CAPÍTULO 07

Menos de dos semanas después, la banda de Sasuke había aumentado con seis muchachas y nueve muchachos, y Sakura tenía que usar más flechas y, en consecuencia, más tiempo para conseguir carne suficiente para alimentarlos y que quedaran restos para trueques. Esta vez se llevó cuatro flechas, saludó con la cabeza al grupo de jóvenes de aspecto malhumorado y se fue. La hizo detenerse que uno de ellos la señalara con un gesto y después se volviera hacia los demás.

—Con ése tendrás problemas —dijo a Sasuke, que la había acompañado haciendo suficiente ruido para alertar a cualquier presa.

—¿También ves el futuro? —preguntó él.

Sakura lo miró de soslayo. Él llevaba un kilt, sin capa y sin feile-breacan. La parte superior del cuerpo la llevaba cubierta con un lino fino y, con la lluvia cada vez más intensa, lo tenía pegado a todos los centímetros de su piel. Ella lo observó y cruzaron una mirada.

—Le pone furioso mi habilidad y que Aino le diera calabazas anoche —contestó ella.

—Los rechaza a todos, Sak. Sólo tiene ojos para ti. ¿Cuándo vas a hacer algo al respecto?

Sakura se detuvo y levantó una mano.

—¿Cazas o charlas? No podemos hacer ambas cosas.

Sasuke bajó la voz.

—Aino se me ofreció hace un par de noches, ¿lo sabías?

Los ojos de Sakura llamearon antes de poder ocultarlo y notó, más que vio, su diversión.

—¿No la tomaste? —preguntó ella.

—Le dije que tú me habías advertido de que no lo hiciera.

Sakura frunció el ceño.

—Eso explica mis pastelitos —dijo por fin.

—Está probando una receta muy antigua, muchacho.

—¿De pastelitos?

—No, la comida. Ningún muchacho de tu edad se puede resistir a la buena cocina. No soy el único que lo ha notado. Has engordado un par de kilos desde que os conocisteis. Te ha mejorado, aunque si engordas un poco más de cara, no sabré cómo mantener a mi moza, Maci, alejada de ti.

Se estaba refiriendo a su última doncella, a quien había puesto el mote en un arrebato de optimismo. Su cara parecía una torta plana con una frambuesa por nariz.

Sakura hizo una mueca.

—¿Maci? —preguntó.

—Sí, Maci. Todas las chicas te recibirían encantadas en su lecho y ¿cómo pagas tú sus anhelos? Ignorándolas. Nada fomenta más el apetito. Si fueras capaz de dejar tu moral de lado y llevarte una a la cama, disfrutaría de un buen revolcón, estoy seguro.

Sakura decidió no hacerle caso. Era más fácil que hablar de lo que él llamaba el juego del amor. También aguzó los oídos. Había una jabalina con dos de sus crías a la vista, aunque si Sasuke seguía con sus pullas no continuarían paseando tan tranquilas, esperando la muerte.

Levantó la mano.

—¿Hoy te apetece jabalí o ciervo? —preguntó en voz baja.

Él la miró.

—¿En serio? —susurró.

—Elige —insistió Sakura.

—Ambos —contestó sonriendo.

Sakura tenía cuatro flechas. Había un ciervo enorme detrás de ellos en lo alto de una sierra. Más que verlo lo había percibido por el comportamiento del jabalí. Colocó una flecha y apuntó a los ciervos. Sasuke siguió su línea de visión, entornando los ojos.

Sakura tiró y abatió al ciervo antes de tomar aire de nuevo. Ya tenía otra flecha colocada y bien tensa en el arco con la tensión del retorno. La reacción fue inmediata, porque el jabalí cayó, gruñendo y gimiendo, y sus crías salieron corriendo en dirección opuesta. Sakura apuntó y acertó primero a la más lejana. Sasuke estaba rígido a su lado, y era lo que ella quería. Había dejado para el final el jabalí que pretendía atacarles. Y no utilizó la flecha. Cogió los seis puñales que él le había devuelto. Metódicamente, los clavó en su hocico y en los ojos, hasta que el animal se paró aullando de dolor a menos de un cuerpo de distancia de Sasuke.

Sakura se situó a horcajadas sobre el animal y le arrancó los puñales y le cortó el cuello antes de que sus pezuñas cesaran de agitarse. Después fue tras la hembra. Ella ya había dejado de moverse y Sakura le cortó el cuello para desangrarla. Después fue a por el más lejano.

Hizo chasquear la lengua al ver la caña rota de la flecha. Normalmente no era tan descuidada. Por lo general le devolvía todas las flechas a Sasuke. La cogió para arrancarla. Sasuke la detuvo y lo hizo él mismo. Después la hizo girar entre los dedos.

