CAPÍTULO 09
Los que siguieron fueron los cuatro peores días de la vida de Sakura, y las noches todavía fueron peores. Fue lo mismo para cualquiera que estuviera en las proximidades de Sasuke Uchiha y empezó la mañana después de que ella se quedara a dormir en su tienda.
Antes de que el sol pensara siquiera en aparecer aquel día, Sasuke la despertó y no con cualquiera de sus métodos previos. Sencillamente puso todo el peso de su pie bajo su caja torácica y la empujó fuera de la tienda. Sakura rodó y se puso en pie, sacudiéndose el polvo y sofocada por la sorpresa y la temperatura. Además, su feile-breacan estaba torcido y él gruñó por eso antes de señalarla con el brazo.
—No seguiré escuchando tus ronquidos ni un momento más. ¡Descubriré la manera de agotarte! ¡Venga, muévete!
Tras decir eso la empujó a campo abierto y la obligó a hacer una serie de ejercicios y movimientos tan rigurosos que los dos acabaron empapados de sudor. Hizo tantos levantamientos como ella y cuando llegaron a doscientos la hizo ponerse de pie y agacharse e incorporarse sobre una sola pierna. Cuando se cansó de eso, la hizo ponerse de rodillas y de pie y otra vez de rodillas. Después, de pie otra vez, saltando, bajando, saltando, bajando. Después la hizo trabajar con piedras. No piedras pequeñas, sino grandes cantos rodados que le obligó a levantar por encima de la cabeza, sostenerlos y lanzarlos. El primero que él eligió era demasiado pesado y cuando Sakura intentó balancearlo salió disparada con él, lo que puso a Sasuke aún más furioso.
No se ablandó cuando ella le suplicó un momento para ir de vientre. Sólo la miró con ira, le hizo un gesto con la mano y le dijo que contaría hasta diez para que hiciera sus necesidades entre los matorrales.
Entonces, la tiró al arroyo, porque ella se negó a desnudarse, y, mientras ella se bañaba con el peso de la lana mojada y las botas, él se quitó todas las piezas de ropa antes de zambullirse. Sakura estaba fuera del agua antes de que él emergiera a la superficie y se estaba escurriendo la capa, después la falda y finalmente la trenza.
—¿Tienes problemas para servirme, escudero? —gruñó él cuando ella lo ignoró.
Sakura estaba de pie y le alcanzaba la ropa pieza por pieza, haciendo lo que podía para no ver nada de él ahora que el cielo empezaba a iluminarse de un rojo amarillento y él tenía un cuerpo hecho para recorrerlo con la mirada.
Eso también lo enfureció; le dijo que se buscara una moza para mirar y Sakura se ruborizó. Después él se marchó hacia el campamento, con un paso tan furioso que le hacía vibrar los huesos. Pero su temperamento no mejoró. Sencillamente lo descargó en todos los que se cruzaron en su camino. Dijo a Aino que dejara de someter una buena avena al tormento de sus gachas, tiró una de las galletas de Choco al suelo, le dijo que si tenían que tener la consistencia de piedras ya podían comer piedras directamente y convocó a los sirvientes para lo que acabó siendo una carrera maratoniana.
Sakura tuvo más de un calambre en el estómago antes de que llegaran al campamento, pero fue una de los dos únicos sirvientes que pudieron mantener su ritmo. Los demás ya hacía tiempo que habían perdido la capacidad de seguir su paso y quedaron a su libre albedrío.
Sasuke repasó el campamento con su mirada oscura medianoche, dijo a las mozas que su pereza no sería tolerada mucho más, cogió un gran pedazo de carne de jabalí asada y gritó a Ino que se lo sirviera en la tienda.
Los ojos de Sakura estaban tan abiertos como los de los demás mientras Ino se ponía en pie de un salto y lo seguía hasta la tienda. Pero poco después volvió a salir de ella y no parecía muy contenta.
Nadie dijo ni una palabra. Después Sasuke abrió la puerta de la tienda y llamó a Sakura a gritos. Su voz de orador no había perdido ni pizca de estridencia. Todo el bosque se sobresaltó con el sonido de su nombre, no sólo Sakura.
Se mofó de ella, le dijo que cesara de ser tan irritante y se pusiera de lado para dormir. Si no, se lo haría pagar con otra tanda de ejercicios al día siguiente. Sakura acababa de cerrar los ojos cuando él la levantó agarrándola por el cinturón y la echó de la tienda tirándola sobre un tronco, frente a todos.
