CAPÍTULO 06
Sakura caminaba detrás de la nueva banda de criados de Sasuke Uchiha, intentando ignorar a las muchachas. Debería haber sabido que una de las hermanas de Genma era la ninfa de los cabellos castaños y, peor aún, que Sasuke la detectaría inmediatamente y empezaría con sus pullas. Sakura intentó no cruzar la mirada con la muchacha, pero cada vez que ella se volvía buscaba al primer escudero de Uchiha, y sus ojos se encontraban.
La última vez Sakura se ruborizó y esperó que anocheciera pronto. Tenía que hacer sus necesidades y aún le costaría más hacerlo con tantos criados como Sasuke Uchiha parecía decidido a llevar. Eso se unía al disgusto de no poder estar sola.
No podría ejecutar ninguna clase de venganza contra él con otro escudero sirviendo todas sus necesidades. Peor aún, ese nuevo escudero conocía bien los caballos. Sasuke apoyaba el brazo con camaradería alrededor del hombro del muchacho y hablaba de caballos, batallas y cosas de hombres, mientras Sakura cerraba la marcha, haciendo lo que podía por evitar las miradas de la hermosa muchacha.
Tal vez debería haber errado el tiro al muñeco.
—¡Sak!
—¿Sí? —Levantó la cabeza y miró a Sasuke.
—Enseña dónde está el hogar a las muchachas, no ése donde he dormido yo, y procúranos la comida. Me apetece perdiz. ¿Puedes cazarme una perdiz?
—Necesitaré una flecha —respondió ella.
—¿Has oído, Hishaku? Sólo necesita una flecha. Él es así de engreído y seguro de sí mismo. Pero tú también tienes buena puntería. Por eso te quería. ¿Os podéis imaginar dos escuderos tan buenos como vosotros con la honda? Ningún enemigo podrá acercarse a mí.
Sakura soltó un bufido de asco. «¿Tan buenos como quienes?», estuvo a punto de preguntar.
—Hola —dijo la muchacha.
Sakura abrió mucho los ojos y murmuró algo a la muchacha, que lo tomó como un saludo y se puso a caminar a su lado. Sakura caminó un poco más rápido, obligándola a forzar la marcha. La muchacha era aún más hermosa de cerca. También era menuda. Apenas le llegaba al hombro a Sakura. Sakura ya la detestaba.
—¿Te llamas Sak? Es un nombre muy varonil, eso seguro. Y tienes muy buena puntería. Nunca había visto tirar así. ¡Me dio escalofríos!
—Gracias —contestó Sakura. Apartó la mirada de donde la muchacha se estaba abrazando el cuerpo, forzando fácilmente el pecho a subir por el escote. Se preguntó qué diría la muchacha de haber sabido que el nombre real de Sak era Sakura. Decidió no averiguarlo.
—Se llama Aino, Sak. —La voz que Sasuke había utilizado con la multitud era igual de fuerte en el bosque cercano al campamento, decidió Sakura. Se encogió al oírla—. Tienes que darle un poco de tiempo, Aino. Es tímido. Tan tímido que no puede ni preguntarte tu nombre cuando es lo que cualquier otro muchacho sano querría preguntar.
—Iba a preguntárselo —contestó Sak en voz alta. Después se volvió a hablar con ella—. Te llamas Aino, pues.
—Sí.
Ella miró a Sakura a los ojos, bajó la cabeza y se ruborizó. Sakura casi se ahogó.
—Y mi hermana se llama Choco.
—¿Aino... y Choco? —preguntó Sakura, mirando a la más joven y aún más menuda. Ella la miró y también se ruborizó.
«Al menos mi sexo no se cuestiona», pensó Sakura, aunque todo se estaba volviendo muy raro y confuso. Todo era culpa de haber intentado darle la vuelta a Sasuke Uchiha en aquel campo de batalla. Debería haber escuchado sus instintos y haberse quedado en la cabaña de Azami, comer su sopa infumable, dormir en el suelo de tierra y salir intacta de aquel campo.
Sakura casi gritó de alegría al llegar al campamento de Sasuke y no perdió tiempo en mostrar a las muchachas dónde estaba el hogar. Tampoco pensaba perder el tiempo cuando cogió el arco y la flecha, miró a Sasuke y cogió otra. Entonces se marchó, penetrando en el bosque con tanta prisa que asustaba la caza.
No se detuvo hasta que se halló tan lejos que tenía los pulmones ardiendo. Tampoco le gustaba la tensión que sentía en el pecho. No sabía qué pensar de todo aquello.
Sólo necesitó una flecha para abatir la perdiz. Sin demora, apuntó y cazó otra ave. Ahora eran cinco y necesitaría cazar más para alimentarlos a todos. Todavía se preguntaba por qué lo hacía.