—Has roto una flecha —dijo, sacudiendo la cabeza.

—Mala puntería —contestó, encogiéndose de hombros.

—Ya empezaba a creer que eras perfecto, Sak.

Él le sonrió de lado y ella tragó saliva. El corte en el cuello del jabalí fue más profundo de lo que hubiera querido y la sangre le salpicó el torso y otro poco le cayó sobre las botas.

—Suerte que está lloviendo —comentó Sasuke—. No me gustaría obligarte a bañarte otra vez.

—Sólo un tonto que no fuera escocés diría eso —contestó ella—. La lluvia me dejará bien limpio. Además, me bañé anoche.

—Lo sé.

—¿Lo... sabes? —Se le quebró la voz y esperó que él no lo notara, o que si lo notaba no hiciera ningún comentario. Se había relajado un poco, pero era una noche sin luna y llovía, y pudo bañarse desnuda, dejar los cabellos sueltos y fingir que era la ninfa que para él era Aino. Pudo chapotear a placer en la superficie, experimentar el peso de sus pechos flotando en el agua y preguntarse por qué se ponían tan sensibles con los cambios de tamaño.

Sin embargo, se puso rígida de miedo cuando él dijo que lo sabía. Su respiración era tan superficial que resultaba casi dolorosa.

—Todos sabemos cuándo te vas, Sak, aunque ninguno de nosotros sea lo bastante valiente para salir a buscarte. Supe por qué te habías ido cuando vi que volvías con la trenza mojada.

—Nadie sabe nada de mí —contestó ella, sintiendo que el miedo le subía por la columna y la dejaba temblorosa.

Él se encogió de hombros.

—Eso es verdad. Cuéntame algo de ti para variar. Dime cómo te apellidas, de qué clan eres, tu linaje, por qué eres tan consagradamente bueno en todo. Cuéntame.

—No sé cocinar —contestó ella.

Él se echó a reír.

—Es cierto, pero tenemos mozas de sobra para competir en ese arte.

—Quieren que te fijes en ellas —dijo Sakura. Sabía perfectamente por qué. Todas las muchachas nuevas suspiraban por Sasuke, hasta el punto de resultar embarazoso. Él también lo sabía, a juzgar por la poca ropa que se ponía encima y por las competiciones deportivas que organizaba con los muchachos, como la lucha, por ejemplo.

—No, muchacho, quieren que tú te fijes en ellas.

—¿Yo? —preguntó.

—Anoche me ganaste en levantamientos sobre los brazos. No sabía que existiera un hombre que pudiera hacer doscientos cincuenta seguidos, y probablemente podrías haber seguido. Y yo que te llamaba escuálido...

Sakura sonrió sin poder evitarlo.

—Tengo que ponerme a hacer ejercicio. Si mis hermanos se enteran de esto, no me dejarán en paz.

—¿Hermanos? —preguntó ella, intentando que no se le notara la emoción en la voz.

«¿Tiene más de un hermano?»

—Sí, mis hermanos. Te costaría encontrar una pandilla más cordial.

—Tienes muchos, ¿entonces?

—Sí. Cinco.

«¿Tiene cinco hermanos?» Sakura cerró los ojos. Pensó que era una suerte que no hubiera jurado matar a todos los Uchiha.

—Dime una cosa, muchacho. ¿Cómo puedes tener tanta fuerza en esas extremidades tan flacas para vencerme? —Para demostrarlo, se subió las mangas, dándole una buena visión de los músculos y los tendones endurecidos. Todo él era una demostración de fortaleza. Ella apartó la mirada. Se había esforzado mucho. Los brazos le habían temblado durante horas después del esfuerzo de llegar al levantamiento número doscientos veinte.

—Las apariencias engañan —contestó ella en un susurro.

—Estoy de acuerdo. Por ejemplo Emi, la moza que nos llevamos hace un par de días.

—No nos llevamos nada. La gané yo. Como la toques, yo... —Dejó la amenaza sin terminar, secó el puñal en la hierba mojada y se quedó junto al jabalí para dejar las cosas claras.

Sasuke se bajó la manga. Tenía los cabellos aplastados sobre la cabeza y los ojos negros medianoche centelleaban como la superficie de un lago iluminado por las estrellas. Sakura tuvo que apartar la mirada.

—¿Y te extrañan los estragos que has provocado? —observó él.

Ella rió con incredulidad.

—Yo no he provocado nada.

—Me prohíbes tocar a las mozas, pero tú ni siquiera las miras. ¿Qué te parece eso?

—Me parece una violación.

