CAPÍTULO 08

Sasuke la ayudó a desollar y descuartizar al ciervo antes de irse a buscar el caballo. Sakura lo vio alejarse, con una cría de jabalí sobre el hombro y un revuelo garboso del kilt. Tenía una espalda musculosa, a juzgar por el balanceo del kilt, y ella ya conocía el alcance de su masculinidad frontal.

La cara de Sakura ardía. Era un hombre atractivo y varonil y no había encontrado a una mujer con la que aliviarse desde que ella lo conocía. Eso no podía ser normal y, por alguna razón, también era molesto. No se atrevía a preguntarse el porqué.

Se echó boca abajo en medio de su matanza y esperó a que él volviera. El olor de la sangre de los animales pesaba en el aire empapado de lluvia, pero no ocupaba suficiente lugar en sus sentidos para pensar en ello. Era igual que en un campo de batalla sembrado de hombres. Las cosas vivían... y después morían. Si ese gran ciervo no había sido puesto en la tierra para llegar a la madurez, estar en celo, procrear y después morir para llenar el estómago de un hombre, ¿para qué lo habían puesto?

Miró el ojo sin vida, de donde Sasuke ya había arrancado la flecha. La cornamenta era la mayor que había obtenido. Muy puntiaguda y en forma de cuenco, con un tamaño proporcionado. Había carne suficiente para alimentarlos casi todo el mes. Era un gran animal. Ahora era un animal grande y muerto.

Rodó en el suelo y miró hacia el cielo gris, a través del túnel de gotas de lluvia, parpadeando cada vez que una gota caía cerca de su ojo. Nunca había deseado atención. De haberlo sabido, habría hecho algo. No quería que las muchachas suspiraran por ella, ni que los muchachos conspiraran contra ella. Quería cumplir su destino, echarse en el suelo, cerrar los ojos y esperar el olvido de una buena muerte. Eso era lo que quería, lo que siempre había querido.

Entonces, ¿por qué le molestaba lo que Sasuke había dicho? ¿Por qué hablaba tanto ese hombre, en definitiva? ¿Qué le importaba a él si a Sak, sin clan y sin apellido, le preocupaba la muerte o la vida? Ese hombre era absurdo. Y encima ocupaba casi todos sus pensamientos. La asustaba más aún que ocupara muchos de sus sueños. No sabía qué pensar.

Él tenía unas manos fuertes. Unas manos que la habían agarrado la víspera y no le habían dejado ninguna duda de que la vencería en el pulso. También tenía unos hermosos rasgos. Ya lo había pensado al conocerlo y nada había alterado esa impresión. No dejaba de usar el puñal para rascarse la barba de tres días, mostrando la hendidura de la barbilla, la fuerte mandíbula, los pómulos altos. De haber sido una muchacha de las que se vuelven locas por esas cosas, habría pensado que era el hombre más hermoso de la tierra.

Suspiró.

—¿Soñando despierto sobre la sangre? Así es como te imaginaba. ¡Oh, Sak!, ¿qué voy a hacer contigo?

Ya estaba de pie antes de que acabara de hablar, dejando que la lluvia cayera sobre los restos del ciervo. Lo observó cuidadosamente. No lo había oído acercarse y había venido con el caballo. Sakura miró al animal y se maravilló de su sigilo recién adquirido.

—Oh, ¿tal vez estabas durmiendo? —preguntó él con jovialidad.

—No estaba durmiendo. Tu montura no se oía sobre el brezo y tú tampoco has hecho ningún ruido.

Él sacudió la cabeza.

—Hemos asustado a todos los pájaros por el camino. Admítelo, Sak. Estás recuperando sueño.

—¿Por qué debería recuperar sueño?

—Porque lo pierdes intentando proteger la virtud de las mozas, diría yo. Por otra parte, también diría que tienes miedo.

Sakura abrió mucho los ojos.

—¿Miedo de qué? —preguntó.

—De soñar —contestó él.

Ella tuvo que apartar la mirada, después miró al suelo y por fin se tragó el miedo a la vista de la maldición femenina. Sakura se arrodilló sobre el suelo ensangrentado y se cogió la cabeza con las manos. ¿Ahora tenía la menstruación? ¿Ahora?