De vuelta en el campamento, Sakura ya lo veía todo en perspectiva y no le costó encontrarle la gracia al ruido que armaban entre todos. Hishaku cortaba troncos y la muchacha llamada Choco suspiraba mirando su demostración de fuerza. Aino intentaba poner un simulacro de orden con los sacos en el suelo y Sasuke estaba montando otra tienda, aunque ya había una de rayas rojas instalada entre dos árboles. Sakura se quedó en el borde del claro, con las aves en sus manos colgando por las patas, y lo observó todo.
Parecía más un asentamiento permanente que un campamento. No sabía lo que podía significar eso.
—¡Ya has llegado! Has tardado un montón y te has ahorrado todo el trabajo, como siempre. Por suerte eres buen cazador. Dáselas a las muchachas para que las desplumen y las asen y ven a ayudarme.
Sakura las tiró al suelo al lado de Aino, ignoró su sonrisa y se fue rápidamente con Sasuke.
—Colócate en el centro y sostén la tienda hasta que la ate. Los demás no me sirven. Son demasiado bajos.
Sakura intentó no parecer complacida porque la necesitara, pero no lo consiguió. Estuvo de pie hasta que le dolieron los brazos, mientras él clavaba los palos, ataba las cuerdas y silbaba bajito, al tiempo que flirteaba descaradamente con las nuevas criadas. Todo ello fue como una patada en el estómago para Sakura mientras se sentía impotente sosteniendo la tienda levantada.
Tenía criadas nuevas y probablemente eran doncellas... y eso era lo que más le gustaba a él...
¡Y Sakura se las había conseguido! Tuvo que tragarse el mal sabor de boca. No podía ponerse enferma. Ella nunca estaba enferma. Los ojos le escocían con una humedad insólita al mirar cómo él apoyaba despreocupadamente una mano en una cadera, mostrando una clara estampa varonil ante Aino y su hermana.
Sakura le lanzó una mirada fulminante, mandándole todo el odio que sentía por él. Entonces Sasuke levantó la cabeza, la vio mirarlo y sonrió. Después señaló a la muchacha, antes de señalarse a sí mismo.
Sakura resopló. Si tenía que fingir celos para que la muchacha estuviera a salvo, lo haría. Era lo mínimo que podía hacer por la madre de la joven y por su hermano, Genma.
Sasuke retrocedió con sorpresa. A continuación, señaló a Aino y después a Sakura.
Ella entornó los ojos y asintió con la cabeza.
Él se apartó y levantó ambas manos como rindiéndose antes de volver a su lado.
—Ya era hora de que encontraras a alguien, muchacho —dijo.
—Vuelve al purgatorio, que es tu sitio —siseó Sakura.
Él se rió.
—Estoy seguro de que los cabellos de Aino caerán como una cascada al soltarlos.
Sakura apretó los dientes hasta que le dolió la mandíbula.
—Seguramente es tan suave como esa túnica que llevas debajo de la camisa. ¿Qué me dices?
—Me debes dos puñales —contestó ella.
—Bueno, no estoy tan seguro de que deba devolvértelos.
—¿Eres un mentiroso además de un libertino, amo Sasuke? —preguntó ella con sarcasmo.
—Estás celoso.
—Puede ser —contestó ella con el tono más neutro posible.
—Sería un estúpido si diera puñales a un rival, ¿no?
—Si la tocas, inscribiré mis iniciales en tu corazón —dijo ella.
—Estás celoso. La muchacha tiene suerte. Y tú también.
—La suerte no tuvo nada que ver con esto. Fue habilidad. Sólo habilidad.
Él se encogió de hombros, y cruzó los brazos en el pecho mientras la miraba. Como ella seguía atrapada sosteniendo la tienda, no podía ir a ninguna parte, ni escapar, pero por una vez pudo controlar un poco el rubor.
—Ha sido un gran día, Sak. Celebrémoslo en lugar de amargarnos. Me he ganado la lealtad de más pueblos, porque ¿quién querría luchar contra un hombre que está en posesión de sus hijos? Y te han regalado la moza de tus sueños. Piénsalo. Me describes una ninfa y antes de acabar el día la has conseguido. Por lo que parece, será fácil de llevar a la cama.
—Como la toques, te...
Sus risotadas interrumpieron las palabras de Sakura y todos dejaron lo que estaban haciendo y los miraron. Sakura todavía controlaba su rubor. Estaba muy orgullosa de eso.
Sasuke levantó las manos rindiéndose.
—Es toda tuya. Domestícala con cariño. —Después se apartó—. Ya puedes soltar el techo. Se acabó. Ya hace rato que hemos acabado.