Sasuke intentaba reprimir una sonrisa, pero no lo lograba.

—Las muchachas también son lujuriosas —dijo, pasándole un brazo por los hombros como había hecho con Hishaku.

Sakura se apartó de él. Sabía que tenía la cara encendida.

—No he dicho que no sea así. Y no he hecho nada para detenerlas.

Él la miró con curiosidad. Sabía que la miraba, por la sonrisa que tenía en la cara y por las arrugas de la frente.

—Eso es cierto. No has amenazado a las mozas. Probablemente permitirías que cualquiera de mis nuevos criados se acostara con cualquiera de las muchachas, excepto Aino, quizá. Sólo me amenazas a mí. ¿Por qué?

—Los amenazaría a todos. Pero los demás no me han obligado a hacerlo.

—Y tienes un sueño demasiado profundo —fue la respuesta de él.

Sakura lo miró. Ella había elegido un lugar en el centro de cada campamento para echarse cerca del fuego y poder defender su virtud, si fuera necesario, y ¿ahora él le decía que era en vano?

Después él se rió y le dio un empujoncito.

—Eres siempre tan serio, Sak, muchacho. Mi propio caballo tiene más sentido del humor.

Sakura miró por encima de él.

—Sería mejor que regresáramos. El campamento necesita a su cabecilla.

—¿Cabecilla? ¿Tú?

—Ayer te vencí, ¿recuerdas?

—Sólo en un pulso y fue porque yo acababa de vencer a Hishaku. Puedo vencerte en cualquier otra contienda —dijo ella.

—¿Y si declaro la contienda del amor?

Sakura jadeó.

—No aceptaré esa contienda —contestó por fin.

—¿No tienes valor? —preguntó.

—No —contestó, retrocediendo a medida que él avanzaba hacia ella—. No tengo experiencia. No sabría por dónde empezar.

—Sí sabes por dónde empezar, Sak. Me aventuraría a decir que también serías un experto en eso.

Ella se quedó sin aliento.

—Estás bromeando y no me gusta.

—Hablo en serio, Sak, muchacho, y si deseas desafiarme en eso, estoy dispuesto.

—¡No aceptaré esa clase de reto!

—¿Por qué no? ¿Te acobardas?

—No. Sólo me parece una estupidez. Y olvidas con demasiada facilidad. Ya has ganado una vez. No puedo vencerte en el pulso. Lo demostraste anoche.

—Sólo porque, como has observado tú, ya habías vencido a Hishaku y antes de él a Haku y a Inari e incluso al gran Ira. Te forzaste demasiado.

—¿Forzarme? —dijo ella atónita otra vez.

—Tenía que ganarte. Habías vencido a todos los muchachos. Te estabas creando una reputación y arruinando la disciplina de mi campamento.

—Si tu campamento tiene problemas de disciplina, no es culpa mía, sino tuya. —Los estragos a los que se refería eran simplemente dejar que hombres y mujeres jóvenes y lujuriosos se juntaran sin estructura. No era de extrañar que su madre se quejara de él. Necesitaban un líder y él los dejaba a su albedrío. Ésos eran sus estragos—. Yo no tengo nada que ver con eso.

—Vences a todos los varones y después te niegas a llevarte a una moza que cae sobre tus rodillas. Ése es el peor de los estragos. Es un estrago provocado por la lujuria. Lo he sufrido yo mismo.

Sakura se ruborizó del mismo color que la sangre diluida por la lluvia en la tela de la camisa que le cruzaba el pecho. Ella no le había pedido a Emi que se sentara en sus rodillas y le estampara un beso en la cara, ni había deseado sentir los pechos de la muchacha rozándole el hombro. Era lo último que quería. De hecho, Sakura aún se sentía mortificada al recordarlo. Emi era una muchacha lanzada. También poseía experiencia y tenía unas manos que estaban por todas partes. Sakura apenas había terminado de vencer a Sasuke en los levantamientos y ya tuvo que encontrar fuerzas para apartar a la moza, y no había sido divertido en absoluto. A los demás tampoco les había parecido divertido. Ahora Sasuke afirmaba que Sakura estaba haciendo estragos provocados por la lujuria y que él también los sufría. Era ridículo. Toda la conversación empezaba a ser ridícula.

—No he hecho nada —contestó finalmente.

—Las muchachas ni siquiera miran a los demás. A mí apenas me toleran. Todas quieren que Sak, el guapo, el joven, el gran «dios de la caza», se fije en ellas. Y cuando no se fija, se preguntan por qué y compiten entre ellas para ser la más hermosa. Y eso sólo las muchachas.

—¿El gran dios de qué? —preguntó atónita.

—¿No tienes ni idea de lo que eres y de cómo te perciben?