—Primero come algo —aulló, y volvió a la tienda a grandes zancadas.
Le dio el tiempo justo para clavar un cuchillo en la carne y empezar a trincharla antes de que Sasuke aullara su nombre de nuevo. Sakura cortó lo que pudo y se lo estaba metiendo en la boca mientras entraba en la tienda.
El segundo, el tercero y el cuarto día siguieron la misma pauta, aunque por lo que ella veía, Sasuke ni siquiera dormía. La maldecía a ella, maldecía la tienda, maldecía a todos los gandules Sassenach sobre la tierra escocesa, y bebía mucho. Ella intentó taparse los oídos con las manos debajo del kilt, pero eso lo puso aún más furioso cuando la despertó la segunda mañana y la encontró en esa posición.
Se lo hizo pagar con otra serie de ejercicios, otra carrera brutal, y después tuvo que entrenarse en el manejo de la espada con él hasta que sentía que iban a caérsele los brazos, y eso fue antes de la cuarta noche.
Apenas acababa de echarla a patadas de la tienda por segunda vez y se estaba frotando la nalga dolorida donde había caído, cuando él volvió a salir, aullando que no fuera tan perezoso y lo siguiera. Sakura se puso detrás de él y eso también lo enfureció. Se volvió y le gruñó por ser su sombra, y después la maldijo por ser tan lenta en satisfacer sus demandas.
Se iba al pueblo y quería a Sakura y el caballo ensillado. A Hishaku le dio el tiempo justo de contar hasta diez para terminar, a pesar de que Sakura le dijo que no lo había hecho nunca.
—Cuando necesite que hables, te lo pediré, Sak. Se acabó el tiempo Hishaku.
Sakura miró a Hishaku con simpatía y después unas manos mucho menos amables la levantaron sobre el caballo. Cayó en la silla con el impulso y apenas había levantado otra vez la cabeza cuando Sasuke se plantó sobre la silla, frente a ella.
—Agárrate a la silla o cae, Sak. Ya vamos tarde.
«¿Tarde para qué?», se dijo perpleja, y después dejó de pensar porque el caballo se puso a galopar lo bastante rápido para hacerla resbalar. No se agarraba a la silla exactamente, sino que rodeaba a Sasuke con los brazos unidos sobre su estómago. Tenía más músculos en el estómago que nadie que hubiera conocido y eran más rígidos y fuertes bajo la piel de los antebrazos y las muñecas. Sakura apoyó la mejilla en su espalda e intentó ignorar lo que sentía.
En cuanto se acercaron al pueblo iluminado por las antorchas él le cogió las manos y las apartó como si le dieran asco. Sakura bajó la cabeza, pero se limitó a agarrarse a la silla. Él dirigió el caballo por detrás de las granjas y dio la vuelta hacia el extremo de una calle. Ésta les llevó hasta un callejón lleno de asaduras y una granja oscura y de aspecto poco acogedor.
Él desmontó y tiró de ella por el cuello de la camisa, y después la empujó hacia la puerta antes de que los pies de Sakura tuvieran la posibilidad de tocar el suelo. Corrió a su lado medio de puntillas hasta que llegaron al porche y allí la soltó un poco. Después levantó un puño y ella vio que estaba blanco y temblaba. Respiró hondo antes de llamar con un toque discreto y suave.
—¿Quién es?
La voz melodiosa pertenecía a una mujerona que se parecía tanto a la hermana de Sakura, la furcia, que se quedó estupefacta. La mujer tenía unos pechos grandes que le sobresalían por el escote hasta el punto de que se le veía la parte rosada que le rodeaba los pezones. También se había atado el cinturón alto en la caja torácica para realzar el efecto. Tenía líneas negras alrededor de los ojos, los cabellos desordenados peinados en una nube alrededor de la cabeza y los labios más rojos que Sakura hubiera visto.
Sakura se la quedó mirando con la boca abierta.
—Sólo sirvo a un caballero por vez, cariño —dijo, señalando a Sakura.
Sasuke le soltó el cuello de la camisa y Sakura se balanceó con el empujón que le propinó esta vez. Ahora sabía lo que hacía allí. No iba a tomar a una mujer del campamento. Iba a tomar a una mujer que se daba a cualquier hombre. Iba a servir a una ramera, o la ramera iba a servirle a él. Sakura no sabía nada de eso, excepto que el lugar donde la tapeta de los botones de su camisa tapaba sus pechos era como una bola de dolor enorme que bombeaba incesantemente.