Sakura bajó los brazos, flexionó todos los dedos y a continuación los brazos para recuperar la sensibilidad. Después los balanceó adelante y atrás para relajar los hombros. Le sentó bien. No había hecho ejercicio desde que estaba con Sasuke y los músculos de la espalda le dolían. No se dio cuenta de que Sasuke la observaba hasta que tosió. Ella levantó la cabeza y tropezó con la mirada de adoración de Aino. Esa vez Sakura no fue capaz de controlar nada y supo que estaba en llamas antes de poder apartar la vista.
Hishaku había cortado un buen montón de leña, la segunda tienda se la adjudicó Sasuke y las damas recibieron la de rayas rojas. Hishaku y Sakura podían dormir en el suelo de la tienda de Sasuke o podían dormir fuera.
Sakura eligió dormir fuera. Se echó, bien llena de perdiz y de una especie de salsa de masa hervida que habían preparado las mujeres, y se tapó con la tela de su kilt. La hoguera crepitaba de vez en cuando, iluminando ambas tiendas y el lugar donde estaba echada. No recordaba haber dormido.
Esta vez a Sakura la despertaron dos puñales que cayeron al suelo junto a su nariz. Abrió los ojos de golpe antes de ponerse en pie, con los dos puñales en la mano y preparada. Sasuke ya había retrocedido, como si se lo esperara. Sakura entornó los ojos en la luz del amanecer, donde dedos de niebla seguían suspendidos en el ambiente.
—Hoy tenemos trabajo. Quería despertarte antes que a los demás —susurró.
—¿Por qué? —susurró ella.
Él respiró hondo, llenando el pecho delante de ella. Después se encogió de hombros.
—Tú eres diferente —dijo, por fin.
Ella no contestó y esperó a que él se explicara.
No lo hizo. Sólo soltó el aire inspirado e hizo un gesto con la cabeza.
—Ven conmigo. Quiero que me enseñes a lanzar puñales.
Ya tenía un blanco montado en un árbol, aunque Sakura apenas lo veía. Lo miró sorprendida. No le había oído moverse. Menuda guardiana de la virtud era ella, pensó.
—He visto lanzar cuchillos y he visto acertar blancos, pero no había visto colocarlos con tanta perfección en toda mi vida. Enséñame cómo lo haces.
—Mis cuchillos están perfectamente equilibrados. Es el truco principal.
—¿Equilibrados? —preguntó él.
—Saca el tuyo.
Lo hizo.
—Póntelo plano en la mano. ¿Notas alguna diferencia de peso de un lado a otro? ¿O de arriba a abajo?
—La empuñadura pesa más.
—En la empuñadura no. En la hoja. ¿Lo notas?
Él sacudió la cabeza.
Ella resopló frustrada.
—Dame tu mano.
Él lo hizo, colocándola paralela a la que ya tenía extendida.
—Ahora, cierra los ojos.
—¿Qué?
—Confía en mí. Utiliza algo más que tu mala vista. Siente el peso, cierra los ojos.
Lo hizo. Sakura colocó uno de sus preciados puñales en la palma de la mano de Sasuke. La chispa instantánea que saltó cuando sus dedos tocaron la piel de la palma de él la asustó y retiró la mano a toda prisa. Él arrugó la frente.
—¿Qué has hecho? —preguntó él—. ¿Has hecho fuego con la hoja?
¿Él también lo había notado? Sakura se tragó la humedad que tenía en la boca. Siempre que estaba con él le sucedía lo mismo, y no era agradable. Bueno, tal vez sí lo era, pero era peligroso.
—Yo no he hecho nada. Ha sido la hoja —susurró.
—Tu hoja tiene el tacto de un martillo de herrero. ¿Cómo lo has hecho?
—¿Quieres callarte y sentir como te he pedido?
—¿Qué tengo que sentir ahora?
Sakura levantó los ojos al cielo.
—¡El peso! ¿Notas la diferencia? Mi hoja pesa exactamente igual en toda la vara. Ningún extremo es más pesado o más ligero. ¿Lo notas?
—¿La vara? —Sus dedos hacían girar la hoja sobre el pulgar, manteniéndola plana para que no le cortara, y su voz era más baja.
Sakura sintió que se ruborizaba, pero mantuvo la mirada firme.
—¿No te cansas de tomarme el pelo? —preguntó.
—¿Yo?
—Todo lo conviertes en una discusión sobre lujuria y no es en serio. Necesitas tomártelo en serio si quieres aprender esto.
—Lujuria no —contestó, y su voz se hizo más suave, tanto que Sakura apenas podía oírla—... amor.
Sakura cogió la hoja antes de que él pudiera respirar, se volvió y lanzó ambos puñales al centro mismo del blanco, donde temblaron, emitiendo un sonido metálico al chocar las dos hojas. Se volvió a mirarlo.
—Puedo clavar mis doce puñales en el punto que quiera. No lo aprendí charlando de lujuria... ni de amor.
