Si mi escudero acierta en el mismo punto me quedo con otro criado por un plazo de un año, o el propio lanzador o un miembro de su familia. Si falla, el lanzador se queda con mi criado por un período de cinco años. ¿Quién se atreve?

Los tres jóvenes dieron un paso adelante. Sakura volvió a mirarlos y apretó más los labios. «¿Qué iba a hacer Sasuke con tres escuderos más?», se preguntó.

Se dobló la distancia, cogiendo ambos muñecos y alejándolos significativamente de las tiendas. Después se añadieron diez pasos. Sakura ignoró lo que estaban haciendo y se puso a buscar piedras. Entonces fue cuando la ninfa que había descrito antes a Sasuke le tocó el hombro y le dio siete piedras perfectamente redondeadas.

Sakura miró los ojos caramelo más bellos que había visto en su vida, en la cara más hermosa, rodeada de unos cabellos abundantes de color castaño rojizo y sobre el cuerpo más perfecto que podía envolver a una mujer. Sakura no era varón y sabía que no era varón, pero todo lo que era mujer en ella se puso alerta al instante.

Se le abrieron los ojos con la emoción instantánea y los orificios de la nariz reaccionaron ensanchándose. Tenía los dientes tan apretados que le dolía la mandíbula. La muchacha sonrió.

—Para darte suerte —susurró, cogiendo la mano de Sakura y dejándole las piedras. Después le lanzó un beso. A Sakura le temblaron las rodillas y buscó a Sasuke. Lo último que necesitaba era una mujer como ésa mirándola con ojos amorosos. Sasuke no la dejaría en paz con sus pullas.

—¿Quién quiere ser humillado primero? —gritó Sasuke en voz bien alta—. Mi escudero se impacienta y tengo que ganar tres criados. Venid, amigos. ¡Traed a vuestros campeones!

El mayor se adelantó, puso una piedra en su honda y empezó a agitarla. Lanzó demasiado deprisa, en opinión de Sakura, más preocupado por la velocidad que por la puntería. No le sorprendió que acertara uno de los brazos del muñeco, aunque la multitud lo vitoreó entusiasmada.

—Te toca, Sak —dijo Sasuke.

Sakura puso una de las piedras en la honda y empezó a hacerla girar como una cruz a su lado, casi rozando su propio cuerpo. Después la dejó volar. El brazo cayó con el impulso y el grito que salió de la multitud fue más gratificante que nada de lo que había experimentado. Sakura arqueó las cejas y miró a Sasuke.

—Ve a ver, Futami.

—¡Sí! ¡Que se compruebe! Tiene que ser un truco —gritó alguien.

Un joven corrió hasta el brazo y lo trajo de vuelta; todos quedaron consternados al intentar descubrir dónde le había dado Sakura. Sasuke se lo explicó antes de extraer la piedra. La había colado exactamente en el mismo agujero.

Aquel grito de entusiasmo fue incluso más estimulante que el primero y Sakura sonrió antes de bajar la cabeza.

—¿Alguien más?

—¡Dos de tres! —gritó el lanzador—. ¡Un tiro de suerte!

—¿Sak? —preguntó Sasuke. Ella se encogió de hombros—. Mi escudero accede a tus deseos y yo respondo por él. Dos de tres. ¡Tú! Lanza.

Esta vez estaba sudando y lo intentó con más ganas. El tiro fue más rápido que el primero, pero hizo tan poco daño como ése, porque acertó de lado en la cadera, dejando medio agujero.

—¿Puedes darle al mismo punto, escudero? —provocó a Sakura.

—¿Cómo lo demostraré? —preguntó ella con calma.

—Lo que dice el muchacho es cierto. No hay forma de demostrarlo a menos que llenemos el agujero con algo —respondió la potente voz de Sasuke.

—Que le dé al otro lado —propuso alguien.

—Tengo una idea mejor —dijo Sasuke—. Coge un poco de pastel y rellena ese agujero, Futami. —Señaló al joven otra vez—. Ve a rellenar el hueco. —Entregó la mitad del irresistible pastel de Tatsushiro al joven y todos esperaron a que rellenara con él el hueco.

Sakura se situó en la línea, eligió otra piedra y la colocó. Después, empezó a hacer girar la honda, dejándola volar cuando el arco fue perfecto. El pastel no se movió.

—¡Ha fallado! —exclamó el lanzador.

—¿Ah sí? —preguntó Sakura con calma.

Sasuke la miró.

—Mandad a Futami a por el pastel. Ve, muchacho.

Todos esperaron hasta que él volvió. Sakura sabía lo que encontrarían y disfrutó de lo lindo con la sorpresa, el respeto y después los aplausos por el agujero que tenía justo en el centro.

—El muchacho es bueno, Uchiha. Es muy bueno. Será un honor para mi escudero acompañarte y servirte.

Sasuke inclinó la cabeza, aceptando al muchacho. Entonces, hizo un gesto a los otros dos hombres.

—¿Quién es el siguiente? ¿Y bien? ¡Hablad muchachos! Quiero una nueva tienda y sirvientes que se ocupen de ella. ¿Quién es el siguiente?

—No aceptaré el desafío —dijo uno de ellos y se apartó de la fila.

—Sólo queda Genma —dijo alguien—. Genma tampoco puede aceptar el reto.

—Calla, mamá —dijo él.

—Eres mi único varón, hijo. No puedo arreglármelas sin ti. La cosecha, los niños, ahora que tu padre no está...

—Calla, mamá —repitió él.

—¿Tiene hermanos el muchacho? —gritó Sasuke—. No les pediré más de un año de servicio. Después le devolveré a su hijo, señora.

—Tengo siete hijas, señor —contestó ella.

—¿Hijas? ¿Qué me dices, Sak? ¿Nos llevamos a una criada?

—No es posible —contestó ella—. ¿Quién se cuidaría de guardar su honor?

—¿Nos dejaría a dos de sus hijas, señora?

—¿Dos? ¿Genma?

—Ya me das por vencido, madre —protestó el muchacho.

—Es verdad, pero ya le has visto. Todos le hemos visto.

—Serían dos bocas menos para alimentar, señora Shiranui. Dos menos. Y Sasuke Uchiha es un hombre de palabra. Si no se las devuelve el año que viene todos nos pondremos a buscarle. —El anciano que habló tenía el respeto de todo el grupo. Sakura observó las cabezas que asentían al oírle.

Los murmullos les rodeaban. Sakura escuchó el zumbido sin oírlo. Se preguntó por qué Sasuke había insistido en tener nuevos criados. A su parecer, ya tenía demasiados. Sacudió la cabeza, incrédula.

—Acepto el desafío —dijo el muchacho llamado Genma, y se colocó en su puesto.