—Búscate un arroyo y aséate. Yo cargaré a Sak. Está acostumbrado al olor, pero no le gustará que tú también huelas a sangre.

Sakura salió corriendo. Estaba temblando antes de sumergirse en el riachuelo, mojándose más de lo que podía empaparla la lluvia. Tuvo que quitarse parte de su túnica interior y utilizar también el taparrabos que Sasuke había inventado. Hacía casi un año que no le venía la maldición y ¿tenía que venirle ahora? Se preguntó por qué. No había hecho nada diferente, excepto comer y descansar más.

Se preguntó si ésa sería la causa, pero no tenía a nadie a quien preguntárselo. Si alguna otra de las mozas de Sasuke sufría su período, lo hacía en secreto. Debía ser en secreto. Era otro secreto que tenía que guardar y ni siquiera sabía cuánto tiempo se suponía que estaría maldita con él. No debería suceder. Lo último que deseaba era un recordatorio de su sexo. No pensaba permitirse ser una mujer. No tenía ni el tiempo ni la inclinación para ello. Era exactamente lo que Sasuke la había llamado, una máquina de matar.

Llevaba los hombros desafiantes y una mueca burlona en la boca cuando se reunió con él.

—Vaya, este baño te ha mejorado mucho. Un poco más mojado y menos sangriento. ¿Qué ha pasado?

—Nada —contestó ella de mala manera.

Él arqueó las cejas pero no dijo nada. Había cargado toda la carne y tenía las riendas en la mano. Como siempre le decía él en broma, se había librado del trabajo y había vuelto a tiempo para beneficiarse del resultado.

Le siguió a pie, intentando mantener los ojos en cualquier lugar que no fuera la anchura de sus hombros, o los músculos de su espalda donde la camisa se le pegaba, o sus piernas, o donde la parte trasera de su kilt parecía acariciar cada paso, o, sobre todo, su nuca, donde unos cabellos negros azulados y mojados nacían antes de caer sobre sus hombros... hasta la mitad de la espalda...

Sakura tragó el exceso instantáneo de humedad y levantó los ojos al cielo, deteniendo la lista mental de sus atributos. Como si se hubiera dado cuenta de su nerviosismo, él se puso a silbar de la forma atonal que tenía por costumbre. Entonces ella tuvo que intentar ignorar su corpachón, además del ruido que estaba haciendo.

Matar a su hermano, el señor, esperaba que valiera la pena, se dijo a sí misma.

El campamento estaba montado, pero muy silencioso. Sasuke se paró de golpe y Sakura tropezó con él antes de poder evitarlo. La mano de él se posó en su costado para detenerla, pero ella ya se había apartado y estaba observando la escena. Dos de los nuevos muchachos adquiridos se estaban enfrentando, con un puñal en cada mano, y atacándose medio agachados.

La ropa desordenada de Emi y la expresión satisfecha de su cara contaba la historia. Era evidente que se peleaban por ella, aunque si pensaran con la cabeza en lugar de con los órganos masculinos, sabrían que Emi estaba disponible para cualquiera de ellos, o para todos ellos. Sakura sopesó la escena y tenía los seis puñales en las manos antes de que nadie pudiera hacer otro movimiento.

—Suéltalos —dijo Sasuke en voz baja.

Uno de ellos levantó la cabeza para mirarles y el otro saltó y aprovechó la oportunidad para cortar a su contrincante en el antebrazo. Sakura lanzó sus propios puñales e hizo caer al suelo los cuatro que ellos tenían en las manos antes de que nadie pudiera tomar aire. Hubo un jadeo colectivo. Sakura se colocó frente a Sasuke, sujetando los dos últimos puñales entre el pulgar y los dedos índices con las hojas hacia fuera. El muchacho llamado Jin se frotó una mano, mientras el que sangraba la miraba con la boca abierta.

—Los próximos dos irán donde menos los queréis —dijo.