—Haces que parezca sucio.
—Lo es —insistió ella.
—¿Quién ha podido hacerte tanto daño, Sak?
Lo más horrible del mundo estaba sucediendo, y Sakura se volvió antes de que Sasuke se diera cuenta. Su palabrería del amor había hecho subir las lágrimas tan cerca de la superficie, que fue una agonía para ella reprimirlas, hasta el punto de que notaba la sangre bombeando en el interior de su cuerpo. Las lágrimas eran para las mujeres; sin duda no eran para Sakura Haruno. Nunca lo habían sido. Había vivido toda su vida, o eso parecía, sólo para matar al señor Uchiha, y después estaba dispuesta a morir. No había ni pizca de sitio para nada femenino en ese plan.
Caminó rígidamente para recoger los puñales del árbol.
—Cuando estés dispuesto a aprender, te enseñaré —dijo.
—Me parece bien. Puede que te recompense con otro de tus preciosos y equilibrados puñales. ¿Estabas igual de concentrado cuando aprendiste a manejar la honda?
—Lo aprendí yo solo. Descubrí que era más fácil balancear la honda en un costado en lugar de arquearla. Puede parecer raro, pero es más preciso.
—¿Nunca te tomas tiempo para jugar, Sak? ¿Nunca?
—Soy tan mortífero con un arco que nadie me desafiaría. Puedo acertar al ojo de un animal desde cualquier distancia, en cualquier momento del día.
—Supongo que ya tengo la respuesta —dijo él.
—En una ocasión me preguntaste cómo manejaba el hacha. No te dije la verdad. Bueno, sí, pero no fui preciso.
—¿Jugando, Sak? —insistió él.
—Dije que apenas la había manejado. Eso es cierto. No me parecen muy útiles. Es un arma difícil para cazar. Es demasiado sangrienta, casi tanto como la espada escocesa.
—Sak —dijo él, en un tono de voz que probablemente creía amenazador.
—Soy mortífero con el hacha. Soy capaz de batirme en duelo a la manera inglesa. Le llaman esgrima, aunque mi uso de la espada está más encaminado a acabar la batalla y no a danzar y alargarla, como hacen ellos. Espectáculo. Sólo desean eso. Eso y sangre.
Él suspiró, y esta vez muy fuerte.
—He recibido el mensaje, Sak. No sabes jugar. Te has pasado la vida convirtiéndote en una máquina de matar y eso no deja mucho tiempo para bromas, diversión o juegos. Empiezo a entender por qué te elegí como escudero.
—Parece que has elegido a muchos para ser tus escuderos. Yo sólo fui el primero de tantos. Hishaku el segundo. Doy por hecho que habrá más antes de que volvamos a tu desestructurado hogar.
—¿No te habías dado cuenta todavía? —preguntó él.
Ella se rió con sarcasmo.
—Por supuesto que sí. Tú ganas, secuestras u obligas a los hijos de los pobres campesinos a ir contigo, a servirte, a formar parte de tu séquito y de tu vida, y al hacerlo, consigues el apoyo de sus parientes en todo el país.
—Muy bien —contestó él.
—¿Alguna vez los dejas marchar tal como prometes?
—Casi nunca quieren irse. Lo juro.
—¿No quieren? —preguntó ella.
—No te muestres tan sorprendido, Sak. No soy un ogro. Soy un amo muy indulgente. Tengo una casa grande y caliente donde no falta la comida ni otras comodidades, como tapices y muebles. Casi todos los que me sirven lo consideran un modo de vida confortable, en comparación con el que llevan en sus aldeas. No consigo que se vayan. Les mando recado a sus padres para que los recuperen, pero cuando vienen ellos también se quedan, y así tengo más criados.
—No me extraña que tu madre crea que necesitas estructura. La necesitas.
—Creo que necesitaba a alguien como tú, Sak.
Se le paró el corazón. Si el sol hubiera proyectado un poco de luz, todo lo que se obligaba a no pensar se vería escrito en su cara. No podía ni hablar.
—No sé, se me acaba de ocurrir. No sé por qué. Tú eres diferente y no sabría decir por qué. Sé que te quiero cerca de mí, Sak. Te obligué a venir conmigo porque de algún modo sabía que te necesitaba. Lo sentí en cuanto me tocaste en el campo de batalla y lo sé ahora. Lo más raro es que no soy sólo yo. Tú también me necesitas, aunque sólo sea para enseñarte a jugar.
La humedad en la boca de Sakura la sofocó cuando intentó tragar. Después se puso a toser. Él la golpeó en la espalda y casi la hizo caer de rodillas con la fuerza de sus golpes.
El estrépito hizo que el resto del séquito saliera al claro. Sakura respondió a la silueta apenas vestida de Aino con la reacción más masculina que supo. Huyó.