—No soy nada ni nadie —contestó ella.

Él levantó los ojos al cielo.

—Eres asombroso en todo lo que intentas. Si un día te pones a cocinar, no habrá paladar ni estómago a salvo en muchas leguas. No es fácil competir contigo.

—No compito porque quiera. Tú me obligas a hacerlo para recuperar mis puñales.

—No me refiero a las ferias. Hablo del campamento. Del campamento de Sasuke Uchiha y los estragos que Sak, sin clan y sin apellido, ha provocado en él.

Ya no estaba ruborizada. Estaba pálida. Nunca había estado con gente de su edad y lo que estaba describiendo él parecía ajustarse a cómo actuaban las muchachas.

—¿Y ellos? —preguntó por fin.

—Mayoritariamente les gustaría hacerte caer en una trampa. Uno sólo no puede contigo, pero juntos sí podrían.

—¿Se aliarán contra mí? ¿Por qué?

—Porque a nadie le gusta la perfección que no puede mancillarse. No deberías esforzarte tanto.

Sakura se miró las botas manchadas de sangre y la tela de los Uchiha.

—Pues me marcharé —dijo por fin.

Él se rió con sarcasmo.

—Antes de que eso suceda, los mandaré a todos derechitos a mi casa. Me debes el traje, ¿recuerdas?

—¿Cuánto quieres por él? ¿Cuántos ciervos? ¿Cuántos jabalíes? ¿Cuántas aves?

—Si te doy una cifra, ¿cumplirás?

Ella asintió.

—¿Y si necesito un suministro constante? ¿No todo de golpe?

—¿Cuántos por temporada? Te los conseguiré.

—Muestras tan poca emoción, Sak. Es interesante y un poco desalentador, debo reconocerlo. No debería preguntarme la razón, pero me la pregunto.

—En ti todo es emoción, Uchiha. Tu campamento rebosa emociones. ¿Y quieres que yo también muestre emoción?

—No, sólo quiero que muestres un poco. Con un indicio bastaría. Te haría más humano.

—Muestro emociones —protestó ella—. Me ruborizo. Ya lo has visto.

Él cruzó los brazos y la miró como si no tuviera nada mejor que hacer en todo el día excepto sostenerle la mirada. Ella lo notó cuando él levantó un pie del lomo del jabalí, alzando el kilt lo suficiente para que se le vieran las rodillas. Sakura las miró y frunció más el ceño.

—Acabas de cazar tres jabalíes, les has cortado el cuello mientras uno de ellos todavía agonizaba y no has mostrado nada. Ni siquiera la excitación de la caza o de la muerte. Eso es preocupante.

—He cazado tres jabalíes y un ciervo —contestó tensa.

—La muerte representa poco para ti. ¿La vida tiene el mismo valor?

—Todo lo que vive muere. ¿Quieres que me lamente por eso?

—No te da miedo la muerte, ¿entonces?

Ella se encogió de hombros.

—Cuando llegue será bien recibida —contestó.

—¿No te preocupa sufrir dolor?

—El dolor no significa nada para mí.

—Entonces es que no lo has sufrido. Los cuchillos, por ejemplo. ¿Te han clavado alguno?

Sakura se subió una manga, mostrando una cicatriz desigual.

—He sufrido.

—¿Te lo hiciste practicando?

—No. Me lo hicieron en un desafío.

—¿Eso es lo que hay que hacer para vencerte?

—¿Vencerme? —contestó Sakura—. Tengo dos brazos.

—No hay cantidad de carne que puedas ofrecer y yo pueda aceptar para dejarte en libertad, Sak sin clan y sin apellido. No la hay.

—¿Por qué? —preguntó ella.

—No eres humano y quiero cambiar eso. No sé cómo, no me pregunto ni el porqué, pero sé que voy a hacerlo.

—No cambiaré por ti —contestó ella.

—Además eres un fanfarrón.

—¿Un fanfarrón? ¿Yo? No he alardeado de nada que no pudiera hacer.

—Dijiste que podía elegir entre jabalíes y ciervo. No veo ningún ciervo.

Sakura miró detrás de él e hizo un gesto con la cabeza.

—No estabas mirando, entonces, y te mueves con demasiada lentitud. Sígueme.

Él silbó al ver el tamaño del animal. La muerte no había llegado rápidamente, aunque Sakura le había acertado en el ojo como tenía por costumbre. El animal había levantado la tierra a su alrededor con las pezuñas y había cambiado el entorno. Sakura lo miró sosegadamente un momento, después se arrodilló y le cortó el cuello. Sintió los ojos de Sasuke sobre ella todo el rato.

Y se ruborizó.