Eso hizo que levantaran las cuatro manos y provocó más miradas de admiración de las féminas con las que Sasuke había llenado su campamento. Sakura se apartó, dejando que Sasuke pronunciara su sentencia y admirándose de su estupidez. Si los muchachos querían conspirar contra ella, como había dicho Sasuke, acababa de firmar el anuncio de su ataque.

Miró a Sasuke de soslayo. Él la miró y después miró a los dos combatientes. Sakura devolvió su mirada a Jin y al otro.

—Nos faltan muchas leguas para llegar a territorio Uchiha —dijo Sasuke—. ¿Hishaku?

—¿Sí? —dijo el muchacho de la primera feria.

—Quiero que te lleves a los hombres a mi casa. Ya te he explicado cómo llegar.

—Sí —contestó Hishaku.

Sakura se acercó más a Sasuke y le sostuvo la mirada. Ella le habló con los ojos.

—¿Tienes un plan mejor? —preguntó él en voz baja.

—Ya tienes suficientes criados. ¿No?

Él asintió.

—Yo los cedería a las muchachas Tatsushiro. Ellas ganarían manos fuertes y... bueno, hombres, y tú ganarías la paz de unos muchachos agradecidos que ya no tendrán tiempo para tonterías como matarse entre ellos.

Vio que los labios le temblaban. Después, sonrió. A continuación, se estaba muriendo de risa. Sakura se apartó de él e intentó llegar a los árboles, detrás de ellos. Los muchachos la miraban con odio. No tenía necesidad de preguntar lo que expresaban sus ojos. Lo sabía.

—¿Sabes escribir? —Sasuke la miraba.

—Sólo con un cuchillo, señor —contestó ella tranquilamente.

Sasuke la miró con incredulidad un momento y después se volvió a los demás.

—¿Alguno de vosotros sabe escribir?

—Sí. —Hishaku fue el que contestó—. Puedo escribir si tiene tinta y pergamino.

—Tengo ambas cosas. ¿Hishaku? Escríbeme una nota para que la firme. Ya he decidido vuestro castigo, muchachos.

—¿Qué va a ser? —preguntó Jin.

—Sí, ¿qué es lo que Sak ha pensado para nosotros?

Sasuke frunció el ceño.

—Ha sido Sak quien lo ha pensado, pero no os parecerá excesivo. A menos, claro, que no tengáis nada entre las piernas. No escribas eso, Hishaku.

—¿Qué significa?

Sakura reconoció la fanfarronada masculina tras el tono de Jin y se ruborizó cuando él la miró furioso.

—Sólo que Sak ha recordado dónde viven cuatro muchachas lujuriosas. También saben cocinar igual de bien, sino mejor, que mis criadas. Las damas Tatsushiro tienen escasez de hombres para labrar la tierra, salir de caza y calentarles la cama. He decidido regalarles vuestro contrato de este año. Escríbelo, Hishaku.

Ambos jóvenes quedaron atónitos un momento. Después empezaron a sonreír.

—No creáis que no es un castigo, muchachos. Dudo sinceramente de que cuando conozcáis a las muchachas Tatsushiro y empecéis vuestro servicio, podáis caminar mucho más. De hecho, os garantizo que no. ¿Hishaku?

—¿Sí?

—¿Conoces a las Tatsushiro?

—Todos las conocen. —También sonreía.

—Ocúpate de que Jin y Haku lleguen sanos y salvos y después vuelve. Estaré cerca de Chidester's Quarry. ¿Conoces el lugar?

—Sí —contestó.

—En marcha, pues. Es una caminata de tres días, tal vez cuatro. ¿Sak? Ven conmigo.

Se acercó al centro del grupo, recogió los puñales y siguió caminando, con Sakura pisándole los talones. Cuando llegaron a su tienda, abrió la puerta y le hizo un gesto con la cabeza invitándola a entrar.

En cuanto se cerró la puerta, el campamento se puso en marcha otra vez. Sakura lo oyó a través de la tela de la tienda.

—¿Tienes idea de lo estúpido que eres? —Estaba sacando los puñales de ella clavados en los mangos de los de los otros para devolvérselos, y no lo hacía con buenas maneras. Sus brazos se estremecían con cada movimiento, lo mismo que los hombros y el torso, y...