—Si te mueves, te perseguiré y te cortaré todos los cabellos de la cabeza —susurró Sasuke inclinándose—. ¿Me has comprendido?
Ella asintió y se sentó.
La puerta se cerró detrás de ella, dejando una especie de olor pesado y perfumado en el ambiente, y Sakura tuvo que cerrar los ojos para detener una capa instantánea de lágrimas. Si Sasuke tenía una mujer, ¿qué le importaba a ella? Era un hombre y él le había dicho que las mujeres estaban para tomarlas. Estaba claro que no le interesaban lo suficiente para importarle. No quería tener nada que ver con él. Era su billete hasta el señor Uchiha. Eso era todo. Eso era todo lo que sería siempre.
El sonido de risas fue seguido del murmullo respetuoso de la mujer. Sakura se puso las manos en las sienes y las dejó allí. La bola de dolor de su pecho no se aliviaba. Crecía en una agonía ardiente. Oyó el siseo de lo que probablemente era ropa cayendo al suelo.
La mujer debería haber construido mejor su casa. Así Sakura no tendría que haberse sentado en el porche delantero y oír todo lo que sucedía. Debería haber hecho las paredes de ladrillos de barro, en lugar de paja y turba.
—Oooh, cariño. Ésta es una visión que cualquier mujer daría una fortuna por ver, y no digamos sentir. Sé muy bien dónde...
Sakura contuvo el aliento, expulsó el aire, volvió a inhalar, lo soltó, se golpeó las sienes con los puños, pero nada detenía sus sollozos. La estaban desgarrando, subiendo por su columna hasta la cabeza y los ojos se le llenaban de lágrimas estúpidas, ¿y todo porque el hombre que había jurado odiar tenía relaciones con otra mujer?
¿Qué clase de locura era esa?
—¡Inténtalo de nuevo, mujer, y esta vez usa tus manos!
Las manos de Sakura se movieron de las sienes a la boca y se metió ambas manos, con todos los dedos, en la boca para que no se le escapara ningún sonido. Si estaba sollozando como una loca en el porche de una ramera, al menos que no se enterara nadie.
—Es difícil animar algo tan falto de vida como esto, cariñito.
La risa de la ramera siguió a sus palabras y Sakura habría dado lo que fuera para no tener que escuchar. Estaba casi a punto de ponerse a correr tan deprisa y tan lejos de eso como pudiera, y al diablo con sus cabellos, cuando volvió a oír la voz de Sasuke, esta vez más malhumorada y furiosa de lo que la había oído toda la semana.
—Tal vez es que me gustan las mozas con menos carne y menos experiencia. Inténtalo de nuevo. Esta vez usa tu boca.
Todo se paró para Sakura, y supo que lo que le sucedía era el shock. Oyó chupetones, jadeos y después una especie de beso, y ni siquiera sabía cómo podía sonar un beso. Después no oyó nada durante un largo rato y contuvo la respiración. Le daba miedo poner significado a nada. Temía sus emociones, y con mucha razón. Por ahora estaba demostrando la reacción habitual de una mujer celosa. No se lo podía creer. Sasuke Uchiha era un macho en celo y lujurioso, un hombre que ordenaba a una mujer hacer algo tan horripilante que tenía que pagar para que se lo hicieran. No merecía que Sakura Haruno perdiera el tiempo llorando por él y se dijo a sí misma que no lloraría.
No lloraba nunca, y mucho menos por un pedazo de escoria como Uchiha. Sin duda no lamentaba el placer de Sasuke. Él era libre de ir a donde quisiera y con quien quisiera, siempre que no fuera con ella.
Se quitó las manos de la boca y se secó la mezcla de babas y lágrimas que había empezado a bajarle por los brazos. Se secó la cara con un extremo del kilt y después intentó comportarse como si no hubiera pasado nada anormal.
—¡Maldita mujer! Ahórrate los esfuerzos. Tengo cosas mejor que hacer que esperarte.
—Esperarme, dice —comentó la ramera, como si se sintiera insultada—. Hace años que monto hombres perfectamente dotados. Ojalá hubieras venido antes de que tu anterior mujer te hubiera agotado el deseo y lo hubiera vuelto contra ti.