Sakura casi gimió con sus propios pensamientos mientras lo observaba, recibiendo inconscientemente los puñales que le tendía. Ni siquiera parpadeó.

—Ahora no habrá quien los pare. ¿No se te ha ocurrido fallar alguna vez?

—¿Fallar? —repitió ella, cogiendo el último puñal y sosteniéndolo—. ¿Fallar?

—Sí, fallar. ¿Es una idea tan descabellada?

—¿A qué debería apuntar entonces?

Él levantó los ojos al cielo y suspiró.

—No deberías apuntar a nada. Deberías fallar.

—Pero yo nunca he lanzado sin apuntar. Podría dar en una parte vital si no apuntara.

—Pues apunta a una piedra detrás de ellos. Apunta a una brizna de hierba, apunta a una mancha de sol en el suelo, ¡maldita sea!

Sakura seguía mirándolo sin parpadear.

—Mi habilidad es un don de Dios —susurró—. Yo no la pedí, no la merezco, sin duda no la disfruto, pero es un don de Dios. No puedo darle la espalda.

—Dios no concede dones para matar.

—No he matado a nadie... todavía —contestó ella.

—Justo. Todavía. Eres una máquina de matar, sin una pizca de remordimiento. Es inhumano y aterrador. También te está convirtiendo en un semidiós, vayas donde vayas. Los muchachos te odian por eso. Las muchachas suspiran por ti. No sé qué pensar de ti.

Su voz invocaba todo lo que había de femenino en ella, y Sakura luchó contra ello antes de darse cuenta de que estaba perdiendo. Debería haber sabido que perdería.

—Siento remordimientos —susurró.

Él la miró al oír eso. Los ojos de Sakura estaban húmedos de lágrimas y vio que la miraba fijamente. No se atrevía a parpadear.

Algo estaba ocurriendo entre ellos y al notarlo se le abrieron aún más los ojos.

—Te prepararás el lecho aquí. Conmigo. No admito discusión.

Estaba más enfadado que antes, a juzgar por su tono brusco.

—Me niego —contestó ella.

—No tienes la opción de negarte. No puedo garantizar tu seguridad y no quiero despertarme y ver que te han cortado el cuello.

—Puedo protegerme solo —contestó, dejando que le cayeran las lágrimas por las mejillas.

—No, no puedes. Tienes un sueño demasiado profundo. Y sueñas demasiado, a juzgar por cómo te mueves.

Sakura levantó las manos y se frotó la cara para secarse las lágrimas.

—No lo sabía —dijo finalmente. Después bajó los brazos.

—Lo haces. Te he observado.

«¿Me ha observado?», se preguntó ella, conteniendo el aliento tan fuerte que le dolía.

—Cuando no puedo dormir, me gusta mirar el fuego. Tú duermes tan cerca de él que podrías quemarte. Pero no te quemas, ¿a que no?, Sak, sin clan y sin apellido. Tú no te quemas nunca. Sólo se queman los que te rodean.

—Nunca hay nadie a mi alrededor —contestó ella.

—Probablemente eso sea cierto. No se lo permitirías. Pero se han quemado de todos modos. Créeme.

Sakura frunció el ceño. No entendía nada.

—No puedo dormir aquí, aunque me lo ordenes.

—No discutas más o te ataré a mi cama. ¿Crees que eso le gustaría a tu anhelante grupo de seguidores?

—No tengo seguidores —protestó Sakura.

—Sólo tienes que decirlo y cualquiera de las muchachas de fuera te seguirá a donde quieras, cuando quieras. Muchos de ellos también. No tengo seguidores, dice, como si no fuera un hecho probado. —No la miraba, se estaba observando las uñas. Sakura lo miró—. Si yo tuviera tu don para la puntería tendría legiones de seguidores, y todos detrás del corazón de los bastardos Sassenach que hay sobre la faz de la tierra. Pero puesto que no lo tengo... —Se calló y suspiró—, debo conformarme con utilizar el tuyo.

—De todos modos no dormiré aquí contigo.