—No ha habido mujer —oyó Sakura que gruñía Sasuke —. Apártate y cobra. Me siento peor que cuando he llegado, gracias a ti.
La mujer volvió a reír. Sakura oyó más sonidos que podían ser de ropa y después la puerta se abrió proyectando luz sobre ella. Apartó la cara. No sabía cuáles habrían sido las consecuencias de que Sasuke viera su llanto, pero sin duda no quería que Sasuke lo viera.
—Por todos los santos, ¿qué estás haciendo aquí sentado?
—Tú me has ordenado que...
—¡Calla!
Detuvo sus explicaciones con aquella orden acompañándola de un aullido de ira, y a ello siguió un puñetazo tan fuerte en el antebrazo de Sakura que ella supo que la había lastimado. Después la arrastró hasta Sak, el caballo, y esta vez la subió con tantos malos modos que casi la hizo pasar por encima de la cabeza del caballo antes de dejarla en su sitio.
—Y deja de comportarte como si fueras frágil y desamparado. Agárrate a la silla esta vez. Si me tocas, no seré capaz de controlarme.
Sakura se agarró a la silla con toda la fuerza de que era capaz. También tuvo que pegarse al flanco del caballo con todos los músculos que pudo y se habría podrido en el infierno antes de tocar a Sasuke. Podía guardarse sus amenazas para los que le temían. Ella no. Ella olió el aroma del brezo, fresco por la lluvia, e intentó contener sus emociones. Prefería ser una máquina de matar.
No había nadie a la vista cuando volvieron y eso era raro. No parecía que hubieran estado fuera tanto rato. Vio la hoguera protegida, las siluetas dormidas de dos muchachos al lado y lo supo. Ya era noche cerrada y si Sasuke tenía la intención de obligarla a hacer ejercicio por la mañana necesitaba descansar todo lo que pudiera, y cuanto antes mejor.
Sasuke no había abierto la boca. Hizo que el caballo diera la vuelta a las tiendas y lo ató a una estaca.
—Baja —dijo.
Ella se dejó caer por la derecha, balanceándose un poco al tocar tierra.
—Desensilla y almohaza mi caballo —dijo en cuanto desmontó por el otro lado del caballo mirándola con ira.
Ella asintió, desató la correa de la silla y la retiró.
—Más rápido —exigió.
Sakura la dejó sobre un tocón y cogió el cepillo del gancho. Empezó por el cuello del caballo y fue bajando hacia los costados cubiertos de espuma. No se había dado cuenta de que lo habían agotado tanto. El animal desprendía vapor mientras lo cepillaba y ella se estremeció de frío.
—No tengo toda la noche —dijo Sasuke otra vez, con una voz tan despersonalizada y áspera como la noche.
Sakura renovó sus esfuerzos, terminando el otro costado de Sak, el caballo, lo más rápido posible. A continuación dejó el cepillo en el gancho y esperó nuevas instrucciones.
—Duermes conmigo. ¿Comprendido?
Ella miró hacia donde él estaba, aunque sólo pudo ver un poco de piel y unos orificios negros que eran sus ojos. Asintió.
—Pues deja de hacer el vago y entra en la tienda. Monta mi catre y ayúdame con el kilt. Sé un buen escudero, para variar. Para esto te tengo.
«¿Ayudarle?», se preguntó, con un ataque de pánico. «¿Ahora?»
Alargó una mano para cogerla por el hombro y Sakura hizo una mueca por la presión que ejerció sobre su clavícula. Tiró de ella un paso hacia él, después otro, hasta que estaban tan cerca que Sakura sentía el aire que le salía de la nariz.
—¿Eres mi escudero, Sak? —preguntó bajito.
Ella asintió.
—¿Te gustan los hombres?
Sakura se puso tensa y después gruñó.
—¡Menuda pregunta asquerosa! ¡Detesto a los hombres! A todos los hombres. A todos.
—¿Me detestas?
—Eres un hombre, ¿o no? Suéltame y deja que te sirva, señor. No nos queda mucha noche para descansar si pretendes que mañana hagamos ejercicio. No podré descansar hasta que estés en tu cama, ¿no?
Él gimió y levantó una mano.
—Gracias, Sak —susurró, y le hizo dar la vuelta de cara a la tienda. Pero no la siguió dentro y después de esperarlo durante lo que le parecieron horas, Sakura se echó en el suelo y se durmió.