—¿Por qué discutes cuando te he dicho que no admito discusión? No admito réplica y utilizaré la fuerza bruta si es necesario. No me obligues. A ninguno de los dos nos gustará.

—Pero yo duermo en el suelo. Estoy acostumbrado a eso. Una tienda es demasiado para mí.

—Hay suelo bajo las alfombras. Puedes dormir en él. Deseo tanto darte mi catre como tu libertad. ¿Por quién me tomas, por un tonto?

—No —contestó ella—. Eres mi amo, pero ¿un tonto? No.

—Te equivocas, muchacho, ahora que lo pienso. —Había dejado de mirarse las manos y centró el foco de su mirada negra medianoche en ella. Sakura no estaba preparada para eso y probablemente se le notó—. Soy el más tonto de los tontos. Sólo espero no consumirme más. Hay problemas con lo que deseo y necesito ahora. ¿Me comprendes?

Sakura entornó los ojos antes de encogerse de hombros. No tenía la menor idea de lo que le estaba hablando. Probablemente se notó.

—¿Puedo irme? Tengo que curtir una piel y tengo que preparar un jabalí para la próxima feria.

—Sí. Prepáralo bien y ablándalo hasta que no se pueda más. Eso es lo que más me gusta de ti, Sak, muchacho. Atas a tus víctimas y las preparas para la matanza, y ellas ni siquiera saben lo que está pasando.

—No creo que te comprenda —dijo ella.

—Gracias a Dios —contestó él—. Yo también he estado pensando en lo que dijiste.

Sakura esperó. Había dicho muchas cosas, podía ser cualquiera.

—Ya tengo demasiados criados y no deseo corregirlos y hacer que me obedezcan. Esta vez pediremos otra cosa.

—No puedes —contestó ella.

—¿Por qué no?

—No hay nada que te asegure más lealtad que llevarte a sus hijos. Tú mismo lo dijiste y es cierto. Lo he visto. Todo lo que dijiste es cierto.

—Entonces, ¿qué debería hacer?

Sakura se encogió de hombros.

—¿Tienes hermanos y parientes? Regálales algunos criados. Necesitas asegurarte también su lealtad, de todos modos.

—¡Mis hermanos son todos leales!

Sakura mostró su incredulidad resoplando.

—Asegurarte de la lealtad de tus criados, no de tus hermanos.

—También nos iría bien más tela. Y más harina.

—¿Más cocina? ¿Para qué? —preguntó Sakura totalmente estupefacta.

—Cocina no, harina. Harina de trigo. ¿Cómo crees que se hace el pan que comemos? ¿Del aire?

—Cambia el jabalí por harina la próxima vez.

—Tienes respuesta para todo, ¿no, Sak?

—Tus problemas son pequeños, y por eso son fáciles de resolver —contestó.

Él dio un paso hacia ella y posó sobre su rostro sus ojos negros medianoche. Sakura temía respirar.

—Si eso fuera verdad —susurró y dio otro paso hacia ella.

Sakura empezó a retroceder. Después, inconscientemente, se puso los puñales en la mano. Él ni siquiera desvió la mirada. No apartó la mirada de ella.

—Hay algo prohibido en ti, y no tengo ni idea de qué es. —Susurraba las palabras tan bajito que Sakura no estaba segura de haberlas oído bien. Tampoco creía que se supusiera que debía oírlas.

Los ojos de ella estaban muy abiertos, su respiración era contenida y su espalda estaba contra el poste de la tienda. Estaba aterrada. Él se rió burlonamente y se apartó de ella. Se fue al otro extremo de la tienda en dos zancadas.

—Puedes irte —dijo.

Sakura tragó saliva y después empezó a avanzar despacio hacia la puerta. No entendía nada de lo que le decía. Hacía que todas las fibras de su cuerpo vibraran con algo parecido a la anticipación que experimentaba cuando alguien la desafiaba y sentía un temblor no muy diferente a la emoción de la victoria cuando daba en el blanco. Era demasiado inmenso para ella.

—¿Sabes otra cosa, Sak?

Ella se detuvo junto a la puerta.

—Tienes unos sueños horribles.